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África y las empresas transnacionales
Oscar Mateos. Revista 1948, Núm. 34. África ha sido históricamente
el continente maltratado. Desde hace muchos siglos y a través de
diferentes etapas y prácticas (esclavitud, colonialismo, Guerra Fría,
globalización neoliberal) las sociedades africanas han conocido de
forma sistemática la explotación y utilización de sus recursos y
personas. Tal y como reconocen la mayoría de historiadores y
analistas del tema, esta dinámica ha sido fruto de la constante
expansión capitalista, de los intereses occidentales hacia el continente,
y de la connivencia mostrada por las élites africanas.
En la era de la globalización, África sufre lo que algunas voces han denominado como la
“maldición de los recursos”. Ciertamente, África es una tierra rica en todo tipo de recursos
naturales y minerales: el continente posee el 99% de las reservas mundiales de cromo, el 85%
de las de platino, el 70% de las de tantalita, el 68% de cobalto o el 54% de las de oro.
También tiene reservas significativas de petróleo y de gas, siendo Nigeria o Libia dos de los
principales productores mundiales, o notables depósitos de madera, diamantes o bauxita. Sin
embargo, el gran drama africano, la maldición en toda regla, es que estos recursos y la
presencia de empresas transnacionales, no son una fuente de bienestar y desarrollo para los
pueblos africanos, sino que, al contrario, generan nuevas dinámicas de explotación , tienen un
extraordinario impacto ambiental o perpetúan y alimentan un gran número de conflictos
armados.
Existen algunos ejemplos de esto. En la República Democrática del Congo, país donde desde
finales de los noventa tiene lugar la que ha sido bautizada como la “Primera Guerra Mundial
Africana” y donde se estima que más de cuatro millones de personas podrían haber muerto
como consecuencia directa o indirecta del conflicto armado, el papel de las empresas
transnacionales ha sido aberrante. Las Naciones Unidas publicaron un informe en el año 2002
en el que denunciaban la implicación directa de multitud de empresas extranjeras en el
conflicto y en la explotación de numerosos minerales, especialmente del coltan, fundamental
para la fabricación de teléfonos móviles u otras tecnologías. A pesar de que dicho informe
revelaba nombres y apellidos de muchas de estas empresas y de algunos de sus principales
responsables, la impunidad ha sido hasta hoy la única respuesta.
Otro caso es el de Pfizer en Nigeria. La multinacional farmacéutica fue acusada de contribuir
a la muerte de once niños y de provocar heridas a cerca de otros 200 como consecuencia de
las pruebas para constatar la eficacia del medicamento Trovan. De hecho, el caso inspiró a
John Le Carré a escribir “El jardinero fiel”, que luego sería llevada al cine. Las autoridades
del estado nigeriano de Kano llevaron a los tribunales en 2007 a la compañía, y aunque en un
principio Pfizer alegó que las muertes fueron debidas a una epidemia de meningitis y no al
medicamento, recientemente aceptó pagar una indemnización de 55 millones de euros para
evitar el juicio.
En el Delta del Níger (también en Nigeria), la petrolera anglo-holandesa Shell aceptó pagar
una indemnización de once millones de euros a los familiares de los nueve activistas de la
etnia Ogoni liderados por el poeta Ken Saro Wiwa. Estos fueron ejecutados en 1995 por el
dictador Sani Abacha por denunciar la contaminación que la compañía estaba causando en su
región. Shell evitaba así sentarse ante un tribunal y justificar las denuncias que aseguraban
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que había provisto con armas a los soldados encargados de reprimir las protestas contra la
acción de la compañía.
Los ejemplos son numerosos: el papel de la compañía diamantífera De Beers en la guerra de
Sierra Leona, la presencia de Nestlé con la explotación del cacao en Costa de Marfil, las
complicidades de las petroleras en los conflictos en Sudán o Angola, la rapiña de la industria
de la madera en Liberia (se calcula que se han destruido hasta el momento el 70% de los
bosques tropicales de África para la extracción de madera destinada fundamentalmente a
Europa y Estados Unidos), y un largo etcétera. Últimamente, muchos denuncian como la
expansión ya no sólo occidental sino de China en África (que busca nuevos territorios y
espacios donde poder crecer) está suponiendo la compra indiscriminada de tierras para la
explotación agrícola o industrial, utilizando la mano de obra barata de los africanos y sin
ningún tipo de control sobre los extraordinarios impactos al medio ambiente.
El panorama es dramático y la ausencia de los derechos humanos es flagrante. En los últimos
años, numeras organizaciones y movimientos sociales, internacionales y africanos, han
logrado articular algunas iniciativas que pongan freno a esta dinámica. El “Proceso de
Kimberley”, que trataba de regular la procedencia de diamantes de zonas de conflicto, o la
emergencia de algunos códigos de conducta para las empresas, no obstante, son más una
anécdota que un avance sustancial en materia de derechos humanos. En los últimos meses, las
Naciones Unidas han sugerido la posibilidad de crear un Tribunal Internacional que
juzgue los crímenes de las empresas transnacionales que “se resisten a asumir
responsabilidades por los impactos de sus actividades y la vulneración de los derechos
humanos y colectivos”. Una propuesta que podría suponer un primer paso hacia el fin de la
impunidad de estas compañías y la injusticia social en el continente africano.
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