capítulo vi - Instituto del Bienestar

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CAPÍTULO VI: EL MANUSCRITO DEL QUINTO
CAMINO
Algunos de los acontecimientos que os contaré a continuación son tan crueles que me resulta
difícil no implicarme y hacer juicios de valor, clasificando a nuestros personajes en buenos
y malos. No obstante, intentaré mantener una perspectiva neutral y científica, adoptando el
papel del historiador que se limita a exponer hechos históricos y del antropólogo o sociólogo
que simplemente describe su sociedad objeto de estudio, tratando de mostrar la realidad como
lo que es: simples fenómenos neutros del universo que se rigen por leyes de causa y efecto y
por otros posibles principios.
1. La huída hacia el sur
Z
ores alertó:
–Dicen que hay infiltrados dentro del movimiento insurgente. Al parecer los
guerreros irrumpieron en la asamblea a la que fuisteis en la armería de Písiro
porque alguien os delató. Se sospecha que puede haber sido Zóler, el sastre del príncipe, y se
teme que haya más de un infiltrado al servicio de los sacerdotes. Ya no se sabe en quién se
puede confiar y en quién no. Hay que ir con cuidado y no fiarse de nadie.
–Ya –suspiró Licuros–. Es posible que algunas de las personas a las que se han repartido
los mensajes sean en realidad infiltrados y comuniquen rápidamente la información al primer
ministro Orgomar y al sacerdote supremo Onis. En fin, la suerte ya está echada.
Cuando llegó el momento, Zores escondió a los cinco fugitivos en su carro, tapándolos con
mantas, y se fueron a la Gran Plaza. Al llegar, salieron con discreción del carro y observaron
cómo los condenados ya estaban siendo conducidos desde la prisión a las pilas de madera en
las que iban a ser quemados y cómo parte de la gente los insultaba.
Como no había suficientes hogueras para todos los procesados, bastantes de ellos todavía
permanecían en la prisión, a la espera de ser llevados a la hoguera una vez pereciese el primer
grupo. Milene miró ansiosa a todas las personas que formaban ese primer grupo, con la
esperanza de que entre ellos no estuviese su familia, ya que cuanto más tarde la ejecutasen
más posibilidades habría de que se salvase si la sublevación tenía éxito.
Se alegró cuando estuvo segura de que ni su clan ni sus criados se encontraban en el
primer grupo. Bastante cerca de las pilas de madera había unos estrados donde estaban
sentados la familia real, los sacerdotes y los aristócratas. Toda aquella zona estaba protegida
por numerosos guerreros, que la separaban de la multitud del pueblo llano presente en la Gran
Plaza.
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Cuando los condenados estaban siendo colocados encima de las fogatas, se escuchó un
grito que decía:
–¡Por la libertad!
Al segundo muchas personas sacaron sus armas y se dirigieron contra la guardia. Mientras
ésta intentaba frenar a los insurgentes, los verdugos acabaron de colocar a los condenados en
las hogueras y el rey ordenó que comenzase la ejecución, que fue rápida. Una vez perecieron
los condenados del primer grupo, sacaron otro grupo de la prisión.
Milene pudo comprobar, angustiada, que entre ellos estaban sus padres Patros y Fasia,
así como Tran y Len, Tinea de Cans, Nosos, Nala, Niolar, Maulés, Prinia, Jóner y el resto de
la clan, con la excepción de Lira. También vio a su esclava Gronia, a Krías, a Jul y al resto de
siervos y esclavos, pero no a su fiel esclava Mara. Acto seguido Milene se dirigió hacia ellos
para intentar liberarlos. Sin embargo, un guerrero la cogió y la desarmó. Ella intentó sacudirse
de los brazos del guerrero, pero éste la sujetó todavía más fuerte.
–¡Mamá! –vociferó Milene–.
Su madre dirigió su cabeza hacia donde estaba ella y la reconoció entre la multitud,
gritando:
–¡Hija, sálvate! ¡Te quiero y siempre has sido lo que más he querido!
Milene presenció la ejecución, observando cómo las llamas fueron apoderándose de
su familia y sus criados. Se sintió sumamente consternada y abatida y estalló impotente en
lágrimas. Al final todos perecieron. Aquello fue tremendamente duro para Milene, quien se
culpabilizó a sí misma.
Mientras todo aquello sucedía y Milene contemplaba la ejecución, alrededor tenía lugar
una auténtica batalla campal entre los insurgentes y los guerreros. A la guardia que cercaba
la zona se habían sumados guarniciones que salieron corriendo del Recinto Real. Al cabo de
un rato había numerosas bajas entre los sublevados y los soldados comenzaron a controlar la
situación. Parte de los rebeldes se estaban rindiendo y Licuros gritó:
–¡Retirémonos! ¡Huyamos!
Pirmas, Tarseo y Zores fueron en busca de Milene. Tarseo puso su espada en el cuello
del guerrero que sujetaba a Milene y éste la dejó libre. Acto seguido buscaron con la vista
a Manisor y Licuros, pero no los encontraron, por lo que los cuatro huyeron junto con el
resto de insurgentes. En ese momento tenía lugar una estampida desordenada hacia todas las
direcciones de la ciudad, mientras los guerreros los perseguían.
–¡Tomad mis caballos y escapad! –les propuso Zores de Muandas–.
Fueron a la carreta y Zores desató las dos yeguas. Tarseo se montó en una junto con
Milene y Pirmas subió la otra. Se despidieron de Zores y se dirigieron lo más veloces que
pudieron hacia la puerta sur de la ciudad para huir por allí entre el caos reinante.
Cuando llegaron a la puerta, se encontraron con que estaba cerrada, pues el primer ministro
Orgomar había ordenado que se cerrasen todas las puertas de Mernes para que nadie pudiese
escapar de la misma. La puerta estaba vigilada por una guarnición y los numerosos fugitivos
que se habían acumulado allí la estaban atacando desesperadamente. Tarseo y Pirmas cogieron
sus armas y se sumaron a aquel combate. Finalmente vencieron y pudieron abrir la puerta.
Salieron rápidamente al galope con sus yeguas campo a través en dirección sur. Milene
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se agarró fuerte a Tarseo para no caerse. Una vez estaban a cierta distancia de la ciudad, a
la mente de Milene vino la imagen de su familia quemada en la hoguera. Se acordó de las
comidas con su madre en el palacete y de los acontecimientos que habían tenido lugar en su
casa hacía muy poco, aunque a Milene le parecía algo lejano. Se sentía destrozada por su
dolor. Deseaba evitar aquella tristeza que le parecía insoportable, pero sabía que le convenía
sentirla.
Al pasar cerca del cementerio de Mernes, Pirmas recordó a su esposa allí enterrada
desde hacía muchos años a causa de la última epidemia que azotó la ciudad. Al tendero se le
humedecieron sus ojos al pensar en lo mucho que la había querido y en lo compenetrados que
se habían sentido. Le vino una bella imagen de su fallecida esposa y pensó en lo amorosa,
noble, leal, recta y justa que había sido, sintiendo nostalgia. Trató de ser positivo, pensando
en lo afortunado que había sido de haber podido disfrutar de su maravillosa compañía durante
años.
Al cabo de un largo tiempo al galope, decidieron parar en una fuente y descansar. Lo
primero que hicieron Pirmas y Tarseo fue decirle a Milene que sentían lo de su familia y
mostrarle su apoyo. Ésta se lo agradeció y les dijo que necesitaba estar un poco a solas, lo cual
entendieron perfectamente.
Mientras Milene se fue a pasear sola y a sentir su pena, Tarseo hizo a Pirmas una pregunta
muy interesante:
–¿Cómo sabremos llegar a la Escuela de Mergos? ¿Tenemos que seguir la ruta a través
de la Medania y la Carania por las ciudades de Fenes, Maur y Tensnar? ¿O tal vez la de la
Kaftaria por Gernes, Ten y Krali? ¿O la de la Atinia por Gauri y Nats?
Tarseo sacó un mapa que había cogido del sur del Reino de Zan y marcó con un trozo de
carboncillo dichas rutas.
–Buena pregunta –respondió Pirmas–.
–Para ir a la Escuela sabemos que tenemos que ir hacia el sur y atravesar los Montes
Zángor, pero éstos son muy grandes, ya que se extienden a lo largo de toda la frontera sur del
reino, y no sabemos por qué punto específico hay que cruzarlos. Una vez los cruzásemos, nos
encontraríamos unas selvas inmensas. ¿Es que has estado alguna vez allí?
–No, pero dentro de mi bolsa he traído el Decimocuarto Manuscrito.
–¿El Decimocuarto Manuscrito? –preguntó Tarseo atónito, ya que era la primera noticia
que tenía del mismo–.
–Sí, el Decimocuarto Manuscrito contiene la ruta para llegar a la Escuela de Mergos
–explicó Pirmas a la vez que sacaba ese manuscrito de su bolsa y lo desenrollaba–. El problema
es que la ruta no está en forma de mapa, sino de símbolos secretos.
–¿De símbolos secretos? –preguntó de nuevo Tarseo sin entender nada–.
–Sí, de símbolos que tendremos que descifrar –expuso Pirmas enseñándoselos a Tarseo,
quien acercó su cabeza a los mismos mientras arrugaba la frente con aire de no entender–.
El manuscrito está codificado de esta manera para que, en caso de ser interceptado por
las autoridades, no descubran el camino y puedan llegar hasta la Escuela de Mergos para
destruirla.
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Las tres rutas hacia los Montes Zángor
Tarseo estaba, por un lado, maravillado, pero, por otro, dudaba de que con aquello
pudiesen llegar a su destino.
–Vamos a ver. El primer símbolo es una torre alta rodeada de árboles –observó Pirmas
reflexivo–. ¿Qué significará eso?
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El símbolo de la torre rodeada de árboles
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2. El secreto de las conductas
T
arseo dijo escéptico:
–Zan está lleno de torres de vigilancia. Todas las ciudades y todos los castillos
tienen.
–Y además, hay muchas torres vigías por el campo y los montes –añadió Pirmas–.
–Debe ser una torre vigía en medio de un bosque –opinó su ayudante–.
El comerciante se quedó pensativo un buen rato mientras Tarseo iba haciendo sus
comentarios, hasta que Pirmas se dio cuenta de algo:
–Fíjate que la torre es muchísimo más alta que los árboles. Debe ser una torre muy alta.
–¿Y dónde están las torres más altas del reino? –preguntó el aprendiz excitado–.
–Pues no estoy muy seguro. Sé que hay torres altas en Mernes y en Zelestres, que es una
ciudad de la Baja Kaftaria.
–Yo he oído que también hay torres altas en Bonguerés.
–Sí, y creo que también en Amraki, que está en la Medania.
Pirmas siguió reflexionando y añadió:
–Y en Claudes, que es una ciudad de la Kasnia en la frontera con el reino de Somergues…
y también en Gor, en la Turonia Occidental.
–Tiene que ser en el sur –dijo Tarseo–, por lo que sólo puede ser Amraki o Gor.
–Efectivamente.
–¿Y lo de los árboles? –preguntó Tarseo escéptico– Si es una torre de una ciudad, no tiene
sentido que esté rodeada de árboles.
Aquel comentario tenía mucho sentido, por lo que se quedaron pensando durante un rato,
ya que ni Amraki ni Gor estaban rodeadas de árboles, sino de campos.
–Tal vez no es ninguno de esos lugares –dijo Tarseo–. He oído que en lo alto de una
montaña del País de los Sínaros hay una pequeña ciudad llamada Motres, cerca de la frontera
con Somergues, que sí está rodeada de bosques. Es una ciudad amurallada en la que hay una
torre.
–Sí, pero creo que no es especialmente alta y además está en el norte –replicó Pirmas
desilusionado–.
Continuaron pensando durante un rato hasta que Pirmas se dio cuenta de un detalle y
exclamó exaltado:
–¡Ya sé! Debe ser Amraki. Fíjate bien en el dibujo: son árboles sin hojas. En Amraki hay
una torre muy alta justo en medio del barrio de los madereros. La ciudad es famosa por sus
industrias de la madera. La Medania está llena de bosques cuyos árboles talan y llevan los
troncos a Amraki para convertirlos en vigas, columnas talladas, arcos, muebles, esculturas …
de tal calidad y belleza y prestigio que no sólo se venden por todo el Reino de Zan, sino en
otros reinos.
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–¡Es verdad! –se entusiasmó Tarseo– Parece un mapa pensado para ser descifrado por
comerciantes y artesanos.
–Así es –sonrió Pirmas–.
Tarseo borró del mapa las tres rutas que había marcado y dibujó con su carboncillo una
flecha entre Mernes y Amraki.
La ruta hacia Amraki
Cuando Milene regresó de su paseo solitario, emprendieron la marcha en dirección sudeste
hacia Amraki. Todos tenían una mezcla de sensaciones, de las que los tres eran conscientes.
Milene estaba muy alicaída y Tarseo y Pirmas lo sentían por ella. Todos sabían que aquella
escapada era muy arriesgada y temían que en cualquier momento los encontrasen, torturasen y
ejecutasen. Pero, al mismo tiempo, todos tenían una sensación de aventura. Si tuviesen suerte,
podrían explorar las regiones del sur, sus ciudades, los temidos Montes Zángor, el misterioso
territorio de los Tualug y sobre todo la legendaria Escuela de Mergos. Todo ello les daba una
cierta excitación y fascinación.
Reemprendieron la marcha campo a través con los caballos. Al cabo de un buen trecho
hicieron otra pausa al lado de un arroyo. Comieron algo, deleitándose con el sonido del agua
que fluía, y Pirmas le preguntó a Milene si le apetecía que le leyese el manuscrito del Quinto
Camino. Ésta estuvo de acuerdo y Pirmas procedió a la lectura:
–Manuscrito del Quinto Camino, relativo al Entrenamiento de las Conductas. El
entrenamiento de las conductas consiste en hacer aquello que nos haga sentir realmente bien,
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tanto a corto como a largo plazo. Éste Camino también se compone de una doble vía: cultivar
hábitos saludables y vivir conforme a lo que somos.
–No acabo de entender.
–Vayamos por partes. Las conductas son todo aquello que hacemos. Conforme las vamos
repitiendo a lo largo del tiempo se van convirtiendo en hábitos o pautas de comportamiento.
–Vale, pero ¿a qué te refieres con eso de corto y largo plazo?
–Pues a que algunas conductas, como beber mucho vino o cerveza, nos pueden hacer
sentir bien en el momento, pero a la larga pueden acabar dañando nuestra salud y hacernos
sentir mal.
En la Región de Mernes, numerosos revolucionarios estaban escapando de la capital
por caminos y campo a través. Los guerreros del rey los perseguían y apresaban a los que
podían.
Pirmas apoyó su espalda en un árbol continuó con la lectura:
–Los hábitos saludables, agradables o positivos son aquellos que nos hacen sentir bien.
–¿Como cuáles?
–Pues como descansar cuando lo necesitamos o hacer ejercicio físico moderado.
–Entiendo.
–En cambio, los hábitos desagradables, negativos o destructivos son los que nos harán
sentir mal tarde o temprano.
–¿Como consumir un exceso de alcohol o de otras sustancias nocivas?
–Exacto. De lo que se trata es de ir incorporando progresivamente a nuestra vida diaria
pautas de comportamiento saludables.
–¿Y qué otros hábitos saludables hay? –preguntó Milene con cierta impaciencia–.
–Posiblemente aquellos hábitos que conviene incorporar de forma prioritaria, si todavía
no forman parte de nuestra vida, son desarrollar las relaciones satisfactorias y las habilidades
sociales, cultivar la solidaridad y el altruismo, trabajar y ahorrar razonablemente, dormir horas
suficientes y de calidad.
En Mernes, el marido de Burguda, el coronel Tealor Amos-Santia, estaba destrozado por
la muerte de su esposa. Siempre había sido una persona muy dependiente de su mujer y gran
parte de su vida giraba alrededor de ella: se volcaba en ella, necesitaba casi constantemente de
ella, le costaba separarse de ella, controlaba sus salidas hasta el extremo de resultar agobiante,
era celoso, precisaba que le asegurase constantemente que lo quería, le consultaba todas
sus decisiones. Ahora que había fallecido su esposa, lo estaba pasando muy mal. Se sentía
totalmente desorientado y perdido, como si no fuese nadie sin ella.
Desde que se enteró de este suceso tan trágico para él no paró de hacer averiguaciones
sobre las causas de aquel estrangulamiento. Preguntó a su hija Festa y a todas las personas de
su palacete.
La única persona que le pudo aportar alguna información interesante fue la sirvienta
de más confianza de su fallecida esposa, quien le comentó que, poco antes del asesinato, su
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señora Burguda le había encomendado la misión de intentar sobornar a una sirvienta de la
reina en relación con las infidelidades de ésta con Orgomar. Gracias a aquella información el
coronel Tealor sospechó quién podía estar detrás de aquella misteriosa muerte.
Pirmas seguía enumerando los hábitos saludables:
–Tener el descanso que necesitamos también cuando estamos despiertos, tener ratos de
ocio placentero, tener una dieta sana, cuidar de nuestra salud, vivir a nuestro ritmo y simplificar
nuestra vida, tomar el sol y el aire libre.
–No tan rápido, que me cuesta seguirte.
Pirmas se puso a hablar más despacio:
–Otros hábitos saludables que podemos ir incorporando gradualmente, si lo estimamos
conveniente, son poner orden en nuestra vida y nuestras cosas, satisfacer nuestras necesidades
de estabilidad y de cambio, proporcionar a nuestro cuerpo la temperatura adecuada, fijarnos
metas realistas y trabajar en conseguirlas...
En ese momento pasó un comerciante que iba a caballo en dirección hacia Mernes. Milene
se acordó de que había prometido a su hermanastro Fileo que iría a visitarle al orfelinato
cuando pudiese, así como a la ancianita Ansafagana que iría a verla al asilo al que la llevó tras
la muerte de su hijo en el Hospital del Norte.
Por ello le pidió al comerciante que por favor llevase un mensaje a su amiga Ganudia,
explicándole el por qué. Aquél aceptó y Milene redactó una carta. La entregó al mercader, le
dio una moneda y le dijo dónde podría encontrar a Ganudia.
El comerciante partió y Milene se más quedó tranquila de pensar que no fallaría al niño
ni a la pobre ancianita. Pirmas siguió enumerando hábitos saludables:
–Aprender cosas nuevas, autorrealizarnos creativamente, satisfacer nuestras necesidades
estéticas, de espacio propio, de exploración y aventura y de unión con la naturaleza. Al ir
introduciendo estas pautas de comportamiento agradables nos vamos creando un estilo de
vida sano y equilibrado.
Milene estaba abrumada con lo que le leía Pirmas, exclamando:
–¡Pero los hábitos son difíciles de cambiar!
–No es algo fácil, pero podemos desarrollar nuevas pautas de comportamiento saludables
si las ejercitamos durante suficiente tiempo. Se trata de empezar por algún hábito y cuando lo
hayamos incorporado a nuestra vida ir a por otros.
El tendero detuvo la lectura cuando vio a un grupo de revolucionarios fugitivos galopando
velozmente hacia el sur. Se los quedaron mirando, nerviosos, y Milene exclamó:
–¡Pero da tanta pereza cambiar ciertas inercias!
–Para hacerlo más fácil, puedes ensayar primero mentalmente el cambio de hábito
mediante visualizaciones y afirmaciones y luego vas introduciendo en tu vida real la nueva
pauta de forma gradual y suave, aunque con decisión y compromiso.
–¿Y en qué consisten las habilidades sociales, la alimentación sana y el resto de pautas?
–preguntó Milene impaciente–.
–Eso se explica en los ocho Manuscritos de las Necesidades. Ahora déjame que termine
este manuscrito:
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