Clase 3: La Revolución Industrial en Inglaterra Síntesis El mundo

Anuncio
Clase 3: La Revolución Industrial en Inglaterra
Síntesis
El mundo contemporáneo tiene como otro de sus más decisivos aportes históricos el
de haber creado una nueva economía mundial o, en términos más globales, un nuevo
sistema económico mundial. Seguramente, no existe en toda esta nueva etapa
histórica un cambio con la inmensa trascendencia que el producido en las estructuras
económicas y sociales, que en menos de doscientos años ha llevado a la humanidad a
modificar de una manera tan intensa sus condiciones de vida como no se había hecho
en los milenios anteriores de su historia. Habitualmente se dice
que el adelanto
representado por el industrialismo sólo es comparable al que supuso la difusión de la
cultura neolítica
En esta clase comenzaremos a estudiar el proceso histórico denominado
habitualmente como Revolución Industrial. En la próxima publicaremos la consigna
del primer parcial domiciliario obligatorio. Las fechas previstas para su entrega
han sido modificadas y se las comunicaremos con la anticipación necesaria.
Interrogantes
¿Qué es una revolución? ¿Cuáles son las diferencias entre un país agrícola y otro
industrial? ¿A qué denominamos "sociedad capitalista"? ¿Por qué fue Inglaterra, un
país pequeño y poco poblado, el escenario donde se desencadenó por primera vez la
Revolución Industrial? ¿ Cómo es posible que de una sociedad agrícola surja una
sociedad industrial? ¿ En qué consistió la modernización de la industria de tejidos de
telas de algodón? ¿ cuál fue la chispa que encendió la industrialización ? ¿El mercado
interno o externo?
Desarrollo
¿QUE ES LA REVOLUCION INDUSTRIAL?
Un mundo que cambia
Para entender la profundidad de los cambios a los que vamos a referirnos,
primero tendríamos que ocuparnos del significado de un término que ya hemos usado
varias veces: “revolución”. En realidad, el concepto de “revolución” es tomado de la
Física y en esa disciplina sirve para definir el giro de un objeto sobre su eje. De allí lo
toman las ciencias sociales y lo usan por analogía, para indicar cuándo una situación
sufre un cambio total. Un cambio que es a la vez rápido, profundo y que significa la
desaparición del modelo anterior y la aparición de uno nuevo. El término “revolución”
suele utilizarse en forma abusiva para hacer referencia a cambios parciales que, en
definitiva, no son verdaderamente “revolucionarios”. Pero de ninguna manera resulta
exagerado emplearlo para referirse a la doble revolución que se produce
simultáneamente en Francia e Inglaterra.
En la segunda mitad del siglo XVIII, la Revolución Francesa partió en dos la
historia política de Europa de una manera tan espectacular que nadie que viviera en
esos tiempos pudo mantenerse indiferente. Significó el hundimiento de la monarquía
absoluta y su reemplazo al poco tiempo por una república dirigida por burgueses, en el
marco de sangrientas luchas internas y largas guerras con otros países. En la misma
época comenzaba en Inglaterra la Revolución Industrial, un fenómeno que produjo
transformaciones aún más profundas en la sociedad pero mucho menos fáciles de
percibir a simple vista. Por lo tanto, esa segunda serie de transformaciones se
desarrolló sin que nadie dijera que había ocurrido una “revolución” hasta mucho
tiempo después.
Esta revolución "secreta" transforma a la industria en la actividad más importante
de la economía y desplaza a un segundo plano a las actividades rurales, que habían
sido las principales y habían regido la vida de los hombres desde que se descubriera
la agricultura en el neolítico, diez mil años antes. Pero las consecuencias de esa
modificación en la economía se refleja en todos los aspectos de la vida de los
hombres.
Para comprender la magnitud de los cambios que este proceso desencadena a
largo plazo es necesario recurrir a la comparación.
En un país agrícola (como eran por entonces los europeos), más de un 80% de la
población trabaja y vive en el campo; la esperanza de vida al nacer es de 30 años;
más de la mitad de los ingresos personales se destinan a la alimentación y no
alcanzan en los frecuentes años de plaga de hambre para adquirir la comida necesaria
para subsistir.
En un país industrializado, en cambio, sólo reside en el campo entre el 5 y el 10%
de las personas y la inmensa mayoría vive en las ciudades; la esperanza de vida
supera los 60 años; desaparece la amenaza del hambre porque sea insuficiente la
producción de alimentos y las personas no gastan en comida más de la cuarta parte
de su dinero, pudiendo destinar la mayor parte de sus recursos a satisfacer otras
necesidades.
En ese nuevo mundo, como dijimos, la mayoría de los hombres se ha
transformado de campesinos en obreros que trabajan en las de máquinas impulsadas
por nuevas formas de energía. Pero en realidad, los cambios son innumerables y
afectan diversos aspectos de la vida cotidiana de una forma muy completa y sobre la
que pocas veces nos detenemos a pensar. Pongamos sólo dos casos.
Tomemos el ejemplo de la adolescencia. Ahora bien, la “adolescencia” no es una
etapa de la vida determinada por la biología sino por la cultura. Que exista un período
de transición entre el niño y el adulto, una especie de etapa de preparación hasta estar
posibilitado a cumplir con lo que se espera de una persona madura no está
básicamente en la naturaleza sino en las características de la sociedad. Pensemos,
por ejemplo, en quiénes son los grandes amantes de la literatura: Romeo y Julieta, dos
chicos de catorce y trece años respectivamente. Claro que se trató de un amor trágico
y que sus padres se opusieron, pero no por su juventud sino por la rivalidad que había
entre ambas familias. El tema de que son demasiado jóvenes (aunque lo eran, aún
para la época) nunca es planteado en el drama de Shakespeare. ¿Por qué? Porque en
una sociedad donde la expectativa de vida era mucho más corta, todo (incluidas las
relaciones amorosas) comenzaba antes porque también la frontera del fin de la
existencia estaba mucho más cercana. La adolescencia es una categoría
relativamente nueva que aparece en las sociedades urbano - industriales y que
involucra especialmente a los sectores medios. Dentro de las necesidades de
preparación para la vida adulta está ir a la escuela. En comunidades preindustriales,
¿sería necesario leer y escribir cuando los conocimientos necesarios para cultivar o
tejer podían transmitirse oralmente de generación en generación? Pongamos un
ejemplo: a principios del siglo XVIII, solo 30 de cada cien franceses tenía instrucción,
si consideramos como “instrucción” la simple capacidad de poder firmar el propio
nombre. Por supuesto, el analfabetismo era mucho mayor en algunos grupos,
especialmente en los campesinos y en las mujeres. Algo de esto puede aún verse aún
hoy. Los jóvenes campesinos pobres se integran mucho más rápidamente al trabajo y
a las responsabilidades de la vida adulta abandonando muchas veces la escuela, lo
que es un problema que los gobiernos deben resolver.
Si nos vamos al otro extremo de la escala de edades, nos encontramos con la
cuestión de los ancianos. Contrariamente a lo que pasaba en las sociedades
tradicionales, los viejos no tienen un lugar en las sociedades que se han modernizado
aunque sea en parte y suelen ser una molestia para los extraños y aún para sus
propios familiares. ¿Por qué? En una sociedad agrícola, el anciano era el sabio, el
depositario de la experiencia, quien mejor comprendía los ciclos de la naturaleza, las
técnicas de cultivo y, en general, todos los conocimientos significativos. Hoy, cuando
una computadora lanzada al mercado sólo es la más nueva por un lapso (según
calculan los informáticos) de seis meses, con las personas pasa exactamente lo
mismo. Las cosas y la gente pasan de moda casi con la misma rapidez. ¿Quién sabe
más: un ingeniero recién recibido o uno de cincuenta años? En general, podríamos
decir que el primero. La experiencia que acumuló el segundo no sirve. Es - por el
contrario - un obstáculo para entender las nuevas técnicas. El mundo para el que se
preparó ya no existe. Y así lo entienden los empresarios, que en muchas áreas no
emplean a profesionales veteranos.
Tal vez, en una sociedad tan inestable, la única tradición que resulte posible sea
la del cambio permanente.
En definitiva, un mundo con nuevas oportunidades y también con nuevos
problemas.
Una sociedad distinta: una sociedad capitalista.
Las máquinas y la energía que las mueve son únicamente los fenómenos que
pueden verse más fácilmente de los profundos cambios económicos, sociales y
culturales que provoca la Revolución Industrial. Detrás de esas innovaciones
espectaculares (y lo que realmente las explica), está la lenta aparición, desarrollo y
triunfo del sistema capitalista.
El capitalismo comienza a desarrollarse en la Edad Media, cuando surge una
nueva clase social: la burguesía, cuya dinámico accionar económico empieza a
erosionar lentamente al mundo agrario feudal. Entre los siglos XI y XIII una pujante
actividad comercial y de producción artesanal florece en las ciudades del norte de
Italia, Francia y el sur de los Países Bajos. A principios del siglo XVI estas actividades
se desarrollan como consecuencia del descubrimiento de América. A partir de ese
momento, tres continentes que estaban separados (Europa, Asia y América) se unen
desde el punto de vista comercial y comienza la integración del mundo y la formación
de un mercado mundial. Es decir, que productos de cada uno de estos continentes se
venderá en cualquiera de los otros. Sin embargo, una grave crisis frenó la prosperidad
de las dos regiones que habían sido el origen del renacimiento comercial (Italia y sur
de los Países Bajos) y el centro económico de Europa se desplaza en el siglo XVII a
Holanda y a Inglaterra.
De las dos, Inglaterra fue la primera en industrializarse. Allí el capitalismo triunfa
verdaderamente cuando a fines del siglo XVIII se utilizan máquinas para fabricar
primero telas y luego prácticamente todos los productos.
Los cambios que se producen a partir de ese momento son espectaculares. Sólo
mencionaremos algunas de esas transformaciones. La máquina domina la forma de
producir bienes al aventajar a la herramienta manual en velocidad y continuidad. Ya no
es el conocimiento técnico de los artesanos y su pericia para realizar el trabajo lo que
determina la calidad de lo que se fabrica sino que la máquina determina el costo, el
precio y la calidad del producto. Estas máquinas no estarán instaladas en pequeños
talleres como eran los que tenían los artesanos durante la Edad Media, sino que
necesitarán de amplios espacios donde instalarlas. Aparecen las fábricas donde,
además, se concentran gran cantidad de personas que cumplen un horario de trabajo
riguroso, a diferencia del número reducido de aprendices y oficiales que rodeaban al
maestro en el taller artesanal.
Además, para quienes trabajaban en la producción artesanal el acceso a las
herramientas era posible porque su costo era relativamente bajo y los oficiales podían
transformarse en maestros si demostraban con un examen que conocían a fondo su
oficio. Con la Revolución Industrial los equipos e instalaciones son muy costosos, por
lo tanto desaparece toda posibilidad de movilidad social para que los trabajadores se
transformaran en empresarios y quedan claramente separados por un lado los
propietarios de las fábricas (que son dueños también de lo que se produce), y por otra
parte quienes no pueden acceder a la propiedad y no tienen más alternativa que
trabajar por un salario. Esta diferenciación clara entre empresarios y obreros está lejos
del mundo relativamente más igualitario de la producción artesanal de la Edad Media.
Por
otra parte,
las máquinas ahorran esfuerzo y sólo requieren ser
complementadas por el trabajo humano. Por lo tanto, ya no es necesario que los
trabajadores adquirieran un conocimiento técnico para poder trabajar. Esto último
permite incorporar como mano de obra a las fábricas a las mujeres y a los niños.
El capitalismo, que tiene sus orígenes más remotos en el siglo XI, toma su
forma definitiva en el siglo XVIII, se extiende por el mundo en el siglo XIX. En términos
muy generales, podemos decir que dos son las características fundamentales de este
sistema económico:
En primer lugar, en el capitalismo se busca siempre la ganancia. Las cosas
se fabrican siempre que entre lo que cuesta producirlas y venderlas haya un margen a
favor del productor que éste considere satisfactorio.
En segundo término, en la sociedad a la que esta economía da origen hay
una diferencia muy marcada entre quienes son dueños de las empresas y
quienes trabajan en ellas. Los trabajadores no son dueños de sus herramientas o de
usar una parcela de tierra. Sus ingresos provienen sólo de lo que se les paga por
trabajar, o sea, de su salario.
Por último, podríamos agregar en relación con lo anterior que aunque hay
muchísimas cosas que los diferencian, estos dos grupos tienen algo en común: las
ganancias de los dueños de las empresas y los sueldos que reciben los trabajadores
se cobran y se calculan solamente en dinero. Porque, a diferencia de lo que había
ocurrido hasta ese entonces, la economía capitalista es exclusivamente monetaria.
En síntesis, paso de la manufactura a la maquinofactura; aparición del sistema
fabril; triunfo de la burguesía y aparición de una nueva clase social, la clase obrera;
incorporación de la mano de obra femenina a la industria y, en los primeros tiempos,
del trabajo infantil. ¿Estos son todos los cambios? En realidad, las transformaciones
son múltiples: desarrollo de mercados nacionales e internacionales para asegurar la
venta de los bienes que las fábricas producen sin cesar en Inglaterra; cambio del
carácter del comercio internacional, que a partir de la Revolución Industrial está
basado en la venta de productos de bajo precio en grandes cantidades (o sea, en el
consumo masivo) y no de artículos de lujo destinados exclusivamente a los ricos;
aparición de una nueva forma de hacer negocios tan provechosa que impulsa a los
dueños de las fábricas a reinvertir sus ganancias en la industria para ampliar sus
beneficios, con lo que se asegura la expansión y continuidad del proceso.
En suma, desde la segunda mitad del siglo XVIII la vida cambia. A partir de ese
momento nace el mundo contemporáneo y un problema que se arrastra hasta
nuestros días: qué deben hacer las naciones no industrializadas para acceder a la
industrialización y, en consecuencia, a las ventajas de los países desarrollados.
LA REVOLUCION INDUSTRIAL INGLESA
Todo comienza en Inglaterra
¿Por qué fue Inglaterra, un país pequeño y poco poblado, el escenario donde se
desencadena por primera vez la Revolución Industrial? Por ese entonces, la población
de Inglaterra era de unos siete millones y medio de habitantes, mucho menos que
Francia y Rusia (que contaban con unos veinte millones cada una), un poco menos
que el Imperio Austríaco (que seguramente superaba los ocho millones) y más o
menos lo mismo que España. China, por su parte, tenía ciento ochenta millones de
habitantes, más que toda Europa en su conjunto. La idea de que los ingleses eran
pocos les causaba temor a los mismos británicos, que se oponían a realizar un censo
porque pensaban que de esta manera quedaría en evidencia la debilidad del Estado
ante sus enemigos. De sus rivales, los preocupaba especialmente Francia, que no
sólo los aventajaba en población sino también en riqueza y cultura, ya que Francia era
para ese entonces el centro intelectual de la época.
Pero sólo un observador descuidado podía creer que Inglaterra era débil.
La firma de la Paz de Utrecht en 1713 que ponía fin a la Guerra de Sucesión
Española había significado el acta de nacimiento de su dominio en Europa. La firma de
la Paz de París en 1763, con la que se da por terminada la Guerra de los Siete Años,
había expandido ese dominio a los océanos y los espacios extraeuropeos. El dominio
del mar y de una amplia red de colonias brindaba a los británicos extraordinarias
ventajas comerciales, mercados internacionales extensos y en expansión, a la vez que
les permitían contar con materias primas inagotables.
Además, existía en Gran Bretaña una poderosa burguesía que tenía influencia en
la política. En el siglo anterior, los ingleses habían ejecutado a un rey y cuarenta años
después habían depuesto a otro. En este segundo caso, en 1688, la revolución (que
pasó a la historia con el nombre que le dieron sus vencedores: Revolución Gloriosa)
significará la instalación de un tipo de monarquía absolutamente novedoso: la
monarquía parlamentaria, que sigue siendo el régimen de gobierno imperante aún hoy.
Por esta revolución, se le impone al rey aceptar la Declaración de Derechos en la que
se establecía el predominio del poder legislativo sobre el ejecutivo. Desde ese
entonces (y hasta ahora), el rey reina pero no gobierna, limitándose al papel de
garante de la estabilidad política. El poder legislativo estaba formado por dos cámaras:
la de los Lores (que estaba integrada por la gran nobleza y los dignatarios
eclesiásticos) y la Cámara de los Comunes, que con el tiempo se fue transformando
en la más importante y en la que había una fuerte presencia de la burguesía. Desde
allí, entonces, los burgueses participaban en la dirección política del Estado, influían
en el propósito de conseguir y asegurar mercados y defendían los intereses de la
industria.
Por otra parte, las comunicaciones internas de Inglaterra eran excepcionales para
la época. Hacia el siglo XVIII sus carreteras eran nuevas y las mejores de Europa. Se
habían construido mejorando el suelo con empedrado y, sobre todo, con una nueva
técnica (eran abovedadas, un poco más altas en el centro y más bajas al costado del
camino) que permitía que no se anegaran por las lluvias. Con esta “red de carreteras”
los ingleses tenían posibilidades de viajar por tierra por toda la Isla como no podían
hacerlo los franceses por su territorio. Pero si bien el transporte terrestre era útil para
el transporte de personas y mercaderías livianas, no solucionaba el “tránsito pesado”.
Para ello, los más práctico en ese entonces era el transporte por agua, y los ingleses
también tenían solución para este problema. Construyeron canales para interconectar
los ríos navegables (algunos de los cuales todavía están en uso) y, además, era
posible unir por vía marítima los distintos puntos de sus costas.. Todo ello favorecía en
forma notable tanto el tránsito de personas como el tráfico de mercaderías y se puede
decir que los británicos habían logrado formar un verdadero mercado nacional.
Por otra parte, existían también ciertas ventajas “invisibles”. Algunos renglones
más arriba dijimos que el centro cultural de la época era Francia, pero en Inglaterra aunque no se habían desarrollado tanto las ciencias puras - tenían gran importancia
las llamadas “artes mecánicas”. Y los problemas de la industrialización del siglo XVIII
no los resolverían científicos sino hombres prácticos que pudieran dar respuesta con
inventos simples a los dilemas que debían resolver para aumentar la producción de
mercaderías. Todas las máquinas inventadas para aplicar a la industria textil
algodonera (la primera desarrollada al compás de la Revolución Industrial) fueron
resultado de la obra de artesanos ingeniosos. Pero lo más importante no eran los
inventos en sí mismos sino que se produce un cambio profundo en la mentalidad
cuando los individuos comprenden que han inventado el “método de inventar” y que
esta era una actividad que debía preocuparlos. Pero además, hay otro factor que
favorece a los británicos en este aspecto. Las máquinas solas no lograrían nada. Se
necesitaba que pudieran ser comprendidas e Inglaterra tenía en la época la tasa de
alfabetismo más alta de Europa, lo que la favorecía en esta segunda parte del
problema.
Todo esto, sin embargo, no habría producido mayores consecuencias si no
hubieran existido en Gran Bretaña condiciones que permitieran que la revolución
explotara. Otras naciones, ni bien percibieron la industrialización inglesa intentaron
copiarla importando máquinas, ingenieros y obreros sin obtener ningún resulto. ¿Cuál
era el elemento necesario y propiamente inglés que los otros países no podían
ofrecer? La madurez de las relaciones capitalistas. En las ciudades existían grandes
comerciantes que lograban enormes ganancias con el comercio de ultramar y
disponían de capitales. En el campo las relaciones feudales habían desaparecido a lo
largo de los siglos XVII y XVIII. Como en ningún lugar de Europa, la mayor parte de la
tierra estaba en manos de grandes propietarios y era trabajada por campesinos que
cobraban un salario por su labor. Esta madurez del capitalismo en la Inglaterra de
fines del siglo XVIII explica los resultados espectaculares de los cambios y plantea una
aparente paradoja: para que haya revolución industrial es necesario que el capitalismo
haya madurado y cuando la industrialización se produce, el sistema capitalista da un
salto tan grande que hace que su crecimiento sea irresistible.
Una revolución en el campo
¿Cómo es posible que de una sociedad agrícola surja una sociedad industrial?
Para que la segunda se produzca fue necesario que primero hubiera cambios en el
campo. Entre otras cosas, porque la industrialización supone la concentración de
gente en las ciudades y en una sociedad preindustrial el 80 por ciento de las personas
vive en el campo, sobre todo porque las técnicas de producción de alimentos no
permiten que una cantidad mayor de mano de obra abandone las tareas rurales. El
hambre es el peligro que acecha a los europeos a lo largo de su historia porque los
excedentes de sus cultivos eran escasos. Uno o dos años de malas cosechas podían
producir catástrofes y, de hecho, en Inglaterra se calculan doce períodos de hambre
por cada cien años, hasta el siglo XVII. Pero entre 1750 y 1800 se produce una
verdadera revolución agrícola por una serie de mejoras en las técnicas que da como
resultado un gran aumento de la producción de alimentos que prepara las condiciones
para que la Revolución Industrial sea posible.
En principio, las innovaciones fueron resultado de la simple copia de técnicas
inventadas por los holandeses, que las habían creado para lograr alimentos para la
alta densidad de población de los Países Bajos. Pero trasladadas Inglaterra y
aplicadas en zonas escasamente pobladas, los resultados de las innovaciones
holandesas fueron espectaculares. Luego, y ante las evidencias de lo que el campo
podía dar, los británicos comenzaron a preocuparse por mejorar las técnicas agrícolas
y aparecieron “teóricos” de la agricultura como Jethro Tull y el Conde de Townshend.
De 1730 hasta mediados del siglo XIX, Inglaterra se convirtió en el centro y el modelo
de las innovaciones aplicadas al campo.
Si quisiéramos sintetizar cuáles fueron las novedades que aumentaron
espectacularmente la producción y la productividadi agrícolas podríamos limitarnos a
seis puntos principales.
Por una parte, se elimina el barbecho y se lo reemplaza por la rotación continua
de cultivos. Hasta el siglo XVIII, para evitar el agotamiento del suelo se practicaba la
rotación trianual: se alternaban dos años de cultivo por uno en que el terreno quedaba
sin cultivar (barbecho) para restituir la fertilidad de las tierras. En el siglo XVIII el
sistema cambia por el de rotación: cada tres o cuatro años (aunque a veces se podía
llegar a seis o doce) se cultivaba la tierra a la que se le quería restablecer la fertilidad
con distintas especies. Entre ellas forrajeras como la alfalfa, el heno y la avena. Estas
plantas se utilizan para la alimentación de ganado, lo que mejora la disponibilidad de
lácteos y carne para el consumo (hasta esa época, parte de las reses era sacrificada
en invierno porque no se las podía alimentar). Por otra parte, la mayor cantidad de
animales apacentando aumenta el abono y la fertilidad de las tierras mejora también
por esta razón. Con este simple cambio, el aprovechamiento de la tierra aumenta en
un 30 por ciento. También se introducen nuevos cultivos: zanahorias, maíz, nabos,
papas, etc. La difusión de este último cultivo tiene una gran importancia para que las
hambrunas fueran menos graves. Una misma parcela de terreno, alimenta de dos a
tres veces más personas si se plantan papas en vez de trigo. Por otro lado, el trabajo
da mejores resultados por la utilización de herramientas más eficientes (arados que
mejoran su estructura y tienen más partes de hierro, lo que permite roturar más
profundamente los campos; guadañas que se usan en vez de las hoces y
sembradoras que reemplazan la siembra al voleo). Además se incorporan nuevos
campos al cultivo desecando pantanos y drenando las tierras húmedas; aumenta el
aprovechamiento del caballo como animal de tiro y se les aplica herraduras, lo que
aumenta su potencia de tiro. Un caballo herrado tiene una velocidad de tracción 50 por
ciento mayor que la de un buey. Por último, se produjo un gran esfuerzo en la
selección de semillas y la cruza de animales. Una consecuencia de esto último es el
aumento de peso del ganado y la mejora en la obtención de leche.
Los resultados de la producción en el campo aumentaron en forma espectacular.
Si había doce hambrunas cada cien años hasta el siglo XVI, en el XVII hubo cuatro,
cinco en el XVIII y sólo una en el XIX (en 1812).
Pero junto con estas innovaciones, otro proceso termina de darle significación a
los cambios. Paralelamente a estas transformaciones se produce la extensión de la
explotación económica de las tierras por el sistema de propiedad privada, que hace
rentable la aplicación de las nuevas técnicas para los propietarios rurales. Las que
eran tierras comunales durante la Edad Media (en las que todos los campesinos
podían apacentar su ganado, tomar leña o cazar) fueron cercadas por los
terratenientes a un ritmo que crece en velocidad desde 1760, a medida que
aumentaba el precio de los cereales. Los terratenientes reclaman derechos sobre esas
tierras que hasta entonces daban ciertos recursos a los campesinos pobres y obtienen
la aprobación por la Ley de Cercamientos. Desde entonces, las personas de escasos
recursos trabajaron en el campo a cambio de un salario sin ningún otro medio para
sobrevivir. En un primer momento el trabajo es abundante por la construcción de los
mismos cercados que dividían las propiedades privadas. Una vez que esto quedó
concluido, los campesinos pobres emigraron a las ciudades donde se convertirían en
mano de obra disponible para la industria.
Por otra parte, quienes se favorecen con el aumento de la producción del campo
son más ricos. ¿A qué dedicarán sus ingresos? Parte a reinvertirlos en la producción
comprando, por ejemplo, arados y herramientas y aumentando así la demanda de
hierro. Pero otra parte de sus ingresos las destinarán a bienes de consumo. Entre
otras cosas, comprarán un producto práctico, barato, vistoso y de moda: telas de
algodón.
Los tejidos marcan el camino
Durante más de dos siglos la industria de los tejidos se había desarrollado en
Inglaterra. Pero las telas en las que los británicos se destacaban era en las de lana,
que formaban la mayor parte de sus exportaciones, tanto por su volumen como por su
valor. Quienes se dedicaban a su fabricación y comercio eran ricos y poderosos y ese
poder se reflejaba en las influencias que tenían en el Parlamento para favorecer sus
intereses.
Sin embargo, la modernización se producirá en una industria de tejidos que era
insignificante en la época: la de telas de algodón. Allí aparecerá por primera vez la
utilización de máquinasii y la organización de la producción en fábricas.
Los obstáculos técnicos que debían superarse para realizar los cambios fueron los
primeros que comenzaron a superarse: en 1733 un relojero llamado John Kay patentó
un invento que él describía como una “nueva lanzadera para mejor y más preciso
tejido de paños anchos”. Se trataba de lo que luego sería la famosa “lanzadera
volante”. Era un aparato simple que permitía tejer piezas de un ancho superior a la
apertura de los brazos humanos sin recurrir (como había sido necesario hasta ese
entonces) al empleo de dos trabajadores y, por lo tanto, servía para tejer más rápido.
La velocidad en el tejido presentó un serio problema: había que proveer de hilado a las
máquinas más rápidamente de lo que podía hacerlo a mano un hilador. En 1738, un
carpintero de nombre John Wyatt y Lewis Paul, un emigrado francés, patentaron una
máquina para hilar “lana y algodón”.
Sin embargo, la nueva tecnología sólo podía utilizarse con la fibra de algodón
porque la de lana era más quebradiza y se cortaba fácilmente si se utilizaba con las
máquinas.
Los fabricantes de paños lana temían que los géneros de algodón les restaran
clientes. Y este miedo tenía fundamentos: el algodón servía para una gran variedad de
usos (cortinas, manteles, sábanas, ropa de calle, ropa interior), en muchos de sus
empleos era más práctico porque se secaba más rápido que la lana (y, por lo tanto,
lo que se fabricaba con fibra de algodón se podía lavar con más frecuencia), era más
barato y presentaba el atractivo adicional
de que se le podía realizar
vistosos
estampados. Las telas de algodón más apreciadas por su calidad eran importadas de
la India, entonces los intereses laneros lograron que el Parlamento prohibiera su
introducción en Inglaterra en 1721. Lo que no calcularon fue que de esa manera
creaban en su país un mercado suficiente para comenzar a desarrollar una revolución
en la industria algodonera, que fabricaría géneros de algodón para esa demanda
insatisfecha por la falta en el mercado de las auténticas indianas, que era el nombre
que se le daba a las telas importadas.
Con el crecimiento de la demanda se produjo un fenómeno curioso para la época:
las invenciones comenzaron en el tejido de telas. Al tejerse más rápido fue necesario
proveer a los telares de fibra con más rapidez. Se produjo un verdadero “hambre de
hilo” y el ingenio de los inventores se dirigió a crear nuevas máquinas hiladoras. Este
ingenio era estimulado por quienes necesitaban que el problema se resolviera lo antes
posible. Por ejemplo, la Society of Arts de Londres instituyó un premio entre 40 y 100
libras esterlinas entre 1760 y 1763 para “el mejor invento de una máquina capaz de
hilar seis hilos de lana, lino, algodón o seda, al mismo tiempo y que exija el concurso
de una sola persona para su funcionamiento.”
Los resultados no se hicieron esperar demasiado. En 1764, otro carpintero
llamado James Hargreaves (un hombre pobre empleado en la manufactura del
algodón) inventó una máquina de hilar que se difundió rápidamente, a la que se le dio
el nombre de jenny, según algunos en honor de la hija del inventor. Otro personaje
parecido por su condición a Hargreaves logró una creación espectacular. Richard
Arkwright, un barbero analfabeto, inventó una máquina de hilar conocida como la
water frame y tuvo tanto suceso con este nuevo aparato que fue comparado en la
época con Newton y Napoleón.
Finalmente, el éxito en la creación de nuevas máquinas de hilar fue tanto que el
problema se invirtió: se hizo imprescindible fabricar tejedoras más rápidas que
estuvieran al nivel de la velocidad alcanzada por las nuevas hiladoras. El remedio llegó
de la mano de otro personaje que no contaba más que con su ingenio: el reverendo
Edmund Cartwright, un hombre dedicado hasta ese momento al estudio de la literatura
inglesa y a escribir versos mediocres. Cartwright patentó en 1785 un telar mecánico
movido por una máquina de vapor. Con este invento se cierra un ciclo: a partir de ese
momento, el sistema fabril (la organización de la industria en fábricas) estuvo en
condiciones de conquistar una posición central en el sistema económico y en la
estructura social británicas. La Revolución Industrial era un hecho.
La industria textil algodonera se expandió espectacularmente porque estaba en
condiciones de hacerlo: era una industria pequeña, sin tradición ni grandes intereses
que quisieran regular su actividad; podía conseguir materia prima en grandes
cantidades, de la India, Medio Oriente o América (las plantaciones de EE.UU. sólo
disminuyeron sus ventas a Inglaterra unos pocos años, después de la Guerra de
Independencia); el costo de esta materia prima era bajo (se producía en las colonias o
con mano de obra esclava como ocurría en los dominios recientemente
independizados de América del Norte). Además, los inventos pudieron aplicarse a la
fibra de algodón sin mayores complicaciones. Pero si bien podemos decir que la
fabricación de telas de algodón podía crecer, la verdadera pregunta es porqué creció.
Como ya dijimos, en Gran Bretaña las relaciones capitalistas habían madurado
hasta el punto de que los pagos monetarios se habían generalizado para ese
entonces. Había un sector importante de asalariados que vivía exclusivamente de la
retribución que se le pagaba por su trabajo, que debía comprar todo aquello que
necesitaba y que por lo tanto era una masa de probables clientes de la nueva
industria. Además, estos deseos de compra se podían concretar porque existía un
mercado nacional integrado, tanto por las condiciones políticas imperantes como por
las condiciones materiales y el sistema de comunicaciones existentes en la época en
Inglaterra era un ejemplo de ello. Además, en un lapso de 50 a 60 años desde 1780 la
población se duplicó por una suma de condiciones: la mayor cantidad de alimentos
que se producían desde la Revolución Agrícola, los adelantos de la medicina (el
descubrimiento de la vacuna contra la viruela en 1796 es el más importante) y las
mejoras sanitarias y de higiene (entre ellas, varios autores señalan la importancia de la
difusión del uso de ropa interior de algodón). Por lo tanto, los estímulos provenientes
desde adentro de la economía británica son para muchos autores la razón suficiente
del comienzo de la Revolución Industrial.
Para otros, como el célebre historiador inglés Eric Hobsbawm, el mercado interno
es una condición necesaria pero no suficiente para explicar la industrialización. El
mercado británico le aseguraba a la industria un piso, una actividad regular y mínima
pero el mero hecho de su crecimiento no explica los profundos cambios producidos. Si
bien la duplicación de la población en medio siglo supone - desde el punto de vista
demográfico - un cambio espectacular, desde la perspectiva de las condiciones de
producción no lo es. Un fabricante de telas podría haber ido aumentando su oferta
agregando simplemente más telares manuales a medida la demanda paulatinamente
aumentara. Para revolucionar la industria, dice este autor, es necesaria una demanda
explosiva que no pueda satisfacerse más que alterando profundamente las
condiciones de producción agregando máquinas y organizándolas en fábricas. La
única explicación para ello la da el mercado externo. Muy rápidamente, dice
Hobsbawm, las exportaciones son la fuente principal de las ventas de las telas de
algodón inglesas y, dentro de esas exportaciones, la mayor parte tendrá por destino
las colonias británicas, como lo comprueba que la concentración de la industria en los
alrededores de los principales puertos dedicados al comercio colonial: Glasgow, Bristol
y (sobre todo) Liverpool. O sea, a mercados cuya posibilidad de rehusarse a las
compras era limitada. En este sentido, el gobierno inglés que no interviene en
economía dentro de sus fronteras, actúa indirectamente porque al incorporar nuevas
colonias aseguraba mercados para su industria. Un gobierno donde no hay que olvidar
que la burguesía tenía participación decisiva desde hacía un siglo.
De repente, una gran demanda externa se precipita sobre la pequeña industria
inglesa, que sólo puede satisfacerla revolucionando la producción con la aplicación
intensiva de máquinas. Pronto las telas de algodón se venden en todo el mundo y
pasan a ocupar el primer puesto en las exportaciones británicas.
Las fábricas y la utilización de máquinas se extienden por la confección de estos
paños livianos y baratos. Pero los efectos de la industria algodonera sobre el conjunto
de la economía británica son reducidos. La materia prima que se utilizaba era
importada de la India o de los Estados Unidos y lo que se fabricaba eran productos
finales que dirigidos sólo al consumo, sin afectar al resto de las industrias . Si no se
hubiera pasado de la producción de telas de algodón, la Revolución Industrial podría
haber resultado como encender un fósforo en la oscuridad: se habría producido un
resplandor deslumbrante que se hubiera apagado en unos pocos segundos.
Carbón, hierro y vapor: el corazón de la industrialización
Una de las ventajas que tenía Gran Bretaña sobre sus posibles competidores era
las enormes reservas de carbón mineral que tenía dentro de sus fronteras.
Holanda,
una nación que a principios del siglo XVIII estaba tan adelantada o más que ella, no
poseía carbón y esta ha sido una de las razones que se invocan para explicar por qué
no se industrializó en aquel momento. Sin embargo, esta ventaja era puramente
teórica hasta que no pudiera aprovecharse.
En la Inglaterra del siglo XVIII existía una gran demanda de carbón por parte de
las personas para la calefacción hogareña y de la industria para producir hierro. En
este segundo caso sólo podía utilizarse en un principio carbón vegetal. El carbón
mineral tenía un alto contenido de azufre y no podía utilizarse en el proceso de
fundición. Esto imponía límites al desarrollo de la siderurgia que, aunque tenía una
organización económica capitalista en algunos aspectos, se veía frenada porque
tecnología le ponía un techo que no podía superar. Así, las empresas debían ubicarse
donde hubiera bosques y corrientes de agua. Si la producción de hierro aumentaba, el
peligro de deforestación crecía y, finalmente, cuando no había carbón de leña
suficiente, la empresa debía trasladarse a otro lugar. En estas condiciones, la actividad
siderúrgica inglesa no estaba en condiciones de crecer, era insuficiente para la
demanda interna y, en consecuencia, se debía importar hierro de otros países,
especialmente de Suecia.
El primer adelanto tecnológico para cambiar este estado de cosas se produce
tempranamente. En 1709, Abraham Darby (un noble terrateniente empresario) idea un
método de fundición utilizando carbón mineral. El hierro conseguido de esta forma era
quebradizo y no podía compararse con el obtenido con carbón vegetal, sin embargo la
fundición de Darby prosperó con la fabricación de algunos artículos pequeños como
planchas, parrillas y calderos. Darby y sus descendientes fueron introduciendo
mejoras en la técnica con lo que consiguieron mejorar su producto y emplear a gran
escala el hierro fundido con carbón mineral. En 1779, Abraham Darby III construyó un
enorme puente sobre el río Severn que era una demostración de las posibilidades del
uso a gran escala de este metal.
En 1784, el empresario siderúrgico Henry Cort
perfeccionó el “pudelaje” un
procedimiento que lograba una calidad casi pareja con el hierro obtenido con carbón
de leña pero con la ventaja de disminuir notablemente su precio, lo que permitirá su
utilización intensiva en una multiplicidad de empleos. El método tenía otra ventaja:
necesitaba del uso de la energía de vapor provista por la máquina inventada por
James Watt. El método de Cort permitía liberar a las empresas de las zonas boscosas
y con la máquina de vapor de Watt la siderurgia podía independizarse de toda
subordinación a los factores naturales, tanto fueran los bosques como los ríos, lo que
ocurrirá en la década de 1780. El camino hacia la gran empresa estaba totalmente
allanado.
Como se dijo, una de las características de la industrialización británica fue la
utilización
de la energía del vapor. En los inicios de la Revolución Industrial, las
máquinas eran accionadas por fuentes de energía naturales heredadas de la Edad
Media, como el aprovechamiento de la fuerza del viento o de las corrientes de agua.
La máquina de vapor se fue desarrollando de a poco y, en varios momentos,
relacionada con el carbón. La creciente demanda de este combustible llevó a que las
minas fueran profundizando sus túneles y que se inundaran cuando por accidente se
perforaba una napa de agua. Para desagotarlas es que se experimentó con máquinas,
primero la de Savery y luego la de Newcomen. Sin embargo, quien la perfeccionó fue
James Watt, un escocés que era miembro de una familia de acomodados
empresarios. Se considera que de todos los inventores de la época, Watt era el único
que tenía algunos conocimientos científicos. En efecto, desde muchacho se había
dedicado a la construcción y reparación de los instrumentos de física de la Universidad
de Glasgow, donde había conocido a algunos destacados hombres de ciencia de la
época. Si bien el primer propósito de la máquina de vapor fue desagotar las minas, las
posibilidades que brindaba el nuevo instrumento eran enormes. Muy pronto, Watt
descubrió cómo su invento podía adaptarse para impulsar el movimiento de otras
máquinas y se asoció con un hombre de negocios llamado Matthew Boulton para
comercializar su invento. En esta fábrica creada el 1775 en Birmingham, trabajaban
veinticinco años después mil obreros y para esa época había 110 máquinas en
Inglaterra, con una potencia instalada de 2000 H.P. De ellas, 92 máquinas con más de
1.500 funcionaban en los mecanismos cada vez más complicados de las fábricas de
hilados y tejidos de algodón.
La aplicación del vapor constituyó la última fase de la organización de la
producción en fábricas porque solo instalaciones de grandes dimensiones podían
emplear en forma económica la energía estos enormes aparatos que producían Watt y
Boulton.
Pero el vapor tendrá, además, una aplicación en los transportes de consecuencias
imprevistas. La necesidad de transportar grandes cantidades de carbón a las
industrias siderúrgicas plantea el problema de crear un método eficiente para llevar a
las fundiciones los pesados cargamentos de combustible desde las minas. El
antepasado remoto del ferrocarril existía en Inglaterra desde 1600 y consistía en dos
modestas vías que mejoraban la superficie sobre la que se deslizaban con más
facilidad los pesados cargamentos impulsados por caballos que tiraban de los carros
en las zonas mineras. Poco a poco se fue viendo la necesidad de una fuerza superior
a la tracción animal como consecuencia del incremento de la actividad de la industria
siderúrgica. Muchos hombres trataron de encontrar una solución al problema pero fue
George Stephenson el que logró desarrollar en 1829 la Rocket, el prototipo de la
locomotora moderna, que alcanzaba una velocidad asombrosa: más de 20 kilómetros
por hora. Lo que nadie imaginó en un primer momento fue que junto al transporte de
carbón y de otras mercancías se originaría el transporte de pasajeros, que pronto se
convertiría en el mejor negocio de los trenes.
En 1830 se inauguró la línea Liverpool - Manchester que fue el primer ferrocarril
en el sentido moderno de la palabra: era explotado por una compañía, transportaba
mercaderías y personas a cambio de un cobro y los trenes arrastrados por
locomotoras de vapor eran de su propiedad. Esta línea puso de manifiesto todos los
principios básicos de la tecnología y organización del ferrocarril y demostró que este
invento podía ser rentable: en 1833 el valor de las acciones de esta empresa se
habían más que duplicado. Los trenes comenzaron a extenderse por toda Gran
Bretaña, primero con cautela y luego con verdadera euforia: de menos de 800 km. en
1838 se pasa a más de 10.000 en 1850.
Los ferrocarriles fueron el factor determinante del desarrollo de la siderurgia y el
carbón entre 1830 y 1850 con su capacidad ilimitada de consumir esos dos productos
entre esos años. Además, movilizaron gran cantidad de mano de obra y de capitales y
dieron origen a nuevas formas de financieras, ya que el dinero necesario para
instalarlos excedía por mucho al que podía ofrecer un inversor individual. Además, una
vez que su tendido se completa en Gran Bretaña, la tecnología, los capitales y los
ingenieros ingleses serán quienes los instalen en el resto del mundo asegurándole a
su país enormes beneficios.
El éxito de la Revolución Industrial estará asegurado con el desarrollo de la
producción de hierro. La siderurgia es una de las llamadas "industrias motoras" porque
pone en marcha al conjunto de la vida económica. Es decir, porque produce artículos
listos para ser adquiridos por la población (herramientas para el campo, utensilios de
cocina) y otros que intervienen en la fabricación de los bienes de otras industrias
(partes y componentes de locomotoras y vagones, por ejemplo). Además, su
funcionamiento requiere grandes cantidades de capital y de mano de obra en
comparación con las relativamente pequeñas fábricas de tela de algodón.
Hacia fines del siglo XVIII la industria textil algodonera comienza la Revolución
Industrial y es el modelo de una industria desarrollada bajo las nuevas reglas de juego.
Pero el corazón de los cambios estará en la siderurgia. En ella se da la alianza de los
tres elementos clave del proceso en sus inicios: hierro, carbón y vapor. El comienzo
del tendido de los ferrocarriles en 1830 asegura su triunfo.
En esa década, podía leerse en el Edinburgh Review un párrafo donde la
conciencia de los cambios ocuridos queda resumida:
“Si nos pidiesen que caracterizáramos con una sola palabra esta época que es la
nuestra, nos sentiríamos tentados a definirla no como la época heroica o religiosa, o
filosófica, o moral, sino como la época mecánica. Nuestra época es la de la máquina,
en toda la amplitud del término... No sólo lo exterior y lo físico están guiados por la
máquina, sino también lo interior y lo espiritual. La misma práctica regula no sólo
nuestros modos de actuar, sino también nuestros modos de pensar y de sentir. Los
hombres se han convertido en mecanismos en su cabeza y en su corazón, así como
en sus manos...”
Les recomendamos ver el siguiente video:
http://www.youtube.com/watch?v=sOb59ALkGnc
Si no pueden acceder desde aquí, copien y peguen la dirección y pónganla en su
buscador, Google o el que sea. Dura cuatro minutos, 21 segundos.
ACTIVIDAD
1. - Seleccione el apartado titulado "Carbón, hierro y vapor: el corazón de la
industrialización" y realice las siguientes actividades:
Formule consignas de examen. (Ver clase Nº 3 del año pasado.)
Siempre que sea posible, intercambie con sus compañeros/as las preguntas a través
del correo electrónico.
Escriba las respuestas.
2. - Dadas las respuestas que se presentan a continuación:
Formule la consigna de un examen.
Si es posible, confronte con sus compañeros las diferentes resoluciones obtenidas.
A) En primer lugar, al siglo XVIII se lo conoce como el Siglo de las Luces. Una nueva
corriente de pensamiento, el iluminismo, atraviesa esos años como un rayo cuya luz
repentina permite ver la realidad de otra manera. El iluminismo es un movimiento
filosófico que tiene su origen en Inglaterra a fines del siglo XVII con John Locke, se
desarrolla en Francia y desde allí se difunde por toda Europa. ¿Cuál es la "luz" que
invocan estos filósofos? La luz de la razón, que promueve la crítica y la libertad
espiritual. ¿Qué quieren? Cambiar el mundo. Frente a la intolerancia entre quienes
profesaban distintas creencias - lo que desde el siglo XVI había producido sangrientos
enfrentamientos - proponen la tolerancia religiosa; frente a la "natural" desigualdad
entre nobles y plebeyos, la igualdad de todos los hombres ante la ley; frente al origen
divino del poder real, que la soberanía reside en el pueblo y que el gobierno se ejerce
en su nombre; frente a la identificación de la ley con la voluntad del rey, la división de
poderes para evitar la tiranía.
b)
La industria textil algodonera se expandió espectacularmente porque estaba en
condiciones de hacerlo: era una industria pequeña, sin tradición ni grandes intereses
que quisieran regular su actividad; podía conseguir materia prima en grandes
cantidades, de la India, Medio Oriente o América (las plantaciones de EE.UU. sólo
disminuyeron sus ventas a Inglaterra unos pocos años, después de la Guerra de
Independencia); el costo de esta materia prima era bajo (se producía en las colonias o
con mano de obra esclava como ocurría en los dominios recientemente
independizados de América del Norte). Además, los inventos pudieron aplicarse a la
fibra de algodón sin mayores complicaciones. Pero si bien podemos decir que la
fabricación de telas de algodón podía crecer, la verdadera pregunta es porqué creció.
Ahora que ha leído las tres clases, elabore una consigna de evaluación de sus
contenidos que tengan que desarrollar los alumnos de segundo año de la
carrera de BIE y mándesela a su profesor antes del 20 de Junio.
¿Qué pasó con los hombres y mujeres en medio de todos estos cambios? Las
respuestas a este interrogante serán los temas de la próxima clase.
Hasta el jueves !!!!!!
Glosario:
PRODUCTIVIDAD: Es un concepto referido a la eficacia en la producción. Se dice que
hay un aumento de la productividad cuando en una misma unidad de tiempo, una
combinación distinta de los elementos del proceso del trabajo aumenta la cantidad de
obtenida producto. La tecnificación o la innovación tecnológica
aumentan la
productividad del trabajo, en el sentido que se requiere menor esfuerzo humano por
cada unidad de producto o, lo que es lo mismo, que con la misma cantidad de
esfuerzo se conseguirán más unidades de producto.
MÁQUINA: Este concepto adquiere aquí un significado preciso que lo distingue de los
medios artificiales de abreviar el trabajo humano utilizados anteriormente. Desde la
Revolución Industrial debe entenderse como “máquina” algo cuya clave está no tanto
en la fuerza motriz que la mueve sino en los movimientos que es capaz de hacer:
“esos movimientos que, introducidos por el arte del ingeniero, sustituyen a los
procedimientos, las costumbres, a la guía de la mano del hombre”. “La definición de
máquina podría, por tanto, ser la siguiente: un mecanismo que bajo el impulso de una
fuerza motriz simple realiza los movimientos compuestos de una operación técnica
anteriormente realizada por una o más personas.” (Paul Mantoux)
Descargar