La ciencia de la alquimia

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La ciencia de la alquimia
Tim Wyatt*
“La alquimia está asociada a Egipto, donde se ligó a la figura mítica y compleja de
Hermes Trimegistro, el “tres veces grande”. Es de su nombre que derivamos la palabra
hermético, aunque la alquimia sea también muchas veces llamada el arte real o arte
noble”
La alquimia es considerada la ciencia transformadora última. A lo largo de sus copiosos escritos,
Helena Blatvasky hace frecuentes referencias a ese misterioso proceso de transmutación – sea de
hombres o de metales. En Isis sin Velo nos dice: “La alquimia es tan vieja como la propia tradición”. En
La Doctrina Secreta, Blatvasky asegura que la alquimia se desarrolló en la Atlántida y se perfeccionó
en Extremo Oriente, antes de ser exportada hacia Egipto y después fue difundida en Europa.
Blatvasky describe la alquimia como “magia magnética”, y dice que al lado de la purificación de
substancias básicas de espíritus humanos imperfectos, existía un tercer elemento perdido: “la
consciente inmortalidad del espíritu”.
La alquimia está asociada a Egipto, donde se ligó a la mítica y compleja figura de Hermes Trimegistro,
el tres veces grande. Es de su nombre que derivamos la palabra hermético, aunque la alquimia sea
también muchas veces llamada arte real o arte noble. La alquimia fue practicada en Grecia, en
Mesopotamia, así como en la India. Llegó a Occidente, donde se estableció, por medio de adeptos
islámicos como Jabir.
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En la edad aurea de la alquimia en la Europa, en los siglos XIV al XVIII, hay innumerables relatos bien
documentados, de adeptos que forjaron la codiciada piedra filosofal y transformaron metales
mundanos en oro. Se decía que todos los metales aspiraban a ser oro, la alquimia era una ciencia que
podía sanarlos de las imperfecciones. Algunas ciudades se jactaban de tener literalmente millares de
alquimistas practicantes. Individuos como Ramón Llull, Nicholas Famel, Bernard de Treviso y Thomas
Vaughan realizaron experimentos delante de testigos escépticos. Había muchos otros practicantes
aparentemente exitosos, mas estos eran mucho menos numerosos que los charlatanes.
La ascensión del racionalismo y de la ciencia desvió el arte hermético de la materia hacia el espíritu.
Alambiques burbujeantes dieron lugar a nociones de alquimia espiritual y a la evaluación personal. La
alquimia fue incorporada a innumerables organizaciones ocultas, de los Rosacruces a la Golden Dawn.
Mas algunos adeptos continuaron realizando experimentos como la manipulación de la materia no
con el fin de producir oro a partir del plomo, sino más bien de manipular un elixir de vida que curaría
enfermedades y prolongaría la vida indefinidamente.
PARACELSO
CAGLIOSTRO
Paracelso (1.493 – 1.541) era tan alquimista como médico, y reclamaba de los métodos médicos
tradicionales basados en los cuatro humores de la medicina galénica. Es conocido como el padre de la
medicina moderna, a causa de su radical y revolucionario abordaje a la curación de las
enfermedades. Sus ideas pueden ser mejor apreciadas en la homeopatía, que utiliza rasgos casi
imperceptibles de substancias en la sanación. Para él el alquimista practicante era la figura central de
todo el proceso. “Usted no transmutará nada si primero no se ha transmutado a si mismo”, afirmó.
Alrededor del siglo XX la alquimia se tornó casi en una ciencia metafísica de transformación personal,
que permaneció en apenas un pequeño círculo de alquimistas prácticos. El francés Dubuis, alquimista
e influyente científico, definió el arte hermético como la ciencia de manipular la vida y la consciencia
en la materia para curarla de su desarmonía interior. Aseveraba que las operaciones alquímicas
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exitosas podrían permitir que la consciencia de la materia fuese transformada de tal manera que cien
millones de años de evolución podrían ser reducidos a un periodo de dos meses.
Los misterios del oro
En 1.909, H. Spencer Lewis, responsable del resurgimiento del movimiento Rosacruz, se hizo famoso
al transformar ante testigos zinc en oro. Al mismo tiempo, los principales miembros de la Sociedad
Teosófica también estaban explorando la manipulación de la materia. Annie Besant y C. W.
Leadbeater dirigieron extensos experimentos en lo que llamaban química oculta. Leadbeater, que
descubrió que los átomos eran diferentes de cómo los científicos imaginaban, usó la psicocinesis para
transformar moléculas. La química oculta permaneció como un área descuidada de investigación
hasta ser reactivada en 1970 por científicos como S. M. Phillips y E. Lester Smith.
Otros investigadores, como el inglés Archibald Cockren, también se sumergieron en la investigación
de los medios alquímicos para curar dolencias. Durante la guerra, Cockren publicó un fascinante
relato sobre cómo había producido remedios a partir de metales purificados, usando en gran parte,
las técnicas de Paracelso. Cockren afirmó haber extraído la “quintaesencia” de metales que pueden
ser usados para curar dolencias. Enfatizó que la medicina convencional, alopática, administraba los
remedios bajo la forma bruta. Y agregó: “Al administrar un metal, por ejemplo, se debe entender que
el cuerpo de un metal es inútil; como remedio no puede curar; solamente la esencia es curativa.” A
pesar de la investigación de largo alcance y del éxito en el tratamiento de los pacientes, su trabajo fue
en gran parte ignorado y sus ideas cayeron en la obscuridad.
El escepticismo científico selló el destino de otros descubrimientos científicos importantes. En Francia
después de la Segunda Gran Guerra, Armand Barbault realizó una investigación intensiva usando
plantas y rocío nocturno como materia básica. Como en la labranza biodinámica de Rudolf Steiner, el
rocío era recogido en el momento adecuado de acuerdo con un periodo astrológico. Durante tres
años Barbault realizó una serie de destilaciones cíclicas y produjo un oro potable. El laboratorio más
sofisticado existente en la época no consiguió identificar lo que era esa bebida. Aunque el
medicamento tuviese resultados espectaculares en pacientes terminales, los científicos hicieron poco
caso de Barbault y las compañías farmacéuticas no mostraron interés en la substancia, que era
comercialmente inviable debido al extenso tiempo de preparación.
Más recientemente se descubrió que el oro posee propiedades notables en estado de alta rotación o
monoatómico. Se llega a esto calentando la substancia, normalmente durante quince segundos. No
obstante, investigadores de la Academia Rusa de Ciencias descubrieron que, prolongando el
calentamiento hacia 300 segundos, la estructura atómica del oro es modificada.
Según el doctor Hal Puthoff, director del Institute for Advanced Studies, en los EE. UU., cuando eso
sucede el oro pierde el 44 % de su peso. Pero en tanto que el oro monoatómico es enfriado, se torna
más pesado, a veces varias centenas por ciento del peso original. Cuando la substancia era calentada,
sin embargo, descubríamos que pesaba menos que nada, y sucedía algo bizarro: el polvo blanco en
que se había transformado desaparecía completamente.
Ese polvo blanco podría ser la substancia enigmática de los alquimistas. El oro monoatómico está
siendo saludado como una substancia milagrosa que puede tener efectos de largo alcance en
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medicina, con potencial para curar deficiencias del sistema inmunológico, como en el caso del SIDA o
del cáncer. Se dice también que tiene enorme potencial industrial para el desarrollo de pilas
termoeléctricas, porque es un superconductor que no ofrece resistencia. Existen incluso gestiones de
que el oro en ese estado podría ser clave para el tele transporte de la materia.
¿Podría ser esta substancia la piedra filosofal de los alquimistas? Laurence Gardner sugiere que la
piedra filosofal podría ser un polvo blanco llamado mfkt por los egipcios, shemanna por los
mesopotámicos y maná (el alimento de los dioses por los israelitas). Ilustraciones egipcias muestran
un polvo blanco con propiedades dinamizadoras de la vida usadas para asar tortas para los faraones y
para la casta sacerdotal.
En el inicio del siglo XX, el arqueólogo inglés William Flinders Petrie encontró una pila de polvo blanco
en las excavaciones en el monte Horeb, el bíblico monte Sinaí donde Moisés recibió los Diez
Mandamientos. Petrie descubrió crisoles y grandes cantidades de ese polvo que parece haber sido
una fábrica de maná.
La Biblia da algunos indicios sobre esto. En el capítulo 32 del Éxodo, Moisés, al retornar de la
montaña, se enfureció porque sus compatriotas transformaron todo el oro en la estatua de un
becerro. La historia dice que Moisés hizo arder el oro en el suelo hasta transformarlo en un polvo
blanco, lo mezcló con agua y con eso alimentó a los israelitas. ¿Sabría Moisés algo que la ciencia
moderna solo ahora está redescubriendo?
Tym Wyatt.- Escritor y conferenciante, investigador de ciencias ocultas y miembro de la S. T en
Inglaterra.
Sophia. Brasil. (Jul. – Ago. 2014)
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