1 - Biblioteca Virtual del Principado de Asturias

Anuncio
D I P U T A C I O N P R O V I N C I A L DE O V I E D O
BOLETIN DEL INSTITUTO
DE
ESTUDIOS A STU R IA N O S
N.° 104
AÑO XXXV
OVIEDO
Septiembre
Diciembre
1981
S U M A R I O
Páginas
Transformaciones del poblamiento rural de Asturias durante la Alta Edad
Media: La Villa, por Santiago Aguade Nieto ..............................................
621
Carreño y Jovellanos: Correspondencia con m otivo de su nombramiento
como embajador de España ante la corte de Rusia, por Marino Busto.
667
Don Pedro Díaz de Oseja fundador del colegio de S. José de Oviedo,
por Eutimio Martino, S. J .......................................................................................
677
Vida y obra de Valentín Andrés Alvarez, por Virginia García Gontán ... 691
La conquista de A sturias por Jos romanos, por Carmen Fernández Ochoa. 703
El Yo y su doble en los personajes de Leopoldo Alas, por Franklín Proaño. 723
El problema del origen del gótico en Asturias, por Francisco de Caso ....... ...733
N avia remota y actual: Datos y referencias para su historia. La casa de
Lienes en el siglo XVI, por Jesús Martínez Fernández ........................
751
El concejo de V illaviciosa, según el Catastro de Ensenada, por J. L. Pé­
rez de Castro .............................................................................................................
775
Un epígono con garra: Francisco Bances Candamo, por Caridad Villar
Castejón
......................................................................................................................
803
Nuevos yacim ientos paleolíticos en la región Asturiana, por Luis M.
González ......................................................................................................................
831
Los dípticos consulares y el Ramirense, por Paulino García Toraño .......
837
Publio Carisio y las guerras astur-cántabras, por Narciso Santos Yanguas.
849
El Cuarto Poder, una novela asturiana de don Armando Palacio Valdés,
por Rodrigo Grossi ..................................................................................................
875
Sapos y culebras en el folklore asturiano, por Luciano Castañón ............
889
Fam ilia, quintana y casería en Asturias ante la investigación antropológi­
ca y etno-histórica, por José M. Gómez-Tabanera .................................
907
Breves notas sobre el santuario prehistórica del abrigo de la Manzaneda,
por Antonio J. Gavelas ............................................................................................
933
N ota sobre los grabados digitales de la Cueva de los Canes (Arangas,
Cabrales), por Pablo Arias Cabal y otros ......................................................
937
LIBROS
“Datos y documentos para una historia minera e industrial de A sturias”,
de D. Luis Adaro y Ruiz-Falcó .................................................... ......................
957
Francisco de Caso: La construcción de la catedral de Oviedo (1293-1587).
969
Juan Ignacio Ruiz de la Peña: La “Polas” Asturianas en la Edad Media.
970
Luis Fernández Cabeza: Vivencia de un plan m ierense .............................
971
D I P U T A C I O N P R O V I N C I A L DE O V I E D O
BOLETIN DEL INSTITUTO
DE
ESTUDIOS A STU R IA N O S
N.° 104
AÑO XXXV
OVIEDO
Septiembre
Diciembre
1981
Depósito Legal: O. 43 - 1958
I. S S. N .: 0020 0384
Imprenta “LA CRUZ”
Hijos de Rogelio Labrador Pedregal
Granda-Siero (Oviedo), 1^X2
BOLETIN
DEL
E S T U D I OS
Año xxxv
INSTITUTO
DE
A S T U R I A N O S
S etiembre-Diciembre
Núm. 104
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE
ASTURIAS DURANTE LA ALTA EDAD MEDIA: LA VILLA
POR
SANTIAGO AGUADE NIETO
INTRODUCCION
A la hora de ab o rd ar el estudio de la historia de A sturias en
general, y especialm ente durante la etapa medieval, parece in­
dicado tener en cuenta la afirm ación, tantas veces repetidas y
parafraseada, de que «de las civilizaciones que han existido, quizá
ninguna se nos p resenta más fundam entalm ente ru ral de lo que
lo fue la medieval» (1), máxime tratándose de una región como
la citada, cuyo núcleo urbano más im portante d u ran te el m encio­
nado período, Oviedo, no parece haber sido, precisam ente, de
acuerdo con el ponderado juicio de María del Carm en C arle, una
ciudad rica e industriosa (2), dado que la actividad com ercial que
en ella se desarrollaba ha sido calificada po r un investigador, tan
bien inform ado sobre el p articu lar como el Profesor García Larragueta, de «no muy im portante» (3).
(1) Georges D u b y : Economía rural y vida campesina en el occidente m e­
dieval, Barcelona, Península, 1.a ed. 1968, p. 5.
(2) M.a Carmen C a r l e : El municipio de Oviedo, excepción. Buenos Aires,
“Cuadernos de Historia de España”, LI-LII, p. 38.
(3) Santos G a r c ía L a r r a g u e t a : “Sancta Ovetensis”. La catedral de O vie­
do, centro de vida urbana y rural en los siglos XI al XIII. Madrid, C. S. I. C.,
1962, p. 121.
622
SANTIAGO AGUADE NIETO
Por consiguiente, si en el ám bito de la civilización del occidente
medieval una p arte im portante de las vidas hum anas tran scu rren
en el medio ru ral, en el terrazgo campesino, el estudio de la vi­
vienda ru ral y de la aldea debería, en buena lógica, ocupar un lu­
gar destacado en el interés de los investigadores (4). En una pa­
labra, tal como afirm aba, ya en 1931, Marc B l o c h , todo estudio
regional debiera conceder un ámplio espacio a los fenómenos de
habitat, de poblam iento, de roturación (5). En este mism o senti­
do, y refiriéndose concretam ente al proceso de crecim iento que
tiene lugar entre los siglos XI y X III, Georges D u b y afirm aba que
«un m apa de todos los nuevos pueblos cuya creación está atesti­
guada po r un texto, en el que se señalaría la fecha de fundación,
y que ab arcara a toda Europa, sería de un extraordinario interés.
Sin duda nos revelaría fuertes discordancias regionales, pondría
de m anifiesto que la extensión se realizó po r olas sucesivas y
haría aparecer tam bién espacios vacíos» (6).
Dado que, en el caso concreto de Asturias, no parecen haberse
prodigado en exceso los esfuerzos de los investigadores en el aná­
lisis de estas realidades, en concreto, ni de la vida cam pesina, en
general, lo que me mueve a redactar este trab ajo es el deseo de
realizar una pequeña contribución al estudio del poblam iento de
la región durante la alta Edad Media, aún a riesgo de que el re­
sultado a obtener consista más en el planteam iento de algunos
nuevos interrogantes que en la resolución de antiguos problem as.
fuentes
P ara ello, resulta obligado dirigirse, en prim era instancia, a las
fuentes tradicionalm ente em pleadas desde hace siglos po r los his­
toriadores, las escritas, y especialm ente a los docum entos de apli­
cación del Derecho.
Desgraciadam ente, estos últim os presentan, en relación con el
área que va a servir de m arco a este trabajo, dos tipos de proble­
mas que condicionan fuertem ente su posible eficacia como fuentes
inform ativas.
(4) Jean C h a p e l o t - Robert F o s s i e r : Le village et la maison au Moyen
Age. Hachette, 1980, p. 15.
(5) Marc B lo ch : La historia rural francesa : caracteres originales. Barce­
lona, Crítica, 1978, p. 51.
(6) Georges D u b y : Op. cit., p. 113.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
623
En p rim er lugar, la docum entación esqrita altom edieval as­
turiana, inexistente prácticam ente h asta el siglo IX, m uy escasa
aún p ara esta centuria, sólo un poco menos p ara la siguiente, y
exasperantem ente poco locuaz, por lo general, presenta, por aña­
didura, en buena parte, un estado verdaderam ente caótico en cuan­
to se refiere a su posible grado de ingenuidad, como consecuencia
de las m anipulaciones llevadas a cabo por el obispo don Pelayo y
por otros falsarios.
En consecuencia, crece considerablem ente la im portancia, ya
de por sí grande, de cualesquiera otro tipo de fuentes de infor­
mación.
Ante todo, de la arqueología, y por ello, precisam ente, es tan to
más de lam entar que la arqueología ru ral y la arqueología m edie­
val perm anezcan prácticam ente inéditas en Asturias.
De ahí, el papel verdaderam ente clave que cabe atrib u ir al
análisis de la toponim ia, cuyas posibilidades y aportaciones de
cara al conocim iento del período posterior a las invasiones germ á­
nicas del siglo V, en general, y de la Francia m erovingia, en p a rti­
cular, que ofrecen una coincidencia cronológica y problem ática
parcial con la alta Edad Media asturiana, han sido puestas de re­
lieve por Gabriel Fournier (7).
He recurrido, pues, preferente pero no exclusivam ente, a la más
antigua docum entación editada por Santos García Larragueta (8),
Antonio C. F lorian o Cumbreño (9), Pedro F loriano L ló r e n te (10),
Francisco Javier Fernandez Conde y otros (11), y Luis Fernández
Martín (12), ciñéndom e en la mayor medida posible a aquella sobre
la que no existan som bras de autenticidad, con el objeto de dotar
(7)
G a b r ie l F o u r n i e r : Les mérovingiens. P a r ís , P . U. F ., 3.a e d . 1978, p . 4.
Santos G a r c ía L a r r a g u e t a : Colección de documentos de la catedral
de Oviedo. Oviedo, I. D. E. A., 1962.
(9) Antonio C. F l o r ia n o C u m b r e ñ o : Colección de fuentes para la histo­
ria de Asturias: I. El monasterio de Cornellana. Oviedo, I. D. E. A., 1949;
II. El Libro Registro de Cortas. Oviedo, I. D. E. A., 1950; Colección diplomá­
tica del monasterio de Belmonte. Oviedo, I. D. E. A., 1960.
(10) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección diplomática del monasterio de
San Vicente de Oviedo. Oviedo, I. D. E. A., 1968.
(11) F r a n c i s c o J. F e r n a n d e z C o n d e - I s a b e l T o r r e n t e F e r n a n d e z - G u a ­
d a l u p e de la N o val M e n e n d e z : El monasterio de San Pelayo de Oviode, His­
toria y F u en te s: I. C o le c c ió n d i p l o m á t i c a (996-1325). O v ie d o , M o n a s t e r io d e
S a n P e l a y o , 1978.
(12) Luis F e r n a n d e z M a r t i n : Posesiones de la abadía de Sahagún en
Asturias durante la Edad Media. Oviedo, B. I. D. E. A., núm. 80 (septiembrediciem bre 1973), p. 617-645.
(8 )
624
SANTIAGO AGUDE NIETO
a las conclusiones que se obtengan de la m ayor solidez posible,
al m enos en este terreno. Y en cuanto a los topónim os, he analiza­
do sobre todos aquellos, tanto latinos como germ ánicos, que, se­
gún los especialistas, son los más num erosos y m ás característi­
cos en el conjunto de los nom bres de lugar surgidos a p a rtir del
proceso de rom anización del país, es decir, los derivados de nom­
bres de posesores (13), y, por consiguiente, originados en torno a
la ocupación y puesta en explotación de la tierra, y al régim en de
propiedad de la mism a, y entre ellos, por una parte, los dotados del
sufijo -aña, y, por otra, aquellos que form an p arte del que Joseph
P i e l ha llam ado tipo «integral», arcaizante, com puesto po r el sus­
tantivo latino que designa el bien poseído y por el nom bre del p ro ­
pietario en genitivo (14), topónim os estos capaces de p roporcionar­
nos una inform ación algo más abundante y m enos vaga, más pre­
cisa.
Con ello, he pretendido, además, poner en práctica, si bien a
un nivel puram ente personal y sum am ente m odesto, esa colabora­
ción interdisciplinar que constituye uno de los postulados básicos
de la llam ada «Ecole des Annales» desde su fundación (15), y que
es, en opinión de E douard S a l í n , expléndidam ente corroborada por
su m agnífica obra sobre la civilización merovingia, el único procedi­
m iento capaz de ab rir nuevas perspectivas a la investigación his­
tórica (16).
(13) M.a Carmen B o b e s : La toponimia romana en Asturias. Madrid,
“Emérita”, tomo XXVIII (1960), p. 247.
Joseph M. P i e l : Toponimia germánica. En: Enciclopedia Lingüística His­
pánica. Madrid, C. S. I. C., T. I, 1960, pp. 531-540.
(14) Joseph M. P i e l : Op. cit., pp. 543-544.
(15) Lucien F e b v r e : De 1892 a 1933. Examen de conciencia de una his­
toria y de un historiador. En: Combates por la historia. Barcelona, Ariel, 1970,
pp. 30-31; V ivir la historia. Ibid., p. 47; Las investigaciones y el porvenir de
la historia. Ibid. p,. 86 y 87; Contra el espíritu de especialidad, Ibid., pp. 160
y 161; Hacia otra historia. Ibid., pp. 230-231.
Marc B l o c h : La historia rural francesa, p. 38.
Fernand B r a u d e l : Historia y sociología. E n : La historia y las ciencias so­
ciales. Madrid, Alianza Editorial, 1968, pp. 113, 179-181, 182-183; Las respon­
sabilidades de la historia. Ibid., pp. 38-40 y passim.
(16) Edouard S a l í n : La civilisation mérovingienne d ’apres les sépultures,
les tex tes et le laboratoire. París, A. et J. Picard et Cié., Troisiem e Partie,
1957, p. 1.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
625
TOPONIMIA Y CRONOLOGIA
Ahora bien, los topónim os, al igual, en general, que todos los
otros fenóm enos del lenguaje, plantean al h isto riad o r dos proble­
mas, y dos dificultades, fundam entales: el de su datación con la
m ayor precisión posible, y el de su interpretación, con objeto de
tra ta r de precisar las realidades que tras ellos se ocultan (17).
La p rim era de am bas cuestiones presenta, naturalm ente, as­
pectos com unes a la toponim ia latina y a la germ ánica, y otros pro­
pios de cada una de ellas, pero en am bos casos suscita notables
divergencias en tre los especialistas.
Por lo que se refiere a aquella, ya lo sea desde el punto de
vista de sus com ponentes como desde el m eram ente form al,
la Profesora Carm en B o b e s , basándose en lo prolongado del proce­
so de su form ación, que se extenderá a lo largo de siglos, con las
consiguientes pervivencias de procedim ientos, y en la com plejidad
de la procedencia de los elem entos que en él intervienen, de origen
rom ano, prerrom ano o germánico, estos últim os fonéticam ente ro­
m anizados, niega rotundam ente que la lingüística tenga posibilidad
alguna de «prestar una ayuda eficaz al esclarecim iento del pro­
blem a cronológico» (18), actitud que, ju n to a la ausencia de una
cartografía de los datos que en ella se contienen, resta a su obra,
tan estim able por otros conceptos, buena parte de su valor poten­
cial p ara el historiador.
Joseph P i e l por su parte m antiene la posibilidad de es­
tablecer una ordenación en el tiempo basándose en los cam bios
experim entados po r el sistem a de expresar las relaciones de pro­
piedad. De m anera que entre los topónim os derivados de nom bres
de posesores, el tipo más antiguo sería el originado por el empleo
sistem ático de gentilicios en -ius, -ia, -ium, algo más tardío, desde
fines del período republicano hasta el período previsigodo, en la
Península Ibérica, el ocasionado por el añadido al sustantivo que
designaba al bien poseído del nom bre del propietario con los sufijos
-anus, -ana, -anum, según el género, y, por últim o, el m as m oderno,
que aparece ya generalizado desde el m om ento en que surgen los
más antiguos docum entos escritos del NO. de la Península, siglos
(1 7 ) Gabriel F o u r n i e r : Op. cit., p . 4.
M. Carmen B o b e s : Op. cit., p. 249.
Joseph M . P i e l : Nornes de “ possessores ” latino-cristaos na toponimia asturo-galego-portuguesa. Coimbra, 1948, pp. 8-9.
(18) M. Carmen B o b e s : Op. cit., p. 249.
626
SANTIAGO AGUADE NIETO
V III y IX, el que se basa en la aplicación del nom bre del propie­
tario en genitivo al sustantivo que designa el objeto (19).
En cuanto a la toponim ia germánica, la polémica es aún más
acentuada.
El esquem a básico fue trazado, ya en 1932, po r Georg Sachs,
quien estim aba que, de un total de unos dos mil cuatrocientos to­
pónim os germ ánicos localizados en la Península Ibérica, m ientras
a lo largo del siglo VI habrían ido form ándose los etnónim os del
tipo Godos, Suevos, a p a rtir del VII, en que tiene lugar la asim ila­
ción, m ás o m enos efectiva, del elemento visigodo po r el hispanorrom ano en el aspecto de las costum bres, de la religión y del idio­
ma, se hab ría abandonado el antiguo sistem a germ ánico de for­
m ación de topónim os, tipo Avricourt < Eberhardi c u r tís , y, fi­
nalm ente, cuando, como consecuencia del derrum bam iento del es­
tado hispanovisigodo, en 711, buen núm ero de godos se traslad a­
ron al área noroccidental de la Península, asentándose en las tie­
rras baldías, procediendo a su apropiación y posterior roturación,
las nuevas explotaciones agrícolas así surgidas habrían recibido el
nom bre de su nuevo propietario, pero ya no según el viejo p ro ­
cedim iento germánico, sino m ediante el sistem a latino, entonces
en vigor, del uso sistem ático del genitivo pospuesto al sustantivo
que designaba el bien poseído (20).
Sanchez-Albornoz ha aceptado básicam ente, con algún retoque,
este cuadro. F rente a Abadal, argum enta detenidam ente en pro del
establecim iento muy tem prano, durante el siglo VI, de guarnicio­
nes y colonias godas en el NO. peninsular, territo rio del reino
suevo, que h abría dado lugar a los etnónim os del tipo Godos, Gode,
Godin, Gotones (21). Además, sostiene la existencia de una em i­
gración de p arte de la población visigoda a las tierras situadas
al n orte de la Cordillera Cantábrica, en 711, y la docum enta (22),
y, en tercer lugar, señala el papel del proceso repoblador altomedieval, a p a rtir del siglo IX avanzado, especialm ente en la Galicia
m eridional, valles del Duero y Miño, en la form ación de la toponiJoseph M . P i e l : Nomes de “possessores”..., pp. 5, 6, 9 y 10.
(20) Georg S a c h s : Die germanischen Ortsnamen in Spanien und. Portu­
gal. Berliner Beiträge zur Romanischen Philologie, Band II, 4, Jena und Leip­
zig, Verlag von Wilhelm Gronau, 1932, pp. 4-5 y 6.
(21) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : Tradición y derecho visigodos en León
y Castilla. En: Investigaciones y documentos sobre las instituciones hispanas,
Santiago, Editorial Jurídica de Chile, 1970, p. 23 y nota 29; Orígenes de la
nación española. I. D. E. A ., Oviedo, T. II, 1974, pp. 270-271, nota 54.
(22) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : Tradición..., p. 122 y notas 26 y 33.
(1 9 )
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
627
m ia germ ánica (23). Finalm ente, considera válida una vieja idea
defendida en su día por W. R e in h a r t (24), la de que buena p arte
de los topónim os germ ánicos del NO. peninsular se debe al esta­
blecim iento de los suevos en dicha área (25).
Por el contrario, otros dos notables investigadores han in tro ­
ducido sensibles correcciones en esta imagen: Ram ón D 'a b a d a l i
V i n y a l s , y, sobre todo, Joseph P i e l .
El prim ero pospone la form ación de los etnónim os del tipo Go­
dos hasta los siglos V III y IX, con ocasión de las deportaciones de
la población asentada en el valle del Duero llevadas a cabo por
Alfonso I (26), asentam ientos colectivos que h abrían ido acom pa­
ñados, d u ran te el mism o período, por establecim ientos de carác­
te r individual que h abrían dado lugar a los m ás de dos mil topóni­
mos derivados de nom bres germánicos de propietarios, cuya exis­
tencia ya habían señalado S a c h s y G a m ill s c h e g (27).
El segundo ha reestructurado, prácticam ente, toda la cronología,
acentuando, quizá de form a excesiva, el carácter tardío de la for­
m ación de este últim o grupo de topónimos.
En efecto, tras rechazar la validez de la inm ensa m ayoría de los
ochenta etnónim os derivados del nom bre «Godo», y señalados por
G a m i l l s c h e g en el NO. peninsular, por considerarlos derivados de
nom bres de propietarios medievales (28), la tesis de R e in h a r t , ya
aludida, sobre el posible origen suevo de la toponim ia germ ánica
del NO. de la Península (29), y la idea de B r o e n s sobre la existencia,
a m ediados del siglo VI, de una im portante colonización de inva­
sores francos, que h ab ría afectado principalm ente a Galicia y que
habría dado lugar a la creación de cerca de setenta topónim os a
base del etnónim o respectivo (30), niega que los nom bres de lugar
germ ánicos del NO. rem onten a la etapa del estado hispanovisigodo o a la época inm ediatam ente posterior a su hundim iento (31),
(23) Cl. S a n c h e z - A l b o r n o z : Tradición..., p. 124 y notas 19 y 34.
(24) Joseph M. P i e l : Toponimia germánica..., p. 535.
(25) Cl. S a n c h e z - A l b o r n o z : Tradición..., p. 128, nota 45; Orígenes..., T.
II, p. 271, nota 54.
(26) Ramón D ’A badal i V i n y a l s : El llegat visigotic a Híspanla. E n : Deis
visigots ais catalans, Barcelona, Edicions 62, T. I, 2.a ed. 1974, pp. 100-101.
(27) Ramón D ’A badal i V i n y a l s : Op. cit., pp. 101-102.
(28) Joseph M. P i e l : Toponim ia..., pp. 533-534.
(29) Joseph M. P i e l : Toponimia..., p. 535.
(30) Joseph M. P i e l : Toponimia..., pp. 536-538.
(31) Joseph M. P i e l : Toponimia..., p. 541; Nombres visigodos de propie­
tarios en la toponimia gallega. En: Homenaje a Fritz Krüger, Mendoza, 1954,
IT. p. 248.
628
SANTIAGO AGUADE NIETO
y afirm a tajantem ente que, en su mayoría, «surgieron en el tran s­
curso de la reconquista y de la repoblación de las tierras del no­
roeste, abandonadas o en posesión de los árabes» (32).
Los topónim os derivados de nom bres de propietarios germ áni­
cos, tanto del tipo «integral», compuesto, arcaizante, como del tipo
elíptico, serían derivados del proceso de reconquista y repoblación
del país, m ediante la puesta en práctica de la presura (33), y ha­
brían surgido con ocasión de los mismos fenómenos, durante el
mism o período, en la m ism a área geográfica, y sobre el modelo de
los derivados de nom bres de propietarios latinos (34). De ahí que
unos y otros constituyan, en realidad, una m ism a unidad histórica
y deban estudiarse de form a conjunta (35).
H asta aquí las opiniones de los especialistas.
Sin pretender terciar en el debate, deseo, no obstante, hacer al­
gunas consideraciones.
En prim er lugar, que la discusión am enaza con en tra r en un
callejón sin salida, si es que no lo ha hecho ya, si continúa dentro
de los lím ites estrictos de lo filológico, en los que las posibilidades
de obtener m ayores precisiones cronológicas son muy escasas.
A esto hay que añadir que en la m ism a proporción en que las
fuentes escritas escasean para el período com prendido entre los
siglos V y V III, h asta faltar, o se m uestran poco locuaces, aum en­
ta el papel desem peñado por la conjetura y po r la hipótesis.
Por consiguiente, sólo las aportaciones realizadas por la inves­
tigación arqueológica, lo más sistem ática posible, en un futuro más
o menos lejano, parece que podrán perm itirnos salir de esta situa­
ción actual y p isar terreno más seguro, al igual que parece em pe­
zar a o cu rrir con la problem ática propia de la cuenca del Duero (36).
M ientras tales aportaciones llegan, h ab rá que tener en cuenta
que los argum entos basados en la latinización fonética, morfológica
y sintáctica del sistem a de form ación de los topónim os germ áni­
cos, que perm ite re tro tra e r este últim o fenómeno, si no en su to­
talidad, sí, al menos, en su m ayor parte, h asta un m om ento poste­
rio r al siglo V II, parecen de peso.
(32)
Joseph M. P i e l : Nombres visigodos..., p. 248.
Toponimia..., p . 5 42.
(34) Joseph M. P i e l : Toponimia..., p. 544.
(35) Joseph M. P i e l : Toponimia..., pp. 540-541.
(36) Salvador de M oxo: Repoblación y sociedad en la España cristiana
medieval. Madrid, Rialp, 1971, pp. 22-23.
(3 3 )
J o sep h M . P ie l :
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
629
Por el contrario, estim o absolutam ente exageradas y carentes de
base algunas de las tesis sustentadas por Piel, aún cuando sus
puntos de vista, en general, son muy valiosos.
Así cuando afirm a que «Los principios del repoblam iento pue­
den ya pertenecer a la segunda m itad del siglo V III, pero la inesta­
bilidad de las conquistas territoriales hechas po r Alfonso I no debe
haber sido propicia a una actividad colonizadora de envergadura»
(37), añadiendo que «el clima de mediados del siglo V III no era to­
davía de molde a fom entar una cam paña de repoblación de gran
estilo» (38), o cuando sostiene que «La actividad repobladora, a la
que innum erables pueblos gallego-portugueses deben su nom bre, no
procedió del sur, en los años que siguieron a 711, sino del N ordeste,
cuando el reino asturiano, en los siglos IX y X, y aún en la segun­
da m itad del V III, pasó a consolidar las posiciones occidentales que
iba arreb atan d o a los moros» (39), conviene tener presentes algunos
de los datos que nos proporciona la investigación histórica.
Ante todo, que inestabilidad y riesgo son rasgos inseparables de
la repoblación de los territo rio s próxim os a la frontera, y ello des­
de el siglo V III h asta el X III o hasta el XV, y que los colonizadores
ra ra vez han esperado a ver un territo rio pacificado p ara instalarse
en él (40), pero tam bién que, de creer a Sanchez-Albornoz, «Des­
pués de Covadonga (722) los ejércitos islámicos sólo penetraron
en A sturias a fines del siglo V III» (41), y, por lo tanto, el período
com prendido entre estas dos fechas parece tan propicio p ara las
tareas repobladoras, al menos, como el siguiente, en que, a p a rtir
de 791, se suceden las cam pañas de los ejércitos m usulm anes con-
(37) Joseph M. P i e l : Toponimia..., p. 542, nota 33.
(38) Ibid.
(39) Joseph M. P i e l : Toponimia..., p. 542.
(40) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : España. Un enigma histórico. Barcelona,
E. D. H. A . S . A ., 6.a edición, 1977, T. II, pp. 33-35.
Julio G o n z a l e z : Repoblación de Castilla la Nueva. Madrid, Universidad
Complutense, 1975, T. I, pp. 88-108, 135-140, T. II, pp. 229-232, 235-242 y passim.
José M.a L a c a r r a : Aragón en el pasado. Madrid, Espasa-Calpe, 1972, pp.
28-29.
Pierre B o n n a s s i e : La Catalogne du milieu du Xe. a la fin du X le. siecle.
Croissance et mutations d ’une société. Toulouse, U niversité de Toulouse-Le
Mirail, T. I, 1975, pp. 118 y 121.
(41) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : ¿Muza en Asturias? Los musulmanes y
los árabes trasmontanos antes de Covadonga. En : Orígenes de la nación espa­
ñola. Estudios críticos sobre la historia del reino de Asturias. Oviedo, I.D.E.A.,
T. I, 1972, p. 478.
630
SANTIAGO AGUADE NIETO
tra las tierras del norte a lo largo de todo el siglo IX (42), si bien
es cierto que la expedición de 795 es la últim a que p enetra en el
solar de A sturias (43), y que a p artir de 841 ningún ejército cordo­
bés penetrará en Galicia (44).
Por o tra parte, los centros de decisión del reino de A sturias, si
existieron como tales centros, cam biaron de ubicación muy precoz­
m ente, de m anera que en el reinado de Silo (774-783) se hallaban
en Pravia, y en el de Alfonso II (792-842) en Oviedo, por lo que, en
todo caso, sería del área central de la actual A sturias de la que
procederían las hipotéticas decisiones regias sobre las em presas
repobladoras, m ientras que la población que habría de llevarlas a
cabo, de form a más o menos espontánea, procedería fundam ental,
si no exclusivamente, del sur.
Son sobradam ente conocidos los textos de la crónica Albeldense
y de la de Alfonso III que relatan las cam pañas de Alfonso I, los
traslados de la población establecida en el valle del Duero a las
tierras del norte dispuestos por él, y la repoblación, llevada a cabo
en su tiem po, de extensos territorios del naciente estado, para que
se haga necesario volver a citarlos una vez más o insistir sobre
ellos.
Se puede exagerar o minim izar su alcance, pero están ahí, y,
por consiguiente, no hay más remedio que preguntarse dónde se
habrían asentado esos grupos hum anos, más o m enos num erosos
que, procedentes del sur, de la cuenca del Duero, penetraron, ya
a m ediados del siglo V III, en Asturias, y a qué fenómenos h ab rá da­
do lugar tal asentam iento.
Y
del sur procedían otros colonizadores que atraviesan la cor­
dillera Cantábrica, o se quedan a sus puertas, por esas m ism as fe­
chas: Odoario, el repoblador de Lugo, con sus fam iliares y siervos,
a m ediados del siglo V III (45), los prim itivos colonizadores del
valle de Mena (46), y quizá tam bién el presbítero Máximo y su tío
(42) C la u d io S a n c h e z - A l b o r n o z : España. Un enigma histórico, T . II, p .
13-14.
(43) Juan U r ia R iu: Las campañas enviadas por Hixem 1 contra Asturias
(794-795) y su probable geografía. En: Estudios sobre la monarquía asturiana,
Oviedo, I. D. E. A., 2.a ed. 1971, p. 499.
(44) C l. S a n c h e z - A l b o r n o z : España..., T . I I , p . 398.
(45) Cl. S a n c h e z - A l b o r n o z : España..., T . II, p. 421; Viejos y nuevos es­
tudios sobre las instituciones medievales españolas. Madrid, Espasa-Calpe, T .
III, 1980, p. 1319.
(46) José A ngel G a r c ía de C o r t a z a r y R u iz de A g u i r r e : El dominio del
monasterio de San Millán de la Cogolla (siglos X a XIII). U niversidad de Sa­
lamanca, 1969, p. 100.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
631
F rom istano, presores, con sus siervos, en el m onte N aranco y fun­
dadores allí del m onasterio de San Vicente hacia 761 (47).
Así pues, no cabe confundir el área de procedencia del m aterial
hum ano que interviene en la repoblación, y el área de origen de las
hipotéticas decisiones que la habrían puesto en m archa.
En una palabra, y como conclusión de lo expuesto h asta aquí,
en tanto no se produzcan aportaciones sustanciales que desm ientan
esta imagen, existen, a mi juicio, suficientes razones p ara pensar
que la form ación de los topónim os derivados de nom bres de pro ­
pietarios, tan to latinos como germánicos, en A sturias, debió ini­
ciarse con ocasión de las repoblaciones efectuadas ya en la prim e­
ra m itad del siglo V III, y como consecuencia de la inm igración,
estim ulada p o r la m onarquía o no, y del asentam iento en la región
de grupos hum anos o personas aisladas procedentes de la Meseta,
procesos todos estos que debieron prolongarse a lo largo de los
siglos IX y X.
LAS «VILLAE» ROMANAS.
Evidentem ente, no es mi propósito llevar a cabo un estudio
exhaustivo de la «villa» en Asturias durante la época rom ana, sino
obtener una im ágen lo más clara posible de lo que la rom anización
supuso p ara el poblam iento rural de la región, y una imagen sus­
ceptible, adem ás, de ser com parada con la que en su m om ento ob­
tengam os del m ism o fenómeno durante la alta Edad Media.
P ara ello, he procedido a cartografiar la serie hom ogénea de
datos m ás directam ente relacionados con la cuestión planteada
en este ap artad o que nos proporciona M. del Carmen B o b e s en su
tesis doctoral, ya m encionada, sobre la toponim ia rom ana en As­
turias. Se tra ta de los topónim os con sufijo -ana, que tienen su
origen, como ya hem os visto, en una form a de m anifestar la exis­
tencia de relaciones de propiedad respecto a determ inados fenó­
m enos de ocupación y; explotación del suelo, precisam ente las
«villae».
Los resultados obtenidos, reflejados en el croquis cartográfico
núm ero 1, po r una parte, no deian de ser elocuentes, y, p o r otra,
pueden cotejarse con el m apa que acom paña al estudio de M.a del
(47)
Antonio C. F l o r i a n o : Restauración del culto cristiano en Asturias en
la iniciación de la Reconquista. Oviedo, I. D. E. A., 1949, pp. 15-16.
632
SANTIAGO AGUADE NIETO
Dulce N om bre E s t e f a n í a A lv a r e z sobre el aspecto económico de
la rom anización de Asturias (48).
La distribución de los topónimos sobre el terreno perm ite cons­
tatar, en prim er lugar, la desigual intensidad con que el proceso de
rom anización, en lo que se refiere a la introducción y difusión de
un nuevo régim en de propiedad de la tierra y de nuevos sistem as
de explotación de la misma, parece haber afectado a las diversas
áreas de la región asturiana.
En efecto, hay unos ejes en la proxim idad de los cuales se acusa
una m ayor abundancia de topónimos.
Ante todo, el eje Pajares-Gijón, que se corresponde, en líneas
generales, con una de las vías rom anas más im portantes de pe­
netración en Asturias, que partiendo de León y siguiendo los cursos
del Bernesga, en la vertiente leonesa, y del Lena y el Caudal, en
la asturiana, se dirigía hacia Lucus Asturum, continuando, más ta r­
de hasta Gijón (49).
Después, la costa, a lo largo de la cual M.a del D. N. E s t e f a n í a
A lv a r e z ha señalado la existencia de una «colonización rom ana de
im portancia» (50), y en la que se ubica un porcentaje im portante
de los topónim os en -ana cartografiados.
Así pues, las vías de comunicación, internas o que unen a la re­
gión con el exterior, parecen haber desempeñado un cierto papel
en la ubicación de las «villae» creadas en aquélla.
Un papel que es preciso no desorbitar, puesto que, en contraste
con los casos citados, la vía que unía Asturica y Lucus A sturum a
través del puerto de La Mesa presentaba ám plios tram os de su re­
corrido sin un solo establecim iento hum ano, de m anera que los
nom bres de lugar de época rom ana que aparecen sobre su trazado
son bien escasos (51), aunque, eso sí. fuera a desem bocar en un
área en la que se encuentra hoy abundantes topónim os derivados
de nom bres de antiguos «possessores» (52), la situada en torno a
la conjunción de los ríos Narcea y Pigüeña.
(48) M.a del Dulce Nombre E s t e f a n ía A l v a r e z : Aspecto económico de la
penetración y colonización romana de Asturias. Madrid, “Em érita”, T. XXI
(1963), pp. 43-52.
(49) Juan U r ia R i u : Las campañas..., pp. 472-473; José Manuel G o n z á l e z
y F e r n a n d e z V a l l e s : Mansiones del trayecto de vía romana Lucus AsturumLucus Angustí. En: Miscelánea histórica asturiana. Oviedo, 1976, pp. 212-213.
(50) M. del D. N. E s t e f a n ía A l v a r e z : Op. cit., p. 49.
(51) Juan U r ia R i u : Op. cit., p. 478.
(52) Juan U r ia R i u : Op. cit., pp. 480-481.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
633
De ahí que se haga necesario tener en cuenta algún o tro factor
explicativo de la distribución de esta serie de topónim os. Me refiero,
en concreto, a las m ayores o m enores posibilidades que ofrece el
suelo para la práctica de la agricultura.
La inform ación que nos proporciona E strabón, y los recientes
trab ajo s de M auricio P astor Muñoz (53) y Francisco Javier Lomas
Salm onte (54) nos perm iten conocer cuáles eran, en líneas genera­
les, las características de la organización económica de la sociedad
a stu r en el m om ento de la llegada de los rom anos.
Su rasgo más acusado era el prim itivism o, dado que en ella
continuaba desem peñando un papel fundam ental la recolección de
alim entos, de m anera que la base de la dieta alim enticia la cons­
tituían el pan elaborado con la harina obtenida de la m olturación
de las bellotas recogidas en los bosques de robles que poblaban la
región, alim ento este que subvenía a las necesidades de los aboríge­
nes durante dos terceras partes del año, y la carne de m acho ca­
brío (55).
La agricultura había hecho su aparición, aunque conservaba un
carácter m arginal.
Se tratab a de una agricultura extensiva, practicada p o r m uje­
res (56), que, a diferencia de lo que ocurría en la Meseta, apenas
conocía el cultivo de cereales (57), y que em pleaba sistem as de
cultivo m uy arcáicos, cultivo de azada, itinerante, realizado me­
diante rozas, y que, a lo sumo, utilizaba un arado muy p rim iti­
vo (58).
El carácter endeble de esta base de sustentación, su angostura,
y la consiguiente escasa variedad de la dieta alim enticia originaban
una situación de subalim entación crónica, que explica las constan­
tes incursiones llevadas a cabo por estos pueblos en las zonas agrí­
colas del sur, más prósperas (59).
(53) Mauricio P a s t o r M u ñ o z : Estudio socio-económico del “Conventus
A stu ru m ”. Salamanca. 1975; Los astures durante el Imperio romano (Con­
tribución a su historia social y económica). Oviedo, I. D. E. A., 1977.
(54) Francisco Javier L o m a s S a l m o n t e : Asturias prerromana y altoimperial. Sevilla, Universidad, 1975.
(55) Mauricio P a s t o r M u ñ o z : L os astures..., pp. 95 y 232-233; Estudio...,
p. 26.
Feo. J. L o m a s S a l m o n t e : Asturias..., pp. 73-74.
(56) Mauricio P a s t o r M u ñ o z : Estudio..., p. 26; Los astures..., p. 233.
(57) M a u r ic io P a s t o r M u ñ o z : I b id .
(58) Feo. J. L o m a s S a l m o n t e : Asturias..., pp. 74-75.
(59) Feo. J. L o m a s S a l m o n t k : Op. cit., pp. 75-76.
Toponimos Latinos En - Ana
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
635
Tanto estos rasgos de acentuado prim itivism o, como las tran s­
form aciones producidas por la romanización, ofrecen un grado desi­
gual de desarrollo e intensidad al sur y al norte de la C ordillera can­
tábrica, en los territo rio s, respectivam ente, de los astures augustanos y de los astures transm ontanos (60).
Pero incluso en este últim o, tales estru ctu ras com enzaron a
transform arse, en m ayor o m enor medida, ya a p a rtir de los m is­
mos inicios del proceso de rom anización (61), m ediante la p au lati­
na reducción del sistem a de recolección, y el desarrollo de la agri­
cultura a través de la im plantación de nuevos cultivos de origen
m editerráneo, como el trigo y la vid (62), y el perfeccionam iento
de las técnicas (63).
Ahora bien, dada la escasa difusión alcanzada por la vida u r­
bana, en general, y en especial en el territo rio de los astures tran s­
m ontanos (64), el papel de gran factor de rom anización que en el
resto de la Península Ibérica com parte la ciudad con el ejército y
la «villa», pasa a ser desem peñado aquí por esta últim a (65).
En una palabra, si en el territo rio de lo que hoy es A sturias la
inm ensa m ayoría de la población aborigen continuó viviendo a
lo largo del Im perio y del bajo Im perio en los prim itivos castros
indígenas (66), las «villae» de nueva creación pasaron a desem pe­
ñ ar un im portan te papel como form as de asentam iento y de aproniación del suelo, de acuerdo con el concepto rom ano de propie­
dad. v como centros de renovación, de rom anización agrícola.
No es extraño, pues, que se buscaran preferentem ente p ara su
em plazam iento las áreas de la región con m ayores posibilidades
para el cultivo: la rasa litoral, con terrenos cuaternarios sobre los
oue adquieren cierta envergndura los suelos podsolizados y los sue­
los pardos (67), las fértiles vpgas del interior form adas por m ate­
riales de aluvión aportados por las aguas del Nalón y del Narcea,
Estudio..., p p . 9, 1 2 -1 3 , 17.
(6 0 )
M a u r ic io P a s t o r M u ñ o z :
(6 1 )
M a u r ic io P a s t o r M u *ñ o z : O p . c it., p p . 17-18 y 26.
Estudio..., p . 2 6 ; Los astures..., p . 235.
Estudio..., p . 26.
(6 4 ) M a u r ic io P a s t o r M u ñ o z : Estudio..., p p . 13, 19 y 32.
(6 5 ) M a u r ic io P a s t o r M u ñ o z : O p . cit., p . 20.
(6 6 ) M a u r ic io P a s t o r M u ñ o z : Estudio..., p . 33.
(6 7 ) Mapa de Suelos de España. Escala 1 /1 .0 0 0 .0 0 0 , Madrid, C. S. I. C.,
1 9 6 6 -1 9 6 8 , Descripción de las asociaciones y tipos principales de suelos, pp.
(6 2 )
M a u r ic io P a s t o r M u ñ o z :
(6 3 )
M a u r ic io P a s t o r M u ñ o z :
6 5 -7 4 y 1 0 9 -1 1 1 .
636
SANTIAGO AGUADE NIETO
y el área de orografía más suave que se extiende entre el medio y
bajo curso del Nalón y la costa (68).
Ya en mi tesis doctoral, leída el 16 de mayo de 1978 en la Fa­
cultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, y que
perm anece inédita, hice observan, en relación con este mismo he­
cho, la notable coincidencia existente, en líneas generales, entre
tres de los croquis cartográficos que la acom pañan, los dos en que
se plasm a la ubicación de los molinos hidráulicos de que queda
noticia a través de la docum entación medieval y de la toponim ia
actual asturianas, y el que refleja la situación de los topónim os en
-ana de origen latino.
Esa observación me llevaba entonces a preguntarm e sobre la
posible relación existente entre la colonización agraria tardorrom ana en Asturias, las «villae» surgidas como consecuencia de la
mism a, sobre todo en el área central de la región, la introducción
e intensificación en ellas del cultivo de cereales, y la im plantación
y difusión en estas mism as zonas del molino hidráulico en un mo­
m ento que resulta imposible concretar (69). Hoy considero con­
veniente volver a form ular aquí la mism a pregunta.
Por o tra parte, en el croquis cartográfico, ju n to a zonas en que
la densidad de este tipo de poblam iento es más elevada, aparecen
otras, situadas en la zona oriental y occidental de la región, en
que los vacíos resultan evidentes.
En el prim er caso el croquis cartográfico núm ero 1 que acom ­
paña a este trab ajo y el elaborado por M.a del D. N. Estefanía
Alvarez difieren parcialm ente, corrigiendo el segundo la imagen
excesivamente tajan te del segundo, aunque tam bién se producen
coincidencias. En el segundo caso, el del occidente de Asturias,
dichas coincidencias son mayores.
El vacío parcial que se acusa en el área oriental probablem ente
sea debido a lo atorm entado de su orografía, poco propicia a la
creación de asentam ientos agrícolas.
Los que aparecen en el occidente de Asturias se deben, con
toda probabilidad, no a la to +al ausencia de rom anización, sino al
carácter unilateral que ésta reviste en dicha zona, volcada hacia
(68) José Manuel G o n z á l e z y F e r n a n d e z V a l l e s : Localización de una
“villa” romana en Paredes (Lugones). En: Miscelánea..., p. 255; La “villa”
romana de Linio en Naranco. En: Miscelánea..., pp. 265-266.
(69) Santiago A g u a d e N i e t o : El monasterio de Santa María de Villanueva
de Oseos : Su señorío y la subregión occidental de Asturias hasta el siglo XIV.
Ejemplar dactilografiado, T. I, pp. 463-464.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
637
la explotación de los recursos m ineros (70), actividad que desplaza
en gran m edida a la agricultura.
Por últim o, conviene tener en cuenta que la proliferación de las
«villae» en el área central de la actual Asturias no sólo debe signi­
ficar m ayor intensidad en la rom anización de la m ism a, en cuanto
transform ación de las estructuras agrarias, sino tam bién la exis­
tencia de una m ayor densidad de población que se ve corroborada
por el croquis cartográfico que acom paña al trab ajo de José Ma­
nuel G o n z á l e z y F e r n a n d e z V a l l e s sobre los castros asturianos
del sector lucense, y que refleja la ubicación de este fenóm eno de
poblam iento en la totalidad de la región (71).
SUPERVIVENCIA DE LAS «VILLAE» ROMANAS EN LA ALTA EDAD MEDIA.
Una parte, al menos, de estas entidades cuyo origen y papel a
lo largo de la época rom ana he intentado analizar brevem ente,
parece sobrevivir tal cual durante la alta Edada Media.
Dicha pervivencia ha sido dem ostrada por la arqueología (72),
pero tam bién quedan de ella testim onios docum entales.
Así, en 980, cierta Ildonza dona al m onasterio de Sahagún «...villa
te rrito rio Subm onzia valle quos vocitant Flabiana in loco predicto
Aubiniana hic in bustelo ubi Liverius hab itab it...» (73). Los topó­
nim os m encionados son dos de los latinos en -ana cartografiados
en el valle alto del Nalón, en el sector oriental de Asturias: Laviana y Oviñana.
A m ediados de la centuria siguiente, en 1055, Donnu C id iz y
Ecta C td iz venden «... uilla nostra probria quos auem us in te rri­
torio asturiense, in uilla Ponzana, quo auem us de parentibus nos(70) M. C. B o b e s : La toponim ia.. Madrid, “Em érita”, T. X X IX (1961),
p. 33.
M. del D. N. E s t e f a n ía A l v a r e z : Aspecto económico..., p. 52.
Claude D o m e r g u e : Les exploitatons auriferes du nord-ouest de la Pénin­
sule Ibérique sous l’occupation romaine. En : La minería hispana e iberoame­
ricana. Contribución a su investigación histórica. León, Cátedra San Isidoro.
VI Congreso internacional de Minería, Vol. I, 1970, pp. 162 y mapa p. 193.
(71) J. M . G o n z a l e z y F e r n a n d e z V a l l e s : Castros asturianos del sector
lucense y otros no catalogados. E n : Miscelánea..., pp. 138-139.
(72) J. M . G o n z a l e z y F e r n a n d e z V a l l e s : La “villa” romana..., p p . 261274, especialm ente pp. 271-274; Orígenes de Valdediós. En: Miscelánea..., pp.
321-326.
(73) Luis F e r n a n d e z M a r t i n : Posesiones de la abadía de Sahagún...,
Doc. núm. 3 (980. IX. 2), p. 631.
638
SANTIAGO AGUADE NIETO
tris» (74), que no es o tra que Ponzana, situada en la com arca cen­
tral de la región.
Por últim o, unos años antes, en 1024, Cristina, viuda del infante
Ordoño, lleva a cabo la dotación fundacional del m onasterio de
Cornellana, donándole, entre otros bienes, «... uillam iuris nostro
deuitam , iam superius nom inatam Cornelianam, super ripam Narcegie» (75). Nos encontram os en este caso a orillas del Narcea,
en el occidente de Asturias.
El núm ero de ejemplos podría, sin duda aum entarse, pero creo
que no es eso lo verdaderam ente interesante, sino el tra ta r de p re­
cisar el alcance de sem ejante continuidad, atestiguada p ara la to­
talidad de la región, es decir si se lim ita sim plem ente a los topóni­
mos o se extiende tam bién a las realidades existentes tras ellos.
En el prim ero de los tres casos citados, la descripción que se
hace de la entidad donada parece bien significativa: «Concedimus
in ipsa villa ... casas, to rcu lad a, apoteciis, cubas plenas bivendum
id sunt num ero IIII, orrea plena frum ento, térras et pom aria vel
ceteras arbusculas qui in ipsas villas sunt plantatis, pratis, pascuis,
padulibus, fontes, aquis aquarum , cessum vel regressum quantum
ad eandem villa pertinet esse videntur» (76).
Y
lo mism o ocurre con el tercero: «Hanc uillam cum domibus,
edificiis, cassas, orreo, abotecis, cum suis utensilibus, nasis, torcularibus uel omne intrinsecus dom orum , cum terris, uineis, adque
ingens pom eriis aruusta fructífera uel infructífera, cum m ontes et
fontes, cum exitibus atque introitibus suis; cum pratis, pascuis,
siluis; cum aiacenciis et prestationibus suis; cum ortis et molinis
cum suis productibus; aquis cum accessu et regressuque suo, quicquid ad eadem uillam pertinet ab omni integritate...» (77).
Ciertam ente, desconocemos la configuración de am bas realida­
des en el m om ento de su creación y en el período inm ediatam ente
posterior, y tam poco es que las descripciones tran scritas resulten
muy detalladas, pero la im presión que se tiene es que, probable­
m ente al igual que en la época rom ana, se tra ta de sendas propie­
dades agrícolas de cierta extensión, quizá considerable, explotacio­
nes agrícolas con sus edificios, sus tierras cultivada e incultas, su
equipam iento y su utillaje.
(74) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección diplomática..., Doc. núm. 51
(1055. IV. 29), p. 109.
(75) Antonio C. F l o r i a n o : El monasterio de Cornellana, Doc. núm. I (1024.
V. 31), pp. 17-18.
(76) Luis F e r n a n d e z M a r t i n : Op. cit., p. 632.
(77) Antonio C. F l o r i a n o : El monasterio de Cornellana, p. 18.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
639
No obstante, es preciso señalar algunas otras circunstancias que
se insinúan a través de alguno o de los tres textos citados.
Ante todo, los topónim os originados po r las prim itivas «villae»
rom anas han pasado a designar, en ocasiones, realidades distintas.
Así Laviana da nom bre a un valle situado en el te rrito rio de Somoza, y Oviñana constituye un «locus» (78), es decir, tal como lo
define ya la «Lex Visigothorum», un lugar colectivam ente h ab ita­
do (79). Y es en el ám bito de ese valle y de ese «locus», «in bustelo
ubi Liverius abitabit», donde se halla la verdadera entidad desig­
nada como «villa» y donada en el docum ento de 980 (80).
Y
esa identificación entre «villa» y «locus» se repite, incluso, en
un caso aparentem ente tan claro como el de Cornellana (81).
Por lo que se refiere a la villa Ponzana, es la m itad de ella, y
ésta no com pleta, lo que se vende o trueca (82).
En sum a, la perduración de las «villae» surgidas en Asturias
d u rante el proceso de rom anización no parece, a través de estos
ejem plos, haber sido tan com pleta como pudiera creerse en un
principio. Se han m antenido los topónim os, y en algunas ocasio­
nes, el carácter de gran propiedad; pero no siem pre parecen haber
continuado como grandes explotaciones agrarias.
En cierto núm ero de casos, han surgido en su ám bito otras en­
tidades tam bién calificadas como «villae», y el grupo hum ano que
las habitaba da la im presión de haber aum entado, y quizá de h a­
berse diferenciado, evolucionando hacia una realidad de tipo «al­
dea».
La «villa» astu rian a altom edieval no da la im presión, pues, de
poder em parentarse directam ente con la de época rom ana. Esta
evolucionó considerablem ente.
(78) Luis F e r n a n d e z M a r t i n : Op. cit., p. 631.
(79) Claudio SáNCHEZ-ALBORNOz : Repoblación del reino astur-leonés. Pro­
ceso, dinámica y proyecciones. Buenos Aires, “Cuadernos de Historia de Es­
paña”, LIII-LIV (1971), p. 339.
(8 0 ) Luis F e r n a n d e z M a r t i n : Op. cit., p . 6 31.
(81) Antonio C. F l o r i a n o : El monasterio de Cornellana, p . 15: “quorum
baselica in nomine tuo edificauim us sub iure m onasterii fundata esse dinoscitur in locum uocitatum Corneliana secus fluuio N arceie...”.
(82) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección diplomática..., p. 109.
640
SANTIAGO AGUADE NIETO
DIFU SIO N DE LA «VILLA» DURANTE LA ALTA EDAD MEDIA.
En páginas anteriores creo que ha quedado bastante claro que
la conclusión lógica a obtener del contraste de las diversas postu­
ras sobre la cronología de la toponim ia latina y germ ánica del área
noroccidental de la Península, en general, y de la región asturiana,
en particular, es que las repoblaciones llevadas a cabo durante el
reinado de Alfonso I (739-757) iniciaron un proceso muy precoz de
creación de nuevos asentam ientos hum anos, a lo largo del cual
fue surgiendo una parte im portante de dichos topónim os: los for­
mados a base de un nom bre de propietario en genitivo.
Sentada esta base, y si se acepta la afirm ación de P iel en el
sentido de que tales nombres de lugar aparecieron com o conse­
cuencia de apropiaciones de tierras total o parcialm ente despobla­
das m ediante el sistem a de la presura (83), afirm ación que no me
parece fácil de rechazar, se derivan im portantes consecuencias.
En prim er lugar, la existencia en el territo rio de la actual As­
turias de- un tem prano proceso de rem odelación de la propiedad
de la tierra y del poblam iento que parece abrirse en el mism o si­
glo V III, y ello m ediante la práctica frecuente de la presura.
En segundo, que cabe la posibilidad de que esta últim a in stitu ­
ción haya surgido, no con ocasión del asentam iento de los visigodos
en el valle del Duero durante el siglo V, como recientem ente ha su­
gerido el gran m aestro del medievalismo español, Claudio SanchezAlbornoz (84), sino en las tierras del noroeste peninsular situadas
al norte de la Cordillera Cantábrica, y como respuesta a las necesi­
dades y problem as planteados por la nueva situación, y como con­
secuencia de esta serie de fenómenos de redistribución de la po­
blación que tiene lugar, de m anera que las escasísim as m anifesta­
ciones de aquélla de que ha quedado huella en la docum entación
escrita no constituirían sino pobres indicios de una práctica mucho
más frecuente en la realidad. El mismo Sanchez-Albornoz, por o tra
parte, reconoce que «La repoblación de las tierras yerm as comenzó
al norte de los m ontes en el solar prim igenio del reino» (85).
Si Odoario llevó a cabo presuras en Lugo a m ediados del si­
glo V III (86), si las practicaron en Taranco los prim itivos repo(83) Joseph M . P i e l : Toponimia germánica..., p. 542.
(84) Claudio S ó n c h e z - A l b o r n o z : Repoblación del reino..., p . 258-260.
(85) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : Repoblación del reino..., p. 247.
(86) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : Repoblación del reino..., p. 247; El ré­
gimen de la tierra en el reino asturleonés hace mil años. E n : V iejos y nuevos
estu dios..., T. III, p. 1319.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
641
bladores del valle de Mena (87), y si Máximo y From estano las rea­
lizaron tam bién en Oviedo, en 761 (88), no parece h ab er m otivo
para pensar que la m ayoría, al menos, de los restantes asentam ien­
tos hum anos que tuvieron lugar por entonces en la región astu ­
riana, no se hayan efectuado por el mism o sistem a, máxime cuan­
do creo que todavía se puede encontrar algún rastro de él en el
territo rio de Cangas de Narcea, datable de principios del siglo X.
En efecto, en 944 tiene lugar, tras un juicio, la división entre
el presbítero Donadio, m inistro de la iglesia de santa M aría de Limés (Cangas de N arcea) y sus herederos, de un «bustum descalido»,
que se hallaba integrado, injustam ente, en el m onte de Prada, procediéndose a la delim itación de am bas heredades, delim itación al
final de la cual se declara: «Et uicerunt istam hereditatem per
istos térm inos: Donadio, Simplicio, Iurgio, Iburdio, in tem pore re­
gis Froile» (89). Es decir, que el presbítero y sus tres herederos
habían obtenido trabajosam ente la propiedad en litigio, el «bus­
tum de scalido», du ran te el reinado de un m onarca que, de acuerdo
con el nom bre y la fecha del proceso, h ab rá de ser Fruela II (910925).
Casi en el o tro extrem o de Asturias, el presbítero Seoano dona,
en 895, a la iglesia de San M artín, obispo, sus bienes en Noanca,
en el valle de Caso, «homnem ipsa hereditatem secundum illo ad
defendendum eam scalidabi uel que est pro scalidare et que ganabi
uel hacm entare potui...» (89 bis).
Se hace difícil, por consiguiente, continuar contraponiendo, en
este sentido, tan tajantem ente como lo viene haciendo S a n c h e z A lb o r n o z (90), las tierras situadas al norte de la Cordillera C antá­
brica, en las que continuaría el viejo sistem a de la gran propiedad
(87) J. A ngel G a r c ía de C o r t a z a r : Op. cit., pp. 98-99.
(88) Pedro F l o r ia n o L l o r a n t e : Colección diplomática..., Doc. núm. I
(781. XI. 25), pp. 30-31.
(89) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro de Corias, T. I, (106), pp.
36-37.
(89 bis) Antonio C. F l o r i a n o : Diplomática española del período astur.
Oviedo, I. D. E. A., 1951, T. II, Doc. núm. 149 (895. IX. 19), p. 206.
(90) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : Las behetrías. La encomendación en A s­
turias, León y Castilla. En: Estudios sobre las instituciones medievales espa­
ñolas. México, U niversidad Nacional Autónoma, 1965, pp. 50-51; El precio de
la vida en el reino astur-leonés hace mil años. En: Estudios..., pp. 379-380 y
nota 32; Pequeños propietarios libres en el reino astur-leonés. Su realidad his­
tórica. E n : Investigaciones y documentos sobre las instituciones hispanas. San­
tiago, Editorial Jurídica de Chile, 1970, pp. 178-180; Repoblación del reino...,
pp. 342-343.
642
SANTIAGO AGUADE NIETO
rom ana, y la «térra de foris», el valle del Duero, zona desierta en
la que se h abría puesto en práctica de form a masiva la presura,
a p a rtir de m ediados del siglo IX, creándose con ello una pequeña
y m ediana propiedad am pliam ente generalizada.
La «prehistoria» de la repoblación de dicha zona se desarrolla
en la Galicia y en la Asturias norteñas, y en la cornisa cantábrica
en general, durante el espacio de un siglo que antecede a aquella
fecha, y es el desarrollo de esa «prehistoria» en el m arco concreto
de la región astu rian a el que desearíam os conocer m ejor.
Con este objeto, he procedido a cartografiar los más explícitos
de aquellos topónim os originados por la creación de nuevos asen­
tam ientos de población del tipo «villa», cuya cronología he tra ta ­
do de precisar, en la m ayor m edida posible, en páginas anteriores,
es decir, los llam ados por P iel de tipo «integral», arcaizante (91),
com puestos po r el sustantivo latino «villa» y el nom bre del p ro ­
pietario, fundador o presor, independientem ente de que tal nom ­
bre sea de origen latino o germánico.
El resultado es el croquis cartográfico núm ero 2, cuya com pa­
ración con el núm ero 1 perm ite, a mi modo de ver, realizar algunas
constataciones.
En prim er lugar, en relación al núm ero de los nuevos asenta­
m ientos surgidos.
Sin conceder, por supuesto, un valor absoluto a las cifras, fren­
te a un total de 52 topónim os en -ana supervivientes de la época
rom ana, contabilizam os 66 topónim os com puestos del tipo arrib a
indicado, y es prácticam ente seguro que este núm ero aum entará,
si los especialistas filólogos se ocupan del tem a en el futuro.
Así pues, la prim era im presión que se obtiene es que a p a rtir
de m ediados del siglo V III parece haberse producido una im por­
tante aportación al poblam iento de la región, consistente, entre
otros aspectos, en la difusión del régimen vilicario.
La «villa» se m ultiplica como form a de ocupación, de apropia­
ción y de explotación del suelo. Y por consiguiente, el grupo de
los antiguos «possessores», cuyo origen rem ontaría a la época ro­
m ana, se reduciría, al menos proporcionalm ente, ya que a su lado
debió surgir un núm ero considerable de nuevos propietarios, re­
pobladores.
En segundo lugar, respecto a la ubicación de las entidades nue­
vam ente creadas.
(91)
Joseph M. P i^ l: Toponimia germánica..
pp. 543-544.
Toponimos Compuestos de Villa
+
Nombre
de Propietario
en Genitivo
644
SANTIAGO AGUADE NIETO
Para em pezar, resulta evidente el asentam iento predom inante
de las m ism as en el área situada al oeste del curso del Nalón, aun­
que estim o que en la realidad no debió resu ltar tan aplastante co­
mo aparece en el croquis, dado que en la Asturias oriental tam bién
se encuentran topónim os derivados de nom bre de posesor en ge­
nitivo, si bien no de este tipo sino de tipo elíptico.
Este fenómeno pone de relieve la necesidad de evitar form ular
generalizaciones para el conjunto de la región asturiana, tanto al
estudiar la evolución del poblam iento como cualquier otro aspec­
to, sin antes llevar a cabo un análisis de la realidad en las diversas
subregiones que la form an.
En todo caso, las razones de tan notable diferencia entre la
Asturias oriental y la central y occidental, que, de confirm arse, nos
llevaría a plantearnos la ausencia de este proceso repoblador en
la prim era, no m e parecen, ni mucho menos, fáciles de explicar.
Se puede acudir a la m ayor densidad del poblam iento que du­
rante la época rom ana alcanza el territo rio com prendido entre el
bajo y medio curso del Nalón y los del Piloña y el Sella, y la linca
de la costa, que se refleja en el croquis cartográfico núm ero 1, y
que haría de él una zona poco propicia para la colonización. Sin
em bargo, este argum ento no parece convincente.
Es posible tam bién echar mano de las propias características,
las circunstancias, del proceso repoblador, los factores que en él
intervienen y que desconocemos por completo.
Aún cuando continuaré rozando este problem a en las páginas
siguientes, tratan d o de ilum inarlo, me parecen im prescindibles in­
vestigaciones más a fondo, prim ero con vistas a com probar la rea­
lidad del hecho, y después para tra ta r de explicarlo de m anera
eficaz.
Por ahora, no me parece aventurado afirm ar ya que el proceso
de creación de nuevos asentam ientos de población que venimos
estudiando afectó con m ayor intensidad a los territo rio s situados
al oeste del eje Pajares-Gijón, territorios que, como ya advertí en
páginas anteriores, eran los más escasam ente rom anizados, al me­
nos desde el punto de vista de las estructuras agrarias, por lo que
la proliferación en ellos de las nuevas entidades me parece bas­
tante natural.
Por o tra parte, las «villae» de nueva creación se m ultiplican en
la costa y a lo largo de las vegas fluviales del interior, sobre todo
de la del Narcea, com pletando así su poblam iento antiguo, pero
tam bién lo hacen en com arcas de las que se hallan ausentes, o poco
menos, los topónim os latinos en -ana.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
645
En prim er lugar, en los valles que ascienden h asta las m ism as
cum bres de la Cordillera Cantábrica.
Tal es el caso del valle de Proaza-Quirós, en el que encontra­
mos Villagime, Villagundú, Villamarcel, Villamejín, Villaorille y
V illasante, m ientras que en el vecino occidental de Teverga halla­
mos un Villabonel y en el inm ediato de Somiedo, un Villamor.
En cuanto al alto valle del Narcea y sus afluentes, el Antrago,
el Naviego y el Cibea, tropezam os con Villacibran, Villager, Villa*
laez, V illarm ental, Villategil, Villaoril de Bim eda y Villaoril de la
Sierra, si bien la etim ología de estos dos últim os es discutida (92).
Por últim o, en el alto valle del Navia, y sus afluentes, localiza­
mos V illajane y Villaoril a orillas del Ibias, y, ya sobre el mismo
Navia, Villaselande, Villagudin, Villabolle y Villabrille, sin contar
V illarpille y V illarquille sobre el Agüeira y el Ahío, ni Villasonte y
Villalaín sobre el río del Oro.
¿A qué obedece este despliegue siguiendo el curso de las vías
fluviales que descienden de la cordillera? Aún a riesgo de que pue­
da parecer un contrasentido, yo creo que al papel de vías de co­
m unicación que han desem peñado a lo largo de la historia, vías
de com unicación especialm ente valiosas en un territo rio m onta­
ñoso como el de la Asturias m eridional, porque, como señala Lucien Febvre, «su valle perfora los macizos» (93), y que la mism a
orografía hace fácilm ente defendibles. Por añadidura, esa función
la han cum plido tanto en dirección norte como en dirección sur,
puesto que en las cabeceras de esos valles se hallan los puertos que
tradicionalm ente han servido de puntos de com unicación de la
región con la M eseta, ya se trate del Puerto V entana en relación
con Quirós y Teverga, de los de La Mesa y Saliencia con el de Somiedo, o del de Leitariegos con los valles del Narcea, el Ibias y
el Navia.
Es en torno a ellos donde surgirán, sobre todo a p a rtir de la
segunda m itad del siglo XI, las prim eras noticias de la existencia
de tráfico entre una y o tra vertiente de la Cordillera C antábrica,
con la consiguiente creación de instalaciones de albergue (94), y
(92) M. C. B o b e s : La toponimia..., “Emérita”, T. X X IX (1961), p. 33.
(93) Lucien F e b v r e : La tierra y la evolución humana. Introducción geo­
gráfica a la historia. México, U. T. E. H. A., 1955, p. 301.
(94) Juan U r ia R i u : Las campañas..., p. 474; Santiago A g u a d e N i e t o :
El monasterio de Santa María de Villanueva de Oseos, T. II, pp. 650-655;
Luis V a z q u e z de P a r g a - J. M. L a c a r r a - Juan U r ia R i u : Las peregrinaciones
a Santiago de Compostela. Madrid, C. S. I. C., T. I, 1948, pp. 308, T. II, 1949,
pp. 465 y 544, nota 159; Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : Notas para el estudio del
“pe+itvm”. En: Estudio sobre las instituciones.... pp. 499-500 y nota 44.
646
SANTIAGO AGUADE NIETO
a través de ellos penetrarán en Asturias, por ejem plo, los m onjes
cistercienses que procedentes de Carracedo, en el Bierzo, llevarán
a cabo la reform a de m onasterios como el de Belm onte y el de
Villanueva de Oseos (95).
Por consiguiente, ya nos imaginemos la preocupación de los
m onarcas asturianos, desde los prim eros m om entos, por repoblar
esos accesos, ya sigamos el recorrido de los grupos hum anos que
inician el proceso repoblador, y quizá, en parte, de los que lo con­
tinúan, penetrando desde la Meseta superior, la creación de p ar­
te de los nuevos asentam ientos en tales lugares, no resulta, a pri­
m era vista, difícil de explicar.
Pero, y en segundo lugar, tam bién aparecen en otras áreas cuyo
papel resulta más com plejo determ inar.
Así en las proxim idades de Oviedo, especialm ente en la com arca
situada entre esta ciudad y el curso del Nalón, que le sirve de foso
y defensa natural, com arca que parece haber sido clave, entre
otras razones por hallarse en ella el nudo de com unicaciones que
unía el centro con el oeste y el sudoeste de la región, y en el que
confluían algunas de las rutas más im portantes que, ya desde épo­
ca rom ana, unían el territo rio de los astures trasm ontanos con el
exterior.
Allí se hallaban antaño los puentes de Godos y Udrión (96), el
em barcadero de Priorio (97), y por allí pasaban, como dem ostró
hace años Juan U r ia R iu , algunas im portantes vías de com unica­
ción, tal el «Calce de Constanti», mencionado en el siglo XI (98),
o la «carrale antiqua», que aparece en un docum ento falso (99), de
Alfonso III (100), datado en 891, o la «strata maiore» que conducía
a Oviedo, que aparece en un docum ento del m onasterio de San
Vicente, de 978 (101). Por allí debió cruzar el río, en 795, Alfonso II,
perseguido po r los musulm anes, para refugiarse en la fortaleza
que, tam bién allí, pero en la m argen derecha del Nalón, debía pro ­
teger todo este entram ado, y que debía hallarse, según el citado
(95) Antonio C. F l o r ia n o : Colección diplomática del monasterio de Belmonte, p. 7 ; Santiago A g u a d e N ie t o : El monasterio de Santa María de Villanueva de Oseos..., pp. 653 y 866-869.
(96) J. M . G o n z á l e z y F e r n a n d e z V a l l e s : Vestigios de un desconocido
puente antiguo en el Nalón. En: Miscelánea..., p. 289 y nota (4).
(97) Juan U r ia R i u : Las campañas..., p. 482.
(98) Juan U r ia R i u : Ibid., y p. 508, nota 30.
(99) Antonio C. F l o r i a n o : Diplomática española..., T. II, p. 188.
(100) Juan U r ia R i u : Ibid., y p. 508, nota 31.
(101) Juan U r ia R i u : Ibid. y pág. 509, nota 35.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
647
Juan U r ia , «en alguna de las em inencias situadas cerca y al norte
del Nalón, en tre Godos y Las Caldas» (102).
En relación con este im portante papel debe hallarse la presen­
cia en ella de una serie de topónim os que me parece significativa:
un Godos, un Bascones, dos Gallegos.
En sum a, todo esto y tam bién la proxim idad de la u rb e regia,
al m enos desde los días de Alfonso II, nos perm iten explicarnos
la presencia allí de Villamar, Villamorsén, Villarmil y Villarruiz.
Y, p ara finalizar, la com arca próxim a a Pravia, un poco a ca­
ballo entre la costa y el valle del Narcea, y que constituye otro
notable ejem plo de concentración de esta clase de topónim os.
Si bien toda ella presenta m uestras de haber sido afectada por
la rom anización, en esta etapa a la que me estoy refiriendo pare­
cen haber sido las alturas que dom inan el valle las que presencia­
ron las más im portantes transform aciones del poblam iento, de m a­
nera que partiendo de Villadem ar y Villazaín, en la costa, y re­
m ontándonos po r la carretera que desde Somado se dirige a Salas,
bordeando la sierra de Los Cabos, encontram os Villam uñín, Godina,
V illam eján, Villavaler, y en las proxim idades, en la vertiente sobre
Pravia, V illarigán e Inclán, y a continuación, al descender en direc­
ción a Salas, en el fondo del valle del río Aranguín, La Calzada y
V illam ondrid.
Sem ejante acum ulación, en tan corto espacio, de nom bres de
lugar, unos derivados de nom bres de propietarios en genitivo, y
otros sim plem ente de un antropónim o de origen germ ánico, no
debe obedecer a simple casualidad.
El lugar de La Calzada, situado aguas arrib a del m encionado
río, parece indicar la existencia, quizá desde época rom ana, de una
vía de com unicación que, partiendo de Pravia y siguiendo el valle
de Arango, al igual que la carretera actual, se dirigiría, en diagonal
y en línea casi recta hacia la zona del valle medio del Narcea, evi­
tando así el largo recorrido en form a de arco que describe el curso
de este últim o río.
Al térm ino de este recorrido, nos encontram os hov con Salas,
cuyo nom bre es uno de los escasos topónim os derivados de nom ­
bres com unes germ ánicos (del gótico «sala») que se puede hallar
no sólo en A sturias, sino en la Penínsu’a Tbérica en general (10^ Y
La existencia de los tonónim os que acabo de enum erar, v de los
correspondientes asentam ientos hum anos, así como su distribu(102)
(103)
Juan U r ia R i u : Las campañas..., pp. 497-498.
Joseph M . P i e l : Toponimia germánica..., pp. 538-539.
648
SANTIAGO AGUADE NIETO
ción sobre el terreno, se explicaría bastante bien si hubiera existi­
do un cam ino, antecedente de la actual carretera, que uniría el li­
toral con la calzada interior, precisam ente en el lugar que ha con­
servado hasta hoy el nom bre de la vieja vía rom ana.
H asta aquí, me he detenido a analizar la ubicación de una parte
de los topónim os, los más «explícitos», surgidos con ocasión del
proceso de repoblación altomedieval, iniciado ya en la prim era mi­
tad del siglo V III.
Pero a esta serie de fenómenos habrá que añadir otras, muy
nutridas, que tam bién se hallan en relación con dicho proceso.
En prim er lugar, la form ada por los restantes topónim os, con
form a elíptica, derivados de nombres de posesores en genitivo.
En segundo, las constituidas por otras nuevas form as de ocu­
pación y explotación del suelo: villares, casales, etc., que ya ap are­
cen en la docum en+ación medieval asturiana más antigua con que
contam os.
Por últim o, un porcentaje im portante, al menos, de las «villanuevas» que figuran en las fuentes escritas de la región o cuyo re­
cuerdo p erd u ra en la toponim ia actual de la mism a, porcentaje
que, como he dem ostrado en un trabajo anterior, tuvo su origen,
o es posible que lo tuviera, antes del siglo X II, y probablem ente,
incluso, antes del XI (104).
La acum ulación de todos estos datos indica, a mi modo de ver,
el considerable aum ento del núm ero de lugares habitados en ge­
neral, y, en particular, del de «villae» existentes en la región, au­
m ento que ha debido suponer una redistribución de la población,
a nivel extra e intraregional, v el aum ento de la densidad de la
mism a en áreas antes nula o escasam ente habitadas.
Por su parte, estas transform aciones, que han debido tener lu­
gar en un espacio de tiempo relativam ente breve, de unos dos si­
glos, han descansado sobre unas bases más profundas, de cuya exis­
tencia, adem ás, dan testimonio.
A mi modo de ver, lo que ha ocurrido es que el papel de refugio,
desem peñado por la m ontaña en el área pirenàica y que tan acerta­
dam ente ha puesto de relieve Pierre B o n n a s s i e en su magnífica
obra sobre la Catakiña de los siglos X y XT (105), lo han desempe­
ñado, en m edida que no fiene por qué ser análoga, la Cordillera
(104) Santiago A g u a d e N i e t o : Las “villanuevas” en Asturias durante la
Edad Media. En: Homenaje a Don José María Lacarra De Miguel en su ju ­
bilación del profesorado, Zaragoza, 1977, T. I, pp. 231-236.
(105) Pierre B o n n a s s i e : La Catalogne..., T. I, p. 82.
TRANSFORMACIONES DEL P0BLAM1ENT0 RURAL DE ASTURIAS
649
Cantábrica y las tierras situadas al norte de la mism a, entre ellas
la A sturias trasm ontana, dando lugar a la existencia, tam bién en
ellas, de m ovim ientos repobladores, de ocupación y de reocupación
del suelo, que han revestido una precocidad excepcional en el con­
texto de la E uropa altom edieval (106).
En el caso concreto de Asturias, tales fenómenos explican los
datos que hem os venido recogiendo a lo largo de las páginas ante­
riores de este trab ajo , el aum ento del núm ero de asentam ientos hu­
m anos, de la población de la región en térm inos absolutos, de la
densidad de la m ism a en determ inadas áreas, y tam bién a cam bios
que tratarem os de precisar más, a continuación, en la estru ctu ra
del poblam iento.
Y
este elem ento hum ano más abundante proporcionaría la m a­
no de obra necesaria p ara llevar a cabo las am pliaciones del espacio
cultivado a que hubo de dar origen la creación de los nuevos lu­
gares.
Ahora bien, si se desea profundizar en el alcance de todos estos
acontecim ientos, es preciso, ante +odo, tra ta r de concretar qué es
lo que se quiere decir cuando se afirm a la creación de un buen
núm ero de «villae». El verdadero problem a es saber en qué con­
siste cada una de estas entidades en los m arcos espacial y tem po­
ral que, desde un principio, se ha fijado a este trabajo.
S a n c iie z - A lb o r n o z se lo ha preguntado en relación con el ám bi­
to castellano-leonés del siglo X (107), y B o n n a s s i e p ara la Cata­
luña de la m ism a época (108). Es hora ya de que nos planteem os
esta m ism a cuestión respec+o a la Asturias altomedieval.
PROBLEMATICA DE T.A «VILLA» ALTOMEDIEVAL.
Todavía hoy continúa parcialm ente en vigor la imagen de la
«villa», trazada para la época merovingia por F u s t e l d e C o u l a n g e s
en su obra sobre «L'Alleu et le domaine rural», como la form a fun­
dam ental de la vida agraria, el gran dominio, que cubría el te rri­
torio de la Galia, con excepción de las ciudades y algunas al­
deas (109).
(106) Pierre B o n n a s s i e : Op. cit., T. I, pp. 128-129.
(107) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : Repoblación del reino..., p. 392.
(108) Pierre B o n n a s s i i :: Op. cit., T. I, p. 215.
(109) Robert L a t o u c h e : Orígenes de la economía occidental (siglos IV-XI).
México, U. T. E. H. A., 1957, p. 53.
650
SANTIAGO AGUADE NIETO
Al hacer hincapié en la ausencia de un cataclism o y de solución
de continuidad entre el mundo antiguo y el m undo medieval,
D o p sc h afirm aba que «los fenómenos económicos y sociales que
conocemos de la época franca son continuación directa de los que
se desarrollaron en los últim os tiempos del im perio» (110), y la ne­
cesidad de p artir, en el análisis de la evolución de la ocupación
del suelo y de la vida agrícola, de los grandes dom inios señoriales
existentes en dicha época (111), trazando un auténtico paralelo
entre la villa rom ana y su directa heredera altomedieval, e, in­
cluso, entre la organización de am bas (112).
Estos puntos de vista aparecen consagrados por P ir e n n e , al
afirm ar éste que la «villa» gala de la época im perial perm aneció
en su form a más prim itiva durante el período de las invasiones
germ ánicas, se conservó en la Francia merovingia, y fue in tro d u ­
cida por la Iglesia allende el Rin, paralelam ente a su labor m isio­
nera y evangelizadora (113).
Y
el mism o Marc Bloch se representaba la Galia franca de la
alta Edad Media cubierta de señoríos, «villae», cada una de las
cuales «en el espacio, era un territo rio organizado de tal modo que
gran parte de los beneficios de la tierra revirtieran, directa o in­
directam ente en un solo dueño, y hum anam ente era un grupo que
obedecía a un solo jefe» (114).
Así cristaliza la imágen de la «villa clásica» en el m arco del ré­
gimen dom inical carolingio, villa cuya superficie no es raro que
haya coincidido con la de una parroquia del antiguo régimen, pero
que podía alcanzar, excepcionalmente, las 18.600 Ha., y que fre­
cuentem ente sobrepasaba las 1.000 (115); y régim en que, de acuer­
do con Guy F o u r q ijin , habría surgido durante los siglos VII y V III
en la m ayor p arte de los países entre Loira y Rin, y que se h abría
difundido a p a rtir de estas regiones, y generalizado, de acuerdo con
form as más o menos «bastardas» (116).
(110) Alfons D o p s c h : Fundamentos económicos y sociales de la cultura eu­
ropea (De César a Carlomagno). México, F. C. E., 1.a ed. en español, 1951,
p. 156.
(111) A lfons D o p s c h : Op. cit., p. 153.
( 112) Alfons D o p s c h : Op. cit., p. 154.
(113) Henri P i r e n n e : Historia económica y social de la Edad Media. Mé­
xico, F. C. E., 9.a ed. en español 1963, p. 13. —
(114) Marc B l o c h : La historia rural francesa..., p. 213.
(115) Guy F o u r q u in : Histoire économique de l’occident médiéval. Paris,
Armand Colin, 2e. édition revue, 1969, pp. 66-67.
(1 1 6 )
Guy F o u r q u i n : Op. cit., p . 66.
651
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
.Así pues, la «villa» altom edieval aparece identificada, de form a
general, con el gran dominio por excelencia, cuyo centro era un
recinto en el que se hallaban la m orada señorial y las dependencias
necesarias p ara albergar establos, graneros, talleres y alojam ientos,
cuya extensión equivalía a la de varias decenas de los terrazgos
entregados a los cam pesinos, y que se hallaba dividida en dos .par­
tes, la reserva, explotada directam ente por el señor, y los m ansos,
cedidos a los terrazgueros (117).
'
'
"
Ahora bien, ya R obert L a t o u c h e señalaba la necesidad de reac­
cionar contra una concepción rígida de la «villa», y ello fundam en­
talm ente por dos razones: En prim er lugar, porque las «villae»
que se encuentran en la docum entación altom edieval jam ás tuvie­
ron el carácter uniform e que se les atribuye con frecuencia, y, en
segundo, porque la «villa» no constituye una estru ctu ra rígida e
inmóvil, sino que tiene su propia historia, evoluciona (118). ■•■■■■
Y, al m ism o tiem po, planteaba con gran lucidez, el problem a,
vinculado desde sus orígenes al de la naturaleza de la «villa», de
las posibles relaciones existentes entre ésta y el «vicus»,' la al­
dea (119).
•
Por últim o, él mismo, investigando sobre una región concreta
de Francia, la de Maine, obtenía una serie de im portantes conclu­
siones:
•
- a) Frente a las afirm aciones de F u s t e l d e C o u l a n g e s en el
sentido de un absoluto predom inio durante la alta Edad Media' de
las «villae» como form a de ocupación y explotación del suelo, los
«vici», las aldeas, las agrupaciones de viviendas rurales, no sólo
no habían desaparecido en el siglo IX, sino que entonces, al m e­
nos en aquella región concreta, eran num erosos (120).
b) El térm ino «villa», heredado de la latinidad clásica, oculta
realidades diversas (121).
>
« ,^ v
c) Algunos asentam ientos de población se designan indistin­
tam ente m ediante las voces «vicus» o «villas», confusión que-, al
parecer, se rem onta ya al bajo Im perio (122).
(117) Marc B lo ch : La historia rural francesa..., pp.r 213-214;
Economía rural..., p p . 53-54.
(118) Robert L a t o u c h e : Orígenes..., p. 56.
(119) Robert L a t o u c h e : Op. cit., pp. 57-59. .
(120) Robert L a t o u c h e : Op. cit., pp. 57-58.
•
(121) Robert L a t o u c h e : Op. cit., p. 59.
(122) Robert L a t o u c h e : Op. cit., pp. 60-61.
Georges
Duby:
;'o
-
■-!
:
652
SANTIAGO AGUADE NIETO
d)
Independientem ente del térm ino que sirva para designarlos,
«villa» o «vicus», dichos asentam ientos constituyen verdaderas cé­
lulas aldeanas (123).
Conclusiones que se pueden condensar en una sola expresión:
diversidad de las realidades designadas y disparidad regional de
las m ism as.
E sta últim a disparidad es la que vienen a d em ostrar sendos estu­
dios a nivel regional, llevados a cabo en el ám bito de la mism a
Francia, el de R o b e r t F o s s i e r para Picardía h asta fines del siglo
X III, área en la que constata la vigencia de las fórm ulas «clásicas»
descritas más arrib a (124), y el de G a b r ie l F o u r n ir sobre la baja
Auvernia, en la que com prueba que el térm ino «villa» designa, ya
d u ran te los siglos IX y X, en la m ayoría de los casos, un fenómeno
de ocupación del suelo de tipo aldea, aunque tam bién es frecuente
que bajo él se halle una gran propiedad territo rial (125).
P or consiguiente se aprecia a través de la historiografía euro­
pea en general, toda una evolución en el enfoque de la problem á­
tica existente en torno a la «villa» altomedieval, y en las conclusio­
nes obtenidas al respecto.
Se hace necesario echar un vistazo a lo que ocurre en el campo
de la historiografía peninsular, especialm ente en la que se refiere
a Asturias.
Ram ón P r i e t o B a n c e s , tras advertir, en su pionero estudio so­
bre el dom inio del m onasterio de San Vicente, que en esta región
el latifundio cerrado, unitario, no existe (126), y que la propiedad
se ha hallado siem pre muy dividida, de m anera que «el pequeño
propietario no se esfuma» (127), se refiere a la «villa» como la
unidad fundam ental para la explotación agrícola del dominio m o­
nástico, unidad que no se disgrega durante gran p arte de la Edad
Media, de m anera que en las transm isiones h ereditarias los copar­
tícipes reciben distintas porciones de la m ism a por indiviso, y en
(1 2 3 ) Robert L a t o u c h e : Op. cit., p . 63.
(124) Citan: M. Carmen P a l l a r e s M e n d e z - Ermelindo P ó r t e l a S i l v a :
Aproxim ación al estudio de las explotaciones agrarias en Galicia en los si­
glos IX-XII. “I Jormadas de Metodología Aplicada de las Ciencias Históricas.
24-27 abril 1973”. Universidad de Santiago de Compostela, vol. 1 (Ejemplar
Dactilografiado), pág. 3.
(125) Citan: M . Carmen P a l l a r e s M e n d e z - Ermelindo P ó r t e l a S i l v a :
Ibid.
(126) Ramón P r ie t o B a n c e s : La explotación rural del dominio de San
Vicente de Oviedo en los siglos X al XIII. (Notas para su estudio). Coimbra,
U niversidad, “Boletim da Facultade de D ireito”, Vol. XIV (1937-1938), p. 343.
(127) Ramón P r ie t o B a n c e s : Op. cit., pp. 344-345.
TRANSFORMACIONES DEL PQBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
653
la que ostenta la representación del abad un «villicus» (128). Por lo
demás, aquella entidad constituye «un organism o vivo legado del
m undo antiguo al m undo medieval» (129).
Ya he aludido al énfasis que pone S a n c h e z - A lb o r n o z en la afir­
mación de la existencia, dentro del estado asturleonés, de dos zo­
nas bien dispares: la situada al norte de la C ordillera C antábrica,
en la que no se h abría interrum pido la relación con el pasado ro­
m ano y visigodo, y la situada al sur, el valle del Duero, despoblada
por las sucesivas crisis que la afectan a p a rtir del siglo III d. C.,
y colonizada a p a rtir de mediados del siglo IX (130).
Las relaciones del hom bre con la tierra y las estru ctu ras so­
ciales surgidas en una y en o tra habrían sido profundam ente dife­
rentes (131), y de ahí que tam bién hubieran aparecido form as dis­
tintas de ocupación del suelo, de poblam iento.
En este m ism o sentido diferenciador, habrían actuado tam bién
factores de tipo geográfico: «Es notorio, afirm a a este respecto el
gran m edievalista, que en las tierras secas los hom bres se agru­
pan ju n to al río, al arroyo o a la fuente que les perm ite subsis­
tir» (132).
P artiendo de estas prem isas, a la pregunta sobre la realidad o
realidades que se ocultan tras las num erosas menciones de villas
oue aparecen en la docum entación surgida en el in terio r de los
lím ites del estado asturleonés durante los siglos VIII-X, fundo,
nran propiedad, gran explotación, o aldea, este mism o investigador
responde m ediante una tajan te contraposición.
En el área noroccidental de la Península, «la inm ensa m ayoría
de las villas que afloran a los textos debieron ser prolongación de
las villas hispanorrom anas, hispanosuevas o hispanogodas; quiero
decir, que no constituyeron aldeas, sino fundos unitarios» (133).
Por el contrario, en las tierras situadas al sur de la Cordillera
Cantábrica, en la « térra de foris», «No faltan... num erosos testi­
m onios de su uso p ara designar m inúsculas agrupaciones hum anas,
es decir, aldeas» (134). Y acaba añadiendo: «Siem pre m ás revolu­
cionaria, Castilla nos m uestra una m ayoría de villas con el signifi(128) Ramón P r ie t o B a n c e s : Op.
(129) Ramón P r ie t o B a n c e s : Op.
(130) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z :
propietarios..., p. 178.
(131) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z :
(132) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z :
(133) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z :
(134) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z :
cit., pp. 349, 353 y 358.
cit., p. 353.
Las behetrías..., pp. 48-53; Pequeños
Ibid.
Repoblación del reino..., pp. 340-341.
Repoblación..., p . 342.
Op. cit., p. 343.
654
SANTIAGO AGUADE NIETO
cado de pequeños grupos rurales de hom bres libres» (135), «... no
cabe dud ar de que fueron aldeas las unidades básicas del sistem a
de habitación de las llanuras castellanas» (136).
El esquem a resulta, por consiguiente, extraordinariam ente cla­
ro: a una y o tra vertiente de la Cordillera Cantábrica, el térm ino
«villa» se em plea para designar realidades profundam ente diferen­
tes: al norte, gran propiedad señorial, al sur, aldea.
Finalm ente, y refiriéndose, como P r i e t o B a n c e s , al caso concre­
to de Asturias, Santos G a r c ía L a r r a g u e t a define la «villa» altomedieval como «una propiedad fam iliar, de abolengo rom ano» (137),
análoga a la «corte», y que evolucionará posteriorm ente h asta con­
vertirse en «núcleo de una agrupación hum ana, sede de un «con­
cilium» local, con sus bienes comunales y los derechos y exenciones
que va adquiriendo...» (138).
Por consiguiente, en la historiografía española tam bién consta­
tam os, como en la de allende los Pirineos, la existencia de una co­
rriente historiográfica que identifica la entidad que venimos anali­
zando, al menos en el área situada al norte de la C ordillera Cantá­
brica, con la propiedad agraria de cierta im portancia, incluso con
el gran dominio.
Sin em bargo, desde hace años, algunos investigadores apuntan
en o tra dirección, tratando de analizar con m ayor detenim iento
las realidades que subyacen a las palabras.
Este es el caso, para la mism a Castilla, de José Angel García
de Cortazár. quien, en su estudio sobre el dominio del m onasterio
de San Millán de la Cogolla, reconoce, junto a la «villa» consistente
en «un espacio de tierra centrado en torno a una vivienda y dotado
de una serie de realidades, campos, molinos, pastos, bosques, oue
lo convierten en una unidad de explotación rural» (139), otro tipo
constituido por auténticas aldeas (140).
Y
en esta dirección parece haber orientado las investigaciones
llevadas a cabo por sus discípulos sobre el área gallega.
Así, M aría del Carmen P a l l a r e s M e n d e z y Erm elindo P ó r t e l a
S i l v a , al estudiar las form as de explotación agraria existentes en
Galicia entre los siglos IX y XII, constatan la presencia en la do­
cum entación m anejada por ellos tanto de la v illa/gran propiedad.
(1 3 5 )
(1 3 6 )
(1 3 7 )
(1 3 8 )
(1 3 9 )
(1 4 0 )
C la u d io S a n c h e z - A l b o r n o z : O p . cit., p . 344.
Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : Ibid.
Santos G a r c í a L a r r a g u e t a : “Sancta O vetensis”..., p . 49.
S a n t o s G a r c í a L a r r a g u e t a : Op. cit., p . 50.
J. A n g e l G a r c ía d e C o r t a z a r : El dominio..., p p . 8 4 -8 5 .
J. A n g e l G a r c í a d e C o r t a z a r : El dominio... ,p . 85.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
655
como de la villa/aldea, si bien, de un total de 524 menciones re­
gistradas, 306 corresponden a la prim era realidad y sólo 74 a la se­
gunda (141).
Por últim o, Pierre B o n n a s s ie , en esa herm osa obra a la que ya
he aludido en páginas anteriores, constata p ara la C ataluña de los
siglos X y XI la existencia en el interior de los lím ites del te rrito ­
rio de «villae» supuestam ente donadas o vendidas en su totalidad,
«ad proprium », «ad plenissim um aloden», con todos los bienes que
encierran, de una m u ltitud de alodios, de m anera que estos últim os
se venden, se perm utan, se donan en plena propiedad, en territo rio s
que se designa, sin vacilar, con el nom bre de «villa» (142).
Este últim o térm ino, por consiguiente, se usa en las fuentes
catalanas de la época p ara designar, al menos, tres tipos de realida­
des distintos:
a) Un mosáico de alodios libres de toda sujeción.
b) Un predio en el que tanto la totalidad de la tierra como de
los derechos que sobre ella recaen pertenecen a un solo dueño.
c) Una realidad com pleja sobre la que coexisten, sim ultánea­
m ente, derechos de distinta naturaleza, por ejemplo, de propiedad,
sobre la tierra, y de jurisdicción, sobre los hom bres (143).
De ahí que, p ara este investigador, plantear el problem a del
gran dom inio no consista en calcular el núm ero de «villae» «po­
seídas po r las diferentes fam ilias aristocráticas o iglesias, sino, por
el contrario, en tra ta r de precisar cuál es, en el interio r de estas
«villae», la parte del suelo que realm ente les corresponde (144).
A lo largo de las páginas que componen este apartado he llevado
a cabo la enfadosa exposición de las distintas posturas sobre la p ro ­
blem ática relativa a la «villa» altomedieval, exposición que me ha
perm itido plantear, al mism o tiempo, unas posibles hipótesis de
trab ajo a tener en cuenta, direcciones de investigación.
C ontrastém oslas ahora con la inform ación que nos proporcionan
las fuentes.
(141)
(142)
(143)
(144)
M . C. P a l l a r e s M e n d e z - E. P ó r t e l a S i l v a : Aproxim ación..., p p . 3-4.
Pierre B o n n a s s i e : La Catalogne..., T. I, p . 217.
Pierre B o n n a s s i e : Op. cit., T. I, p . 218.
Pierre B o n n a s s i e : Op. cit., T. I, p. 219.
656
SANTIAGO AGUADE NIETO
LA «VILLA» EN LA DOCUMENTACION ASTURIANA DE LA ALTA EDAD MEDIA.
A la hora de llevar a cabo esta confrontación, y tratan d o de evi­
ta r el escollo de las falsificaciones, tan abundantes en la docum en­
tación del archivo de la catedral de Oviedo, voy a com enzar diri­
giéndome al fondo del m onasterio de San Vicente, de dicha ciudad.
En él se conservan 24 piezas datadas entre 887 y 994, es decir,
que cubren prácticam ente la totalidad del siglo X, y en las que apa­
recen m encionadas una serie de «villae» (145).
Leyéndolas detenidam ente, el prim er detalle que llam a la aten­
ción es que unos pocos topónimos se repiten en ellas con notable
frecuencia.
En efecto, en 887 Aspra, nom bre de una localidad hoy inm ediata
al casco urbano de Oviedo, era un m onte en cuyas cercanías debían
existir dos villares. Y es allí, en dicho m onte y en dichos villares,
donde cierto diácono, llamado Indisclo, adquiere una heredad en
la fecha m encionada (146).
Unos años más tarde, en 905, sabemos que en el m onte existía
una «villa» (147), en la que, entre esta m ism a fecha y el año 978
tienen lugar nada menos de cinco enajenaciones de bienes, llevadas
a cabo por cuatro m atrim onios y una m ujer viuda, y tres de las
cuales tienen como destinatario al m onasterio de San Vicente (148).
En uno de los cinco casos se declara que se dona la villa mis­
m a (149), declaración que no parece posible tom ar al pié de la le­
tra, puesto que en las otras cuatro transacciones restantes se lleva
a cabo la transm isión de diversas heredades situadas en ella.
E ntre 937 y 949, cierto presbítero llam ado Vicente y su m ujer,
Beata, llevan a cabo cinco adquisiciones a otras tantas fam ilias en
una «villa», cuyo nom bre FLORIANO LLORENTE transcribe Membro, N em bro y Nimbro, que los docum entos nos m uestran como
(145) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección diplomática..., Docs. núms. II
(887. I. 1), p. 32, a XXV (994. VII. 17), pp. 64-65.
(146) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. Núm. II (887. I. 1),
p. 32.
(147) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. III (905. XII. 24),
p. 34.
(148) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. III (905. XII. 24),
p. 34; Doc. núm. XVI (969. IV. 6), p. 51; Doc. núm. X IX (978. I. 11), p. 55;
Doc. núm. X X (978. III. 25), p. 57 ; Doc. núm. X X I (978. V. 5), p. 58.
(149) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. XX, p. 57.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
657
próxim a al «locum» de Autura, y que debe corresponder a la actual
aldea de M eobra, en las Regueras, cercana a O tura (150).
Los bienes raíces objeto de transacción consisten invariablem en­
te en tierras, ju n to , en algunas ocasiones, con pom aradas y fru ta­
les. No se tra ta de grandes propiedades, sino de los elem entos típi­
cos del terrazgo de una aldea de la España húm eda.
En 929 y 982 tienen lugar sendas enajenaciones de bienes situa­
dos en la villa de O tura, la prim era de las cuales consiste en la
venta de una tierra y un pom ar (151), y la segunda en el trueque
de unas tierras (152).
Finalm ente, en 950 y 962 un tal Bonello y su m ujer, Argaya, ad­
quieren en cada una de am bas ocasiones una cu arta p arte de la
«villa» llam ada Pando, en las proxim idades de Oviedo (153), villa
cuya tercera p arte donará el prim ero en 974, al hacer testam ento,
al m onasterio de San Vicente de Oviedo (154).
En una palabra, a través de estos ejem plos, la «villa», en el
área central de A sturias, no se nos presenta como una propiedad
u nitaria, m ucho m enos como una gran propiedad, sino, po r el con­
trario, muy fragm entada, y más que como la form a básica de
apropiación de la tierra, como un m arco en el que se inserta una
serie de bienes raíces pertenecientes a personas diversas.
Es a la luz de esta conclusión, como cobra sentido la m ayoría de
las transacciones que se nos han conservado en la docum entación
vicentina del siglo X.
Ello no quiere decir que de esta últim a se halle totalm ente au­
sente la «villa» como propiedad única, pero constituye, según pa­
rece, una excepción.
En 916, el presbítero Dulcidio dona a cierta G regoria la «villa»
de Vervegio (Siero), «... ab integro, secundum est conclusa in giro,
casas, orrea, cubas, uel quantum ad ipsa uilla p ertin et...» ,155).
(150) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. VIII (937. V. 31),
p. 40; Doc. núm. IX (946. III. 11), p. 41; Doc. Núm. X (946. XII. 13), p. 42;
Doc. núm. XII (948. VI. 17), p. 46; Doc. núm. XIII (949. VII. 10), p. 47.
(151) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. VI (929. VI. 28),
p. 38.
(152) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. X X III (982. X.
6), p. 61.
(153) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. XIV (950. V. 26),
p. 48 ; Doc. núm. XV (962. IV. 2), p. 49.
(154) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. XVIII (974. V.
19), p. 53.
(155) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. IV, p. 35.
658
SANTIAGO AGUADE NIETO
Y la im presión que obtenemos a través de los escasos docum en­
tos auténticos del archivo de la catedral de Oviedo, fechados a lo
largo de los siglos IX y X, es bien sim ilar a la que nos proporciona
la del vecino m onasterio de San Vicente de antealtares.
Ya en 803, Fakilo, m onje del m onasterio de S anta M aría de Libardón, dona a éste, la quinta parte de sus bienes en las villas de
Fano, Colunga, Camoca y otras (156).
Y cuando, en 863, Gladila, obispo de Braga, hace una extensa
donación a la iglesia de San Pedro y San Pablo de M uros, a orillas
del río Trubia, los bienes raíces cuya propiedad transm ite con­
sisten, en buena parte, en: «... térras et pom ares in Pialla, in
uilla Uidulgio m eam porcionem ex integro et in Caso m eam porcionem ab integritate, et in uilla Nava térras et pom ares ... térras
et pom ares et uineas in Maloagio in uilla quod dicunt Bozzanes ab
integritate m eam porcionem, et pom arem quod B uriancus planta*u it in ipsa uilla ex integrum », «... pom arem in Trupia de ierm ane
m ee Piniole cum suo fundam ento et sorte in uilla quem dicunt Sal­
to...» (157).
Algo sim ilar podem os observar a través de la donación que, en
951, realizan el presbítero Ledantius y Sem pronia a la iglesia de
San Miguel de Rodiles, en el valle de Salcedo, en la que hacen en­
trega de «villas» íntegras, pero, sobre todo, de «rationes», es decir,
de partes de «villa» (158).
Por últim o, si nos trasladam os hacia el occidente de Asturias,
resulta posible, por ejemplo, atisbar la situación de la «villa» de
Yervo en 937, fecha de la más antigua noticia datada contenida en
el Libro Registro del m onasterio de San Ju an B autista de Corias (159).
,■ '
De algunos de los elementos existentes en aquel lugar era pro ­
pietario cierto Eulalio, quien, habiendo edificado allí una iglesia y
habiéndola dotado con dos villares y medio molino, lo dona todo,
acto seguido, al m onasterio de San Miguel de Bárcena, ju n to con
sus restantes bienes en la villa (160).
(156) Santos G a r c ía L a r r a g u e t a : Colección de documentos..., Doc. núm.
1 (803. VII. 8), pp. 3-4.
(157) Santos G a r c ía L a r r a g u e t a : Colección..., Doc. núm. 8 (863. X. 30),
p. 36-38.
(158) Santos G a r c ía L a r r a g u e t a : Colección..., Doc. núm. 25~(951. II. 5),
pp. 100-101.
(159) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I, (524), p. 162.
(160) Ibid,
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURL DE ASTURIAS
659
Además, seteinta años después, en 1007, tiene lugar la donación,
al m ism o cenobio, de o tia heredad situada en la m ism a «villa»
(161), y todavía en 1088 h ab rá de producirse una nueva enajenación
del m ism o tipo (162).
A bundantes casos análogos se encuentran, p ara el siglo XI, re­
corriendo las páginas del Libro-Registro de Corias. E ntre ellos re­
sultan bien ilustrativo, a mi modo de ver el de algunas «villae»
próxim as al actual Cangas de Narcea, situadas en tre el N arcea y
el Naviego, y que parecen frecuentem ente relacionadas con Limés,
lugar situado en la orilla derecha de este últim o río.
Como hem os visto en páginas anteriores, en aquella com arca
todavía se realizaban presuras a principios del siglo X. F rente a
Limés, en la o tra orilla, se hallaba la «villa» de M oral (act. M oral),
de la que el m onasterio de Corias recibe sucesivam ente, m ediante
donación: una cu arta p arte en 1079, una heredad en 1082, o tra
cuarta p arte en 1084, la m itad en fecha indeterm inada, la m itad de
o tra heredad en algún m om ento entre 1118 y 1138 (163), y todavía
una m ás en 1157 «164).
Y
en las inm ediaciones de Moral, se hallaba o tra «villa», la de
Arzeriz (act. Plació de Ardaliz), en la que la m ism a abadía va ob­
teniendo: la m itad de una heredad en 1126, m edia yuguería entre
1118 y 1138, una segunda heredad en 1157, y una últim a en 1191,
como com posición por un homicidio (165).
A nada conduce continuar m ultiplicando indefinidam ente los
ejem plos. Por todas partes, tanto en la Asturias oriental, como en
la central y occidental nos sale al paso la imagen recogida en pá­
ginas anteriores. En esta región, durante los siglos IX a XI, la «vi­
lla» que aparece en las fuentes difiere totalm ente, en buen núm ero
de casos, del «modelo clásico» carolingio. Aquí, como en la «térra
de foris», la propiedad de la tierra se nos presenta muy fragm en­
tada.
Ahora bien, esta im presión de la «villa» que obtenem os a tra ­
vés del análisis de la estru ctu ra de la propiedad de la tierra, se ve
confirm ada por la que nos proporciona el estudio del háb itat, de
(161)
(162)
(163)
(164)
(165)
p. 37.
Ibid.
Antonio
Antonio
Antonio
Antonio
C.
C.
C.
C.
El
El
El
F l o r i a n o : El
F l o r ia n o :
F l o r ia n o :
F l o r ia n o :
Libro
Libro
Libro
Libro
Registro...,
Registro...,
Registro...,
Registro...,
T.
T.
T.
T.
I, (524), p. 163.
I, (105), pp. 35-36.
I, (107), p. 37.
I, (105), p. 36 y (107),
660
SANTIAGO AGUADE NIETO
la disposición del espacio habitado (166), en los poquísim os casos
en que la docum entación nos perm ite llevarlo a cabo.
Así a través de un docum ento de 978 podem os echar una ojeada
a la ya m encionada «villa» de Aspra. Sucesivam ente se m enciona:
un palacio con su valla, un carral que conduce a la iglesia, un la­
gar, un solar, un castañar, un horno, unos nogales, un casal, unos
cerezos, un pozo y una dehesa, e intercaladas diversas parcelas y
otros bienes raíces, todo ello perteneciente a diferentes propieta­
rios (167).
Y
cuando, en 982, se donan ciertas tierras en la villa de Otura,
la form a en que aquellas se deslindan habla por sí sola: «... de
term ino de Cibriano usque in term ino de filia m ea Bellida, et de
alia parte de term ino de Agostino usque in term ino de filios Bonmenti» (168).
Por últim o, en 1063 se dona en la «villa» de O tur (act. O tur,
Luarca) una senra situada al lado de la vivienda de su propietaria,
senra que se hallaba bordeada por un carral, una valla de o tra p ar­
cela, un arroyo y una quintana propiedad de la m ism a donan­
te (169).
Estas descripciones, a las que podrían sum arse otras m ediante
un recorrido más exhaustivo de la docum entación, por sum arias
que sean, lo que en realidad nos transm iten es la imagen de autén­
ticas aldeas del siglo X o del XI, y nos recuerdan bastante, guar­
dando todas las distancias, el h abitat aldeano, un tanto desperdi­
gado, en el que las viviendas se mezclan con las parcelas, los huer­
tos y algunos prados, frecuente en la actual Asturias.
Pero la sim ilitud se acrecienta si tenemos en cuenta la term i­
nología em pleada en relación con la «villa».
Por ejem plo, en la docum entación vicentina del siglo X se ob­
serva una notable vacilación al aplicar las voces «villa» y «locus».
Así, m ientras en algunas piezas de la mism a la «villa» M eobra se
(1 6 6 ) M a x D e r r u a u : Tratado de Geografía humana. Barcelona, Vicens
Vives, 1.a ed. 1 964, p. 383.
(1 6 7 ) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. X IX (9 7 8 . I. 11),
p . 55 .
(1 6 8 )
6 ), p . 61.
(1 6 9 )
Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. X XIII (9 8 2 . X.
Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I, (3 7 3 ), p . 108.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
661
localiza «in agacentia» del «locum» O tura (170), en otras, este m is­
mo «locum» aparece calificado de «villa» (171).
Teniendo en cuenta que, como ha señalado Sánchez-Albornoz,
la Lex V isigothorum ya emplea el vocablo «locum» p ara designar
un lugar colectivam ente habitado, y que de él derivará el castellano
actual «lugar», en el sentido de «pueblo» o «aldea» (172), h ab rá
que convenir, por una parte, en que las «villae» aparecen, en al­
gunos casos, en una cierta relación de subordinación respecto a
los «loca», es decir, respecto a las aldeas, lo que choca un poco con
las ideas generalm ente adm itidas sobre el p articular, y, po r otra,
en que, para entonces, las posibles diferencias an teriorm ente exis­
tentes entre una y o tra realidad se habían difum inado lo suficiente
como para que los térm inos que las designaban resultasen in ter­
cam biables.
Ahora bien, sem ejante fluctuación aparece ya un tanto clarifi­
cada, en algunas fuentes, a partir, al menos, de m ediados del si­
glo XI.
En efecto, ya en 1052, la abadesa del m onasterio de San Tirso
de Nalón enajena a Corias «unam uillam in cabo de uilla de Uallinas...» (173), y desde ese m om ento, se suceden en el Libro Re­
gistro de Corias las expresiones «Uillam de fondos de uilla» (174),
«uillam in cim a de uilla» (175), «uillam in cabo de uilla» (176), y en
1103 nos encontram os con una «villa» literalm ente llam ada «Fondos
de Villa» (177).
Es así como surgen auténticos topónim os «Cabo de Villa», «Cabdevilla», que vemos aplicados como tales a «villae» registradas en
el inventario de dicho m onasterio (178).
E sta serie de datos pone de m anifiesto, a mi modo de ver, que
la voz «villa» se usa en un doble sentido, por una parte, para de(170) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. VIII (937. V. 31),
p. 40; Doc. núm. X (946. XII. 13), p. 42; Doc. núm. XII (948. VI. 17), p. 46;
Doc. núm. XIII (949. VII. 10), p. 47.
(171) Pedro F l o r ia n o L l ó r e n t e : Colección..., Doc. núm. VI (929. VI. 28),
p. 38; Doc. núm. XXIII (982. X. 6), p. 61.
(172) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : Repoblación del reino..., p p r 339 y
339-340, nota 37.
(173) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I, (28), p. 16.
(174) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I, (23), pp. 15-16.
(175) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I, (524), p. 162.
(176) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I, (269), p. 79.
(177) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I, (113), p. 38.
(178) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I, (313), p. 92; (315),
p 93.
662
SANTIAGO AGUADE NIETO
signar asentam ientos hum anos colectivos, aldeas, y, por otra, las
explotaciones agrícolas fam iliares que norm alm ente se hallarían
encuadradas en ellos.
Sólo partiendo de esta conclusión se puede entender la donación
a Corias, en 1066, de la m itad de la «villa» de Busto, «foris illam
uillam de Lauredo, que est integra de Cañero» (179), o la adquisi­
ción por esta m ism a abadía de nada menos que cuatro «villae» en
Villacín entre 1075 y 1123 (180), y de tres en Villager en tre 1077 y
1090 (181), p o r ejemplo.
Todo esto no quiere decir ni inexistencia de la gran propiedad,
ni que ésta, en ocasiones, no se hallase integrada por un núm ero
mayor o m enor de «villae», ni tampoco que esta gran propiedad
no fuese predom inante en Asturias.
A lo largo del siglo XI encontram os frecuentem ente en la docu­
m entación entidades de aquel tipo que constituyen grandes pro­
piedades unitarias (182). Sin embargo, no po r ello hay que supo­
ner que su origen como tales se rem onte siem pre muy atrás en el
tiempo.
En 1012 M umadonna, viuda del conde Gundem aro Piniolez, hace
donación al m onasterio de Santa María, edificado por ella en Ovie­
do, de cuantiosos bienes, entre ellos una serie de villas, y funda­
m enta sus derechos de propiedad sobre algunas de ellas de la si­
guiente form a: «... alia uilla quos dicunt Uerbegio ... et abuim us
ea de G isam ira et de Uiventia per carta com parationis, et de Serbanda cum filiis suis sim iliter per carta, et de Guntilo cum filiis
suis, et de alii plurim i unde cartas confirm ationis habem us, ...
Uilla N aura ... et abuim us ea per carta de Uegitu Citiz et de alii
plures unde kartas firm itatis habem us ... Uilla Zerdenio quos habuim us de H onam iro, cognomento Citiz et de alios plures cum
omnes adiacentiis et prestationibus suis ...» (183).
Y
en 1037 Vermudo Fortunez y su m ujer, Auria, donan a la
iglesia de Oviedo una villa en Ovies, en el valle de Berdicio (Gozón), «... que abuim us de nostro com parato de parte de Frednan-
(179) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I, (398), p. 116.
(180) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I, (274), p. 80; (275),
p. 80-81.
(181) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I, (150), p. 49.
(182) Santos G a r c ía L a r r a g u e t a : Colección..., Docs. núms. 35, 36, 39, 41,
43, 45, 50, 51, etc.
(183) Santos G a r c ía L a r r a g u e t a : Colección..., Doc. núm. 41 (1012. VII.
18), p. 138.
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
663
do G undem ariz siue de alias ganantias per scripturas em tiones et
com parationes...» (184).
Estos dos testim onios son suficientes para p ro b ar que algunas
de las «villae» propiedad de la nobleza astu rian a d u ran te el si­
glo X I, habían ido a p arar a manos de ésta a través de toda una
serie de transacciones realizadas con los diversos propietarios que
hasta entonces se rep artían cada una de ellas, transacciones que
convendría tener en cuenta tras cada donación realizada a un cen­
tro religioso.
Por consiguiente, durante la Alta Edad Media, la tierra se halla
dotada de una precoz movilidad en Asturias. La propiedad de la
m ism a no se halla fosilizada, como a veces se supone.
A la vista de estas constataciones y de los textos m anejados a
lo largo de este trab ajo , acude inm ediatam ente a la im aginación
una expresión cara a S á n c h e z A lb o r n o z (185), y se hacecasi inevi­
table una pregunta: ¿Existieron cam pesinos «pequeños p ropieta­
rios libres» en Asturias durante la alta Edad Media?.
Y
creo que no hace falta forzar las fuentes m anejadas, p ara re­
conocer la existencia, al lado de una gran propiedad a cuyo con­
tinuo crecim iento acabam os de asistir, de una pequeña y m ediana
propiedad bastan te difundida. Cuestión muy d istinta es la del gra­
do de libertad que pudieran gozar quienes la detentaban. Recientes
investigaciones del propio Sánchez-Albornoz (186), invitan a una
gran prudencia en relación con la misma, de m anera que in ten tar
responderla exige estudio aparte. En todo caso, la identificación
autom ática, sin más, de pequeña propiedad y libertad no me pa­
rece correcta.
Es en relación con estos problem as como conviene considerar
un tercer posible sentido que el térm ino «villa» parece tener en
la A sturias altom edieval.
En efecto, cuando Berm udo II dona, en 996, «omines et villas et
hereditates» que se hallan en el valle de Sariego, al m onasterio de
San Pelayo de Oviedo, resulta difícil suponer que lo que se tran s­
m ite sean los derechos de propiedad sobre todo ello (187). Si así
hubiese sido, carecería de sentido la venta realizada, en 1129, por
(1 8 4 )
p . 159.
Santos G a r c ía L a r r a g u e t a : Colección..., Doc. núm. 47 (1 0 3 7 . VI. 22),
(185) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : Pequeños propietarios...,
(186) Claudio S a n c h e z - A l b o r n o z : Homines mandationis y
nos Aires, “Cuadernos de Historia de España”, LIII-LIV (1971),
(187) F e o . J. F e r n a n d e z C o n d e y o t r o s : El monasterio de
D o c . núm. 1 (996. III. 14), p. 20.
~TI
pp. 178-201.
júniores. Bue­
pp. 166 y 189.
San Pelayo...,
664
SANTIAGO AGUADE NIETO
un m atrim onio de su heredad en la villa de Priodo, situada en di­
cho valle. Por consiguiente, lo que el m onarca cede en realidad
son, más bien, los derechos jurisdiccionales y fiscales que h asta
entonces correspondían a la cosona sobre las tierras y los hom ­
bres.
Y
un caso sem ejante debe ser, por ejemplo, el de la «villa» de
Otur.
Propiedad del conde Sancho Jiménez, herm ano del fundador de
Corias, Piniolo, los bienes raíces que la integraban se extendían
sobre un territo rio de configuración rectangular, de unos siete ki­
lóm etros de base en línea recta, lim itado al este y al oeste, respec­
tivam ente, por los ríos Negro y Barayo (188). A prim era vista,
difícilm ente se hubiera podido encontrar una m uestra más clara
de «villa» identificada con un gran dominio.
En fecha que el Libro-Registro no concreta, su dueño la dona
a la abadía fundada por su herm ano, «cum totis suis pertinenciis,
cum uillis et seruis» (189). No es posible concebir una transm isión
más com pleta.
Sin em bargo, la cantidad y calidad de las enajenaciones lleva­
das a cabo en ella entre mediados del siglo XI y el año 1181 (190)
dan a entender que no era la propiedad de la tierra en su totalidad
lo que se cedía, sino, probablem ente, una p arte im portante de
aauella en unión de un conjunto de derechos ostentados por el
conde sobre un territo rio más ámplio.
En la Asturias del siglo XI, señorío y propiedad de la tierra no
se identifican necesariam ente.
CONCLUSIONES
M ediante el análisis de la inform ación que nos proporciona esa
valiosa fuente que es la toponim ia, he tratad o de atisb ar la form a­
ción del poblam iento altomedieval de Asturias, antes, incluso, de
la aparición de los prim eros docum entos escritos.
(188) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I, (370), p. 107.
(189) Ibid.
(190) Antonio C. F l o r i a n o : El Libro Registro..., T. I. Ante 1055: villa de
Palacio (7370), pp. 107-108); 1063: una senra ((373), p. 108); 1090: una he­
redad ((372), p. 108); 1094: villa de Carraie y 2 tierras ((371), p. 108); 1107:
villa de Mexnadas ((370), p. 107); 1141 y 1181: totalidad de Pepín ((373),
p. 108).
TRANSFORMACIONES DEL POBLAMIENTO RURAL DE ASTURIAS
665
ira s el im pacto de la romanización, que supuso, entre otras co­
sas, la difusión en la región de la «villa» como nueva form a de
apropiación, ocupación y explotación de la tierra, a p a rtir del si­
glo V III se inicia un precoz proceso repoblador, cuyo resultado es
una considerable transform ación del poblam iento regional, en p ar­
te, al menos, como consecuencia de la práctica de la p resu ra por
la población inm igrada, con la consiguiente creación de una con­
siderable cantidad de nuevas «villae», en la ubicación de las cuales
las vías de com unicación preexistentes parecen haber ejercido un
considerable influjo.
Ahora bien, la «villa» altomedieval asturiana, tanto en el caso
de que rem onte su origen a la época rom ana, como en el de que
sea de nueva creación, poco o nada tiene que ver, en buen núm e­
ro de casos, con el pasado rom ano ni con los esquem as obtenidos
del estudio de la realidad contem poránea del área situada entre el
Loira y el Rin, y a m enudo calificados de «clásicos».
La diversidad y com plejidad parecen ser sus rasgos más ca­
racterísticos, y así la encontram os en las fuentes bien como ele­
m ento integrante de las grandes propiedades nobiliarias, bien co­
mo asentam iento hum ano rural colectivo, aldea, bien como explo­
tación agrícola fam iliar integrada en esta últim a, o, por fin, como
un conjunto de derechos, probablem ente de origen público, osten­
tados por determ inados m iem bros de la nobleza sobre los habi­
tantes de un territo rio que recibe el nom bre de «villa».
En todo caso, el análisis de las distintas realidades que se ocul­
tan tras este últim o térm ino nos perm ite com probar que las di­
ferencias existentes entre Asturias y otras regiones del n orte pe­
ninsular duran te la alta Edad Media, en cuanto a form as de pobla­
m iento y a estru ctu ra de la propiedad se refiere, no parecen haber
sido tan abism ales como frecuentem ente se afirm a.
CARREÑO Y JOVELLANOS: CORRESPONDENCIA CON
MOTIVO DE SU NOMBRAMIENTO COMO EMBAJADOR
DE ESPAÑA ANTE LA CORTE DE RUSIA
POR
MARINO BUSTO
En las Casas C onsistoriales de la villa y puerto de Candás, capital
del Muy Leal y Fiel concejo de Carreño, a 24 días del mes de oc­
tu b re de 1797, se ju n taro n los señores de Justicia y Regimiento,
previa convocatoria «antediem» circulada po r vereda, p ara tra ta r
y conferir una sola cuestión: Dar el parabién a D. G aspar M elchor
de Jovellanos por su nom bram iento para em bajador de E spaña
cerca de la Corte de Rusia; nueva que les había llegado aquel m is­
mo día.
N ada de cuanto afectase al ilustre gijonés podía ser ajeno o
indiferente al m unicipio de Carreño. De ahí que, la ex trao rd in aria
noticia produjese en la villa pescadora honda satisfacción e inusi­
tada alegría, tan to po r el motivo en sí, cuanto porque el egregio
Jovellanos era figura entrañable y asiduo visitante de Candás a
quien estaba unido p o r vínculos fam iliares y am istosos, como
igualm ente, a todo el Concejo, pues no ha de olvidarse su p aren ­
tesco, p o r p arte de padre, con la nobilísim a fam ilia de los Carre­
ño, «de Armas P in tar y Casa Solar Conocido» en la p arro q u ia de
Santa M aría La Real de Logrezana, como tam bién, con los Peñalva de la feligresía San Lorenzo de Carrió, de cuyo palacio era
a la ocasión dueña su propia herm ana D.a B enita Antonia de Jove-
670
MARINO BUSTO
llanos, «señora de gran virtud y saber» (1), casada con D. B altasar
González Cienfuegos, V conde de Marcel Peñalva.
Alegría y satisfacción la de los carreñenses, al contrario no com­
p artid a p o r el propio D. Gaspar (que a lo que parece ya se conside­
rab a viejo a sus 53 años), a tenor de la p articu lar versión del his­
tórico acontecim iento. Es sabido que, el 15 de octubre del citado
1797, al regreso de León y, cuando ya retirado a su cuarto se dis­
ponía a pernoctar en casa de «sus favorecedores» los Benavides,
llegaron «a uña de caballo» procedentes de Oviedo su sobrino
D. B altasar Cienfuegos y el oficial Linares, quienes alborozados y
entre abrazos, le com unicaron su nom bram iento como em bajador
de Rusia.
Ante la inusitada noticia, Jovellanos aún aturdido, en su «diario»
correspondiente al día 16 del mes y año que nos ocupa, escribe:
«Lo tengo a burla» ... Después, refiriéndose al señor Linares que
había sido quien realm ente le diera la inesperada nueva, exclama:
¡Hombre, me da usted un pistoletazo!. ¡Yo a Rusia! ¡Oh, m i Dios!
... ¡Mi edad! ... Y se quedó anonadado: «cuanto m ás lo pienso,
m ás crece m i desolación»... «la noche cruel»... (2).
A la m encionada sesión m unicipal en Candás del 24 de octubre,
asistieron sus mercedes el señor D. Marcos de Arenas, Juez p ri­
m ero noble; D. Miguel Rodríguez Obaya y D. Tomás González Pola,
regidores; D. Antonio González Posada, pro cu rad o r general y
D. Francisco Muñiz, diputado del común, todos p o r el estado de
la nobleza, ju n to con el escribano de núm ero y pu rid ad de Ayun­
tam iento D. Gonzalo Amaro Toraño. E ntre m ás cosas, todas refe­
ridas al m ism a asunto, el acta de la sesión, literalm ente expone: «y
hallándose assi juntos, po r el Sr. Juez que preside, dijeron haverles sido del m aior agrado y contento la feliz nueba que acaban
de recivir en la prom oción qe. hizo el Agusto m onarca reynante
D. Carlos qu arto (que Dios Gue) de la persona del Excmo. Sr. D.
G aspar de Jove Llanos, vecino de Gijón a E m bajador del Im perio
de las Rusias, ya p o r ver prem iado un savio e ya porque en él se
reconoce un Paisano de este Principado lleno de P atriotism o e
innata inclinación hacia este»... (3).
Como conclusión de la Junta, acordaron darle el «para bien»
por su ascenso, p ara lo cual de inm ediato le escribieron la magní(1) J u l io S o m o z a . “Las amarguras de Jovellanos”. Pág. 86. Gijón, 1889.
(2) “Diarios de D. Gaspar Melchor de Jovellanos, 1970-1801. Publicados
por el Instituto “Jovellanos” de Gijón. Madrid, 1915.
(3) Arch. Mun. Acta 24-X-1797.
CARREN0 Y JOVELLANOS
671
fica y herm osa carta que hoy, con carácter de inédita, y todo m e­
recim iento, transcribim os con fotocopia del original. Además, se
nom bró una com isión com puesta por el Juez prim ero noble, antes
referido y, el Licenciado D. Antonio Rodríguez Solís, am bos veci­
nos de la villa candasina (4) quienes como representantes y em ba­
jadores del Concejo se personaron en el domicilio de D. G aspar
el día 26 del octubre en cuestión, para darle la enhorabuena.
La carta a que nos hem os referido y que el destinatario agra­
deció profundam ente, tanto por su contenido, com o por ser la
prim era y única felicitación hasta entonces recibida, textualm ente
copiada, dice así:
«Excmo. Sr. D. G aspar de Jove-Llanos».
«Muy Sr. nuestro. La inm ediación de territo rio s hizo que en
este suelo se difundiese el gozo universal qe. reina en Gijón con
la agradable noticia de la elección qe. hizo el Soberano en la per­
sona de V. E. pa. la legación al im perio de las Rusias. Tan ju sta
y acertada distinción no pudo menos de causar en nosotros las
m ism as ideas, los propios sentim ientos qe. al vecindario de ese
Pueblo, pues aún quando a este le cupo la suerte de darle cuna y
poseerle pr. largo tpo. a este otro solo Oviodonio (*) le separa, y
es estrecho m ojón pa. dejar V. E. de ser nuestro, y si a Gijón no
podem os arran ca r tal preferencia, nos queda el resto del Principado
pa. envidiárnosla. Con motivo tan justificado nos unim os Justicia
y Regim iento en las Casas Consistoriales y hemos form ado una acta
decretando se dieren gracias al Suprem o au to r del Universo pr. el
favor qe. nos dispensó en tal elección, y nom bram os p ara d ar el
parabién a V. E., las personas del Juez prim ero Noble D. Marcos
Arenas y del Licdo. D. Antonio Rodríguez Solís.
«Esperam os de V. E. tendrá a bien esta elección de diputados
qe. nos representen, pues qe. en ellos juzgamos haver escogido el
m érito y la inclinación a la prosperidad de V. E. Dios Gue. a V. E.
m uchos años, Candás 24 de octubre de 1797. N ota (*) O viodonio=
En lo antiguo fue assi llam ado el río qe. hoy se dice Aboño según
Carballo al folio 299 = tam bién se dijo Allonio según el m ism o al
folio 221=C on Yepes y era 1061 Ovonio, lo propio en la gran do­
nación de D. Alonso el Magno de la E ra 943 (año 905) in Ovonio
(4)
Todas las personas nombradas en el acta parcialm ente transcrita, cons­
tan en e l Padrón de Hijos-Dalgo de Carreño. Por su parte el Licenciado
D. Antonio Rodríguez Solís, era abogado de los Reales Consejos de S. M .; del
ilustre Colegio de la Real Audiencia de Galicia y Asesor de la Jurisdicción
M ilitar de Marina en el partido que comprendía las villas y puertos de
Candás, Luanco y rada de Bañugues.
672
m arino b u st o
CARREÑO Y JOVELLANOS
673
ecclesiam sancti Joan de Perbera, qe. son palabras de dicha dona­
ción. E sta nota no tiene otro objeto qe. apoyar la voz Oviodonio
de qe. se hizo uso y no se extiende más pr. qe. no sea m ayor la
alcoba que el saló n = » (5).
Como no podía d ejar de suceder, Jovellanos, en aquellos m e­
m orables días de estupor, dudas e indecisiones, aún apesadum bra­
do, se dirigió a su m ejor, más leal y querido amigo el eximio ca­
nónigo candasín y Académico H onorario de la Real Academia de
la H istoria, D. Carlos González Posada a quien escribió a la Cate­
dral de T arragona donde se hallaba de M agistral, la siguiente carta:
«Gijón, 22 de octubre de 1797.—Mi querido amigo: Con m ás
gusto pensé yo escribirle a usted de vuelta de mi largo viaje em ­
prendido el 19 de agosto, y acabado el 19 de octubre, pero el 15
en la noche me sorprendió en la Pola de Lena la noticia de mi
nom bram iento a la em bajada de Rusia, en que está envuelto no
m enos que el sacrificio de toda mi felicidad, el abandono de mi ca­
sa, herm anos, amigos, alum nos, y todos mis dulces cuidados y es­
peranzas. Me lisonjeo que pierden ellos tanto como yo en tan
larga ausencia, y aún esto con ser tanto, es m enor que la despro­
porción que hay en tre mi edad, mi pobreza, mis estudios y mi os­
curidad, y el alto y difícil destino para que estoy nom brado. Así lo
he hecho presente: si no bastase, como temo, iré a M adrid, y veré
si puedo hallar algún consuelo en la proporción de servir a mis
amigos, entre los cuales tiene usted el distinguilo lugar que co­
rresponde a la estim ación que hace de su m érito, y a la tern u ra
conque le am a su afectísim o paisano y amigo Gaspar».
(5)
Archivo Municipal. Candás.
674
MARINO BUSTO
Sigue a la carta esta posdata: «Cuánto he debido a Candás
¡Cuán expresiva enhorabuena me ha d ad o !. No parece sino que
usted se la dictó. Así lo m ereciera el asunto» (6).
Relativo al escrito precedente nos perm itim os llam ar la aten­
ción sobre su fecha, que consideram os indudablem ente errónea en
la edición abajo consignada, va que mal pudo Juvellanos referirse
el día 22 a la enhorabuena de Candás, cuando no se la enviaron
hasta el día 24, po r escrito, v dada personalm ente, el 26 del susodi­
cho octubre. Posiblem ente la carta fuese escrita el mism o día úl­
tim o citado o en fechas posteriores.
A la adm irable, pronta y cordial felicitación de la villa de Can­
dás y su concejo de Carreño, D. Gaspar, lleno de «gratitud y con­
suelo», correspondió diligentemente con el oficio que literalm ente
transcribim os:
«Mui Srs. mios: la noble, delicada, y distinguida expresión con
ae. V. S. me h o n rran en su favorecida de 24 del corrte. y la piadosa
dem ostración con que se sirvieron celebrar mi nom bram iento ala
E m bajada de Rusia, me dejan íntim am ente penetrado de consuelo
V de gratitud. De consuelo por que V. S. son los primeros y hasta
ora los únicos a reconocer qe. la tierna, inclinación conque miro
los intereses del Pueblo en qe. nací no ha podido m enguar la qe.
profeso y debo a los de todo el Principado y señaladam ente a esa
antigua y m ui ilustre villa, a cuios ingeniosos naturales me unen
tantos y tan estrechos vínculos de antiguo y am istoso trato. Y de
gratitud por que no hallando en mí m éritos p ara tan señalado ho­
nor, debo reconocerle generosidad. Por esto y p o r h ab er VS. S.
nom brado pa. verificar tan estim able obsequio personas a quienes
profeso m ui p articu lar estimación doi a VS. S. las mas tiernas
y expresivas gracias asegurándoles que la natu ral propensión con
que siem pre he deseado el bien y la prosperidad de esa ilustre villa,
crecerá y se afirm ará más y mas con la estrecha obligación de p ro ­
moverlos en qe. me ponen su generosidad y mi reconocim iento.
N uestro Sr. gue. a V. S. S. muchos años. Gijón 26 de octubre de
1797. Besa las m anos de usias su mas atento y apasionado servidor.
G aspar de Jovellanos. Srs. Justicia y Reximiento de la villa de
Candás» (7).
(6) Colección D. Cándido Nocedal. Obras de G. M. de Jovellanos. “Co­
rrespondencia con el señor Posada”. Págs. 197-198. Biblioteca de Autores es­
pañoles. Madrid, 1858.
(7) Colección Nocedal. “Obras de Jovellanos”. (Pág. 198). Madrid, 1858.
Maqueta de la estatua de Jovellanos situada en
la Plaza del Seis de Agosto.
Autor: Jaim e Fuxá
CARREÑO Y JOVELLANOS
675
Como final del cruce de correspondencia y parabienes, el Ayun­
tam iento nuevam ente reunido el 17 de noviem bre del año tan tas
veces expresado, acordó darse por enterado del «oficio recibido del
Excmo. Sr. D. G aspar M elchor de Jove Llanos» y, tam bién, de que
los «dos caballeros comisionados» para cum plim entarlo «demos­
tra ro n h ab er cum plido personalm ente con el encargo que se les
confirió». Levantada el acta correspondiente, en su final dice así:
«En cuya atención los Srs. X.a y Reximt.0 asistentes, m andaron que
p ara perpetua m em oria se incorporase a continuación la respuesta
del Excmo. y que, adem ás el Escribano, del A yuntam iento, testi­
m oniase a continuación de este Acuerdo Suespreso y lo firm aron
de que yo Essmo. doy fe. Gonzalo Amaro Toraño» (8). Fueron fir­
m antes los m ism os Juez y Regidores, que anteriorm ente hem os
m encionado.
Días antes de la sesión m unicipal m encionada, im previsiblem en­
te, la em bajada de Rusia, sufrió un cambio de rum bo. Muchas fue­
ran las gestiones infructuosas del Patricio gijonés p ara conseguir
la derogación de tan honroso nom bram iento, que, sin em bargo,
extrem adam ente le preocupaba. «Gran p erturbación en su ánim o
le produjo», afirm a Constantino Suárez, «Españolito», quien, ade­
m ás, afirm a que, escribió a Godoy «en súplica de que le eximiese
de aceptar ese empleo» (9) que, en definitiva y al fin, nunca llegó
a desem peñar. Cuando cansado de sus infructuosas diligencias ha­
bía aceptado la E m baíada y se disponía resignado a efectuar el
viaje, le llegó de M adrid, inesperadam ente, el 13 de noviem bre, una
posta con su nom bram iento para M inistro de Gracia y Justicia.
(8) Arch. Mun. Candás. Act. 17-XI-1797.
(9) Constantino Suárez. “Escritores y Artistas asturianos”. T. IV. G. K,
Pág. 559. Oviedo, 1955,
DON PEDRO DIAZ DE OSEJA
FUNDADOR DEL COLEGIO DE S. JO SE DE OVIEDO*
POR
EUTIMIO MARTINO, S. J.
3
EL CURATO DE OSEJA
(1608-1620)
LA PERMUTA FALLIDA
A la etapa de la infancia de Sajam bre, sin duda feliz, a no ser
por la posible m uerte de su padre, y a la feliz tam bién de los estu ­
dios en Oviedo y M adrid, sucede una etapa torm entosa. Desde 1608
a 1620 Pedro Díaz de Ose ja, prim ero estudiante y luego presbítero,
pleitea con Juan González de Prada, cura de Oseja, p o r el curato
de Oseja y Soto.
El estallido inicial se produce hacia 1608. E ste año P rada está
en la cárcel eclesiástica de M adrid po r h ab er sido acusado de
sim onía, o com pra del curato, por Pedro Díaz. Este h a im petrado
del papa Paulo V el beneficio de Oseja p ara sí y ha puesto en su
lugar un ecónom o, pues él no pasa todavía de Ordenes m enores (50).
Al año siguiente, 1609, se examina p ara beneficio curado en mayo
(50)
Archivo histórico diocesano de León. Fondo beneficial, carpeta 590,
doc. 11099, fols. 28, 30, 109. Este documento es el legajo íntegro d el pleito se­
gún pasó ante el provisor de León por el escribano Juan Bautista de TorresEs la fuente para este capítulo,
678
EUTIMIO MARTINO
por orden del nuncio Carafa. Le exam inan Fray José Im parato,
franciscano, y B altasar de la Sma. Trinidad, carm elita descalzo (51).
Y es en noviem bre del mismo año cuando se exam ina po r orden
de Cetina, vicario de M adrid, como acabam os de ver en el capítulo
anterior. Tam bién en 1609 se ordena de subdiácono.
En diciem bre de 1610, ya diácono, tram ita por tercera vez el
ser exam inado para beneficio curado, ahora po r el obispo de León
y famoso predicador Francisco Terrones del Caño. Pedro Díaz es­
cribe que «por estar tan lejos de esta ciudad y por otros respetos
el susodicho no puede ausentarse de la dicha corte ni venir a ser
examinado». El obispo de León com isiona en M adrid a Fray Se­
bastián de Bercianos, predicador de Su M ajestad, y a dos canóni­
gos de Málaga, a quienes aludimos anteriorm ente, Alonso B arba
de Sotom ayor, chantre, y Lorenzo Vela. Ellos le exam inan en mayo
de 1611 (52).
E ste m ism o mayo, tres años después del estallido inicial, vol­
vemos a saber de la disputa con Prada. Este ya no está en la cárcel
aunque sí cerca de ella. Por carta de Pedro Díaz al mism o entreve­
m os que P rada llevó el pleito al Consejo Real v que ahora quiere
llevarlo a la Real Chancillería de Valladolid. Pedro Díaz le advierte
que, si lo hace, le llevarán a la cárcel, pues el pleito ha de concluir
ante el tribunal del nuncio. Y añade: «Y tenga po r cierto que,
si sale por sentencia, tiene segura una galera, de lo que a mí me
pesaría, pero, si lo quiere, buen provecho le haga» (53).
Sorprende que sólo tres semanas después, el 3 de junio de 1611,
acuerden los dos una perm uta de beneficios. P rada entrega el be­
neficio de Oseja y Soto a Pedro Díaz, quien, po r su parte, otorga a
P rada un beneficio en Viñales, diócesis de Astorga (54). Al año casi,
el 24 de mayo de 1612, Paulo V confirm a la perm uta. P ara la eje­
cución de la bula Pedro Díaz, ya presbítero, da su poder y se tes­
tim onia a sí mismo: «Ante mí mismo como notario apostólico
público, residente en la audiencia y tribunal del lim o. Sr. Nuncio
de Su Santidad, en la villa de Madrid» (55). Por aquí sabemos que
el fám ulo llegó a notario apostólico a la vez que hacía la carrera
sacerdotal.
(51)
(52)
(53)
(54)
(55)
mayo de
Doc.
Doc.
Doc.
Doc.
Doc.
1611
cit., fols. 11-llv.
cit., fols. 6-7v.
cit., fols. 52-52v.
cit., fols. 30-31v.
cit., fols. 3-3v. Tuvo que haber sido ordenado presbítero éntre
y mayo de 1612.
DON PEDRO DIAZ DE OSEJA
679
Testigos de la p arte de Pedro Díaz, en ausencia de la p arte de
Prada, declaran que el beneficio de Oseja no vale m ás de 100 du­
cados de renta, condición exigida p ara la validez de la bula (56),
por lo que, a la vista de la inform ación, el obispo Terrones hace
colación del curato de Oseja a Pedro Díaz en su p ro cu rad o r el 24
de agosto de 1612 p ara que lo goce toda su vida. Los fieles deberán
acudirle con fru to s y rentas como es debido (57).
Cuando todo parecía resuelto, a los cinco meses de la ejecución
de la perm uta, el 20 de enero de 1613, inesperadam ente Francisco
Ubaldo, au d ito r de la R ota rom ana, cita a P rada ante su trib u n al
e inhibe a los tribunales inferiores. ¿Qué había ocurrido?. Pedro
Díaz había escrito a Rom a que Prada tratab a de inquietarle en la
posesión del beneficio, «aunque no judicialm ente»; no olvidemos
esta fórm ula. El Papa com isiona a Ubaldo p ara que term ine con
tales perturbaciones, como pide Pedro Díaz (58).
Pero P rada sí que procedía judicialm ente, como hem os visto.
Ahora m ism o pretende llevar el pleito a Chancillería de Valladolid,
por lo que el juez del nuncio, Antonio de B orja, descarga la o r­
den de prisión que antes amenazaba. A ruego suyo el provisor de
Valladolid encarcela a Prada. Pero éste recurre a Chancillería por
vía de fuerza. El alto tribunal declara en 30 de julio de 1613 que
el provisor hizo fuerza contra Prada y m anda le suelte p ara que
siga su apelación (59).
E ste año 1613 Pedro Díaz, ya párroco en Oseja, com ienza sus
com pras en S ajam bre (60). En cuanto a las letras de Ubaldo, el
provisor de León, Juan B autista de H errera, las tacha de «obrepti­
cias y subrepticias», no ganadas con relación verdadera, puesto
que hay pleito judicial entre Prada y Pedro Díaz, que está pendien­
te ante el m ism o provisor, con intervención, adem ás, del nuncio.
Se inhibe ante Ubaldo pero sin perjuicio de las partes (61).
(56) Son testigos Juan Diez, vecino de Oseja; Cosme de Ponga, clérigo
subdiácono, natural de B u rón ; Pedro Rodríguez, clérigo de Ordenes meno­
res, natural de Polvoredo; y Sebastián Fernández, presbítero, natural de Ribota, a quien ya conocemos, doc. cit., fols. 12-21.
(57) Doc. cit., fols. 21-22.
(58) Doc. cit., fols. 24-24v.
(59) Doc. cit., fols. 32-32v.
(60) Fernando Prieto, vecino de Oseja, le vende un carro de hierba en
Berrunde, en Los Pontigos, ante el escribano Sancho Díaz. Archivo de la ca­
tedral de Oviedo. Colegio de S. José.
(61) Doc. cit., fols. 25-25v.
680
EUTIMIO MARTINO
Así las cosas, en tra Prada en escena. Ante el provisor de León
presenta una querella el 22 de agosto de 1613 cuya sustancia es la
siguiente. Se titu la cura propio de Oseja y Soto. Poseía el benefi­
cio desde 1592 po r ju sto título y colación canónica, de buena fe,
hasta que Pedro Díaz, criado del auditor del nuncio, lo im petró pa­
ra sí, acusándole de simoníaco y crim inoso. Así, le hizo prender,
secuestrar los frutos del beneficio y poner un ecónom o de su m a­
no. Aunque no se le pudieron p ro b ar los delitos im putados, le
tuvo en prisión 28 meses y sin los frutos hace ya cinco años. E stan­
do en la cárcel de M adrid, le forzó con am enazas a d ar el poder
p ara la perm u ta (62). Y se le dio posesión del beneficio de Oseja
estando asim ism o Prada en la cárcel (63). Librado por auto de
Chancillería el 30 de julio pasado, encuentra que Pedro Díaz, ade­
m ás del beneficio de Oseja y sus frutos, lleva los de St.a M aría de
Bemales, que había perm utado po r el de Oseja, de m odo que se
ha quedado con ambos. Además engañó en la perm uta, pues m ien­
tras el beneficio de Oseja vale más de 200 ducados de renta, el de
Pedro Díaz no puede p asar de 24, ya que fue proveído po r el nun­
cio. En consecuencia pide que se anule todo lo actuado, perm u ta y
concordia, título de Oseja a favor de Pedro Díaz y colación, y se
le restituya su beneficio junto con los beneficios usurpados; en
fin, que Pedro Díaz pague las costas (64).
Aquí aparece la o tra cara de la historia, el reverso de la m eda­
lla. El provisor cita a Pedro Díaz en Oseja el 1 de setiem bre pero
él responde que el negocio está pendiente de la R ota rom ana, ante
Francisco Ubaldo, ante quien apela, y recusa al provisor como
juez no com petente (65).
CURA DE OSEJA.
¡Quién iba a decir que muy pronto iban a firm ar una nueva
concordia!. El docum ento está fechado en León el 14 de octubre
de 1613. De la historia pasada Prada sólo m enciona que la perm uta
fue nula po r valer su beneficio más de 200 ducados m ientras que
no pasa de 24 el de Pedro Díaz. Les mueve a la concordia, dicen, el
(62)
(63)
(64)
(65)
Recuérdese la carta de Pedro Díaz a Prada en m ayo de 1611.
Doc. cit., fols. 28-29.
O recién absuelto por Chancillería pero sin poder actuar todavía.
Doc. cit., fols. 34-41v.
DON PEDRO DIAZ DE OSE JA
681
ser parientes (66), lo largo, costoso e incierto de los pleitos, y que
han m ediado personas principales. Se com prom eten de la siguiente
form a. Pedro Díaz pagará a Prada una pensión anual de 60 duca­
dos pero conserva el beneficio de Ose ja; pagará las costas de la
concordia y deja de apelar a la Rota rom ana. Por su p arte P rada
renuncia al beneficio de Oseja así como al de Beniales (67), de
Pedro Díaz, que figuraba en la perm uta. Se m ultiplican los gastos
y protestas de fidelidad a lo acordado. Sólo falta que Su Santidad
apruebe la concordia (68).
Un hecho anecdótico sale a luz con ocasión de la concordia.
Debió de ocu rrir dos años antes, en 1611. Un oficial del nuncio,
que pasó a S ajam bre p ara llevarse preso a Prada, cobró su salario
de los bienes del mismo. Hizo pregonar un hórreo cubierto de teja,
dos prados y ciertos m aderos, todo lo cual se rem ató en Juana
Fernández como m ejor postor. Pero tales bienes ya no pertenecían
a P rada, pues los había donado a su criada y a un hijo de ella.
Ahora se acuerda retra c ta r aquella subasta y volver a ta sar el hó­
rreo según lo que dijeren dos o tres peritos en el arte. Y «la dicha
Ju an a Fernández, m adre del dicho Pedro Diez, pagándole y vol­
viéndole lo que ha pagado po r ellos, los volverá libres...» (69).
Volviendo a la recién acordada concordia, el año 1614 consti­
tuye un com pás de espera por la confirm ación de Roma, sin hechos
externos que reseñar. En su retiro de Sajam bre recibe Pedro Díaz
un aviso fechado en Roma el 15 de agosto de 1614: «La súplica de
la concordia entre Pedro Díaz de Oseja y Joan González de P rada
está signada po r el Papa, aunque tuvo dificultad; está ahora en la
com ponenda y irá pasando adelante» (70). E ntrado 1615, se p ro ­
duce una leve som bra de nube surgida en el horizonte. En febrero
Pedro Díaz escribe a Prada; piensa que las bulas están despacha­
das, pero, de no estarlo, diga Prada si quiere que se despachen o
no «porque tratem os con claridad». En abril contesta P rada ro­
gando a Pedro Díaz que haga relación de todo lo que hay, pues, en
(66) Recordamos que una hermana del arcediano, María, estaba casada
con Antonio González de Prada, del mismo apellido que el cura. Pero no po­
dem os precisar m ás el parentesco.
(67) Tan pronto escriben Viniales como B em oles, Beniales, etc. Se trata
seguramente de V iñales, próximo a Bembibre.
(68) Doc. cit., fols. 57-59.
(69) Doc. cit., fols. 60-61.
(70) Doc. cit., fol. 76.
682
EUTIMIO MARTINO
caso de que las bulas vengan con falta, no consentirá (71). Sin
m ás pasa 1615 sin que lleguen las bulas (72).
Ya en 1616 P rada alza la voz por la tardanza: «Se han pasado
ya dos años y cuatro meses». El ha instado a Pedro Díaz a que
traiga las bulas, el cual no busca sino consum irle. P rada «anda
m endigando de p u erta en puerta, como a Vmd. le es notorio». Su­
plica al provisor ponga plazo a Pedro Diez p ara que deposite el
coste de las bulas. Así lo m andan, efectivam ente, los provisores de
León, sede vacante, bajo pena de excomunión, señalando tres m e­
ses de plazo (73).
Responde Pedro Díaz tres meses después de la notificación, el
16 de mayo de 1616, que se allana a trae r las bulas, confirm ada
como está, según aviso, la concordia. Pero que no se urgió porque
P rada hablaba de enm endarla y pedía la pensión en beneficios sim ­
ples. Ahora pide tres meses más de plazo. No h a podido acudir al
m andam iento judicial p o r causa de las nevadas, que im pedían
andar a pie y a caballo, aparte de otras ocupaciones (74).
E n junio insta a Prada que m anifieste la enm ienda que desea
y diga sí o no a la expedición de las bulas. En agosto pide a los
provisores obliguen a Prada a que responda. En setiem bre expone
a los provisores lo actuado por él para trae r las bulas y pide obli­
guen a P rada a concretar la enm ienda y que suspendan su m an­
dam iento co n tra él (75). Pero los provisores, al expirar en agosto
el plazo prorrogado por tres meses, urgen su m andam iento; si
Pedro Díaz no entrega las bulas en tres días, se ejecutará contra
él su coste. Así se notifica en Oseja el 14 de setiem bre, ante las
puertas de su casa, «a Francisca Fernández, am a y herm ana del
dicho Pedro Díaz, y a Juan, su criado», en ausencia de Pedro
Díaz (76).
(71) Doc. cit., fol. 78.
(72) En Sajambre, este año 1615, María Suárez de Cuetoluengo, viuda
de ¡Juan Díaz de Vierdes, vende a Pedro Díaz dos carros de hierba en Yanarrío ante Sancho Díaz. Archivo de la catedral de Oviedo. Colegio de S. José.
(73) Doc. cit., fols. 55-55v, 62-65v.
(74) En la cuaresma y Semana Santa, las confesiones de los feligreses;
después, acompañar a un pintor que estuvo estofando y decorando la custo­
dia del Sm° Sacramento, doc. cit., fols. 66-66v.
(75) Doc. cit., fols. 73-75v. Como Prada insistía en que había que enm en­
dar la concordia, Pedro Díaz detuvo su expedición “algún tiem po”. Y pro­
sigue: “el cual [Pedro D íaz], como estaba cansado de pleitos antiguos, tem ía
m eterse en otros nuevos”, doc. cit., fols. 79-80v.
(76) Doc. cit., fol. 72.
DON PEDRO DIAZ DE OSEJA
683
A su vez P rada se defiende y acusa. No ha variado en la con­
cordia pero tem e que Pedro Díaz con falsa relación le deje sin la
pensión acordada. Pedro Díaz difiere las bulas p ara consum ir a
Prada. ¿La prueba?. Sin haber hecho gestiones en León con el
canónigo doctor Gayoso, ante quien se había obligado en 1613 a
pagar las bulas, como consta, se lúe a Astorga ante otro curial
sólo po r diferir (77). Gayoso confirm a la declaración de Prada. Se
fija en 40.000 m aravedís el coste de las bulas e inm ediatam ente
los provisores disponen la ejecución contra Pedro Díaz por esa
cuantía, com enzando po r 10 ducados en bienes m uebles o ropas;
y, si no los diere, «le traed a la cárcel y torre episcopal desta ciu­
dad» bajo pena de excomunión m ayor (78).
Pedro Díaz, que veía venir el golpe de León, no perm anece in­
activo. Su ausencia de Oseja se debe a que gestiona con el nuncio.
Este declara en 28 de octubre que Pedro Díaz ha sido indebidam en­
te condenado a tra e r las bulas en tres meses y da su com isión a
Jerónim o de Lerm a, abad de Fuencebadón, canónigo de Astorga,
p ara que concluya el litigio. El 1 de noviembre Lerm a inhibe al
provisor de León de toda acción en el pleito de las bulas bajo
graves penas y censuras (79). Pero el provisor, Antonio Centeno de
Valdés, dice que tal inhibición no se aplica a una causa ejecutiva
como ésta. Así, el 12 de diciembre de 1616, Juan García, teniente
de m erino del obispado de León, asistido po r H ernando Alonso,
escribano de Burón, ejecutó en Oseja los diez ducados co ntra Pe­
dro Díaz. El dijo que no los debía pero que hiciera su diligencia.
E ntonces Ju an G arcía le confiscó una prenda larga de mezcla que
Pedro Díaz traía vestida (80).
Vuelve de nuevo el teniente de m erino el 13 de enero de 1617.
Requiere a Pedro Díaz p ara que nom bre fiador depositario de sus
bienes, a lo cual éste se niega, pese a las censuras y a la orden de
llevarlo preso. Ju an García parece indulgente. El m ism o acude a
Julián Gómez, cura de Ribota, quien accede a ser depositario de
los bienes de Pedro Díaz, pero él rehúsa declararlos pues no debe
tal deuda (81).
E n tretan to Pedro Díaz insiste ante Lerma p ara que ate las m a­
nos al provisor de León en virtud de la com isión recibida del nun-
(77)
(78)
(79)
(80)
(81)
Doc.
Doc.
Doc.
Doc.
Doc.
cit.,
cit.,
cit.,
cit.,
cit.,
fols.
fols.
fols.
fols.
fols.
84-85.
86-87v, 106-197v.
89-94v.
95-96v, 107.
107v.-108v.
684
ËUTIMIO MARTINO
ció. Así lo hace Lerma reiterando su orden de inhibición al provi­
sor con fecha 19 de enero de 1617. M anda que suspendan toda eje­
cución po r 40 días bajo las mayores penas, cuando, a los pocos días,
inesperadam ente, Pedro Díaz se allana a depositar ante Rodrigo
Cabral, canónigo de León, los 40.000 m aravedís del coste de las
bulas. Este se com prom ete a traerlas en el plazo máximo de seis
meses, p ara el 4 de agosto de 1617. Aunque tarde, todo parece, por
fin, encam inado hacia la solución (82).
PRADA RESTITUIDO.
El nuevo plazo se agota sin efecto alguno. Justo un mes des­
pués, el 4 de setiem bre de 1617, Prada reproduce su querella con­
tra Pedro Díaz haciendo retoñar con renovado vigor el antiguo plei­
to. Recoge las tres fases de la historia: la acusación y prisión p ri­
m eras, la perm uta engañosa, la concordia y pensión dem oradas.
El tono resu lta más cargado y som brío (83).
En esta m ism a ocasión se produjo la declaración de Diego Váz­
quez, canónigo, que había coincidido con P rada en la cárcel de
M adrid en 1611, una declaración de fondo a favor de P rada (84).
La querella conicide con nuevo obispo en León, Juan de Llano
y Valdés, y nuevo provisor, Francisco Palacios de la Cruz. Este
juzga que las acusaciones de Prada están probadas. Al cabo de ocho
días m anda que P rada sea restituido al beneficio de Oseja, que se
le dé posesión, que feligreses y colonos le acepten so pena de ex­
com unión m ayor y de 50.000 maravedís de m ulta, que Pedro Díaz
no le m oleste bajo la m ism a excomunión y 200 ducados p ara la
guerra contra infieles. Fecha del auto: 13 de setiem bre de 1617 (85).
El día 17 se dispone a la ejecución Juan Fernández, cura de
Liegos, en com pañía de Julián Alonso de Mediavilla, escribano. Se
dirige prim eram ente a Soto de Arriba (según dice). M anda a P rada
que taña la cam pana p ara Misa y se reúnen m uchos vecinos. Co­
mienza la Misa con ornam entos, libro y cáliz. Le ayuda a la lección
Juan Fernández, quien al ofertorio m anda al escribano lea el m an­
dam iento del provisor. Juan Fernández declara que restituye a Juan
González de P rada la posesión de la iglesia de Soto, como después
(82) Doc.
(83) Doc.
(84) Doc.
(85) Doc.
cit.,
cit.,
cit.,
cit.,
fols.
fols.
fols.
fols.
96v.-101, 104-105.
109-112.
121-123.
127“131.
1X)N PEDRO DIAZ DE OSEJA
685
h ará con la de Oseja. P rada concluyó la Misa y tom ó posesión quie­
ta y pacíficam ente.
Pero, al salir de la iglesia, Sancho Díaz, juez y escribano de
Sajam bre, llamó ap arte a Juan Fernández y a su escribano y, ante
José de la Cañe ja, leyó un m andam iento de censuras dado en Astorga el 11 de octubre de 1613 por un canónigo Gavilanes y le pidió
no siguiera dando posesión.
Llegando a P iedrahita, en el camino reai de Oseja de Soto, en­
cuentran a Pedro Díaz, a quien el escribano Alonso lee la sentencia
del provisor de León. Tuvo que ser una extraordinaria escena. A
continuación Ju an Fernández le pide las llaves de la iglesia de Oseja
bajo pena de excomunión, pero él no las quiso dar, sino que, ap ar­
tándole ju n to con el escribano, le dijo que el provisor no era juez
en este pleito, que se hallaba pendiente ante juez superior, y que
no continuara la ejecución pues incurría en excomunión.
E n Oseja m andó Juan Fernández al escribano leyese a los veci­
nos la sentencia del provisor pero, temiendo in cu rrir en censuras,
no concluyó la ejecución y devolvió la causa al provisor. A los cua­
tro días, 21 de setiem bre, fiesta de S. Mateo, Sebastián Fernández,
presbítero, n atu ral de Ribota, a quien ya conocemos, dio posesión
a P rada de la iglesia de Oseja ante la m ayor p arte del pueblo, todo
quieta y pacíficam ente (86).
¿Qué clase de docum ento era el m andam iento de Gavilanes?.
E ra una orden de ejecución a favor de Pedro Díaz de las letras da­
das por Francisco Ubaldo poco después de la disputa, el 20 de ene­
ro de 1613, por las que citaba a Prada ante la R ota rom ana e inhi­
bía a los tribunales inferiores bajo penas y censuras. El m anda­
m iento de Gavilanes fue dado el 11 de octubre de 1613 pero sólo
tres días m ás tarde, el 14 del mismo mes, como recordam os, fir­
m aron los dos litigantes la concordia (87). Este es el docum ento
que ahora esgrim e Pedro Díaz frente al provisor diciendo que su
auto y sentencia en favor de Prada son nulos. El provisor Palacios
se som ete al m andam iento de Gavilanes. En cam bio P rada arguye
tachando las letras de Ubaldo, como ya hiciera en su día el provisor
H errera, aparte de que Pedro Díaz renunció a ellas po r escritu ra
pública al hacer la concordia (88).
E n tretan to en S ajam bre se hallan Pedro Díaz y P rada frente a
frente. Según éste, Pedro Díaz persuade a los vecinos de que incu(86)
(87)
(88)
Doc. cit., fols. 132-135v, 140.
Doc. cit., fols. 136-140.
Doc. cit., fols. 145, 152-152v.
686
EUTIMIO MARTINO
rren en excomunión, si aceptan a Prada, p o r oponerse al m andato
de Gavilanes. A él mism o le impide el oficio. Toca a Misa antes de
am anecer y luego cierra las puertas de la iglesia o esconde cálices
y ornam entos. Gavilanes, por su parte, rem ite la causa al nuncio
y otorga a Prada que apele ante Su Santidad. Vuelven a pedir el
pleito de la R ota rom ana. El 26 de mayo de 1618 el au d ito r Ubaldo,
a petición de Pedro Díaz, m anda se le rem itan los autos de la cau­
sa (89).
En Sajam bre, al año de la posesión de Prada, éste sigue sin
en tra r en posesión. En 24 de octubre de 1618 expone al provisor
que los vecinos no le aceptan po r cura, ya po r tem or a las letras
apostólicas, ya por ser parientes o amigos de Pedro Díaz. No le
entregan los diezmos, le niegan las llaves de la iglesia y los orna­
m entos. Aunque la causa esté pendiente de apelación, al provisor
le toca am pararle en la posesión (90).
El provisor accede a la petición de Prada. Vuelve a fulm inar
la excom unión y m ulta de 200 ducados contra los desobedientes.
D eberán aceptarle por cura, darle diezmos, llaves y ornam entos.
El 28 de octubre Sebastián Fernández lo notifica en Oseja al ofer­
torio de la Misa mayor. Se hallaban presentes 37 vecinos. Al día
siguiente pidieron todos copia. «Y dijeron no querían dezmar».
Se publica tam bién en Soto, sin que se observe reacción en contra
del m andam iento. A continuación Sebastián Fernández com unica
a Julián Gómez, cura de Ribota y Vierdes, y a Alonso Diez, clérigo,
que deben excluir de las H oras y Oficios Divinos a los vecinos de
Oseja como contum aces y rebeldes. Ellos aceptan (91).
A p a rtir de ese 28 de octubre de 1618 no sabemos ni es fácil
im aginar lo que pasó en Oseja. Si la excomunión surtió sus efectos,
como parece, y Prada no dejaría de urgirlos, el pueblo viviría sin
Misa y sacram entos: sin bautism o, confesión, m atrim onio. Si al­
guien se reconciliaba en caso de m uerte, los demás no podrían asis­
tir al funeral. P rada residía en Soto donde, al parecer, fue tolerado.
Pedro Díaz se ha desvanecido de la escena de Sajam bre. Insiste
ante el provisor en que debe revocar lo hecho p o r estar inhibido
p o r la R ota rom ana. Replica Prada, que se presenta como viejo y
(89) Doc. cit., fols. 154-155, 159-159v, 164-165.
(90) Doc. cit., fols. 168-168v.
(91) Doc. cit., fols. 169-172. En Soto, el 1 de noviem bre siguiente, fiesta
de Todos los Santos, José de la Caneja, cuñado del arcediano, se opuso pú­
blicam ente a Prada en la iglesia, el cual tuvo que desistir de la Misa, fol. 172v.
DON PEDRO DIAZ DE OSEJA
687
pobre, que el provisor debe am pararle en la posesión. Así lo hace
Palacios h asta que Roma disponga otra cosa. E stam os en noviem­
bre de 1618 (92).
CONFUSION.
A p a rtir de ahora entram os en un vaivén cada vez más acelera­
do entre P rada y Pedro Díaz, Pedro Díaz y Prada. Es el reino de
la confusión.
Una vez m ás logra Pedro Díaz del nuncio de Su S antidad un
juez especial en la persona de José de Mena, el cual vuelve a des­
po jar a P rada pero sin que, al parecer, Pedro Díaz vuelva personal­
m ente. P rada recu rre a Chancillería «por vía de fuerza». Y el 4 de
junio de 1619 Chancillería declara que Mena «hizo fuerza» contra
P rada y m anda a Mena que devuelva las cosas al estado anterior.
Mena se som ete (93).
En cum plim iento de la Real Provisión de Chancillería, el pro­
visor Palacios m anda reponer a Prada, que los vecinos le reconoz­
can, le entreguen el diezmo, etc., todo bajo pena de excom unión y
como en su m andam iento precedente. Una vez m ás fue Sebastián
Fernández el llam ado a notificarlo todo en Oseja el 23 de junio
siguiente, en la iglesia, al ofertorio de la Misa m ayor (94). E ntre
los asistentes m encionados, no muchos, figuran únicam ente dos
m ujeres: Juana Fernández v Francisca Diez, viudas; evidentem en­
te la m adre y la herm ana de Pedro Díaz. No consta que se produ­
je ra oposición al m andam iento del provisor y Real Provisión de
Chancillería (95).
El fallo adverso de Chancillería debió de im pulsar a Pedro
Díaz a re c u rrir a la m ás alta instancia, a Roma, personalm ente. Y
en Roma se hallaba en seguim iento de la causa antes del 23 de abril
de 1620, fecha de las nuevas letras apostólicas dadas a favor de
Pedro Díaz. O tra vez se da comisión a Francisco Ubaldo p ara que
sentencie sobre el beneficio. E n tretan to Pedro Díaz ha de ser m an­
tenido en el beneficio, Prada, en cambio, removido. El nuncio en
M adrid, Francisco Cenino, com unica las letras al provisor de León,
(92) Doc. cit., fols. 173, 185-186, 181, 187,
(93) Doc. cit., fols. 189-190.
(94) Como el juez Mena había repuesto a Pedro Díaz, absolvería tam ­
bién de las excom uniones dadas contra los que se oponían a Prada. De ahí
que puedan asistir a la Misa.
(95) Doc, cit., fols. 193-195.
'
- ■• ‘
688
EUTIMIO MARTINO
Fernando de Valdés Flores, un provisor nuevo. Este no duda en
poner en ejecución el m andam iento del nuncio y de la R ota rom a­
na. En consecuencia da su m andam iento que fue leído por el escri­
bano Sancho Díaz ju n to a la iglesia de Oseja el 19 de julio de 1620
al mism o P rada y a los vecinos, de los que se nom bran h asta 33
vecinos varones. El júbilo sería total, excepto p ara Prada, nueva­
m ente desposeído poco más de un año después de la últim a po­
sesión (96).
P rada recurre inm ediatam ente al provisor alegando que lo m an­
dado y ejecutado contra él se funda en una falsa relación de Pedro
Díaz a Roma. Entonces Valdés considera detenidam ente los autos
y se convence de que hubo relación falsa de p arte de Pedro Díaz (97),
por lo cual las sucesivas letras apostólicas fundadas en un dato
falso no son obligantes. Así es como el 20 de agosto, al mes ju sto
del auto anterior, lo revoca y anula form alm ente, restituyendo a
Prada en el beneficio de Oseja con las excomuniones acostum bra­
das. No poseemos detalles de su notificación en Oseja pero tuvo
que produ cir auténtico desmayo (98).
Pero el nuncio reacciona tam bién rápidam ente. Antes de un
mes intim a al provisor a revocar el últim o auto y restablecer el
an terio r en el plazo de tres días; en caso de no hacerlo, com pare­
cerá en M adrid en el térm ino de quince días; de lo contrario, el
nuncio enviará persona «que os traiga preso con las guardas, p ri­
siones y custodias necesarias». Al recibir este m andam iento, el
provisor Valdés, aunque afirm ando que ha hecho justicia confor­
me resulta de los autos, acepta por obediencia y revoca el auto a
26 de setiem bre. Poco más de un mes le duró a P rada la últim a
posesión (99).
(96) Doc. cit., fols. 197-200. En el mandamiento del provisor destacam os
un detalle interesante. Dice Valdés: “...suspendem os todas y cualesquier cen­
suras dadas en la dicha razón contra Juana Fernández y Alonso de Quinta­
na y Sancho Diez, escribano, y más personas, de pedimento de Juan Gonzá­
lez de P rad a...”, fol. 199. Se desprende que los mencionados se habrían opues­
to a la últim a toma de posesión de Prada. Todavía está en vida por el 1620
la madre del arcediano.
(97) Doc. cit., fols. 201-204v. El dato que el provisor juzga falso es aquel
aunque no ju dicialm ente (non tam en iudicialiter) que Pedro Díaz escribió a
Roma a raíz de la permuta, en 1612. Según éste, Prada le inquietaba en la
posesión, aunque no judicialmente, siendo así que había pleito entre los dos
ante el provisor de León con intervención del nuncio, como entonces advirtió
el provisor Herrera.
(98) Doc. cit., fols. 205*-206.
(99) Doc. cit., fols. 207-209.
DON PEDRO DIAZ DE OSEJA
689
Pero tam poco se rinde. El 2 de octubre apela una vez m ás p ara
ante Su Santidad. Y el 10 de diciem bre recurre al Consejo Real
«por vía de fuerza», pidiéndole declare que el nuncio hizo fuerza
contra él por no d ejar la causa a la prim era instancia del obispo.
El Consejo Real da su Real Provisión el 23 de diciem bre de 1620
ordenando al escribano de León ante quien pasa este pleito, Juan
B autista de Torres, que rem ita al Consejo el pleito original «para
que visto se provea lo que sea justicia» ( 100).
Es lo últim o que sabemos. Pero es casi seguro que el Consejo
Real, en un duelo de las más altas esferas, corrigiese la plana al
nuncio porque, de hecho, Prada conservó intacta la propiedad del
beneficio. Se deduce así de que al año próximo, 1621, lo perm uta
con el curato de Gradefes, que poseía Domingo Piñán. Este pasa a
ser párroco de Ose ja desde 1621 a 1652, en que m uere. Se ve que
P rada optó por d ejar Sajam bre después de todo lo que había ocu­
rrido. Dos años m ás tarde m orirá en Gradefes a los 63 de edad
aproxim adam ente.
A Pedro Díaz le dejam os en Roma en abril de 1620 activando su
causa ante la R ota rom ana. Parece lo probable que desistió del
pleito p o r el m otivo que fuera. Tal vez porque a principios de 1621,
a los 38 años de edad, se le abre una nueva perspectiva en Roma.
Así concluye, sin concluir, el famoso pleito cuyos ecos aún p er­
duran en S ajam bre, sin duda por tradición oral, después de más de
tres siglos y medio. ¿Qué pensar de todo ello?. Mucho se pudiera
decir en el plano jurídico pero baste aquí un p ar de acotaciones
con la debida reserva po r lo extraño del caso y de su desarrollo y
la distancia que del mism o nos separa.
Pedro Díaz acusa a P rada de simonía, o sea, de h ab er com prado
el beneficio, pero no vemos por ningún lado las pruebas. Sólo su
personalidad po sterio r junto con la obstinación con que acosa a
P rada nos im pide poner en duda su rectitud. Todo se desarrolla
como si Pedro Díaz estuviese convencido del delito de Prada, sin
disponer por o tra p arte de pruebas judicialm ente válidas. Al acusar
y acosar a Prada. parece pretender que Prada se doblegue a su cul­
pabilidad y abandone, p ara lo cual no repara en medios, como si el
fin bueno, supuesto que lo fuera, justificase los medios.
P or su p arte P rada parece un tanto encogido en la perm uta v en
la concordia, fuese po r miedo, fuese por culpabilidad o po r su na­
tural. Pero los fallos a su favor le dan ánimo v. punaue económ ica­
m ente debilitado v viejo, se crece más y más al fracasar la perm uta
(100)
Doc. cit„ fols. 210-212... sin foliar.
690
EUTIMIO MARTINO
y la concordia, como si se acorazase con el sano principio de que
nadie es culpable m ientras no se dem uestre.
Es notable que reaccionan a favor de Pedro Díaz aquellos ante
quienes él pesa personalm ente, como son el nuncio y la R ota ro ­
m ana, m ientras que fallan a favor de Prada el tribunal del obispado
de León, el más próximo al caso, a través de sus varios provisores,
y Chancillería; tal vez tam bién el Consejo Real.
Un dato que puede ser muy significativo: el vecindario de Oseja se pronunció cerradam ente y a pesar de la excomunión en contra
Prada. ¿Se movía sólo por parentesco y am istad con Pedro Díaz?.
VIDA Y OBRA DE VALENTIN ANDRES ALVAREZ (*)
V II
POR
VIRGINIA GARCIA GONTAN
APENDICE II
BIBLIOGRAFIA DEL AUTOR (1)
1.—Reflejos, Ed. Galatea, M adrid, 1921, 101 páginas.
Libro de versos, en composiciones generalm ente reducidas, y
de muy variados tem as. Encabezado por un breve m anifiesto poé­
tico.
2.—Viaje, revista literaria Plural, M adrid, Enero de 1925, págs.
21-24.
Fragm ento de la novela Sentimental-Dancing.
3.—Sentimental-Dancing, Revista de Occidente, M adrid, Abril,
1925, páginas 1-33.
Fragm entos de las m em orias de un tanguista m uy conocido en
los «dancings» del B arrio Latino de París en los comienzos de la
«après-guerre».
(*) Véase el número 103 de nuestro “Boletín”.
(1)
Se incluyen todas las publicaciones de Valentín-Andrés Alvarez, in­
cluso las no literarias, así como algunos escritos inéditos.
Se suceden según el orden en que fueron editándose o, en su defecto, re­
dactándose.
Acompaño cada ficha bibliográfica de un breve resumen del contenido
de la obra.
692
VIRGINIA GARCIA GONTAN
4.—Sentimental-Dancing, E ditorial Calpe, M adrid, 1925, 170 pá­
ginas.
Se am plía la publicación anterior h asta el m om ento en que el
tanguista abandona París. Aparece aquí, ya, la prim era redacción
definitiva de esta novela.
5.—Telarañas en el Cielo, Revista de Occidente, M adrid, Octu­
bre-Noviembre-Diciembre de 1925, páginas 265-289.
N arración en donde se cuentan las vicisitudes de un joven es­
tudioso de Astronomía: sus am ores, su noviazgo y casam iento, des­
pués de e n tra r a form ar parte del escalafón del E stado como em­
pleado del O bservatorio Astronómico.
6.—Dorotea, Luz y Sombra, Revista de Occidente, Enero-Febre­
ro-Marzo de 1927, páginas 145-170.
Prim er capítulo de Naufragio en la Sombra.
7.— \Tararí\, Revista de Occidente, colección «Nova Novorum»,
M adrid, O ctubre de 1929, 96 páginas.
Farsa cómica en dos actos y un epílogo, estrenada en el Teatro
Lara de M adrid el 25 de Septiem bre de 1929 por la com pañía Robles-Orduña.
Rebelados los reclusos de un manicomio, tom an ellos el m an­
do. Los hechos se suceden unos a otros con profunda comicidad,
hasta que llegan las autoridades, m om ento en que finaliza la obra.
8.— Antonio Bibesco: Laquelle?... Q uatuor..., Revista de Occi­
dente, M adrid 1930, páginas 253-256.
Com entarios a un libro que contiene dos com edias de Antoi­
ne Bibesco: Laquelle?, comedia en tres actos, versa en torno al te­
m a de Don Juan; Quatuor, enlaza una com pleja tram a am orosa en
torno a dos parejas.
(N ota: el libro de Bibesco se editó en las Ediciones de la Nou­
velle Revue Française, París, 1930).
9.—Naufragio en la Sombra, Ediciones Ulises, colección «Valo­
res Actuales», M adrid 1930, 193 páginas.
Novela en que intervienen el au to r y dos amigas, Lolita y Do­
rotea, h ija esta últim a de un am ericano afincado en aquel paisaje,
en un caserón llam ado «Casa Blanca». Vida pueblerina, descripcio­
nes de discreteos, son capítulos de esta novela que term ina con el
enam oram iento de los protagonistas.
10.—Al Volver del Gran Viaje.
Comedia en tres actos, estrenada en el Teatro Lara, después
de \Tararí\. Inédita.
VIDA Y OBRA DE VALENTIN ANDRES ALVAREZ
693
H istoria de unos am ores que, comenzados una generación an­
tes y no realizados, se cum plen en los descendientes de los enam o­
rados una generación después.
11.— Abelardo y Eloísa, Sociedad Limitada.
Comedia en tres actos. Inédita.
Teatralización del tem a de Naufragio en la Som bra.
12.—La templanza, Revista de Occidente, M adrid 1931, páginas
181-196.
Ensayo cómico acerca de los pros y los contras de esta virtud
cardinal.
13.—Las Siete Virtudes, Espasa-Calpe, M adrid 1931.
Libro que consta de siete ensayos —redactados po r siete cola­
boradores distintos— que corresponden a cada una de las siete
virtudes cardinales. Se incluye La Templanza de Valentín-Andrés
Alvarez.
14.—D. Juan de T ertulia: La Invitación al Convidado de Piedra,
artículo periodístico; M adrid, 2 de Febrero de 1934. (Ficha biblio­
gráfica incom pleta).
Com para irónicam ente la actuación política del pueblo español
—en las elecciones, prim ero, y frente al Gobierno elegido, des­
pués— con el tem peram ento veleidoso y to rn átil del Tenorio..
15.— ¿Cuánto Vale un H om bre?, artículo p eriodístico'en La Voz,
sección «En Serio y en Broma», M adrid, 2 de Abril de 1934.
"^
Ante la tergiversación actual de valores, y la dificultad de me­
dir objetivam ente las capacidades individuales hum anas, él hom ­
bre, hoy, está a expensas de los dirigentes, de la casualidad y de
la publicidad.
16.—El «Nacismo» sin «Nazi» y sin. «Ismo», artículo periodísti­
co en La Voz, sección «En Serio y en Broma», M adrid, 9 de Abril
de 1934.
”
:
Este artículo, que resulta verdaderam ente divertido y que en­
cierra una fina m ordacidad, critica irónicam ente la obsesión ger­
m ana de d epurar su nación desde el punto de vista racial y políti­
co. (Fué com puesto p o r encargo).
17.—Vagos de Profesión y de Afición, artículo periodístico en
La Voz, sección «En Serio y en Broma»; M adrid, 17 de Abril de
1934.
Breves consideraciones «teológico-sociales» sobre la constante
ineficacia de las prohibiciones de la m endicidad en nuestro país,
así como sobre el abolengo histórico de aquellos que viven, á gran
escala, del trab ajo de los demás.
694
VIRGINIA GARCIA GONTAN
18.—Las M ujeres y las Abstracciones, artículo periodístico en
La Voz, sección «En Serio y en Broma»; M adrid, 27 de Abril de
1934.
Curiosos com entarios acerca de las m anifestaciones reivindicativas y anhelos igualatorios del sexo femenino frente al m asculino.
19.—Política Práctica o Metafísica Teórica, artículo periodísti­
co en La Voz, sección «En Serio y en Broma»; M adrid, 3 de Mayo
de 1934.
«España fué siem pre un país de ex m inistros. Ellos son quie­
nes han dado ese carácter especial que es propio de n uestra polí­
tica». Este lema, teniendo en cuenta las lim itaciones prácticas de
los m inistros y las influencias soterradas de quienes lo fueron, lle­
va a Valentín-Andrés a concluir: «La República, ante una crisis
política, debe preocuparse algo menos de los m inistros y algo más
de los ex m inistros; porque si aquéllos quieren gobernar, éstos
no quieren ser gobernados. De lo contrario, volveremos a aquellas
crisis de la M onarquía: los m inistros form arán el Gobierno y los
ex m inistros, el Desgobierno».
20.—Diálogos de la Feña, artículo periodístico en La Voz, sec­
ción «En Serio y en Broma»; Madrid, 15 de Mayo de 1934.
El au to r dialoga, en la Feria del Libro, con dos amigos: uno,
«sabio de profesión»; otro, «ignorante de afición», y ponen, entre
los tres, precios diferentes a las verdades, dudas, aventuras, emo­
ciones, etc., que contienen los diversos volúmenes.
21.—Retórica y Poética, artículo periodístico en La Voz, sección
«En Serio y en Broma»; Madrid, 22 de Mayo de 1934.
Tras una som era historia de cómo surgió el parlam entarism o
en la política, concluye el artículo: «Como se im puso la palabra
hablada, fué ella el elemento esencial en todo régim en político.
Ella hace y deshace todo. Por eso la prim era m edida de todo dicta­
dor es no dejar hablar. (...) Así se llegó al im perio absoluto de la
palabra. Partidos, program as, ideas..., palabras y nada más; ju s­
ticia, dem ocracia, libertad..., palabras y nada m ás que palabras».
22.—Primaveral y Lírico, artículo periodístico en La Voz, sec­
ción «En Serio y en Broma»; Madrid, 1 de Junio de 1934.
Com entarios y anécdotas sobre el interés que se concede, en la
Prim avera, a todo aquello que tiene relación con la belleza.
23.—Zamora, el Gran Capitán, artículo periodístico en La Voz;
M adrid, 4 de junio de 1934.
Com para un partido de fútbol que jugó en Italia la selección
española, con algunas hazañas de nuestra historia. (Fue com ­
puesto po r encargo).
VIDA Y OBRA DE VALENTIN ANDRES ALVAREZ
695
24.—Buenos Trabajadores y Buenos Holgazanes, artículo perio­
dístico en La Voz, sección «En Serio y en Broma»; M adrid, 19 de
Junio de 1934.
La costum bre, nueva en el mom ento, de organizar expediciones
dom ingueras al cam po —surgida por iniciativa de los jóvenes— ha­
ce pensar al escrito r que se está aprendiendo a tra b a ja r m ejor y
a descansar de un m odo m ás sano y efectivo.
25.—E studiantina Desafinada, artículo periodístico en La Voz,
sección «En Serio y en Broma»; M adrid, 3 de Julio de 1934.
La m endicidad y los libros de texto, dos viejos problem as es­
pañoles, tienen una íntim a conexión sustancial: son las dos form as
de la vagancia, que se corresponden perfectam ente con las dos for­
m as del trab ajo : vagancia m anual y vagancia intelectual.
26.—Sin Pies ni Cabeza, artículo periodístico en La Voz, sección
«En Serio y en Broma»; M adrid, 20 de Julio de 1934.
El hom bre actual usa, en general, m ucho m enos que el an ti­
guo, sus pies y su cabeza: lo prim ero, a causa de la m ecanización
en el tran sp o rte; lo segundo, como consecuencia de la prolifera­
ción creciente de m áquinas de calcular, form ularios, recetarios,
modelos de cartas, etc. «Y así como se ha reducido con los vehícu­
los el radio de acción de nuestros pies, se están acortando tam bién
los alcances de nuestras cabezas».
27.—Filosofía Playera, artículo periodístico en La Voz, sección
«En Serio y en Broma»; M adrid, 23 de Agosto de 1934.
Divertido, interesante y original artículo que p arte de la idea
de que todas las singularidades de la playa derivan del hecho bá­
sico de que un acto como el baño, ordinariam ente tan íntim o y p ri­
vado, se hace allí en público. «Este es el fundam ento de la psico­
logía, la lógica y la ética playeras».
28.—H istoria y Crítica de los Valores de N uestra Balanza de
Comercio, po r Valentín-Andrés Alvarez, Catedrático de Econom ía
de la Universidad de Oviedo, Moneda y Crédito. Revista de Econo­
mía, núm ero 4; M adrid, Marzo de 1943, páginas 11-25.
E ste trab a jo se dirige a fundam entar dos afirm aciones: prim e­
ra, que no teníam os todavía (en el m om ento de publicación del
artículo) ningún conocim iento de la historia de nu estra Balanza de
Comercio; segunda, que todas las estadísticas del com ercio exte­
rio r español hasta el año 30 son falsas.
Para ello hace, en prim er lugar, una historia detallada de la le­
gislación española de Aduanas entre los años 1869-1930; posterio r­
m ente dem uestra cómo la fuente principal de los errores que afec­
tan a las valoraciones del comercio exterior h asta dicho año, ha
696
VIRGINIA GARCIA GONTAN
sido la confusión de dos conceptos de valoración de m ercancías,
que son esencialm ente distintos por su naturaleza y por sus fines:
valor arancelario y valor estadístico.
29.—«El Camino Hacia la Servidum bre», del Profesor Hayek,
por Valentín-Andrés Alvarez, Vicedecano de la Facultad de Cien­
cias Económ icas de M adrid, Moneda y Crédito. Revista de Econo­
mía, núm ero 13; M adrid, Junio de 1945, páginas 68-79.
Resumen, análisis y com entario, del interesantísim o libro: HA­
YEK (F.A.); The Road to Serfdom , 184 págs., 10 s. George Routledge and Sons Ltd. London, 1944.
El profesor Hayek sostiene la teoría de que, cuando se conside­
ra al E stado como un «factótum» providencial, se asientan las pre­
misas de un proceso lógico que conduce necesariam ente al sistem a
de ideas del autoritarism o perárquico, y se crean, adem ás, los im­
pulsos para un desenvolvimiento político cuya m eta inevitable es
el totalitarism o. Dicho proceso, una vez iniciado, se desenvuelve
irrem ediablem ente en los planos político, económico y m oral. Ha­
yek —que tuvo que h u ir a Inglaterra perseguido por H itler— ex­
plica cómo se realizaron estos hechos dentro de Alemania y advier­
te, alarm ado, su inicio dentro de otros países de Occidente.
30.—Cosas que Pasan y Palabras que Quedan, artículo periodís­
tico en Inform aciones, sección «Colaboradores de Inform aciones»;
M adrid, 21 de O ctubre de 1948.
Las palabras son mucho más resistentes que las cosas a la ac­
ción del tiem po; según esto, cuando la realidad se transform a pro­
fundam ente, como los neologismos —aunque sean acertados y líci­
tos— resultan siem pre pedantescos, no hay más rem edio que apli­
car a las cosas nuevas las palabras viejas. «Esto tiene, sin em bar­
go, un inconveniente grave, y es que hay hom bres ingenuos que
siguen atribuyendo a las palabras su significación prim itiva, gen­
tes sencillas que siguen creyendo, por ejemplo, que el cazador ca­
za, el estudiante estudia y el funcionario funciona».
31.—El M undo al Revés, artículo periodístico en Inform aciones,
sección «Colaboradores de Informaciones»; M adrid, 5 de Noviem­
bre de 1948.
Conjunto de anécdotas que m uestran cómo el progreso, si bien
ha traído un gran m ejoram iento social, ha invertido los térm inos
en la m ayor p arte de las realidades cotidianas: «Antes, po r ejem ­
plo, p ara tener un mueble, un reloj o una obra en varios tom os,
se ahorraba, prim ero, y se com praba la cosa después. Ahora no;
ahora la venta a plazos ha conseguido invertir los térm inos; se dis­
fru ta todo desde hoy y se dejan los sacrificios p ara m añana».
VIDA Y OBRA DE VALENTIN ANDRES ALVAREZ
697
32.—Don Juan y Doña Juana. (Ficha bibliográfica sin localizar).
D ivertidísim o artículo sobre los diversos tipos de Tenorios —in­
cluida su oponente, la «Doña Juana»— que abarca desde el «Juan
Lanas» hasta lo que define el autor como «Super Don Juan».
33.—Planificación. (Artículo periodístico inédito).
La planificación económ ica ha hecho cam biar la vida, las cos­
tum bres y las instituciones. La verticalización es uno de sus efec­
tos: «El alto y estrecho taburete del Bar, el asiento vertical, y el
largo diván del Café, el asiento horizontal y sin lím ite, son los dos
sím bolos representativos de dos épocas, pues expresan de un modo
muy plástico y exacto la sustitución de la casa por el rascacielos,
el sindicato horizontal por el vertical, el café tom ado de pie en el
Bar, la sobrem esa vertical, en vez de la siesta, la sobrem esa hori­
zontal.
34.—Inflación. (Artículo periodístico inédito).
Según el au to r existen profundas y pintorescas afinidades en­
tre la circulación hum orística y la crem atística. En este sentido,
la inflación es un proceso complicado que, adem ás de consecuen­
cias económ icas, produce reacciones hum orísticas «y al final la vi­
da se hace m ás difícil y la risa más fácil».
35.— ¡TararV. ; Pim, Pam, Pum\ Sentimental-Dancing, E dito­
rial Aguilar, colección «Crisol», núm ero 223; M adrid, 1948; 468
páginas.
Pim, Pam, Pum: farsa cómica en donde el personaje principal
cam bia repetidas veces de personalidad, con motivo de conquistar
el am or de su prim a.
36.—Otra Vez Don Juan o El Español y su Teatro, Clavileño,
R evista de la Asociación Internacional de H ispanism o, núm ero 3;
M adrid, Mayo-Junio de 1950; páginas 22-30.
El artículo com ienza con algunas consideraciones generales acer­
ca del teatro nacional español, francés, inglés, alem ás e italiano.
Pasa después a com parar entre sí varios héroes teatrales: Don
Juan, H am let, Segism undo y Fausto y, seguidam ente, establece las
conexiones com unes que podrían encontrarse en los orígenes del
tipo donjuanesco y de las corridas de toros. In ten ta luego explicar
po r qué nuestro teatro nacional escasea en autores específicam en­
te cómicos, y term ina estudiando el antagonism o en tre el Don Juan
de Zorrilla y el de Molière.
37.—Prólogo a:
SIEYES, Em m anuel-Joseph, ¿Qué es el Estado Llano?, In sti­
tuto de Estudios Políticos; Madrid, 1950 (páginas del Prólogo:
7-18).
698
VIRGINIA GARCIA GONTAN
Biografía de Sieyés (1748-1836) y directrices generales de su
pensam iento.
38.—Banco Hispano-Americano. El prim er m edio siglo de su
historia, M adrid, 1951.
En este libro, Valentín-Andrés Alvarez da una som era explica­
ción de la situación económica española durante la época del 98
y aclara el origen de las prim eras instituciones bancarias en gene­
ral, y del Banco Hispano-Americano en particular.
A continuación n arra las vicisitudes de dicho banco en sus co­
mienzos, sus luchas por abrirse camino y m antenerse, y su poste­
rio r desenvolvim iento hasta la época actual.
39.—Naturaleza, Sociedad y Economía. Discurso de recepción
del académico electo Excmo. Sr. D. Valentín-Andrés Alvarez. Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas. Prensa Castellana, Ma­
drid, Sesión del 16 de Diciembre de 1952, 38 páginas.
El discurso p arte del análisis, a distintos niveles, del doble ca­
rácter —n atu ral y social— de todo hecho económico, y pretende
ser una réplica al concepto de Estado om nipotente que va, en su
poder político, más allá de «los límites im puestos por la n atu rale­
za m ism a de las cosas». Concluye estudiando los desajustes de la
econom ía actual como consecuencia del desequilibrio en tre consu­
mo y producción, y exponiendo las soluciones posibles que ofrece
la escuela fisiocrática.
40.—Guía Espiritual de Asturias. Elogio de Asturias e ingenio
de los asturianos. Oviedo, 1955, 8 páginas. (Tirada ap arte de la re­
vista Aramo).
En una entrañable descripción, Valentín-Andrés recorre Astu­
rias en su paisaje, sus ciudades, su historia, tradiciones, industrias,
el concepto de la vida y el hum or típico de sus habitantes, y term ina
augurando p ara esta tierra un «glorioso porvenir».
41.—Edición de:
La Nueva Ciencia Económica. La influencia de K eynes en la teo­
ría y en la política económica, Biblioteca de la Ciencia Económica,
Revista de Occidente, M adrid, 1955.
42.—Prólogo y traducción de:
DAVID, Ricardo. Principios de Econom ía Política y de Tributa­
ción, Ed. Aguilar, M adrid, 1955, (páginas del Prólogo: I-XII).
Expone, y critica irónicam ente, las causas de la cuestión más
seria que, en m ateria económica, se plantea hoy al m undo: el pro­
blem a de la distribución de la riqueza. No se produce p ara el con­
sumo, sino p ara el mercado; esta paradoja, que ya entrevio David
R icardo en su tiem po y cuyas consecuencias se replantean hoy, ac­
VIDA Y OBRA DE VALENTIN ANDRES ALVAREZ
699
tualiza el pensam iento del famoso autor de los Principios de Econo­
mía Política.
43.—Prólogo a:
JOVELLANOS, G aspar Melchor de, Inform e sobre la Ley Agra­
ria. In stitu to de E studios Políticos, M adrid, 1955, (páginas del Pró­
logo: 7-32).
En este prólogo se da una visión de la personalidad de Jovella­
nos historiador, legislador, pedagogo, estudioso, reform ador y li­
terato, y algunas opiniones acerca de su actuación política a nivel
tan to teórico como práctico. Se explicitan los antecedentes h istó ri­
cos del In fo rm e Sobre la Ley Agraria y se indica detalladam ente
qué ideas son originales en Jovellanos y cuáles han sido tom adas
de la tradición; con respecto a estas últim as, se exponen las fuen­
tes de las cuales han sido tom adas.
44.—Julián Cañedo y su Epoca. Prólogo a:
CAÑEDO, Julián. ...D e Toros. Ed. Aramo, colección «Tema Ibé­
rico», M adrid, 1955, (páginas del Prólogo: 17-28).
Biografía resum ida de Julián Cañedo, fam oso to rero a quien Valentín-Andrés Alvarez conoció. Cuenta los rasgos más característicos
de su personalidad y da una explicación del am biente tau rin o de
su época, el apogeo y decadencia de la «Fiesta Nacional».
45.—Teoría e H istoria o Apolo y Dionisio, La Torre, Revista Ge­
neral de la Universidad de Puerto Rico, H om enaje a José Ortega y
Gasset, año IV, núm ero 15-16, Julio-Diciembre de 1956, páginas
469-476.
Se plantea la reductibilidad de Teoría e H istoria como realidades
científicas opuestas. Frente a las tres soluciones de la filosofía clá­
sica: racionalism o hegeliano, historicism o y eclecticismo de Weber,
propone el au to r la aplicación de la «doctrina del punto de vista»,
que expone O rtega en E l Ocaso de las Revoluciones. Incorpora, ade­
más, los conceptos nietzscheanos de apolíneo y dionisíaco en el es­
tudio de la dualidad, y concluye considerando que Teoría e H istoria
constituyen dos m undos científicos com unicables, no contrapues­
tos m etafísicam ente.
46.—Edición de:
LINDHOLM, R ichard W., Introducción a la Política Fiscal, Bi­
blioteca de la Ciencia Económica, Revista de Occidente, M adrid,
1958.
47.—Prólogo a:
La E structura de la Econom ía Española. Tabla «Input-O utput»,
In stitu to de E studios Políticos, Madrid, 1958, (páginas del Prólogo:
15-25).
700
VIRGINIA GARCIA GONTAN
Presentación, explicación e interés que supone la publicación de
la «Tabla de Conexiones E structurales de la Econom ía Española»,
como podría subtitularse la «Tabla 'Input-O utput’ de la Econom ía
Española. Año 1954». H istoria de cómo surgió esta idea y m étodo
de análisis en que se funda.
48.—Libertad Económica y Responsabilidad Social. Conferencia
pronunciada en el acto de la clausura del curso 1958-1959 en el Co­
legio Mayor U niversitario de San Pablo. Publicaciones del Colegio
Mayor U niversitario de San Pablo, Madrid, 1959, 14 páginas.
Tras haber constatado las relaciones entre libertad y responsa­
bilidad, a nivel social, recorre el autor la historia del capitalism o,
desde su génesis —el nacim iento del liberalism o económico— hasta
su triunfo final en época m oderna, donde ya aquellas relaciones han
quedado básicam ente desequilibradas. Concluye con la tesis de la
com patibilidad entre libertad individual e intervención estatal.
49.—Discurso en Homenaje a Don Ram ón M enéndez Pidal. Iné­
dito.
En 1959, al ir a cum plir los noventa años D. Ramón Menéndez
Pidal, el Centro Asturiano de Madrid, —al que D. Ramón perte­
necía como Socio de H onor— se dispuso a solicitar p ara él la
Medalla de Oro del Trabajo. Al presentar la solicitud les exi­
gieron un largo y detallado expediente. Valentín-Andrés Alvarez,
que entonces era presidente del Centro, dispuso todo lo necesario
para su elaboración inm ediata. Estando esta elaboración en curso,
les llegó la noticia de que la Medalla de Oro había sido concedida
a Perico Chicote sin la presentación del m enor expediente. La in­
dignación, que alcanzó al propio Pidal, se apoderó de todo el Cen­
tro, y a p a rtir de ese mom ento abandonaron el proyecto. ValentínAndrés había com puesto un pequeño discurso en honor del hom ena­
jeado, encom iando su tarea y su tierra natal, Asturias.
50.—Discurso Correspondiente a la Solem ne Apertura del Curso
Académico 1961-1962. Por el catedrático num erario de la Facultad
de Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales, Valentín-Andrés
Alvarez. Estades, Artes Gráficas, Madrid, 1961, 32 páginas.
En este discurso de apertura, que coincide con el año de la jubi­
lación del autor, se recogen, en esencia, las tesis de Más allá de la
Econnm ía y Teoría e Historia o Apolo y Dloniso, artículos núms. 51
y 45 de esta bibliografía.
51 — Más Allá de la Economía, Facultad de Ciencias Políticas,
Económ icas y Comerciales, publicación núm ero 4, M adrid, 1962,
98 páginas.
VIDA Y OBRA DE VALENTIN ANDRES ALVAREZ
701
Se estudia, en este libro, la evolución económ ica como p arte
de la evolución natu ral, tom ando como punto de p artid a la hipó­
tesis de que los hechos económicos se engranan «en cierto orde­
nam iento n atu ral del m undo, que nos hace pensar en u n m ás allá
de la Econom ía, donde las leyes de ésta se enraízan acaso en con­
diciones y principios cósmicos».
52.—Contestación al Discurso de Recepción del Académico de
N úm ero Don Carlos Ollero Gómez, Real Academia de Ciencias Mo­
rales y Políticas, sesión del 15 de Marzo de 1966, M adrid, pági­
nas 61-71.
Breve biografía, y exposición de las ideas fundam entales del
Sr. Ollero.
53.—Prólogo a:
SISMONDI, Sim onde de, Econom ía Política, Alianza Editorial,
Biblioteca de la Ciencia Económica, M adrid, 1969, (páginas del
Prólogo: XXI).
Biografía del gran h isto riad o r y econom ista Sim onde de Sism ondi (1773-1842), y explicitación de sus ideas fundam entales: la
obra económ ica original de Sismondi es una crítica de la econom ía
clásica —«ortodoxa», como él la denominó con éxito— tan to con
respecto al objeto como en cuanto a sus m étodos. Es el fundador
de dos principales escuelas que se opusieron, muy posteriorm ente,
a la Econom ía Clásica, única vigente en su época: la Escuela his­
tórica y la Socialista; esta últim a, en las dos form as en que se m a­
nifestó en el siglo pasado y aun en el presente, la del Socialismo del
Estado, de Adolfo W agner, y la del Socialismo del pueblo, de Car­
los Marx.
54.—Terminología y Morfología del Mercado. (Publicado en Re­
vista de Econom ía Política, Vol. II, núm. 4, Febrero de 1951). Ana­
les de Econom ía, In stitu to «Sancho de Moneada» del C. S. I. C.,
separata de los núm eros 1-4, tercera época, Enero-Diciembre de
1969, M adrid, 1971, páginas 63-78.
En este im portante artículo, Valentín-Andrés Alvarez deslinda
dos conceptos fundam entales en term inología m ercantil: concu­
rrencia y competencia. Dichos conceptos, de gran interés en el aná­
lisis económico, se habían mezclado, h asta la publicación de este
trab ajo , a causa de que las lenguas inglesa, alem ana, francesa e
italiana disponen de un sólo vocablo p ara designar am bas ideas.
El español dispone de dos y, basándose en ellos, el au to r ha po­
dido resolver la confusión que se venía m anteniendo en todos los
tratados m ercantiles; una vez establecida la verdadera división,
702
VIRGINIA GARCIA GONTAN
deduce sobre ella una nueva clasificación sistem ática de las form as
de m ercado, y sus recíprocas conexiones verticales.
55.—Individuo y Grupo. (Aparte del libro H om enaje a X avier
Z ubiñ), M adrid, 1970, páginas 81-87.
Las relaciones entre individuo y grupo —o elem ento y conjun­
to— m uestran, en determ inados casos, las dos características si­
guientes: la creación, por el conjunto, de algo nuevo e irreducti­
ble a sus elem entos y la infinitud (m atem ática) que m uchas veces
se interpone entre la totalidad y sus com ponentes.
En este estudio se aclaran las dos características indicadas, y
se aplican diversos modos de entenderlas a ciertos problem as con­
cretos que presentan varias ciencias, muy distintas entre si.
56.—M emorias de Medio Siglo. (Conferencia pronunciada en la
Academia Médico-Quirúrgica Asturiana). Medicina Asturiana. Re­
vista Española de Ciencias Médicas, Oviedo, 1971, páginas 79-89.
N arración de los acontecimientos histórico-sociales, científicos
y literarios que más llam aron la atención del au to r du ran te el pe­
ríodo com prendido entre 1907 y la segunda postguerra europea.
57.—La Manivela de Sism ondi o el Porvenir de la Automación.
Disertación en la Real Academia de Ciencias M orales y Políticas,
1971.
Resumen del núm ero 53 de esta bibliografía.
58.—Prólogo y edición de:
QUESNAY, François. Le Tableau Econom ique, Ediciones de la
Revista del Trabajo, M adrid, 1974, (páginas del Prólogo: 11-50).
Vida y obra de François Quesnay, explicación de la creciente mo­
dernidad de la escuela fisiocrática, y análisis y edición de la fórm u­
la aritm ética del «Tableau Economique» de la distribución de los
gastos anuales de una nación agrícola.
59.—Fernando Vela y su Tiempo. Prólogo a:
Escritos de Vela (Selección), Revista de Occidente. En prensa.
60.—Naufragio en la Sombra. En prensa.
LA CONQUISTA DE ASTURIAS POR LOS ROMANOS
(En la celebración de su Bimilenario)
POR
CARMEN FERNANDEZ OCHOA
La penetración de los rom anos en Asturias está en relación di­
recta con las G uerras Cántabras, pero no tanto en la dinám ica de
la conquista, como en las consecuencias que p ara el territo rio as­
turiano tuvieron los acontecim ientos que sucedian al sur de la Cor­
dillera C antábrica. En efecto, el resultado de esta dura lucha, sos­
tenida po r los cántabros y astures contra Roma, durante diez años
(29 a. C. - 19 a. C.), tuvo como resultado final el som etim iento de
A sturias bajo el dom inio rom ano y, en consecuencia, el comienzo
de una nueva etapa en la historia regional.
A lo largo de este trab ajo no vamos a detenernos en porm enori­
zar acontecim ientos bélicos, pues ya lo han hecho, con m ás o me­
nos acierto, b astan tes historiadores del presente siglo; m ás bien
querem os analizar aquello que nos sea útil p ara in terp reta r m ejor
la penetración de Roma en Asturias. Así pues, tratarem o s las cau­
sas de la guerra, en prim er lugar; a continuación ofrecerem os una
referencia de las principales tendencias de los distintos histo riad o ­
res en la interpretación de las fuentes y de los puntos álgidos de la
discusión histórica asi como una breve descripción de los aconte­
cim ientos principales p ara finalizar, dada la ausencia de datos, con
una serie de hipótesis sobre la conquista de A sturias y la organiza­
ción posterior del territorio.
704
CARMEN FERNANDEZ OCHOA
I .— LAS CAUSAS DE LA GUERRA.
Según Floro (II, 33-64) la causa principal de éstas guerras fue­
ron las incursiones devastadoras que hacían los cántabros sobre los
pueblos lim ítrofes de la Meseta Norte, vacceos, autrigones y turm ógos ( 1 ).
Sin em bargo, los investigadores m odernos apuntan otras razo­
nes de m ás peso. Así Blázquez (2) dice que las fuentes son explícitas
en cuanto al móvil de la guerra:
«Un factor im portante en la conquista del país cántabro
y astu r fué el apoderarse de las ricas m inas de su territo rio ,
ya que el erario se encontraba en una situación francam ente
mala, pués el Oriente con m otivo de la asoladora guerra
m itridàtica, de la piratería endém ica hasta la cam paña de
Pompeyo, de la repercusión de la guerra civil y de la políti­
ca seguida por Antonio, se encontraba extenuado...».
Este m ism o investigador ve muy claro el móvil de la guerra en
las expresiones de Floro (II, 33, 39-60) sobre la naturaleza de la
región «rica en oro, m alaquita, minio, y abundante en otros p ro ­
ductos», y a continuación añade que «en consecuencia Augusto
ordenó que se explotara el suelo» (3).
Hay otras fuentes literarias (Josefo 2,37,4) que tam bién vincu­
lan el fin de la guerra con el comienzo de las explotaciones de oro.
Algunos investigadores (4) se sum an a la opinión de Blázquez
y consideran como causa principal de la conquista la gran rique­
za m inera del Noroeste.
Sin em bargo, a los motivos económicos se unieron los p u ra­
m ente políticos y estratégicos (5) como el establecim iento de unas
(1) Sobre estos pueblos ver: W a t t e n b e r g , F. La región vaccea, Bibliotheca
Praehistorica Hispana II, Madrid, 1959.
S o l a n a , J . L os autrigones a través de las fuentes literarias. A nejos de Hispania Antiqua, I, Vitoria, 1973, Idem. Autrigonia Romana, Valladolid, 1978.
S o l a n a , J . M . L os turm odigos durante la época romana. I. Fuentes litera­
rias, A nejos de Hispania Antiqua, Valladolid, 1976.
(2) B l á z q u e z , J . M . Estado de la romanización de Hispania bajo César y
Augusto. Emérita, núm. 30, 1962, pág. 117-118 nota 4.
(3 ) B l á z q u e z , J . M . Roma y la explotación económica de la Península Ibé­
rica. Las raíces de España..., 1967, pág. 276 y ss.
(4) R o d r íg u e z C o l m e n e r o , A. Galicia M eridional Romana, Bilbao, 1977,
pág. 50.
(5) D o m e r g u e , C. Les explotations aurifères du N ord-O uest de la Peninsule Iberique sous l’ocupation romaine. VI CIMineria. Vol. I, León, 1970,
pág. 270.
LA CONQUISTA DE ASTURIAS POR LOS ROMANOS
705
fronteras y de un sistem a defensivo que perm itiera la paz de los
ciudadanos (6) así como la necesidad de Augusto de prestigiarse
ante el pueblo con algunas victorias como ha señalado Rostovzeff
(7).
En sum a, las causas de las Guerras C ántabras creemos que fue­
ron m últiples. Por una parte, los rom anos necesitaban acabar con
un enemigo incóm odo que aprovechaba los m om entos difíciles de
Roma p ara saquear a las poblaciones vecinas ya som etidas de la
región del Duero. Por o tra parte, Augusto necesitaba acrecentar
su prestigio personal con victorias sobre pueblos enemigos y con­
quistas de territo rio s por encima de sus triunfos sobre com patrio­
tas desidentes como B ruto y Marco Antonio (8), y p o r últim o hay
que adm itir como factor im portante el deseo de apoderarse de
las m inas del N oroeste en un m om ento en que el erario rom ano
se encontraba en una situación bastante precaria.
I I .— LA INTERPRETACION DE LAS FUENTES Y LOS PRINCIPALES
ACONTECIMIENTOS BELICOS.
1.— Corrietes o escuelas historiográficas.
Ningún h isto riad o r clásico de prim era categoría ha n arrad o
las guerras de Augusto en el Noroeste. Fuente principal es Dión
Casio en los libros 51-54 de su «H istoria Romana», cuyo valor re­
side en la cronología de los acontecim ientos que son enum erados
del 29 a. C. al 19 a. C., es decir, que su relato abarca todo el desa­
rrollo de las guerras. P ara el período que va del 26 a. C. al 19 a. C.
se añaden los relatos de Floro «Epitomae historiae rom anae» (II,
33, 46-60) y de Orosio «H istoriarum adversus paganus» (VI, 21)
cuya fuente com ún parece que fué Livio quien a su vez debió de to-
(6) L o m a s S a l m o n t e , F. J. A sturias Prerrom ana y A ltoim perial. Sevilla,
1975, pág. 118. Abunda en esta idea R o l d a n , J. M. Hispania y el ejército ro­
m ano. Contribución a la H istoria social de la España Antigua. Salamanca, 1974,
pág. 179. Cfr. H a r m a n d , J. L ’O ccident rom ain : Gaule, Espagne, B retagne, A fri­
qu e du N ord (31 a. C. a 235 d. C.). Paris, 1970, pág. 43-47.
(7 ) R o s t o v z e f f , M. H istoria económica y social del Im perio Romano. Ma­
drid, 1937, pág. 115 y ss.
Vid. también R o l d a n , J. M. Op. cit.
(8) M o n t e n e g r o , A. Las Guerras Cántabras en H istoria de España A n ti­
gua, Hispania Romana, Cátedra, Madrid, 1978, pág. 256.
706
CARMEN FERNANDEZ OCHOA
m ar los datos de la Autobiografía de Augusto (9). Desgraciada­
m ente p ara conocer las G uerras Cántabras falta un tipo de fuente
tan im portante como puede ser la de Polibio p ara la guerra celti­
bérica y lusitana.
Ciertos detalles aislados de estas guerras aportan tam bién otros
escritores como Estrabón, Silio Itálico, Valerio Patérculo, H ora­
cio (10). A estas fuentes se suman los datos num ism áticos recogi­
dos por algunos autores (11) principalm ente las m onedas de Carisio con arm as y trofeos utilizados en tal contienda ( 12 ).
El estudio de todas las fuentes detalladas anteriorm ente ha
dado lugar a num erosos trabajos sobre la guerra cántabro-astur
a lo largo del presente siglo. Cada uno de estos estudios, a los que
nos referim os a continuación, ha supuesto una interpretación pecu­
liar de los acontecim ientos bélicos.
Si bien no están dem asiado claros los hechos que sucedieron
del 29 a. C. al 26 a. C. cuya fuente única es Dión Casio, no obstante
el punto álgido de la discusión histórica se ha centrado en los su­
cesos fundam entales ocurridos en los años 26 y 25 a.C. y en la de­
term inación exacta del campo de operaciones donde los mismos
se desarrollaron.
Dos grandes corrientes o escuelas pueden tenerse en cuenta
al estudiar las interpretaciones principales de tales sucesos. En
prim er lugar, la más am plia m onografía sobre las guerras Cánta-
(9) S c h u l t e n , A. Los Cántabros y astures y su guerra con Roma. Ma­
drid, 1943 (varias ediciones), pág. 145.
(10) S c h u l t e n , A. Las guerras del 27-19 a. de J. C. FHA., Fascículo V,
Barcelona, 1940, pág. 183^207 y 326-340.
(1 1 ) G il F a r r e s , O . La moneda hispánica en la Edad Antigua. Madrid,
1966, pág. 394, y ss. Cfr. G u a d a n , A. M. Las armas en la m oneda ibérica. Cua­
dernos de Num ism ática, Madrid, 1979, pág. 77-78.
(12) Román Imperial Coinage. Vol. I, núm. 221-239. Vid. V illa r o n g a , L.
Em isión m onetaria augustea con escudo atribuible a P. Carisio y a la zona
N orte de España. XI CAN, Zaragoza, 1970, pág. 591-600. También B e ltr a n , A.
Las Monedas romanas de Mérida. ABMérida, pág. 93. Más recientemente
B e ltr a n M artínez, A. N uevas aportaciones al problem a de los bronces de
A ugusto con caetra o panoplia acuñados en el N oroeste de España, Numisma
XXVIII, núm. 150-155, Enero-diciembre, 1978, pág. 157 y ss. En este trabajo
realiza el catálogo de los hallazgos monetarios de P. Carisio basándose en
datos de publicaciones anteriores y de algunos Museos. Hemos echado en falta
un as de Augusto encontrado en Coaña, vid. Fernandez Ochoa, C. La N um is­
m ática romana de A sturias. CPAUAM núm. 4, 1977 pág. 139 y 162.
Cfr. B l a n c o F r e i x e i r o , A. Los m onum entos romanos de la conquista de
Galicia. CSECS núm. 16, 1976, pág. 95 y ss. (Tb. en Habis 2. 1971).
LA CONQUISTA DE ASTURIAS POR LOS ROMANOS
707
bras se la debem os a Schulten (13) quien recoge de Magie (14) la
idea de una operación m ilitar com binada y sim ultánea en todo el
N oroeste (unos 400 Km). Schulten centra el punto principal de la
lucha en A sturia, donde se da la batalla de Bélgica y la retirad a
del Mons Vindius. Sitúa el Mons M edullius en la desem bocadura
del Miño y reduce la lucha en Cantabria al ataque a la ciudad de
Aracillium. Coloca los cam pam entos-base de las operaciones en
Sasam ón, Astorga y Braga, desde cada uno de los cuales se tom a­
ría sim ultáneam ente C antabria, Asturias y Galicia.
A las opiniones de Schulten se adhieren, con algunas correc­
ciones, H orrent (15), B rancati (16), Forni (17), Schm itthenner (18),
C. Torres (19), González Echegaray (20) y Roldán (21).
En contra de esta interpretación de las guerras realizada po r
Schulten, otros investigadores han seguido las huellas de la escue­
la tradicional de historiadores españoles (Fernández G uerra y Flórez), especialm ente el inglés Syme (22), quien sitúa en C antabria
la p arte m ás im p o rtan te de la guerra del año 26 a. C., donde tuvo
lugar la b atalla de Bélgica, que identifica con la ciudad cán tab ra
de Vellica (23) y la retirad a al Mons Vindius. En el año 25 a. C.
(13) Vid. nota 9.
(14) M a g i e , D. Augustus W ar in Spain, 26-25 a . C., Classical Philology,
XV, 1920, pág. 323 y ss.
(15) H o r r e n t , H . Notas sobre el desarrollo de la guerra Cántabra del año
26 a. C., Emérita, 21, 1953, pág. 279 y ss.
(16) B r a n c a t i , A. A ugusto e la Guerra de Spagna, Urbino, 1963.
(17) F o r n i , G . U ocupazione m ilitare della Spagne nordooccidentale, Analogie e P aralelli, Legio VII Gemina, León, 1970, pág. 205 y ss.
(18) S c h m it t h e n e r , R . Augustus Spanischer Feldzug und der K a m p f um
dem P ricipat, Historia XI, 1962, pág. 54 y ss.
(19) T o r r e s , C. Galicia en las guerras cántabras, Boletín de la U niversi­
dad de Santiago de Compostela, 51-52, 1948. Posteriorm ente revisa algunas de
sus opiniones en La conquista romana de Galicia, CSECS núm. 16, 1976, pág.
9 y ss.
(20) G o n z á l e z E c h e g a r a y , J. L o s Cántabros. Madrid, 1966, pág. 171-193.
(21) R o l d a n , J. M. Fuentes antiguas..., pág. 171 y ss.
(22) S y m e , R . The Spanich w ar of Augustus 26-25 B. C. American Journal
of Philology. LV, 4, 1934, pág. 293 y ss. (traducido por I g l e s i a s , J. M. en
Santuola II, Santander, 1976-77, pág. 303 y ss.). Este artículo fué reconstruido
por Sym e posteriorm ente, agregándola nueva bbliografía, en The conquest of
N orth-W est Spain, Legio VII Gemina, León, 1970, pág. 78 y ss.
(23) Sym e en la puesta al día en 1970 de su trabajo de 1934, sigue iden­
tificando Bélgica con V ellica y ésta con la actual Helechia. El nombre de
Vellica corresponde a la V illecia de la placa núm. 1 del Itinerario del Barro,
que describe las estaciones desde Legio VII a Portus Blendium es decir, la ruta
de la columna central mandada por Augusto en el año 26 a. C. como verem os
708
CARMEN FERNANDEZ OCHOA
tendría lugar la guerra contra los astures. Este histo riad o r no ad­
m ite el desarrollo sim ultáneo del ataque desde los tres cam pam en­
tos de Schulten y excluye prácticam ente de las guerras a Galicia,
ya que sitúa el Mons Medullius en el Bierzo, entre las provincias
de León, Lugo y Orense.
Las teorías de Syme, expuestas por vez prim era en 1934 y pues­
tas al día en 1970, han ido ganando terreno e nlos últim os años.
E ntre sus seguidores destaca Lomas Salm onte (24).
Más recientem ente, y tom ando elementos de una y o tra escue­
la, la obra de Rodríguez Colmenero (25) ofrece tam bién una visión
del problem a. Coincide con Syme en no ad m itir un ataque sim ul­
táneo a lo largo de los 400 Km., excluye a Galicia de las guerras
C antábricas y centra el ataque más im portante en C antabria, pero
sitúa el Mons M edullius en el curso alto del Miño.
Posteriorm ente M ontenegro (26) si bien recoge datos de sus
predecesores estudiosos del tema, en especial de Rodríguez Col­
menero, reto rn a de alguna m anera a la concepción de Schulten,
adm itiendo el establecim iento de los tres cam pam entos de Segisamo, A sturica y B racara y situando la batalla de Bélgica en el
Bierzo (Bergidum , Cacabelos).
La síntesis más ecléctica sobre el tem a se la debemos a Gon­
zález Echegaray (27), quien revisa sus opiniones de 1966, en las
que seguía fundam entalm ente a Schulten, y realiza una interprem ás adelante. Sobre el itinerario del Barro, Vid. R o l d a n , J. M. Las Tablas
de Barro de Astorga, ¿una falsificación m oderna? Zephyrus XXIII-XXIV,
1972-73, pág. 222 y ss. (Reproducido también en Itineraria Hispana. Valladolid,
197'5, pág. 163-175). E l autor niega la autenticidad de las placas 1, 3 y 4 y
admite como válida únicamente la placa 2. Recientem ente G o n z a l e z E c h e g a ­
r a y , J. Cantabria a través de su historia. Santander, 1979, pág. 128, se inclina
por la autenticidad del Itinerario.
(24) L o m a s S a l m o n t e , F. J. Op. cit. pág. 99-140.
(25) R o d r íg u e z C o l m e n e r o , A. Op. cit. pág. 42-58 y también La conquista
romana de Galicia en H istoria 16 Febrero 1977, pág. 51 y ss. U ltim am ente en
su obra Augusto e Hispania. Conquista y Organización del N orte Peninsular.
Bilbao, 1979, pág. 24-129, revisa algunas de sus propuestas anteriores:
— Comprime en el año 25 a. C. los acontecimientos que anteriormente dis­
tribuía entre el 25 a. C. y el 26 a. C.
— Identifica el Astura con el Orbigo y no con el Esla.
—Retrasa el año 22 a. C. el episodio del Mons Medullius.
— Coloca el episodio de Carisio y el ataque astur al comienzo de la guerra.
—Piensa que una columna marcha hacia el Nervión.
(26) M o n t e n e g r o , A. Op. cit. pág. 254-262.
(27) G o n z a l e z E c h e g a r a y , J. Cantabria, pág. 79-120 y también Cantabros
y A stures fren te a Roma, en Historia 16. octubre 1976, pág. 55 y ss.
LA CONQUISTA DE ASTURIAS POR LOS ROMANOS
709
tación de los acontecim ientos dentro del encuadre de la visión de
Syme.
Fialm ente hay una serie de obras generales (28) que tam bién
se ocupan de las guerras Cántabras con alguna m ención determ i­
nada.
2.— Principales acontecim ientos bélicos.
El año 29 a. C. fué el prim er año de la gran guerra, cuya única
fuente y muy escueta es Dión Casio. Se encontraba al m ando de
toda H ispania el procónsul Statilio Tauro. Las acciones de Statilio Tauro debieron de ser bastante infructuosas porque las hosti­
lidades continuaron al año siguiente, estando las tropas bajo el
m ando de Calvisius Sabinus. Lo mismo debió suceder en el año
27 a. C., hallándose al frente de las tropas el procónsul Sexto Apuleyo (29). Evidentem ente los pueblos del N orte proseguían irreduc­
tibles, al m enos los cántabros, lo que quizá decidió a Augusto a
trasladarse a H ispania a fines del 27 o comienzos del 26 a. C. Du­
ran te el invierno del 27 al 26 a. C. Agusto estuvo en Tarragona,
donde celebró su octavo consulado, y allí planificó la guerra; m an­
dó a b rir las puertas del tem plo de Jano y tom ó m edidas de carác­
ter adm inistrativo, dividiendo H ispania en tres provincias: Ulte­
rior, C iterior y Lusitania, la prim era de las cuales quedaba en m a­
nos del Senado; nom bró legado de la Citerior a Cayo Anstitio y de
Lusitania a Publio Carisio, dejando am bas provincias bajo control
directo del em perador.
Sobre el desarrollo de los acontecim ientos bélicos de los años
26-25 a.C. nos parece válida la división de Syme del «Bellum Cantabricum » y «Belum Asturicum» en cada uno de esos años respec­
tivam ente. Disentimos, sin embargo, en su interpretación del epi-
(28) B l a z q u e z , J. M. La Romanización. Madrid, 1974, pág. 237-258, T o v a r ,
A. y B l a z q u e z , J. M. H istoria de la Hispania Romana, Alianza ed. Madrid 1975,
pág. 115-121; V i g i l , M. H istoria de la España Antigua. H.a de España. A lfa­
guara I, Madrid, 1973, (varias ediciones), pág. 289-291.
Existen algunos otros trabajos sobre el tema que no hemos incluido aquí,
bien porque se refieren a aspectos parciales o porque hoy día pueden con­
siderarse m uy superados. Remitimos a la traducción de Syme realizada por
I g l e s i a s , J. M. (nota 22) que incluye un apéndice bibliográfico elaborado por
este último.
(29) B a l il , A. Los gobernadores de la Hispania Tarraconense durante el
Im perio Romano. Emérita XXXII, 1964, pág. 19 y ss.
710
CARMEN FERNANDEZ OCHOA
sodio de Carisio, que él sitúa a comienzos del 26 a.C. como un pre­
lim inar del «Bellum Cantabricum». Las fuentes sitúan claram ente
este episodio en el año 25 a. C. y nada nos autoriza a pensar que
estas acciones contra los astures se desarrollaran antes de tal fe­
cha. Lo que sí podría adm itirse es la actuación indirecta del legado
de la Lusitania controlando a los pueblos lim ítrofes con los cán­
tabros, pero nada más. También nos plantea duda su in terp reta­
ción del episodio del Mons M edullius y la ubicación del mismo, lo
que expondrem os en las páginas siguientes.
a)
La guerra del año 26 a. C.
Augusto se dirigió a Cantabria y escogió el lugar de Segisamo
(actual Sasam ón) p ara establecerse. Con base en Segisamo, donde
tuvo su cuartel de invierno la Legión IV M acedónica (30), el ejér­
cito rom ano se dividió en tres columnas p ara atacar los puntos
neurálgicos de los cántabros. El m ando de la colum na central lo
ostentaba Augusto, y su legado Antistio m andaba sin duda alguna
de las otras dos columnas. No conocemos más que las operacio­
nes de la colum na central porque las noticias se han conservado
gracias a la Autobiografía del Em perador, fuente de conocim ientos
p ara Livio y de consecuencia para Floro y Orosio. La línea de pe­
netración de la colum na central rem ontó el río Pisuerga p ara con­
tin u ar descendiendo por el Besaya siguiendo más o m enos el tra ­
zado actual del ferrocarril M adrid-Santander. En su trayectoria
el ejército rom ano debió de som eter Peña Amaya h asta llegar a la
fortaleza de Vellica, que ha sido identificada con M onte Cildá (31),
al sur de Aguilar de Campóo. Los sántabros fueron vencidos pro ­
bablem ente en la llanura de Mave y al no poder refugiarse en Ve­
llica, huyeron Pisuerga arriba a refugiarse en la Cordillera, en el
Mons Vindius (Monte Blanco) (32). Los autores que sitúan el M ons
(30) G o n z á l e z E c h e g a r a y , J. y S o l a n a , J. M. La Legión IV M acedónica
n España, HA, V 1975, pág. 151 y ss.
(31) G a r c ía G u i n e a , M. A. y o t r o s : Excavaciones en M onte Cildá, Olleros
de Pisuerga (Patencia). EAE, núm. 61, 1966. Idem, Excavaciones en Monte
Cildá, Olleros de Pisuerga (Palencia). EAE, núm. 82. 1973.
(32) La ubicación del Mons Vindius es diversa según se sitúa en Astu­
rias o Cantábria. Vid. C agigal, M. Algo sobre vías romanas en Cantabria con
m otivo del libro del Dr. A. S ch u lten : Los Cántabros y astures y su guerra con
Roma. AEspA vol. 17, 1944, pág. 373 y ss. También Rabanal A lv a rez, M.
Peña Ubiña, Mons Vindius, Archivos Leoneses núm. 18, 1956, pág. 129 y ss.
Cada uno de los autores citados en las notas anteriores opinan sobre la ubica­
ción del Mons Vindius.
LA CONQUISTA DE ASTURIAS POR LOS ROMANOS
711
Vindius en C antabria lo identifican con las sierras de H íjar, Cori­
za, Peña Labra, Peña Prieta, al oeste del cam po de operaciones de
Vellica. Aunque las fuentes no digan nada, es posible que los ro­
m anos, tras d erro ta r a los de Vellica, tuvieran que vencer la resis­
tencia de los habitantes de Monte Bernorio (33) y de S anta M ari­
na (M ataporquera) (34).
Prosiguiendo su m archa hacia el norte, Augusto se dirige con­
tra Aracillium (actual Aradillos ju n to a las fuentes del Besaya
(35)), oppidum que es tom ado probablem ente con ayuda de la es­
cuadra, procedente de Aquitania, que desem barcaría en la ría de
Suances (P ortus B lendium ) (36). La resistencia de Aracillium fué
bastante larga y penosa según refiere Orosio.
Con la tom a de Aracillium finalizó el «Bellum Cantabricum »
pero no la pacificación del norte de la Península.
Las fuentes son explícitas al señalar las dificultades de la gue­
rra. El ejército rom ano estaba acostum brado a luchar en llano y
C antabria es una región m ontañosa. Además los cántabros lucha­
ban en guerra de guerrillas, sin presentar nunca batallas cam pa­
les. Augusto m ism o esperaba una conquista más rápida de la que
se estaba produciendo; unido esto a una serie de sucesos persona­
les y a su salud b astan te quebrantada en esos m om ento, el em pe­
rad o r decidió retirarse a Tarragona y dejó al m ando del ejército
a Antistio. La retirad a de Augusto pudo producirse antes de la to ­
m a de Aracillium.
La actuación de las columnas oriental y occidental nos es des­
conocida. Syme supone una entrada por Pajares hacia Gijón para
la colum na occidental m ientras que la colum na oriental p enetra­
ría por E spinosa hacia Bilbao (37).
(33) S a n V a l e r o A p a r i s i , J. Excavaciones Arqueológicas en M onte Bernorio
(Palencia). Primera Campaña 1943, Informes y Memorias núm. 5, Madrid, 1944.
Id. M onte Bernorio, A guilar de Campóo (Palencia). Campaña de Excavaciones
en 1959, EAE núm. 44. 1966.
(34) S c h u t e n , A. C astros prerrom anos de la región cantábrica. AEspA
núm. 15, 1942, pág. 2 y ss.
(35) G o n z a l e z E c h e g a r a y , J. N uevas investigaciones sobre la guerra can­
tábrica. Altamira 1 ; 1951, pág. 147 y ss.
(36) I d e m , Estudio sobre “P ortus Victoriae”, Altamira 2-3, 1951, pág. 282
y ss.
(37) Syme, R. En Santuola II, pág. 313.
712
b)
CARMEN FERNANDEZ OCHOA
La guerra del año 25 a. C.
En la prim avera del año 25 a. C. según las fuentes, había tres
cam pam entos (38) legionarios instalados ju n to a las riberas del
A stura (Esla), con tropas posiblem ente de la Tarraconense como
señala Syme.
Los astures descendieron de sus «nevados» m ontes y se esta­
blecieron ju n to al Astura con intención de atacar los tres cam pa­
m entos de invierno de los romanos. Sin em bargo, los brigaecini
de la región de Benavente delataron a Casirio, que invernaba en
algún lugar al norte del Duero, los planes de ataque de los astures.
El legado acudió en defensa de los cam pam entos rom anos, sorpren­
diendo a los astures, lanzados ya a la batalla, po r la espalda. Par­
te del ejército astu r derrotado se refugió en Lancia (V illasabariego)
(39) que era, según Floro, la ciudad más poderosa de los astures.
Carisio sitió Lancia, que se entregó por capitulación. Tras la tom a
de Lancia, Carisio, sin duda debió som eter otras plazas fuertes de
los astures augustanos.
Algunos investigadores (40) suponen la ausencia de Antistio de
los cam pam entos del Esla y lo sitúan realizando incursiones por
la costa astu rian a y norte de Lugo. Nada dicen las fuentes al res­
pecto. Con la tom a de Lancia finaliza, en n uestra opinión, el «Bellum Asturicum » porque el episodio del M ons M edullius que va­
rios historiadores sitúan a continuación de las acciones de Cari­
sio entre los augustanos, no está del todo claro que se desarrollase
en tal m om ento, y al menos por ahora debemos m antener una du­
da razonable sobre su cronología.
c)
El episodio del Mons Medullius.
Posiblem ente haya que separar el «Bellum Asturicum» del epi­
sodio del Mons M edullius del que Floro dice «postrem o» y Osorio
«praeterea». Este episodio podría constituir una tercera fase en el
desarrollo de las G uerras Cántabras.
(38) Sobre los campamentos romanos en torno al Esla que pudieron servir
de base en las operaciones del “Bellum Asturium ” ver R. M a r t i n V a l s , R. y
D e l i b e s , G. Sobre los cam pam entos de Petavonium . St. Arch. núm. 36, 1975 y
también L o e w i n s o h n , E. Una calzada de dos cam pam entos romanos del conventus A sturum . AEspA vol. 38, 1965, pág. 42-43.
(39) J o r d a C e r d a , F. Lancia, EAE núm. 1, 1962.
(40) G o n z á l e z E c h e g a r a y , J . C antabria..., pág. 112. También D ie g o S a n ­
t o s , F. A sturias Romana y visigoda en Historia de Asturias T. III, Salinas,
1978, pág. 7.
LA CONQUISTA DE ASTURIAS POR LOS ROMANOS
713
M ientras que Lomas Salm onte (41) atribuye a Carisio la tom a
del M ons M edullius, González Echegaray (42) piensa m ás bien en
una acción co njunta en la que Antistio probablem ente llevaría el
m ado; C. T orres (43) atribuye a Cayo Furnio o Firm io el ataque
y rendición de dicho m onte. Schm itthenner re tro trae al año 22 a. C.
la acción del M ons M edullius (44) y Diego Santos (45) retra sa aún
m ás la cronología de episodio, situándolo prácticam ente en tiem ­
pos de Agripa o muy próxim os a su llegada, quizá al final del m an­
do de Carisio o de alguno de sus sucesores,cuyos nom bres nos son
desconocidos.
Evidentem ente las fuentes no son claras al respecto, pues An­
tistio y Furnio no pudieron actuar juntos po r no coincidir el tiem ­
po de su perm anencia en España. Antistio estuvo del 27 al 25 a. C.
y Cayo Furnio del 22 al 20 a. C.
Si problem ática es la cronología de este episodio, no lo es me­
nos la ubicación del lugar donde se desarrollaron los aconteci­
m ientos. Syme, Lomas Salm onte y González Echegaray sitúan el
Mons M edullius ju n to al Sil, considerando que la expresión de Osorio «Minio flum ini imminens» puede ser una confusión y no su­
pone que se refiera al Miño, pues el Sil es m ás im portante desde
el punto de vista geográfico. Concretando más aún su ubicación,
Lomas Salm onte lo identifica con Las Médulas, en el Bierzo leo­
nés, opinión a la que se suma, adem ás de González Echegaray,
C. Torres rectificando sus antiguas reducciones geográficas (46).
Sin em bargo creem os que Osorio no se equivocó al citar el Mi­
ño, pues no es fácil atrib u ir a un historiador de Galicia la confu­
sión entre Miño y Sil, que pudo ser posible en autores anteriores
(47). Además, por la Epigrafía sabemos que en la antigüedad al
Miño se le daba su propio nom bre (48). Por o tra parte, la ubica­
ción del M ons M edullius en Las Médulas es dudosa porque no po­
dem os considerar que estas m ontañas se encuentren en los «ulte(41)
(42)
(43)
(44)
F. J. Op. cit. pág. 130-131.
J. C antabria... p á g . 112-113.
T o r r e , C. La conquista..., pág. 27-28.
S c h m it t h e n n e r , R. Op. cit. pág. 54-70.
M á s r e c i e n t e m e n t e R o d r íg u e z C o l m e n e r o , A. Augusto e H ispania..., p á g .
111
L om as S alm onte,
G onzález E ch eg aray,
.
(45)
D ie g o S a n t o s .
(4 6 )
T orres,
A sturias romana y visigoda... pág. 15 y 16.
C. La conquista..., p á g . 2 7 -2 8 .
(47) M o n t e a g u d o , A. Galicia en Ptolomeo. CEGall. III, 1947, pág. 620,
afirma la confusión de Orosio entre Milo y Sil porque este historiador tomó
los datos de otros historiadores y no de su propia experiencia.
(48) R o d r íg u e z C o l m e n e r o , A. La conquista de G alicia..., pág. 57.
714
CARMEN FERNANDEZ OCHOA
riores Gallaeciae partes», ni en esta zona hay tejo p ara extraer ve­
neno (49).
Mañanes (50), argum entando en favor de una ubicación gallega
para el Mons M edullius, plantea la posibilidad de una confusión o
una corrupción de la palabra Meidullius por M eidunius, «castello»
que se conoce a través de la Epigrafía (CIL, II, 2.520) como situado
en alguna p arte de Galicia pero cuya localización resulta proble­
m ática.
Rodríguez Colmenero y M ontenegro sitúan el Mons M edullius
en el curso alto del Miño, al norte de la provincia de Lugo, en cro­
nología paralela con los restantes acontecim ientos del «Bellum Astu r icum».
Con base en los textos de Floro y Osorio, creemos que el episo­
dio del Mons M edullius debe situarse en algún lugar lim ítrofe en­
tre Asturias, Galicia y León, pero no en la desem bocadura del Mi­
ño, como pretendió Schulten, sino en las proxim idades de su cu r­
so alto en una zona más oriental, es decir, próxim a al escenario
donde se desarrollaron los acontecim ientos m ás im portantes de
la guerra co ntra los astures y los cántabros. En esta zona, ade­
más, se han encontrado el m ayor núm ero de m onedas con la caetra
(a las que hem os aludido anteriorm ente), lo que argum entaría en
favor de ésta la ubicación propuesta.
En resum en, hemos de adm itir que no sabemos con certeza el
año en que tuvo lugar este episodio, el lugar seguro del Monte, ni
cuánto tiem po resistieron el asedio los sitiados que pudieron ser
astures y galaicos o galaicos solos. Floro y Orosio coinciden en
los detalles de la lucha: los rom anos cercan el M onte y lo rodean
de un foso de 15 millas para vencer la resistencia. Los sitiados pre­
firieron la m uerte a la rendición.
En opinión de Rodríguez Colmenero y M ontenegro, después de
laderrota del Mons M edullius se conquistarían las «ulteriores Ga­
llaeciae partes», estableciendo en Lugo una base cam pam ental que
dió origen a la ciudad (51).
(49) M a ñ a n e s , T. en la recensión del libro de F. J. L o m a s S a l m o n t e en
HA, V, 1975, pág. 352 y ss.
(50) I b id e m .
(51) A r i a s V i l a s , F. L u c u s Augusti, CSECS núm. 16, 1976, pág. 57 y ss.
LA CONQUISTA DE ASTURIAS POR LOS ROMANOS
d)
715
El final de las Guerras Cántabras.
Después de la tom a de Lancia en el año 25 a. C., Carisio —se­
gún Dión Casio— licenció a algunos de los soldados de sus legio­
nes V y X, con lo que fundó ese mismo año la ciudad de E m érita
Augusta (M érida) (52). Con este motivo acuñó m oneda, principal­
m ente ases, en los que figura la efigie de Augusto, el nom bre de
las legiones (53).
A fines del 25 a. C. Augusto regresó a Roma y m andó cerrar el
tem plo de Jano, negándose a aceptar la celebración del triunfo
que el Senado le proponía.
En el año 24 a. C. fué nom brado gobernador de la C iterior
L. A. Lamia. Según Dión Casio, los indígenas, más probablem ente
los astures que los cántabros, ofrecieron al nuevo gobernador tri­
go p ara las tro p as y dieron m uerte a los soldados invitados a coger
el trigo. L. A. Lam ia reprim ió esta sublevación devastando cam pos,
ocupando poblados y cortando las m anos de los prisioneros.
En el 22 a. C. se recrudece el levantam iento con la llegada del
nuevo gobernador Cayo Furnio. Según se expresa Dión Casio, los
astures, que estaban m olestos de los malos trato s de Carisio, mo­
vieron en favor suyo a los cántabros. Furnio reprim ió la subleva­
ción cán tab ra y acudió en ayuda de Carisio, quien sin duda lucha­
ba contra los astures augustanos. Ambos lograron restablecer la
paz.
Sin em bargo, en C antabria, todavía iba a tener lugar el acto
final de estas guerras. Muchos cántabros, que habían sido vendi­
dos como esclavos en la Galia, después de d ar m uerte a sus dueños,
regresaron a su país. Se hicieron fuertes en las m ontañas y ataca­
ron desesperadam ente los cam pam entos rom anos. Publio Silio Nerva, legado en el año 19 a. C., intentó apaciguar la revuelta sin con­
seguirlo. Entonces Augusto envió a su m ejor general, Agripa, quien
reavivó la m oral de las tropas y empleó m étodos de ajusticiam iento
drásticos arrasan d o el país.
Así concluyó una larga lucha de diez años y con ella se rem ató
el dom inio de la Península por los rom anos, aunque, según Dión
(52) A l v a r e z S a e n z de B u r u a g a , J. La fundación de M érida. ABMérida,
1976, pág. 19 y ss.
(53) Véase nota 12. Casi todos los autores que se han ocupado de estudiar
las Guerras Cántabras han dado su opinión sobre el número y nombre de las
legiones que participaron en ellas. Un estudio más detenido, en Roldan, J. M.
Hispania y el ejército romano, Salamanca, 1974, pág. 159 y ss. y Jones, R. F. J.
The rom án m ilita ry occupation of N orth-W est Spain JRS, 66, 1976, pág. 45 y ss.
716
CARMEN FERNANDEZ OCHOA
Casio, en el año 16 a. C. todavía hubo revueltas en H ispania. Pro­
bablem ente se refiere a las últim as dificultades que tuvieron los
rom anos p ara realizar una ocupación total y definitiva de las cos­
tas de Galicia y Asturias. Quizá Lucio Sexto Quirinalis intervino
finalm ente en la ocupación del Noroeste, siendo p ro p reto r de la
Tarraconense.
I I I .— HIPOTESIS EN TORNO A LA CONQUISTA DE ASTURIAS.
Apenas se puede decir nada con certeza sobre la conquista de
Asturias po r los rom anos. Las fuentes no dan referencia de nin­
gún com bate llevado a cabo entre los astures transm ontanos, ni
explicitan el m om ento en que este territo rio pudo ser conquista­
do definitivam ente.
Si nos atenem os a la consideración de algunos autores como
Lomas Salm onte y Rodríguez Colmenero, hem os de pensar que
bajo el nom bre de Astures y Cántabros las fuentes clásicas com­
prendían a todas las etnias protohistóricas cuyo territo rio se ex­
tendía desde el Cantábrico hasta el Bierzo con la región de Aracillium al este y el Miño por el Oeste. Más aún, en m uchas ocasio­
nes, la referencia a las tierras cántabras no se ceñía a la actual
provincia de Santander y norte de Palencia, sino a las tierras de
la fran ja cantábrica desde el Miño a los lím ites con la Autrigonia.
Sea cual fuere el nom bre que se daba a los astures transm on­
tanos antes de la conquista, dos hechos son incuestionables: As­
turias fué som etida a Roma antes del cam bio de Era, y las fuentes
no explicitan cómo se llevó a cabo tal conquista. No obstante se
pueden m an ejar algunas hipótesis posibles y llegar incluso a afir­
m ar algunos puntos concretos.
Por ejem plo, es muy posible que los astures transm ontanos
participarán activam ente en las Guerras Cántabras, ayudando unas
veces a sus vecinos del sur, o bien penetrando transversalm ente
otras veces en ayuda de los cántabros. Parece b astan te razonable
pensar que no se incorporarían a la lucha antes del año 26 a. C.,
cuando tuvo lugar el ataque a los centros neurálgicos de los cán­
tabros. La m ayoría de los autores adm iten tam bién su p articip a­
ción en el ataue a los cam pam entos del Esla en el año 25 a. C.,
dado el núm ero abundante de atacantes que descendieron de los
m ontes «nevados». Podemos adm itir asim ismo su participación en
el cerco de M ons M edullius, en parte por la cercanía física y en
parte tam bién porque si retrasam os cronológicam ente este episo­
LA CONQUISTA DE ASTURIAS POR LOS ROMANOS
717
dio hacia los años 22-20 a. C., parece lógico pensar que los pueblos
costeros se sentirían cada vez más cercados y p o r tanto m ás dis­
puestos a defenderse.
Si cam biam os de óptica y pensamos en los antiguos pobladores de
A sturias defendiéndose en su propio territo rio o, lo que es lo mismo,
a los rom anos penetrando en Asturias, las posibilidades h ipotéti­
cas podrían centrarse en algunos m om entos concretos que expo­
nem os a continuación.
¿Primer m om ento en el año 26 a. C.?
De las tres colum nas que atacaron Cantabria, la colum na más
occidental pudo p en etrar por Pajares. E sta es la posibilidad que
piensa Syme. González Echegaray cree que esta colum na pudo
avanzar hacia el norte por el pciso de Piedras Luengas —Valle del
N ansa— Deva, o bien por el valle de Riaño —Puerto de San Glo­
rio— Liébana, y siguiendo el Deva p en etrar en Asturias h asta Ribadesella. Rodríguez Colmenero ofrece una interpretación diver­
sa pues cree que la colum na más oriental era la que dirigía Augus­
to y m archaba hacia Aracillium m ientras que sitúa una colum na
central atacando el su r del sistem a cantábrico que p en etraría en
Asturias después de la batalla de Bergidum y de la retirad a al Mons
Vindius.
No disponem os de datos suficientes p ara d ar por válidas es­
tas propuestas. Si aceptam os la hipótesis de Syme, a la que se su­
ma Rodríguez Colmenero con los m atices diferenciales expresados
más arriba, parece que los astures de la región central tran sm o n ­
tana fueron som etidos relativam ente pronto al dom inio rom ano,
aunque p articip aran posteriorm ente en otros levantam ientos. La
hipótesis de González Echegaray resulta en principio algo m ás co­
herente. Sobre el terreno y sobre el m apa, es más factible una pe­
netración por tierras cántabras y m ejor por Piedras Luengas que
por Riaño, pues resulta m ucho más fácil p en etrar por el Nansa
que atravesar la p arte oriental de los Picos de Europa. Si realm en­
te la colum na occidental llegó hasta el Deva, el cam ino h asta Ribadesella (Noega Ucesia) bordeando la costa pudo resu ltar b astan ­
te fácil. Si adm itim os esta hipótesis como más verosím il, en el año
26 a. C. tendría lugar la prim era penetración rom ana en el sector
cántabro de Asturias, es decir, la prim era fase de la conquista del
territo rio de la actual región asturiana.
718
CARMEN FERNANDEZ OCHOA
Sin em bargo no todos los autores están de acuerdo en esto. Así
Diego Santos cree que posiblem ente fue Agripa quien llegó h asta
Ribadesella, pues considera que ni Antistio ni Furnio habían alcan­
zado la costa en los años anteriores.
¿Segundo m om ento en el año 25 a. C.?.
Es posible que los astures transm ontanos particip aran en el
ataque a los cam pam entos del Esla en el año 25 a. C. González
Echegaray supone que Antistio probablem ente dejó a Carisio pa­
cificando la zona de los astures augustanos y cruzó el puerto de
Pajares para unirse con otras tropas que avanzaban por la costa
procedentes de C antabria y Galicia. Por las fuentes nada sabemos
de estos episodios.
Si supiéram os con cierto grado de exactitud la cronología del
cerco del Mons M edullius y se pudiera situar en el 25 a. C. habría
que pensar tam bién en la participación de los astures tran sm o n ta­
nos en tal episodio, con lo que probablem ente la zona centro-occi­
dental de A sturias pudo quedar som etida en ese m om ento al poder
rom ano. Pero tam poco se puede aventurar mucho más en tal hipó­
tesis.
¿Tercer m om ento entre el 24-19 a. C.?.
No cabe duda de que si el norte de Galicia y Asturias no fueron
conquistados en los años anteriores, entre el 24 y el 19 a. C. tuvie­
ron que ser som etidos a Roma.
Si,
como quieren algunos autores, retrasam os el episodio del
Mons M edullius a estas fechas, está claro que tras este cerco se
ocuparían el m ayor núm ero de tierras de los norteños aún rebeldes.
No obstante las sublevaciones de los años 20-22 a. C. ponen de m a­
nifiesto la irreductibilidad de los indígenas, con lo cual se puede
pensar que el tercer v casi definitivo m om ento de la conquista de
Asturias sucede en +iempos de Agripa. Es posible que Lucio Sexto
Quirinalis rem atara totalm ente las acciones de Agripa años más
tarde, aunque sin duda los pueblos norteños habían sido aplastados
definitivam ente po r el verno del Em perador.
Como hemos visto hasta acmí, las fuentes históricas no nos per­
m iten concreciones respecto a la conquista de Asturias por los ro­
manos. Desgraciadam ente la Arqueología tam poco ap o rta datos al
LA CONQUISTA DE ASTURIAS POR LOS ROMANOS
719
respecto. Contam os con algunas noticias de fines del XIX como la
de Elias Tuñón (54) que nos dice que en el lugar de Cuniellos, del
Puerto de La Carisa, se encontraron restos de cascos y otros ins­
trum entos de época rom ana.
Hemos intentado confirm ar este dato sin obtener ningún resul­
tado positivo. El nom bre de La Carisa que conserva la vía rom a­
na que penetra desde Busdongo, podría ser un significativo re­
cuerdo del legado Carisio (55). También hemos podido averiguar «in
situ» que se llam a «Carisa» una corriente de aire frío que sopla
en la zona. Lo que no sabemos es si la corriente de aire recibe este
nom bre porque procede del alto de La Carisa ó a la inversa. Por
o tra parte, el nom bre de Carisa tiene el radical Kar- que significa
«rocoso» con lo que podría tratarse sim plem ente de una denom ina­
ción de carácter geológico.
IV.
ASTURIAS DENTRO DE LA ORGANIZACION DE LA HISPANIA ROMANA.
El te rrito rio conquistado siguió ocupado de form a m ilitar hasta
el fin del Im perio (56). Prim ero fueron las tres legiones que en
tiem pos de Tiberio aseguraban la paz en el Norte:
VI «Vixtrix» en Lugo
Xa «Gemina» en Rosinos de Vidríales
VI «Macedónica» en Segisama (Aguilar de Campóo)
Después éstas fueron reem plazadas por la Legio V II «Gemina»
en León, creada en el 68 d. C. y con alae y cohortes acantonadas en
distintos puntos de Galicia, Asturias Cism ontana y C antabria (57).
En A sturias no tenem os noticias seguras de ningún asentam iento
de cohortes o alae. En las Term as de Gijón excavadas en 1903 se
encontró un ladrillo con una inscripción que podía ser de una «ve-
(54) G o n z á l e z S o l i s , P. M emorias Asturianas, Madrid 1890, pág. 229.
(55) Sobre la vía de La Carisa véase nuestro estudio F e r n a n d e z O c h o a , C.
v<Asturias en la época romana. Monografías Arqueológicas núm. 1 de la U. A. M.
Madrid, 1982, págs. 50-52.
(56) En este apartado seguimos básicamente nuestro trabajo: F e r n a n d e z
O c h o a , C., A portaciones a la Carta Arqueológica de A sturias: la romanización.
Memoria de licenciatura Inédita. Valladolid, 1974, pág. 31-33.
(57) S á n c h e z A l b o r n o z , C. El Reino de A sturias. IDEA, Oviedo, 1972,
pág. 10-16.
720
CARMEN FERNANDEZ OCHOA
xillatio» de la Legio IV Macedónica. Un estudio reciente (58) ha
cuestionado la validez de la inscripción del ladrillo de Campos
Valdés.
Tam bién la lápida votiva a M ittra encontrada en La Isla (Colunga) podría ser otro testim onio de la presencia m ilitar en la zona.
Un dato más que puede considerarse es una inscripción del
Museo Arqueológico de Oviedo, de procedencia im precisa. En la
parte que se conserva se lee:
... ASTVRV ET (...?) LVGGONV
Para Garcia y Bellido probablem ente puede ser el nom bre de
un alae o cohorte de la Asturia T ransm ontana (59), aunque otros
autores, como Alfóldy, lo ponen en duda.
La pobreza de testim onios es evidente. Sin em bargo, el enorm e
desarrollo que tuvieron las minas de oro en esta época nos induce
a pensar que, bien por motivos de protección a los yacim ientos y
al tran sp o rte del m etal, o m ejor aún, por razones de tipo técnico
(obras hidráulicas) como ha señalado Domergue p ara todas las m i­
nas del N oroeste (60) tendrían que existir algunos destacam entos
m ilitares.
Después de la conquista, Asturia y Gallaecia se incorporaron a
la provincia U lterior Lusitania, m ientras que C antabria pasó a for­
m ar p a rte de la Citerior. Todavía viviendo Augusto, y en una fecha
no fácil de precisar, como ha señalado Syme (61) se alteró la di­
visión y Asturias ju n to con Gallaecia se incorporaron a la Tarraco­
nense.
Lo que hoy es Asturias dependía de tres circunscripciones ju ríd i­
cas distintas. A Lucus Augusti (Lugo) capital del Conventus Lucensis, pertenecía al territo rio asturiano que va desde el Navia (o el
Cañero) al Eo. De Asturica Augusta (Astorga), capital del Conven­
tus Asturum , dependía el territorio actual de Asturias que abarca
del río Navia al Sella. Y el Conventus Cluniense, con capital en
Clunia (Peñalba de Castro) correspondía el territo rio entre los ríos
Sella y Deva.
(58) G o n z a l e z E c h e g a r a y y S o l a n a , J. M. La Legio IV M acedónica...,
pág. 176-177.
(59) G a r c ia y B e l l id o , A. El “Exercitus H ispanicus” desde A ugusto a V es­
pasiano. A E s p A v o l. 35 1961, p á g . 145. V é a s e F e r n a n d e z O c h o a , C. A sturias en
la época rom ana..., p á g s . 234-235.
(60) D o m e r g u e , C. Introduction a l’étude des m ines d ’or du N ord-O uest
de la Peninsule Iberique dans VAntiquité. Legio VII Gemina, León 1970, pág.
271 y ss.
(61) Syme, R. The conquest..., pág. 104.
LA CONQUISTA DE ASTURIAS POR LOS ROMANOS
721
H asta Diocleciano se m antuvo la división provincial citada m ás
arriba, a excepción de la creación de la Provincia N ova Hispaniae
Asturiae et Gallaecia por Caracalla, provincia que no debió sobre­
vivir a su reinado.
Las razones p ara la creación de esta provincia las ha señalado
Balil de la form a siguiente:
«... En prim er lugar la lejanía de este territo rio respecto a la
capital de la Citerior, Tarragona; en segundo lugar, la coincidencia
en esta provincia de las guarniciones m ilitares de H ispania y los
yacim ientos auríferos. En un m om ento de frecuentes pronuncia­
m ientos por p arte de los gobernadores de las provincias con gran­
des guarniciones... no pueden extrañar m edidas de este tipo... un
gobernador de la C iterior inerm e y sin reservas aúreas no podía
em ular la em presa de Galba, y por o tra p arte la provincia era de­
m asiado pequeña y alejada del centro de la vida política rom ana
para que un gobernador de la m ism a hubiera podido in ten tar una
aventura de este tipo» (62).
En tiem po de Dioclesiano resurgió esta división y así A sturias
pasó a form ar p arte de la provincia de Galecia, cuyos lím ites orien­
tales estaban en las fuentes del Ebro en Santander.
(62)
B a l l , A. El Im perio Romano hasta la crisis del siglo III..., pág. 270.
Vid. D i e g o S a n t o s , F. P rovincia Hispania N ova Citerior A ntoniniana d ’apres
deu x inscriptions de León (CIL 2661 et 5680). Akten des VI Internationalen
Kongresses fur Griechische und Lateinische Epigraphik, Munchen 1972, en
“V estigia” 17, 1974, pág. 472-474, donde sostiene que la provincia “Nova Ci­
terior A ntoniniana” fué toda la Citerior y no sólo Asturia y Gallaecia; pien­
sa adem ás que esta división sobrepasó el reinado de Caracalla y duró a lo
largo del siglo III d. C. Cfr. Marchetti, Dizionario Epigráfico, s.v. “H ispania”.
ABREVIATURAS EMPLEADAS EN EL TEXTO
A B M érid a= A ctas del Coloquio Internacional sobre el Bim ilenario de Mérida.
A E sp A = A rch ivo español de Arqueología.
C A N = Congreso Nacional de Arqueología.
C IM ineria=C ongreso Internacional de Minería. León.
CEGall. = Cuadernos de Estudios Gallegos.
C PA U A M =C uadernos de Prehistoria y Arqueología de la U niversidad Autó­
noma de Madrid.
CSECS = Cuadernos del Sem inario de Estudios Cerámicos de Sargadelos.
E A E = E xcavacion es Arqueológicas en España.
F H A = F o n tes Hispaniae Antiqua.
H A = H isp an ia Antiqua.
ID EA = Instituto de Estudios Asturianos.
J R S = J o u rn a l of Román Studies.
S t.A rch .= S tu d ia Archeologica.
E L YO Y SU DOBLE EN LOS PERSO N AJES DE
LEOPOLDO ALAS (*)
POR
FRANKLIN PROAÑO
La confrontación del YO con su doble es un tem a repetitivo
en las obras literarias de Clarín. El doble im plica una reduplica­
ción del yo prim ero y no únicam ente la presencia de elem entos
heterogéneos dentro del yo total. E sta reduplicación nos presenta
un yo que m ira frente a sí a otro que él m uchas veces desconoce,
pero en quien descubre la imagen viva de su proyección. El o tro es
la figura del espejo o la imagen que el yo lleva a sus espaldas, que
dialoga con él y le discute derechos de individualidad. Desaparece
la percepción del principio de unidad de conciencia. En su lugar
surge la duda, la indecisión, el asom bro. Se tra ta de una verdadera
dicotom ía del ser en la que hay división tanto de la personalidad
del yo como de su entidad física. Realidad y ficción entrecruzan
y mezclan sus conceptos. El yo y el otro aparecen y desaparecen
como centros de unidad, de proyección y reduplicación. El yo, el
otro y el lector com parten un m undo de esquizofrenia donde los lí­
m ites de lo que es y no es se tam balean y desaparecen ( 1 ).
(*) Sobre el tem a del “yo” en “Clarín”, véase un trabajo del mismo autor,
en el núm. 80 del BIDEA, página 549.
(1)
El fenóm eno del doble tiene origen quizá en el mito de Narciso y en
el D oppelgänger. Precursores en el tratamiento del Otro, cuando éste sólo
era objeto de preocupación para sicólogos y sociólogos, fueron Kierkegaard,
N ietzsche y Unamuno. No hay, por tanto, en ellos m ás que aciertos intuiti­
vos, problematización, pero no sistematización de pensamiento.
Lo que N ietzsche sentía no era repugnancia por la cercanía del otro, sino
m ás bien repugnancia por la decepción que provocaba en él la ausencia to­
tal del otro, la imposibilidad de legítim a comunicación, a pesar de todos los
esfuerzos.
Para Heidegger, el Sein (el ser) es siempre m it sein (ser con otro), pero
sometido a la forzosidad del con, al estilo de los presidiarios o de los galeotes
724
FRANKLIN PROAÑO
En Tamayo encontram os la m uda presencia del yo y su doble:
Es casi seguro que si Tamayo va por la calle con cual­
quier amigo, y a quien no le conoce se le dice: «aquél es Ta­
mayo», nuestro hom bre cree que Tamayo es el otro (2).
que conviven en una fatiga, una rutina, sin que se produzca por este hecho
mecánico y objetivo interrelaciones cordiales.
Para J. P. Sartre, “el otro” no es cuerpo situado delante de “m i”, entre
otros cuerpos y objetos; tampoco es una simple representación de otro dada
en mí. En ambos casos la situación de exterioridad suprime la relación entre
el yo y el tú, quedando por consiguente fuera la apariencia original, ya que
entre objeto y sujeto no hay medida común. Invirtiendo la actitud tradicio­
nal respecto a la percepción del otro, “aquel a quien yo veo”, Sartre nos ofre­
ce una primera toma de contacto con el “aquel que me v e”. Yo veo al “otro
objeto”, pero al m ism o tiempo soy visto por el “otro-sujeto” como un objeto.
El otro —dice Sartre— se convierte de pronto en “un sistem a ligado de ex-periencias fuera de mi alcance, en el cual yo vivo como un objeto entre los
otros”. Estoy visto, desposeído, desnudado, hecho, “robado”, por el otro.
Para Max Scheler y Gabriel Marcel, la comunicación entre sujetos, la en­
trada en contacto “con-el-otro” es un intento de colaboración común en la
consecusión de la libertad existencial. Se trata de que el otro no sea un lí­
m ite del yo, sino lo que origina la conciencia personal. En el tú nos descu­
brimos al convertirse en “nosotros” (tú y yo conjuntamente). Este contacto
trata de formular un universo de experiencias condenado, sin embargo, al
fracaso, cuando trata de ser algo más que una aspiración”. Segundo Serra­
no Poncela, El Pensam iento de Unamuno, (México-Buenos A ires: Fondo de
Cultura, 1964), pp. 169-172.
Entre los escritores españoles, Unamuno es quizá quien más ha sentido
y analizado conceptualmente el problema del doble. Oigamos a Paul Ilie, en
este respecto: “He saw that he could ignore his feelings, or w rite about them
as if the w ere someone else’s. Sensing that he w as many different men at
the same time, he delved further into the problem of the split personality.
He w as intrigued by a process which he called desdoblam iento, a splitting of
the self in w hich the self is objectively reproduced and the individual beco­
m es tw o people at the same time. This process of reduplication can occur
physically, w ithin space and time, or within the m ind”. Unamuno, An Existen tita l V iew of Self and Society (Madison, M ilwaukee and London: The
U niversity of Wisconsin Press, 1976), p. 28.
No hay una relación extrínseca entre el estudio del yo que hace Unamu­
no y las concepciones aue sobre este problema tiene Clarín, a través de sus
personajes literarios. Sin embargo, existe obvia conexión intrínseca entre la
concepción literaria del yo de Alas y la filosófica de Unamuno. Lo que este
últim o expresa en conceptos y análisis lógicos, aquél lo dem uestra en la vida
de sus personajes.
(2)
L eo po l d o A l a s , Obras Selectas (Madrid: Biblioteca N ueva, 1947), p.
1013. En adelante, al citar esta, edición, únicamente indicaremos en el texto
el número de la página.
EL YO Y SU DOBLE EN LOS PERSONAJES DE LEOPOLDO ALAS
725
La contingencia de la personalidad es m anifiesta. ¿Qué hace
del personaje literario un verdadero Tamayo? No lo sabemos, pe­
ro lo intuim os como algo fluctuante e inseguro. E sta tam aidad es
aplicable a quienquiera, a quien m arche al lado de nuestro perso­
naje literario, pero no a éste. Tamayo es el otro. ¿Qué queda en­
tonces del Tamayo prim ero? Sólo la imagen de lo que fué. Una
proyección am bulante que no sólo se niega a sí mism o, sino lo que
es m ás, se predica en el otro. El yo y el otro m archan ju n to s, de­
term inándose en form a recíproca. El Tamayo prim ero se define
p o r el otro. El doble adquiere su tamaidad por la presencia del p ri­
m ero. El doble, en este caso, no es la imagen de espejo, sino el
herm ano gemelo del yo que m archa a su lado. El uno y el o tro
parecen inconscientes de sus vaivenes y vacilaciones de persona­
lidad.
En Las Dos Cajas el yo y su doble entran en un diálogo que m a­
nifiesta la presencia de los dos, pero no nos aclara problem as de
personalidad.
V entura se sentó en el suelo. Apoyó un codo en el bulto
que puso a su lado sobre la tierra y dijo —cave Ud., Ven­
tu ra. Cavó el o tro V entura y pronto tropezó el h ierro con
la m adera (897).
¿Quién es el verdadero enterrador: V entura o el o tro V entura?
El doble no es m ás que la realización exterior de los deseos del
prim ero. E stam os frente al yo que ordena y al yo que obedece. En
la presencia de los dos sentim os su conexión. Los dos se herm a­
nan en la finalidad de sus acciones como copartícipes de ella. El
yo prim ero se refleja en el otro, sin crear sin em bargo una imagen
que le represente totalm ente. El doble adquiere un dinam ism o que
la figura estática del V entura prim ero no posee.
En los personajes anteriores, el doble aparece sin precisa co­
nexión con el yo prim ero. Son herm anos gemelos y su creación
depende del escrito r o lector que pone en ellos relaciones de reci­
procidad. En el caso de Pipá, el doble aparece como creación real
de los anhelos del p rim er yo.
Su gran sorpresa fué la que le p rodujo el arm ario de
espejo, devolviéndole a la espantada vista la im agen de aquel
Pipá sobrenatural que él había ideado al b uscar su extraña
vestim enta (834).
El yo se reproduce en el otro. O m ejor, el doble es la realiza­
ción de la im agen que el yo prim ero tiene de sí mism o. La dicoto­
726
FRANKLIN PROAÑO
mía nos m uestra al Pipá que es y aquel que él quiere ser y que ha
llegado a ser sin que Pipá lo supiera, pero que ahora le reconoce
como su yo. Paradójicam ente, la dicotom ía nos conduce de la di­
visión a la unidad. El yo acepta en su doble el Pipá que él quiere
ser y que es distinto del Pipá que lo observa detrás de la m áscara.
¿Cuál es el Pipá verdadero? La realización de los anhelos del pri­
m er Pipá o el otro: el que es lo que él no quiere ser? Sentimos el
conflicto. Y lo siente tam bién el yo del Pipá observador. Este ha­
ce un esfuerzo p ara pasar de la realidad que él posee desde an ti­
guo a esta nueva que ahora descubre al exterior y reproduce sus
deseos.
Pipá contem pló al Pipá de cuerpo entero que tenía en­
frente, y volvió de súbito a toda la dignidad y parsim onia
m ajestuosa que m anifestara en un principio, porque la im a­
gen que le ofrecía el azogue despertó su conciencia de fan­
tasm a (834).
El yo prim ero fluctúa entre lo que es y quiere ser. Pasa de sí
mism o al doble que observa frente a frente y de éste recibe el lla­
m am iento de conciencia que niega lo que él es y le asegura en sus
deseos. El doble se convierte en el Pipá verdadero y desde su im a­
gen de ficción reform a al yo prim ero de Pipá en una imagen se­
gunda que es reflejo del fantasm a del espejo. Los espejos parale­
los se cruzan y reproducen una y otra vez sus imágenes. La dico­
tom ía desintegra la realidad de Pipá y desmenuza su conciencia.
De él no queda m ás que esos ojos que observan detrás de la care­
ta. El se reconoce en el otro que le ofrece el espejo, cuya imagen
reduplicada al exterior se plasm a en su dignidad y parsim onia de
fantasm a.
El yo no ve conflictos en la presencia de su doble. Es éste más
bien quien siente la inadaptación del yo prim ero y tra ta de some­
terlo a esta nueva realidad.
D etrás de su careta, Pipá se veía con los ojos de la fanta­
sía, como algo colosal por lo form idable, y estaba tentado
de tenerse miedo a sí mismo; y un poco se tuvo cuando ya
de noche, se vió solo atravesando las oscuras callejuelas (829).
La dicotom ía quiebra una vez más la realidad y separa al yo
in terio r del exterior. La proyección del Pipá fantasm a se refleja
en el in terio r del personaje y modifica sus reacciones. El yo tiene
m iedo de su doble, del que él ha creado y que ahora se mueve con
entera hegem onía desde afuera hacia dentro. La dicotom ía es cons­
EL YO Y SU DOBLE EN LÓS PERSONAJES DE LEOPOLDO ALAS
727
tante, pues la presencia de los dos yos se m anifiesta a repetidos in­
tervalos. Sin em bargo, esta m ism a división nos conduce a la uni­
dad del ser. En el transcurso de estas vicisitudes se rechaza la rea­
lidad del yo prim ero, del Pipá que existía sin aceptarse ni in terio r
ni exteriorm ente, p ara aceptar la ficción soñada que ahora es la
única que controla a los dos yos.
H asta el m om ento hem os analizado presencias singulares del
yo y su doble. Veamos brevem ente una presencia reduplicada de
estos seres. Doña B erta nos ofrece un ejemplo:
El otro re tra to que le enviaba el p in to r tenía u n rótulo
al pie, que decía en letras pequeñas, rojas: «mi capitán».
No era m ás que una cabeza; Doña B erta, al m irarlo, perdió
el aliento y üió un grito de espanto. Aquel m i capitan era
tam bién el su yo ..., el suyo, mezclado con ella m ism a, con la
B erta de hacia cuarenta años, con la que estaba allí ai la­
do... Juntó, confrontó las telas, vió la sem ejanza perfecta
que el p in to r había visto entre el retra to del salón y el ca­
pitán de sus recuerdos, y de su obra m aestra; pero adem ás,
y sobre todo, vió otras semejanzas, aún m ás acentuadas, en
ciertas facciones y en la expresión que ella podía evocar de
la im agen que en su cerebro vivía, grabada con el b uril de lo
indeleble, como la gota labra la piedra (737).
La confrontación de los dos cuadros produce la dicotom ía de
doña B erta. El doble de B erta es un yo de hace cuarenta años que
ahora rejuvenece y se superpone al yo actual. El yo del pasado
conserva las im ágenes de su capitán. El del presente se ve obliga­
do a difundirse en el doble latente y a reconocerse en éste. Tam ­
bién la im agen del capitán tiene su doble. Pero ésta es una imagen
reversible que lo m ism o puede atestiguar al yo prim ero o al otro,
sin que e-1 lector alcance a distinguir lím ites de diferencia. ¿Cuál
es el reflejo del capitán original: el del salón de Susacasa o el del
pintor? Ninguno. Los dos son dobles del yo que B erta m antiene
en el recuerdo y que a la vez es el doble de la realidad que ella
amó. Estam os frente a espejos paralelos en los que las imágenes
se contraponen y yuxtaponen casi en una serie infinita. Nos perde­
mos en un juego de reciprocidades y reversibilidades esquizofréicas. El yo y el otro, éste y su doble, el doble y su imagen, com bi­
nan esencias del ser en las que ya no es posible distinguir con cla­
ridad realidad y ficción, presente y pasado.
Ana, la protagonista de La Regenta, confronta m uchas veces
su doble:
728
FRANKLIN PROANO
...llegó Ana a su tocador; la luz de la esperm a que se re­
flejaba en el espejo estaba próxim a a extinguirse, se acaba­
ba..., y Ana se vio como un herm oso fantasm a flotante en
el to nao oscuro de la alcoba que tenía en frente, en el cris­
tal límpido. Sonrió a su imagen con una am argura que le
pareció diabólica..., tuvo miedo de sí m ism a..., se refugió
en la alcoba, y sobre la piel de tigre dejó caer la ropa de
que se despojaba p ara dorm ir (413).
El doble de Ana es la visión fantasm agórica que la Ozores lle­
va en su interior. Ahora está frente a ella, escrutándolo todo, ob­
servándola y reproduciendo en ella sensaciones de terro r. Los dos
yos entrecruzan sus acciones. El doble reproduce en su ser de fan­
tasm a la belleza de Ana. Pone en su sonrisa la im presión diabóli­
ca que le brin d a su fantasm a. Los dos yos se presentan como obser­
vadores silenciosos del otro. Reciben el im pacto de sus im presio­
nes y se rechazan sin entablar diálogo alguno. Ana se retira al re­
fugio de su lecho y el doble desaparece por el fondo oscuro de su
alcoba de cristal.
Pero el doble de Ana no es siem pre reproducción de su imagen
interior. M uchas veces Ana reconoce su otro yo en personajes ex­
teriores:
Al ver a Doña Inés en la celda, sintió la Regenta escalo­
fríos; la novicia se parecía a ella; Ana lo conoció al mismo
tiem po que el público.
En este doble podemos ver las vacilaciones del yo prim ero. Es­
te tiene la conciencia de encontrarse frente a sí mismo. Pero al
mism o tiem po teme equivocarse. Su doble pertenece tam bién a
otro ser. Es otro ser. Esto no impide, sin em bargo, la bipolaridad
en la cual observam os el doble de Ana y el yo de Doña Inés. Ana
destruye sus vacilaciones al in tu ir la percepción del público. Este
se da cuenta que frente a sí, en el escenario, tiene la im agen de la
Ana que está a su lado, en los balcones del teatro. Doña Inés, se ha
dividido tam bién. Representa su papel de ficción y sale de ésta pa­
ra convertirse en la realidad doble de Ana.
En Don Alvaro, el doble se reduce a rep resen tar fracciones es­
pecíficas del personaje. No es un doble independiente del yo pri­
mero, ni en su origen ni en sus actividades.
Por su p arte se confesaba todo lo enam orado que él po­
día estarlo de quien no fuese Don Alvaro Mesía. Después del
Presidente del Casino, ningún ser de la tierra le parecía m ás
digno de adoración que su dócil Ana, su Ana frenética de
am or (504),
EL YO Y SU DOBLE EN LOS PERSONAJES DE LEOPOLDO ALAS
729
Don Alvaro acepta como doble lo que él representa: el presi­
dente del casino. Pero éste es únicam ente un ente de ficción, obje­
to de am or del personaje. El uno y el m últiple, en este caso, m an­
tienen una distancia de separación reducida a lo m ínim o. La bipolaridad se conserva únicam ente en el in terio r de Don Alvaro.
La presencia del doble, unificada a la del yo del personaje, la
observam os tam bién con otro matiz diferente del que p resenta el
doble fraccionario de Don Alvaro. Muchos de los personajes de
Su Unico H ijo nos hablan del yo que ellos representan como do­
bles. Si en el caso de Don Alvaro oímos hab lar del doble, aunque
éste no esté presente como tal, pues se encuentra unificado al p er­
sonaje, en el ejem plo a continuación sólo nos encontram os frente
al doble. El yo prim ero vive en el recuerdo de este yo segundo:
E m m a le soltó p ara decir (a Bonis) poniéndose de pie:
—Mira, m ira, yo soy la Georgheggi o la G orgoritos, esa que
cantaba hace poco, la reina Micomicona. Sí, hom bre, esa
que a ti te gusta tanto; y p ara hacerte la ilusión, m íram e
aquí, aquí, aquí, tontín; granuja, aauí te digo; las botas, lo
m ism o que las de ella.Cógele un t>ie a la G orgoritos, anda,
cógeselo; las m edias no serán del mism o color, pero éstas
son bien bonitas; anda, ahora canta, dila que sí, que la quie­
res. que olvidas a la de Francia y que te casas con ella... Tú
te llam as, ¿cómo te llamas tú? Sí, hom bre, el barítono, te
digo.
—M inghetti.
—Eso, M inghetti, tú eres M inghetti y yo la G orgoritos...
(632).
Em m a y Bonis han dejado de ser lo que son p ara convertirse
en su doble, en la realidad y ficción que no está en el presente:
la de Georgheggi, de la reina Micomicona y de M inghetti. Aunque
este doble no es únicam ente una precisión m ental como la del p re­
sidente del casino, sino pretende ser la reproducción física del yo
que representa, sin em bargo, al igual que el doble de Don Alvaro,
es otro yo que no m antiene intrínsecas relaciones con el yo p ri­
m ero, ni nos hace conocer al yo que representa. Si la presencia del
doble resulta clara y aceptable, una vez que conocemos al yo origi­
nal. la presencia del doble, sin el conocimiento previo del yo ori­
ginal. carece de fuerza y caracterización. El doble que representa
Bonifacio y Em m a ni nos im presiona, ni nos descubre nuevas pro ­
blem áticas.
Las tías de Ana presentan un doble que casi se confunde con
el yo original. Estam os por decir que ellas son su doble. Pero es-
730
FRANKLIN PROAÑO
to sería generalizar una circunstancia específica. El yo original de
las tías tiene una m anifestación más am plia que la que ellas p ro ­
yectan:
Al ventilar sem ejante negocio, el tipo de trotaconventos
de salón, que sólo se diferencia de las o tras en que no hace
ruido, asom aba a la figura de aquellas solteronas, como
anuncio de veiez de b ruja: la chim enea arro iab a a la pared
las siluetas contrahechas de aquellas señoritas, y los movi­
m ientos de la llama v los gestos de ellas producían en la
som bra un em brión de aquellare (77-78).
El yo de las tías produce un doble satánico y celestinesco que
lo vemos proyectado en la pared. E sta sirve de espejo y tiene su
paralelo en el ro stro de las vieias. Las proyecciones se mezclan y
entrecruzan. No sabemos si el doble im prim e en las solteronas
esa figura de am iellarre que sus rostros de b ru jas m anifiestan, o
si la imagen de la pared tiene origen en los personales del e x t e r i o r .
Lo im portante es observar que el doble deshace la presencia del
vo original. De éste no nos queda más que la insinuación algo di­
fusa de las dos solteronas, m ientras que del doble conservam os
su presencia hum ana v su reflejo de som bra.
F.1 doble de Don Santos, el ateo, se m anifiesta una vez que el
yo prim ero ha m uerto:
iQue m uero de ham bre...! ¡De ham bre!
Fueron sus últim as nalabras razonables. Poco desmiés
em pezaba el delirio. Celestina lloraba a los pies del lecho.
Don Antero, el cura, se paseaba, con los brazos cruzados,
por la sala, adm irando lo que él llam aba la m uerte del jus­
to (397).
El doble, en este caso, es un ser que tan sólo tiene explicación
a la luz de la vida sobrenatural. El yo de Don Santos ha m uerto.
De él no queda más oue su cuerpo exánime. Pero éste no es el Don
Santos de Vetusta. És el Don Santos desconocido que la m uerte
del prim ero ha puesto en existencia, el ju sto que vivía a espaldas
del ateo.
El doble, a veces, se presenta tam bién como un yo m últiple dis­
tinto del yo prim ero que lo produce. El uno y el m últiple adquie­
ren su m áxim a expresión.
—Mejor, decía Don Pompeyo, que se m ultiplicaba.
—Para nada querem os cuervos —exclamaba Foja— que
se m ultiplicaba tam bién (401).
EL YO Y SU DOBLE EN LOS PERSONAJES DE LEOPOLDO ALAS
731
No podem os e n tra r en el análisis de este doble m últiple, pues
no vemos su presencia. La m ultiplicación contradice únicam ente la
unidad. V islum bram os, sin embargo, la desintegración de Pompeyo y de Foja en seres diversos que representan a estos personajes
y en ellos se unifican.
La presencia del doble que tan claram ente se presenta en diver­
sos personajes de Clarín, se m anifiesta tam bién como eco de reali­
dades inanim adas. Este doble es a la vez un reflejo del p rim er yo
y una creación que el personaje literario im pone sobre la imagi­
nación del lector.
Y de repente, de poco tiem po a aquella parte, debajo del
océano, en las regiones m isteriosas del abism o en las que
habitaba el enemigo, de las que venían voces subterráneas
de am enaza y castigo, aparecía como un reflejo infiel, otro
cielo con o tra luna, un cielo borrascoso con espíritus infer­
nales vestidos de nubarrones, con el m ism ísim o dem onio
disfrazado de cuarto menguante, de la luna de miel satáni­
ca, del Valpurgis, que su m ujer, Em m a Valcárcel, había de­
cretado que b rillara en las profundidades de aquellas no­
ches de am ores inauditos, inesperados y como desespera­
dos (635).
El cosmos parece desdoblarse. Frente a frente, separados por
una distancia infinita, el m undo sideral encuentra su réplica y an­
titesis. Dos cielos y dos lunas se reflejan y contraponen. A lo ce­
leste responde lo infernal, a lo etéreo lo subterráneo, a las prom e­
sas de prem io las am enazas de castigo, a Dios, el m ism ísim o de­
monio. El cielo subterráneo, el doble, desafía y contradice al cielo
estelar. Este no m antiene diálogo con aquél. La distancia que lo
separa del otro es infinita. El yo no puede b a ja r al abism o de su
doble (3).
(3)
Morse Peckham nos explica cómo se produce la comunicación del
mundo exterior con nuestros sentidos y nuestra inteligencia. “In any situation
in w hich our senses give our minds m essages about the world, tw o elem ents
are present. On the one hand is the real world, the public world, w hich we
all agree is there: the mountain, the tree, the table, the contents of the test
tube, the pointer of the m easuring scale. On the other is the pattern in the
mind, the Gestalt, the neural path, the orientation, w ith w hich w e organize
these public data. This orientation is made up of a thousand elem ents, about
w hich w e know not very m uch; except that we are sure that even for the
scientist there are not only neural patterns and system s of interrelations
among the brain cells, but at another level emotions, feelings, chilhood trau­
mas, enxieties, and traces of former gratifications and frustrations. B eyond
th e Tragic Vision, (New York: George Braziller, 1962), p. 17.
E L PROBLEMA DEL ORIGEN DEL GOTICO
EN ASTURIAS
POR
FRANCISCO DE CASO
E ntre las distintas etapas que com ponen la h istoria artística de
la región asturiana, tal vez ha sido la época gótica la que h a m ere­
cido una m enor atención. Cuando se la m enciona no suele irse m u­
cho m ás allá del obligado recuerdo a la catedral de San Salvador,
obra que p o r cierto se ha venido considerando como una reali­
zación m arginal en la que, al parecer, sólo la to rre era digna de
elogio, siendo la realidad bien diferente.
No cabe duda de que, si com param os la A sturias gótica con la
rom ánica, se aprecia inm ediatam ente un agudo contraste entre la
proliferación de edificios de este últim o estilo y el discreto núm e­
ro de los que pertenecen al prim ero. Pero tan m arcada diferencia,
lejos de incitarnos a em itir un apresurado juicio peyorativo, o de
hacer dism inuir el interés por la etapa, ha de ser m ás bien una
sugestiva invitación a investigar el porqué de sem ejante hecho.
Aquí es donde reside precisam ente la peculiaridad del gótico astu r, que no es sólo una etapa más, sino una etapa cargada de p ro ­
blem as en la que la explicación de los vacíos artísticos puede ser
tan im portante como la rigurosa observación de sus m anifestacio­
nes. Por eso, quien desee introducirse en esa época ha de saber
y com prender que m ás que el estudio de «el gótico en Asturias»
em prende el análisis de «el fenómeno del gótico astur».
E ntre la serie de incógnitas y el cúm ulo de problem as que con­
form an sem ejante fenómeno, quiero p restar atención en este ar­
734
FRANCISCO DE CASO
tículo al que, al menos cronológicamente, precede a todos ellos:
el del origen de nuestro gótico. El tem a no ha sido tratad o jam ás,
y en verdad no resulta fácil de resolver. Y no lo es, en prim er lu­
gar, porque hasta el presente apenas existen estudios que ana­
licen en sus vertientes histórica y artística edificios del gótico astur.
Es claro que sería deseable disponer de un cúm ulo muy supe­
rior de datos, sin embargo, y dado que he tenido la oportuni­
dad y la necesidad de tom ar contacto con los edificios góticos de
la provincia, creo estar en condiciones de dar una prim era res­
puesta al problem a planteado, dejando desde luego el cauce abierto
a los resultados de nuevas indagaciones.
Sin in cu rrir en determ inism o alguno, es lícito afirm ar que el
estilo gótico ha de vincularse fundam entalm ente al ám bito urbano,
con todo lo que ello com porta de renovación e innovación en las
más diversas facetas del quehacer hum ano. En este sentido las
condiciones que venía ofreciendo el medio regional no puede decir­
se que fuesen las idóneas: las estructuras más tradicionales se m an­
tenían casi intactas, favorecidas por la intrincada orografía, obs­
ta c u liz a d o s de todas aquellas actividades que, como el comercio,
requieren fluidez y dinamicidad. Sem ejante escenario, objetivam en­
te poco apetecible, parecía en cambio aju starse a las norm as dic­
tadas en 1134 por el capítulo general del Cister, de acuerdo con las
cuales sus m onasterios deberían situarse «en lugares apartados, no
frecuentados por los hombres». Según estas exigencias las opcio­
nes que los intrincados valles asturianos podían ofrecer eran casi
infinitas, y precisam ente de acuerdo con ellas va a escogerse el
em plazam iento de las dos grandes fundaciones cistercienses de
nuestra región: San Antolín de Bedón y Santa M aría de Valdediós.
Su cita es obligada, dado que precisam ente los m onasterios cister­
cienses constituyen «uno de los grupos más característicos donde
se concretan e inician las form as protogóticas» ( 1 ).
De am bos se conserva sólo la iglesia. Respecto a la fecha de
construcción de la prim era, una inscripción citada po r Vigil (2)
nos rem onta al año 1176, m ientras que la segunda se levantó apro­
xim adam ente entre los años 1218 y 1225. Las dos parten de una
planta rom ánica, m anteniendo la estru ctu ra de tres naves y tres
(1 )
p . 37.
(2 )
A
zcarate y
R is t o r i,
José M.a: El Protogótico hispánico, Madrid, 1974,
M i g u e l V i g i l , Ciríaco: A sturias monum ental, epigráfica y d iplom áti­
ca, Oviedo, 1887, p. 424,-. - ... ; ....... ^ :... —
EL PROBLEMA DEL ORIGEN DEL GOTICO EN ASTURIAS
735
ábsides sem icirculares al exterior y al interior. Pero tam bién am ­
bas introducen innovaciones fundam entales que im plican una su­
peración de los hábitos constructivos anteriores, m ereciendo como
puede suponerse una especial mención la aparición «de la bóveda
ojival o de crucería de cuatro nervios, con función arquitectónica
sem ejante a la que adquiere en el gótico, es decir, los nervios, re­
saltados ya con m olduras, recogen los em pujes, y la plem entería
tiene una función de relleno» (3). Además la im portancia de estas
obras no se agota en sí mismas. Siguiendo un proceso sim ilar al
de otras regiones, su influencia va a dejarse sentir sobre realizacio­
nes de nuestro rom ánico, en el que aparecen, como ha señalado el
profesor Cid, «elementos constructivos y decorativos procedentes
del císter, como la ornam entación geom etrizante de las portadas,
los capiteles sin figuras y los apuntam ientos de los arcos», debién­
dose tam bién «a las m ism as causas» otras variaciones, «como la
sustitución de los ábsides cuadrados autóctonos p o r los sem icircu­
lares» (4). El alcance de esta influencia en A sturias es muy de
ten er en cuenta, dado que nuestra región en el trán sito del siglo
X II al X III y aún en este últim o, vio surgir o al menos reform arse
la m ayor p arte de las iglesias rom ánicas que hoy se conservan (5).
En consecuencia, indagando en lo que arquitectónicam ente
ap o rta el siglo X III a la región, hay que co n tar en prim er
lugar con la arq u itectu ra cisterciense, que llena uno de los apar­
tados de nuestro pasado protogótico; sin em bargo, como escribe
el profesor Azcárate «el ideal m onástico cisterciense no supone
un trán sito hacia la estética de la arq u itectu ra gótica, p o r lo que
no pueden cosiderarse los m onasterios cistercienses como el p ri­
m er capítulo del arte gótico» (6). Lo acertado de tales palabras
encuentra en A sturias especial constatación. Tal vez en aquellas
regiones en las que, p o r su rápida incorporación a las corrientes
artísticas nuevas, las form as cistercienses son com pañeras de las
góticas, e incluso llegan a influir sobre ellas, podría existir la du­
da, de hecho ha existido, de que las segundas fuesen un paso dado
a p a rtir de las prim eras. En nuestro caso ésto no sucede. Si las
fórm ulas del Císter, que se introducen en el Principado en esa
etapa crucial que va de 1170 a 1225, fuesen como se h a pretendido
el germ en del gótico o sim plem ente representasen a la tan traíd a
(3) M o r a l e s , María Cruz y C a s a r e s , Emilio: El Rom ánico en A sturias
(Zona O riental), Gijón, 1977, p. 75.
(4) C id P r i e g o , Carlos: A rte, en “A sturias”, Vitoria, 1978, p. 216.
(5) M o r a l e s , M . C . y C a s a r e s , E .: Op. cit., p. 53.
(6) A z c a r a t e , J . M.a : Op. cit., p. 38.
• ". ~
736
FRANCISCO DE CASO
y llevada transición hacia ese estilo, el siglo X III asturiano, época
como verem os de expansión en lo económico, en lo hum ano y tam ­
bién en lo construc+ivo, estaría cuajado de obras góticas, o al me­
nos existirían ciertas m uestras de interés. Pero la realidad es justo
la contraria. Lo que proliferan a lo largo de esos cien años, y aún
después, son las realizaciones de un tardío rom ánico en el que en
ocasiones se aprecian las influencias y cambios ya señalados, y que
constituyen la últim a proyección de esa interesantísim a arq u itectu ra
m onástica cuyo marco, es im portante subrayarlo, no es otro que
el tradicional ám bito agrícola, contexto bien distinto al que debe
servir de base al desarrollo del gótico.
Sin em bargo el panoram a del siglo X III astu r no se halla sólo
definido po r un agrarism o tradicional, sino que existe tam bién
una corriente renovadora que en principio abre la p u erta a la es­
peranza de que tal renovación traiga aparejado un cam bio que
favorezca la aparición de unas circunstancias idóneas p ara la im ­
plantación y desarrollo del nuevo estilo.
D urante la centuria en que nos movemos A sturias no es extra­
ña a la causa de la Reconauista, a la que se vincula con hom bres
y dinero, estando tam bién docum entada su concurrencia a las Cor­
tes (7), y sin que tam poco dejen de repercutir en el ám bito local
las convulsiones y problem as internos de la M onarquía. Pero ade­
más, la econom ía asturiana va a dar un giro im portante.
Si duran te la alta Edad Media la región había vivido de una
econom ía de signo prim ario, «cerrada, de proyección m ercantil
casi nula, como correspondía a un país carente de form aciones
urbanas im portantes, geográficamente aislado», en la b aja Edad
Media «esa econom ía rudim entaria evolucionará, experim entando
un lento pero firm e progreso» ÍS), si bien es verdad que el cambio
no será palpable por igual en todos los lugares ni en todos los sec­
tores. Lo fundam ental va a ser el progresivo desarrollo alcanzado
p o r el comercio.
A p a rtir del siglo X III «Asturias se incorpora lentam ente al
tráfico m ercantil atlántico», y sus puertos «la proyectan hacia las
ru tas del gran comercio m arítim o occidental, en el que los m ari­
neros y m ercaderes asturianos desem peñarán un papel sin duda
m odesto... pero revelador de los horizontes que se abren al desen(7) Vid. A l v a r e z A l v a r e z , César: A sturias en las Cortes M edievales, en
“A sturiensia M edievalia”, Núm. 1, Oviedo, 1972, p. 250.
(8) G o n z á l e z G a r c ía , Isabel y Ruiz de la P e ñ a , J. I . : La econom ía sa­
linera en la A sturias m edieval” ; en “Asturiensia M edievalia”, Núm. 1. Ovie­
do, 1972, p. 14.
EL PROBLEMA DEL ORIGEN DEL GOTICO EN ASTURIAS
737
volvimiento económ ico de un país hasta entonces replegado sobre
sí mismo»; horizontes que no m iran sólo hacia el m ar, sino tam ­
bién hacia el interior, siem pre distante por lo ab ru p to de la cor­
dillera, pero que ahora se verá franqueada por «una corriente co­
m ercial, de estim able intensidad en las épocas favorables del año,
que pone en circulación hacia los m ercados del hinterland. leonés
los productos regionales —naturales y elaborados— y una buena
p arte de las m ercancías que accedían a los puertos de la costa
procedentes del tráfico m arítim o por ellos m antenido» (9). Sin
profundizar dem asiado en el tema, es im portante señalar que el
producto capital de este comercio es la sal, cuya dem anda se in­
tensifica cara a las explotaciones pecuarias, pero que adem ás va
a posibilitar la expansión de la industria salazonera regional, ocu­
pando precisam ente la salazón de pescado «el p rim er lugar entre
los productos que alim entaban el comercio exterior te rre stre m an­
tenido po r A sturias con los centros de la m eseta leonesa en la b aja
Edad Media» (10). Y aún podríam os añadir que el beneficio de la
sal jugó, en determ inados m om entos, un papel no despreciable en
la financiación de las obras de la catedral de Oviedo.
Con todo, el desarrollo de la actividad m ercantil, la dinamización en fin de la economía, no se hubiera producido si previa­
m ente no hubiera existido una intensa política de repoblación u r­
bana, política necesaria «no sólo cuando un pueblo en expansión
te rrito ria l se halla ante zonas despobladas o de población escasa,
sino tam bién, y quizás con m ayor motivo, cuando en u n territo rio
ya habitado se pretende m odificar las estructuras, crear una nueva
entidad social» (11). Por eso escribe Ruiz de la Peña que «no eran
hom bres lo que necesitaban estas regiones norteñas, sino organiza­
ción» (12). De este modo, vamos a asistir al otorgam iento de una
serie de cartas y privilegios, »concedidos por este tiem po a otros
tantos puntos propicios a la explotación agrícola, la actividad marítim o-pesquera o el control político-adm inistrativo de los valles y
las costas astures» (13). Constatam os así, ya a comienzos del siglo
(9) Id., p. 15.
(10) Id., p. 16.
(11) S e r r a R a f o l s , E .: La repoblación de las islas Canarias, “Anuario de
Estudios M edievales”, 5, (1968), p. 409; citado por Ruiz de la P e ñ a , J. I. en
Los procesos tardíos de repoblación urbana en las tierras del N orte del Duero
(siglos XII-X 1V ), “B. I. D. E. A .”, 88-89, Oviedo, 1976, p. 737.
(12) R uiz de la P e ñ a , J. I.: Los procesos tard ío s..., p. 757.
(13) B en ito Ruano, Eloy: El desarrollo urbano de A sturias en la Edad
Media. Ciudades y “polas”, en “Annales de la Faculté des Lettres et Sciences
738
FRANCISCO DE CASO
X III la concesión del Fuero de Benavente a la «puebla de Llanes»,
a la que seguirán, ya en época del Rey Sabio, otras como Lena,
Gijón, Luarca, Nava, Siero y Maliayo (Villaviciosa), estas cuatro
últim as en 1270, y en fechas no determ inadas, aunque siem pre den­
tro del siglo, Grado, Somiedo, Salas, R ibadesella... (14).
La iniciativa regia se ve en ocasiones acom pañada po r la de los
obispos ovetenses, a los que deben sus cartas de población, tam ­
bién en la decim otercera centuria, lugares como Santo Adriano de
Vaselgas, Campomanes, Pola de Allande y puebla de Castropol (15).
De todo lo dicho podem os concluir que la Asturias del siglo X III
cuenta ya con dos ingredientes básicos que, hablando en térm inos
generales, conform an el sustrato socioeconómico de ese m undo bajom edieval en el que vive el gótico: el elemento poblacional y un
com ercio en alza cuyo radio de acción ha rebasado claram ente los
lím ites regionales, abriendo o ensanchando con ello unos cauces
susceptibles de ser utilizados por corrientes o influencias no siem­
pre estrictam ente m ercantiles. Vistas así las cosas, y partiendo de
un frío análisis de laboratorio, no habría inconveniente en adm itir
la posibilidad de una Asturias gótica ya en el siglo X III, em pare­
jando nuestro desarrollo artístico al de otras regiones, y en aceptar
por tanto que en cada nueva villa surgiese una iglesia gótica que
sería «el exponente de una llegada sim ultánea a condiciones muy
sem ejantes» (16).
Pero teoría y realidad no van siem pre unidas, y los principios o
norm as válidos p ara determ inados m om entos y lugares no tienen
porqué poseer un carácter universal.
Si algo he aprendido del contacto con el arte regional ha sido
precisam ente su casi constante disonancia respecto a otras áreas,
circunstancia esta que se deriva ante todo de su poco favorable si­
tuación periférica. Por eso la validez que en nuestro m arco puede
poseer la teoría general depende más que nunca de que sea con­
trastad a con la realidad. Y la realidad, la realidad gótica de la As­
turias del siglo X III, no tiene nada que ver con la teoría. Excep­
ción hecha de ciertas edificaciones adyacentes de la catedral de
San Salvador, iniciadas en la últim a década de ese siglo, no existe
hoy sobre el suelo asturiano un solo edificio de carácter plenaHumaines de N ice”, Núm. 9-10 (1969), pp. 29-45; utilizam os la reimpresión de
“B. I. D. E. A .”, XXIV, Oviedo, 1970, p. 176.
(14) Id., p. 176.
(15) Id., p. 179.
(16) M o r a l e s S a r o , M . C .: La iglesia gótica de Sta. M.a de Conceyu de la
villa de Llanes, Gijón, 1979, p. 25.
EL PROBLEMA DEL ORIGEN DEL GOTICO EN ASTURIAS
739
m ente gótico perteneciente a la decim otercera centuria, ni tam poco
hem os hallado docum ento alguno que nos perm ita sospechar de su
existencia. Aunque es cierto que en m uchas ocasiones el tiem po se
ha encargado de b o rrar vestigios y noticias, tam poco resu lta de­
m asiado verosím il que sobre nuestro siglo X III haya caído un m an­
to de destrucción y de silencio tan curiosam ente selectivo como p a­
ra hacer evaporarse con exclusividad las m uestras góticas y su re­
cuerdo.
La realidad arquitectónica de Asturias durante la p rim era cen­
tu ria del bajo Medievo es fundam entalm ente rom ánica, aunque
sus rasgos difieren, como es lógico, de los de la centuria anterior.
El hecho de que en la región se produzca un cam bio que efecta
tanto al aspecto poblacional como al económico no significa ne­
cesariam ente que aquél tenga un alcance tan am plio como p ara que
cada nueva «puebla» edifique de inm ediato su iglesia, ni que ésta
tenga que ser po r fuerza gótica. Y ello por dos razones fundam en­
tales.
En prim er lugar, y ésta es una característica típica de nuestro
medio, es un hecho com probado «que a la profunda incidencia que
en el orden jurídico tuvo el proceso fundacional de las villas o pue­
blas nuevas astu rian as no correspondió una renovación, en igual
m edida, de las tradicionales estructuras económ icas del país, ni
un desenvolvim iento pleno de las form as de actividad productiva
características de la econom ía urbana: com ercio y artesanado» (17).
De este m odo puede afirm arse que fueron «muy pocas las villas
nuevas asturian as que conocieron en la prim era etapa de su histo­
ria una actividad m ercantil e industrial de cierto rango y en las
que, consecuentem ente, puede detectarse la existencia de grupos
sociales susceptibles de ser alojados bajo la rúbrica de burgueses»
(18). R esulta así que lo que en teoría parecía ser un panoram a ade­
cuado p ara el desarrollo del gótico, queda desvirtuado por com­
pleto al no existir en la form a adecuada esa serie de condiciones
económ icas y sociales que, sin caer en determ inism o alguno, son
im prescindibles p ara el desarrollo del nuevo estilo. Este es un he­
cho capital que explica en gran m edida la extrem a pobreza gótica
de la A sturias del siglo X III.
Además, es preciso tener en cuenta que «salvo excepciones de
creación ex novo, como es el caso de Villaviciosa», los num erosos
(17) R uiz de la P e ñ a , J. I . : Baja Edad Media, T. V d e la Historia d e As-'
turias, Vitoria, 1979, p. 226.
(18) Id., p. 227.
740
FRANCISCO DE CASO
núcleos surgidos en la citada centuria se crearon tom ando como
base «cierto avecindam iento local más o menos disperso en torno
a un eje o polo, con algún vínculo asociativo entre sus habitantes,
pre ó param unicipal, basado en una com unidad real de intereses»
(19); y si partim os de la existencia previa de un grupo hum ano,
aunque fuese en situación «más o menos dispersa», no hay que
hacer recaer necesariam ente sobre los habitantes de la nueva pue­
bla la inm ediata construcción de una iglesia, no sólo porque acaso
estuviera fuera de sus posibilidades, sino porque podrían seguir
m anteniendo la vinculación al mismo centro religioso que hasta
entonces había servido a los ocupantes de la zona.
En segundo lugar es obligado considerar tam bién qué carac­
terística tienen los edificios de aquellos lugares en los que, a lo
largo del siglo X III se planteó y llevó a cabo la construcción de
nuevas iglesias.
En su trab ajo sobre El Protogótico Hispánico recoge Azcárate
unas palabras de Pérez Carmona sobre el rom ánico burgalés en las
que éste afirm a que en el últim o tercio del siglo X II se asiste «a
una explosión popular del arte rom ánico como nunca hasta en­
tonces se había presenciado... Las villas y hasta las m ás pequeñas
aldeas levantan ahora sus parroquias con arte desigual, según sus
recursos y la calidad de los artistas que en ella trabajan», frase
que en opinión del propio Azcárate «puede ser aplicada a las di­
versas regiones españolas, pues es en este período cuando el rom á­
nico alcanza m ayor difusión de acuerdo con las condiciones histó­
ricas. Y es lógico —añade— que en estos edificios se utilicen las
form as y elem entos protogóticos cuando su empleo supone una
m ayor econom ía en el coste de las construcciones sin detrim ento de
su solidez» (20). En general Asturias no escapa a esta norm a, lo
que sucede, y es aquí donde surge la peculiaridad fundam ental, es
que debido a su crónico retraso es preciso alterar la cronología, de
m odo que lo que en otras regiones es una realidad en el últim o
tercio del siglo X II, en la nuestra no se hace patente más que a lo
largo del siglo X III, y cuando los habitantes de determ inados luga­
res tengan la necesidad de levantar nuevos tem plos lo que edifica­
rán fundam entalm ente serán iglesias románicas con elem entos pro­
togóticos. Ellas y las construcciones cistercienses son la ilustración
m ás avanzada de lo que representa en nuestro ám bito la decimo­
tercera centuria (excepción hecha de lo que a p a rtir de 1293 se
(19)
(20)
B e n it o R u a n o ,
A
zc a r a t e y
E .: El desarrollo urbano..., pp. 177-178.
J. M .: El P rotogótico..., p. 40.
R is t o r i,
Fig. 1.—Santa Maria de Villaviciosa.
Fig. 2.—Catedral de Oviedo, sala capitular.
Fig. 3.—Sala capitular. Bóveda.
Fig. 4.— Claustro de la catedral de León. Tema iconográfico de la
crucifixión de San Pedro.
Fig. 5.— El m ism o tema en el claustro de la catedral de Oviedo.
EL PROBLEMA DEL ORIGEN DÉL GOTICO EN ASTURIAS
inicie en el Salvador), al tiem po que constituyen la m aterialización
de lo que supone el pasado protogótico de Asturias.
No vam os a ofrecer aquí una relación de iglesias rom ánicas con
elem entos protogóticos porque otros autores se han ocupado de un
m odo sum ario ae ello, aunque creemos que es m ucho aún lo que
queda por escribir. Pero sí querem os referirnos a dos edilicios, que
por su avanzada cronología y su particular ubicación, resu ltan es­
pecialm ente ejem pliticadores al tiempo que útiles a nuestro em ­
peño po r dem ostrar la peculiaridad del siglo X III astu r y por ex­
plicar el vacío gótico que en él existe.
Considerarem os en prim er lugar la iglesia de Santo Tomás de
Canterbury, tam bién llam ada de Sabugo por el lugar de su em pla­
zam iento. Sobre su cronología señala Uría Ríu que «fechada en
enero de 1254 se conserva en el archivo de nu estra catedral una
escritura de avenencia entre su m aestrescuela y los feligreses de
Santo Tom ás de Sabugo, siendo posible que esta iglesia hubiera
sido edificada unos años antes» (21). El edificio, pese a su época
y ubicación, en uno de los barrios de Avilés, la única villa que con
Oviedo y quizá Llanes pueda equipararse a las localidades desarro­
lladas de la fran ja cantábrica (22), va a lucir por todo signo de
avance un arco de triunfo apuntado y una p o rtad a principal de las
m ism as características. Pero tam poco falta, en su costado m eridio­
nal, o tra p o rtad a cuyas arquivoltas desarrollan el m ás perfecto y
clásico de los sem icírculos, y todo ello se está dando, insisto una
vez más, en un núcleo con «un desarrollo social y dem ográfico sólo
superado en aquellos siglos, en territo rio asturiano, p o r la propia
m etrópoli ovetense» (23).
El segundo caso a considerar es bien distinto del anterior, si­
tuándose en el m arco de un establecim iento ex novo, el de Maliayo,
que a p a rtir del siglo XIV pasó a denom inarse de Villaviciosa.
Sobre las ventajas que ofrecía el medio n atural se ha escrito que
«la econom ía, lo m ism o que la adm inistración, no podían haber
encontrado lugar m ás a propósito p ara su desarrollo en toda la
com arca que luego se llamó concejo de Villaviciosa, y ésta fue la
(21) U r ia R i u , Juan: La urbanización y los monumentos del Avilés me­
dieval, en su aspecto socioeconómico. Publicado en “Asturias Sem anal” (23-81971), e incluido en la recopilación “Estudios sobre la baja Edad Media astu­
riana”, p. 374.
(22) R uiz de la P e ñ a , J. I . : Baja Edad Media, p. 227.
(23) B e n it o R u a n o , E .: Gómez Arias, mercader de Avilés en “Asturiensia M edievalia”, Núm. 2, Oviedo, 1975, p. 280.
FRANCISCO DE CASO
razón principal de que en él se hubiera establecido la Puebla» (24).
Según un curioso docum ento de 1790, en el que se propone la
construcción de una nueva iglesia debido al mal estado de la an ti­
gua («se está tem iendo de hora en ñora un desplom e general de
toda la techum bre») y a sus reducidas dim ensiones («en el día en
que juntándose las familias en la parroquial es preciso que se aco­
m oden en el pórtico, pues la estrechez de su recinto apenas les
deja respirar»), se dice que esta últim a había sido levantada «en
el reygnado de don Alfonso el Sabio» (25). Sin em bargo la cronolo­
gía puede precisarse algo más, puesto que se sabe que el m onarca
otorgó la carta de población a este núcleo el 17 de octubre de 1270
en la ciudad de Vitoria, lo que significa que las obras de Santa
M aría com enzarían con posterioridad a esa fecha. A pesar de lo
avanzado del m om ento, el edificio no pasa de ser una construc­
ción rom ánica con elementos protogóticos, aunque ju sto es recono­
cer que éstos son más abundantes que en otras ocasiones, aña­
diéndose a los tradicionales, como el apuntam iento de su arco de
triunfo o de la po rtad a principal, otros nuevos, como el pequeño
rosetón de su tachada, retocado por cierto en m om entos poste­
riores. Todo ésto, sin olvidar nunca lo tardío de la fecha, nos lleva
a conceptuar la iglesia como un ejem plar más, aunque de los más
avanzados, del peculiar florecim iento arquitectónico del siglo X III
en nuestra región, y que en este caso hay que poner en relación
con ciertos tem plos rom ánicos con elem entos protogóticos que
existen en el concejo del antiguo Maliayo (26).
En conclusión, y resum iendo lo dicho, puede afirm arse que As­
turias, pese al cambio económico y social que experim enta en esta
centuria, no va a ver surgir en su suelo la nueva arq u itectu ra que
en la vecina Castilla da ya el espléndido fru to de las grandes cate-------------------
(24) U ria Riu, J.: Apuntes para la Historia de Villaviciosa, en “Valdediós”, III, Oviedo, 1959, pp. 65-91 y IV, 1960, pp 91-94 y 140-147, e incluido en
la recopilación citada, p. 386.
(25) A. H. P. O. Año 1790, caja 1567, fols. 156-161.
(26) Especial atención al estudio del románico en esta zona ha dedicado
Etelvina Fernández González, con trabajos como Los capiteles románicos de
la zona de Villaviciosa (Tesis de Licenciatura. Universidad de Oviedo), Temas
juglarescos en el románico de Villaviciosa (Asturias), en “Estudios Humanís­
ticos y Jurídicos”, León, 1977, pp. 81 a 106, Las “cabezas rostradas”. Un tema
ornamental en el románico de Villaviciosa, en “A sturiensia M edievalia” N.° 3,
Oviedo, 1979, pp. 341 a 364 y Lectura iconográfica del “Pecado original” a
través de la escultura románica de Villaviciosa, en “Studium O vetense”, vol.
VI-VII, 1978-79, pp. 154 a 164. En la misma línea se sitúa su tesis doctoral:
El románico de Villaviciosa (Asturias). Universidad Complutense. Madrid.
EL PROBLEMA DEL ORIGEN DEL GOTICO EN ASTURIAS
743
drales. En su lugar nu estra región consume su potencial im pulso
en la construcción de toda una serie de edificios que pese a cons­
titu ir en general, ya que no siempre, una superación de las form as
rom ánicas tradicionales, no hacen más que paternizar el crónico
retraso local, en cuanto que tales m anifestaciones son propias de
una etapa que en la m ayor parte de los lugares había finalizado
con el prim er cuarto del siglo X III.
Por tanto, partiendo del rechazo de que los edificios rom áni­
cos con elem entos protogóticos puedan conducirnos po r evolución
hacia el gótico, idea hoy no adm itida a niveles generales y por
ende m ucho m enos a escala local, la pregunta que inm ediatam ente
hem os de hacernos es en qué mom ento, por qué vía o como concuencia de qué circunstancia se introdujo el nuevo estilo en As­
turias.
En principio, entre los cauces de obligada consideración, se
encuentra el representado por las órdenes m endicantes, o p ara ser
m ás precisos po r los franciscanos, puesto que los dom inicos no
llegaron a Oviedo h asta el siglo XVI. La im portancia de unos y
otros dentro del tem a que nos ocupa es bien conocida, pudiendo
considerarlos po r ejem plo como «los verdaderos introductores del
gótico en Cataluña» (27). Su influencia en la vecina Galicia tiene
tam bién especial interés, en cuanto que a ellos se debe la ap o rta­
ción «de un tipo de tem plo ya puram ente gótico» (28), que queda
fijado en la desaparecida iglesia franciscana de Santiago, derruida
en 1741, y que representaba «la prim era iglesia gallega gótica pu­
ra» (29).
Con estos antecedentes generales y el cercano ejem plo gallego,
las sospechas acerca del papel jugado en n uestra región po r los
hijos de Asís parecen avivarse. Pero la realidad se encargará de
nuevo de dem ostrarnos que el patrón válido p ara otras regiones
no lo es p ara la nuestra.
Según la tradición, el convento de San Francisco de Oviedo,
dem olido en 1902 p ara d ar paso al actual edificio de la Diputación
Provincial, habría sido fundado por Fray Pedro, apellidado Com­
padre, com pañero del santo de Asís, cuya posible presencia se ha
apuntado tanto p ara Oviedo como para Avilés, donde tam bién se
(27) C aa m a ñ o M a r t í n e z , Jesús M .a : Contribución al estudio del gótico en
Galicia (Diócesis de Santiago), Valladolid, 1962, p. 12.
(28) Id., p. 13.
(29) Id., p. 14.
744
FRANCISCO DE CASO
estableció la orden (30), siempre en la ru ta de su peregrinar hacia
Santiago. Pero al m argen de las tradiciones, el testim onio m ás
antiguo alusivo a los Iranciscanos ovetenses es una escritura de
venta otorgada por el canónigo de San Pedro de Teverga don Fer­
nando Alfonso «a la ordene de los frayres m enores m orantes en
Oviedo» con fecha de 1 de mayo de 1243. Algún tiem po después
la m ism a orden fundaría en la propia capital una casa fem enina
colocada bajo la advocación de Santa Clara, favorecida en 1287
por un im portante privilegio de Sancho IV. Precisam ente a la se­
gunda m itad de la centuria se rem onta la docum entación m ás an­
tigua del ya citado convento de Avilés, y de fecha aún m ás tardía,
en torno a 1300, data el establecim iento de los franciscanos en
Tineo (31).
Si de la constatación del dato histórico pasam os al análisis a r­
tístico nos encontram os con que en los dos últim os edificios m en­
cionados, Tineo y Avilés (este últim o con variantes de diversas
épocas) los elementos arquitectónicos fechables en el siglo X III
no rebasan jam ás la categoría de protogóticos. Precisam ente Mo­
rales y Casares han señalado ya cómo las portadas que merecen
ese calificativo son especialm ente frecuentes «en aquellos lugares
en que al rom ánico se superpone la llegada de los franciscanos»,
citando en concreto los casos de la portada de la antigua iglesia
de la orden en Avilés, hoy San Nicolás de Bari, y de San Francisco
de Tineo (32), todo lo cual no hace sino situ ar estas edificaciones
de la orden m endicante en la línea de las iglesias rom ánicas con ele­
m entos protogóticos, tan nutrida en la región, sin que su presen­
cia suponga en ningún m om ento la introducción de las fórm ulas genuinam ente góticas.
N ada nuevo se deduce tampoco al analizar los dibujos que de
la portada del antiguo convento de Santa Clara, que estuvo ubi­
cado en el solar que hoy ocupa la Delegación de Hacienda, realizó
R oberto Frassinelli para la obra M onum entos arquitectónicos de
España. Incluso podría decirse que la p o rtad a se sitúa en una lí­
nea constructiva más tradicional que las citadas.
Finalm ente sólo nos queda acudir al tam bién ovetense conven­
to de San Francisco, el más antiguo de los poseídos p o r la orden
en la provincia. Ya he indicado que desapareció a comienzos de es(30) V id . G a r r a l d a G a r c ía , Angel: Avilés, su fe y sus obras, A vilés, 1970,
pp. 233 y ss.
(31) Ruiz DE LA P e ñ a , J. I . : Baja Edad Media, p. 214.
(3 2 ) M o r a l e s , M . C. y C a s a r e s , E . : El Románico en Asturias (Centro y
Occidente). Gijón, 1978, p. 34.
EL PROBLEMA DEL ORIGEN DEL GOTICO EN ASTURIAS
745
te siglo, sin em bargo en el Museo Arqueológico Provincial se han
conservado algunos vestigios m ateriales del mism o (33), a los que
hay que u n ir el testim onio aportado po r ciertas fotografías anti­
guas (34). Respecto a los prim eros, distan m ucho de ser catalogables como del siglo X III, pudiendo incluso relacionarse algunos
de ellos con los talleres catedralíceos del siglo XV. De hecho al ob­
servar las reproducciones fotográficas aludidas se advierte que la
construcción de la iglesia, tal como aquellas nos la presentan, es
el resultado de una serie de adiciones y reform as em prendidas en
diversas etapas.
La cabecera, como resulta habitual, es la p arte m ás vetusta
del edificio, y tras su observación, dificultada p o r la calidad y an­
tigüedad de las fotografías, no podría rechazarse sin m ás que hu­
biese sido levantada en la decim otercera canturía, aunoue siem pre
dentro de una época avanzada de su segunda m itad. Es ahora, an­
te la incertidum bre que se deriva de nuestra indirecta observación,
cuando el testim onio del P. Carvallo resulta sum am ente útil. Este,
desde la privilegiada perspectiva que le concede el h ab er escrito a
comienzos del siglo XVII, ocupando el cargo de archivero de la
catedral de San Salvador, atribuye una p arte de construcción fran ­
ciscana a la m unificencia de don Gonzalo M artínez de Oviedo, que
«comengo á fab ricar la iglesia, v dexó acabada la Capilla m ayor, y
el Cruzero» (35). H abiéndose desarrollado la vida del citado noble
paralela a la de Alfonso XI, que le m andó ejecutar, resulta que el
m arco cronológico al que corresponden estas palabras es ya la
prim era m itad del siglo XIV. Es evidente que la afirm ación de
Carvallo no tiene el mism o valor que un docum ento original, sin
em bargo la estim am os como digna de crédito: si los franciscanos
hubiesen sido los introductores de las form as góticas en Asturias,
el patrón m arcado po r su más im portante fundación, la de Ovie­
do, se habría deiado sentir en los demás conventos, v en realidad,
como hem os visto, las iglesias de éstos no hacen sino m antener
una línea arquitectónica en absoluto extraña a la región, como
tam poco será extraño el gótico cuando en la prim era m itad del
siglo XIV inicien los frailes sus obras en la capital, pues en ese mo-
(33) Vid. E s c o r t e l l P o n s a d a , Matilde: Catálogo
mánico y Gótico del Museo Arqueológico de Oviedo,
(34) L l a n o R oza de A m p u d ia , Aurelio: Bellezas
a Occidente, Oviedo, 1928, figs. 345 a 347.
(3 5 ) C a r v a l l o , L u i s A l f o n s o d e : Antigüedades
Principado de Asturias, M a d r id , 1695, p . 385.
de las salas de Arte Ro­
Oviedo, 1976.
de Asturias de Oriente
y cosas memorables del
746
FRANCISCO DE CASO
m entó el nuevo estilo ha prendido ya en las edificaciones adyacen­
tes de la catedral, en la sala capitular y en el claustro.
En consecuencia, descartado el cauce franciscano como vía de
penetración de la nueva arquitectura, situadas sus construcciones
por estilo o cronología en el lugar que les corresponde, todo nos
lleva a buscar en San Salvador las prim eras m anifestaciones del
gótico de Asturias. De los tres edificios góticos que hoy componen
el ám bito catedralicio, la iglesia, el claustro y la sala capitular,
fué este últim o el prim ero en surgir. Cuando a p a rtir de 1293 se
inician las obras, se estará produciendo la im plantación en la re­
gión de un estilo nuevo, al menos para Asturias, puesto que en
térm inos generales el gótico está a punto de consum ir la que ha
sido llam ada su etapa clásica.
Y
es que realm ente, como hace unos m om entos señalábam os,
Oviedo era una de las escasísimas poblaciones asturianas que en
esta época reunía esa serie de rasgos de cotexto im prescindibles
para el desarrollo de la obra gótica, como p arte que es de una
cultura típicam ente urbana. La capital es en la segunda m itad del
siglo X III «una ciudad que ha alcanzado ya la plena m adurez de
su desarrollo urbanístico, socioeconómico e institucional» (36). Se­
gún un docum ento m uchas veces citado (37), el núm ero de vecinos
«sin el concejo», era de novecientos, «lo que m ultiplicado po r un
coeficiente de cinco y añadidos los vecinos a quienes puede refe­
rirse la exceptuación citada, obtenemos un censo aproxim ado a
unas seis mil almas» (38). No faltan entre ellas un pequeño núm e­
ro de nobles, en general de rango inferior («caballeros»), un abun­
dante y siem pre influyente clero, y sobre todo una nutridísim a
burguesía, activa tanto en lo económico como en lo adm in istrati­
vo, y de cuya dinam icidad es buena prueba la labor de algunos de
sus m iem bros, como Alfonso Nicolás (39) o Marcos Pérez (40). A
la población estable hay que u n ir la aportada por las peregrina­
ciones, cuya im portancia en el siglo X III, en opinión de Uría
«aum enta y se consolida, lo mismo para los peregrinos extranjeros
(36) R uiz de la P e ñ a , J . I . : Alfonso Nicolás, burgués de Oviedo y alcalde
del rey en “Asturiensia M edievalia”, Núm. 2, Oviedo, 1975, p. 115.
(37) Vid. M i g u e l V i g i l , Ciríaco: Colección histórico diplomática del A yun ­
tamiento de Oviedo, Oviedo, 1889, p. 292, Núm. 13.
(38) B e n it o R u a n o , E . : El desarrollo urbano..., p. 169.
(39) Vid. supra, nota 36.
(4 0 ) R u i z de la P e ñ a , J . I .: Un típico representante de la burguesía ove­
tense medieval. El mercader Marcos Pérez, en “Asturiensia M edievalia”, N.° 2,
Oviedo, 1975, pp. 107-112.
• - ............
EL PROBLEMA DEL ORIGEN DEL GOTICO EN ASTURIAS
747
que para los nacionales» (41). Sem ejante aluvión de forasteros «de­
bía desbordar con frecuencia las norm ales posibilidades de abas­
tecim iento de Oviedo, planteando serios problem as alim enticios
a su población estable y transeúnte» (42). No hem os de olvidar
que pese a la imagen que pueda dar la capital, el resto de la región
está siem pre m arcado por una serie de constantes, llam ém oslas
am bientales, que aún en etapas de expansión, como es la centuria
en que nos movemos, dificultan su norm al desenvolvimiento.
El m arco m aterial en el que desarrolla la vida este grupo h u ­
m ano y en el que poco a poco irá surgiendo la nueva catedral, está
delim itado po r una m uralla tam bién nueva, visible aún en algunos
de sus tram os, cuyas obras se iniciaron en 1261 y se concluyeron
ya en el siglo XIV (43). En su interior, ju n to con la fortaleza, la
catedral y las edificaciones m onásticas, un vivo m ercado v toda
una serie de calles de significativos y evocadores nom bres (44),
flanqueadas por casas escasam ente alineadas, de pequeñas p ro ­
porciones, hechas en piedra y m adera, con un piso y a veces dos,
denom inándose «soberado» o «somberado» el m ás alto. Algunas
de ellas tenían detrás un huerto cercado, e incluso, nota curiosa,
estaban en ocasiones acom pañadas de un hórreo, abundantes fuera
de la ciudad, pero existentes tam bién en su interior. No faltaban
tam poco las tiendas (en 1256 se habla de la «Rúa de las tiendas»),
ni por supuesto algunas viviendas nobles, como la del ya citado
burgués y alcalde Alfonso Nicolás (45).
Este es, a grandes rasgos, el medio al que a finales del siglo
X III llegaron las form as góticas; y lo hicieron casi diríam os que
subrepticia y tím idam ente, afectando antes a las construcciones
adyacentes que al vetusto edificio del Salvador. Un aspecto im p o rtan ­
te queda sin em bargo po r precisar aún, y es el de cuál fue el foco
(41) U r ia Riu, J . : La peregrinación a Oviedo en relación con la compostelana, en “Las peregrinaciones a Santiago de Compostela”, de Luis Váz­
quez de Parga, José María Lacarra y Juan Uría Ríu, t. II, Madrid, 1949, p. 460.
(42) R uiz de la P e ñ a , J. I.: El comercio ovetense en la Edad Media, en
“A rchivum ”, t. XVI, Oviedo, 1966, p. 347.
(43) G a r c ía L a r r a g u e t a , Santos: “Sancta Ovetensia”. La catedral de
Oviedo centro de vida urbana y rural en los siglos XI al XIII, Madrid; 1962.
pp. 103 y 104.
(44) Id., pp. 98 a 102. También T o l iv a r F a e s , J .: Nombres y cosas de las
calles de Oviedo, Oviedo, 1958.
(45) Vid. U r ia R i u , Juan: Contribución a la historia de la arquitectura re­
gional. Las casas de Oviedo en la diplomática de los siglos XIII al XVI. en
'“B-I.D.E.A.”, LX, Oviedo, 196?, pp. 3 a;.30. También R u i z d e -la P e ñ a , J. I . :
Alfonso Nicolás, pp. 127 y 128.
: —
748
FRANCISCO DE CASO
emisor del que irradió ese nuevo estilo que prende en Asturias en
época tan tardía.
Si repasam os lo que h asta ahora se ha escrito acerca del edi­
ficio que ha quedado definido en las páginas anteriores como el
prim ero de todos los del gótico astur, la sala capitular de San
Salvador, observarem os que existe una tendencia a considerar a
este últim o como vinculado a la órbita burgalesa, idea que de con­
firm arse supondría hallar en esa ciudad castellana la respuesta a
la cuestión planteada. Así, Torres Balbás dice que el tipo de sala
capitular de Burgos «hizo escuela y se repitió en las catedrales
de Oviedo, Pam plona, Valencia...» (46).
Sem ejante opinión puede ser descartada inm ediatam ente una
vez hechas las oportunas precisiones cronológicas: la capitular
burgalesa se inició en 1316, m ientras que en la de Oviedo se cele­
braban reuniones ya en 1314, lo que hace p o r com pleto inviable
la teoría expuesta.
En mi opinión la resolución del problem a pasa por la conside­
ración de un aspecto clave: la sala capitular del Salvador y el ala
N orte del claustro fueron iniciados casi al mism o tiem po, y es ló­
gico adm itir que por el mismo equipo de canteros, lo que significa
ciue los rasgos arquitectónicos v escultóricos que encontram os en
la zona más antigua de este últim o edificio, la galería septentrio­
nal, serán un im portante apoyo a la hora de b u scar parentescos,
de determ inar filiaciones, de descubrir en sum a el foco que pro ­
yectó el gótico sobre Asturias.
No estaría de más contar con la im portante ayuda de la docu­
m entación, pero puesto que ésta nada aclara, o p ara ser m ás exac­
tos, no nos perm ite ir más allá de las precisiones cronológicas se­
ñaladas. es necesario acudir al m onum ento en sí, que cara a la H is­
toria del Arte es sin duda el prim er docum ento. En este sentido la
canitular de Oviedo es poco locuaz. Del análisis form al sólo puede
deducirse su vinculación a una tipología general que hunde sus
raíces en el rom ánico salm antino, proyectándose luego hacia Pl?»sencia, según dem ostró Lampérez (47), que se renueva en el cabil­
do de la catedral de Avila, y que encuentra su culm inación, aun­
que sólo sea cronológica, en el de Oviedo, si bien entre aquél v éste
sólo puede establecerse una conexión que nunca va más allá de
(46) T o r r e s B a l b a s , Leopoldo: Arquitectura gótica, t. VII de Ars Hispaniae, Madrid, 1952, p. 238.
(47) Vid. L a m p e r e z y R om e a , V icen te: La antigua sala capitular de la
catedral de Plasencia, Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, T. IX,
Madrid, 1901.
EL PROBLEMA DEL ORJGEN DEL GOTICO EN ASTURIAS
749
la inscripción en un cauce tipológico común. Pero como m ás a rri­
ba apuntábam os, la sala capitular y el sector m ás antiguo del claus­
tro de San Salvador nacieron separados po r un m ínim o m argen
de tiem po, llegando enseguida a hacerse sincrónica la m archa de
las obras de los dos conjuntos y com partiendo con toda pro b ab i­
lidad am bos el m ism o equipo de canteros. De ahí que las escasas
conclusiones que respecto a su directa filiación puedan extraerse
al contem plar la capitular, queden válidam ente com pensadas con
las que se obtengan del m ucho más locuaz ala N orte del claustro.
Tam bién de éste se ha dicho que «está inspirado directam ente
en el de la catedral de Burgos» (48). No voy a e n tra r ah o ra en un
prolijo análisis com parativo porque ello alargaría dem asiado la
extensión de este artículo, pero dado que en su m om ento tuve la
oportunidad de efectuar dicho análisis (49), creo estar en condi­
ciones de afirm ar que la pretendida «inspiración directa» de Ovie­
do en Burgos no existe. Las sim ilitudes entre el claustro de Burgos
y el ala N orte del ovetense (puesto que con el resto de éste no exis­
te ni el m enor asom o de proxim idad) son escasísim as, nunca su­
ficientes p ara arg u m en tar una influencia, ni válidas p ara explicar
u n parentesco, y en cualquier caso consecuencia tan sólo de que
am bas obras se halla próxim as en lo cronológico y p o r ende han
de com partir ciertos rasgos propios del m om ento.
Quien de verdad inspiró de un modo directo toda la p rim era
etapa de construcción del claustro del Salvador, que es, insisto, tan ­
to com o h ab lar de los prim eros pasos del gótico astu r, no fué B ur­
gos sino León. Lástim a que el claustro de la pulchra leonina hayan
sufrido im portantes m odificaciones a lo largo del tiem po, pero
con lo que hoy se conserva de su estru ctu ra original, es m ás que
suficiente p ara p ro b ar que es aquí a donde debemos rem ontarnos
p ara h allar las raíces de nuestro gótico.
El análisis en p rim er lugar de los elem entos arquitectónicos,
y en concreto de las p ilastras que se distribuyen a lo largo de todo
el claustro leonés y de todo el ala N orte y p arte de la Oeste en el
de Oviedo, lleva de m anera inequívoca a concluir que en tre am bos
claustros existió u n a directa conexión. En cam bio, el m odelo de
p ilastra usado en Burgos no com parte con los anteriores m ás que
unos rasgos generales que, como apuntábam os, es lógico que posea
(48) T o r r e s B a l b a s , L .: Op. cit., p. 237.
(49) Vid. C a s o , Feo. de: La construcción de la catedral de Oviedo. Original
mecanografiado, pp. 271 a 276. Prepara su publicación el Departamento de
Historia M edieval de la Universidad de Oviedo.
750
FRANCISCO DE CASO
dada su inserción en la mism a etapa del gótico. Tam bién las po­
tentes m énsulas situadas sobre los capiteles que rem atan las pilas­
tras m uestran en León idénticos rasgos que en Oviedo. Su perfil
y acusado constructivism o las identifican con San Salvador, y a
un tiem po las alejan de Burgos, donde estos elem entos ofrecen
un escaso relieve y una ornam entación m ucho más m onótona.
Pero po r si existiera alguna duda respecto al parentesco de am ­
bas obras, la iconografía de capiteles y m énsulas viene a disiparla
po r com pleto. En el claustro de la catedral de León y en la prim era
etapa constructiva del ovetense, se utiliza en varias ocasiones la
m ism a tem ática. La historia de Phylis y Aristóteles, la Anuncia­
ción, la Crucifixión, las luchas cuerpo a cuerpo, los seres fan tás­
ticos, etc., son, entre otros, motivos comunes a los dos claustros,
aunque tam bién a otros muchos, por lo que su sola presencia podría
servir de base tal vez únicam ente a una simple sospecha de rela­
ción o im itación. Lo que sucede es que existen otros ejem plos, co­
mo el del ciclo de la creación de la m ujer, pecado original y expul­
sión del paraíso, representación de Santa Clara, h istoria de S antia­
go el M ayor o crucifixión de San Pedro, en los que las figuras de
nuestro claustro son un auténtico duplicado de las de la obra cas­
tellana. E sta es la prueba definitiva contra la que pienso que ya
nada puede argum entarse.
Queda pues fiiado en León el foco de origen del gótico de As­
turias. Razones de proxim idad geográfica y de relación en todos
los órdenes vienen a confirm ar la lógica de una conexión que h a­
b rá de ser enorm em ente fructífera, aunque es evidente que no tan ­
to como p ara hacer de ella la cómoda fórm ula que perm ita resolver
toda la casuística del arte regional bajom edieval a efectos de in­
fluencias. Su validez no obstante en esta etapa inicial es clara.
Pero el gótico es un estilo que, aunque prenda tard e en la re­
gión asturiana, estará presente durante m ucho tiem po, h asta el
punto de que la flecha de la torre única de la catedral de Oviedo
se concluirá cuando falte poco más de un decenio p ara llegar al
siglo XVII. Y m ientras tanto, entre un extrem o y otro, entre el
problem ático siglo X III que hemos tratad o de clarificar y casi la
época barroca, toda una serie de brillos y vacíos que conform an la
singular fenomenología del gótico astur.
NAVIA REMOTA Y ACTUAL: DATOS Y R EFEREN C IA S
PARA SU HISTORIA. LA CASA DE LIE N E S EN EL
SIGLO XVI
POR
JESUS MARTINEZ FERNANDEZ
Abreviaturas en el texto:
J.M .F .: Jesús Martínez Fernández.
S .R .: Sánchez del Rey.
M .J.: Marqués de Jaureguizar.
L .N .O .: L uis N avia Osorio.
M .V .: Juan de D ios Miguel Vigil.
Los fundadores de la Casa de Navia vivieron en la villa en 1p
prim era p arte del siglo X III (1). Por sus postrim erías o a principios
de la siguiente centuria construyeron en el valle de Anleo u n sun­
tuoso palacio en el que fijaron su residencia. En un reconocim iento
verificado en 1747 po r el Teniente de Alcalde, con asistencia del
Regidor y del P rocurador General, se relacionan las dos to rres de
tres altos coronadas de alm enas, puertas de arcos, ventanas, tro n e­
ras, capilla y una profusión de escudos labrados en la piedra, des­
tacando el de la casa con «dos cabezas de dragones con una banda
(1)
T r f l l f s V i l l a d e m o r o s . Asturias ilustrada. T.° II, parte 3.a, pág. 137.
Madrid, 1760.
Habla de este prim itivo solar, que nosotros hemos identificado en nuestro
trabajo “N a v ia : los siglos XVI y XVII” publicado en BIDEA, núms. 96 y
97. 1979.
752
JESU S MARTINEZ FERNANDEZ
atravesada teniéndola de sus bocas» (2). Los datos dan una idea
de su solidez y magnificencia pretéritas, aunque po r esas calendas
la estru ctu ra ya había comenzado a resentirse.
Tres siglos más tarde, dom inando el curso del río Navia y las
herm osas vegas de Armental, se levantó el palacio de Lienes con una
esbelta to rre que pretendiera simbolizar el poder y fortaleza de sus
dueños, y sendos blasones que pregonaran la hidalguía de su es­
tirpe.
Ambas casas, entre las que se establecieron vinculaciones y la­
zos durante varias generaciones, condicionaron unos modelos so­
ciales y unos sistem as económicos que sin diferir, ciertam ente, de
los vigentes en otros lugares de la región y del reino, im pusieron
por m ucho tiem po en toda la órbita de su dominio unas peculiares
m aneras de vivir. La influencia se cim entaba en dos pilares funda­
m entales: en la abundancia de recursos dinerarios y concentración
de propiedades, y en la asunción de cargos públicos y privilegios
que ponían en sus m anos las riendas del m ando y de la adm inis­
tración concejil.
Pero el tiem po no corría en vano. Y las dispersiones h eredita­
rias —siquiera contenidas por el conservadurism o de los mayoraz­
gos— , los pleitos fam iliares, la redistribución oficial de las gran­
des haciendas, el atractivo de las ciudades y la consagración de
nuevos rum bos y m odas en las costum bres, m arcaron para las gran­
des casas el principio de una decadencia notoria. El nacido prim e­
ro fenecería tam bién antes po r rigurosa lev de la vida. Y a m edia­
dos del siglo X V III Anleo va había iniciado el declive en ta n +o Lie­
nes aún alcanzaba altas cotas de esplendor. En una declaración
de rentas de 1752 se observa aue m ientras Lienes recaudaba 36.879
Rs. al año, Anleo sólo percibía 13.035 Rs. (3). R eparado el inm ueble
(2 ) J u a n de D tos M i g u e l V i g i l . Historia genealógica de la Casa de Na­
via. Madrid, 1 9 6 1 . Págs. 2 1 -2 3 .
(3) Archivo General de Simancas. Catastro del M. de la Ensenada. De­
claración del mayor hacendado. Libro 446. Año 1752.
Anleo recaudaba en el segundo Departamento formado por Anleo, Arbón,
La Montaña e hijuela de Parlero (F.° 1471-1568) por los siguientes conceptos:
Producto de heredades: 11.056 Rs. 25 m s.; Rentas de casas y hórreos: 38 Rs.
0,30,3 m s.; Molinos harineros: 62 Rs. 14 m s.; Apóstales salm ones: 40 R s.;
Réditos de censos: 427 Rs. 23 m s.; Diezmos: 1.410 Rs. 13 ms. Total: 13.035 Rs.
Lienes, en el prim er Departamento constituido por Navia, Andés, San Antolín, Cabanella, Santa Marina, Villapedre, Pinera y Polavieja (F.° 1319-1470
V.°), alcanzaba las siguientes cifras: Productos de heredades: 14.371 Rs. 3,5
m s.; Rentas de casas: 421 R s.; Rentas hórreos: 39 Rs. 11 y 1/3 m s:; Moli­
nos harineros: 4 Rs. 22 y 2/3 m s.; Rentas de foros perpetuos: 835 Rs. 32 m s .;
NAVIA REMOTA Y ACTUAL
753
en 1704 (4), se hallaba de nuevo inhabitable medio siglo después (5)
viviendo en Ribadeo su propietario el M arqués de S anta Cruz. Lienes logró m ayor supervivencia. Y aunque en el siglo X V III su due­
ño Don Joaquín Velarde, casado con Doña M aría M anuela Navia
Bolaño, vivía en Oviedo, el palacio siguió estando ocupado u lterio r­
m ente por sus descendientes h asta 1971 en cuya fecha, po r la inva­
sión industrial de aquel paraje, fué definitivam ente abandonado
em pezando el proceso inexorable, lento y progresivo, de su des­
trucción (6).
* * *
A continuación intentarem os analizar críticam ente algunos po r­
m enores históricos relativos a la Casa de Lienes en el siglo XVI;
un período muy confuso, tanto por lo mucho que sobre él se ha es­
crito, cuanto po r la existencia de m últiples lagunas difíciles de lle­
nar con una inform ación testim oniada.
P ara com plicar m ás las cosas, cabe considerar cómo los nom ­
bres y apellidos de los protagonistas se repetían invariable o p are­
cidam ente en dos o tres líneas sucesorias, según costum bre de la
época, cuando no alteraban de pronto la secuencia patroním ica p a­
ra anteponer un cognomen p articular o un gentilicio de lejanos an­
tepasados. Y m ultiplicando el em brollo, la consaguinidad frecuen­
te de los cónyuges, la num erosa prole de las fam ilias, los m atrim o-
Réditos de censos redim ibles: 74 Rs. 22 m s.; Derechos de diezm os: 114 Rs.
2.5 m s.; Derechos de prim icias: 70 R s.; Derechos de ofertas forzosas: 12 Rs.
17 ms. Total: 15.943 Rs. 9 ms.
El mismo Lienes en el tercer Departamento compuesto por Villayón, Oneta y P onticiella (F.° 1569-1571) cobraba: Productos de heredades: 19.935 Rs.
27 m s.; Rentas de casas: 59 Rs. 18 m s.; Rentas de hórreos: 6 R s .; Molinos
harineros: 127 R s .; Réditos de foros: 39 Rs. 27 m s.; Diezm os (Ponticiella):
768 Rs. 25 ms. Total: 20.936 Rs.
Es obvio que estam os refiriéndonos a haciendas locales ya que las dos ca­
sas tenían im portantes riquezas en otras jurisdicciones.
(4) F e r n a n d e z A s e n j o , C. Anleo, ayer y hoy. 1978. Pág. 33. Publica la fo­
tografía con la inscripción de la piedra de una puerta señalando la fecha de
la reparación, efectuada por orden de Don Juan Antonio N avia Osorio, Mar­
ques de Santa Cruz.
(5) Arch. Gen. de Simancas. Loe. cit. F.° 1471-1471 V.°: “...Casa arruina­
da en el lugar, de-A nleo, de veintisiete varas de frente y cuarenta, y siete va­
ras de fon d o...”.
(6) En las tierras ribereñas que fueron de la casa, se construyó la facto­
ría Ceasa, para la fabricación de pasta de papel.
754
JESU S MARTINEZ FERNANDEZ
nios de padres viudos con segundas esposas y las ram ificaciones
genealógicas de los hijos naturales.
Todos estos motivos justifican de alguna form a m uchas equivo­
caciones com etidas al escribir sobre el tem a —que tratarem os de
aclarar y subsanar en lo posible— sin tener la seguridad de que
en estas páginas no pudiera deslizarse alguna o tra que podría ser
desvelada v rectificada por indagaciones posteriores; y teniendo
la certeza de dejar sin respuesta, por falta de datos, un núm ero im­
portante de interrogaciones.
En la sucesión genealógica gráfica del siglo XVI aue confeccio­
nam os para ilu strar este trabaio, hemos representado los troncos
de las dos casas estableciendo la coetaneidad de las diferentes y su­
cesivas líneas. Para clarificar el esauem a, hem os elim inado todas
las ram as que no jugaron un papel directo en la transm isión de
los vínculos y en la herencia de los mayorazgos. Figuran tam bién
los entronques entre ambos linajes durante el período que se estu­
dia. Y en ciertos casos de sim ilitud de los nom bres seguidos de uno
o dos apellidos (form a bastante común de designación en docum en­
tos originales o transcripciones), nos ha parecido conveniente aña­
dir un tercer apellido diferenciador.
* * *
La historia de la Casa de Lienes comienza en 1543 cuando Don
Alonso Vázquez Baham onde. casado con Doña Constanza Rodríguez
Vizoso (7), adquiere los terrenos que le venden Menén Pérez de
Talarén v en su nom bre Diego López de Talarén y Gonzalo Pérez
v Diego Fernández: «A los cuatro días del mes de m arzo de mil e
quinientos e quarenta v tres años vendían a vos el señor Alonso
Vázquez Baham onde y a la señora Constanza Rodríguez Vizoso
vuestra m u jer...to d a la n a r+e oue a cada uno de nosotros nos p er­
tenece en térm inos de Lienes. Así mism o vos vendo la p arte e qui­
ñón que pertenece a Lope Méndez hiio de Menendo Suárez de Vi­
llar. m orad o r en Vivero, por precio e quantía de trece ducados e
m edio de oro...» (8).
(7) Don Alonso López Navia Bolaño. en su testam ento de 1599, aclara y
elogia el linaje gallego de los ascendientes de su mujer.
(8) Transcribe este fragmento de la escritura S.R. en “M iscelánea histó­
rica comarcal del Navia. La Casa de Lienes, BIDEA. N.° 74. 1971.
NAVIA REMOTA Y ACTUAL
755
No tenem os pruebas de la fecha en que se inició la construc­
ción de la casa, del tiem po que habrían durado las obras ni de las
am pliaciones efectuadas sobre el núcleo inicial (9).
En 1752 constaba de «cocina, casa de horno, dos salas, cuatro
dorm itorios, to rre de tres altos, seis bodegas y tres caballerizas»
( 10).
Don Alonso Vázquez Baham onde fundó el mayorazgo en testa­
m ento otorgado en la villa de Ribadeo el 22 de febrero de 1569 an­
te el escribano Diego López. En este docum ento inédito, que p u ­
blicam os íntegro po r su interés en el apéndice docum ental, se dice
que «estaba enferm o y no podía firm ar» (11).
Según S.R. falleció el 29 ó 30 de abril de 1569 (12).
R esulta pues errónea la afirm ación de L.N.O. (13) al escribir
que Don Alonso López de Navia, hijo de Don Alvaro Pérez de Navia y de Doña M arina Pérez de Aguiar, «fijó su residencia en el lu­
gar de Lienes», puesto que aún no existía. En cam bio es cierto que
el apellido Bolaño fué aportado a la casa de Lienes po r el m atrim o­
nio de aquél con Doña Isabel de Castro Bolaño a través de su nieto
Don Alonso López Navia Bolaño, y no por los ancestros gallegos de
Don Alonso Vázquez Baham onde, según se lee en algunas relacio­
nes.
Puede prestarse a confusión la afirm ación de M J. cuando re­
firiéndose a Don Alonso López Navia Bolaño y bajo el epígrafe- Navia-Bolaño, dice que aquél «por su testam ento otorgado a fe del
escribano Pedro Rodríguez de Navia en 1599, fundó mayorazgo»
(14). No se trata, naturalm ente, del mayorazgo de Lienes fundado
por Don Alonso Vázquez Baham onde, sino del relativo a la Casa
de Navia, en la villa de Navia, cuyas arm as son «una banda colora­
da en la boca y cabeza de dos sierpes en cam po verde...y nunca
hom bre de nuestro apellido se llamó Anleo, sino Navia, no obstante
que de m uchos años atrás han vivido y viven en Anleo los dueños
(9) En la Gran Enciclopedia Asturiana (T.° 9, Pág. 72) se dice inexacta­
m ente que fué construido en el siglo XVII.
(10) Arch. Gen. de Simancas. Ant. cit. F.° 1439 V.°— 1440.
(11) Arch. R evillagigedo. Fundación del mayorazgo de la Casa de Lienes.
1569.
(12) BIDEA, loe. cit.
(13) L u is N av ia O s o r i o . Datos para la historia del Concejo de Navia.
1966. Pág. 194.
(14) M a r q u e s de J a u r e g u i z a r . Relación de los poseedores del Castro y
Palacio de Priaranza del Bierzo, de algunos de sus allegados y descendencia
de ellos. Madrid, 1971. Pág. 385.
756
JESU S MARTINEZ FERNANDEZ
y poseedores de la casa que fueron todos mis ascendientes» (15).
Son los hijos de Don Alonso López Navia Bolaño, los herm anastros
Alvaro y Alonso, quienes pasan a vivir al palacio incorporando al
escudo de su padre el blasón de los Bolaño con «un castillo como
descolgándose de él un cordero y un bollo en la m ism a orla que el
de la m ano derecha» (16).
Es seguro que el palacio «funcionaba» en vida de Don Alonso
Vázquez: servidum bre alerta (legados a M aría Cabral, «mi criada»,
a Domingo de Serandinas «que ai presente anda en casa», a Lope
Pico de Coaña «que es nuestro criado», etc.), ganados en los esta­
blos (hay una m anda en el testam ento p ara S anta M aría de G uada­
lupe de «dos bacas, qués baca y xata questán en Lienes que son
berm ellas»), capilla útil p ara ciertos cultos (ordena se digan po r su
ánim a «perpetuam ente dos misas en cada sem ana en la capilla de
Sta. M aría de los Remedios que es en Lienes») y estancias o per­
m anencias com probadas más o menos largas (17).
Pero cabe sospechar que el m atrim onio tuviera en Navia su re­
sidencia oficial: se titulan «vecinos de la villa» (18) y al testar (¿en
Lienes?) se excusan por no poder exhibir la «facultad del Rey Phelipe N° Señor p ara hacer vínculo, que dejam os de m o strar porque
la tenem os en la villa de Nabia do m oram os» (19). Si Don Alonso
estaba «muy enferm o del cuerpo» al redactar su últim a voluntad,
es muy posible que fallecera en Lienes unos dos meses después,
siendo enterrado en la iglesia de Santa M aría de la B arca (que tales
fueron sus deseos expresos) en la sepultura de su padre Ares Gon­
zález (20).
¿Dónde radicaba su m orada de Navia? Volveremos al tem a más
adelante.
Don Alonso Vázquez y Doña Constanza tuvieron una sola hija,
heredera de todos los bienes, que se llamó Doña Isabel Vázquez de
Navia Baham onde.
Casó con ella Don Alonso López Navia Bolaño, hijo segundón
de Don Alvaro Pérez de Navia y de Doña Mencía de Valdés, que na(15) Testamento de Don Alonso López Navia Bolaño. 1599.
(16) T i r s o d e A v il e s . Armas y linajes de Asturias y antigüedades del Prin­
cipado. Edit. IDEA. 1956. Pág. 385.
C ir ía c o M i g u e l V i g i l . Heráldica Asturiana. 1892. Págs. 26-27.
(17) Testamento de Don Alonso Vázquez. Apéndice documental Arch. Re­
villagigedo. S. XVI.
(18) Testamento de Don Alonso Vázquez. Ant. cit.
(19) Testamento de Don Alonso Vázquez. Ant. cit.
(20) Testam ento de Don Alonso Vázquez. Ant. cit.
NAVIA REMOTA Y ACTUAL
757
cido en Anleo en 1543, testó en Navia «do soy vecino» el 1 de junio
de 1599 y falleció en dicha villa el 27 de octubre de 1604 a los 56
años de edad. De este m atrim ono nació en Navia el 10 de diciem ­
bre de 1571 Don Alvaro Pérez de Navia Baham onde. Dos años desANLEO.
pués, en 1573, Doña Isabel, «muy enferm a en la cam a de la enfer­
m edad que Dios N° Señor fué servido de darme», se encontraba
en Lienes viviendo con su m adre viuda. Redactó su testam ento el
13 de abril de dicho año nom brando testam entarios y ejecutores
de su voluntad a su m arido, a su m adre Doña Constanza y a su tío
Francisco Ares de Baham onde, Regidor y vecino de Vivero. Y como
heredero universal a su hijo Alvaro, o al que pudiera tener, pues
«al presente estoy preñada si Dios fuese serbido de alum brarm e y
p a rir con salud» (21). Debió m alograrse el hijo y, por esta u o tra
causa posterior, m o rir la m adre. Y Don Alonso López Navia Bolaño, viudo con trein ta años de edad, contrajo nuevo m atrim onio
con Doña Teresa Flórez de Sierra, heredando el mayorazgo el hijo
(21)
Testam ento de Doña Isabel Vázquez de Navia Bahamonde. Arch. Re­
villagigedo. 1573.
758
JESU S MARTINEZ FERNANDEZ
de am bos Don Alonso López Navia Bolaño y Flórez, ya que Alvaro,
hijo de la prim era m ujer y casado con Doña Antonia Rón y Quirós
—y que testó en Lienes el 5 de octubre de 1630— m urió sin descen­
dencia.
Don Alonso López Navia Bolaño y Flórez m urió en 1631 dejando
heredero al descendiente de su m atrim onio con Doña Catalina Na­
via y Moscoso, que fué Don Antonio Navia Bolaño y Moscoso. Este
se casó con Doña M aría Navia Osorio (hija de Don Juan Alonso de
Navia Valdés y de Doña Catalina Fuertes de Sierra), estableciendo
la últim a conexión Lienes-Anleo del período que estudiam os.
*
*
*
A la vista de esta som era descripción, cuyas secuencias enten­
derá perfectam ente el lector siguiéndolas en el cuadro genealógico
adjunto, resultan patentes las principales contradicciones detec­
tadas en otras publicaciones sobre el tema.
Comencemos con nuestro propio «mea culpa». J.M.F. (22): Se
dice que Don Alonso López Navia Bolaño era hijo de Don Alonso
López de Navia y Aguiar y de Doña Isabel de Castro Bolaño, cuan­
do fué realm ente su nieto.
S.R. hace a Don Alonso López Navia Bolaño hijo de Don Alon­
so Vázquez Baham onde, cuando fué, evidentem ente, su yerno por
casam iento con su hija única Isabel (23).
M.V. dice que Don Alonso López Navia Bolaño fué el fundador
del mayorazgo de la Casa de Lienes en el año 1599, afirm ación que
desm ienten tanto el testam ento de éste como el de su suegro, ver­
dadero fundador (24). Por idéntica argum entación ponem os en te­
la de juicio una nota m arginal en unos papeles del Archivo de la
Casa de la Rúa, consignando que «Don Alonso López Navia Bolaño
y su segunda m u jer Doña Teresa Flórez de Sierra, fueron los pri­
mitivos ascendientes de la Casa de Lienes y los que fundaron con
los llam am ientos de rigurosa asignación», queriendo dar a enten­
der, posiblem ente, que fueron los prim eros que conjuntaron en
Lienes los blasones Navia-Bolaño (25).
(22)
(23)
(24)
(25)
BIDEA. Núms. 96 y 97. 1979.
BIDEA. Loe. cit.
Ant. cit. Pág. 37.
Arch. de la Casa de la Rúa. Genealogías.
Palacio de Anleo. Estado actual.
Palacio de Anleo. D etalle de la Torre.
Torre del Palacio de Lienes.
Lienes desde el Sur.
Lienes. Armas de los Navia.
Lienes. Armas de los Bolaño.
KAVIA REMOTA Y ACTUAL
759
L.N.O. inicia con el nom bre de Antonio el testam ento de 1599
incorporado a su obra, si bien posteriorm ente reza el nom bre de
Alonso (26).
S.R. escribe que Doña Teresa Flórez de Sierra, segunda esposa
de Don Alonso López Navia Bolaño, procedía del palacio de Andés,
cuando había venido, en verdad, de la Casa de Tuña en Cangas de
Tineo, hija de Don Pedro Núñez Flórez de Tuña y de Doña Leonor
Flórez de Sierra, de la Casa de Sierra, de Llamas, en Cangas (27).
El m ism o S.R. afirm a que del m atrim onio de Don Alonso y Do­
ña Teresa nacieron Don Alonso y Don Antonio, cuando Don Alonso
fué padre —que no herm ano— de Don Antonio, su sucesor (28).
M J. incurre en m ayor confusión diciendo que Don Alvaro Pé­
rez de Navia y Baham onde casó en segundas nupcias con Doña Te­
resa Flórez de Sierra, que fué la segunda m ujer de su padre. Tam ­
bién al escribir que el hijo de Don Alonso López Navia Bolaño, que
casó con Catalina Navia Moscoso, fué Don Alvaro Navia Bolaño y
Sierra, en lugar de decir Don Alonso López Navia Bolaño y Fló­
rez (29).
* * *
La m ansión de Don Alonso Vázquez Baham onde es probable
que estuviera en la Plaza Mayor por ser en ella y en torno a la igle­
sia donde se concentraban algunas casas principales. No conoce­
mos referencias sobre el particular.
S.R., sin citar fuentes, la sitúa en la confluencia de la calle del
Ribero con la calle Real. La calle del Ribero —antes calle del Cris­
to y actualm ente Ram ón y Cajal— subía en aquellos tiem pos des­
de las playas y m arism as hacia la plaza y se continuaba en sentido
ascendente con la calle Real, no existiendo confluencia entre ellas.
En el transcurso de los años y seguram ente con los prim eros tra ­
bajos de relleno y utilización de las playas, se pasó a llam ar Ribero
a las nuevas tierras ganadas al río —actual calle Regueral— en tan­
to iría dejando de llam arse así al viejo Ribero en evitación de du­
plicidades equívocas. Este nuevo Ribero sí que confluía con la p ro ­
longación en sentido descendente de la calle Real, cuya calle Real
(26)
(27)
Adolece de igual defecto una copia que poseemos nosotros.
BIDEA. Ant. cit.
(28) BIDEA. Ant. cit.
(29) Ant. cit. Pág. 386.
7 6Ó
JESU S MARTINEZ FERNANDEZ
pudo, por extensión, dar al todo el nom bre de la parte. Pero en es­
ta contluencia no existió casa aiguna hasta el siglo XIX (30).
Don Alvaro Pérez de Navia, casado con Doña Elvira Osorio (y
tío abuelo de Don Alonso López Navia Bolaño), vendió ia p rim iti­
va Casa de Navia al escribano García Morán. Don Alonso, sentim en­
talm ente im pulsado, la rescató por com pra a la viuda e hijos del
escribano, p ara reintegrarla al patrim onio fam iliar (31). Y es presu­
m ible que no h ab itara la de sus lejanos antepasados po r hallarse
en estado ruinoso cual parece deducirse de las recom endaciones
testam entarias encareciendo a los herederos su reparación: «...Y
atento a que dicho solar está caído, si acaso yo me m uriese sin lo
edificar, o no se elevare, quiero y m ando que cualquiera que me
sucediere en mis bienes, viviendo de un año arrib a, después que
entrase en ellos, por lo menos gaste doscientos ducados, cada uno
de ellos, en hacer y rep arar la casa con patios, to rres y cuartos...»
(32).
Es lógicam ente aceptable que viviera en la nueva que m andó
co n stru ir en la plaza pública («Y más la casa que tengo e hice de
nuevo en la plaza desta villa, fro n tera de la iglesia...») (33) y que
bien pudo haber sido una reconstrucción de la de su suegro (?) o
de sus antecesores de Anleo. La identificam os con la Casa actual
de Valdés y la sorprendem os objeto de operaciones notariales a lo
largo de los siglos, en docum entos originales aunque' inconexos,
por personas de Lienes o Anleo. Los deslindes que se repiten son
bastante elocuentes y coinciden con los que tuvo ayer y tiene hoy
en parte la aludida casa: iglesia y puerta principal de N uestra Se­
ñora de la Barca po r la cara que da a la plaza, m uralla p o r detrás,
arco de dicha villa y calle del Ribero a la plaza p o r un costado, y
por el otro una casa. En una de las escrituras de aforo se reserva
el derecho a una ventana frente al templo parro q u ial «los días de
procesiones solemnes, sermones y otras festividades de iglesia y
villa» (34).
. ^
El 1 de enero de 1658 el actor de la transación es Don Juan Alon­
so Navia Osorio (casado en 1651 con Doña Juana Teresa Arguelles
Celles) (35). El 1 de octubre de 1757 y en las Casas de Lienes, Don
Joaquín V elarde Calderón y Prada, m arido de Doña M anuela Navia
(30)
(31)
(32)
(33)
(34)
(35)
BIDEA. Ant. cit.
Testamento 1599.
Testamento 1599.
Testamento 1599.
Arch. Notarial. 1757. F.° 135.
Arch. Casa de la Rua. Legajo 21—D. 1658.
ÑAVIA REMOTA Y ACTUAL
76Í
Bolaño, afora la finca a Don Juan Rodríguez Lanza, vecino de Navia (36). El 29 de septiem bre de 1770 se vende en el m ism o lugar
una casa colindante con o tra de los herederos de Don Fernando Navia Bolaño. Por fin, el 22 de enero de 1865, el A yuntam iento pro p u ­
so prolongar la calle de Tras la Cerca po r «el punto en que se ha­
lla una casa declarada ruinosa, propiedad de la Casa de Lienes».
La evocación de la Casa de Valdés, por la coincidencia de los lin­
deros, vuelve a ser inevitable.
❖
H*
H5
En la to rre de Lienes cam pearían los herm osos escudos de Na­
via y Bolaño desde los tiem pos de Don Alonso López Navia Bolaño
y Flórez. Con anterioridad, lucirían los blasones de Vázquez Bahamonde y Rodríguez Vizoso, que revertirían al tronco de Vivero, por
explícita determ inación testam entaria, al fallecer sin sucesión Don
Alvaro Pérez de Navia y Bahamonde.
* * *
Con esta breve exposición no hemos pretendido re tra ta r a unos
hom bres, cuyas biografías ocuparían m uchas páginas, ni com entar
siquiera superficialm ente las circunstancias socieconómicas en que
se desenvolvieron. Sólo hem os perseguido proyectar alguna luz so­
bre ciertos lapsus y equívocos circulantes en letra im presa —rela­
tivos a la m era identificación nom inal— que pudieran ser punto
erróneo de partida, no denunciándolos, para otras investigaciones.
(36) Arch. Not. 1757. F.° 135.
Don Joaquín Velarde, de la Casa de Velarde de Oviedo, de donde era ve­
cino, fué Teniente Coronel de Infantería del Regimiento del Principado. Con­
trajo matrim onio con Doña María Manuela Navia Bolaño, nacida en Lienes
el 31 de diciem bre de 1737 y heredera del vínculo. Falleció el 21 de mayo de
1804 siendo enterrada en la iglesia de Santa María de la Barca de Navia.
762
JESU S MARTINEZ FERNANDEZ
APENDICE DOCUMENTAL
Nabia. Casa de Lienes. Funda­
ción del mayorazgo. Año l^bV.
Traslado del testam ento de
Alonso Vázquez y Constanza
Rodríguez su m ujer, en que
nicieron vínculo y mayorazgo
de sus bienes.
En el nom bre de Dios amén. Quantos la presente bieren sepan
como nos Alonso Bazquez de Nabia y Baam onde y C onstanza Ro­
dríguez B aam onde Bi^ossa m arido e m ujer, vezinos que somos de
la villa de Nabia, estando yo el dctio Al° Bazquez enterm o del cuer­
po aunque con el juicio y enienaim iento que Dios tue serbido ae
me dar recelándom e ue la m uerte que es cossa n atu ral deseando
poner nuestras anim as en camino de salvación otorgam os y reco­
nocemos que en la m ejor lorm a bía e m anera que con derecho po­
demos e aya lugar en alabanza de Dios N° Señor y de su bendita
m adre Virxen M aría a quien tenemos por abogada e señora en to­
das nuestras cossas, acemos e ordenam os nuestro testam ento e ul­
tim a voluntad en la orden e m anera siguiente= Prim eram ente aciendo como acemos la señal de cruz t renegamos el diablo e todas sus
obras e como verdaderos fieles cristianos prom etem os de bivir e
m orir en la Sta té católica de N° Sr. X esucristo e creemos todo
aquello que cree la Sta m adre yglesia de rrom a y m andam os nues­
tra ánim a a NJ S°r. X esucristo que sea serbido ae por los m éritos
de su Sm1 pasión nos perdonar n°s pecados = Item quando Dios
quiera serbido de mi el Alonso Bazquez llevar de la presente bida
m ando que mi cuerpo sea sepultado en la capilla de la yglesia de
Sta M aría de la villa de Navia en la sepultura do está sepultado
Ares González m i p a d re = E ansi mismo yo la dcha Constanza Ro­
dríguez, y si la dcna sepultura por algún caso estubiere ocupada
m andam os que ju n to a ella se nos aga el dcho entierro = E m anda­
mos quel dia de nuestros entierros e de qualquier de nos se digan
en la dcha yglesia todas las misas que se pudieren decir en los ta­
les dias y en los mas de n°s osequios y de cada uno de noss y m an­
dam os que a los planos acostum brados se nos digan en la dcha ygle­
sia ciento e cinquenta misas por cada uno de nos, entiendesse que
las dchas ciento e cinquenta misas sean dichas fuera de los planos
e despues de las de los plagos, y que las dchas ciento e cinquenta
m isas que ansi m andam os decir fuera de los dchos planos m anda­
mos se digan la m itad dellas en la dcha yglesia de N abia y la o tra
m itad en Lienes e le paguen de lim osna po r cada una de las dchas
m isas un real e su cera para los alu m b rar= Item m andam os p ara
la fábrica de la yglesia de Sta M aria de N abia beinte ducados, diez
por cada uno de n o s= Item m andam os a la Sta Cruzada y reden­
ción de cautivos y a Sta M aria de Guadalupe a cada una dos rea­
NAVIA REMOTA Y ACTUAL
763
le s = E m andam os al ospital de Nabia tres ducados p o r en tram ­
bos = E m andam os p o r las ánimas del purgatorio perpetuam ente
cada año dos em inas de escanda oue de renta perpetuam os, debe
la una e m edia Suero Gonzales Rebellón e la m edia debe Alonso
de Moyas con que cada prim ero dia de cada mes salean sobre nues­
tras sepulturas con responso= Item m andam os a la cofradía del
Sm° Sacram ento seis reales = Item m andam os por la nuestra hacien­
da de Lienes, de Reconco y Barganaz y todos sus térm inos que di­
gan perpetuam ente p ara siem pre dos misas en cada sem ana en la
vglesia de Sta Maria de los Remedios que es en Lienes las quales
dos m issas sean la una de Na Sa e las otras de San Cosme e sean las
debas dos m isas rezadas e m andam os que por los dehos bienes sean
pagadas de lim osna al clérigo que dixere las tales m isas diez duca­
dos cada año p ara lo qual ipo+ecamos y obligamos los dehos bie­
nes v las debas dos m isas las diga el clérigo que es Gómez Ares de
Trelles vz° del Conceio He Castropol durante su vida nueriéndolas
decir v desnues de su fallecim iento v sí él no las Quisiere decir las
diga el clérigo que se quede, Nos los dehos Alonso Bazquez e Constanca Rodriguez que si falleciere postrero nom brare, y despues de
n°s fallescim ientos nom brare el eredero que de nos quedare en los
dehos bienes el qual eredero querem os nom bre el tal clérigo e lo
m ism o sus sucesores de uno e de otro sin que en ellos intervengan
ni tenga que hacer en el tal nom bram iento Obisno ni probisor ni
o tra persona poroue al tal eredero e suscesores dam os poder e fa­
cultad p ara el tal nombramien+o vn so llid u m = Item m andam os a
M aria sobrina de mi la deha Constanca Rodriguez, digo a Alonso
Bazquez e a Isabel sobrina de mi la deha Constanza Rodriguez a
cada una cien ducados p ara sus dote«; e casam iento veniendo a tiem ­
po para ello la oual Maria es hiia de Ares Gonzalez nieta de Ares
Pérez de Castrillón la onal al presente anda en n uestra casa. E la
Isabel e hiia de Pedro Vicoso que sea en gloria la qual al presente
anda en casa e disponiendo Dios della oue no se casare m andam os
que la deba m anda ouede a nuestros herederos con los m ás bienes = Tt.em vo el deho Alonso "Razone/ m ando a Juan mi sobrino hi­
jo del deho Ares Pérez cien ducados e a Pero su herm ano m ando
cincuenta ducados = Ttem m ando vo el deho Alonso Bazquez que se
paguen a Maria de Cas+ropol todo lo que en dote le fue prom etido
sobre trein ta v dos ducados oue va tiene recebidos=A nsi mism o vo
el deho Alonso R azone/ m ando e vo la deha Constanca tam bién a
los erederos de Tnés nu estra criada m iner oue fué de Domingo de
Armental dos mil m rds tom ando en ouenta los que se les dio p ara
su e n tie rro = Ite m digo vo el deho Alonso R ato n e/ oue por onanto
vo ube un iio aue se llama no sé bien su nom bre e su m?»dr° es la
deha M aría de Castropol el oual iio al presente nuede ab^r nnrp
meses p o c o m ás o m enos m 'm do qi1^ ^n r mis bienes p o r bía de
alim entos e p ara su susten+aci^n se le d^n e pacme^ m iatron’p^+os
ducados conoue si Dios
lo llebare no beníenHn »1 deho mi üo o
estado de ser casado o clérigo «e huelban los dehos onatrociVntos
ducados al cuerno de mi acienda v a poder de mi eredero e de su
susccsor= Y ansi mism o yo el deho Alonso Bazquez m ando a M aría
764
JESU S MARTINEZ FERNANDEZ
del Reconco dos mil m rds por el tiem po que sirbió a mi y a la dcha
Constanpa Rodríguez y a Maria Cabral mi criada quinientos m rds
de mas de su serbicio las anales m andas se entienda las acemos a
los dchos mocos ambos m arido e m u ie r^ Y ansi mism o m andam os
a Albaro de Salcedo la m itad de la escanda que se cogió de la rroca
de Villacondide el año pasado e la m itad de la rroga e pan della
aue ogaño está labrado e mas dos mil m rds lo qual todo se entien­
da por el tiem po que nos serbio = E m andam os a Domingo de Serandinas po r el tiempo que nos serbio quatrocientos ducados, el
nual Domingo es el que al presente anda en c a sa = E m andam os a
Lope Galán yjo de Pedro Martínez de Andés quatrocientos ducados
por el tiem po que nos sirb ió = E m andam os a Lope Pico de Coaña
que es nuestro criado doce ducados por el tiem po que nos serbio
v estos doce ducados se le den de más y allende lo que tiene recebido = Item digo que por auanto el vnquisidor Diego mi herm ano
oucstá en gloria de todo lo que gastó mi padre Ares González de
Nabia con él en el estudio nnnca me dió el dcho vnquisidor em ien­
da ni a mi Sra m adre que le benía la m itad y agora su eredero pide
los bienes que le pertenecen questán en mi poder y el dcho ynquisidor a sido mi curador v no a dado ni se a hecho quenta ninguna,
digo one m irando dos letrados si el dcho ynquisidor e su eredero
me deben los m rds de la m itad que en su estudio se gastó m ando
si fuere iusticia pedírseles se les pida o si no fuere iusticia no se
les pida = ltem digo oue las contrataciones que tengo las tenso asen­
tadas en mis libros de quentas y en otras m em orias las ouales alián­
dose de mi letra se tengan por ciertas saibó de que si aleuno diiere
tiene pago algo que no esté agentado siendo persona de buena fa­
ma se le crea asta en quantía de do«? d u cad o s= Item digo que todas
las nuentas que tengo con Lone Albarez de Baam onde cerca de la
doela de rme vo me rem ito a lo que en las quentas del dcho Lope
Albarez dello +iene v está scrinto excepto la quenta que tenno con
algunos asturianos v que aquello oue en las tales quentas el dcho
T one Albarez tubiere scripto de su letra en su libro m ando se m m rfa al pié de la letra e lo dov ñor berdadero = Item diño aue Alba­
ro ^dez de Omaña a mi e al dcho Lope Albarez nos debia ciertos
reales e por ellos vo tengo carta de venta en form a con cartilla asta
San M artín de nobiem hre de sesenta e nuebe años, declaro ser la
m i+ad del dcho Lope Albarez a auenta de las b a^enas que el dcho
Lope Albarez tiene v a las quentas de las ta^es ballenas a las q u aW
m ientas me refiero v dov r>or balido lo en ellas contenido = Item dinue nnrnnp vo e ouedado por curador de los vios de Ares p érez
^ Castrijlón mi herm ano, di'oro on<’
m ire lo que los bienes de los
dchos m enores pudieran ren tar a bista de dos personas honradas e
m ando se les pague tom ando ellos en quenta lo oue en mis libros
pareciera aber vo el dcho Alonso Bazouez pagado y gastado por
ellos = Ttem en lo tocante a las carnaciones e contrataciones con
Ares Oonzále? m i sobrino estante en Sevilla digo vo el dcho Alonso
Razquez que tengo todos los recibos de dinero e m arcaderias que
me a em biado v las carnaciones que le hice todo asentado en mi
libro por el qual e por ciertas m ensibas e otras m em orias e quen-
NAVIA REMOTA Y ACTUAL
765
tas constará le b erdad e si faltare alguna p artid a de lo quel debo
Ares González ava cargado o enviado me refiero a sus libros e ouen+a s= O tro si en lo tocante a la com pañía que ay entre mi v el debo
Ares González e Alonso Franco de Rio de Lado e la oue se com pró
a Fc° de Santianes p o r todos tres e de otra doela que fuera de aque­
lla se com pró a García de Baldés de Cansas, digo vo el debo Alon­
so Bazquez que la claridad dello y de todo ello está en mi libro de
quenta al qual me refiero = Y otrosí, a lo tocante a una de unos
ochenta v dos m illares que de doela debía Francisco García de Tu­
na a G utierre de Sam p0 p o r ciertas obligaciones y rabones declaro
vo el deho Alonso Bazquez que los dehos ochenta v dos m illares de
doela están benidos a mi poder y cargué p arte de ellos con Ares
Glez y otra bendí a Su Magestad, digo que la orden dellos se berá
en el deho mi libro de quentas y en una carta quenta oue di al deho
G utierre de Sam n0 m ando sean pagos los alcances librándom e de
las fianzas y em bargos que sobre ello se an fecho = Ttem nos los
dehos Alonso Bazquez e C o n s ta b a Rodríguez decimos nue por
quanto tenem os licencia y facultad de S.M. p ara acer binculo v m a­
yorazgo de nuestros bienes y asi es nuestra boluntad de los abincular todos, asi m uebles como rayees doquiera que los tenem os des­
pués de cum plidas las m andas contenidas en este testam ento p o r
ende usando de la deba licencia v facultad oue p ara ello tenem os
del Rev Phelipe N° Señor firm ado e sellado de su real sello refren­
dada de Fc° de Erasso su secreptario librada de algunos de los del
su muy alto consexo la qual deiam os de m o strar porque la tene­
mos en la billa de Nabia do m oram os a la qual nos referim os = E
usando della e de qualnuier dreho oue para balidación de tal bincu­
lo m ejor conbensa decimos que querem os y es na boluntad de acer
acemos m ejora binculo e mavorazqo de los bienes de que de vuso
se ará m en ció n = E que son las nas cassas e bienes ravees e m ue­
bles que tenem os en las aldeas de Lienes e Barganaz en este conceio v en toda la p arq a de San Antolín de Va nueva que es en el Con0
de Nabia con m as las c^sas v eredades y guertas que tenem os e tubierem os en la deha villa de Nabia e sus térm inos v e n todos los
concejos de Nabia e Castropol e Tineo e Allande e Baldés e todos
los bienes rayees e muebles sitos en los dehos concejos=C on mas
todos los bienes rayees e muebles drch°s e acciones que tenemos
en el Revno de Galicia que querem os ansim 0 entren en esta m ejora
e binculo e mayorazgo p ansi u s a n d o de la deha licencia que el dreho
nos dá e de la facultad oue para ello ríe Su M st tenem os e otorga­
mos e conocemos nue p o r la m eior bia e modo e form a míe de
dreho po r la deha licencia e facultad para balidación del tal hinm lo e m eiora e m ayorazgo haiga e pueda v deba aber luqar d^ los
dehos bienes rayees e muebles cue al presente tenem os en las debas
villas e. conceios e feligresías v aldeas e revno de Galicia acemos el
deho binculo m eiora e m avorazqo e donación p u ra perfecta v irrehocable oue es deha entrebibos para siem pre jam ás a bós doña Ysabel de Baam onde y Nabia nuestra via legitima y a vuestros suscesores de todos los bienes arrib a declarados v otros qualesquiera
que nos ayam os y tengam os y emos y tenemos en qualquier juris-
766
JESU S MARTINEZ FERNANDEZ
dición y terren to rio de las dchas partes questén los quales bienes
v qualquiera dellos emos aaui por declarados e acemos el dcho
binculo con las condiciones binculos y grabám enes en esta script*
contenidas e según e como nos tenemos e poseemos los tales biees e nos pertenecen e pertenecer pueden en aualquier m anera e con
todas sus entradas y salidas usos y costum bres drchos y acciones
diversas e m istas e con sus térm inos e territo rio s e con la p arte de
iurisdición cebil e crem inal alta, b aia m ero m isto vm perio e- p arte
de basallos e fo r+a!eca billa e térm ino rredondo e iurisdición cebil
e crem inal oue nos tenemos en la billa de Nabia, en su conceio e
con todo lo demás a los dchos bienes pertenescientes ansi de p re­
sentación de vglesia como bienes natrim oniales de ellas p ara que
todo ello sea para siem pre iamás binculo e mayorazgo p o r cuerpo
de bienes e acienda lo anal todo ello después de n°s dias benga e
snsceda en ello la dcha doña Ysabel na vía legitima e sus descen­
dientes de barón en b^rón de m avor de dias v en defecto de barón,
de enbra en enbra prefiriendo la m avor en dias a la m enor conque
siem pre el barón aunaue sea m enor en dias prefiera a la enbra e
si caso fuere de lo oual Dios no se a serbido aue la dcha doña Ysa­
bel se fallesciere sin erederos descendientes, nom bram os en la dcha
m eiora e b in a d o por el dcho Alonso Bazauez a Juan Garcia mi so­
brino vio de Ares Perez de Castrillón mi herm ano con oue se case
podiendo v abiendo lucrar con via de Ysabela Viciosa de Ribero h er­
m ana de la dcha Constanca Rodríguez v en caso que se efectúe dcho
easamt° vo l a dcha Cons+anca nom bro Por mi boz a la dcha via de
1« dcha Ysabel Bicciossa que se dice Clara M artínez e no abiendo
efecto el dcho casam iento vo el drho Alonso Bazquez nom bro to­
davía al dcho Tuan Garcia e vo 1c» Hrha Constanca a Juan P° Ricciosso vez0 de Ribero nup
en pioria m oriendo el dcho Juan Garcia
cin erederos vo el drho A l o n s o Raznuez nom bro en su lugar a Pe­
dro herm ano del dcho .Tuan O a v en s u defecto e de sus erederos
nom bro a Diego herm ano del ^cho Juan Garcia m andando como
m ando aue siem pre baya el dcho binculo de los erederos de qualouiera dellos de barón en barón e de m ayor en m avor según a rri­
ba b^ dcho v en defecto en enbra e si Dios fuesse serbido de llehar
a todos arrib a nom brados mando aue mi p arte de bienes del dcho
binculo se bendan en publica almoneda e se distribuyan en casar
doncellas guerfanas veznas del conceio de Nabia e billa dando del
tal dinero aue asi se yciere cien ducados a Arias yio de dcho Ares
p erez mi herm ano v a sus erederos si los ubiere aue sean d e s c e n ­
dientes v entiéndase aue si acaso el dcho Juán Garcia o alguno de
sus herm anos biniere a eredar los drhos bienes sea obligado a sa­
r a r dellos auinientos ducados p ara casam t0 de guerfanas pobres v
los cinauenta d e l l o s se empleen en l o s reparos de la yglesia de Na
Sa de los R.emedios aue es en L ienes= E si lo que Dios no quiera,
la dcha doña Ysabel mi via se moriese sin deiar crederò descendien­
te mie erede los dehos bienes e binculo e mayorazgo en tal caso r»or
1^ bía aue de drebo m eior ubiera higar deio e m ando a Alonso Ló­
pez de Bolaño e Nabia s u m arido todos los bienes que yo ai tengo
e me pertenecen en el baile de Lorencana y en la M oyoeira con
NAVIA REMOTA Y ACTUAL
767
todo lo a ellos anejo dependientes con más todo lo que oy tengo
en R iotorto. porque quiero y es mi boluntad que llebasen sus ere­
deros los dcbos bienes v sus propiedades e drcbos e acio n es= E vo
la deba Constanca Rodríguez digo que si Dios N° Señor fuere serbido de llebar la deba doña Ysabel mi vja sin erederos descendien­
tes o no se efetua el deho casam t0 según arrib a va declarado e moriere el deho Juan yjo de P° Biciosso mi herm ano arrib a p o r mi
nom brado sin descendientes, nom bro en su lugar en la m i p arte del
deho binculo e mayorazgo a Pedro y jo segundo del deho Pero Bi­
ciosso o a sus descendientes de m ayor en m ayor como arrib a ha
debo prefiriendo el barón a la enbra, e si Dios lo llebase sin des­
cendientes que susceda en la deha mi p arte de binculo la deha Cla­
ra M artínez yja de la deha Ysabela Biciossa e sus erederos descen­
dientes según ba d ch o = E si Dios se llebare a la deba Clara M artí­
nez sin erederos descendientes quiero que la p arte de mis bienes se
destribuia entre parientes míos la m itad de deha acienda e la o tra
m itad en casar guerfanas naturales de Bibero con que abiendo las
de mi linea e siendo pobres sean preferidas a otras q u alq u iera= E
la deha m itad que m ando rep artir entre mis parientes declaro que
sean descendientes de Ysabela Biciosso mi prim a Veza de la billa
de Ribadeo m u ier que fué de Sancho Nos de San Tirso dando a la
deba Ysabela Biciossa aparte siendo biba, la q u arta p arte de la
deha m itad de bienes con que entren con los dehos vjos de la deha
Ysabela Biciossa ansi m° los demás vjos en las que quedaren de
P° Biciosso siendo bibos conque qualquiera que suscediese en la
deha mi p arte de binculo consienta en la deha m anda que el deho
Alonso Bazouez mi m arido dexa al deho Alonso López nuestro yer­
no e se entienda la m itad de h deha m anda dejarla vo p ara oue
mis erederos sean obligados a ella la qual quiero sea de deho Alon­
so López e de sus erederos librem ente, el qual deho binculo se en­
tienda con las condiciones debas arrib a e con las m as siguientes
con condición que los dehos bienes sea enaxenables e ym partibles
o se biniendo e debidir entre dos erederos en los casos arrib a nom ­
brados e debidiendose entre los dos asim is0 la p arte que a cada uno
cupiere sea vnaxe(na')ble e im partible v todos sean ym prescriptibles p ara que en ningún tiem po por ninguna m anera ninguno ni
algn°s de los que binieren e suscedieren en el deho mayorazgo los
puedan hender ni tro car ni cam biar ni enaxenar ni em peñar ni ypotecar obligar ni trasp asar ni dibidir ni a p artar todos ni p arte de
ellos lo uno de lo otro ni lo otro de lo otro ni darlo en dote ni en
arras ni en donación p ro te r nuncins ni darlo p o r n u alau ier titulo
o n e r o s o ni lucratibo ni par?» lim osnas ni p ara obras pias ni re­
dención de cautibos ni por o tra causa b o lu n taria ni necessaria en
bida ni p o r causa de m uerte aunque sea po r boluntad y consentm"
de aquel o aquellos en quien abía dé susceder y p asar el deho m a­
yorazgo aunque haya autoridad del Rey e Feyna ni de principe eredero ni de qua^quier bía nue sea o ser pueda oue todahia y en todo
tiem po este deho m ayorazgo nue les perm anezca iunto v entero e
no suxeto a debisión ni partición como deho que es e si co ntra el
tenor y form a de lo sus°dcho aparte dello el tal posedor yntentare
768
JESU S MARTINEZ FERNANDEZ
ganar licencia para acer contra esta espressa provbición aunque
sea hecho por ynorancia o personas vnorantes destas dchas condi­
ciones e binculo o ño r otro qualouier h erro r defeto e derecho o por
cualquiera caussa de las nue iciere o vntentare acer el suscesor de
deho mavorazgo pierda el deho mavorazgo todos los dehos bienes
e se traspase en el siguiente en grado a quien según la disposición
dél ubiere de benir como si él no fuera llam ado a la suscesión dél =
O trosí con condición e grabamen que el barón e enbra que en deho
mavorazgo suscediera v el m arido oue con ella casare tom e el ape­
llido nr^ncipal prim ero de Nabia e Baam onde e si la deba acienda
se debidiere como arriba bá deho el oue suscediera en la p arte de
mi el debo Alonso Bazouez tome el debo apellido de Nabia e Baam onde y el que suscediera en la parte de mi la deha Constanca Ro­
dríguez tom e Baam onde e Biciosso según cada uno de nos al p re­
sente nos llam am os e traigan el escudo e blasón de las dchas arm as
en sus reposteros e cosas necesaria v en todas las escrituras que
otorgaren y edificios oue pusieren sus nom bres pongan el debo ape­
llido e si asi no lo vcieren pierdan el deho mayorazgo el tal suscesor como si lo ubiese enajenado e benga al siguiente en grado ^ O tro ­
sí con condición que si por caso el suscesor de deho mayorazgo
tubiera herm anas e no +ubiere o tra cosa de que se poder cassar o
tnbipre en muy noca cantidad ouerem os que el tal suscesor no te­
niendo yias propias que tengan la mesma necesidad sea obligado a
dar a cada una de las tales sus herm anas la ren ta de dos años p ara
ayuda de se cassar= O tro sí con tal condicion e grabam en de la per­
sona oue ubiere de susceder en el deho binculo e mavorazgo sea ca­
tólico cristiano e no ava cometido ni com eta los delitos siguientes:
que no sea tray d o r a la corona real ni ereíe ni ava fecho otro delito
oue sea crimen lexa m avestatis v este tal si lo ubiere com etido o
rom etiese no ava ni erede el debo mayorazgo porque asi es n ta boluntad porque dende agora decimos oue no deiam os ni llam am os
en el ala persona oue semexantes delitos o qualesquiera dellos co­
m etiere v 1p damos por vncanaz e pribado de debo mavorazgo él e
sus descendientes como si no nbiera comet° el tal delito e ouerem os
oue benga el tal mavorazgo a la persona oue según la orden sobre
ella debiera benir pero si po r caso el tal fué reabili+ado e restitu i­
do en su h o n rra e fam a quedemos pueda aber e susceder en el debo
mayorazgo él e sus descendientes como si no ubiera com etido el
tal d elito = O trosí con condición oue la persona en quién a de sus­
ceder el deho mavorazgo no ?ra ni ava
ser de orden sacra ni nue
i’bíprp entrado pn rehVjón v herbó nrofesión éscepto en la orden
de caballería del señor Santiago de m anera oue rtueda aber vios le­
gítim os e de legitimo m atrim onio pero si antes de la deha profesión
v tener orden sacra ubiere abido vios lexitimos se pase este deho
m avorazgo en ellos por la orden e form a e grabám enes en el córited°s pero si los que es+ubieren ordenados en la deha religión ubiéren dispensación al tiem po que ubieran de susceder én éste debo
mavorazgo no em bargante Jo susdeho e después dellos p árá se ca­
sar estos tales suscedan en el deho mavorazgo e sus descendientes
de legitimo m atrim °= O trosí con condición que el que ubiere de
NAVIA REMOTA Y ACTUAL
769
susceder en el dcho mayorazgo e bienes del que a ltiem po e antes
que aprenda la posesion de los denos Dienes a de acer e agu ju ra m tü
c pieyiom enaxe ante ei mism o eseiioano que no enajenara ios denos
oieiics ni p a n e uenos ni ios u cjaia pci ucr am es ius lerna bien re­
parados e guard ara e cum plirá las dclias condiciones e cada una
delias e asía que haga el tai ju ra m t0 querem os que no pueda gozar
de los tales bienes ni de sus Iru io s—Utrosi con condicion queste
nuestro binculo e mayorazgo m parte del no se com eta ni ju m e con
o tro ningún binculo m mayorazgo aunque sea de y lu su e, m señor
de m u io ni o tra alguna persn“ m el tai qansi se ju n tare o po r cas a m r o por o tra causa 110 som etiera su acienda e m ayorazgo a es­
te que nos por esta escritura publica asi acemos, pero si po r casso
el suscesor o suscesora deste nu binculo e mayorazgo se casare con
otro o o tra que tengan o ayan de tener otro bincuio o mayorazgo
querem os y es n t“ boluntad que durante el m atrim 0 de los tales ios
ucños dos binculos puedan esiar junios conque íenecido el dclio
m atrim 0 se debidan entre los yjos por barones que quedaren abiendo dos e si no ubiese m as de uno o m oriesen los otros sin erederos
quedando uno solo que puedan asim ismo tener entram bos binculos
asta que aya dos erederos barones entre ios quales se debida como
deno es e lo m ism o sea si ios tales suscesores lueren enbras no
abiendo yjo b aro n = U tro si con condicion que si el que ubiese de
susceder en el deno mayorazgo e binculo iuese m u jer quental caso
el dcno mayorazgo suscediente que en defecto de enbra abía de sus­
ceder con condición quel tal barón sea obligado a se casar con la
tal que abía de susceder si lu era barón e según las condiciones des­
te m ayorazgo le pertenecía lo que a costa de los Irutos de dclio m a­
yorazgo se saque a alcance la dispensación de su S antidad y esto
se entienda estando la tal que abía de susceder por casar, doncella
o biuda sin yjos que estando casada al tiem po que podía susceder
no es nuestra boluntad de le q u itar el tal bínculo e mayorazgo antes
le llam am os a él como de antes, e ansi mismo conquel tal pariente
que abía de susceder no esté cassado questándolo e no teniendo
yjos de edad p ara poder cassar con la tal que suscediere bien p er­
m itim os e querem os que la tai se case con otro p ariente que fuere
ansim s0 de n u estra descendencia el más cercano = Por ende nos los
dehos Alonso Bazquez de Nabia e Baam onde e Constanza R odrí­
guez Baam onde e B iliosa su m ujer e cada uno de nos acemos la
deha donación mayorazgo e m ejora con las clausulas sus°dchas e
con cada una dellas e ansi lo constituym os e ordenam os como dcho
hes e reserbando como resorbam os en nosotros p ara todos los dias
de na bida e de cada uno de nos la tenencia de los dehos bienes e
los frutos e rentas dellos e querem os queste dcho mayorazgo se
cum pla e aya efeto lo en el contenido e si ay alguna ley o dreho
que lo repone o en contrario sea desta nuestra disposición si de
dercho a lugar en tal caso por birtud de la cédula lo podem os acer
por la licencia de Su Mgtd derogam os e abrogam os qualquier dercho
que en contrario sea porque en esta p arte e p ara todo lo que en es­
te dcho mayorazgo sea necess0 querem os della u sar como nos íué
concedida e querem os e m andam os que cada uno de los que ubiere
770
JESU S MARTINEZ FERNANDEZ
el dcho mayorazgo sea en su tiempo señor berdadero abido e teni­
do p ara todas las cosas que lueren utnes e provechosas a el y su
conservación e perpetuidad e las que ícieren daño e perjuicio no
baigan ni tengan eieto aigir e sea aoiao po r no necno como si n u n ­
ca m e ra m p asara e ceaernos e nos pasam os todo el dreno e ación
que abem os e tenem os a los dehos bienes en la deña doña Ysabel
N abia Baam onde nuestra yja legitima e a los llam ados en este dclio
mayorazgo según dcho es e le traspasam os toda la posesión cebil e
n atu ral e corporal de los denos bienes y p ara que aespues ae nues­
tros cuas sean tenedores e poseuores de ios denos bienes e a m ayor
abundam u nos constituym os por ynquilinos posedores del dcho m a­
yorazgo = Item digo que Alonso López mi yerno me debe ciento cinquenta ducados mas o menos lo que paresciera po r su conocimien­
to e por mi libro de quentas a lo quai me refiero e mas una cadena
de oro que pesa veinte y quatroducados m ando que los pague a la
dena Constanza Kouriguez su parte de eilos = item m andam os que
al ciengo que al tiempo de nuestro failescim iento esíubiere con ca­
da uno de nos se íe de dos ducados por cada uno de nos al tiem po
de su lallescim iento = item yo el dcho Alonso Bazquez nom bro por
com plidores deste dcho mi testam u e de lo en el contenido a la
deha Constanza Kodriguez e al dcho Alonso López mi yerno e a Lo­
pe Albarez de Baam onde e a Ares (ionzales de N abia m i sobrino
que ai prete reside en S eb illa= E yo la deha Constanza dexo y nom ­
bro por mis com plidores al dcho Alonso Bazquez e a Ju án Ares mi
herm ano e al deno Alonso López mi yerno y al dcho Lope Albarez
de Baam onde mi p rim o = A los quales dehos com plidores e a cada
uno dellos ynsolidum que m ejor disposición p ara ello tubiere da­
mos nuestro poder cum plido para que entren en qualesquiera p a r­
te de nuestros bienes e tom en los que dellos quisieren e los bendan e rem aten y entreguen e por lo que dellos ubiere cum plan y
eietuen este dcho testam u y lo en el conten0, les m andam os a los
dehos com plidores que ycieren el tal cum plim t0 po r cada uno de
nos m andam os a los m alatos de Barayo dos em inas descanda y
y otras dos por diezmos e ayuda e paga la tercia p arte en la yglesia de N abia e la o tra tercia parte en San Antolín de Villanueba y
la o tra tercia p arte en San Miguel de Anleo = Item m ando yo el
dcho Alonso Bazquez que en el m onasterio de San Fc° de la billa de
Ribadeo se digan treynta misas rrecadas por la ánim a de doña
M ayor de Baam onde mi m adre e por mis antepasados y que paguen
a los flayres que las dijeren a rreal por cada u n a = E ansi cum pli­
do este n° testam 0 e lo en el conten0 en lo al rem anente de todos
nuestros bienes deseamos e nom bram os por nu estra eredera unibrsal e lexitim a e todos ellos a la deha doña Ysabel n u estra yja lexitim a p ara que ella los erede e sus suscesores los ereden, lleven
e gocen e todos sus derechos e acciones debajo de los bínculos en
el dcho testam 0 conten°s según dcho e s = E rebocam os e dam os po r
ning0 e de ningún balor y eleto otro qualquier testam 0 o codicilio
que p o r escriptu o de palabra antes deste ayamos o qualquier de
nos hecho porque querem os que no balgan puesto que parezcan
saibó este que al presente acemos que su registro ba escrip t0 en es­
NAVIA REMOTA Y ACTUAL
771
tas ocho ojas de papel con la presente escript11 de la letra del escri­
bano el qual querem os que balga como testam 0 e si no baiga como
codicilio o escript11 publica e autentica en que dem ostram os nu estra
uuim a ooiuniau o como m ejor ubiere lugar de dreno ei qual que­
rem os que baiga en juycio e iu era del doquiera que iuese presen ta­
do e su traslado signado=A nsi mismo nos los dehos Alonso Bazquez e Constanza Kodriguez decimos e querem os e m andam os que
todas las m andas en este testam 0 contenas sean com plidas e sestetúen dentro de un año siguiente del dia de n° lallescim iento de ca­
da uno de nos por su pai te lo qual decimos e m andam os que cada
uno de ios arrib a dclios a quien algo abemos m and0 e dejado lo to­
me en pago e quenta de lo que le debemos e somos a cargo escepto
las que ansim ism o ban reserb ad as= O tro sí yo el deho Alonso Váz­
quez digo que los quatrocientos ducados que en una clausula des­
te testam 0 m ando se den a mi yjo e de M aria de Castropol m ando
que se depositen en poder de Ares González de N abia sobrino e comp n dor ei qual los tenga p ara se los dar o bolber a mis erederos con­
form e a la clausula en testim onio de lo qual en la billa de Ribadeo
a Vte y dos dias del mes de teb° de mil e quinientos e sesenta e nuebe años otorgam os este deho testam 0 e lo en el conten0 ante el es­
cribano y testigos yuso escriptos e lo tirm am os de n°s nom bres
siendo testigos el deho de- Santo Ysidro m estre Francisco e Albaro
González de C astrillón e Lope Albarez yjo del deho Lope Albarez
e Gonzalo criado del deho Lope Albarez vecn°s e abitantes en la
deha billa de Ribadeo = E yo el escribano conozco a los otorgantes
e testig o s= Alonso Bazquez = Constanza R odríguez= el deho de
Santo \s id r o m estre Francisco pasó ante m i=D iego López escriba­
no público de S.M. en todos sus Reynos e señoríos e escribano del
consistorio de la billa de Ribadeo e vez° della que al o torgam t0 del
deho testam" con los dehos otorgantes y testigos he sido presente
y de otro tanto que po r registro me queda firm ado de los dehos
otorgantes y de algunos de los dehos testigos fielm ente de pedm t0
de Lope Albarez B aam onde com plidor en la deha billa a cinco dias
del mes de m arco del año de mil e quinientos e sesenta e nuebe
años después que el deho Alonso Bazquez se fallesció fice escrebir
e sacar este traslado en estas quince ojas de papel con la preste pla­
na y en fé de ello fice mi signo en testim onio de berdad= D iego Ló­
pez = En la billa de Ribadeo a veinte y tres dias del mes de febr0 del
año de mil e quinientos sesenta e nuebe años ante mi el escribano
e testigos yuso escript°s Alonso Bazquez de Nabia e Baam onde vez0
de la billa de N abia estando enferm o aunque con todo su juyeio y
en ten d í0 que Dios fué serbido de le dar y que solía tener antes de la
enferm edad digo que él abía fecho su testam 0 el dia pasado que
se contaron beynte y dos del preste febr0 ante mi el deho escriba­
no e de lo en el contenido e estaba bien acordado y al preste no ynobando ni alterando en el deho testam 0 ni en lo en el conten0 antes
lo afirm ando e retificando teniendo como siem pre abía tenido deboción a N tra Sa la birgen M aria y en el señor San B arto lo m é= Digo
que allende de lo en el deho su testam 0 abía m andado tocante a las
dos misas de cada año perpetuamte abía mandado decir en Lienes
771
JESU S MARTINEZ FERNANDEZ
en la yglesia de N:' Sa de Jos Remedios dixo que era su boluntad e
m anaaoa e m ando que su eredero por los bienes que a la lim osna
üe las aos m isas en ei dcho te sta n r ban ypotecados aga decir e se
digan caua oispera ae iv*
ae m arco ue caaa ano perpetm ie en la
>giesia ue Na 5 4 ae los Remedios de Llenes una seis misas regadas
4ue digan seis clérigos o irayles quales su eredero quisiere y se les
de de lim osna por cada una un real= Y ansi mism o m ando que ca­
da bíspera del día del aposlol San Bartolom é se dixesen en la dcha
yglesia de Llenes de cada año perpetm te quat° misas regadas e por
cada una se de de limosna un real e se entienda que una de las
qu atu m isas de San B artolom é a de ser cantada e lo mism o una de
las seis de bispera de Nil Sa tam bién sea cantada e que por las can ta­
das se pague de lim osna un real e medio e se dé cera p ara las alum ­
b rar e com ida a los tales sacerdotes e a la paga de la dcha lim osna
ypoteco e obligo ansim ism ” los bienes quen la clausula del dcho
lestam “ están o aligados a ia limosna de las dchas dos m isas que
asi m anuo perp etn n e en la dcna yglesia de Nu Sa de los rem edios lo
qual todo ansim" la dcha Constanza Rodríguez de Baam onde con
el dcho Alonso Bazquez su m arido dijo m andaba tam bién po r bia
de codicilio e tanto el uno como el otro = E ansim 0 los dchos m ari­
do e m ujer dixeron m andaban e m andaron a M arina Alvarez unos
tres m u m rs e una saya de Londres de paño bajo p ara su casam t0
e aunque no se case e la dcha Constanza Rodríguez allende de lo
sobredcho en el dcho testam" contenido dijo m andaba e m andó se
digan en la billa de Ribadeo cinquenta misas por el anim a de sus
padres e los sacerdotes que las dijeren en fin de cada una salgan
con cruz e responso sobre las sepulturas de los padres de ella ro­
gando a Dios por sus án im as= E ansim ism o dijeron que m andaban
e m andaron a Sta Ma de Guadalupe dos bacas qués baca y xata
questán en Lienes que son bermellas y e una m ayor e b lan ca= Item
dijo el dcho Alonso Bazquez que con Alonso Rodriguez de Barreiro vez° de la billa de Ribadeo tenía contratación de doela y tenían
en N abia e su rio cinquenta y q u at0 m illares menos la que llevó el
rio la cual es de León e para ello e para lo demás que tiene com pra­
do dijo que lo que paresciere que tiene asentado en su libro e m emo­
riales de lo que le tiene dado es berdad e que el dcho Alü Rodriguez
a de dar ragon de la mas que está com prada allende de la sobredcha
e que m andaba se aberigue e se aga alcance de lo que se debiere
entre el uno al otro, e echo se aga la paga y se cobre lo que se de­
biese = E ansim° m anda el dcho Alonso Bazquez que al tiem po que
Dios fuere serbido de lo llebar se le bista del ábito del Sr. Sn Fe =
En lo qual los dchos Alonso Bazquez e Constanza Rodriguez no al­
tercando en el dcho su testam ü antes e firm ándolo e rateficandolo
dijeron que por bía de codicilio e por la que en tal caso p ara su balidación m ejor ubiere lugar de drcho m andaban lo sobredcho ante
mi el dcho escribano e testigos yuso escriptos e lo firm ó la dcha
Constanza Rodriguez y el dcho Alonso Bazquez dijo no podía fir­
m ar e rogó a Fernando Sanjurjo vez0 de Castropol que por el fir­
mase y m andó el dcho Alonso Bazquez que unas nobenas que abía
él prometdo a estar en Sta Maria de la Puente se digan e agan con
NA VIA REMOTA Y ACTUAL
773
sus misas e tam bién se cum plan unas rom erías aue él abia prom e­
tido en Sto Andrés de Texido v en Na Sa de Conforto e a Na Sa de
O nadalune = A todo lo qual fueron testigos el dcho Fd° S an iu rio e
Juan de Balbin e Rodrigo S aniurio e m estre Francisco iio del dcho
Fd° S aniurio e Pero Albarez sobrino de dcho Alonso Bazquez a los
míales otorgantes e testigos vo escribano reconozco= P or la parte
Fd° S anjurio = Constanza Rodríguez = Pasó ante mi Diego López
e scrib a n o = E n la billa de Ribadeo domingo que se contaron veinte
v siete dias del mes de febr0 del año de mil e quinientos e sesenta
e nuebe a ñ o s= Ante mi el Escn° e testigos vuso escriptos Alonso
Fazquez de Baam onde de Nabia questaba enferm o aunque con to­
do su iuvcio v entendim t0 natural que solía antes de la dcha enfer­
medad tener, dijo que a veinte e dos e a veinte y tres dias del preste
febr° por ante mi el dcho escribano abia fecho su testam 0 ( ........... )
e su codicilio e de lo contd0 en los dchos testm°s e codicilio estaba
muv bien acordado los quales por la bia oue m as para balidacion
de lo en ellos conten0 ava lugar de drcho diio que aprobaba e ra ti­
ficaba no altereando ni vnovando en ellos ni en cosa de lo en ellos
conten0 y despues de asi fechos pensando m eior en la salbacion de
su alm a e por lo oue p ara ello le conbenía dijo que por la bia de
codicilio e por la bia que para balidacion dello m ejo r ubiese lugar
m andaba e m andó oue por sus bienes se den e paguen a Teresa Pola w e ia y dé a Al° Rodríguez de Nabia su sobrino quince mil m rs
e a Suero Mendez de Nabia escribano m andó se le diesen e paga­
sen diez mil m rs y en lo de las quentas que con él tenía diio se re­
fería a sus libros según se contenía en una cláusula xeneral que en
lo tocante a sus contrataciones deiaba en su testam 0 las quales
debas m andas de quince mil m rs v diez mil m rs m andaba y m anda
se cum plan iuntam en te con las mas en los dchos testam°s e codicilios contenidos con lo qual rateficaba e rateficó los dchos tes­
tamos e codicilios no alternando en ellos ni en su fuerqa cosa algun a = E n testim 0 de lo qual otorgo lo sobredeho e porque po r su
vndisposizión v enferm edad oue tenía no podia firm ar rogó a Grabiel N u ñ e z de Lam as clérigo oue por él firm asse lo sobredeho de
sn nom bre a lo qual fueron testigos el dcho Grabiel Nuñez e Lone
Albarez e M estre Francisco e Pero Nuñez e Juan Rodríguez Ferreiro vez°s de la dcha billa e abitantes e yo el escribano conozco al
otorgante e testigos Grabiel Nuñez. Lope Albarez, m estre Francisc o = P a só ante mi Diego L o p ^ z escribano publico de Su M agestad
e escribano del consistorio de la billa de Ribadeo e vezino della.
oue al dcho otorgam iento de los codicilios con los dchos otorgan­
tes e testigos p sido presente fielmente de otro tan to oue p o r re­
gistro me queda fice escrebir e sacar el traslado de pedim iento de
Lope Albarez de B aam onde com plidor, y mi signo en testim onio de
berdad= D iego López escribano.
E yo Alonso Ga Rayón escribano publico del Pey N° Sr. y de nú­
m ero v avuntam 0 deste Conceio de Nabia de pedim t0 e re c u e rt0 de
doña Catalina de Nabia v Moscoso biuda de Alonso López de Nabia
v Bolaño difunto vez0 del dcho conceio saqué este traslado fielm en­
te del traslado signado de los codicilios y testam 0 de Alonso Baz-
774
JESU S MARTINEZ FERNANDEZ
quez Baam onde y Constanza Rodríguez su m ujer que pasaron ante
Diego López escribano, vezino que era de la billa de Ribadeo Reyno
de Galicia según del dcho traslado y sus firm as consta y parece el
qual bolbí a entregar a la dcha doña Catalina y este traslado con­
cuerda con el que le bolbí a entregar a que me refiero = Y en fe
dello lo signo en el lugar de Cabanella deste concejo de Nabia a tres
dias del mes de nobiem bre deste año de mil e seiscientos y treinta
y uno y en fe dello lo signo y bá en estas diez ojas todo ello en esta
que bá mi signo.
En testim onio de berdad.
Alonso Ga Rayón, escribano.
E L CONCEJO DE VILLAVICIOSA,
SEGUN E L CATASTRO DE ENSENADA
POR
J. L. PEREZ DE CASTRO
A José Manuel Valdés Costales, villaviciosino,
y servidor secreto y eficaz de la cultu ra astu ria­
na. Am or librorum nos unit.
Continuam os la publicación de las RESPUESTAS GENERALES
dadas al In terro g ato rio de la Letra A, del C atastro del M arqués de
la Ensenada, efectuando la transcripción de las correspondientes al
Concejo de Villaviciosa, siguiendo el m anuscrito que de las m ism as
obra en el Archivo General de Simancas, Dirección General de Ren­
tas, E stadística de Fernando VI, Inventario de los Libros que con­
tienen las Respuestas Generales al Interrogatorio hecho a los pue­
blos en 1749-1750. Form an p arte de las dadas p ara el Reino de
León y Principado de Asturias, y se encuentran en el Libro 369,
folios 390-457. Su texto dice así:
«CONCEJO DE VILLAVICIOSA. COPIA DE SUS RESPUESTAS GE­
NERALES.
En la villa de Villaviciosa a ocho días del mes de m arzo de mil
setecientos y cincuenta y tres años, ante el señor don Gonzalo An­
tonio Fernández de Tejada, Capitán de Infantería y Juez Subdele­
gado de este concejo p ara las diligencias de arreglo y establecim ien­
to de la Unica Contribución, po r S. S.a el señor don Gabriel Francis­
co Arias de Saavedra, del Consejo de S. M., su Intendente y Comi­
sionado General de este Principado, estando en las Casas de su
776
J. L. PEREZ DE CASTRO
habitación, com parecieron don Ramón de Valdés, Teniente de Juez,
y Alcalde O rdinario por el estado noble de esta dicha villa, en au­
sencia de don Francisco Solares y Francisco G uerra Tresvilla, Juez
de ella por el Estado General; don Pedro José de Peón Queipo;
don Francisco Antonio Miravalles, sus Regidores perpétuos; Juan
Rodríguez Moro, escribano de este concejo y su Ayuntam iento, con
concurrencia de don Francisco Antonio Villaverde, A rcipreste de él, y
Cura Párroco de la Iglesia de Santo Tomás de Coro, de Mateo de
Medio, Perito nom brado por la Justicia y Regimiento de este dicho
concejo, po r lo que toca y respeta al térm ino de la parro q u ia in­
titulada de Santa María de el concejo de esta villa; Domingo la
Vega por lo correspondiente a la de San Juan de Amandi; Gabriel
de Obaia por la de dicho Santo Tomás de Coro; Fernando Alvarez
por la de Santiago de Peón; Andrés de la Riera por lo que m ira a
S anta M aría Magdalena de los Pandos; Juan de Ceñal por la de San­
ta M aría de Rozadas; Gabriel de E strad a por la de Santa Eulalia
de Selorio; Pedro Alonso por la de San Justo y Sariego su hijuela;
José V illar po r la de San Juan de Camoca; Diego Crespo por la de
San Vicente de Grases; B ernardo Moñiz por la de San Salvador de
Fuentes; Juan Rivero por la de San Vicente de la Palma; Domingo
Alonso por la de San Esteban de Miravalles; Francisco de Ortiz
por la de San M artín del Mar; Juan Fernández por la de Santa
Eulalia de Carda; y Alonso de la Llera por la de San Salvador de
Priesca; Francisco Alonso Baldidares por la de S. Andrés de Baldebárzana; Francisco Alonso la Espina por la de S anta M aría de
Celada; Gabriel de Tuero por la de Santa M aría de Nievares; José
Fernández po r la de San Pedro de Ambas; José de Pando por la de
San Vicente del Busto; Francisco la Vega B arguera po r la de Santa
M aría de Lugas; Juan de Pando por la de San Cosme de Fornon;
José de la Llera m avor en días por la de Santa Eugenia; Francisco
la P rida p o r la de San M artín de Valles, Antonio Fernández po r la
de San Julián de Cazanes; Francisco la Agüera por la de San Andrés
de B edriñana; Juan de Costales por la de S anta Cecilia de Careñes;
Francisco Alonso Olivar por la de S. Pedro de Villaverde; Toribio
de Ponga p o r la de S. Feliz de Oles; Juan del Valle p o r la de S. Mi­
guel del Mar; Fernando Gixón por la de S. Sebastián de Quintes y
S. Clemente de Quintueles su hijuela; Francisco Baldés por la de
S. Juan del Castiello; Francisco de Tuero po r la de S. Mames de
Argüero; Francisco Baldés por la de Santa Eulalia de Lloraza; y
José del Acebal por la de Santa María de Arroes; de los cuales a
excepción de dicho Párroco, como de Ignacio Cótero, Antonio de
la C arrera, vecino del Coto de Bal de Dios, Gregorio Cobian y José
EL CONCEJO DE VILLAVICIOSA, SEGUN EL CATASTRO DE ENSENADA
777
García N orniella del de Poreño; Antonio García del concejo de
Cabranes, Peritos nom brados por cuenta de la Real H acienda por
tenerlo asi po r conveniente dicho Señor Subdelegado, a fin de
que las R espuestas que se den al Interrogatorio im preso señalado con
la letra A, que va p o r cabeza, a cuyo efecto es esta Junta, sea y se
ejecuten con la m ayor pureza y conocimiento, tom ó y recibió ju ra ­
m ento por Dios y una Cruz según derecho y los suso dichos lo hi­
cieron como se requiere, prom etieron decir verdad unos y otros,
conform e a su leal saber y entender y les corresponda, en cuya
consecuencia su m erced les hizo presente la Real m ente de S. M.
que Dios guarde, p ara que sin perjudicarla ni agraviar al vasallo,
hubiesen de deponer y declarar, con arreglo a m ateria tan im por­
tante, y cada uno en su lugar sin causar el m enor estrépito ni de­
tención alguna que no sea con ju sto m otivo de duda legítim a, que
pueda ofrecerse, bien entendidos, de que si resultarse m otivarse de
algún fin particu lar, que ceda en deservicio de am bas M agestades o
de qualquiera de ellas, protesta dicho señor Subdelegado tom ar las
providencias que le parezcan mas convenientes, a obiar el atraso de
esta operación, y habiéndolo así entendido en su consecuencia: Di­
jero n lo siguiente:
1.a) A la prim era pregunta: Dijeron que esta población se lla­
m a la Villa de Villaviciosa, cabeza del concejo de su nom bre en
que com prende las trein ta y siete parroquias que se hace mención
antecedentem ente: y responden.
2.a) A la segunda que este dicho concejo es de jurisdicción Real;
cuya Justicia y Regimiento tiene la facultad de no m b rar anualm en­
te un Juez del estado noble y otro por el estado general, un P ro­
curador Sindico General, tam bién del Estado noble; siete Alcaldes
de la herm andad: los cinco del Noble y los dos del General y un
M ayordomo de Propios.
3.a) A la tercera que el territo rio que ocupa su térm ino, es, des­
de oriente a poniente de tres leguas y de dos desde el M ediodía al
norte, y nueve de circunferencia que se andaran dos días. Confronta
a O riente con el concejo de Colunga; Mediodía con el de Cabranes
y Piloña; Poniente con el de Sariego y Gijón, y del N orte con el
M ar Océano; y su figura es la del margen.
4.a) A la C uarta que en el térm ino de dicho concejo hay vein­
te y una especies de tierra de regadío y secano, que son las siguientes:
1
.a—H uertos de hortaliza y arcacer de regadío, que producen sin
interm isión.
2.a—H uertos de hortaliza o arcacer de secano, que producen de
el m ism o modo.
778
J. L. PEREZ DE CASTRO
3.a—Tierras de maiz y habas de secano, que producen seguida­
mente.
4.a—Tierras de secano que dan un año escanda y al siguiente
maiz y habas alternando sin descanso.
5.a—Tierras de secano que producen un año trigo y al siguiente
maiz y habas, alternando sin descanso.
6.a—Tierras que producen m itad escanda y de trigo, alternando
igualm ente con el maiz y habas, como las antecedentes tam bién de
secano.
7.a—Tierras de secano que producen una parte escanda y las
dos de trigo, alternando de el mismo modo, al siguiente año con el
maiz y habas.
8.a—Tierras de secano que producen una p arte escanda y las
tres de trigo, alternando con el maiz y habas del mism o modo.
9.a—Tierras de secano que producen po r dos años uno escanda
y otro maiz o m ijo y panizo subalternando sin descanso estas dos.
10.a—Tierras plantadas de pum ares para hacer sidra, con des­
canso de un año.
11.a—Tierras de pevidales, o criadero de dichos pum ares.
12.a—Tierras plantadas de cerezos, en debida form a.
13.a—Tierras plantadas de nogales que llam an nozaledas.
14.a—Tierras plantadas de castaños.
15.a—Prados de regadío que dan hierba de guadaña y dos pacio­
nes: una de prim avera y otra de otoño.
16.a—Prados de secano que producen lo mismo.
17.a—Prados de secano que dan hierba de guadaña y pación de
otoño.
EL CONCEJO DE VILLAVICIOSA, SEGUN EL CATASTRO DE ENSENADA
779
18.a—Tierras de pascon que llam an roederas, p ara los ganados
en cierros propios que llam an controzos.
19 a—Tierras de pasto a diente que llam an llendon.
20.a—Tierras de m ato rral y roza, incultas, en cierros propios, y
otras peñascosas e infructíferas, en térm inos comunes.
21.a—M ontes de robles y carballedas p ara corta de leña, en tér­
m inos propios y comunes.
Y se nota que no hay tierras, que den dos cosechas al año;
pues aunque se siem bra lino y alcacer en algunos controzos de las
heredades de buena calidad, es tan variable y de tan corta canti­
dad, que no se puede hacer regulación por tres cuatro ni m as años
a dichas tierras, ni p ara sacar estas especies; y el producto todos
los años es por el continuo abono con que las benefician los lab ra­
dores.
5.a) A la quinta pregunta dijeron que en dichas heredades hay
en las especies tercera, cuarta, quinta, sexta, sétim a, octava y de­
cima, de todas tres calidades; en la prim era, segunda, quince y die­
ciseis solo de la prim era; en la once y en la doce de la segunda. En
la trece y en la diecisiete de la prim era y segunda; de la nueve,
catorce, dieciocho, diecinueve y veinte y una de la tercera y que
tam bién hay de la inculta y la esteril.
6.a) A la sexta pregunta que en los térm inos de este concejo
hay plantíos de árboles frutales puestos en debida form a, como
m anzanos, nogales, cerezos y castaños; y otros plantados sin re­
gla, orden ni m edida en la extensión y m argenes de las heredades y
dispersos en los térm inos comunes, como son perales, higueras,
guindos, avellanos, ciruelas, prunales, pavías, limones y naranjos.
Y tam bién hay de las infructíferas como son robles o carballedas y
de estos tam bién plantados unos en debida form a, como dueños
propios y otros dispersos e interpolados en los térm inos comunes.
7.a) A la séptim a pregunta que dichos arboles de plan taría de
que se ha hecho m ención, están en tierras propias y con la debida
proporción, y los otros p ara dar fuerza a los cierros de algunas de
las heredades, y o tras como se ha dicho, en los comunes.
8.a) A la octava pregunta, dijeron lo que en la antecedente.
9.a) A la novena dijeron, que las m edidas de tierra, de que se
usa en este concejo, es por dias de bueyes, que es la que está dada
generalm ente por la Justicia y Regimiento de esta Villa, y se usa
en la m ayor parte de este Principado, que se com pone de veinti­
cuatro varas claveras de frente y cuarenta y ocho de costado, o
largo; teniendo cada una de estas varas cinco cuartas castellanas,
con que viene a com ponerse el frente de cada día de bueyes de
780
J. L. PEREZ DE CASTRO
trein ta varas castellanas, y sesenta de largo o costado. Y en esta
conform idad se ejecutan judicialm ente. Y en el terreno que ocupa
un dia de bueyes, se siem bra en todos los térm inos de este con­
cejo, con siete copines de fisga, en erga, que hacen tres y medio en
limpio, y lo mism o de trigo; y al siguiente año en dichas tres ca­
lidades, con un copin de maiz y medio galipo de habas en la buena
y m ediana calidad; y en la de ínfima con un copín de maiz por no
d ar habas. Y en las parroquias de la m arina, se siem bran con tres
partes de copín de maiz, y la cuarta p arte de panizo o m ijo. Que
un dia de bueyes de buena calidad en la parro q u ia de Villaviciosa
y dem as tierras que hay en las parroquias que solo producen maiz
y habas, se siem bran todos los años con copín y medio de maiz y m e­
dio copín de habas.
Y
se nota que aunque en las parroquias de Bedriñana, Selorio, San M artin del Mar, no se siem bra p o r lo regular h a­
bas, las tierras de m ediana calidad, tam bién es cierto se co­
ge en ellas m as maiz por faltarle la desipación de aquella
sem illa y porque favorece a la de maiz el aire húm edo de
la m arina; po r lo cual no obstante haber considerado la diferencia
del precio de uno y otro grano, los igualaron en siem bra y produc­
to; y que aunque en las de ínfim a calidad tam bién las dan, no se
las consideran por ir cargadas las otras. Y tam bién dijeron que
en este concejo se compone la fanega de ocho copines, cada uno
de dos celemines castellanos, de m anera que viene a tener dicha
fanega dieciseis celemines castellanos, y hace cada copín dos galipos, un galipo seis m aquitos o pucheras, y un ochavo se com pone
de cinco copines.
10.a) A la décima pregunta, que en el térm ino de este concejo
hay ciento y diecinuebe mil quinientos y cuatro días de bueyes,
los veintiún mil setecientos y doce de tierras labrantias, de los
cuales trein ta y uno de huerto de hortaliza y alcacer; los cuatro
regadíos y los veintisiete de secano; unos y otros de buena calidad,
cada uno en su especie. Q uatrocientos y trein ta y seis que produ­
cen maiz y habas, seguidamente, los noventa y siete de buena ca­
lidad; doscientos y uno de mediana; y los ciento trein ta y ocho res­
tantes de ínfima. Once mil doscientos y cincuenta y siete que pro ­
ducen fisga un año y al siguiente maiz y habas alternando en las
tierras de buena y m ediana calidad sin descanso. En las p arroquias
de Amandi, Coro, Peón, La Magdalena, San Justo, Camoca, Grases,
el Busto, Lugas, Priesca, Celada, Tornon, Santa Eugenia, San M ar­
tin de Valles, Cazanes, Bedriñana y Miravalles, sacando los dos lu­
gares de M iravalles y Cam atierra, de los cuales doscientos y cua­
ÉL CONCEJO DE V1LLAVIC10SA, SEGUN EL CATASTRO DE ENSENADA
781
renta y cinco de buena calidad; tres mil y setenta de m ediana,
siete mil novecientos noventa y dos de ínfima. Trescientos ochenta
y ocho que producen del mism o modo fisga un año, maiz y habas
al siguiente, alternando sin descanso en las tierras de buena y me­
diana calidad. En las parroquias de Careñes, Quintes, Quintueles,
San Miguel del Mar, Oles, Castiello, Arguero, Tuero, La Lloraza y
Villaverde, los veinte de buena calidad, y trescientos y sesenta y
ocho de m ediana. Que en las expresadas parroquias de la M arina,
producen un año fisga y al siguiente año tres partes de maiz y una
de panizo y m ijo, alternando sin descanso, de única ínfim a cali­
dad. Tres mil trescientos trein ta y dos dias de bueyes que produ­
cen un año trigo y al siguiente maiz y habas, en la de buena y m e­
diana calidad; y solo trigo y maiz en las de ínfima. En las p a rro ­
quias de Fuentes, San Vicente de la Palma, Carda, Arroes, S. Pe­
dro Ambas, Nievares, Rozadas, y en la parro q u ia de M iravalles, en
el lugar de M iravalles y Cam atierra, ciento y cuarenta y cinco de
buena calidad; mil y ciento de m ediana, dos mil y ochenta y siete
de ínfim a. Dos mil ciento y setenta días de bueyes en la parro q u ia
de Selorio, m itad de fisga y m itad de trigo, considerándose estas
dos especies de granos de todas tres calidades, con la alternativa
de maiz y habas, como las antecedentes; y de estos sesenta dias
de buena calidad, ciento y cincuenta de m ediana y mil y seiscien­
tas de ínfim a. Mil ciento y sesenta dias de bueyes en la p arro q u ia
de V aldebarzana y en Term in, hijuela de San Pedro Ambas; cuyas
tierras son de dos partes de trigo y una de fisga, alternando igual­
m ente con el maiz y habas como las antecedentes, y de ellas, cua­
ren ta y dos de buena calidad, trescientas y cuarenta de m ediana,
y quinientas y setenta y ocho de ínfima. Y los cientos y ochenta y
cinco restantes en la parro q u ia de San M artin del Mar, las tres
cuartas partes de trigo y una de fisga, alternando como las antece­
dentes con el maiz y habas; los diecinueve de buena calidad, trein ­
ta de m ediana, y ciento y trein ta y seis de ínfima. De prados de
guadaña ocho mil ciento y ochenta y nueve dias de bueyes, los ochen­
ta y siete de regadio, todos de buena calidad; trescientos cuarenta
y cinco de secano de buena calidad; dos mil trescientos veinte y
ocho de m ediana; y cinco mil cuatrocientos y diecinueve de ínfima.
Los prim eros dan hierba de guadaña y dos paciones. Los de me­
diana hierba de guadaña y una pación y los de ínfim a calidad tam ­
bién hierba de guadaña y una pación. De pastos que llam an Liendon, propio de particulares, dentro de cierros, tres mil y cuatro
dias de bueyes. De m ato rral o tierra inculta po r desidia, dentro de
dichos cierros, tres mil y sesenta y un dias de bueyes. De tierra
782
J. L. PEREZ DE CASTRO
plantada de pum ares, en debida form a, que llam an pum aradas,
cuatrocientos dias de bueyes: treinta y nueve de buena calidad,
doscientos cuarenta y nueve de mediana, y ciento y doce de ínfi­
ma.—De criadero de pum ares, que llam an pidales, tres dias de
bueyes en tierra de m ediana calidad. De tierras plantadas de no­
gales, cuatrocientos y veinte y cinco dias de bueyes: los doce de
buena calidad, plantados en debida form a, que llam an Nozaledas,
y los cuatrocientos y trece en comunes de ínfim a calidad. De tie­
rras plantadas de castaños, siete mil ochocientos cuarenta y ocho
dias de bueyes, los cinco mil ochocientos y diez puestos en debida
form a y en térm inos propios, y los dos mil y cuarenta y ocho dis­
persos e interpolados en térm inos comunes, todos de ínfim a cali­
dad. De tierra plantada de cerezos, plantados en debida form a, dos
dias de bueyes. De controzos en cierros, cuarenta y ocho dias. De
m ontes de robles y carbayedos p ara corta de leña, tres mil seis­
cientos y cincuenta y nueve dias de bueyes: Tres mil y trescientos
plantados fen debida form a, con dueños propios; trescientos y
trein ta y nueve interpolados en térm ino com unes, y los trein ta
restantes de carbayedas con dueños propios y de ínfim a calidad.
Y los sesenta y nueve mil doscientos y catorce restantes de com u­
nes. Los veinte mil de m onte bajo y árgom a, que lo son incultos
por desidia y si se beneficiaran, pudiera p roducir pan y maiz. Y
los cuarenta y nueve mil ciento y sesenta y cuatro de tierra peñas­
cosa, árida, inculta e infructífera por naturaleza, con lo que com­
ponen los expresados ciento y dienueve mil quinientos y cuatro dias
de bueyes.
11.a) A la undécima, que hay las especies de tierra que se re­
fieren en las respuestas cuarta y sexta.
En este estado y extendida la m ayor parte de la respuesta duo­
décima, llegó a esta dicha villa, ayer diez del corriente, en la noche,
el Sr. don Gabriel Francisco Arias de Saavedra, del Consejo de S. M.,
su Intendente y Comisionado General en este Principado p ara las
diligencias correspondientes al arreglo y establecim iento de la Uni­
ca Contribución, e inform ado de que los Peritos nom brados por
la Justicia y Regimiento de esta expresada Villa, no procedían en
sus declaraciones según están obligados, providenció que hoy once
del presente mes de marzo, se juntasen en las Casas de Ayunta­
m iento con asistencia de los jueces noble y del estado llano, el
A rcipreste de este concejo, los dos diputados Regidores y E scriba­
no de dicho Ayuntam iento, a fin de proseguir en estas generales
S. Señoría, y con efecto, habiendo tenido el concurso (a excepción
del Párroco que no concurrió), les tom ó a todos ju ram en to por
ÉL CONCEJO DE VILLAVICIOSA, SEGUN ÉL CATASTRO DÉ ENSENADA
783
Dios y una cruz, según derecho, y los susodichos lo hicieron como
se requiere, prom etieron decir verdad a su leal saber y entender,
y prevenidos de que han de declarar según su sincero juicio y ex­
periencia, sin miedo, contem plación ni respeto alguno y sin des­
cuento, ni reb ajar rentales, observando en todo la m ayor pureza;
dijeron lo siguiente:
12.a) A la doce, que la m edida de un dia de bueyes, regadio y
secano, buena calidad que produce hortaliza y alcacer sin descan­
so, le regulan con el dia de bueyes de buena calidad que produce
maiz y habas seguidam ente en esta p arroquia de Villaviciosa; y
el de hortaliza y alcacer de secano en las demas, con los de fisga,
maiz y habas de buena calidad.—Que un día de bueyes de buena
calidad sem brado de fisga, en las parroquias de Amandi, Coro,
Peón, la M agdalena, San Justo, Camoca, Grases, el Busto, Lugas,
Priesca, Celada, Tornon, Santa Eugenia, San M artin de Valles, Cazanes, B edriñana y Miravalles, a excepción de los dos lugares de
M iravalles y C am atierra, producen con una o rdinaria cu ltu ra y
beneficio, unos años con otros, dos fanegas de fisga, y al siguiente
año dos fanegas y cuatro copines de maiz, seis copines de habas.
El de m ediana una fanega y seis copines de fisga y al siguiente
año dos fanegas de maiz y tres copines dehabas. Y el de ínfima,
una fanga de fisga y al siguiente año una fanega y dos copines de
maiz sin habas. Que un dia de bueyes de buena calidad, en las pa­
rroquias de Quintes, Quintueles, Villaverde, Careñes, Castiello, Arguero, Tuero, La Lloraza, Oles, San Miguel del Mar, pertenecien­
tes a la m arina, produce una fanega y cuatro copines de fisga y al
siguiente año dos fanegas de maiz y cuatro copines, y seis copines
de habas. Del de m ediana una fanega de fisga y al siguiente dos fa­
negas: dos fanegas de maiz y tres copines de habas. Y en las de ín­
fim a, que altern a el pan con el maiz, panizo o m ijo, produce el
p rim er año seis copines de fisga y al siguiente una fanega de maiz
y dos copines de panizo o mijo. Que un dia de bueyes de buena
calidad sem brado de trigo en las parroquias de Fuentes, S. Vicente
de la Palm a, Carda, S. Pedro de Ambas, Nievares, Rozadas, Arroes
y en la parroqu ia de M iravalles, los dos lugares M iravalles y Ca­
m atierra, produce dos fanegas y dos copines de trigo. El de m edia­
na una, y seis copines; y el de ínfim a una y dos copines, altern an ­
do igualm ente todas calidades con el maiz y habas, como las ante­
cedentes. Que un dia de bueyes en la parroquia de Selorio, que se
siem bra de trigo y fisga por m itad. En la de V aldebarzana y Ternín, las dos partes de trigo y una de fisga. En la de San M artin del
Mar, las tres partes de trigo y una de fisga, producen igualmente,
784
j . L. PEREZ DE CASTRÓ
como las antecedentes, cada una en su especie, y en todas tres ca­
lidades y con la mism a alternativa de maiz y habas. Que un dia de
bueyes en la parroquia de Villa viciosa, en que solo hay la especie
de tierra de maiz y habas, todos los años, produce el de buena ca­
lidad tres fanegas de maiz y ocho copines de habas; el de m ediana
dos fanegas y cuatro copines de maiz y otros cuatro de habas y el
de ínfim a una fanega y seis copines de maiz y tres copines de ha­
bas. Y en las parroquias de Amandi, San Vicente de la Palma, Miravalles, Fuentes, Selorio, Peón, Arroes, S. Justo, Bedriñana, Ro­
zadas, San Pedro Ambas, Carda, Priesca, S. M artin de Valles y Cazanes, que hay la m ism a especie, produce el de buena calidad dos
fanegas y seis copines de maiz y cuatro copines de habas; el de
m ediana dos fanegas y dos copines de maiz y tres copines de h a­
bas; y el de íntim a una fanega y cuatro copines de maiz y copin
y medio de habas.—Que un dia de bueyes de prado regadío de bue­
na calidad da un carro de hierba de guadaña y dos paciones, una
de prim avera y o tra de otoño. El de secano de buena calidad tres
partes de carro y las mism as dos paciones. El de m ediana medio
carro de hierba y una pación de otoño, y el de ínfima, la cuarta
parte de un carro de hierba. El día de bueyes de Llendon o pascon, le aprecian en veinte maravedíes y el de controzos en quince.
Y el de m ato rral o inculto seis maravedíes.
13.a) A la trece que los arboles frutales que se dejan dicho en
la respuesta sexta, se hayan plantados en debida form a en tierras
propias y otros en los margenes de las heredades, y otros po r dis­
tintos sitios sin orden, regla ni medida, se reducen a esta: Que un
dia de bueyes plantado de manzanos le ocupan cincuenta pies; y
en los que están en form a de planturia en tierras propias, produce
el de buena calidad pipa y media de sidra de veinte y cinco can­
taras m ayores, cada dos años; el de m ediana tres cuartos de pipa
y el de ínfim a media. Y en los demas árboles dichos en los cierros
y esparcidos, regulados a los de m ediana calidad, que un dia de
bueyes plantado de nogales en debida form a y los que se hallan
esparcidos, de dieciocho pies cada uno; los prim eros en tierra de
buena calidad y los segundos en la ínfima, produce una fanega de
nueces. Que un dia de bueyes plantado de castaños, de dieciocho
pies, en la parro q u ia de Amandi, Fuentes, Coro, Lugas, El Busto
y S. M artin de Valles, produce una fanega de castañas; y en el res­
to de las dem as parroquias del concejo m edia fanega; todas tie­
rras de ínfim a calidad. Que un dia de bueyes de perales, de cin­
cuenta pies cada uno, dos reales cada dos años. El de prunales y
rásales, compuesto de los mismos cincuenta pies, medio real en
ÉL CONCEJO DE V1LLAVICÍ0SÁ, SEGUN ÉL CATASTRO DE ENSENADA
785
cada un año; lo mism o de los guindos y tam bién lo propio de las
ciruelas. Los cerezos tam bién de cincuenta pies, dos reales cada
un año. Los pescales tam bién de cincuenta pies, medio real, todos
plantados como en tierra de m ediana calidad. Que el dia de bue­
yes plantado de lim ones de a treinta y dos pies, un real cada un
año; y el de n aran jas de lo mismo, medio real; considerados en
tierras de m ediana calidad. El día de bueyes plantado de higueras
de dieciocho pies, dos reales en tierras de ínfim a calidad. El de
avellanos de a setenta y dos pies cada uno, produce dos ochavos
de avellanas, considerados en la tierra de ínfim a calidad. Que un
dia de bueyes plantado de pidales, o criadero de pum ares, le regu­
lan a la tierra que produce un año fisga y al siguiente maiz y ha­
bas de m ediana calidad. Que un dia de bueyes plantado de robles
en todas las parroquias de tierra adentro, a excepción de los de la
m arina, regulados de dieciocho pies cada uno, consideran su frada
o corta de dieciocho en dieciocho años y produce doce carros de
leña. Y en las p arroquias de Careñes, Villaverde, Oles, S. Miguel
del Mar, Quintes, Quintueles, Castiello, Arguero, Tuero y la Lioraza, que son las de la m arina, produce los mism os doce carros de
leña con la frada o corta de veinticuatro en veinticuatro años. Y
las carballedas que hay en todo el concejo, los mism os doce carros
con la frada de trein ta y seis en treinta y seis años.
14.a) A la catorce, que el valor que ordinariam ente tiene la fa­
nega de fisga en este concejo, de ocho copines, es de veinticuatro
reales; la de trigo veintidós reales; la de habas, lo mism o; la de
maiz doce reales; la de panizo y de m ijo a seis reales; la de nuez.
NOTAS SOBRE LAS RESPUESTAS GENERALES DEL CONCEJO DE
VILLAVICIOSA/PRINCIPADO DE ASTURIAS.
Don B ernardo Diez Paniagua, Contador principal por S. M. de
la Intendencia de la provincia de Palencia, y Comisionado por la
Real Ju n ta de Unica C ontribución entre otras cosas p ara el arre­
glo de las Respuestas generales al Interrogatorio, practicado en los
pueblos de la com prehension de esta y Principado de Asturias;
deseando ejecutarlo con la mas posible brevedad y m enor dispen­
dio de la Real H acienda: habiendo reconocido la operacion del con­
cejo de Villaviciosa, incluso en aquel, y hallado algunas de sus res­
puestas Generales, dim inutas y sin la correspondiente claridad, y
constar de los Autos, Asientos, Berificaciones, N otas y dem as dili­
gencias, las equivalentes noticias para aclararlas y darlas la inte­
78Ó
J. L. PEREZ DE CASTRO
ligencia necesaria, a fin de que se venga en conocim iento de los
verdaderos productos, utilidades, esquilmos y sustancia de dicho
concejo y que conform e a ello se tiren y form en los estados p a r­
ticulares de el, se pasa a hacer las notas y declaraciones siguien­
tes:
15.a y 16.a) Que m ediante a que en las respuestas 15.a y 16.a no
están expresadas las especies de que se diezma en cada parroquia
de las que se com prende en este concejo, quanto de cada una, a que
ascienden, y entre quienes se reparten, y menos el derecho de p ri­
micias y o tro cualquiera que haya y se halle im puesto y resu ltar
de diferentes Relaciones que se encuentran separadas en esta ope­
ración y de otros docum entos puestos en ella, lo que es, y dem as
circunstancias, p ara venir en conocimiento de lo form al de cada
parroquia. Se declara que en la de Villaviciosa y su térm ino, se
halla im puesto el derecho de diezmo, que es de diez uno de las
especies de maiz, que asciende por un cuatrenio a setenta fanegas;
la de hierba a cuatro carros; la de nuez a dos fanegas; la de cebo­
llas a cien reales; la de tocino a quinientos cuarenta; y el dere­
cho de prim icia que se paga por cada vecino al respecto de un co-,
pin de pan y medio la viuda; y asciende este a ocho fanegas; cuyos
diezmos y prim icias se reparten por m itad entre el cura de esta pa­
rroquia y la Dignidad episcopal de Oviedo. En la parro q u ia de San
Vicente de la Palma, se halla im puesto el derecho de diezmo, de
diez uno de las especies de trigo, que asciende a diecinueve fane­
gas; la de maiz a cuarenta; la de hierba a diez carros; la de tocino
a ciento y sesenta reales; la de cebollas y ajos a doce reales; la de
nueces a fanega y media; la de lino a veinticuatro reales; y la de
corderos a ocho reales. Y el derecho de prim icias que se satisface
por cada vecino de Junta, a celemín de trigo y al que no lo tiene
medio; im porta anualm ente dieciocho fanegas; cuyos diezmos y
prim icias se reparten en esta form a: la m itad del total al cura
párroco y la o tra m itad se hacen ocho partes, las que se dividen
entre diferentes personas seglares, como Patronos y presenteros
de dicho curato, a saber: Las seis percibe y pertenecen a don Diego
de Hevia, vecino de Oviedo; una octava parte a don Francisco Ja­
vier Balbin, vecino de Villaviciosa, y la últim a octava p arte se re­
duce a seis: Las dos percibe y corresponden a don Francisco So­
lares, o tra a don Juan Solares, una y media a don Luis de Villamil;
la o tra y m edia restantes a distintos vocales, todos vecinos de di­
cho concejo que por ser muchos, no se hace expresión de ellos, po r
m enor; si bien les está hecho cargo respectivam ente en sus pliegos.
En la parro q u ia de Lugas está im puesto el derecho de diezmo, de
EL CONCEJO DE VILLAVICIOSA, SEGUN EL CATASTRO DE ENSENADA
787
diez uno, en las especies de escanda, que asciende a trein ta fane­
gas; en la de maiz a cuarenta fanegas; en la de castañas a doce
fanegas; en la de nuez a tres fanegas; en la de tocino a sesenta
reales; en la de hierba tres carros; y en la de corderos a dieciocho
reales. Y el derecho de prim icias que sesatisface por cada vecino
de Junta, un copin de escanda; y los viudos cinco reales. La de
castaña tres reales; la de avellana ocho reales; la pipa de sidra
sesenta y seis reales; el carro de hierba de esta parro q u ia de Villaviciosa, veintidós reales. En la de Fuentes, San Vicente de la Pal­
m a y Amandi, a veinte reales. Y en las demas p arroquias del con­
cejo, inclusas las de la m arina, a quince reales. Las paciones de
prim a en los prados de regadío y de secano, a cuatro reales, y las
de otoño a tres y medio. El dia de bueyes de hortaliza y alcacer,
no se hizo aprecio de su valor por haberse regulado el de regadío
y secano a cuatro reales y las de otoño a tres y medio. El dia
de bueyes de hortaliza y de alcacer, no se hizo aprecio de su valor,
po r haberse regulado el de regadío y secano con la tierra de maiz
y habas de buena calidad, de esta villa; y el de secano con el de
fisga, maiz y habas de buena calidad.El dia de bueyes de Llendon
veinte m aravedíes, el de Controzos quince maravedíes, y el de m ato­
rral y argom a, en seis maravedíes. El carro de leña en las p a rro ­
quias de Fuentes, B edriñana y Amandi, a tres reales en el m onte.
En la de Castiello, Arroes, San Justo, Nievares y Celada, a seis m a­
ravedíes. Y en la P arroquia de Peon a cuatro. El carro de leña en
la Villa a cuatro reales. Lino a dos reales libra. Cáñamo, real y me­
dio. Tocino, real y medio. Cebada, catorce reales. Pescada a dos
reales. Mielga, un real.
15.a) A la decim a quinta: Que en todas las tierras de las ex­
presadas trein ta y siete parroquias, sus hijuelas y otros lugares
que la tienen fuera del concejo, se paga el derecho de diezmo y p ri­
micias que constara po r las certificaciones que diesen los párrocos
de ellas, asi en los granos como en los ganados, sobre que no pue­
den d ar puntual noticia po r la gran diversidad que hay en ellas, y
p ara satisfacer en m ejor modo que puedan a dicha pregunta, dije­
ron; que adem as de los que perciben los párrocos, la Dignidad
episcopal, el Cabildo o mesa capitular de su Catedral, los M onas­
terios de San Pelayo, Santa Clara, San Benito de la ciudad de Ovie­
do, el de San B ernardo de Val de Dios, el de San Pedro de Eslonza,
y otros eclesiásticos p o r los simples; en dichas parro q u ias hav
tam bién tercios diezmos seculares que perciben don Diego de Hevia, don Francisco Solares, don Frascinco Javier de Balbin, don
Juan de Solares, y don Luis de Villarmil. En la parro q u ia de San
788
J. L. PEREZ DE CASTRO
Vicente y todos los vocales vecinos de dicha parroquia; y en todo
se rem iten a dichas certificaciones y relaciones de los interesados.
16.a) A la dieciseis que se rem iten igualm ente a las certifica­
ciones de dichos párrocos y a las que cien sus prestam eros; y que
satisfaciendo a dicha pregunta, podrán ascender dichos efectos,
según inform es, los de diezmos, a sesenta y siete mil y ochocientos
reales y los prim iciales a seis mil y quinientos reales.
17.a) A la diecisiete, que hay tres m inas de acebache y pagan
a don Pedro de Peón, vecino de esta villa, trescientos reales, a cien
reales cada una. En térm inos de la parroquia de Oles, tres batanes
de sayal, dos herrerías: sus dueños don Diego de Hevia, vecino de
esta villa, y don Francisco de Llanos, vecino de la de Gijón. Y de
los batanes Francisco del Fresno y Juan de Ceñal, vecinos de este
concejo y don Santos del Busto del de Colunga. Que hay ciento
V cuarenta molinos harineros; los once en la parroquia de Roza­
das y sus dueños, el prim ero es de Juan de Ceñal, m ayor en dias,
y de Francisco Sánchez, el que se haya al sitio del Rio de la H uel­
ga, y ren ta cada un año nueve hanegas de pan, según el reconoci­
m iento que han hecho los peritos, y en este y en todos los demas,
se rem iten a dicho reconocim iento y son los siguientes: El segun­
do de Juan de Ceñal, m enor en dias; el tercero de Juan de Ceñal,
mayor; el cuarto que llam an de la Vega, de Juan Suarez y consor­
te. El quinto se halla arruinado, de M aria de San Pedro. El sexto
de B ernardo San Pedro. El sétimo de Santiago Fernandez. El octa­
vo de Juan Fernandez. El noveno de una obra pia que lleva Pedro
Sopeñas. El décimo de don Toribio Garcia. Y el once de don Joseph
de Hevia. En la parroquia de Grases, siete: Dos de don Francisco
Fernandez; o tro de don Diego Solares, otro de don Francisco Ja­
vier Balbin; otro de Francisco Costales; otro de don Joseph Alon­
so; otro de don Pedro de Peón. En la parro q u ia de Amandi, quatro: Uno del dicho don Francisco Javier de Balbín; otro de don
Alonso García y de Jeronim o Garcia; otro de la viuda de don José
Queveda y o tro de Francisco de Pando. En la parro q u ia de Peón,
ocho: Uno de don B altasar de Costales, otro de don Antonio de Es­
trada, otro del dicho don B altasar, otros dos del dicho don Anto­
nio; otro de don Luis de Llanos, vecino de la villa de Giión; otro
del M onasterio de Val de Dios y otro de don Francisco de Llanos.
En la parro q u ia de Arroes, nueve: Uno de José del Acebal y con­
sorte. O tro de Ignacio de Hevia. Otro de Antonio Suarez. O tro de
Manuel del Monte. Otro de José de M iranda. Otro del dicho don
Francisco de Llanos. Otro de Joseph del Acebal y los dos de F ran ­
cisco del Monte. En la Parroquia de Castiello, tres: Uno de F ran ­
EL CONCEJO DE VILLAVICIOSA, SEGUN EL CATASTRO DE ENSENADA
789
cisco Valdes. O tro de Juan de Tuero y el otro de Pedro Cobian. En
la de Quintes, dos: Uno de Francisco Valdes y el o tro de Juan de
Pidal. En la de Villaverde, uno de don Francisco Costales. En la
de Careñes, uno de don Francisco Antonio Villaverde; o tro de Toribio del Acebal; o tro de Juan Garcia y el otro de Gabriel Rodríguez.
En la de Agüera, nueve: Uno de Juan Buznego, otro de Francisco
Alonso. O tro de Pedro de Tuero. Dos de Juana de Buznego. Otro
de José del Acebal. Otro de Pedro de Tuero de M anzanedo. Otro
de doña Teresa de G randa, viuda de don José Caveda; y el otro
de Domingo Alvarez. En la de Tuero, uno de José de Tuero, Pedro
Fernandez y consortes. Otro arruinado de M aria Fernandez. Otro
de Miguel de B arredo y o tro arruinado de Mateo Valdes y de F ran­
cisco de Tuero. En la P arroquia de Oles, uno de Francisco de Tue­
ro; otro de Francisco de Ponga y de Juana Alonso. En la de San
Miguel del Mar, seis: uno de don Pedro de Peón. Otro de Pedro
de Tuero. O tro de Domingo Musiera, m enor en dias, y Manuel M ar­
tin. O tro de Medero Gallego. Otro de doña Teresa de Granda. Otro
de Santiago del Campo y consortes. En la de San M artin del Mar,
tres: Uno de don Gabriel de Llames. Otro de don Nicolás de Lla­
mes. En la de B edriñana uno de Antonio del Gallinal y el otro de
don Francisco Baldes. En la de B aldebarzana uno de Francis­
co de Pando. O tro de don Luis Montes y otro de don José Alvarez.
En la de Celada, cuatro: Uno de Gabriel Alvarez Sánchez y F ran­
cisco de Pando. Otro del dicho Francisco de Pando y los dos ú lti­
mos de don Diego de Hevia. En la de San Pedro Ambas y su hijue­
la, uno de. Jacinta de la Vega. Otro de Simón de Ambas. Otro de
Gregorio Cobian y consortes, y el otro de Juan de la M iyar y consor­
tes. En la de Amandi uno de Francisco del Llagar. Otro de doña
Teresa de G randa. O tro de don Diego de Hevia. O tro de don Pe­
dro Balbin. En la de Fuentes uno de don Juan y don Diego Posada.
En la de Lu^as, tres: los dos de don Antonio Posada y el otro de
don Manuel de Posada. En la de Coro, uno de B ernardo Robledo;
o tro de las H erm anas Recoletas de Villaviciosa. Otro de Antonio
La H uerta, y consortes. Otro de Tomas de Piñera y consortes. Otro
de don José Peón Valdes. Otro de don Andrés de Hevia. Otro de
Andrés de B arqu era y consortes. Otro de Francisco Rosales. Otro
de Francisco del Fresno. Otro de don José del Canto. O tro de Ven­
tu ra del Busto y consortes. Otro de don Francisco de Pando. Otro
de Juan de la Venta y consortes. En la de San M artin de Valles, uno
de Juan del Busto. Otro de don José del Canto. Otro de don Alvaro
Garcia. Otro de don Cayetano M ariqueta. Otro de don José de Ju n ­
co. En la de la Magdalena, uno de don Alonso del Busto. En la del
790
J. L. PEREZ DE CASTRO
Busto, uno de María Alonso y de Ignacio Rubio. En la de S anta
Eugenia, uno de don José de los Toyos. En la de M iravalles, cinco:
Dos de don Francisco Antonio Miravalles; otro de don Manuel
Valdes. Otro de Nicolás del Rivero y de Alonso La Llera. O tro de
Francisco Miravalles, vecino del concejo de Colunga. En la de San
Vicente uno de don Francisco Solares, otro de don Pedro de Peón.
En la de Cazanes, uno de don Rafael Valdes Sorribas. En la de
Tornon uno de don Francisco Valdés. Otro de don Manuel de Po­
sada. Otro de don Cosme de Lué, del conceio de Colunga. En la
de Selorio uno de doña Teresa de Granda. Otro de Julián de Pedraves. Otro de Domingo de Lov. Otro de H em eterio Perez. Otro
de don Antonio del Rivero y Toribio Perez. Otro de don Pedro Balbin y otro de dicho don Pedro. En la de Priesca uno de Alonso de
la Llera. Otro de Ana Maria Lozana. Otro de don Rodrigo Balbin
v de don Luis Ruiz. Otro de Juan Diaz. Y que asi en estos, como en
los demas artefactos, se rem iten y refieren a las relaciones que
hayan dado sus dueños.
18.a) A la dieciocho (que continuó su señoría, hoy doce de di­
cho mes y el Párroco) dijeron: Que en el térm ino de esta villa y su
concejo no hay esquileo alguno y la corta de lana la hacen los ga­
naderos en sus casas; que hay esquilmo de leche de vacas y de ca­
bras y de estas solo cuatro meses de verano. De terneros, potros,
corderos, cabritos, cerdos, Lana, Miel y cera y que regulan la u ti­
lidad de ello en esta form a: A cada vaca de leche en el térm ino de
esta parro q u ia de Villaviciosa la de Amandi, Fuentes, San Vicente
de la Palm a, m anteniendo su ternero, le reputan estando parida,
un quartillo diario y como esto es con un año de descanso, por
suponer el uno de cria v el otro de no cria, corresponde a medio
cuartillo cada día en cada uno de dichos dos años y dicho cuartillo
le aprecian en seis maravedíes. Y en la paroquias de Careñes, Villaverde, Oles, San Miguel del Mar, Quintes, Quintueles. Castiello,
Agüero, Tuero y La Lloraza, que son de la m arina, en dichos dos
años, tres cuarterones de leche que corresponde a cuarterón y me­
dio cada dia de cada año, y su precio a cuatro m aravedíes el cuar­
tillo. Y en las demas parroquias de este conceio, un cuartillo dia­
rio en dichos dos años, que corresponde a m edio en cada un día.
Como en las prim eras su precio a quatro m aravedíes quartillo; y
Ja libra de m anteca, a precio de dos reales, v que a cada cabra que
con equidad regulan parida en segundo año, como se explicará
hablando de los cabritos, reputan po r ella medio quartillo de leche
cada día, po r los quatro meses del año, y su precio a seis m arave­
díes el quartillo, com putando asi unas vacas y cabras lecheras con
EL CONCEJO DE VILLAVICIOSA, SEGUN EL CATASTRO DE ENSENADA
791
otras, que no lo son tanto. Cada ternero, veintidós reales y p o r la
consideración antecedente queda reducido a once reales cada año;
y en la m ism a conform idad regulan una potranca en cu aren ta y cua­
tro reales, y un potranco en trein ta y seis; considerando paridas
las yeguas de segundo en segundo año, como no se puede saber
si ha de p a rir m acho o hem bra, se considera p arirá aquel en un
viento y esta en otro, de m anera que repartidos en estos cuatro años
los dichos ochenta reales, se reduce a veinte reales el esquilm o de
cada una de dichas yeguas. Que cada cordero le aprecian en tres
reales y considerando a cada oveja m itad de cria, porque no todas
paren anualm ente, porque la delicadeza de los corderos, el mal pasto
del país, el riguroso tiem po de el invierno y la persecución de los
raposos, son causa de la perdida de muchos; y que po r estas razo­
nes consideran tam bién a las cabras m itad de cría, y aunque el p re­
cio de un cabrito le estim an en dos reales, que si fuera anual va­
liera cuatro, le regulan en tres; porque a esta especie de ganado
cabrio no se aju stan las razones antecedentes en la fuerza y ju sti­
ficación que a los corderos, por ser estos de m enos resistencia y
m as expuestos a m alograrse. Que a cada puerca de vientre le regu­
lan m antiene tres guarros o lechoncitos anualm ente, y a cada uno le
aprecian en tres reales y medio. Que a cada oveja y carnero, le re­
gulan una libra de lana, y esta un real de vellón; y que no regulan
ni aprecian la de los corderos porque no esquilándose has­
ta los dieciseis o dieciocho meses, no se tiene p o r esquilm o
hasta entonces y llegando este caso, se rep u ta p o r cabeza
m ayor. El esquilm o de una colmena hechas varias consideraciones
prácticas, la regulan en seis reales; porque un enjam bre le apre­
cian p o r ocho reales: cinco de media libra de cera po r ser el precio
de la libra diez, y otros cinco de dos cuartillos y m edio de miel, a
razón de dos reales cuartillo o libra, que todo com ponen diez y
ocho reales; pero como se m atan y no vuelve el enjam bre h asta los
tres años, por eso se consideró en seis reales cada una, en cada un
año. Y últim am ente que un p ar o yunta de bueyes de lab o r regular,
le aprecian en veinticuatro ducados de vellón.
E n cuyo estado cesó S. S. dejando encargada la prosecución a
dicho Sr. Subdelegado, de que doy fé.
Y
en cuanto al núm ero de ganados que hay en el térm ino, ha re­
sultado po r el reconocim iento de los Peritos del concejo, lo siguien­
te: Bueyes, setecientos cuarenta y tres. Vacas, tres mil novecientas
sesenta y ocho. Novillos, tres mil quinientos y ocho. Terneros, dos
mil quinientos y sesenta. Carneros, mil seiscientos veintiséis. Ove­
jas, siete mil trescientas y noventa y seis. Corderos, tres mil cua­
792
j . L. PEREZ DE CASTRO
trocientos y dos. Machos cabrios, setenta y nueve. Cabras, mil cua­
trocientas trein ta y cinco. Cabritos seiscientos y tres. Caballos ochen­
ta y ocho. Yeguas, cuatrocientas setenta y nueve. Potros, seiscientos
veintitrés. Cerdos, tres mil trescientos trein ta y cinco. Cerdas, dos
mil trescientas y treinta. Mamones, dos mil novecientos cincuenta
y nueve.
19.a) A la diecinueve que en dicho term ino hay cuatrocientas
y dieciocho colmenas, que por ser de muchos sujetos, se om ite re­
ferirlas, rem itiendose a las relaciones y reconocim iento que hagan
los Peritos.
20.a) A la veinte, que en dicho term ino hay cinco especies de
ganado, que son vacuno, caballar, lanar, cabrio y de cerda; pero
que no hay vacada, yeguada, rebaño, ni cabaña.
21.a) A la veintuna que en dicho térm ino, hay dos mil cuatro­
cientos y trein ta y dos vecinos, y cuatrocientas y cuatro viudas,
que según estilo hacen cada una medio vecino, que com ponen todos
dos mil seiscientos y trein ta y cuatro vecinos.
22.a) A la veintidós, que hay dos mil setecientas y ochenta y
dos casas habitables, cincuenta y cinco arruinadas. De ganado seis­
cientas y ocho; veintinueve lagares, p ara la fábrica de sidra; y
mil ochocientos y cincuenta y cuatro hórreos y paneras a la frente
y costado de las casas.
23.a) A la veintitrés, que el común disfruta una casa, un hórreo
y una tierra de pum areo, arrendado todo por sesenta y seis reales;
y ciento y cuarenta y siete reales y trece m aravedies, p o r el foro
de ciento y cuarenta y siete dias de bueyes de tierras y prados que
llevan algunos vecinos; y asim ismo el sobrante de Millones, que
regulan su im porte en tres mil cuatrocientos setenta y cuatro reales;
m as mil setecientos sesenta y siete por la Alcabala foránea, que to­
do im porta cuatro mil trescientos y siete reales y trece m aravedís.
24.a) A la veinticuatro, que dicho Común tiene el arb itrio de
un real de vellón en cada carga de avellana, un cuartillo en la de
nuez, de la que se em barcan por la Ria y Puntal de la barra; y
un m aravedi en cada cuartillo de vino del que entrase, y se consu­
miese por m ayor y m enor en virtud de Real facultad concedida, a
fin de pagar los salarios de un medico, un cirujano, un boticario,
porque no alcanzando el im porte de dicho arb itrio p ará el pago
expresado, se le cedió enteram enté al médico, quien lo adm inistra
y percibe po r entero y dará razón de su-im porté, al que sé rém iteñ.
25.a) A la veinticinco, que los gastos qúe tiene el Común todos
los años, son los siguientes: Al Correo, trescientos y ocho reales p o r
tra e r la valija. A el que tiene la estafeta, ciento y ochenta reales.
EL CONCEJO DE VILLAVICIOSA, SEGUN EL CATASTRO DE ENSENADA
793
P ara la Fiesta del Corpus, seiscientos reales. A el sacristan p o r re­
gir el reloj, cien reales. Al predicador por la cuaresm a, doscientos.
A los escribanos de ayuntam iento, ciento setenta y seis. Al m erino
del m ism o ayuntam iento, sesenta y seis. Al P ro cu rad o r Sindico
General, doscientos y cuarenta. Por el arriendo anual de las casas
de ayuntam iento, catorce. Por lim osna a la Casa S anta de Jerusalen,
quince. Al receptor del papel sellado, doscientos. Por el que gasta
cada un año el Ayuntam iento en los libros de Acuerdos y otras
diligencias, otros doscientos reales y lo restante cum plim ento al
im porte de dichos gastos comunes, lo suplen los que se hacen en
em pedrados de calles, calzadas de las entradas y salidas, aderezos
de fuentes, pagos de veredas, alojam ientos, pleitos del concejo y
en la m anutención de diferentes niños expósitos, que regularm ente
corre su cuidado a la piedad de esta Villa, en que se incluyen cua­
trocientos reales vellón que asim ismo se satisfacen al M aestro de
P rim eras letras anualm ente.
26.a) A la veintiséis, que este Común no tiene censos algunos,
ni otras cargas de que responder, mas que de los catorce reales
anuales que se pagan cada año por el alquiler de las Casas de
Ayuntam iento, que quedan expresadas en la antecedente pregun­
ta; y adem ás todo aquello a que no suple el im porte de Propios y
A rbitrios; porque en este caso, lo que falta se rep arte en tre los
vecinos.
27.a) Á la veintisiete que este concejo se halla cargado del ser­
vicio ordinario po r haber subido el repartim iento de esta C ontri­
bución, p o r la falta de gente del Estado General que se ha sacado
p ara la Milicia y del Puerto de los Tazones p ara la M arina.
28.a) A la veinte y ocho, que no pueden decir a punto fijo los
Oficios de Regidores y Escribanos que hay, asi corrientes como
vacantes en este Concejo, ni con que motivo fueron enagenados
de la Real Corona, como lo que producen, solo sí, que algunos se
dieron p o r m erced, y otros por servicio pecuniario; sobre que
se rem iten a los Titulos de sus pertenencias, y Relación, que diere
de los que se exhibieren po r sus dueños o posedores.
29.a) A la veintinueve que en este dicho Concejo hay nueve ta ­
bernas que ordinariam ente se arriendan p ara el pago de Servicio
de Millones. Una carnicería, cuyo abasto tam bién es regular arren ­
darse; cuarenta v siete personas que acostum bran su rtir de pan
el Común; una b arca en la Ría del Puntal, propia del Convento
de Val de Dios; diferentes casas de posada y tiendas de aceite,
vinagre y otros generos comestibles: sobre cuyas utilidades se re­
m iten a las declaraciones separadas de nuevos peritos, nom brados
794
J. L. PEREZ DE CASTRO
para ello ñor este Ayuntamiento o sus Comisarios. Una feria que
en esta villa se celebra todos los años el dia veinticinco de m arzo
de cada uno, que dura ordinariam ente quince dias, siendo los tres
prim eros francos de derechos; cuya utilidad regulada po r un quin­
quenio asciende cada año a quatrocientos ducados, que suele pro­
ducir a favor de esta Villa la alcabala foránea, que percibe la per­
sona que la arrienda, a quien no pueden decir lo que le vale; v aun­
que hay tam bién en esta Villa m ercados todos los miercoles de
cada semana, no producen mas utilidad que el surtim iento de
com estibles y otros géneros a favor del Común.
30.a) A la treinta: Que en esta Villa hay un hospital con el ti­
tulo de Santiespiritus. para recoger nobres peregrinos, y suele te­
ner seis cam as p ara lo que tienen diversas rentas, v se rem iten a
la Relación que hubiese dado don B runo Posada, presbitero de dicha
Villa, su adm inistrador. Que hav otro en la parro q u ia de la Lloraza, de fundación Real de San Lázaro, que llam an de M alatos o en­
ferm os de Lepra, y m antiene tres casas con una cam a cada una
p ara lo cual tienen diversas Rentas, que constaran po r la Relación
que hubiese dado don José Benito Villaverde. su adm inistrador.
31.a) A la trein ta y una, que no hay nada de lo que contiene
la pregunta.
32.a) A la trein ta y dos que hay tenderos, médico, ciruianos,
boticarios, escribanos, arrieros, com erciantes de avellana, de ga­
nados. abogados, procuradores, preceptor de G ram atica, M aestros
de escuela, Comercio de M arina v de azabache; v que se rem iten a
las Relaciones que hubiesen dado los que nom braron p ara este
efecto de las ganancias que se pudiesen tener en cada un año.
33.a) A la trein ta v tres: One hav canteros, albañiles, albei+ares,
herreros, zapateros, sastres, acebacheros, pintor, carpinteros, ceste­
ros, cedacedos, toneleros, tejedores de sayal, tejedores de lino, p a­
naderas, m adreñeros, curtidores, alfarero, teiero, carboneros, ce­
ra jeros y tablajero; y que se em iten a la Relación que hiciesen los
que tienen nom brados, cada uno en su oficio, p ara regular el jor­
nal diario.
34.a) A la trein ta y cuatro, que no hav nada de lo que contiene.
35.a) A la trein ta y cinco: Que en dicho conceio hay trab aiad o ­
res del campo, de dieciocho años arriba; pero no hay iornaleros
y que p ara sus labores se ayudan los unos a los otros, sin m as Ín­
teres que la comida: pero si no fuera asi buscarían jornaleros v les
pagarían a real cada uno, y de comer, que es el precio o jornal
regular de un hom bre en esta tierra, o de dos reales en comida.
EL CONCEJO DE VILLAVICIOSA, SEGUN EL CATASTRO DE ENSENADA
795
36.a) A la trein ta y seis, que hay cuarenta y nueve pobres de
solem nidad en este concejo.
37.a) A la trein ta y siete: Que en el Puerto de los Tazones, hay
em barcaciones de tran sp o rte y barcos de pescar, y se rem iten a la
relación que los nom brados en aquel puerto hubiesen dado, de
cuantas, de quien son, y que utilidad se les considera.
38.a) Que hay en dicho Concejo, setenta y un clérigos, inclusos
los trein ta y siete párrocos.
39.a) A la trein ta y nueve que hay en esta Villa un convento
de religiosos de N.° P. San Francisco, Recoletos M isioneros, con
el titulo de San Ju an Capistrano, com puesto de quince religiosos
sacerdotes, y diez religiosos legos. Hay tam bién otro Colegio Se­
m inario de Recoletas, con el titulo de la Purísim a Concepción, de
la Venerable Orden Tercera de N.° P. San Francisco, de veinte her­
m anas de hábito.
40.a) A la cuarenta que en dicho concejo no hay nada de lo
que contiene.
Todo Ío cual dijeron ser la verdad p ara el ju ram en to hecho,
en que se afirm aro n y ratificaron; y lo firm ó su m erced, ju n to con
la Justicia y D iputados, y Peritos nom brados, que supieron; y por
los que dijeron no saber, un testigo a su ruego.—Doy fee = Saavedra = Dn. Gonzalo Antonio Fernandez de Tejada. = Rafael Antonio
Valdes Sorribas. = Francisco Garcia Tresvilla. = Dn. Pedro de
Peón, = Francisco Antonio de Miravalles. = Rodrigo de la Huerga. = Juan Rodríguez Moro, = Francisco Garcia N orniellas. = Do­
mingo Antonio de la Vega. = Francisco de Ortiz Mieres. = Juan
Fernandez Sareni. = Juan de Zeñal. =• Antonio Fernandez Mieres.
= Domingo Alonso de la Llera. = Pedro Alonso. = B ernardo Muñiz. = José Villar Vallina. = José Fernandez, = Francisco de Valdes, Francisco Antonio Alonso Olibar, = José de la Cebal. = Tes­
tigo a ruego po r los que no saben firm ar: Francisco La Llera. =
Ante mi: Domingo Gimenez Lozoya.—
COPIA DE CARTA DE LA REAL JUNTA:
H abiendo dado cuenta a la Real Ju n ta de Unica C ontribución, de
lo que V. S. expone en carta de catorce del corriente, de haber pa­
sado al Concejo de Villaviciosa con aviso del Subdelegado don Gon­
zalo de Tejada, que tenian principiadas las Generales de aquella
Villa, a continuarlas po r si como lo practicó V. S., experim entando
en aquellos Peritos la singular y regularidad que refiere en las Res­
1%
. L. PÉREZ DE CASTRÓ
3
puestas, im presionados de las sugecciones que habian recibido de
don Francisco Solares, con lo demas que V. S. m anifiesta, y le movio a providenciar se recibiese una inform ación con los Peritos del
Rey, que asistieron a las Generales de los Cotos de aquel Concejo
y a los particulares reconocim ientos de tierras, artefactos y gana­
dos, p ara oir las razones con que los Peritos del Concejo pretestaban sus irregulares declaraciones. Ha aprobado la Real Ju n ta a
V. S. esta disposición y acordado, que p ara el arreglo de la referida
operacion se esté a lo que declaren ios Peritos del Rey; respecto las
razones que V. S. ha m anifestado: Lo que participo a V. S. p ara
su inteligencia y cum plim iento. Dios guarde a V. S. m uchos años,
como deseo. M adrid veintitrés de marzo de mil setecientos cincuen­
ta y tres. = B artolom é de Valencia. = Sr. D. Gabriel Francisco Arias
de Saavedra. Por m andado de S. Señoria: Antonio Pereira.
En la ciudad de Oviedo, a veinticuatro días del mes de abril de
mil setecientos y cincuenta y tres años, el Sr. don Gabriel Francis­
co Arias de Saavedra, del Consejo de S. M., su Intendente y Comi­
sionado General en este Principado, p ara las diligencias pertene­
cientes al arreglo y establecim iento de Unica Contribución; dijo:
Que po r cuanto habiéndosele participado p o r su Subdelegado
don Gonzalo Fernandez de Texada, a cuyo cargo corre la Operación
del concejo de Villaviciosa, que habiendo dado principio el dia ocho
de m arzo proxim o anterior a recibir las Respuestas Generales al
Interrogatorio señalado con la Letra A experim entaba, que los Pe­
ritos nom brados p ara ellas por la Justicia y Regimiento de aquella
Villa, procedían en sus declaraciones, sin el debido arreglo, llevados
tal vez de algunos recelos o fines particulares, por lo que se temia,
que en todo cam inasen con irregularidad, y a fin de evitarla, como
el atraso que de ello pudiera resultar, pasó S. S.a a la referida Villa,
donde llegó el día diez de dicho mes, por haber reconocido e infor­
m ándose de que con efecto dicho Peritos procedían como va ex­
presado y con la falta de buena fé que requiere tan im portante
m ateria, los hizo convocar, como a los demás que debían concurrir al
acto, el siguiente día en la Casa de Ayuntam iento en las que bajo de
las solem nidades y prevenciones que se expresan en dichas Respues­
tas generales, las continuó h asta las Preguntas que de ellas consta­
rá, y dexando dadas varias providencias p ara su conclusión y p rác­
tica de otras diligencias conducentes a dicha operación, se retiró
a esta capital desde donde hizo consulta a la Real Ju n ta sobre lo
acaecido y conveniente; que le parecia hacer justificación separada,
con personas de buena opinión e inteligentes sobre la novena, duo­
décima y otras diferentes preguntas de dicho In terrogatorio, a fin
ÉL CONCEJO DE VILLAVICIOSA, SEGUN ÉL CATASTRO DE ENSENADA
797
de averiguar la legítim a siem bra, producciones de frutos y esquil­
mos y sus valores, con todo lo demas conducente a la m anifestación
de la pureza y verdad de tan atendible negocio; y habiéndole res­
pondido, conviniendo en ella (de cuya carta en que a S. S.a se le
avisa, m andó poner copia testim oniada p ara que tenga efecto,
hizo parecer ante si a Antonio de la H uerta, vecino de la p a rro ­
quia de Coro, concejo de Villaviciosa; a B ernardo Solares, vecino
de la m ism a Villa, Peritos que fueron nom brados po r la Justicia y
Regimiento de ella, con otros, para reconocim iento de sus res­
pectivos térm inos y poder declarar con acierto a las preguntas de
dicho Interogatorio a cuyas prim eras respuestas concurrieron, y
después solo a dem o strar las tierras a los agrim ensores de oficio, a
Ignacio Cotero, vecino del Coto de Val de Dios; José G arcia y Gre­
gorio Cobian, que lo son del de Poreño, inclusos en el referido Con­
cejo; Antonio G arcia vecino de Cabranes, concejo inm ediato al de
Villaviciosa; Juan Muñiz, y José de la Buelga, vecinos de esta Ciu­
dad; de todas los cuales tom ó y recibió juram ento por Dios y una
Cruz, según derecho, y los susodichos lo hicieron como se requiere,
prom etieron decir verdad en lo que la supiesen y fuesen p regunta­
dos, según leal saber y entender. En cuya virtud fueron p regunta­
dos por las preguntas siguientes:
9.a) A la novena que se les leyó palabra por palabra, conform e
a la respuesta a ella dada en las generales por los Peritos de dicho
Concejo. D ijeron: Que habiendo concurrido ante el Subdelegado
don Gonzalo Tejada, los cuatro Peritos a excepción de dicho H uerta,
y Solares, con los nom brados por el Concejo, a fin de arreglando
como p o r via de conferencia, las respuestas que se habían de dar
en el Acto solem ne de las generales, se convinieron, sin repug­
nancia en que se debia considerar, que un dia de bueyes de cual­
quiera de las tres calidades, se sem braba muy bien con seis copines
de fisga acolm ados, que hacen tres en limpio de escanda o trigo;
con cuya prim era regulación, se conform an, según se convinieron,
por ser la m as ju sta y arreglada, y que se conform an tam bién en
que dichas tierras se siem bran con un copin de maiz, pareciendoles
no es arreglado, y que es corto el señalam iento de medio galipo
de habas en sem bradura; y habiendo dado diferentes razones p racti­
cas declararon ser necesario medio copin de habas, que hace un gali­
po. Y en lo respectivo a las parroquias de M arina, en cuanto a semi­
lla de maiz, panizo o m ijo, se conform aron con lo declarado en las
Generales, y en cuanto a calidad de semillas, en las tierras de Vi­
llaviciosa y dem ás, que se siem bran anualm ente solo de maiz y ha­
bas; no hallan razón p ara que se diferencien de las tierras del
798
j . L. PEREZ DE CASTRO
Concejo que son de M arina, en cuanto a la cantidad de estas dos
semillas.
12.a) A la duodécima, que se conform aron en cuanto a la regu­
lación de la tierra que produce hortaliza y alcacer, asi de regadio
como de secano, con lo declarado por los Peritos del Concejo;
advirtiendo que en todas aquellas especies y cosas en que no ha­
gan novedad, p ara el mas o p ara el menos, se ha de entender se
conform an con lo declarado en las Generales; que se les van
leyendo p alabra por palabra.—Que un dia de bueyes de buena ca­
lidad sem brado de escanda, en los térm inos de las p arroquias de
Amandi, Coro, Peón, La Magdalena, San Justo, Camoca Grases, el
Busto, Lugas, Priesca, Celada, Tornon, Santa Eugenia, San M artin
de Valles, Cazanes, Bedriñana y Miravalles, le regulan produce unos
años con otros, según su juicio y experiencia, dos fanegas y seis
copines.— El de mediana, dos fanegas y el de ínfim a, diez copi­
nes.— Que un dia de bueyes de buena calidad, sem brado al año
siguiente de maiz y fabas, en los térm inos de dichas parroquias, le
regulan en tres fanegas de maiz y en seis copines de habas. El de
m ediana de maiz, dos fanegas y media; y de habas, tres copines;
y el de ínfim a, diez copines de maiz, sin habas. Porque aunque es
cierto que estas se siem bran y cogen en todo el concejo y tierras de
ínfim a calidad, excepto en las de la m arina, suele consistir la
siem bra en uno o dos puñados, por si acaso producen alguna cosa;
pero que es tan incierta y corta esta producción, que procedien­
do con equidad hacia el público no la juzgan considerable y mas
atendiendo a lo bien puestas que van las habas en las otras dos
calidades. Que un dia de bueyes de buena calidad sem brado de es­
canda, en la p arroquia de Quintes, Quintueles, Villaverde, Careñes,
Castello, Argüero, Tuero, La Lloraza, Oles y S. Miguel del Mar,
pertenecientes a la m arina, produce dos fanegas; el de m ediana
fanega y media; y en el de ínfima, dijeron los cinco, que siete co­
pines, y uno que solam ente le consideraba seis copines.—Que en
el año siguiente, sem brados de maiz en las tierras de dichas diez
parroquias, y tam bién de habas de buena calidad y m ediana, las
señalan con el producto señalado en las antecedentes diecisiete
paroquias; y que en cuanto a las tierras de ínfim a calidad, se siem­
bran en un año de escanda y el otro de maiz, panizo o m ijo, y en
su segundo año se consideran subalternadas estas dos especies, de
m anera que en el prim er año produce de escanda siete copines y
al siguiente una fanega y dos copines de maiz y otro año cinco co­
pines de panizo o mijo; y se conform aron con la n o ta p u esta en
las generales p ara que las tierras que no producían habas de m e­
EL CONCEJO DE VILLAVICIOSA, SEGUN EL CATASTRO DE ENSENADA
799
diana calidad, se igualen con las demas en esta cosecha. P or igua­
ladas tam bién con el maiz, no obstante deber considerarse m ayor
producto a las de m arina en esta especie.
Que en las tierras que expresan las generales se siem bran de
trigo, consideran, el dia de bueyes de buena calidad, produce tres
fanegas; el de m ediana dos y media, y el de ínfim a una y media.
Y al siguiente año en cuanto al producto del maiz, consideraron
el m ism o de maiz y de habas, explicando p ara m ayor claridad de
su com prensión, que estas tierras dan algo mas de maiz y menos
de habas, que las otras que se siem bran de escanda, y que com ­
pensando aquel mas de maiz con este menos de habas, las iguala­
ban con el señalado producto de habas y maiz.—Que un dia de
bueyes de buena calidad en la parroquia de Villaviciosa, que solo
produce maiz y habas todos los años, da cuatro fanegas y media
de maiz y diez copines de habas; el de m ediana tres fanegas y
m edia de maiz y seis copines de habas; y el de ínfim a una fanega
y seis copines de maiz y dos copines de habas. Que un dia de bue­
yes en las dem as p arroquias que se dice en las generales se siem­
b ran de maiz y habas, el de buena calidad tres fanegas y m edia de
maiz y de habas seis copines; el de m ediana dos fanegas y m edia
de maiz y m edia fanega de habas; y en la de ínfima, fanega y m e­
dia de maiz y copin y medio de habas.—Que un dia de bueyes de
prado regadio de buena calidad, por no haberlos de m ediana, pro ­
duce carro y medio de hierba, una pación de prim a y o tra de oto­
ño; un dia de bueyes de buena calidad un carro de hierba y las
m ism as dos paciones.—El de mediana, tres cuartas partes de ca­
rro de hierba y una pación de otoño; y el de ínfima, medio carro
de hierba y pación de otoño. Un dia de bueyes de ínfim a calidad
de tierra que llam an llendon, que sirve para pasto a diente, le re­
gulan en dos reales vellón y otro de m atorral inculto en medio real,
y el de Controzos, real y medio.
13.a) A la decima tercia, que un dia de bueyes plantado de no­
gales, produce tres fanegas de nueces, previniendo no hicieron dis­
tinción de estos arboles, que están en tierras de buena calidad y
son de p lan tu ria en debida form a, sin sem brarse por las avenidas
del rio, porque aunque se aventajan mas en frondosidad, no en
fruto.—Que un dia de bueyes plantado de castaños en las p arro ­
quias de Amandi, Fuentes, Coro, Lugas, el Busto, y S. M artin de
Valles, produce dos fanegas y tres copines; y en el resto de las de­
mas parroquias del concejo, digo, produce tres fanegas de casta­
ña, y en las dem as parroquias como queda dicho, dos fanegas y
tres copines.—Un dia de bueyes plantado de perales, le regulan en
800
J. L. PEREZ DE CASTRO
cincuenta copines. Otro de nisales en seis fanegas.—O tro plantado
de guindos, en cuatro fanegas.—Otro de cerezos, cada pié en un
copin.—Cada pié de pabias o pescales en medio real vellón.—Un
dia de bueyes plantado de limones, le consideran a medio real ve­
llón de producto cada pié; y lo mismo el de naranja.—Otro de ave­
llanas en dos fanegas y media, que com ponen una carga, conside­
rada cada una al respecto de veinte reales. Otro plantado de higue­
ras en seis fanegas.—Un dia de bueyes plantado de robles, en to­
das las parroquias de tierra adentro del concejo, a excepción de
los de la m arina, su corta de leña, en los años que expresan las ge­
nerales, convienen en ellos.
14.a) A la decima cuarta que el valor que tiene regularm ente
unos años con otros, un dia de bueyes plantado de perales, es de
cincuenta reales vellón, regulado en uno cada copin de los de su
producto en los dos años. Otro de nisales lo regulan en real y me­
dio; cada fanega de avellanos, en veinte reales la carga; que se
com pone de dos fanegas y media; el de higueras en tres reales fa­
nega; el de nozaledas en cinco reales; y el de castaños en cuatro.
El de guindos en la mism a cantidad cada fanega; y el de cerezos
a dos reales cada copin; a medio real cada pié de pavias; y lo m is­
mo cada pié de limones y naranias, como queda expresado en la
respuesta antecedente, medio real.—Cada carro de hierba en los
térm inos de Villaviciosa Fuentes, y S. Vicente de la Palm a, en vein­
ticuatro reales; y en las demas parroquias se conform aron con lo
declarado en las generales. Y generalm ente, en todo el concejo re­
gulan la pación de prim a en once reales, v en ocho la de otoño.—Un
dia de bueyes de llendon o pascon. en dos reales vellón; y otro de
m atorral y argom a incul+o en medio real, como queda dicho en la
antecedente respuesta.—La corta de robles p o r lo que respecta a
las parroquias de Fuentes, Bedriñana y Amandi, se conform aron
con lo que se expresa en las generales.—Y po r lo que m ira a los
m ontes de Castiello, Arroes v Marina, San Justo, Nievares y Cela­
da, a tres cuartos y en la de Peón a dos. Y cada fanega de panizo o
m ijo, regulan al precio de doce reales. Y en las parroquias restan ­
tes a los citados tres cuartos.
18.a) A decima octava, dijeron que en los térm inos de la p a­
rroquias de Fuentes, Amandi, Miravalles, S. Vicente de la Palma,
Camoca, S. Pedro de Ambas, La Magdalena, San M artin de Valles
y Villaviciosa, que son iguales en la calidad de pastos y ganado
vacuno, regulan cada ternero en cuarenta reales; en las restantes
que no son de m arina, a veintiocho reales. Y en las de m arina, a
veinte y dos por sus menos respectivas calidades. En leche consi­
EL CONCEJO DE VILLAVICIOSA, SEGUN EL CATASTRO DE ENSENADA
SO I
deran a cada vaca parida en las nueve parroquias prim eram ente
expresadas, cuartillo y medio; uno en las segundas; y dos cuartos
de un cuartillo en las de m arina; a precio cada uno de seis maravedies. Un potranco en cuarenta y cuatro reales y una potranca
en sesenta y seis. En los cuatro meses del año produce en leche,
cada cabra parida, un cuartillo que aprecian en cuatro m aravedies;
paren dos veces en tres años y cada cabrito lo regulan a dos reales
y medio. Cada puerca cria tres lechoncitos, cuyo valor de cada uno,
lo consideran en cuatro reales de vellón. Y por lo que m ira al ga­
nado lanar, se conform aron con lo que se expresa en las genera­
les, como en todo lo demas que en ellas se previene; y p ara esta,
justificación, no se ha dado ni pedido respuesta. Todo lo cual di­
jeron ser lo que saben y pueden decir, según su leal saber y enten­
der, y la verdad so cargo de su juram ento fecho; en que se afir­
m aron y ratificaro n y habiéndoseles leido de verbo ad verbum ;
dijeron: Que p o r ser lo mism o que tienen declarado, se volvian a
ratificar de nuevo; y firm aron con Su Señoría los que dijeron sa­
ber y por los que no, un testigo a su ruego; siendo m ayores de
cu aren ta años.—Doy Fé.=D . )Gabriel Francisco Arias de Saaved ra.= Ig n acio C o tero.= Joseph G a rd a .= B ernardo Solares. = Grego­
rio C obian.= Juan M uñiz.= Antonio de la H uerta. = Testigo a rue­
go: Carlos Antonio González.—Ante mi: Domingo Gimenez Lozoyo.
(C ontinuara)
UN EPIGONO CON GARRA: FRANCISCO BANCES
CANDAMO
POR
CARIDAD VILLAR CASTEJON
I.—Se les llam a, a veces, dram aturgos, a veces com ediógrafos o
sim plem ente autores con o sin el adjetivo .dram áticos». Pero esa
denom inación es parcial, incompleta. No abarca toda la variedad
de subgéneros y m odalidades que com ponen la larga lista de se­
guidores de Lope y Calderón. El térm ino seguidores tiene ciertas
connotaciones peyorativas, se utiliza quizás im propiam ente como
sinónim o de im itadores, y aún de plagiarios, cuando m ás bien de­
beríam os referirnos a esta pléyade de escritores como a quienes
adoptan, difunden y prolongan la «fórmula mágica» del m aestro.
E ntre ellos se aprecian, por otra parte, sensibles diferencias, di­
versos m atices y algunas inovaciones.
Uno de estos autores muy tardío y poco estudiado h asta ahora
es Francisco Antonio de Bances Candamo.
De él dice M esonero Romanos que:
«...ninguno puede disputarle el p rim er puesto a Francis­
co Antonio de Bances Candamo, po r la im portancia real de
su talento, p o r la popularidad de sus obras y p o r el favor
que disfrutó en la corte y el público» (1).
(1)
Cf. Mesonero Romanos en B.A.E. Tomo
XLIX, págs.
804
CARIDAD VILLAR CASTEJÓN
Pertenecía a una ilustre familia de Sabugo, concejo de grado
del entonces Principado de Asturias. Estudió en Sevilla y cuando
llegó a M adrid, destacó su ingenio poético y continuó en la línea
de los poetas barrocos, m uertos ya Calderón y tam bién M oreto y
Solís, que habían continuado para Felipe IV la tradición de poe­
tas cortesanos.
Se introdujo en la Corte y desde los prim eros m om entos Car­
los II le dispensó su protección. El m onarca había heredado de su
padre la afición a la poesía y al teatro, defendiéndolo de las perse­
cuciones de los teólogos y fanáticos que habían realizado tal cam ­
paña contra los espectáculos públicos, que, según confesión del p ro ­
pio Bances, no fué posible encontrar tres com pañías de com edian­
tes p ara am enizar las fiestas organizadas con ocasión del m atrim o ­
nio del Rey con la princesa Doña M aría Luisa de Orleáns, en 1679.
A Bances le indignaba tanto esta enemiga de la Iglesia que de­
dicó una obra a argum entar a favor del género. Es —que sepa­
mos— la única obra no dram ática del au to r y aunque m uchas de
las ideas no son absolutam ente originales, m erece un com entario
por la fluidez de la exposición y la originalidad de los razonam ien­
tos.
Se titu la «THEATRO DE LOS THEATROS DE LOS PASSADOS
Y PRESSENTES SIGLOS. HISTORIA SCENICA GRIEGA, ROMA­
NA Y CASTELLANA». Su Autor, D. Francisco de Bances Candamo
(2). Existe una edición parcial del m anuscrito en la que se om ite
el texto de los folios 16-33 y 62-72.
Los párrafos que nos interesan están en la segunda p arte y co­
m ienzan haciendo un elogio de Don Pedro Calderón de la Barca,
al que rep u ta como el m ayor autor de todos los tiempos.
«Don Pedro Calderón de la Barca ( .......) fué quien dió de­
coro a las tablas y puso norm a a la Comedia de España, así
en lo airoso de sus personajes como en lo com puesto de sus
argum entos, en lo ingenioso de la contextura y fábrica y en
la pureza de su estilo, hasta su tiem po no hubo m ajestad en
la cóm ica española» (3).
Pasa luego a. defender el valor ejem plificante de este tipo de
obras.
(2)
(3)
Cf. Ms. 17-459. B.N.
Cf. Ms. cit. Art. II, fol. 57.
UN EPIGONO CON GARRA!
FRANCISCO BANCES CANDAMO
805
«Exam ínanse todas las circunstancias de la com edia mo­
derna y pruébase que conviene con los negocios que perm i­
ten los Santos Padres y Sacros Cánones y «per consequentiam que es acto indiferente»» (4).
P or o tra p arte insiste en que la com edia puede incluso tener
un valor didáctico p ara los propios príncipes, y a ese em peño se
debe dedicar el dram aturgo de Palacio ya que:
«Ni aún en la diversión se han de a p a rta r del bien públi­
co los m onarcas, porque han de descansar de obras, apren­
diendo a obrar» (5).
La anhelada protección regia pudo costarle cara a Bances, pues
suscitó m uchas envidias cuyo resultado fué un desgraciado en­
cuentro del que salió m alherido, aunque tras él tuvo ocasión de
com probar cuánto le apreciaba el público. No obstante, fatigado
de las intrigas palaciegas renunció a la poesía y obtuvo u n puesto
en la A dm inistración de Rentas Reales en la provincia de Cabra.
La im presión que las obras de Bances producen en el lector ac­
tual es a la vez de adm iración y sorpresa. Utiliza con profusión to­
dos los recursos e imágenes del barroco, cuyo lenguaje se ha con­
vertido ya en sus días en jerigonza enrevesada, dejando atrás in­
cluso a los m ás destacados gongoristas.
D otado de una extraordinaria imaginación, la derram a abun­
dantem ente en sus creaciones fantásticas, poblando la escena de
seres espirituales, entes alegóricos, personajes m íticos y h asta p er­
sonificaciones alegóricas. Sus obras tienen algo de heroico expre­
sado en m edio de un suntuoso aparato.
Veamos algunas m uestras de esta profusión de figuras.
Otón ............... ¿Qué es esto?
Duque ............
Poco distante
tropel de caballería
b o rra el cam ino y el día
de polvo en nube volante.
Sobresaliendo a las olas
de gente, al céfiro inquietas
distingo de las trom petas
casacas y banderolas (6).
(4) Cf. id. id.
(5) Cf. Ms. 17.459. fol. 39.
(6)
Cf. “Quien es quien premia el amor” en “Poesías cómicas de D .Fran­
cisco de B ances Candamo. Madrid, 1722. Pág. 89.
806
CARIDAD VILLAR CASTEJON
El efecto es de gran sonoridad y luminoso. Lo más sorprenden­
te es que a veces expresa con definitiva sencillez pensam ientos cer­
teros y elevados.
«Pues no es triunfo el nacer grande
sino sólo el saber serlo».
(«Más vale el hom bre que el nom bre»)
En estas líneas se percibe un brote de rebeldía, de los pocos
que encontram os en el autor, contra la tiranía de los poderosos que
no están a la altu ra de su posición y que la utilizan p ara hum illar
a los inferiores o para su m edro personal. Sin em bargo no encon­
trarem os en su abundante producción ni una línea de censura p ara
la actuación del m onarca. La pregunta que podríam os fo rm u lar es
la siguiente, y por eso hemos hablado antes de que la lectura de
Bances produce a la vez adm iración y sorpresa. ¿Cómo es posible
que un au to r que m aneja los recursos del lenguaje con tal facilidad,
dotado de agudeza m ental, erudito y buen conocedor de la historia
no sea capaz de rem ontarse por encima de ese m undo que a él m is­
mo debió de parecerle deleznable, y más en una época en que toda
E uropa se sentía conm ocionada por aires renovadores en el pen­
sam iento político?
Ello es que Bances continúa en la línea de los dram aturgos m o­
nárquicos a ultranza. Se indigna en cambio contra las autoridades
que intentan p rohibir las representaciones, en un alarde de incom­
prensión y puritanism o. Pero Bances prefiere encasillarse dentro
de los esquem as que sabe aceptables antes que exponerse a la im­
placable censura de que la Iglesia hacía objeto a los que se queda­
ban fuera del sistem a. Sólo así tenía asegurado el éxito y cuando
no existe —y p ara él no existía— posibilidad de salir del sistem a
prefiere retirarse de la escena y abandonar su actividad como es­
critor. Es un epígono de esa larga serie de autores que se dejan
llevar por la doctrina del «desengaño» y con un fatalism o m uy p ro ­
pio de la idiosincrasia española abandonan el intento redentor.
Será preciso que lleguen los m onarcas lu strad o s p ara que poco
a poco penetren eñ España nuevas concepciones vitales. Y pese a
ello el teatro reflejará muy tardíám énte ésá penetración.
D urante el siglo X V III continúa editándose y representándose
el Teatro Nacional.
Por o tra p arte en todos los países se aprecia una crisis del gé­
nero. La vacua inconsistencia de un Moliére, explotando una y o tra
vez sus cóm icas producciones, prueba nuestro aserto.
UN EPIGONO CON GARRA:
FRANCISCO BANCES CANDAMO
807
D entro de esa crisis Bances ofrece más que discretas obras sal­
picadas de aciertos indiscutibles. H abiendo encontrado un m ode­
lo garantizado, le falta genialidad p ara rom perlo, pero es capaz de
dotar a su producción, fiel a los cánones calderonianos, de una va­
riedad y riqueza extraordinarias. De insuflarle un nuevo aliento vi­
tal ofreciendo una vistosa galería de personajes que p resen ta den­
tro de los lím ites aceptados universalm ente una rica variedad y
muy diferentes m atices.
En estas breves líneas vamos a analizar algunos aspectos de su
teatro.
I I .— SUBGENEROS DRAMATICOS EN EL XVII.
II.
A) Consideraciones generales.
Cuando hacia 1680 llega a M adrid Francisco de Bances Candamo el espectáculo teatral ha evolucionado m ucho desde los días
de Lope. Es preciso considerar la representación en su conjunto
y no cada pieza como un bloque aislado. Viene organizado de acuer­
do con una especie de «program a de festejos».
Al levantarse po r prim era vez el telón los actores se presentan
al público ofreciendo una Loa. La Loa tiene por objeto establecer
la com unicación con los espectadores, fijar el entorno, desem peña
en cierto m odo el papel del «Introito» postulado p o r Torres Naharro p ara el teatro del XVI, sólo que no explica el argum ento de la
com edia que le sigue sino que opera como recurso de am bientación
general del tem a. Sirve pues de introducción al Auto Sacram ental
o a la Comedia que va a ser el núcleo del espctáculo.
Los personajes son alegóricos. Es preciso tra n sp o rta r al público
a un m undo mágico, irreal, en el caso de los Autos, sobrenatural,
incluso. Si se piensa en la abigarrada m ultitud que acudía a las
plazas o a los corrales en el últim o tercio del siglo, form ado en su
m ayoría por gentes rudas de pocas form ación cultural e incluso
de b aja extracción se com prenderá el interés de los autores p o r si­
tu a r la escena previam ente. La loa es tanto m ás necesaria cuanto
que las com edias suelen tener un cominzo abrupto.
Tras la Loa da comienzo el prim er acto de la com edia, seguido
de un ENTREMES. El entrem és resulta im prescindible, como lue­
go verem os. En cam bio, tras el segundo acto, sólo se presentaban
algunas canciones llam adas «jácaras». Calderón interpola a veces
las jácaras dentro de la obra, como sucede en «El Alcalde de Za­
m
CARIDAD VILLAR CASTEJOM
lamea», y puede hacerse así cuando el asunto lo perm ite. Tam bién
la letra de las jácaras solía correr a cargo del au to r de la com edia
y los escritores no se hacen de rogar p ara escribirlas. El propio
Quevedo es au to r de m uchas de estas com posiciones festivas.
A continuación se representaba la «Tercera Jornada» de la obra
y como final había música y baile. A veces se escribe una pequeña
invitación al baile en una piececilla que se llam a «MOJIGANGA».
Considerando el Teatro como un acto público cuyo objeto era
entretener y a la vez instruir, era lógico todo este program a.
El autor, que no logra despojarse de intención didáctica, explica
a los espectadores lo que van a ver y al mism o tiem po le enseña
a interpretarlo. De este modo va tam bién inculcando su ideología.
Repasando la variadísim a producción del Teatro Nacional se apre­
cia que cada com ediógrafo tiene, dentro de las líneas generales de
la escuela, unos tem as predilectos que en ningún m odo m argina y
que están presentes aunque dispersos a lo largo de toda su obra.
La Loa se utiliza tam bién como elemento propagandístico de
la com pañía de actores a los que se elogia en los versos de saluta­
ción.
E stá pues esta pieza más ligada a la com edia que el entrem és.
A veces se utilizaba la m ism a loa p ara varias com edias o autos. Así
ocurre con la escrita por Bances para el auto sacram ental titulado
«El prim er duelo del Mundo», del que luego hablarem os.
En cuanto al entrem és, no es éste el lugar p ara extendernos
acerca de su origen y desarrollo. Baste decir que eran muy del agra­
do del público desde que Lope de Rueda popularizó el subgénero
con los «Pasos» y que Cervantes sintió especial predilección por
ellos. Siendo en sus comienzos una especie de pasatiem po entre las
Jornadas de la com edia pronto acabó tom ando vida propia.
Es verdad que con frecuencia todas estas piezas se funden en
plural am algam a y dan lugar a loas entrem esadas, entrem eses can­
tados y aun bailes y m ojigangas con argum ento de entrem és. He­
chas estas precisiones entrem os en el estudio concreto de nuestro
dram aturgo.
UN EPIGONO CON GARRA:
II.
FRANCISCO BANCES CANDAMO
809
B) Producción teatral de Bances Candamo.
En general escribe obras que podríam os llam ar de «gran espec­
táculo». Con escenarios cam biantes y abundancia de ilustraciones
m usicales. Tom aba a su cargo todo el conjunto.
Respecto a las ilustraciones musicales, im porta co n statar la im­
portancia que este elem ento tiene en toda su creación poética y el
efecto intensificador que produce.
La m úsica había sido ya incorporada al Teatro desde antes in­
cluso de Lope p o r los dram aturgos del grupo valenciano que culti­
varon el T eatro H um anístico en la corte de los duques de Cala­
bria, y en tre los que figuraban Guillén de Castro y Virués. Muchas
de esas com posiciones proceden del Cancionero de Upsala.
Pero el caso de Bances es distinto. Bances consigna con preci­
sión el m om ento en que debe aparecer la m úsica como elem ento
im prescindible, como un personaje más. A veces antes de que se
levante el telón. La poesía lírica, cantada o recitada con acom pa­
ñam iento de instrum entos se presenta en varios m om entos de nues­
tra tradición dram ática, desde los villancicos de Ju an del Encina
hasta las interpolaciones poéticas de Lope sobre canciones locales
en los que el folklore popular sirve de tem a de inspiración a la
tram a argum ental como en «El caballero de Olmedo». Pero en los
días de Bances la m úsica no es sólo un acom pañam iento em bellece­
dor, sino que cobra vida propia y desempeña una función especí­
fica dentro de la representación.
Con la incorporación de tem as musicales, la com edia o el auto
que repiten incansables un mism o esquema, adquieren cierta movi­
lidad, y el espectáculo se anima. M ientras los versos van perdiendo
sonoridad y fluidez y las m etáforas lozanía, m ientras los vivaces
diálogos se ralentizan h asta hacerse en ocasiones prem iosos el efec­
to estim ulante de la m úsica suple estas deficiencias.
Quizás fueron los propios «ingenios» de la corte los prim eros
en percatarse del cansancio del público ante la inacabable serie
de obras con análogas tem áticas e idénticas situaciones resueltas
siem pre po r los m ism os procedim ientos y p o r eso introducen algu­
nos com pases que presten variedad a la escena.
Ello es que Bances adopta este medio p ara reavivar sus come­
dias. Así en «Quién es quien prem ia el am or», antes de levantarse
el telón ya se «oye m úsica dentro» y adem ás LAURA inform a a la rei­
na de que:
810
CARIDAD VILLAR CASTEJON
«Ya empiezan las sonatas
que en obúes, en violines,
clarines, timbales, flautas
y otros instrum entos hacen
la confusión consonancia» (7).
Los personajes van apareciendo en escena al son de los acordes
y cuando comienza el diálogo «los instrum entos siguen tocando»
pero no se canta sino que «se oyen canciones a lo lejos p ara que no
estorben la representación». Se tra ta en definitiva de una prim icia
de algo que va a tener trascendental im portancia en cualquier es­
pectáculo m oderno: la música de fondo.
Veamos como cuida el autor los efectos sonoros en el Auto Sa­
cram ental titulado «El prim er duelo del Mundo».
«Suena esta prim era música dentro, sin verse los instrum entos,
apresurada y con afecto furioso y al mismo tiem po terrem oto a
lo lejos, tan baxo que se perciba todo, y sale luego LA NATURALE­
ZA...» (8).
Más adelante, a lo largo de toda la representación se cantan al­
gunas coplas, coreadas por varios personajes, que repiten el estri­
billo:
«que por pena de tantas
ingratitudes,
el fuego la abrase,
las ondas la inunden,
el aire la hiele
la Tierra la angustie» (9).
Muy del gusto del público palaciego debieron ser estas cancióncillas que luego repetirían las damas de la reina viuda en la tedio­
sa corte de Carlos II.
(7) Cf. “Quien es quien premia el amor” en Poesías cómicas de D. Fran­
cisco de Bances Candamo. Madrid. 1772. Blas de Villanueva. 2 vols. Vol 1.
Pág. 89.
(8) Cf. “El primer duelo del mundo” en Ob. y edic., cit., pág. 17.
(9)
Cf. Id. id., pág. 24, 27 y 28.
812
II.
CARIDAD VILLAR CASTEJON
C)
LOA, AUTO, ENTREMES Y MOJIGANGA.
Con todo y ser este aspecto de lo musical interesante en la obra
de Bances no es ni mucho menos el único que ofrece ciertas pe>culiaridades individuales dentro del género. Intentarem os una vi­
sión del conjunto de su Obra. Pocas ediciones existen de la mism a
y que sepamos no se ha hecho una edición crítica h asta el m o­
m ento.
Aparte de las cuatro comedias recogidas por Mesonero Romanos
en el tom o XLIX de la Biblioteca de Autores Españoles hay que
rem ontarse al p rim er tercio del siglo XVIII p ara en co n trar una
edición cuasi com pleta de sus comedias. He subrayado comedias
porque la recopilación en dos volúmenes de gran p arte de la obra
dram ática del autor, lleva por título «Poesías Cómicas». El adjetivo
cóm icas ha sufrido un cambio sem ántico desde el X V III pues no
tenía el actual significado de cosa hum orística o divertida que se
le ha dado posteriorm ente. Cómico era todo lo perteneciente o rela­
tivo a la comedia.
Incluso el propio vocablo «comedia» no tiene la acepción ac­
tual. En los dos volúmenes de la edición citada se incluye una
«TABLA DE LAS POESIAS COMICAS CONTENIDAS EN ESTE
TOMO». Distingue el autor entre «comedia famosa», «gran come­
dia», «comedia nueva v zarzuela, (esta últim a denom inación tam ­
poco responde al sentido actual del térm ino), amén de las piezas
m enores.
Así llam a «Gran Comedia» a la titulada «El esclavo en grillos
de oro». Suele denom inarse así la obra de alguna m ayor extensión
de lo usual y de tem a histórico generalm ente tom ado del Mundo
Antiguo. E sta que citamos debió tener m ucho éxito y es una de
las cuatro recogidas por Mesonero Romanos. Se encuentra am bien­
tada en la Roma de Trajano y no falta en ella el lugar com ún del
«laudes Hispaniae», que con tan ta frecuencia aparece en la pro­
ducción lopística del mism o ambiente.
Es en cam bio «comedia famosa», la que lleva p o r título «El
sastre del Campillo» con tem a de H istoria y leyenda española y
tocó tam bién las clasificadas como «comedias de Santos» en «San
B ernardo Abad».
Una de las m ás interesantes tanto po r el tem a como por la ambientación y estru ctu ra es la ya citada «Quién es quien prem ia el
amor».
UN EPIGONO CON GARRA:
FRANCISCO BANCES CANDAMÛ
813
AL ILUSTRISSIMO SEÑOR
DON MANUEL ANTONIO
DE A Z E V E D O
Y B A N E Z ,
C A V A LLE R O d e l o r d e n d e c a l a t r a v a , c o l e g i a l e n
el Mayor de San lld cfcn fo, de la Ciudad de A lcali , y Catliedratico de
Prim a, de Cánones, en fu Vniveríídad, Fifcal de el Crimen de la Real
Chancilleria de Valladolid, Fifcal en el Real de Hazienda,y Sala de Mi-*
llones, Prefidente de dicho C onfejo, y deí R e a l, y Supremo, y aora ac­
tual Confejero en el, Prcfidentcde la Real junta de Rcfhblccimiento,dei
Comercio General de EípañaJucxPrivarivo,y Superintendente General
de todas las Imprentas de Efpsma, Conde de Torre- Hermflfa, Señor,
y Mayor de las Cafas de fu Apellido, Señor de h Villa
de Bayona, y fu Jurifdíccion > &c.
814
CARIDAD VILLAR CASTEJON
La edición que hemos citado lleva la aclaración «a costa de
D. Antonio Pimentel» y en ella figuran seis Loas, tres Autos y 18 Co­
medias, y tres entrem eses.
E ntre los Autos, destaca «El prim er duelo del Mundo». Se tra ­
ta de una pieza perfecta de construcción en la que se pone en ju e­
go toda la aparatosa escenografía del Barroco tardío. En la Loa
que le precede se personifican los cuatro elem entos recogidos de
la filosofía presocrática, el Fuego, la Tierra, el Aire y el Agua, que
alternan en incongruente m aridaje con el Pecado, la Fe y la Muer­
te. Todo el conflicto conduce como es preceptivo en estas obras a
poner de relieve el am or del ESPOSO por el ALMA caída en el
PECADO, instigada por el apetito sensorial que homologa con la
NATURALEZA encarnada en la DAMA que hace el papel de p ro ta­
gonista.
El triunfo final del AMOR resulta una especie de apoteosis del
Sacram ento de la Eucaristía. Es este un tem a dom inante en Bances,
que a veces realiza una especie de sincretism o genérico, intercalan­
do elem entos propios de un tipo de obra con otros. La presencia de
la E ucaristía se subraya en la «Comedia famosa» «El Austria en
Jerusalén»:
«Al alba pues, toda la gente mía
reciba la Sagrada Eucaristía» (10).
La Loa escrita para «El Prim er duelo del Mundo» constituye
p o r sí m ism a una pieza teatral valiosa. En el prólogo de la edición
que m anejam os se hacen algunas puntualizaciones acerca de esta
obra diciendo que se atribuyó a Calderón porque solía represen­
tarse antes del conocidísimo auto «El Gran T eatro del Mundo».
Si ello es así sólo se refiere a las representaciones que se hicieran
después de m uerto el genial dram aturgo, po r juzgar la Loa espe­
cialm ente adecuada p ara esa obra.
Figuran en dicha loa algunas canciones pegadizas y con estribi­
llo. G ran cantidad de parlam entos son cantados y repetidos por
el coro:
(10)
Ver: Valoración Histórica de Bances Candamo en I. D. E. A. 1980.
Vol. II. Págs. 27-47.
UN EPIGONO CON GARRA:
FRANCISCO BANCES CANDAMO
815
Carro del Aire:
«Que no es la vez prim era
que m isterioso
plum as de serafines
cubren tu rostro».
Carro del Fuego:
«Que si Elias ha sido
sagrado fuego
Elias te da en ella
su ardiente fuego.
Carro del Agua:
Porque saldrá sin duda
con m ayor gala
si te m iras en este
cristal sin mancha».
Carro de Tierra:
Viva la gala
del fuerte guerrero.
Tras cada canción suena sóla la música.
Al final, en los versos de exaltación del Sacram ento era el pú­
blico quien coreaba, pués solía adaptarse o trad u cirse un him no
litúrgico conocido p ara que la gente pudiera incorporarse en cierto
m odo uniéndo sus voces a las de los actores.
La canción final de «El prim er duelo del Mundo» reza así:
«A tan alto Sacram ento
rindam os culto constantes
y supla la fe el defecto
de sentidos materiales».
No es difícil establecer la correlación entre estos versos y las
prim eras estrofas del him no que ha perm anecido en la litúrgia de
la E ucaristía h asta que en nuestros días se desterró el latín de las
ceremonias del culto, el conocido «Tantum ergo».
816
CARIDAD VILLAR CASTEJON
La tarde en que Bances estrenó el auto debía de ser de las lar­
gas de Junio. Este tipo de representación se hacía generalm ente
en las vísperas, en incluso el mismo día del Corpus, en un cálido
escenario situado al aire libre. N utrido público espectante llenaba
la plaza. Son gentes enfervorizadas por la liturgia y las procesiones
de la m añana. Ahora disponen de una larga tard e de fiesta en la
que se les brinda como entretenim iento el espectáculo teatral. Es
preciso que la diversión no enturbie el fervor religioso, sino que lo
m antenga e incluso lo potencie. En los días de Bances quedan ya
pocos autores que cultiven el género, su colaboración debió estar
muv solicitada y su ingenio se vuelca en el tema.
El conflicto está planteado, con acierto. La aparición de los p er­
sonajes sabiam ente calculada. La escena final del acto segundo es
de gran efecto dram ático y es entonces cuando el au to r ofrece al
em ocionado público una pausa, un relax acertadísim o p ara aliviar
la tensión y presenta el entrem és escrito expresam ente p ara el auto
y que titula «El astrólogo tunante».
En esta o b rita todo está perfectam ente trabado, p ara divertir
sin perjudicar. Es una deliciosa piececilla de m ero pasatiem po. El
tem a no es nuevo. El m arido que se cree engañado —esta precisión
es muy im portante— . No se tra ta de un adulterio real, im pensable
como argum ento en una obra para él Corpus, sino de una presun­
ción. La tram a es po r tanto intrascendente, pero el diálogo es fluido,
ágil; la figura del gracioso está muy conseguida, los personajes arquetípicos pero no caricaturescos resultan fam iliares al divertido
espectador. La últim a escena no tiene otra finalidad que provocar
no ya la sonrisa, sino la hilaridad de los espectadores. La emoción
contenida se libera en carcajadas y la gente ríe abiertam ente escu­
chando las palabras del Astrólogo. Todos los ingredientes del en­
trem és se com binan. La Barbuda, dueña del mesón, rechaza cons­
tantem ente al huesped inoportuno:
«Sin dinero no valen las razones
vaya pues a hospitales, no a mesones» (11).
Las figuras no han dado el paso que separa al hom bre de la
m áscara. No son m áscaras la Barbuda, ni el sacristán, ni el astró ­
logo, son personajes com pletam ente hum anos, con rasgos realza­
dos p ara su fácil caracterización, muy simples, muy pocos y muy
(11)
Entremés de “El Astrólogo tunante”.—En Ob. y Ed. Cit. Pág. 34.
UN EPIGONO CON GARRA:
FRANCISCO BANCES CANDAMO
817
definidos. Sin com plicaciones psicológicas, pero con extraordinaria
capacidad de reacción ante una situación conflictiva.
El elem ento fantástico no tiene aquí cabida y Bances, que ha
tocado ya la fibra religiosa del público toca ahora la hum ana.
El espectador em ocionado por la explosiva mezcolanza alegóricolitúrgica del AUTO, cuyas largas parrafadas barrocas aplaude, en­
tusiasm ado p o r la sonoridad de los versos, sin aclararse dem asia­
do entre la balum ba de personajes reales y alegóricos, bíblicos o
prosopopéyicos que invaden la escena, agobiado p o r la grave m u­
sicalidad de los him nos eucarísticos, se acom oda librem ente con una
especia de relajación al reconocer en el entrem és a sus vecinos, a
sus conocidos, a sus fam iliares quizás.
En vez del Fuego y el Aire aparecen el S astre y el Doctor. El Es­
poso y el Pecado son desplazados por el Hidalgo y la Huéspeda.
La frase bíblica, la sonora sentencia es sustituida po r el chiste fácil.
El grandioso ap arato de la N aturaleza con acom pañam iento de lla­
mas, truenos y rayos, se trueca en cestos, artesas y hornos de asar.
Por eso el T eatro de Bances no podem os considerarlo aislada­
m ente pieza a pieza. Es preciso tener en cuenta el entorno en que
se representa, al menos el bloque com pleto que form an Loa, Auto,
E ntrem és y Mojiganga. Así el espectador no perm anece dem asiado
tiem po sobrecogido por las profundas verdades tratad as en el auto
sino que tom a tierra durante el entrem és.
El lenguaje se concretiza en un diálogo rápido y coloquial.
... ¡Ah del mesón!
¿Quién a estas horas llam a?
¿H ay posada n uestra ama?
Dicen que a m aravilla
son las fiestas del Corpus de esta villa
y a verlas he venido
aunque esté el carruaje detenido.
El choque con la realidad al volver a su casa b ajo la im presión
del Auto, resu ltaría dem asiado violento de no ser el conjunto de
piezas que rodea la obra núcleo. El espectador allí mism o, en la
plaza y antes que term ine el espectáculo se libera de lo mágico y
de lo sobrenatural.
Continúa tras el entrem és la representación y al term in ar el
Auto, da comienzo la MOJIGANGA. Se realiza en ella una síntesis
del entrem és de negra con el baile. El tratam iento que se da a los
818
CARIDAD VILLAR CASTEJON
negros en el barroco es sum am ente respetuoso. En térm inos elo­
giosos se refiere a ellos Quevedo en «La hora de todos o la fo rtu n a
con seso» y deliciosas son las letrillas de Góngora, puestas en boca
de dos m uchachas negras, una de ellas referida tam bién a la fiesta
del Corpus:
«Mañana sa Corpus Crista
Mana Crara;
Alcoholemo la cara
e labemono la vista
— ¡ay Jesú como samo trista!
¿Qué tiene pringa, señora,
Samo negra pecadora
e branca la Sacram enta (12).
Muy parecido es el diálogo que presenta Bances en la Mojiganga.
La figura de la negra no se ofrece para d esp ertar la hilaridad del
público, aún cuando en este caso se tra ta de un disfraz. El único
efecto cómico reside en lo peculiar de la jerga. El castellano es im ­
placable con las variantes fonéticas de las dem ás regiones, inven­
ta rá chascarrillos de dudoso gusto a expensas de las m odalidades
del habla gallega o andaluza, y por ende con el peculiar acento de
las gentes de color.
La NEGRA aparece con su instrum ento de palo y calabaza im­
prim iendo a su recitado y a su canción un ritm o nuevo ágil y di­
námico.
El vistoso espectáculo de las procesiones con todo el boato
desplegado por la Iglesia en la fiesta del Corpus lebía suscitar la
adm iración y el asom bro de todos los extranjeros. Los negros pre­
sentan su hum ilde hom enaje al Sacram ento.
«Ansiosa M aliquitú
soya voacé a la finela
y holará su preto am ante
que ya se m orre po r verla
Aunque en Angola nacimo
toda la Negla venimo
porque se alegre mi plimo
(12)
L u is de G ongora. En Antología Mayor de la Literatura Española.
Dirección y prólogo de G. Díaz Plaja. LABOR. 1960. Vol. III, pág. 16.
UN EPIGONO CON GARRA: FRANCISCO BANCES CANDAMO
819
de las islas de Tulú.
¡Ay tangulú, tangulú tam bacú
los neglos y blancos hagam os el bú.
El respeto p o r la liturgia católica se reitera.
Aunque Neglo, non plingamo
y a ver a Noso Dios vamo
que es lo que más deseamo
como sabe vuesancé
¡Ay tangulú, tangulú, tambacú!
La ap ertu ra de las vocales, la vacilación de / r / y /l/, en sílaba
trabada, la introducción de palabras en jerigonza p ara m arcar el
ritm o de la canción, la supresión de la / s / final de p alabra y aún
de sílaba... Todos los rasgos en fin que aún se perciben en los
negros am ericanos de habla hispana han sido captados p o r nues­
tros barrocos. La conjunción del elemento lírico con el cómico en
el entrem és de Negra es acertadísim o, lo que pudiera tener de hila­
ran te desaparece p o r la veta lírica que supera el m atiz de comici­
dad y que im prim e una especial tern u ra al personaje. Finalm ente
la Negra invita a todos a sum arse al baile.
El espectáculo ha term inado. Bances ha servido al público, can­
ciones, him nos, versos, m utaciones escénicas, fervor religioso, y
hum or y realism o en las proporciones adecuadas. El aplauso es
m erecido y sincero, la ovación al au to r consagrado entusiasta. Ha
cum plido una difícil misión, escribir ese Teatro para todos, que
ra ra vez consigue críticas encom iásticas de las élites intelectuales,
pero que triu n fa p o r sí mism o ante un público que es en definitiva
el que decide el éxito o el fracaso. El au to r dram ático a diferencia
del poeta lírico ra ra vez escribe para la posteridad. Su obra tiene
como fin el ser puesta en escena, y los em presarios entonces como
ahora sólo representan aquello que es un éxito de taquilla tan
aleatorio siem pre. Bances consigue esa finalidad con un tipo de
teatro que lleva en sus tiem pos más de un siglo de existencia per­
petuando un género al borde de la extinción, pero que en sus días
no se ha superado y que ta rd a rá aún m uchos años en superarse.
El T eatro B arroco no desaparecerá por com pleto hasta que se ha­
yan cam biado las estru ctu ras políticas de E uropa y las ideas que
preconiza resulten anacrónicas, y por más que los neoclásicos in­
tenten acabar con ese inmenso follaje, las numerosas ediciones
820
CARIDAD VILLAR CASTEJON
que se hacen de las comedias recopiladas en grupos de doce bajo la
denom inación de «colección factitia» dem uestran que el producto
se sigue vendiendo. Es un verdadero m onum ento Nacional que
d u rará lo que dure el Im perio Hispánico, y que sólo los vientos
franceses que penetran en España tras la consolidación de la dinas­
tía borbónica conseguirán b arrer de la corte. Bances Candamo es
posiblem ente el últim o de los autores que perpetuando una gloriosa
tradición llegará al final de una larguísim a etapa de éxitos inin­
terrum pidos.
Un punto de reflexión interesante sería descubrir su pensam ien­
to político a través de las ideas dom inantes en su teatro, tra ta re ­
mos de hacerlo analizando una de sus obras m ás originales. La
«Comedia nueva», QUIEN ES QUIEN PREMIA EL AMOR.
III.
LA «COMEDIA NUEVA» QUIEN ES QUIEN PREMIA EL AMOR.
a)
Estructura.
Es la tradicional. Comienzo abrupto, desarrollo de la intriga
político-am orosa y final un poco fuera de los moldes que viene
determ inado «a priori» por los acontecim ientos históricos ya que
el au to r no puede alterar los hechos.
La com edia va precedida de una Loa cuyos personajes son ale­
gorías de los Reales Sitios. Tema dom inante: las lisonjas nada
encubiertas a la Reina viuda. No es nada sorprendente, pues según
consta en la prim era página esta loa la representaron las señoras
dam as de su M ajestad en el Real Palacio.
Unas palabras sobre el título, o m ejor sobre el subtítulo. La
llam a Comedia Nueva y parece que el adjetivo se aplicaba a las
obras de asunto histórico universal, pero sobre acontecim ientos
que se pueden considerar contem poráneos del autor. En efecto la
protagonista es C ristina de Suecia que m urió en 1689.
Pronto una m utación nos ofrece el gabinete de la Reina donde las
dam as se ocupan del regio atavío. Enseguida o tra m utación a un
b)
Escenario .
E n la segunda jo rn ad a vuelve a cam biar la decoración. Desde
este bucólico paisaje idealizado se ve el Real Palacio.
Es cam biante y comienza presentando un patio del Palacio,
escenario-tópico, lo que se denomina «selva florida». Al fondo de
UN EPIGONO CON GARRA:
FRANCISCO BANCES CANDAMO
82Í
los balcones la reina y sus damas contem plan a los patinadores
sobre hielo. En fíances los escenarios se proyectan en dos planos.
Uno el de lo visual perceptible por el espectador m aterialm ente
plasm ado en la decoración, en la que los tram oyistas de palacio
desplegaban todo su oficio e incluso su arte (balcones, selva flori­
da, palacio, interiores, etc.). Tales elementos están descritos todo
precisión en lo que el au to r llam a «mutaciones». Y luego está el
plano de lo im aginativo perceptible gracias a la vivida descripción
barroca y que el espectador «ve» a través de las com plejas imáge­
nes literarias, cuajadas de figuras retóricas que nos ofrecen los
mism os personajes en sonoros versos.
Así cuando O thón y el Duque de H olstein p intan con profusión
de recursos un cuadro irrepresentable: la vuelta a la p atria de los
soldados vencedores.
Othón: «Por donde el tropel violento
la nube rom pe y clarea
nos m uestra ya su librea
de la guardia el regim iento.
La reina es.
Duque: Las guarniciones
brillan pués corriendo van
y a nubes de polvo dan
relám pagos sus galones.
Othón: Ya en las desnudas espadas
la luz hiere y reverbera
y de la fila prim era
arde el día en las coladas.
Duque: Sobresaliendo a las olas
de gente (al céfiro inquietas)
distingo de los trom petas
casacas y banderolas (13).
E pítetos, m etáforas, m etonim ias hipérbatons y antítesis se unen
y entrelazan buscando el efecto más colorista y brillante. El desfile
triunfal es recibido por la propia reina.
Si hay algo en los com ediógrafos del XVII que asegure el entu­
siasm o popular son estas descripciones del poderío m ilitar que in­
discutiblem ente asociarán con la idea del Im perio.
(13)
C f. F r an c isc o
de
B ances C andamo . Ob. y ed . cit., p á g . 69.
822
CARIDAD VILLAR CASTEJOÑ
A fines del siglo parece imposible que el público continúe aplau­
diendo este tipo de escenas, cuando ya la decadencia es irrem edia­
ble. El au to r intenta captar las últim as adhesiones a la vacilante
testa coronada evocando p ara ellos todo lo que un ejército pueda
tener de vistoso; los briosos caballos, las centelleantes espuelas,
el destellar de las espadas y el brillante colorido de los uniform es
resucitan el espíritu castrense de las gentes que aún no han olvida­
do las victorias. Que creen que la aparatosa ostentación del atuen­
do tiene algo que ver con el éxito o con el fracaso.
Cuando Bances escribe ya piratas y m ercaderes se han apodera­
do de p arte del m undo y se están enriqueciendo a nu estra costa.
Pero la bizarría del soldado se ha hecho tópico necesario p ara
los españoles y ya que no pueden verlo en la realidad, necesitan
evocarlo, al menos en el ficticio m undo de las bam balinas, em oti­
vam ente descrito po r sus autores predilectos.
D entro de este escenario «imaginado» se sitúa tam bién la ac­
ción de la jo rn ad a segunda. La reina contem pla a los patinadores
cuando B eltrán, el gracioso de la comedia cae de espaldas. El lago
o m ar helado donde ocurre la escena se describe como:
cuajada cam paña pu ra
donde hoy carrozas resbalan
si ayer bajeles fluctúan (14).
c)
Adecuación histórica.
La acción se sitúa hacia 1645, cuando las tropas de Suecia vuel­
ven victoriosas de su guerra sueco-danesa. Cristina, que había he^redado el trono a la edad de seis años, en 1632, se hizo cargo del
gobierno en 1644, a los 18 años de edad. Después de h ab er term i­
nado felizm ente la guerra con Dinam arca (a la que se alude en la
com edia) quiso la paz con Alemania contra la opinión de Oxenstierna. Quería extender a su país los beneficios de la paz. Suecia
se rehizo, y el pueblo am aba a su reina (15).
Bances se basa siem pre en un hecho real, conocido y fácilm ente
contrastable. E n la comedia nos presenta a las tropas de Carlos
vencedoras no sólo de los hom bres sino tam bién de los elem entos,
pues tuvo que regresar atravesando el m ar helado. E sta circuns(14) C f. Ob. y edic. cit., pág. 96.
(15) C f. J u a n B a u t is t a W e i s s , “Historia U niversal”. Barcelona. 1930. Vol.
X, pág. 917.
UN
EPIGONO CON GARRA:
FRANCISCO BANCÉS CANDAMO
823
tancia confiere un cierto dram atism o y espectacularidad al relato
que Federico hace a la reina, intensificando con hiperbólicos recur­
sos la narración.
Comienza po r una enum eración de los lugares visitados.
Federico: En fin, su ejército, Carlos
transfirió desde Jutlandia
a la isla de Asent, desde ella
a la de Lanlant, cercana
de donde su bravo orgullo
pisando los m ares pasa
hasta la capital isla
de Geland, y las m urallas
de Copenhague, gran corte
y m etrópoli de Dania.
Antes, al contarle a Laura las victorias de Carlos Gustavo, hace
hincapié en la grandiosidad desértica del m ar helado.
Federico: Que vuelven de D inam arca
sus banderas victoriosas
no sólo en cam pal batalla,
pero endureciendo el m ar
la constelación helada
de Septentrión, hizo el N orte
cristal de roca sus aguas
tan roca que en prisión dura
tran sm u taro n congeladas
sus transparencias de vidrio
en solideces de plata.
Firm e el H iperbóreo m ar
du ra su aterida espalda
quieto sufriendo sobre ella
no sólo de sus m esnadas
sus caballos y sus carros
la nunca más vista m archa,
sino el tren y artillería (16).
D urante el viaje, Carlos ha hecho prisionera a Leonor de Dina- *
m arca, herm ana del príncipe de Holstein, y la reina decide recibir
(16)
C£. Ob. y edic. cit., pág. 64.
&24
c a r id a d v íl l a r
c a st e jo n
a tan ilustre huéspeda en el palacio de Upsala, donde está alojado
tam bién D. Antonio Pimental, el em bajador de España, al que la
reina tanto estim a, hasta el punto de que su trato con él excitó las
m aliciosas m urm uraciones de la corte y las censuras de la reina
viuda (17).
Así se da en trad a en la comedia a un español que se presenta
como prototipo de gallardía y caballerosidad, no exenta de la pro­
verbial jactancia española.
Por un incidente fortuito, el caballo del carro donde va la reina
se desboca y ésta, al caer, es recogida po r los solícitos brazos del
español. Se lam enta el duque de no haber estado más cerca del lu­
gar del suceso y Pim entel responde:
Pimentel: Con el mismo susto temo
que mi atención acredito
y vuestra arrogancia ofendo.
El duque se siente hum illado y así lo m anifiesta. La respuesta
del español no puede ser más altanera.
Pimentel: Pues decidle
que tem ple ese sentim iento
que aunque él donde vos se hallara
le sucediera lo mesmo
y ninguno donde yo
esté llegará prim ero
a todos, que si el m inistro
es im pulso de su dueño
más acción debe tener
en todo el m undo sirviendo
a un rey que ciñe en su m ano
la esfera del Universo (18).
Y
vemos aquí la presentación de un tem a mil veces repetido en
el Teatro Nacional, la vieja, pero aún no abandonada po r comple­
to idea del «Dominium Mundi». La lealtad de nuestros poetas al
sentido im perial de España es sorprendente. La M onarquía Univer­
sal tantas veces intentada y nunca realizada totalm ente se presen(17) Cf. J u a n B a u t is t a W e i s s . “Historia U niversal”. Barcelona, 1930. Vol.
XI, pág. 813 y sigs.
(18) Ot>. y edic. cit., pág. 71.
UN EPIGONO CON GARRA:
FRANCISCO BANCES CANDAMO
825
ta de nuevo como un hecho ante la consideración del público es­
pañol, que aún no tiene plena conciencia de lo que está perdiendo.
Bances es, desde luego, un poeta cortesano, pero el intento de iden­
tificar a Carlos II con este rey que ciñe en su m ano la esfera del
Universo, es algo m ás que tópico, es una heroicidad. Claro que el
m onarca aludido en la com edia no es Carlos sino su padre Felipe
IV, y que por lo dem ás la m etáfora esfera-Tierra, m ano-poder, es
absolutam ente cierta. El enferm izo m onarca español era todavía
el m ás poderoso del Universo y bien lo dem ostró el interés de Luis
XIV por sen tar en su trono a Felipe V.
El Rey debía sentirse muy complacido con su poeta. Hizo bien
en asignarle una pensión. Bances se la merece p o r su probada fide­
lidad, pero hoy resulta difícil perdonarle su increíble lisonja, que
resulta, po r lo dem ás, usual, desde una óptica de la época.
Volviendo a Pim entel, desconocemos las causas de su estancia
en la corte sueca, quizás el influir en el ánimo de la reina p ara que
re tira ra su apoyo a la causa protestante, o preten d er su conversión,
dadas las posibilidades de que tal hecho ocurriera, p o r el carácter
reflexivo y ascético de Cristina.
De cualquier m odo esta relación de Pim entel con la reina es
uno de los detalles m ás cuidados de la comedia, ya que el idilio
parece estar en varios m om entos a punto de iniciarse, pero no ter­
m ina nunca de hacerse realidad.
d)
Un haz de temas.
La idea del «dom inium Mundi», la teoría del derecho Divino de
los Reyes, la im portancia del linaje y la alcurnia, la nobleza del
español, el triunfo de la religión Católica, la diplom acia, todos es­
tos aspectos se ofrecen en la com edia bajo la débil tram a am orosa
que va a term in ar casando la reina a Leonor con su prim o p ara
asegurar la continuidad dinástica al trono de Suecia, supuesto que
ella no piensa casarse, y así lo com unica a su corte en un parlam en­
to entretejido de razones más o menos convincentes p ara explicar
su determ iación.
«Y así no habiendo quien pueda
m erecerm e y siendo yo
incapaz de estar sujeta ...........
826
Ca r id a d Vi l l Ar c a s t e j o n
Pero antes ha tenido buen cuidado de dejar prevista la cues­
tión sucesoria. Cuando el em bajador de Dinam arca se intranquiliza
tem iendo que las veleidades de Cristina puedan dejar sin resolver
la cuestión sucesoria, el duque de Holstein le tranquiliza diciéndole:
N ada temas, que Cristina
reina de E uropa aclamada
de m uchos solicitada
es po r su beldad divina
y p o r su corona, pero
del reino es fundam ental
ley, que sea natu ral
el rey y todo extranjero
queda p o r ello excluido.
Como a Dinam arca aprecia
por porción suya la Suecia
porque al fin un reino han sido (19)
Una vez asentada la dinastía, Cristina se siente libre p ara o b rar
como le parezca.
La defensa de la Institución m onárquica la fundam enta Bances
en los bien sentados principios de la teoría del Derecho Divino de
los reyes, que en sus días ya ha sido superada en lo doctrinal, pero
que continuará vigente en la práctica durante m ucho tiempo.
El rey está po r encima de todos los m ortales, incluso de los
príncipes de la sangre:
Cristina: Carlos, vos el reino am asteis
no a mí, y siendo cosa cierta
que yo a mí me estim o más
que el cetro y que la diadem a
mi am or lo que m ás am asteis
renunciando al reino os deja.
no a mí porque no hay en vos
cosa que a mí me merezca (20).
(19)
(20)
Cf. Ob. y edic. cit. pág. 69.
Cf. Ob. y edic. cit. pág. 96.
UN EPIGONO CON GARRA: FRANCISCO BANCES CANDAMO
827
Este Derecho Divino coloca al rey en una posición muy superior
a la del resto de los m ortales, lo eleva a alturas inaccesibles. Bances lo sostiene así en o tra comedia titulada «La X arretiera de In­
glaterra».
Rey: ¿No habéis, Enrique, sabido
que co ntra lo soberano
el ten er dicha es delito?
¿Yo p o r otros despreciado?
Rayos e incendios respiro (21).
El príncipe Carlos de la Comedia que estudiam os afirm a la pos­
tura.
Carlos: V uestro es, señora, no sólo
el triunfo sino el aplauso
yo soy sólo el instrum ento
de im pulso tan soberano.
E sta declaración del carism a regio viene tam bién a ju stificar
todos los actos de gobierno, aun los más indiferentes, como puede
ser el ocuparse de las diversiones del pueblo. La actitud elogiosa
de Pim entel en un anim ado diálogo con Cristina así lo testim onia.
Pim entel: Lo que me confunde es ver
un reino tan extendido
de vos tan bien gobernado
y que tienen el camino
las quejas de los vasallos
tan franco a vuestros oídos.
Después de eso, ¿quién dirá
que cuando tratáis conmigo
unas m aterias tan altas
y de tan graves motivos
que la E uropa sin saberlos
se pasm ará al discurrilos (22)
tan hallada en estas fiestas
estáis y con tan tranquiló
(21) C f. B a n c e s C a n d a m o . La Xarrecherce de Inglaterra en P oesías cómi­
cas d e... Madrid, 1722. Vol. II, págs. 49 a 100.
(22)
Cf. Ob. y edic. cit. Pág. 73.
828
CARIDAD VILLAR CASTEJON
sem blante como si en vos
todo el ánimo movido
en olas de pensam iento
no fluctuara el albedrío.
Y
la reina vuelve otra vez a presentarse como paradigm a de
buen gobierno y acertadas decisiones.
Cristina: Alma de un reino es un rey
y así como el alma asisto
toda yo en todas las partes
en ninguna me divido
que aún a la m enor acción
entera me participo.
Una de las acusaciones más reiteradas que se hacían a Carlos
TI, como se habían hecho antes a su padre, era el desmedido afán
de diversiones que les llevaba a gastar sumas enorm es en una b a­
lum ba inútil y costosísim a de festejos. Por eso el com ediógrafo de
la corte defiende a ultranza este proceder.
Cristina: Es la diversión forzosa
p ara llevar el prolijo
afán de tan ta tarea
y adem ás deso es oficio
popular entre los reyes
y divertir necesito
con fiestas este mi reino...........
y obedecen más alegres
vasallos más divertidos (23).
Muy a pecho parece tom arse Bances esta defensa de las diver­
siones pues en el «Teatro ele los Teatros de los pasados y presentes
siglos» escribe:
«Ni aún en la diversión se han de a p artar del bien público los
M onarcas, porque han de descansar de obras aprendiendo a obrar».
«Si al pueblo es m enester divertirle aprovechándole, ¿qué h ará
un m onarca que sólo nació para el bien de todos, y que aquellas
(23) C f. F r a n c is c o A n t o n io
1722. 2 Vols. Vol. I, pág. 69.
de
B a n c e s C an d a m o .
Poesias cómicas. Madrid,
UN EPIGONO CON GARRA: FRANCISCO BANCES CANDAMO
829
tres horas, se las perm ite el Pueblo mism o que es acreedor a todas
las suyas por la necesidad que tiene de ellas su ánim o p ara el ho­
nesto recreo?».
Quien divierte mal a un príncipe soberano, todo aquel tiem po
que le ocupa se lo h u rta al BIEN PUBLICO, así lo dije yo en mi co­
m edia titulada «El esclavo en grillos de oro», donde está la décima:
Quien al príncipe ha ocupado
mal, a todos ha ofendido
que el tiem po que él ha pedido
al bien público se ha hurtado.
Ved si debe castigado
ser quien a todos robó.
¿Y de las horas que hu rtó
retribución no ha de hacer?
Pues nadie vuelve a tener
aquel tiem po que perdió (24).
El enaltecim iento de la figura del m onarca es una de las razo­
nes que conduce na C ristina al celibato y a la abdicación.
«Yo de su gentil persona
hago un aprecio infinito
pero de su afecto no
que a su jetar no me inclino
altivez tan soberana
viviré como he nacido».
En poca estim a tiene la reina Cristina al pueblo sueco. Es el
com ún sentir de la época. Los com ediógrafos españoles, incapaces
de descubrir el concepto dem ocrático de la sociedad, pese a los
bien trabados argum entos de la teoría pactista que los monarcóm acos habían propugnado, ni la form a de gobierno republicana
que los jesuítas españoles habían difundido a través de la teoría
del doble pacto insistiendo en la idea de la soberanía popular re­
presentada en uno o unos «entre los m uchos iguales» elegidos por
la m ultitud, intentan potenciar aún la figura del m onarca a base
de m inusvalorar a sus siíbditos. El Teatro continúa siendo a fines
del XVII lo que era un siglo antes, desde los días de Lope, la más
(24) Cf. “Teatro de los Teatros de los pasados y presentes siglos por
Francisco Bances Candamo. B. N. Mss. 17459, fol. 51.
830
CARIDAD VILLAR CASTEJON
eficaz e inexorable arm a propagandística en favor de la institución
m onárquica que con aguda visión lo convierte en su aliado, nom ­
brando uno tras otro a los «ingenios» de la escena dram aturgos de
la corte y ofreciedo escenarios y actores p ara satisfacer la vanidad
de los comediógrafos.
Sin em bargo Carlos II supera cualquier intento de lealtad. Ya
ni m illares de endecasílabos conseguirán ocultar lo crítico de la
situación. Y tal vez pueda ser la inutilidad del esfuerzo de los ú lti­
mos cultivadores del género la causa de su extinción. Felipe V pres­
cinde del T eatro como instrum ento de propaganda. Los d ram atu r­
gos ya no son necesarios. Convencidos de la realidad de este hecho
im pensable abandonan su oficio. Uno de los prim eros convencidos
es Fracisco Antonio de Bances Candamo, que prefiere dedicarse a
la adm inistración de las rentas reales, y no vuelve a escribir co­
m edias. Pero las que escribió merecen leerse, y com entarse. Son el
últim o aliento de un exhausto gigante, adm irable y terco: «El Tea­
tro Nacional.
BIBLIOGRAFIA
B a n c e s C a n d a m o , F r a n c is c o A n t o n io .—Poesías Cómicas de D ............... Ma­
drid, 1722. Imp. Francisco Luojados. 2 Vols.
C u e r v o A r a n g o .— D . Francisco A . de Bances Candamo. Estudio biográfico
y crítico. 1916.
V e y n e , P a u l .—Cómo se escribe la Historia. Ensayo de epretemologra.
Trad. de Mariano Muñoz Alonso. Madrid Fragua 1972.
J o v e r Z a m o r a , José M a r ía .—Sobre los conceptos de Monarquía y nación
en el pensamiento político español del XVII. Buenos Aires. 1950.
J u a n B a u t is t a W e i s .—Historia Universal. Versión de la quinta edición
alemana. Bajo la dirección del R.P. Ramón Ruiz Queado. S. V. Barcelona.
1930. Vol X, pág. 913 y sigs., y Vol. XI, pág. 813.
F r a n c is c o de B a n c e s C an d a m o .—Teatro de los Teatros de los pasados y
presentes siglos. H.a escénica que a Mornana y castellana. Mss. Autógrafo.
B ; N. 17.459.
NUEVOS YACIMIENTOS PALEOLITICOS
EN LA REGION ASTURIANA
POR
LUIS M. GONZALEZ
El propósito de esta nota de carácter inform ativo, es el d ar a
conocer una serie de yacimientos paleolíticos recientem ente descu­
biertos en A sturias, y m as concretam ente en los concejos de Laviana, Piloña y Sta. Adriano. Los descubrim ientos de éstos fueron
realizados p o r E. Muñoz, A. Juaneda y el au to r de este inform e. Los
m ateriales —recogidos en superficie— de cada uno de los yaci­
m ientos que a continuación se citarán, se encuentran depositados
en el Museo Arqueológico Provincial de Oviedo.
Deseo, pués, que estos nuevos hallazgos paleolíticos, y m as con­
cretam ente los de la cuenca del Nalón puedan servir como colabo­
ración a las actuales investigaciones que se vienen realizando en
esta zona, a raíz de los recientes e im portantes descubrim ientos de
yacim ientos paleolíticos con arte rupestre (1).
(1)
R ecientem ente y en este mismo boletín (núm. 101, pp. 719-723), A. Juaneda
Gavelas hizo una somera referencia sobre algunos de estos yacim ientos y más
concretam ente el de la cueva la Viña. Este yacim iento está siendo excavado
por el Departamento de Prehistoria de la Universidad de Oviedo, dando co­
mo resultado, la aparición de niveles m agdalenienses y solutrenses, asi como
una importante muestra de arte m ueble; de ella podemos destacar una her­
mosa cabeza de caballo tallada en hueso, solo comparable a otros ejem plares
similares hallados en yacimientos franceses como Isturitz, Arudy, etc...
832
LU IS M. GONZALEZ
CONCEJO DE STO. ADRIANO.
Cueva del Angel.
El Angel se encuentra a unos 100 m. antes de llegar al pueblo de
Tuñón y a escasos m etros a la derecha de la carretera que va del
citado pueblo a Teverga. La entrada, de reducidas dimensiones, se
abre al Oeste, dando paso a un vestíbulo. La superficie del mism o
se encuentra parcialm ente vaciada p o r «buscadores de tesoros».
Localizada en Mayo de 1979. Los m ateriales recogidos en su super­
ficie se enum eran a continuación:
Utiles (todos en cuarcita).
R aspador aquillado
R aspador nucleiform e
E scotadura
Denticulado
R aedera
1
1
1
4
1
Total
8
Desechos de talla.
S
Lascas simples
Lascas descort. 1.a
Lascas descort. 2.°
Lascas con ret. de uso
H oja simple
Núcleos
Frag. am orfos
Totales
1
1
2
C
Cz
25
4
21
1
14
15
2
81
A
2
1
1
3
Total
26
4
24
1
15
15
2
87
Industria ósea:
1 fragm ento distal de azagaya de asta de sección ovalada. Pre­
senta en dicho extrem o dos cortas y profundas acanaladuras. Mide
65 mm. de longitud, 14 de anch. y 10 de espesor.
NUEVOS YACIMIENTOS PALEOLITICOS EN LA REGION ASTURIANA
833
Fauna.
6
1
1
22
piezas dentarias de Cervus elaphus.
ext. distal de m etacarpo dcho. (C. elaphus).
ext. distal de húm ero izq. (C. elaphus).
fragm entos óseos inidentificables.
Cueva del Marato.
El M arato está situado en las cercanias del pueblo de Villanue­
va, a unos 100 m. al Oeste siguiendo la carretera que conduce a
Teverga. La cavidad de reducidas dim ensiones se abre a pocos me­
tros del río Trubia. El escaso m aterial encontrado en su vestíbulo
está com puesto p o r algunas lascas de cuarcita y huesos fragm en­
tados.
Localizada en Mayo de 1979.
CONCEJO DE PILONA.
Abrigos de Peñalba.
Son dos abrigos y una covacha enclavados al pie de las paredes
S-S.O. de un afloram iento calizo llam ado Peñalba, en el m ism o pue­
blo de Sevares y a escasos m etros del río Piloña. Localizados el
2 de Junio de 1978. Los m ateriales hallados en éstos se enum eran
a continuación:
R aspador sobre h o ja
E scotadura retocada
lascas sim ples
Lascas descort. 1.°
Lascas descort. 2.°
H ojitas sim ples
Frag. am orfos
Totales
Abrigo I
Abrigo II
Covacho
S C Cz
S C Cz
S C Cz
T
1
1
1
1
1
1
2
1
1
2
9
1
1
1
1
1
1
1
2
3
1
2
834
LUIS M. GONZALEZ
Materiales cerámicos:
1 fragm ento borde con arranque lateral. A torno. Coloración gris
en sus dos superficies. Presenta una decoración de líneas verticales
paralelas en la superficie lateral. 47 x 30 x 5 mm.
2 fragm entos de zonas indeterm inadas. Pasta y coloración gri­
sácea en sus dos superficies. Sin desgrasantes. 45 x 24 x 5 y
28 x 18 x 6.
Cueva de las Xanas.
Las X anas se encuentra en las cercanías de Sevares, en el lugar
llam ado «La Piñera», y a muy pocos m etros del río Color. Descu­
bierta por el Padre Carballo en 1940 según cita él mism o en una
nota m anuscrita. Junto a esta nota apareció un diente hum ano y
una lasca de sílex rosàceo. La cueva posee dos entradas muy p ró ­
ximas entre sí, que com unican a una sala vestibular. El yacim iento
parece haber sido arrasado por las aguas en su zona central, que­
dando tan solo restos en las zonas laterales.
A raíz de la nota m anuscrita de Carballo, fue localizada el 14 de
Abril de 1978.
Los m ateriales recogidos en superficie son los, siguientes:
1 fragm ento de base con arranque lateral. Pasta color m arrón
en el exterior y gris en interior. Desgrasantes de cuarzo. A mano.
50 x 59 x 8 mm.
1
fragm ento zona indeterm inada. Presenta una decoración fo r­
m ada por una banda de líneas verticales paralelas, lim itada en su
p arte inferior y lateral por o tra banda de líneas paralelas horizon­
tales. D esgrasante de cuarzo. A mano. 49 x 41 x 5 mm.
4 fragm entos. Zonas indeterm inadas. Pasta color m arró n exte­
rio r e interior. Desgrasantes de cuarzo. Huellas de bruñim iento en
sus partes internas. A mano. Las medidas máximas de los fragm en­
tos oscilan en tre 67 y 49 mm. y un grosor medio de 8 mm. Pertene­
cen a una m ism a pieza.
1 m olar hum ano.
NUEVOS YACIMIENTOS PALEOLITICOS EN LA REGION ASTURIANA
835
CONCEJO DE LAVIANA.
Cuevas del Torreón (/-//).
Las cuevas están situadas en el pueblo de el Condado, a 5 Km.
de Pola de Laviana. Las dos cavidades, de reducidas dim ensiones,
reciben dicho nom bre p o r hallarse en la base de un to rreó n m e­
dieval. La p rim era de estas cavidades contiene una brecha de pe­
queños huesos en la pared. En su superficie pudieron recogerse al­
gunas lascas y núcleos, en sílex y cuarcita, así como huesos frag­
m entados.
Inm ediata a la citada cueva se encuentra la o tra cavidad con
dos entradas y con un desarrollo vestibular inclinado. Se recogie­
ron en su superficie, un denticulado y varias lascas en cuarcita.
Localizadas el 14 de Mayo de 1978.
Cuevas del Cañal (/-//).
Se encuentran en la vertiente izquierda del río Nalón en el lu­
gar denom inado «el Cañal» (El Condado-Pola de Laviana). La p ri­
m era cavidad posee dos entradas que conducen a una pequeña
sala vestibular. E sta sala se encuentra totalm ente vaciada, quedan­
do destruida la casi totalidad del yacimiento. La causa de esta
destrucción es debida al rebaje del suelo, p ara la construcción de
un m erendero en el in terio r de la cavidad. Los escasos m ateriales
recogidos en su superficie son los siguientes: un denticulado y dos
lascas de cuarcita, dos piezas dentarias de cáprido y varios huesos
fragm entados.
Muy cerca de la citada cueva y siguiendo unos cien m etros po r
un sendero ascendente, se encuentra otra cavidad de regulares di­
m ensiones. En la superficie vestibular de la mism a, se recogieron
lascas y núcleos en sílex y cuarcita.
Localizadas el 14 de Mayo de 1978.
LOS DIPTICOS CONSULARES Y EL RAM IREN SE
POR
PAULINO GARCIA TORAÑO
Los m onum entos ram irenses (Ram iro I reinó en Oviedo po r
los años 842-850) de S anta María del Naranco, San Miguel de Lillo
y Santa C ristina de Lena han sorprendido siem pre po r su origina­
lidad, que alcanza tan to a su novedosa arq u itectu ra como a los
m otivos que inspiran la decoración (1). Por esta razón y al no h a­
llárseles precedentes inm ediatos en el reino de A sturias ni aún en
España, se les ha relacionado directam ente con edificios del próxim o
oriente o considerado como netam ente germ ánicos e incluso se
aventuró la hipótesis de una posible filiación norm anda, sin otro
fundam ento aparente p ara esto últim o que los desem barcos no r­
m andos en A sturias y Galicia, que por o tra p arte no llegaron nunca
a convertirse en ocupaciones perm anentes ni generaron o tras re­
laciones con los naturales del país que las resultantes de los com­
bates p ara rechazarlos.
Más razonable es la teoría que busca las raíces del arte ram irense en las enseñanzas de los restos m onum entales rom anos y visi­
godos, con posibles influencias earolingias, y sin duda orientales
en lo que respecta a la decoración (2).
(1) Muy im portante sobre la cuestión es “La decoración de los monu­
m entos ram irenses”, conferencia pronunciada por Helmut Schlunk en la Uni­
versidad de Oviedo el 22 de diciem bre de 1948 y- de la que, en cierto modo,
partimos.
(2) S c h l u n k , H x l m u t , “Ars Hi'spaniae”, tomo II, pág. 335 y ss. Madrid,
1943.
838
PAULINO GARCIA TORAÑO
Pero h ab lar de influencias orientales en las m anifestaciones a r­
tísticas que se produjeron en España durante las edades antigua
y m edia es m ás bien señalar una característica que corresponde
de m odo general a nuestra cultura en aquellos períodos históricos
y aún en los actuales. Los ciclos culturales se desplazaron sucesi­
vam ente hacia occidente desde Egipto, Grecia y Roma, p o r citar
solo los últim os y m ás directos, y n uestra cultura está inform ada
p o r ellos en su totalidad, sin perjuicio de las peculiaridades que
la idiosincrasia del pueblo español haya añadido como notas di­
ferenciales.
P or eso, al hab lar de la influencia oriental en el arte español de
las épocas antedichas tenemos que distinguir entre influencia orien­
tal como facto r integrante del conjunto cultural recibido, p.e. la
influencia en la decoración significada por los lotos y papiros egip­
cios estilizados y transm itidos de antiguo a occidente en form a de
lises y palm etas, (3) y la influencia directa o casi inm ediata de un
m odelo oriental, y a este segundo aspecto es al que vam os a refe­
rirnos.
D estruido el Im perio Romano v fragm entado en una diversidad
de reinos b árb aro s en constantes luchas, desapareció la influencia
civilizadora y unificadora que irradiaba de Roma, últim o ciclo de
la cultura en su desplazam iento hacia occidente, pero el Im perio
Rom ano se continuó en Bizancio hasta su conquista p o r los turcos
de M ohamed II el año 1453: y en lo ciue a E spaña se refiere, este
influio biVantino se acrecentó con la llegada de las tropas del em­
perador Justiniano llam adas como auxiliares po r Atanagildo en su
intento, logrado, de su stitu ir en el trono al rey Agila.
La ocupación bizantina, que afectó a regiones del levante y sur
de España, com prendiendo ciudades tan im portantes como Cór­
doba v Sevilla, v que se prolongó durante setenta años, se añadió
así a la influencia de Oriente m antenida de m odo ininterrum pido
a través del tráfico m arítim o que ejercían los com erciantes de los
puertos de Siria, Asia Menor y Egipto, todos ellos conocidos con
el nom bre genérico de «sirios» (4).
Además de los artículos mué llam aríam os de p rim era necesidad
llegaban a n uestras costas las sedas, con señalada aplicación a las
vestiduras y paños litúrgicos, telas de algodón, especias y objetos
O ) P o u l s e n , "Artes decorativas en l a antigüedad”. Edic. Labor, pág. 30
y ss. Madrid, 1958. Traducción de Camón Aznar.
(4)
L ou is B rehier, “La Civilización Bizantina”. Edic. Albin M ichel, pág.
172. París, 1970.
LOS DIPTICOS CONSULARES Y EL RAMIRENSE
839
suntuarios en los que el lujo de Bizancio ponía su sello de distin­
ción, entre ellos los m arfiles, de los que quedan en occidente algu­
nos ejem plares en form a de dípticos, o sea dos tablillas de m arfil
como tapas de un libro grande, con figuras y escenas en relieve en
su parte externa y lisas en el interior para escribir sobre la cera a
uso rom ano.
Las escenas representadas respondían en un principio al m undo
pagano al que pertenecían, pero con el triunfo del cristianism o
encontram os dípticos con espisodios de la vida de Jesús, como el
conocido de Andrews del museo Victoria y Alberto de Londres (5).
E stá fuera de discusión que los dípticos consulares h an influido
en la decoración de San Miguel de Lillo porque lo prueban sobra­
dam ente las escenas representadas en las jam bas de la p u erta p rin ­
cipal y tam bién se puede sostener que fué el díptico de Areobindus
el tom ado como modelo (foto 1).
Lo que no nos parece tan indiscutible es que fuera tom ado co­
mo m odelo precisam ente el ejem plar de Aerobindus de Leningrado, pues la parte alta de la decoración de las jam bas en la que apa­
rece el cónsul sentado, acom pañado de dos dignatarios, de pie, es
com ún al ejem plar del Aerobindus de Cluny; y en cuanto a la deco­
ración de la parte inferior de las jam bas recoge, como es sabido,
una escena de circo con gim nastas y dom adores que no correspon­
de ni al ejem plar de Leningrado que reproducen Schlunk (6) y Fontaine (7) ni al Aerobindus de Cluny, puesto que todos ellos tienen
como tem a del espectáculo una venatio.
(5)
“The Andrews diptych. Victoria and Albert M useum” by J o h n B e c k London. 1958. En cuanto al uso de los dípticos en las iglesias orientales
puede verse “Itinerario de la virgen Egeria”, texto, estudio y versión de A g u s ­
t í n A r c e . Madrid, 1980. B .A .C . En la página 157 del texto dice Egeria que en
la liturgia de los Lugares Santos el Obispo, durante los oficios “recuerda los
nombres de los que él quiere” y el traductor en nota añade que “eran sin du­
da o los de los catecúm enos o los de los fieles mas benem éritos o los de los
que se habían recomendado a sus oraciones, especialm ente el clero. Poco des­
pués se dice que un diácono hacía lo mismo leyendo los dípticos o tabletas en
oue estaban anotados los nombres”.
(6) El díptico de Aerobindus en Leningrado lo reproduce S c h l u n k , ob. cit.
al comienzo, si bien la reproducción no aparece m uy clara por causas técni­
cas. Schlunk cita la obra que no hemos podido consultar, de R ic h a r d D el ­
b r ü c k , “D ie Konsul a rdiptichen und verwandte Denkm äler”, Berlín 1929, en
Studien zur spatantiken Kunstgeschichte, Vol. II, sin duda m uy importante
en esta materia.
(7) F o n t a in e J a c q u e s , L’art preroman hispanique, vol. 1., págs. 241-346.
“Zodiaque”, Yonne. MCMLXXIII.
w it h
.
840
PAULINO GARCIA TORAÑO
Digamos para establecer relaciones en el tiem po que, si bien los
progreso en la técnica y los cambios que determ inan son ahora
más rápidos o al menos esa im presión nos producen, los cam bios
en usos y costum bres, como asentados en la naturaleza hum ana,
son m ucho más lentos y los dípticos así lo dem uestran.
Cuando hoy participam os a parientes y amigos algún aconteci­
m iento fam iliar im portante y en la esfera personal el acceso a un
cargo público o lugar de distinción, no hacemos o tra cosa que se­
guir la práctica ya observada en el Im perio Romano de Occidente
y en el de Oriente después.
Un ejem plo muy conocido de los estudiosos de la época es el
díptico dividido entre los museos Victoria y Alberto de Londres y
Cluny de París, una hoja cada uno (8), que p articipa la boda de un
vástago de la fam ilia Nicomaco con una m uchacha de la fam ilia
Symmaco, a finales del siglo IV, dos aristocráticas fam ilias rom a­
nas notables po r sus riquezas y, al menos la de Nicomaco, por su
cultura pagana que resistía desesperadam ente al cristianism o.
En el díptico vemos a la desposada y a su m adre ofreciendo
sendos sacrificios a los dioses como una p ro testa de fidelidad al
m undo pagano que desaparecía anegado por la nueva religión.
En la Cám ara Santa de la Catedral de Oviedo puede verse uno
de los escasos dípticos consulares que nos quedan en Occidente y
que participa el nom bram iento de «Flavius Strategius Apion vir
inlustris comes devvotissimorum et cónsul ordinarius» del año 539
(9).
Por aquel tiem po el Im perio Romano de Occidente se había
extinguido ya con el destronam iento de Rómulo Augustulo p o r
Odoacro, rey de los Hérulos, el año 476. Corresponde el díptico
consular de la Cám ara Santa al Im perio de Oriente y al reinado de
Justiniano (525-567). El m arfil, m ateria prim a de los dípticos con­
sulares a los que casi estaba lim itado su empleo po r las leyes su n tu a­
rias, procedía en su m ayor parte de Africa, de los puertos de Aile
(8) Nicom achus Flavianus derrotado por Teodosio se suicidó conforme a
la vieja tradición. El núcleo de la oposición pacana fueron los senadores ro­
m anos, que recobraron durante algún tiempo el espíritu de sus antepasados
y se agruparon para la defensa de su herencai espiritual y de sus tradiciones.
[L. D. R e y n o l d s and N. G. W i l s o n , “Schribers and Scholars. A güidé tb the
transm ission of greck and latin literature”, pág. 33. London 1975.
(9) Una descripción del díptico en “Lás Joyas de la Sámara Santa”, dé
J o a q u ín M a n z a n a r e s R o d r íg u e z . Oviedo, 1972, págs. 4 y 5. y m ás completo el
trabajo “El díptico consular bizantino de la Catedral de Oviedo, por" J ó s e M .a
F e r n a n d e z - P a j a r e s , publicado en él número 4 de “Astüriensia M édievália”,
Oviedo, 1981.
1 •
LOS DIPTICOS CONSULARES Y EL RAMIRENSE
84 í
en el golfo de Akaba y de Leptis Magna, en la actual Tripolitania.
Referencias a esta procedencia las encontram os en el cronista es­
pañol y visigodo Juan de Biclaro, que residió durante años en Bizancio y alcanzó los últim os del reinado de Justiniano (10).
Los dípticos consulares llegaron a alcanzar en su últim a fase
una form a arquetípica, relacionada directam ente con los actos que
seguían al nom bram iento de cónsul.
De acuerdo con el sistem a político-adm inistrativo de los rom a­
nos las m agistratu ras se proveían, salvo excepciones, con patricios.
Sólo los patricios podían, por otra parte, hacer frente a los cuan­
tiosos gastos que suponían los juegos, en especial los de gladiado­
res, con que la costum bre los obligaba a obsequiar al pueblo en
circos, teatros o hipódrom os al tom ar posesión del consulado.
Por eso aparece siem pre en los dípticos, o casi siem pre, el es­
pectáculo del circo, o del hipódrom o si se tra ta de Bizancio, repre­
sentado en dos zonas diferenciadas. Recordemos que según cos­
tum bre m antenida en toda la Edad Media y que en lo esencial aún
perdura, el lugar de honor estaba en lo alto, siguiendo el orden de
prelación por la derecha (izquierda del espectador) y a continua­
ción la izquierda. A una m enor categoría corresponde siem pre una
posición m ás b aja en el conjunto.
Siguiendo esta prelación vemos en la p arte superior de los díp­
ticos al cónsul en su silla curul, sentado y rodeado de sus m inis­
tros o acólitos de pie, llevando en su m ano izquierda el cetro o bas­
tón de m ando y en la derecha la «mappa» con la que da­
ba la señal p ara el comienzo del espectáculo de modo no
muy distinto al que hoy utilizan los presidentes en las corridas
de toros. Más abajo se encuentra el semicírculo de los espectadores
que contem plan lo que ocurre en el redondel que, con algunas va­
riantes, suele ser una veatio o cacería de fieras o bien núm eros de
circo que podrían ser actuales, tales como gim nastas y dom adores.
En Bizancio el espectáculo frecuente en los dípticos es la carre­
ra de carros sobre bigas o cuádrigas, que apasionaba a los bizan­
tinos dividiendo sus preferencias entre los diferentes colores re-
(10)
“Legati gentis Maccuritarum Constantinopolim veniunt dentes elephantinos et camelopardam Justino principi muñera o fferen tes...”. J u a n d e
B i c l a r o , “Chronicon”. Introducción, texto crítico y com entarios de Julio Cam­
pos. C. S. I. C. Madrid, 1960, pág. 83. Leptis Magna se em bellecía con un ele­
fante de m ármol hallado en el decumano de la ciudad, testim onio del importe
comercio de m arfil. M. R o s t o v t z e f f . “H.a Social y Económica del Imperio Lom ano”, tomo II, lámina LXVII. Espasa Calpe. Madrid, 1973.
842
PAULINO GARCIA TORANO
presentativos de cada bando, causa a m enudo de alborotos, como
hoy sucede a veces en los espectáculos m ultitudinarios (11).
No está docum entada la existencia de dípticos en el reino de
A sturias en la época de Ram iro I ni antes de su reinado, aunque
no es dem asiado extraño habida cuenta de que el prim er docu­
m ento indubitado es la donación otorgada p o r el rey Silo el 23 de
agosto del año 775 a varios religiosos para fundar un m onasterio
entre los ríos Eo y Masma.
Los únicos docum entos que hablan de dípticos corresponden al
reinado de Alfonso III, son dos y llevan fecha de los años 905 y 908,
respectivam ente (12). El de fecha 20 de enero del 905 es una dona­
ción otorgada a favor de la iglesia de San Salvador de Oviedo po r
Alfonso III, su esposa Jim ena y sus hijos y hace mención de «orna­
m enta aurea, argentea et ebúrnea» entre los objetos donados. El de
10 de agosto del año 908 es tam bién una donación que se dice he­
cha por Alfonso III a la m ism a iglesia de San Salvador de Oviedo
y entre las cosas donadas figuran «dípticos sculptos ebúrneos» (13).
D esgraciadam ente ambos docum entos son falsos y quizá su cita
en las donaciones haya sido sugerida po r la presencia en San Sal­
vador de Oviedo del díptico bizantino y el del obispo Gundisalvo,
lo que colocaría la redacción de los docum entos faltos en los fina­
les del X III o comienzos del XIV si no está en contradicción con
las opiniones de los paleógrafos (14). En cualquier caso y adm iti­
da la falsedad del docum ento o docum entos en cuanto a la fecha
que postulan, son prueba indiciaría de que en el siglo X III o el
XIV, fecha efectiva de su redacción, existían dípticos en la iglesia
de San Salvador de Oviedo y se consideraba un supuesto lógico
que hubieran existido durante el reinado de Alfonso III el Magno
y aun antes.
E sta hipótesis se acom oda tan bien a la realidad que encontra­
mos su confirm ación en las jam bas de San Miguel de Lillo que re(1 1 )
B r e h i e r , o b . c it ., p á g in a s 85 a 96, q u e d e d ic a a l o s e s p e c t á c u lo s e n
e l h ip ó d r o m o .
(12)
A n t o n io C. F l o r ia n o , “Diplomática española del período astur”, to­
mo II, pág. 295 ss. Oviedo, 1951.
(13) A n t o n io C. F l o r ia n o . Ob. cit., pág. 362 del mismo tomo, “idem et
altera m ódica cruce, vetusto opere ubi reconditum est signum sánete crucis
tue pariter cum dipticeos sculptos ebúrneos, qui utrumque de Toleto addux im u s...”.
(14) El díptico consular lo trajo de Roma Gaufrido, canónigo de su ca­
bildo, entre los años 1293 y 1308, y el otro díptico, el románico, llamado del
Obispo Gundisalvo, se fecha entre los años de 1162 y 1174. Vid. J oaquín Man­
zanares, ob. y loe. cit. y página 30.
LOS DIPTICOS CONSULARES Y EL RAMIRENSE
843
producen, como se ha dicho, las hojas del díptico consular de Aerobindus, cónsul de laño 506 (foto n.° 2). Los autores suponen que el
modelo im itado fué el ejem plar de Leningrado, aunque ya expre­
samos nuestros reparos más arriba. Recordemos que en el caso del
díptico de Aerobindus, como en el de nom bram iento de cónsules
en general, las participaciones eran m últiples y así han podido lle­
gar hasta nosotros hojas sueltas de siete dípticos de Aerobindus,
con la p articularid ad de que el espectáculo de los juegos represen­
tados podía ser distinto en las diferentes hojas o en alguna de ellas.
Cooperaba a este resultado el que los talleres de eboraria acostum ­
braban a disponer de dípticos ya trabajados, pendientes sólo de re­
llenar con el nom bre del cónsul y quizá su efigie.
Si exam inam os ahora con más detalle tanto el díptico de Aero­
bindus de Cluny (foto 3) como el de Leningrado, podem os ver que
sobre los brazos del sillón consular aparecen sendas figuras feme­
ninas que, con los brazos levantados, sostienen sobre sus cabezas
sendos bultos con una cabeza figurada en el centro de cada uno de
ellos.
Las m ism as figuras en idéntica posición encontram os en el díp­
tico bizantino de Anastasius Paulus Probus (foto 4), cónsul en el
año 517, del Gabinete de las Medallas de París, que sentado en su
silla curul y sin acom pañam iento en este caso de fam iliares o m i­
nistros, levanta la «mappa» como señal del comienzo de los juegos,
una gran venatio, que contem plan los espectadores visibles en se­
m icírculo bajo los pies del cónsul.
Y
en la ho ja del díptico de Flavius Anastasius (foto 5) se puede
ver al cónsul presidiendo, aunque aquí no aparece el redondel del
circo sino otro tipo de construcción, quizá un teatro, un espectácu­
lo del que se nos ofrecen dos núm eros distintos en dos zonas ho­
rizontales superpuestas, antecedente rem oto de la decoración en
fajas de uestros Beatos.
En la zona superior del espectáculo dos jinetes desm ontados,
quizá dos dom adores, llevan de la brida a sus caballos. En la p arte
inferior se representa un mimo. Y sobre los brazos del sillón con­
sular vemos tam bién sendas efigies de bellas m uchachas con ro­
pas muy cortas, y aspecto de bailarinas o danzantes en la m ism a
posición de tenantes, pero lo que aquí sostienen sobre sus cabezas
parece ser un disco o una esfera o quizá un pandero (foto 6).
Vamos a com probar ahora que los dípticos consulares influye­
ron no sólo en las jam bas de San Miguel de Lillo sino en otras es­
culturas de esta iglesia y en su contem poránea de S anta M aría,
im itada en S anta C ristina de Lena.
844
PAULINO GARCIA TORANÜ
El Museo Arqueológico de Oviedo guarda en sus salas prerrománicas una pieza que el catálogo define así: «Fragm ento de un
probable podio de altar de piedra arenisca gris procedente de San
Miguel de Lillo. En su parte inferior presenta un saliente que p u ­
do servir p ara estar encajado en una base o pedestal. En cada una
de sus caras se hallan representadas sendas figuras hum ans, con
los brzos en posición de tenantes y vestidas con úna larga túnica
a la que se sobrepone un m anto plegado vertical» (15) (foto 7). El
catálogo reproduce en sus láminas núm eros IX, X y XI tres lados
del podio o pie de altar.
Una cosa es indudable y es que el motivo del podio y el de los
dípticos es idéntico y que hasta esafecha nó se encuentra en el arte
asturiano ni lo hemos visto en el visigodo, lo que indica una rela­
ción directa entre el podio y los dípticos consulares que no puede
ser considerada casual porque el mismo motivo vamos a encontrar­
lo en los m onum entos ram irenses contem poráneos S anta M aría del
N aranco y su filial, así creemos que puede llam arse, de Santa Cris­
tina de Lena.
La im itación del díptico no se lim ita po r tanto a las escenas de
las jam bas de Lillo. Se extiende a las figuras de tenantes y así lo
corroboran las imágenes que vamos a ver a continuación corres­
pondientes al palacio-iglesia de Santa María. N ada tiene de extra­
ño tam poco la perduración de las tenantes como motivo de deco­
ración bien afirm ada desde antiguo. El Museo B ritánico nos ofre­
ce dos personajes babilonios, entre ellos una m ujer, al parecer una
sacerdotisa, que lleva sobre su cabeza una cesta o capacho, proba­
blem ente con tierra, sostenido con am bas m anos, que puede ser el
equivalente de las actuales prim eras piedras «m utatis m utandis»,
habida cuenta del m aterial de construcción usual en Babilonia. Y
los rom anos prodigaron ese motivo de decoración, especialm ente
en los mosaicos, de m uchas tenantes de cestos con frutas, flores y
otras ofrendas.
Pero como anticipam os, no es sólo en Lillo donde las m uchachas
tenantes de los dípticos fueron im itadas. En S anta M aría del Na­
ranco son un motivo reiteradísim o tanto en el gran salón como en
los belvederes.
Las figuras tenantes de Santa M aría van colocadas en los lazos
situados sobre los discos o clípeos situados a su vez en las en ju ­
tas de las arquerías. Las figuras de cada lazo, dos de ellas tenan(15)
M a t il d e S c o r t e l l P o n s o d a . Catálogo de las salas del Museo Arqueo­
lógico de Oviedo. Pág. 15. Oviedo, 1978. Láminas 135, X y XI.
LOS DIPTICOS CONSULARES Y EL RAMIRENSE
845
tes, son cuatro, cada una bajo un arco como los símbolos de los
evangelistas de las basas de las columnas de Lillo. Y b asta com­
pararlas con los dípticos para hallar su parentesco (foto 8).
En la p arte superior dos m ujeres sostienen con am bos brazos
algo sobre sus cabezas, exactam ente en la m ism a posición que en
los dípticos. D ebajo de estas tenantes vemos a dos jinetes enfren­
tados em puñando una espada corta o puñal en su m ano derecha,
m otivo de decoración que puede calificarse de universal, m agnífi­
cam ente representado en nuestro arte ibérico, e incluso en el prerrom ánico asturiano hav un espléndido ejem plar en el Museo Ar­
queológico Provincial de Oviedo.
La influencia de los dípticos consulares en el ram irense no con­
cluye aquí. Sin d escartar la que las teles orientales hayan podido
tener y sin duda tuvieron en el arte asturiano y p o r tan to en el ra ­
m irense, dadas las relaciones con oriente durante las épocas rom a­
na y visigoda y a las que va nos hemos referido, hay o tro motivo
de decoración en S anta María que procede directam ente de los
dípticos consulares. Este motivo muy reiterado en Santa M aría es el
de los anim ales cuadrúpedos que vemos en los capiteles y en los dis­
cos o clípeos de las enjutas de las arquerías bajo los arcos perpiaños.
El origen de los discos se ha discutido suponiéndolos «traduc­
ción exacta en piedra de los medallones llam ados brácteas po r los
vikingos» (16) o copia de los escudos que los griegos v rom anos
solían colgar en los patios de sus tem plos (17), aunque la opinión
más convincente es la que los supone im itación de usos muy an ti­
guos de los que se señalan precedentes o bien la influencia de las
artes m enores, particularm ente la orfebrería y las telas.
En algunos discos se representa un anim al solo, sin duda un
león a juzgar po r su figura y la term inación en m ota de su cola
(foto 9). Pero la representación de los leones difiere en capiteles y
discos de un m odo esencial. En tanto que en los capiteles los cua­
drúpedos posiblem ente leones, se encuentran por pareias afro n ta­
das con las cabezas divergentes y otras veces m archando en direc­
ciones contrarias sin otro elemento que prten d a añadir una cir­
cunstancia cualquiera, en los leones figurados en los discos pode­
mos ver, en unos m ás claram ente que en otros, que sobre el anim al
y debajo de él sé representan unos barrotes, sin duda de m adera,
(16) P i j o a n , “Summa A rtis”, tomo VIII, pâg. 343.
(17)' P üig Y C a d a f 'a l c h . “L^IcônOgr'aphie ' barbare dans (l’art astürien”.
Comptes rendus dé l ’Acàdem ie des Inscriptions et B elles Lettres de Paris. 1939.
846
PAULINO GARCIA TORAÑO
indicativos de que el animal se encuentra entre los b arro tes de una
jaula abierta en ese momento.
Volvamos ahora a los dípticos consulares y veamos lo que su­
cede en las venationes. Sabemos que las venationes o cacerías con­
sistían en la lucha de gladiadores y fieras de todas clases, por lo
com ún leones, osos y toros. También en la lucha de fieras entre sí
y en ocasiones en la persecución y caza de anim ales domésticos po r
las fieras salvajes.
Las venationes eran a veces el único núm ero del espectáculo,
pero tam bién se daban después de las luchas de gladiadores. Fie­
ras y bestias eran trasladadas encerradas en jaulas h asta las «carceres», nuestros corrales de las plazas de toros, próxim os a la are­
na. Para desencajonarlos bastaba mover la p u erta de corredera,
vetical u horizontal, para que el animal saltara al ruedo.
Si exm inamos con algún detenim iento el díptico de Aerobindus de Cluny veremos en la parte superior de la zona baja, la que
recoge el espectáculo, dos gladiadores o venatores, uno de ellos p o r­
tando un lazo, que hacen frente a un oso, y a su derecha un caba­
llo se defiende a coces de un jabalí. Más abajo un león ataca a un
toro y en el ángulo izquierdo un venator o su coadyuvante ju n to a
una pu erta entreabierta, carcer o burladero como nos aclara muy
bien un díptico de Liverpool en una venatio de ciervos.
Un ejem plar más ilustrativo es el díptico de Anastasio, año 517,
del Gabinete de Medallas de París, una venatio en la que gladiado­
res y fieras luchan entre sí. Vemos pegados a la b a rrera cuatro b u r­
laderos en los que se refugian o van a refugiarse cinco venatores
y, digamos, torileros, y en medio del redondel, lo que nos interesa
m ucho resaltar, podemos ver una iaula de b arro tes de m adera. Es
claro que está la iaula en medio del redondel porque del o tro lado,
entre ella y la b arrera, dentro del redondel, pasa un jinete hacien­
do ver la separación entre la jaula y la barrera.
En la escena un hom bre abre con su m ano izquierda la p uerta
de corredera de izquierda a derecha m ientras que con un rapidísi­
m o m ovim iento, indicado por la posición de sus piernas y el torso,
procura ponerse a salvo de un enorm e león que sale de la iaula
(foto 10). No faltan antecedentes rem otos a esta escena. En el Mu­
seo B ritánico se guarda un relieve de Asurbanipal, una cacería, que
representa precisam ente el m om ento en que se desenjaula un león
de los que el rey y los suyos se entretenían en cazar y en una repre(18)
J e a n A u b e r t . “Le decor du palais de Naranco”. Symposium sobre cul­
tura asturiana, de la alta edad media. Pág. 151t160. Oviedo, 1967.
Una de las jam bas de la puerta de San Miguel
de Lillo.
Díptico de Aerobindus del
m useo de Cluny.
me**
Tenantes del díptico de Aerobindus del museo de Cluny.
Tenantes del díptico de Anastasius Paulus Probus, del Gabinete de
Medallas de París.
Tenentes del díptico de F lavius Anastasius.
Díptico del cónsul Flavius
Anastasius. Liverpool.
Tenante del museo arqueológico de Oviedo
procedente de San M iguel de Lillo.
Tenantes de Santa Maria del Naranco.
León en un medallón de Santa María del Naranco.
Parte inferior del díptico de Anastasius del Gabinete de
Medallas de París.
LOS DIPTICOS CONSULARES Y EL RAMIRENSE
847
sentación m uy sim ilar a la anterior,con posición del león idéntica,
si bien aquí la jau la se abre verticalm ente.
Vemos, pues, en los dípticos consulares las venationes en que
luchan gladiadores y fieras y en el de Anastasio la jau la en que la
fiera había sido tran sp o rtad a al medio del redondel. Por cierto que
la jau la difiere muy poco de la que nos describe Cervantes en la
aventura de los leones y del modo en que en nuestros días se lle­
van los toros a los corrales, antiguas carceres, de la plaza.
Si
retornam os ahora a los leones figurados en los discos, en su
jaula obtenem os la clave de su significado y origen inm ediato. Son
los leones de las venationes de los dípticos listos p ara salir de su
jaula abierta. Que estén figurados de costado con las jaulas abier­
tas de frente responde probablem ente a un efecto estético buscado
o a eludir las dificultades de los escorzos, y del m ism o m odo nos
lo presentan los autores del relieve de A surbanipal y del díptico de
Anastasio.
Como resum en de lo que antecede entendem os que se pueden
fo rm u lar las siguientes conclusiones:
1.—Los dípticos consulares han inspirado no sólo la decoración
de las jam bas de San Miguel de Lillo sino que se com prueba tam ­
bién esa influencia en el pie de altar o podio de la m ism a iglesia
conservado en el Museo Arqueológico Provincial de Oviedo, que
reproduce el m otivo de las tenantes.
2.—El m ism o m otivo de decoración de las tenantes tom ado de
los dípticos consulares se encuentra profusam ente en el palacioiglesia de S anta M aría.
3.—El cuadrúpedo, un león, que vemos en los discos o clípeos
de S anta M aría del N aranco sigue tam bién el modelo de los dípti­
cos consulares y representa a un león en su jaula, abierta, antes
de saltar a la arena.
Es decir que, a nuestro juicio, la influencia de los dípticos con­
sulares en el ram irense va mucho más allá de las jam bas de San
Miguel de Lillo, única considerada h asta ahora. El propio San Mi­
guel y los otros dos m onum entos ram irenses lo dem uestran.
848
PAULINO GARCIA TORAÑO
BIBLIOGRAFIA
Aparte de la que se cita en las notas mencionemos sumariam ente la que
sigue:
1.—Summa Artis, tomo VII, pág. 275 y ss. Dedica m uchas páginas a los
dípticos consulares ilustradas con numerosas y buenas fotografías.
2.—E. C a m p s C a z o r l a . Arquitectura Cristiana Prim itiva y Asturiana. Ma­
drid, 1929.
3.— M a n z a n a r e s ( J o a q u ín ). “Arte Prerrománico Asturiano. Síntesis de su
A rquitectura”. Oviedo, 1964.
(4) P it a A n d r a d e . “Arte Asturiano”. Madrid, 1963.
(5) A u r e l i o d e l L l a n o . “La Iglesia de San Miguel de L illo”. Oviedo, 1957.
(6 )
B o n e t C o r r e a ( A n t o n io ). “A r t e P r e r r o m á n ic o A s t u r i a n o ” . B a r c e lo n a ,
1967.
(7) S c h l u n k ( H e l m u t ) y B e r e n g u e r (M a g í n ). “La pintura m ural astu­
riana de los siglos IX y X ”. Excma. Diputación Provincial de Asturias. 1957.
(8 ) Z i z i c h w i l l i . “Antecedentes de la decoración visigoda y ram irense”.
Archivo Español de Arqueología. Tomo XXVII, núm. 106.
(9) J o s é A l v a r e z C a l l e ja . “2000 fichas de bibliografía asturiana”. Ayalga
Ediciones. Gijón, 1976.
(10)
A n d u j a r P o l o , M a r ía D o l o r e s . “Repertorio bibliográfico de arte y
arqueología asturiana”. Boletín del Instituto de Estudios Asturianos. IX, núm.
25 (1955).
PUBLIO CARISIO Y LAS GUERRAS ASTUR-CANTABRAS *
POR
NARCISO SANTOS YANGUAS
El hallazgo, du ran te los últim os días del mes de agosto de 1980,
de un im portan te tesoro prerrom ano en el N orte de la provincia de
Zam ora, perteneciente po r tanto al territo rio de los astures, con­
cretam ente en el castro de Arrabalde (1), en cuya declaración y en­
trega a la Subdirección General de Arqueología tuve la oportunidad
de p articip a r ju n to con su descubridor y D. Moisés Llordén Mi­
ñam bres, ha aportado nueva docum entación arqueológica que, u ni­
da a otros restos, éstos de carácter num ism ático, nos perm itirán
aclarar ciertos puntos, aún oscuros, relacionados con la presencia
y participación de P. Carisio en la conquista y sum isión del te rri­
torio m ás m eridional ocupado por los astures du ran te la etapa de
conquista rom ana de la Península Ibérica conocida con la deno­
m inación genérica de guerras astur-cántabras.
* Abreviaturas de revistas utilizadas: A EA=.Archivo Español de Arqueo­
logía; A JPh = American Journal of Philology; A N R W = A uf stieg und Niedergan der Römischen W elt; B S E A A V = Boletín del Sem inario de Estudios de Ar­
te y Arqueología de V alladolid; C A N=C ongreso Arqueológico N acional; CPh =
Classicál P hilology; JRS = Journal of Roman Studies; MM = Madrider M ittei­
lungen; RE = R ealencyclopädie der classischen A ltertum sw issenschaft; R U M =
R evista de la U niversidad de Madrid; S tu d U rb = S tu d i Urbinati.
(1)
El hallazgo fue realizado de manera casuál por D. Victorino Llordéft
Vega, abogado de la ciudad de Benavente y gran aficionado a la historia y
arqueología antiguas.
850
I.
NARCISO SANTOS YANGUAS
LAS FUENTES LITERARIAS.
La docum entación histórica greco-romana referente al desarro­
llo de las guerras cántabro-astures no nos sirve en m uchas ocasio­
nes para aclarar los problem as de investigación que se plantean:
así, por ejemplo, Dión Casio, que com prim e en un solo año, de
acuerdo con una parte de los historiadores actuales, los aconteci­
m ientos bélicos que tuvieron lugar a lo largo de dos cam pañas,
aporta una docum entación interesante, aunque de caracteres im ­
precisos y breves, m ientras que Floro y Orosio, que según parece
estuvieron bastante interesados en los asuntos de H ispania, se ins­
piran p ara sus afirm aciones en una fuente común, el epítom e de
uno de los libros desaparecidos de las Historias de Tito Livio (2).
Aunque la docum entación literaria referida a las guerras asturcántabras es relativam ente abundante, sin em bargo las noticias con­
cernientes a P. Carisio son mucho menos en núm ero. A continuación
vamos a reseñar las fuentes literarias antiguas que aluden a la
presencia de dicho personaje en territo rio hispano:
1.—Dión Casio LU I, 25, 8:
K k t etrcttC ¿ x t£ v |tfs ,
HifaV
tu v o c
* a t T ¿-coc jietfc xaOta K a p f o t o s -tiív t e
*Aat(ípuv TtjfJXiavia. ¿KXei<p-&iv aXXa n o u a p e c r t í T o a x o . ^
«De esta form a pudo tom ar algunos de sus lugares y poste­
riorm ente Tito Carisio conquistó Lancia, la m ayor aldea de los
astures, que había sido abandonada, y som etió otras muchas».
Se alude a la cam paña del año 25 a. n. e. contra los astures,
obra de Carisio, a quien erróneam ente Dión Casio asigna el nom ­
b re de Tito; con la leyenda de T. Carisio se acuñan m onedas en
tiem pos de César, concretam ente en el año 48 (3), tratándose con
toda probabilidad del padre de Publio, de donde se explicaría la
equivocación del h istoriador griego.
(2) Cf. N. S a n t o s : “La conquista rorriana del N. O. de la Península Ibéri­
ca”, Latom us XLI, 1982.
(3) E. B abelon : D escription historique èt chronologique des monnaies de
la R épublique romaine vulgairem ent appelées monnaies consulaires, Bolonia,
1963 (edición anastática), pp. 312 y ss. Cf. M u n z e r : “Carisius nr. 2”, RE III,
2 col. 1592.
<
851
PUBLIO CARISIO Y LAS GUERRAS ASTUR-CANTABRAS
2.—Dión Casio LII, 26, 1:
r.auoan.£vou ó£ xotJ TtoX£p.oti xojtfxou 6 Aúyoucrxos xoí>s [itv ¿<pr}Xix£GT£Ípous xGJv a x p a nwxffly ¿<pffxe x a t awxoTs ¿v A v c u x a v ía t ílv A uyoucxav ’E ^ p t i a v xaX oun¿vnv xiC oai
Sóox£.
«Una vez finalizada esta guerra, licenció Augusto a los soldados
m ás veteranos y decidió fundar para ellos una ciudad en Lusitania, que se llamó E m érita Augusta».
Con los veteranos de la prim era cam paña de las guerras se
llevará a cabo la fundación de la colonia de Em érita Augusta (Mérida) bajo la dirección y supervisión del propio legado de la pro­
vincia de L usitania (4), según se desprende no sólo de este testi­
monio del histo riad o r antiguo sino tam bién de la docum entación
num ism ática (5).
3.—Dión Casio LIV, 5, 1-3:
¿v (ifev ót| x$
xaüx ’ ¿-y L y v e x o , ¿ní> ó t xoí)£ a ix o b s to<5'i.oug Xp^vous x a t o í
K<fvxa£poi oE xe. TAcrtupes ¿-¡íoX/irncav au& is ¿ u x o i
ó it í xc xpuip?)v x a t
x e x a xoJJ K a p iccío u , o t ófc ót| K fjvxap p ot, ¿nei-óíf ¿ n c fv o u s xe v e w x c p íS o v x a s qa&ovxo
x a t xoO a p x o v x d s a<pwv T a ío u í>oupvfou xaxe<ppóVT)cav, o x i xc v sw c x t á<ptxxo x a 'o x t
fcü stp o v aúxbv xGv uapúeauxoT s Tipayiufxwv c í v a t ? 6 o £ a v . oú^évxoi. x a t ¿v x ^ 'f p y v
a ip ia tv ¿ipdVT), ¿XX’tixxi>&évx£S ¿ncpóxepoi uTi’ aú xoü x a t y ip
K apiaftp
upoaÉfiuvev ¿óouXlKrtcav«' x a t xGSv n tv Kavxdppuv oú uoXXoi ctfXuaav* ¿r.eiót) y&p
á v eX itia ro v xf|v ¿ X eu S ep ía v S o x o v , ovbt g j v '^&£XT)Gavv¿XX-’ o l ' |¿tv
¿ptftuhw e p » -
tfxitp4|o&vj;eBí¿auxofcs ¿uE.c«pa£av, 01 ófc x a t ¿ x e t v o i s ¿•&cXovxat üvyxaxtxatf& Ticav,
ÍÍXXol 6t)^oo|(9 <papj«fxt»>v ¿vcuXiío-ariaav, ¿ a t e x|í xe n X etcx o v x a t xd ¿ y p u íia x o v a ú iítv <p$apfjvay» o í ¿ '¡" A axu p es,
wat
ifíx ic n a x u p fo v iC x l noX topxoO vxts ¿nriXtf-S>T)aav
nexM xotJx’ ¿ x e n ^ t io a v , o v x £ x ’ávxffpav aXX’ eúí>|(ís ¿xeipttfOr)aav.
«M ientras estas cosas sucedían en Roma, po r este m ism o tiem po
volvieron a levantarse en pié de guerra los cántabros y astures,
éstos por la violencia y crueldad de Carisio y los cántabros por­
que se enteraron que aquéllos se habían levantado y porque des­
preciaban a su gobernador Cayo Furnio, por haber ocupado recien(4) C f. A. C o r z o : “In finibus Em eritensium ”, Augusta Em érita, Madrid,
1976, pp. 217 y s s .; L. G a r c ía I g l e s i a s : “Notas sobre el panorama económico
colonial de Augusta Em érita”, RUM XX, 1971, pp. 97 y ss., y R. W i e g e l s :
“Zum Territorium der augusteischen Emérita”, MM XVII, 1976, pp. 258 y ss.
(5) G r o a g : “Carisius nr. 1”, RE III, 2 col. 1592. En estas monedas apare­
cen las enseñas de las legiones IV, VI y X.
852
NARCISO SANTOS YANGUAá
tem ente su puesto y creer que era inexperto en estos asuntos.
Sin em bargo, no se m ostró como tal en sus hechos, pues, tras
vencerlos a am bos (ya que tam bién acudió en socorro de Carisio),
los redujo a esclavitud. No fueron apresados m uchos de los cán­
tabros, puesto que, desesperando de su libertad, no estim aban en
nada su vida y algunos de ellos, tras incendiar sus propias fo rti­
ficaciones, se degollaron, otros prefirieron perecer entre las llamas
y otros, de com ún acuerdo, se envenenaron, de form a que pereció
la p arte m ayor y más salvaje de entre ellos. Los astures, po r su
parte, tan pro n to como fueron rechazados de un lugar fortificado
que estaban asediando y, posteriorm ente, fueron vencidos en un
com bate, no continuaron ya la sublevación y se som etieron rápi­
dam ente».
En el año 22 se reanudaron las hostilidades a causa del m al
trato dado p o r Carisio a los astures. De acuerdo con este texto
observam os la división del territorio de la guerra en dos circuns­
cripciones, cada una de las cuales contaría con un ejército propio:
el de P. Carisio, que abarcaba la zona de Gallaecia y A sturias, y
el de C. Furnio, con supervisión sobre la región oriental (Canta­
bria) (6). Las consecuencias del enfrentam iento bélico serán favo­
rables a los rom anos, puesto que no sólo lograron vencer en el
com bate a los cántabros y astures, sino que tam bién muchos de
ellos perecerán, m ientras que los restantes serían reducidos a es­
clavitud.
4.—Floro II, 33, 54-58:
A stures per id tem pus ingenti agmine a m ontibus niveis descenderant. Nec tem ere sum ptus barbaris videbatur hic Ím petus; sed
positis casttis apud Asturam flum en trifariam diviso agmine tria
sim ul R om anorum adgredi parant castra. Fuissetque anceps et
cruentum ut utinam m utua clade certamen cum tam fortibus, tam
subito, tam cum consilio venientibus, nisi Brigaecini prodidissent
a quibus praem onitus Carisius cum exercitu advenit. Pro victoria
fu it oppressisse consilia, sic quoque non incruento certam ine. Re­
liquias fusi exercitus validissima civitas Lancia excepit, ubi cum locis adeo certatum est ut, cum in captam urbem fosees poscerentur,
(6 )
J. M . R o l d a n : “Fuentes antiguas sobre los astures”, Z ephyrus XXIX XII, 1970-1971, p. 221.
P u b l i o c a r i s ì o y l a s g u e r r a s a s t u r -c a n t a b r a s
853
aegre dux im petraverit veniam, ut victoriae Rom anae stans potius
esset quam incensa m onum entum .
«D urante esta m ism a época los astures, form ando una enorm e
colum na, habían bajado de sus nevadas m ontañas; su ataque no
se lanzó a la ligera, al m enos para los bárbaros, sino que, después
de haber establecido su cam pam ento a orillas del río A stura y di­
vidido sus fuerzas en tres grupos, se disponen a atacar a un mism o
tiem po los tres cam pam entos rom anos. La lucha co n tra enemigos
tan valerosos, cuya llegada había sido tan rápida y bien concerta­
da, habría sido dudosa y sangrienta, si los brigaecinos no les hubie­
sen traicionado y hubieran avisado a Carisio; supuso p ara nosotros
una victoria el h ab er cum plido sus proyectos, sin poder evitar, por
tanto, una lucha sangrienta. El resto del ejército, en retirad a, fue
acogido en la ciudad de Lancia, muy fortificada, donde la dispo­
sición de los lugares hizo la lucha tan encarnizada que, después
de la tom a de la ciudad, los soldados reclam aban antorchas p ara
quem arla y su general a duras penas pudo salvarla, asegurándoles
que la ciudad acogería m ejor la victoria rom ana si estaba intacta
que si era incendiada».
Este texto, al igual que el de Orosio que analizarem os a conti­
nuación, n a rra exclusivam ente la cam paña que tuvo lugar en el
transcurso de la estancia de Augusto en territo rio hispano, sin re­
ferirse p ara nada a la del año 22, que aparece reflejada en Dión
Casio (7). Más concretam ente se tra ta de la fase de las guerras co­
nocida como bellum Asturicum , es decir de la participación de los
astures en estos enfrentam ientos bélicos que tuvieron lugar en
torno al río Astura, que creemos debe de identificarse, en este caso,
no con el Esla, como cree la m ayoría de los historiadores actuales,
sino con uno de sus afluentes, el Orbigo (8). Inm ediatam ente des­
pués este m ism o histo riad o r latino se refiere a las consecuencias
de la conquista del territo rio astur, entre las que sobresalen el asen­
tam iento de la población en el llano y la explotación intensiva de
los recursos m ineros (9).
(7)
(8)
guerra
(9)
LIV, 5, 1-3.
Ya fue visto asi con acierto por parte de A. B raNCatI: A ugusto e la
di Spagna, Urbino, 1966, p. 101.
Floro II, 33, 59-60.
854
NARCISO SANTOS YANGUAá
5.—Orosio VI, 21, 9-10:
Astures vero positis castris apud Asturam flum en Rom anos, nisi
proditi praeventique essent, magnis constáis Vlribusque oppressissent. Tres legatos cum legionibus suis in tria castra divisos tribus
aeque agm inibus obruere repente moliti, suorum proditione detecti
sunt. Hos postea Cafisius bello exceptos non parva etiam Romanorum clade superávit. Pars eorum proelio elapsa Lanciam confugit.
Cumque m ilites circum datam urbem incendio adoriri pararent, dux
Carisius et a suis cessationem im petravit incendii et a barbaris voluntatem deditionis exegit. Studiose enim nitebatur integram atque
incolum em civitatem victoriae suae testem relinquere.
«Por su p arte los astures, levantando su cam pam ento ju n to al
río A stura, h abrían abatido a los rom anos con sus grandes proyectos
y fuerzas si no hubieran sido traicionados y descubiertos; dispues­
tos p ara lanzarse de im proviso contra tres legados que estaban
establecidos con sus legiones en tres cam pam entos distintos, divi­
didos en tres ejércitos similares en efectivos, fueron descubiertos
po r la traición de los suyos. Con posterioridad, cogidos de im pro­
viso, fueron derrotados por Carisio, aunque con pérdidas no pe­
queñas p ara los rom anos; una parte de ellos, que logró escapar de
la batalla, se refugiaron en Lancia: rodeada la ciudad y dispuestos
los soldados a entregarla a las llamas, el general Carisio solicitó a
los suyos que desistieran del incendio y obligó a los bárbaros a
entregarse por voluntad propia; la razón de ello hay que buscar­
la en que intentaba, con todo su empeño, m antenerla íntegra e incó­
lum e como testigo de su victoria» (10).
Orosio da comienzo aquí, al igual que Floro en el texto reseñado
más arriba, a la descripción de lo que podem os considerar como
bellum A stu ricu m ; sin embargo, los astures habían tom ado p arte
ya en la cam paña anterior, siendo vencidos. En cuanto al problem a
de los tres cam pam entos rom anos contra los que los astures se
dividieron en tres cuerpos de ataque, piensa J. M. Roldán (11) que
uno de ellos estaría emplazado en las proxim idades de Santibañez
de Vidríales, el segundo en Castrocalbón, donde se han descubierto
(10) N. S a n t o s : Textos para la historia antigua de la Península Ibérica,
Oviedo, 1980, pp. 185-186.
(11) “Fuentes antiguas sobre los astures”, op. cit., p. 266. Cf. id.: Iter ab
Em érita A sturicam (El Camino de La Plata), Salamanca, 1971, capítulo “Las
m ansiones”.
PUBLIO CARISIO V LAS GUERRAS ÁSTUR-CANTABRAS
855
restos de varias construcciones cam pam entales (12), y el tercero,
del que no se han encontrado vestigios arqueológicos h asta el mo­
m ento actual, posiblem ente en la región de Brigaecium, a orillas
por tanto del río Orbigo.
Los intentos de los astures de atacar po r sorpresa a los rom a­
nos se vieron trastocados por la traición de los habitantes de B ri­
gaecium según Floro, aunque Orosio no hace m ención en ninguna
parte de su relato al centro urbano o población que com etió tan in­
fam ante hecho. En cuanto al em plazam iento de la ciudad de B ri­
gaecium, creem os que debe de ser situada, no en la actual pobla­
ción de Benavente, pero sí en un lugar muy próxim o, al N. O. de
la m ism a. R esulta extraño que este núcleo de población astu r tra i­
cionara a los elem entos de su propia raza, lo que puede hallar una
explicación a causa de su posición fronteriza con relación a los
vacceos (13). En cualquier caso P. Carisio tuvo conocim iento de
los planes de las poblaciones astures, debido a lo cual logrará in­
fligirles una grave derrota, no sin antes haber experim entado bas­
tantes bajas las tropas rom anas.
Los astures que lograran salir indemnes del com bate se refugia­
rían en la ciudad de Lancia, situada a unos 3 Kms. de la actual
población de M ansilla de las Muías (en Villasabariego), que, pese
a sus esfuerzos, acabaría siendo conquistada. Con este hecho consi­
deraría Augusto resuelto de m anera definitiva el problem a de las
guerras astur-cántabras, finalizando por tanto la causa de su p re­
sencia en te rrito rio hispano, dado que p ara Floro y Orosio Hispania quedaría desde este m om ento totalm ente pacificada. Sin em ­
bargo, a través de Dión Casio sabemos que aún fueron necesarias
un conjunto de cam pañas durante los años 24, 22 y 19 p ara lograr
conseguir dicha paz, y esto de una m anera precaria, puesto que los
cántabros volverían a sublevarse en el año 16 a. n. e. (14), m ientras
que tenem os constancia de una rebelión de los astures en tiem pos
del em perador N erón (año 66 d. n. e.) (15).
(12) Cf. E. L o e w i n s o h n : “Una calzada y dos campamentos romanos en el
conventus A stu ru m ”, AEA XXXVIII, 1965, pp. 26 y ss.
(13) En este sentido Ptolomeo (II, 6, 49) señala entre los vacceos un nú­
cleo denominado Bargiakís, probable variante de Brigaecium , en un terri­
torio perteneciente con anterioridad a los vacceos y que sería absorbido poste­
riormente por los astures.
(14) Dio Cas. LIV, 20, 3.
(15) CIL XI, 395.
856
II .
NARCISO SÁNTOS YANGÜAS
PUBLIO CARISIO Y LA HISTORIOGRAFIA ACTUAL.
Nos hallam os en la actualidad muy lejos ya de la afirm ación
efectuada por R. Syme en el año 1934 en el sentido de que era sor­
prendente, en dicha fecha, que la guerra realizada po r Augusto en
H ispania hubiera sido objeto de atención tan escasa po r p arte de
los historiadores de los siglos XIX y XX (16), a pesar de lo cual
perm anecen aún oscuros ciertos pasajes de las guerras astur-cántabras, como p o r ejemplo la im portancia de la participación de
P. Carisio en los enfrentam ientos bélicos de dichas cam pañas, ob­
jetivo que nos proponem os aclarar en las páginas siguientes.
Aunque la labor llevada a cabo po r D. Magie (17) constituye
una opinión muy razonada, puesto que se erige en el p rim er inten­
to de discusión serio acerca de las fuentes históricas referidas a
las guerras cántabro-astures, no resulta muy aprovechable con res­
pecto al problem a a que a continuación nos referirem os. Para él
los astures atacarían nuevam ente los tres cam pam entos rom anos
em plazados en las inmediaciones del río A stura (Esla), a cuyo fren­
te se encontrarían respectivam ente los legados Carisio, Furnio y
Antistio, produciéndose a continuación la tom a de la ciudad de
Lancia; podem os observar en ello una clara confusión en cuanto a
la m isión encom endada a P. Carisio, puesto que le identifica con
uno de los tres legados im periales a quienes pretenden atacar los
astures.
El historiador inglés R. Syme ha expuesto sus teorías al respecto
en dos trab ajo s distintos, separados entre sí por un buen núm ero
de años, lo que hace que sus puntos de vista sean tam bién algo di­
ferentes en uno y otro. En el prim ero de los m ism os (18) se inclina
a fechar la intervención de Carisio y la tom a de Lancia al comienzo
de la cam paña del 26 o en los m om entos iniciales de la del año si­
guiente, prefiriendo la prim era de dichas hipótesis, ya que, según
él, el ejército de la C iterior com andado p o r Augusto necesitaba
contar con la llanura libre p ara poder atacar la región del m onte
Medulio.
Por su parte, p ara el historiador alem án A. Schulten los astures,
tras ser vencidos en Bergidum y el m onte Vindio, se alzarían de
nuevo en arm as contra los rom anos en la zona de León, lo que
parece hab er tenido lugar en el transcurso del año 25, dado que
(16)
(17)
(18)
“The Spanish War of Augustus (26-25 B. C.)”, AJPh LV, 1934, p. 293.
“Augustus War in Spain (26-25 B. C.)”, CPh XV, 1920, pp. 323-339.
“The Spanish W ar...”, op. cii., pp. 293-317.
PUBLIO CARISIO V LAS GUERRAS ASTUR-CANTABRAS
85?
Floro asegura que los astures habían descendido de sus nevadas
m ontañas. Ai frente de esta nueva expedición m ilitar se h allaría
P. Carisio, legado de Lusitania, quien con posterioridad se apodera­
ría de la ciudad de Lancia durante ese mism o año (19). P ara este
au to r los tres cam pam entos rom anos estarían em plazados en la
zona de Brigaecium , lo que se halla cerca de la realidad, puesto
que dichos centros m ilitares pudieron estar situados en torno a lo
que m ás tard e sería la capital del conventus Asturum , Asturica
Augusta (actual Astorga) (20).
Desconocemos, sin em bargo, a qué cuerpos de tropas correspon­
derían, aunque según dicho au to r con seguridad no a las legiones
IV, VI y X, dado que la prim era de ellas estuvo asentada en Can­
tabria, donde aún la hallam os en tiempos de Tiberio, m ientras que
las otras dos lo estarían en Galicia. Hay que pensar, m ás bien, en
que en los tres recintos cam pam entales habría cohortes como la
cohors IV Gallorum por ejem plo (21). No obstante, la legión X pa­
rece haber estado asentada precisam ente en el cam pam ento de Rosinos de Vidríales desde el año 25 o poco después, según se des­
prende del descubrim iento de una tégula con la m arca X corres­
pondiente sin duda a dicho cuerpo legionario (22).
En cuanto a J. González Echegaray, en un principio se m ostró
continuador de las teorías de Schulten (23), presentando un cono­
cim iento m inucioso de los principales escenarios de los enfrenta­
m ientos bélicos. Sin em bargo, últim am ente se ha m ostrado p a rti­
dario de la tesis de Syme, que ha puesto al día en un trab ajo más
reciente (24). A p esar de todo, no hace referencias muy expresas
a la participación de Carisio en las guerras.
Por lo que respecta a A. B rancati, uno de los aspectos m ás destacables y que, sin duda, contribuye a com prender la presencia de
P. Carisio en la guerra, así como el itinerario que siguió dicho per(19) Los cántabros y astures y su guerra con Roma, Madrid, 1943, pp.
150-151.
(20) Op. cit., p. 178.
(21) Op. cit., pp. 171 y 184.
(22) R. M artin V a lls y G. D elib es: “El campamento de Rosinos de Vidriales”, Sobre los cam pam entos de P etavonium , Santiago de Compostela-Va­
lladolid, 1975, pp. 3 y ss. ¿Es posible pensar que pudo tratarse de una vex illatio o destacam ento de dicha legión?.
(23) “N uevas investigaciones sobre la guerra cantábrica”, A lta m ira 1950,
pp. 147-160, y “Posición política sobre la ciudad de Iuliobriga”, A lta m ira 1952,
pp. 27-50. Cf. del mismo autor Los cántabros, Madrid, 1966, pp. 171 y ss., don­
de recoge todas sus teorías expuestas en los artículos precedentes.
(24) Cantabria a través de su historia, Santander, 1977.
858
NARCISO SANTOS YANGUAS
sonaje, lo constituye su efirm ación de que el río Astura debe de
identificarse con el Orbigo y no con el Esla (25), lo que explicaría
la existencia de los castros de la Sierra de C arpurias (A rrabalde y
V illaferrueña en el N orte de Zam ora y los siguientes ya en el Sur
de León...) y la im plicación de sus habitantes en los com bates. En
este sentido los astures, organizados en gran núm ero a lo largo del
valle del río Orbigo, habrían tratado de destru ir m ediante un im ­
provisado asalto los tres cam pam entos rom anos em plazados en
la región de Brigaecium con el fin de im pedirles fo rm ar un solo
bloque y apoyarse entre sí (26). Añade, adem ás, que las fuentes re­
feridas a la victoriosa intervención del legado de Lusitania no pa­
recen hacernos pensar que contra los astures hayan com batido otros
legados (27). Finaliza diciendo que los tres cam pam entos de la
zona de Brigaecium no habrían tenido la im portancia que parecen
querer atribuirles ciertos historiadores actuales al afirm ar que los
astures tra ta ro n por todos los medios de adelantarse al ataque
rom ano y asegurar a continuación que únicam ente sirvieron p ara
dar hospedaje al ejército de la Tarraconense (28).
J. H orren t (29) no alude para nada a la presencia y participa­
ción de P. Carisio en los acontecim ientos bélicos que tuvieron lu­
gar durante dicho año, por lo que podemos afirm ar que este au to r
se m uestra partid ario de que el personaje que estam os analizando
tom aría p arte en los enfrentam ientos del año siguiente.
Lo más significativo del trabajo de W. Schm itthener referido a
la cam paña de Augusto en H ispania y a su influencia sobre el nue­
vo régim en político, el Principado (30), lo constituye el hecho de
situar la cam paña y conquista rom anas del m onte Medulio, al igual
que el ataque contra Carisio por p arte de los astures, en el año 22,
lo que parece ser en un principio una dislocación cronológica p a­
tente con respecto a las opiniones de m uchos autores actuales (31).
(25) Augusto e la guerra di Spagna, Urbino, 1963, p. 101 (antes publicado
como artículo con el mismo título en StudU rb XXVI, 1952, pp. 87-151).
(26) Op. cit., p. 102.
(27) Floro II, 33, 55 y Orosio VI, 21, 10.
(28) Op. cit., p. 110.
(29) “Nota sobre el desarrollo de la guerra cántabra del año 26 a. C.”,
Em erita XXI, 1953, pp. 279-290.
(30) “Augustus spanischer Feldzug und der Kampf um den Prinzipat”,
Historia XI, 1962, pp. 29-85.
(31) Op. cit., p . 55.
PUBLIO CARISIO Y LAS GUERRAS ASTUR-CANTABRAS
859
P ara P. Bosch G im pera y P. Aguado Bleye (32), tras desarro­
llarse un conjunto de operaciones previas a través de Pompaelo y
Briviesca, tendría lugar el prim er acontecim iento m ilitar de gran
envergadura con tra la ciudad de Bergidum, em plazada en las cer­
canías de la actual población de Cacabelos, en la región leonesa
del Bierzo: esta cam paña habría estado dirigida por Carisio y h a­
bría tenido su desarrollo durante el año 26. P osteriorm ente m ar­
charía contra el m onte Medulio, emplazado según ellos ju n to al
Miño e identificándolo con el m onte San Julián en las inm ediacio­
nes de Tuy; dicha cam paña m ilitar se desarrolló a continuación,
pero no aseguran quienes com andaban los cuerpos legionarios p a r­
ticipantes. Por o tro lado, las operaciones m ilitares del año siguien­
te estarían dirigidas exclusivamente contra los astures, teniendo
aue colocar el episodio de P. Carisio y la conquista de la ciudad
de Lancia en dicho año (33). Con posterioridad, en el año 22 a. n. e.,
se levantarían de nuevo los astures contra la opresión que P. Carisio
estaba ejerciendo sobre ellos (34).
P ara L. H arm and (35) el legado de Augusto en la provincia
Tarraconense, C. Antistio, a quien el em perador había transm itido
la dirección de los com bates, prosiguió la cam paña con energía:
a él se debe indudablem ente la expedición contra el m onte Vindio,
apoyado po r su colega de Lusitania, P. Carisio, ante quienes se in­
clinarían los defensores del m onte Medulio durante el año 26.
En el año 1970 R. Svme analiza de nuevo los problem as rela­
cionados con las guerras astur-cántabras (36): para él los tres cam ­
pam entos rom anos de los que tratab an de apoderarse los astures
estarían em plazados en territo rio vacceo, acudiendo Carisio a su
encuentro como consecuencia de la llam ada de los habitantes de
Brigaecium desde la zona del Duero, conquistando a continuación
Lancia v otros núcleos de población, y quedando de esta form a li­
b re la llanura con el fin de facilitar el ataque contra la región
tran sm o n tan a de los astures. En cuanto al m om ento de realización
de este hecho, lo sitúa a principios del 26 o comienzos del año si(32)
H istoria
y ss.
(33)
(34)
“Desde la muerte de Sertorio hasta el final de las guerras cántabras”,
de España dirigida por R. Menéndez Pidal, Madrid, 1962, II, pp. 269
Op. cit., p. 272.
Op. cit., p. 273.
f35) L ’O ccident romain. G aule-Espagne^Bretagne-Afrique du N ord (31
a. C. "235 d. C.), Paris, 1963, p. 46.
(36)
“The Conquest of North-West Spain”, Le»io VII Gemina, León, 1970,
pp. 84-107.
860
NARCISO SANTOS YANGUAS
guíente; adm itiendo la segunda de dichas hipótesis, P. Carisio h a­
bría realizado previam ente ciertas acciones de carácter m ilitar de
limpieza en la llanura zamorano-leonesa con el fin de p roteger el
flanco occidental del ejército de la provincia Citerior; pero, si los
hechos sucedieron al comienzo del año 26, la operación en cuanto
tal habría cum plido con este mismo cometido.
Syme parece inclinarse por la sequnda de estas soluciones (año
26 a.n.e. como fecha), teniendo en cuenta que la fundación de E m é­
rita Augusta (actual M érida) con los veteranos del ejército de Ca­
risio que habían tom ado parte en dichas cam pañas se h abrían
producido al año siguiente. En consecuencia, adm ite que, con pos­
terioridad a los enfrentam ientos bélicos correspondientes al hel­
ium cantahricum, que tendría su comienzo en la prim avera del año
26, tendría lugar la tom a de la ciudad de Lancia p o r p arte del p ro ­
pio P. Carisio. A. Rodríguez Colmenero (37) no com parte la opinión
del au to r inglés en el sentido de que los tres cam pam entos rom a­
nos del Astura estarían situados en territo rio vacceo, puesto que,
de acuerdo con la docum entación antigua, estos cam pam entos se­
rán los que Augusto entregará posteriorm ente a los astures como
su capital, es decir Asturica Augusta y sus alrededores, hipótesis
que parece ser bastante aceptable.
Por su p arte el historiador italiano G. Forni, en cuanto al desa­
rrollo global de las operaciones bélicas, teniendo en cuenta las cir­
cunstancias geográficas v étnicas sim ilares existentes entre Can­
tabria, Galia y Tracia, se inclina po r una estrategia rom ana co­
m ún en los tres casos; en este sentido indica la presencia de tres
cuerpos de ejército rom anos en la zona durante los años 26-25
a.n.e., que contarían con cuarteles respectivam ente en Segisama
(donde estarían establecidas tres legiones: la IV M acedónica, la VI
Victrix y la X Gémina), en la zona de León y en Lusitania (38). Se
refiere igualm ente al episodio aislado de P. Carisio en la región de
León a comienzos del año 26 ó 25 (39): p ara dicho au to r Floro y
Orosio señalan la presencia de tres cam pam entos (o tres legiones
rom anas según Orosio), instalados en las m árgenes del río Astura
(para él el Esla actual), a los que atacarían los astures divididos en
tres colum nas. Tras el aviso traicionero de los brigaecinos, P. Ca­
risio acudió en su ayuda con su propio ejército, persiguiendo a los
(37) Augusto e Hispania, Deusto, 1979, pi 103:
(38) “L’occupazione militare romana della Spagna nord-occidentale: ana­
logie e paralelli”, Legio VII Gemina, pp. 205 y ss.
' ' •'
‘'
(39) O p. cit., p. 212.
PUBLIO CARISIO Y LAS GUERRAS ASTUR-CANTABRAS
861
atacantes h asta sitiarlos y vencerlos en Lancia (40). Además, se re­
fiere al cam pam ento de Rosinos de Vidríales, en el N orte de la p ro ­
vincia de Zam ora, identificándolo con la antigua Petavonium , co­
mo probable sede del ala I I Flavia H ispanorum civium Rom ano­
rum en época claudia (41), lo que resulta incierto, ya que en dicho
em plazam iento existieron dos cam pam entos, de los cuales el más
antiguo y extenso fué el correspondiente a la legión X Gémina,
pudiéndose fechar su construcción en el transcurso del período de
la guerra astur-cántabra, m ientras que el segundo, de dim ensiones
más reducidas y superpuesto al em plazam iento legionario, que muy
posiblem ente haya que fechar ya en el últim o cuarto del siglo I
d.n.e. o después, correspondería a una unidad m ilitar inferior, con­
cretam ente al cuerpo de tropas auxiliares constituido po r el ala I I
Flavia H ispanorum civium Rom anorum . En este caso estam os de
acuerdo con M. Vigil en el sentido de que dicha unidad tiene su
período de form ación en época de Vespasiano o algún tiem po des­
pués a causa de su calificativo de Flavia y p o r ser ciudadanos ro­
m anos sus com ponentes (42).
En cuanto a J. M. Roldán, se refiere a las guerras astur-cántabras en algunas de sus publicaciones únicam ente de form a tangen­
cial (43), m ostrándose partid ario de la cronología ofrecida por
Dión Casio y fechando en el año 25 la prim era fase de los aconte­
cim ientos. Es de destacar su afirm ación de que el objetivo de
Augusto se encam inó m enos a enm arcar nuevos territo rio s en el
E stado rom ano que a afianzar los ya anexionados con vistas a una
sistem atización de la política provincial (44). Aunque considera
oscuras y poco dignas de crédito las noticias tran sm itid as po r las
fuentes greco-latinas (Floro, Orosio y Dión Casio) se inclina por
la existencia de dos frentes de ataque, uno en la zona de Cantabria
y otro en la región occidental de Asturia-Gallaecia, sobresaliendo
su estudio porm enorizado de cada uno de los cuerpos legionarios
que tom aron p arte en los enfrentam ientos bélicos (45).
(40) Op. cit., p. 213.
(41) Op. cit., p. 220.
(42) En tom o al año 75 d. n. e. concedió este emperador él ius L atii o
derecho latino a cuantos hispanos no contaban aún con este derecho o el
romano : cf. M. V igil : “Ala II Flavia Hispanorum civium Romanorum”, AEA
X X XIV , 1961, p. 109.
(43) Cf., por ejemplo, “Fuentes antiguas Sobre los astures”, op. cit., pp.
199 y ss., y H ispania y el ejército romano, Salamanca, 1974, pp. 161 y iss.
(44)' Hispania y el ejército romano, p.' 175.
(45) Op. cit., pp. 188 y ss.
862
NARCISO SANTOS YANGUAS
Por su p arte F. J. Lomas parece inclinarse en gran m edida por
las teorías ya apuntadas por Syme: sitúa en el año 26 solam ente
los hechos bélicos relacionados con la penetración en C antabria a
través del valle del río Pisuerga, teniendo lugar entonces las cam ­
pañas desarrolladas por el ejército m andado por Augusto a través
de Vellica, el m onte Vindio y Aracillum (Aradillos) (46).
Con relación a la cam paña del año 25, identificada como bellum
asturicum , confía de m anera absoluta en las teorías de Svme, ex­
cepto en el detalle de que la zona del m onte Medulio, en el Bierzo
leonés, sería sitiada por tropas de Lusitania exclusivamente, sin
participación del ejército de la provincia Citerior (47).
Para F. Diego Santos (48) cabría d atar la intervención de P. Carisio en el escenario de las guerras astur-cántabras a comienzos
del año 25: los astures descenderían desde sus m ontañas y, asen­
tados sus cam pam entos en torno al río Esla, se lanzarían a conti­
nuación a atacar a las legiones rom anas de la llanura asentadas
en tres cam pam entos próximos entre sí y ubicados probablem en­
te en territo rio vacceo (49). El ataque d< /os astures se realizaría
descendiendo desde las m ontañas de la cabecera del Esla, puesttf
que no habían podido ser controlados en la cam paña del año an­
terior. La traición de los brigaecinos hace que P. Carisio acuda
desde Ocellum Durii (Zam ora?), teniendo lugar en estos m om entos
la d erro ta astu r y la tom a de Lancia, fundándose a continuación
la colonia de Em érita Augusta (actual M érida) al final de dicho año
con licenciados de las leeiones X Gemina y V Alaudae (50).
Por otro lado, R. F. Jones, en un trab ajo de caracteres estricta­
m ente m ilitares, alude a los asentam ientos de las legiones sin vincu­
larlos con m om entos concretos de la historia de las guerras, como
por ejem plo en el caso de la legión X Gemina, de la que existen
testim onios de su presencia en los alrededores de Astorga y la zona
más m eridional, incluido Rosinos de Vidríales, aunque no concre-
(46) A sturia prerrom ana y altoim perial, Sevilla, 1975, pp. 103 y ss.
(47) Op. cit., pp. 129 y ss.
(48) “Die Integration Nord- und Nordwestspaniens als römische Provinz
in der Reichspolitik des Augustus”, AN RW II, 3 1975, pp. 533 y 536.
(49) En su tesis doctoral Estudio epigráfico del conventus A sturu m e
inscripciones romanas de la provincia de León (Oviedo, 1972) reafirma los
datos de las plaças del Itinerario de barro, ya analizados en su Epigrafía ro­
mana de A sturias, Oviedo, 1959, pp. 244-259 m ediante puntualizaciones mi­
litares y políticas derivadas de la documentación epigráfica.
(50) Estos m ism os extrem os aparecen reflejados en su última obra A stu ­
rias romana y visigoda, Salinas, 1977, pp. 6 y ss.
PUBLIO CARISIO Y LAS GUERRAS ASTUR-CANTABRAS
863
ta su cronología (51). La m ism a indeterm inación encontram os en
las páginas siguientes con respecto a las unidades de tropas asen­
tadas en el cam pam ento de Rosinos de Vidríales y su respectiva
datación, ai como en el de Castrocalbón (52). Sin em bargo, es de
destacar la confirm ación de una vía m ilitar, que contaría con una
serie de puestos regularm ente establecidos: Asínnca-Villalís-Castrocalbón-Rosinos de Vidríales (53).
P ara A. Rodríguez Colmenero (54) serían las tropas correspon­
dientes a la llam ada colum na occidental, que h abría sido encarga­
da de vigilar a los astures, las que guarnecerían los tres cam pa­
m entos que los astures trataro n de atacar de im proviso en el año
25 y que estarían ubicados posiblem ente en la m argen izquierda
del río Astura (Esla). Además, los astures que atacaron a los ro­
m anos h ab itarían las regiones m ontañosas em plazadas al Sur del
Bierzo y la llanura circundante al A stura: en consecuencia, esta
sublevación de los astures hallará su explicación desde el m om en­
to en que se acepte que las nevadas m ontañas de que nos hablan
los autores antiguos eran las galaico-Ieonesas, próxim as relativa­
m ente a Brigaecium, lo que perm itiría frecuentes contactos entre
los astures de la m ontaña y los que vivían en el llano, hecho que
no resultaría adm isible si situáram os a los astures de las m ontañas
en la cordillera cantábrica, ya que entonces se hubieran visto obli­
gados a b u rla r en cualquier caso la línea de penetración de las le­
giones (55).
A su vez la intervención de Carisio se produciría desde la cer­
cana Lusitania, posiblem ente desde Bracara, al acudir con su ejér­
cito después del aviso de los brigaecinos con el fin de d esb aratar
los planes de los astures, lo que hace, según este autor, m ediante
el corte de su retirad a hacia las m ontañas y rodeando p o r la espal­
da los cam pam entos de los astures del Esla (aquí hem os de situ ar
precisam ente la conquista de los castros de la sierra de Carpurias).
Los astures serían derrotados en el llano y acorralados desde el
Oeste por P. Carisio y el alertado ejército de los cam pam entos ro­
m anos instalados al Este del río Astura, no quedándoles o tra sali­
da que m arch ar río arrib a h asta refugiarse en la ciudad de Lancia,
donde sufrirían una nueva derrota.
(51)
1976, p.
(52)
(53)
(54)
(55)
“The Roman M ilitary Occupation of North-West Spain”, JRS LXVI,
50.
Op. cit., pp. 57-59.
Op. cit., p. 60.
Galicia m eridional romana, Deusto, 1977, p. 56.
Op. cit., p. 58.
864
NARCISO SANTOS YANGUAS
Por lo que respecta a A. Montenegro (56), sitúa en el año 26 la
actuación en las guerras astur-cántabras de P. Carisio, quien con­
taría con sus bases de operaciones en los cam pam entos de Asturica
(Astorga) y Bracara (Braga), m ientras que ia tom a de la ciudad de
Lancia po r p arte de un ejército com andado po r dicho legado de
Lusitania igualm ente se produciría en el transcurso del año siguien­
te (57).
Dos años después de su prim era visión acerca de las guerras
astur-cántabras nos ofrece una nueva visión explicativa de estos
hechos Rodríguez Colmenero (58): se m uestra aquí p artid ario de
com prim ir, de acuerdo con la descripción de Dión Casio, los suce­
sos que se atribuyen com únm ente a los años 26 y 25 solam ente en
el últim o de ellos, así como de retro traer h asta el año 22, y no al
25, el episodio relacionado con la conquista del m onte Medulio por
parte de los rom anos. A pesar de tratarse de una hipótesis acepta­
ble podem os preguntarnos: ¿todas las cam pañas hay que situ ar­
las necesariam ente en el año 25 o conviene situ ar en el 26 el ata­
que de Augusto (bellum cantabricum) y en el 25 la actuación de
P. Carisio?
U ltim am ente J. Santos (59) asegura que hay que distinguir cla­
ram ente dos ejércitos con motivo de los prim eros enfrentam ien­
tos de las guerras astur-cántabras: el de la provincia C iterior o Ta­
rraconense, que se hallaba acampado en Sasam ón y que com anda­
ba Augusto personalm ente, y el dirigido po r P. Carisio; este últim o,
adem ás de legado del em perador en Lusitania, tendría que cum ­
plir la orden de acercarse a territorio astu r p ara cooperar con los
efectivos m ilitares de la Tarraconense; es más, a Carisio se le asig­
naría el som etim iento de la población astur, cuyo territo rio había
sido enm arcado en la provincia de Lusitania tras la p rim era reo r­
ganización adm inistrativa de Augusto, al tiem po que el em perador
se reservaba la dirección del ataque a la región de Cantabria.
Carisio sería, pues, el encargado de desencadenar la lucha so­
bre la llanura ocupada por los astures cism ontanos en el año 26
a.n.e.; m uchos de los centros de población pasarían a control ro­
m ano, m ientras que otros, como Lancia, serían abandonados por
sus habitantes, que se refugiarían en las m ontañas, posibilitando
(56) “Augusto en Hispania”, Historia antigua de España. II: H ispania
romana, Madrid, 1978, p. 259.
(57) Op. cit., p. 261.
(58) A ugusto e Hispania, Deusto, 1979, pp. 112 y ss.
(59) “La conquista romana de Asturias”, H istoria de A sturias en fascí­
culos, Silverio Cañada Editor, Gijón, 1982.
PUBLIO CARISIO Y LAS GUERRAS ASTUR-CANTABRAS
865
el establecim iento ju n to al río Astura (Esla) de las bases del ejér­
cito encargado de atacar a los galaicos septentrionales y a los astures transm ontanos, iniciándose entonces la m archa del ejército
asentado en los cam pam entos de Segisama hacia C antabria. La co­
lum na occidental, a cuyo frente figuraba C. Antistio, p artiría de
Sasam ón en los últim os meses del año 26 con el fin de invernar
en el triple cam pam ento a que se refieren Floro y Orosio ju n to al
Esla. Sin em bargo, los astures, acordes con los cántabros, se dis­
ponían a dar la sorpresa en el transcurso del invierno m ediante
un plan bien estudiado, pero los habitantes de Brigaecium les tra i­
cionan y avisan a Carisio, quien les ataca de im proviso en sus p ro ­
pios asentam ientos; ante esta situación se recluirán en Lancia, la
cual, pese a sus fuertes m urallas, será tom ada por el legado de Lu­
sitania. Añade, adem ás, que es posible que tom aran p arte en estos
hechos las legiones acantonadas en el Esla, es decir la colum na
occidental de la Tarraconense, a pesar de que no esté reflejado en
la docum entación literaria.
Por otro lado, en el año 22 a.n.e. se recrudecerá la sublevación:
los astures, a causa de la crueldad de Carisio, se lanzan nuevam en­
te a la guerra arrastran d o consigo a los cántabros; cada uno de
estos grupos gentilicios se enfrentará por su p arte a las tro p as ro­
m anas, produciéndose sim ultáneam ente un intento de sublevación
entre los galaicos. C. Furnio d erro tará enseguida a los cántabros,
acudiendo en auxilio de P. Carisio, quien se hallaba en una situa­
ción com prom etida frente a los astures. El episodio final de la
guerra (operación conjunta de los ejércitos de am bas provincias al
frente de Furnio y Carisio) lo constituiría la tom a y destrucción
del m onte Medulio, reducto que había servido de refugio a los astures y galaicos aún supervivientes.
Finalm ente nosotros mismos, en un trab ajo aún en curso de p u ­
blicación, hem os analizado la anexión del N.O. peninsular po r p a r­
te de los rom anos (60), en el que hemos centrado el estudio en las
causas de las guerras y la incidencia producida p o r dichos enfren­
tam ientos bélicos en la organización y estru ctu ras de las poblacio­
nes indígenas de la región, sin ocuparnos de un estudio porm eno­
rizado de la sucesión cronológica de los acontecim ientos y, en consesecuencia, sin alu d ir más que de pasada a los episodios de la gue­
rra astur-cántab ra en los que P. Carisio estuvo involucrado, como
(60)
XLI, 1982.
“La conquista romana del N. O. de la Península Ibérica”, Latom us
866
NARCISO SANTOS YANGUAS
por ejem plo al hecho de que en el m onte Medulio convergerían las
tropas de la Tarraconense al m ando de Cayo Antistio y las de Lu­
sitania, a cuyo frente se hallaba el propio Carisio (61).
III.
a)
NUEVA DOCUMENTACION ARQUEOLOGICA Y NUMISMATICA.
Fuentes arqueológicas.
El tesoro prerrom ano de Arrabalde (N orte de Zam ora), en es­
tos m om entos en fase de restauración en las dependencias del Mu­
seo Arqueológico Nacional, puede verter alguna luz sobre el pro ­
blem a que venimos tratando. En el inventario general del mismo,
en el que el peso de las piezas es aproxim ado, que realicé en com ­
pañía de los Doctores Moure y Martín-Valls, Profesores de la Uni­
versidad de Valladolid, se distinguen las siguientes piezas:
10 torques de plata en espiral, form ado por un hilo grueso y li­
so de cordón fino, con extremos en form a de bellota y rem ates en
argollas o bolas:
n.°
n.°
n.°
n.°
n.°
n.°
n.°
n.°
1.—350 grs.; diám. máx. 15,3 cms.; rem ate en argollas.
2.—340 grs.; diám. máx. 14,8 cms.; rem ate en argollas.
3.—315 grs.; diám. máx. 14,3 cms.; rem ate en argollas.
4.—340 grs.; diám. máx. 14,5 cms.; rem ate en argollas.
5.—300 grs.; diám. máx. 15,0 cms.; rem ate en argollas.
6.—520 grs.; diám. máx. 16,0 cms.; rem ate en argollas.
7.—360 grs.; diám. máx. 15,8 cms.; rem ate en bolas.
8.—260 grs.; diám. máx. 14,2 cms.; rem ate en bolas (falta una
bellota).
n.° 9.—250 grs.; diám. máx. 14,7 cms.; rem ate en bolas (falta una
bellota).
n.° 10.—470 grs.; diám. máx. 16,8 cms.; faltan las dos bellotas, con­
servando arran q u e de una de ellas.
2 torques de plata en espiral, con doble trazo grueso, lazo cen­
tral y extrem os vueltos:
n.° 11.—65 grs.; diám. máx. 12,0 cms.
n.° 12.—82 grs; diám. máx. 13,3 cms.; triple lazo central.
1
to rq u e de plata en espiral con doble trazo grueso y rem ates en
anillas:
(61)
Esto mismo es lo que aparece reflejado en nuestro libro El ejército y
la romanización de los astures, Ed. Asturlibros, Oviedo, 1981, pp. 3 y ss.
PUBLIO CARISIO Y LAS GUERRAS ASTUR-CANTABRAS
867
n.° 13.—48 grs.; diám. máx. 11,0 cms.
1 torque trenzado doble, posiblem ente de oro, con dos hilos
gruesos cada trenza, roto por los extremos:
n.° 14.— 130 grs.; diám. máx. 12,8 cms.
2 torques lisos:
n.° 15.—250 grs.; diám. máx. 14,0 cms.; el centro ensanchado y los
extrem os en bolas; una m arca en X en el sector interior-cen­
tral; posiblem ente de oro.
n.° 16.— 100 grs.; diám. máx. 13,0 cms.; extrem os doblados (uno
desaparecido).
2 brazaletes lisos de plata, term inados en cabezas de serpientes:
n.° 17.—65 grs.; diám. máx. 6,5 cms.
n.° 18.—75 grs.; diám. máx. 6,5 cms.
4 brazaletes de plata enrollados en espiral; las dos o tres ú lti­
m as vueltas de cada extrem o más anchas y decoradas, las centrales
lisas y m ás estrechas:
n.° 19.—90 grs.; 7 vueltas; rem ates en cabezas de serpiente.
n.° 20.— 190 grs.; 9 vueltas; rem ates en botón aplicado.
n.° 21.—260 grs.; 9 vueltas; rem ates en cabezas de serpiente con
botones aplicados.
n.° 22.—325 grs.; 12 vueltas; rem ates en cabezas de serpiente (fal­
tan los botones); uno de los extremos a punto de rom perse.
2
vasos de plata:
n.° 23.— 45 grs.; diám. boca: 7,4 cms.; altura: 6,5 cms.; vaso cóni­
co carenado, de base rem atada en un botón; a la altu ra de la
carena coronada por dos cordones.
n.° 24.—220 grs.; diám. boca: 12,2 cms.; altura: 12,5 cms.; vaso
carenado, cuello cóncavo y borde esvastado, base con pie bajo y
um bo central; dos cordones a la altu ra de la carena y o tro en
la p arte in terio r del borde; roto a la altu ra de la carena.
4 pendientes de oro:
n.° 25.—35 grs.; longitud: 4 cms.; creciente rem atado en bellota
enm arcada.
n.° 26.—22 grs.; longitud: 3,6 cms.; idéntico al anterior.
n.° 27.—20 grs.; longitud: 3,5 cms.; idéntico a los anteriores pero
con bola en el extrem o.
n.° 28.—25 grs.; longitud: 3,3 cms.; creciente con rem ate en racim o.
4 anillos de oro:
n.° 29.— 12 grs.; diám etro: 2 cms.; anchura del hilo: 0,6 cms.; lá­
m ina m oldeada con los extremos vueltos form ando una especie
de placa que ocupa 1/3 del perím etro total de la pieza.
n.° 30.— 12 grs.; diám. 2 cms.; anchura del hilo: 0,6 cms.
868
NARCISO SANTOS YANGUAá
n.° 31.— 11 grs.; diám. 2 cms.; anchura del hilo: 0,6 cms.; idéntico
a los anteriores.
n.° 32.—9 grs.; diám. 1,8 cms.; la placa se encuentra m odelada en
form a de flor, de 2,2 cms. de diám etro; falta la m ayor por par­
te del aro.
4 aros de oro rem atados en prótom os de caballo de base tren ­
zada:
n.° 33.— 16 grs.
n.° 34.— 17 grs.
n.° 35.—20 grs.
n.° 36.— 10 grs.
1 colgantes hueco de oro, con dos enganches en la p arte supe­
rior:
n.° 37.—5 grs.; longitud: 2,1 cms.
4 fíbulas de oro:
n.° 38.—270 grs.; diám. 5,5 x 6 cms.; fíbula con aro liso que presen­
ta un hilo de oro enrollado; en los extremos del eje m ayor dos
apliques circulares con líneas de puntos; puente liso, rodeado
en las bases por sendas láminas con líneas de puntos; conser­
va aguja y m ortaja; muy buen estado de conservación.
n.° 39.— 130 grs.; diám. 4,7 x 4,7 cms.; igual que la an terio r aunque
en tam año m enor.
n.° 40.—55 grs.; longitud máx. 6,5 cms.; fíbula con extrem os en
form a de bellota, vueltos y unidos al puente; resorte bilateral
con eje de bronce; lám ina de oro hueca; conserva intactos el
m uelle de la aguja y la m ortaja; de oro, excepto el m encionado
eje del resorte; muy buen estado de conservación.
n.° 41.—30 grs.; longitud máx. 3,5 cms.; fíbula de resorte bilateral;
puente en placa rectangular decorada con motivo no determ i­
nado y soldada; muy buen estado de conservación en la actua­
lidad (62).
P osteriorm ente se realizó bajo mi dirección, a propuesta del
Sr. Subdirector General de Arqueología, durante uno de los prim e­
ros días del mes de septiem bre una prospección a flor de tierra en
el terreno rem ovido al extraer la vasija que contenía el tesoro an(62)
A pesar de que no me ha sido posible estudiar detenidam ente cada
una de las piezas y de que algunas de ellas, las más antiguas, a causa de sus
características y decoración, pueden fecharse quizás en los siglos V y IV a. n. e.,
la ocultación de dicho tesoro prerromano tendría lugar, sin duda, en el trans­
curso de las guerras astur-cántabras y más concretamente en el momento de
la presencia e intervención de P. Carisio en la región.
PUBLIO CARISIO Y LAS GUERRAS ASTUR-CANTABRAS
869
teriorm ente descrito, contando igualmente con la colaboración de
las personas arrib a m encionadas, encontrándose los siguientes ob­
jetos, todos ellos de plata, que fueron entregados al m ism o tiem po
que las restantes piezas del tesoro:
1.—Pulsera lisa, de form a acorazonada, con cierres en form a de
cabezas serpentiform es alargadas.
2.—Pulsera lisa (en dos fragm entos), más delgada que la ante­
rior, cuyos cierres sobrepasan la form a circular.
3.—Pulsera acordonada (en tres piezas que se com plem entan);
uno de sus extrem os term ina en palm eta con incisiones.
4.—Dos fragm entos de o tra pulsera del mism o tipo que la an ­
terior, aunque sin conservarse ninguno de sus extrem os.
5.—Una fíbula en buen estado, a la que falta la aguja, aunque
conserva la m ortaja.
6.—Dos trozos que pueden pertenecer a alguno de los extrem os
de los torques incom pletos ya analizados.
7 y 8.—Dos anillos incom pletos con ensancham iento en su p arte
central y una incisión redonda en dicho centro.
9.—Cuatro trozitos de algún brazalete sim ilar a los hallados en
el tesoro: 3 de ellos engarzan entre sí; el cuarto constituye el ex­
trem o de un brazalete, siendo sim ilar a alguno de los ejem plares
ya descritos.
10.—Una plaquita, al parecer cortada, con un agujerito en su ex­
trem o, desde donde se ensancha.
11.—Una bellota, que puede corresponder a alguno de los extre­
mos de los torques incom pletos hallados en el prim er m om ento.
12.—Una pieza incom pleta y alargada que acaba en una m edia es­
fera en uno de sus extrem os.
13.—Una especie de pie, posiblem ente de plata, recubierto con
una lám ina de oro; es sim ilar a una de las partes de una figura
del tesoro anteriorm ente descritas.
b)
Fuentes num ism áticas.
Contamos, adem ás, con nueva docum entación num ism ática, que
nos sirve para co rro b o rar la presencia y participación de P. Carisio en este episodio de las guerras astur-cántabras: se han hallado,
en el recinto del castro de Arrabalde, dos m onedas correspondien­
tes a alguna de las em isiones llevadas a cabo por el legado de Lu­
sitania, lo que nos sirve al mismo tiem po p ara d atar el m om ento
870
NARCISO SANTOS YANGUAS
exacto del enterram iento del tesoro que acabam os de describir (63).
Hace una decena de años L. Villaronga publicó un trab ajo acerca
de las em isiones m onetarias de este tipo (64), en el que recogía las
diferentes opiniones que se habían venido sucediendo sobre este
problem a, y cuya atribución abarca desde la ceca de Cartagonova
hasta las de Sagunto o Cnossos (Creta) (65).
E ntre las opiniones más destacadas podem os resaltar las si­
guientes: Vives no estudia este tipo de m onedas en su obra, aun­
que sí en el prólogo de la misma, donde asegura que son de atrib u ­
ción incierta (66). Por su parte, M. Gómez M oreno hace destacar
el gran núm ero de las mism as hallado en el recinto de los castros
gallegos, lo que encontraría justificación si pensam os que serían
em itidas allí mism o con ocasión de las guerras astur-cántabras (67).
A su vez A. B eltrán afirm a que las arm as que reflejan estos docu­
m entos num ism áticos hacen referencia a las guerras contra cán­
tabros y astures correspondientes al N orte de la Península (68).
En cuanto a F. M ateu y Llopis, se m uestra p artid ario de que su
presencia m asiva en los castros galaicos y otros lugares del N orte
peninsular nos lleva a atrib u ir su acuñación al N. O. de Hispania,
región carente por completo de emisiones im periales, de m anera
que su em isión obedecería al sostenim iento de las guerras asturcántabras (69).
Por otro lado, M. Vázquez Seijas asegura que se conocen en
Lugo m ás de 25 ejem plares de estas m onedas con escudo (70).
Además, O. Gil Farrés, en el catálogo de su obra, publica un as
y un dupondio toscos de este tipo de monedas, asignándolos al
N. O. hispánico y fechándolos en los años 27-25 a. n. e. (71). Igual(63) Ambas piezas pertenecen a una colección particular, cuyo propie­
tario me ha permitido observar, pero no fotografiar para su publicación. Este
mismo Sr. me ha asegurado que en Camarzana de Tera aparecieron también
ciertas m onedas de Carisio, que deben hallarse en manos de alguno de los
habitantes de la comarca.
(64) "Emisión monetaria augustea con escudo atribuible a P. Carisio y a
la zona del Norte de Hispania”, XI CAN, Zaragoza, 1970, pp. 591 y ss.
(65) Op. cit., p. 591.
(66) La m oneda hispánica, Madrid, 1926, p. CXVIII.
(67) M iscelánea, Madrid, 1949, p. 185.
(68) Curso de N um ism ática, Cartagena, 1950, p. 382.
(69) “La ceca hispano-romana de Augusto con piezas de reverso anepí­
grafo”, A m purias XIII, 1951, pp. 222-223.
(70) “Posibles emisiones de Augusto en Lugo”, N um ism a LXX, 1964, pp.
37-40.
(71) La m oneda hispánica de la Edad Antigua, Madrid, 1966, p. 236.
PUBLIO CARISIO Y LAS GUERRAS ASTUR-CANTABRAS
871
m ente M. G rant distingue entre ases y dupondios de dichas em isio­
nes, afirm ando que un grupo de los prim eros se pueden poner en
relación con las acuñaciones de Caesaraugusta, aunque no poda­
mos referirnos a que en las cecas de Caesaraugusta y Patricia se
llevasen a cabo estas emisiones (72). Finalm ente A. B eltrán M ar­
tínez ha analizado los bronces de este tipo que llevan representado
un escudo (caetra) en sus valores de sestercio, dupondio, as y semis, que serían acuñados entre los años 27 y 23 a. n. e. (73). La
acuñación de estas m onedas vendría provocada po r las necesida­
des económ icas que acuciaban al ejército rom ano establecido en
territo rio hispano; las emisiones serían abundantes y la circula­
ción de sus efectivos, correspondientes por su m etrología a la épo­
ca de Augusto, alcanzaría puntos b astante alejados de sus lugares
de acuñación.
P. Carisio utiliza p ara la elaboración de sus m onedas de plata
provinciales el títu lo IMP. CAESAR AUGUSTUS, em isión que pa­
rece haberse realizado con motivo de la prim era fase de las gue­
rras astur-cántabras (en torno a los años 26-25 a. n. e.), m ientras
que los ases, en los que se emplea la leyenda CAESAR AUG. TRTB.
POTEST., pudieron haberse em itido en el año 23, hallándose en
conexión con el segundo levantam iento y enfrentam iento con los
astures del año siguiente, que tendría quizás su final en el Medulio.
H asta ahora se adm itía como tópico general que dichas m o­
nedas aparecían en gran cantidad en el N. O. hispánico, en espe­
cial en los recintos castreños gallegos (74), aunque tam bién en los
astures como lo dem uestran los dos ejem plares hallados en el
castro de A rrabalde (75). Estas monedas presentan las m ism as ca­
racterísticas va señaladas por A. Schulten para otras pertenecien­
tes a estas em isiones cuando afirm a: «En las m onedas de Carisio
se representan arm as concmistadas en la guerra cántabro-astur, pe­
ro no se sabe cuáles de ellas eran propias de los astures y cuáles
de los cántabros» (76). Más adelante asegura que en las em isiones
(72) From Im periu m to A uctoritas, Cambridge, 1946, p. 121.
(73) “N uevas áportaciones al problema de los bronces de Augusto con
caetra y panoplia acuñados en el Noroeste de España”, N um ism a XXVIII,
1978. pp. 157-167.
(74) L. V illa r o n g a : op. cit., p. 595.
(75) Tengo noticias, por otra parte, de que los lugareños cuentan con otra
serie de m onedas encontradas en el castro, aunque no he podido constatar si
son o no sim ilares a éstas o si se trata, más bien, de m onedas ibéricas (celtibé­
ricas en este caso).
(76) Los cántabros y astures y su guerra con Roma, Madrid, 1943, p. 89.
872
NARCISO SANTOS YANGUAS
m onetales realizadas por P. Carisio tras la victoria lograda sobre
los astures aparecen representados trofeos correspondientes a di­
cha guerra (77). Por lo general se refleja un conjunto de lanzas y
rodelas, las dos arm as principales utilizadas por astures y cánta­
bros, apareciendo igualmente el traje de un guerrero indígena ar­
m ado a la ligera, es decir una túnica, posiblem ente de cuero, un
casco, una rodela y dos lanzas, m ientras que en otras m onedas
podem os detectar las siguientes series de arm as: o bien una rodela
con lanza ancha y falcata o bien un casco corintio de m etal acom ­
pañado de un adorno en form a de media luna, así como de un
puñal y hacha doble (78). Según esto parece ser que el arm am en­
to citado en prim er lugar correspondería a los guerreros arm ados
a la ligera, en tanto que el últim o reseñado sería el em pleado por
los guerreros pesados, a pesar de que en la Península Ibérica exis­
tieran, ju n to a los caetrati qu edisponían al mism o tiem po de una
rodela, los scutati arm ados con un escudo grande (79). En este
sentido contam os igualmente con m onedas de Agripa, que fueron
acuñadas en Cartagonova v que representan los mism os trofeos
que aparecen en las m onedas de P. Carisio, por lo que no resulta
difícil pensar que son una copia de éstas (80).
Las conclusiones a que llega L. Villaronga, tras el análisis de los
anversos, reversos y contram arcas de estas monedas, que muy bien
pueden aplicarse a los docum entos num ism áticos que ahora consi­
deram os, serían las siguientes (81):
a) su em isión debe de ser posterior al año 27 y an terio r al 23
a. n. e.;
b) la ausencia de topónimos en las mism as indica que no es
em isión m unicipal y que la falta del nom bre del legado (como apa­
rece en el as de P. Carisio) significa que no es em isión provincial,
por lo que muy posiblem ente se trate de una em isión de carácter
m ilitar, idea que aparece reforzada, adem ás, p o r la tipología de
dichas m onedas;
(77) Cf. J. Babelon: Monnaies de la République Rom aine, vol. I, p. 317.
(78) A. S ch u lten : op. cit., pp. 165-166.
(79) Cf. W. S ch u le: “Frühe Antennenwaffen in Sudwesteuropa”, G er­
mania XXXVIII, 1960, pp. 1 y ss., y J. Cabre: “La caetra y el scutum en Hispania- durante la segunda Edad del Hierro”, BSEAAV 1939-1940, pp. 57 y ss.
(80) V ives: La moneda hispánica, vol. IV, p. 31.
(81) Op. cit., pp. 597-598. Estas monedas fueron acuñadas, sin duda, con
posterioridad a la victoria de Agripa en las guerras astur-cántabras durante
el año 19 a. n. e.
PUBLIO CARISIO Y LAS GUERRAS ASTUR-CANTABRAS
873
c)
los hallazgos m onetales indican en todos los casos una re­
gión hacia el N orte y hacia el Ueste, donde no conocemos h asta
la actualidad ninguna em isión m unicipal de tiem pos de Augusto;
dj dado que la docum entación histórica de la época se relieie
a que P. Carisio estuvo al frente de la colum na occidental en el
transcurso de la cam paña contra cántabros y astures del 26-25
a. n. e., lo m ás probable parece pensar en que tales m onedas serían
em itidas po r dicho personaje en alguna región del N. O. con el
lín de solventar los gastos del ejército rom ano;
e) adem ás de una em isión que contaba con sestercios, dupondios y ases, hubo o tra distinta integrada por ases toscos, acuñados
en un lugar y en un m om ento en que ios rom anos debieron de
contar con escasez de recursos, posiblem ente en plena zona de
operaciones bélicas y, obra, por tanto, de un taller móvil.
IV.
CONCLUSIONES.
De acuerdo con lo que hem os venido analizando en las páginas
precedentes podem os descubrir claram ente una concatenación evi­
dente entre los siguientes hechos históricos:
—la participación de P. Carisio en las guerras astur-cántabras;
—el m om ento de enterram iento del tesoro prerrom ano recien­
tem ente descubierto en el castro de Arrabalde;
—la existencia de dos m onedas pertenecientes a las em isiones de
este legado de Lusitania y halladas en dicho recinto castreño; y
—la traición de los brigaecinos y la consiguiente victoria de los
rom anos sobre el grueso de los astures.
En cualquier caso estos cuatro elementos históricos se encuen­
tran en conexión entre sí de m anera que el aviso a los rom anos
por p arte de los habitantes de Brigaecium y la traición que esto
suponía p ara el conjunto de los astures (82) favorecería la presen­
cia, p o r prim era vez, en el escenario de las guerras astur-cántabras
del legado de Augusto P. Carisio, que debe de fecharse a comienzos
del año 25 a. n. e. (invierno del 26-25). A consecuencia de ello los
castros m ás m eridionales de los astures (entre los que se hallaban
los de A rrabalde y V illaferrueña) serían blanco del ataque rom ano,
siendo derrotados sus habitantes y obligados a asentarse en zonas
llanas; al m ism o tiem po los supervivientes de estos com bates se­
rían forzados a tra b a ja r la tierra en beneficio del E stado rom ano
(82)
Floro II, 33, 54 y Orosio VI, 21, 9.
874
NARCISO SANTOS YANGUAS
(83). En este m om ento hay que fechar precisam ente el enterram ien­
to del tesoro prerrom ano de Arrabalde, al verse obligados sus po­
seedores a abandonar su poblado (castro) y descender del entorno
m ontañoso en que vivían hasta entonces hacia el campo.
En cuanto a la presencia de las dos m onedas de P. Carisio h a­
lladas en dicho recinto castreño, es posible pensar que, una vez
abandonado por los indígenas que lo habitaban, el legado de Lusitania establecería en Arrabalde una guarnición rom ana con el fin de
controlor el territo rio adyacente m ientras se erigía el cam pam ento
de Rosinos de Vidríales y de ahí la presencia de m onedas acuña­
das de este tipo. Además, una vez conquistada la ciudad de Lancia
pudo realizarse, con cierta seguridad ante posibles nuevos levan­
tam ientos de los astures, el ataque al m onte Medulio en el Bierzo
leonés (quizás en el año 22 a. n. e.) a través de la región ya pacifi­
cada del Sur de León y N orte de Zamora, en varios de cuyos castros
o en sus alrededores pudieron existir destacam entos m ilitares ro­
manos.
Finalm ente, cuando en el año 22 los astures, descontentos por
el mal trato , violencia y crueldad de Carisio, vuelven a levantarse
en arm as, no le será difícil a éste abordar dicha sublevación, una
vez que consigue rechazarlos «de un lugar fortificado que estaban
asediando» (Dión Casio LIV, 5, 3: posiblem ente uno de los anti­
guos castros indígenas que habría pasado a ser em plazam iento m i­
litar rom ano), así como someterlos con b astante rapidez al tener
bajo su control toda la región ocupada po r los astures m eridionales.
En este contexto, si aceptam os la hipótesis del asedio y conquista
de la región del m onte Medulio en el transcurso de este año, no
resulta difícil pensar en que las zonas del Sur leonés y del N orte
zam orano constituyeron la base de lanzam iento p ara dicha cam ­
paña.
(83)
Cf. sobre las consecuencias de la ocupación romana de esta zona N.
: “La romanización de los astures m eridionales: un ejem plo caracterís­
tico”, H om enaje a D. A lvaro Galmés de Fuentes (en prensa).
S anto s
«EL CUARTO PODER», UNA NOVELA ASTURIANA
DE DON ARMANDO PALACIO VALDES
POR
RODRIGO GROSSI
I: Don A rm ando Palacio Valdés, po r cuya obra pasan gran
parte de las tierras de España, escribió un grupo de novelas en
las que su tierra natal está dignam ente representada.
No le faltaban vínculos a distintos lugares asturianos, ya que
nacido en Entralgo, pasa muy joven a Avilés. Su m adre —doña
E duarda Rodríguez Valdés Alas— era «de Entralgo, en verdad, aun­
que se consideraba de Avilés». Su padre era de Oviedo, donde es­
tudió el Bachillerato; su prim era m ujer era de Gijón (1), la cono­
ció en Candás (2)... Sólo destacam os algunos datos de su biogra­
fía, sobradam ente conocida, que bastan p ara identificarlo con aque­
lla A sturias que tan im portante papel juega en su obra.
Podríam os decir que cada uno de los lugares citados tienen su
representación en las novelas del ciclo asturiano de nuestro autor,
que clasificam os así:
(1) Datos biográficos tomados de “Armando Palacio Valdés: Su vida y su
obra”. De la serie “Los grandes autores”. Angel Cruz Rueda. 2.a edición, 1949.
Editorial “SAETA”.
(2) L uis F ernandez Castañon : “Aportación documental a la vida y a la
obra de don Armando Palacio V aldés”. Memoria para la obtención del grado
de doctor. Oviedo. Octubre de 1950. Inédita.
876
RODRIGO GROSSI
1.— La ciudad:
Oviedo.—«Lancia»: «El M aestrante» (1893).
Gijón.—«Sarrio»: «El cuarto poder (1888).
Avilés.—«Nieva»: «Marta y María» (1883).
2.— La m ina y la industria que nacen:
«La aldea perdida» (1903)
«Santa Rogelia» (1926).
Dice Roca Franquesa: «Podríamos considerarlas como dos p ar­
tes de una m ism a tesis» (3).
3.—E l mar:
Candas.—«Rodillero»: «José» (1885).
Se ha debatido ya dem asiado sobre la identificación de Rodille­
ro. Creo que no puede ser más que Candás, aunque no es éste el lu­
gar apropiado p ara en trar en nuevas disquisiciones acerca de cuál
sea la villa retra tad a en la novela.
4.—La pequeña villa:
Luanco.—«Peñascosa»: «La fe» (1892) (4).
5.—La aldea:
«El Señorito Octavio» (1881).
«El idilio de un enfermo» (1884).
«Sinfonía pastoral» (1931).
Ciudad, villa, aldea, m ar, mina, in d u stria... todos los elem entos
constitutivos de nuestra tierra tienen su representación en las no­
velas de don Armando. La mina y la industria langreanas no son
m ás que el inicio de las dos grandes obras señaladas. La m ina es
la presencia tem ida, el som brío telón lejano de una de ellas («La
aldea perdida»). Parece como si nuestro au to r quisiera h uir de
aquellos am bientes im puros que contagiaban su Arcadia feliz.
(3) R oca F ranquesa, José María.—BIDEA, año III. Oviedo. Dic. 1949.
Núm. VIII: “N otas para el estudio de la obra de Armando Palacio V aldés”.
(4) A ngel Cruz R ueda, op. cit., pág. 31, habla de “aquella niña de ojos
negros a la que había conocido y con la que jugó en la playa de Luanco”.
EL CUARTO PODER
877
II: De entre todas estas obras de am biente asturiano escoge­
mos «El cuarto poder» como tem a central de este artículo p o r ser
la novela que tiene por motivación el nacim iento en Sarrio de un
medio de com unicación social tan im portante hoy como es la
prensa.
En Oviedo apareció «El Faro Asturiano» en 1856. Según la «En­
ciclopedia A sturiana» fué uno de los m ejores periódicos de su tiem ­
po en España y el prim ero que tuvo telégrafo directo con M adrid.
Se convirtió en diario en 1860: El meeeíing p ara la creación de «El
Faro de Sarrio» se sitúa en el 9 de junio de 1860. Palacio Valdés es
muy aficionado a proporcionar algún dato p ara situ ar sus obras
en el tiem po.
En Avilés nació la prensa con «El Eco de Avilés», en 1866, y en
Gijón el prim er periódico fué «El Gijonés» (1853). En los años 60
aparecieron en Gijón «La Crónica de Gijón» (1863), «La Verdad»
(1864), «El N orte de Asturias» (1866) y «La República Española»
(1869).
(P ara el presente estudio utilizamos la edición de «El cuarto po­
der» realizada po r «Ediciones Fax», M adrid 1946, tom o V III de las
Obras Com pletas de don Armando Palacio Valdés).
«Sarrio» es el nom bre que Palacio Valdés da a Gijón a lo largo
de su creación literaria, aunque en «El cuarto poder» aparecen al­
gunos elem entos que proceden de recuerdos de la infancia avilesina del autor, po r ejem plo cuando nos habla de la confitería de «La
M orana», en la que comía las «tabletas y crucetas» a las que quizá
deba «la flor de optim ism o que, al decir de ciertos críticos, resplan­
dece en mis obras».
«Sarrio», aún identificable con Gijón, es un ente ficticio, crea­
do por el au to r y en él puede muy bien colocar elem entos traídos
de otras realidades (5).
(5)
Constantino Cabal, en la pág. 204 del BIDEA, año VII, Núm. X IX (“Es­
ta vez era un hombre de Laviana”) dice que Peseux-Richard “la pone en A vi­
lé s”.—R evue Hispanique Núm. C11-366.
Roca Franquesa en su “La novela de Palacio Valdés: Clasificación y aná­
lisis”. BIDEA, año VII, Oviedo, 1953, Núm. XIX, pág. 437, afirma que “En
“El cuarto poder” ... “el novelista nos presenta de nuevo el A vilés de “Marta
y María”, que ahora disfraza bajo el nombre de Sarrio".
Básicam ente las rivalidades (que citamos) de Sarrio con Lancia (Oviedo)
y N ieva (Avilés), que aparecen en la obra, nos inclinan a identificar, en con­
junto, a Sarrio en Gijón, aunque con las salvedades dichas.
Para Cruz Rueda, op. cit. “El cuarto poder” es la novela de Gijón y Avilés”.
878
RODRIGO GROSSI
III: «El cuarto poder» es la más extensa de las novelas de Pa­
lacio Valdés. En ella existen dos planos que m archan casi siem pre
paralelos —como en tantas novelas suyas— y que sólo en ocasio­
nes muy contadas se cruzan (6). Uno de los planos es el que se re­
fiere al am biente, el otro a la acción, en la cual son tantos los per­
sonales que en algunas ocasiones el au to r se ve obligado a refres­
carnos la m em oria cuando presenta a n uestra consideración un
personaje secundario que apareció fugazmente m uchas páginas
atrás. En la pág. 157 dice:
«...la verdad nos obliga a declarar que la dam isela del corredor
no era la blonda Nieves, sino la blonda Valentina.
— ¿Cómo? ¿Aquella arisca costurera tan amiga de los señoritos
y que adem ás tenía un novio llamado Cosme?».
Y, todavía con m ayor precisión al señalar, nos dice en la pág.
213:
«...se llam aba Ramona, la mism a a quien tal vez recuerde el
lector...».
No es superfluo que el au to r haga estas puntualizaciones ya que
resulta im posible m antener en la m em oria la m ultitud de peque­
ños personajes que cruzan por la novela y que sirven p ara darnos
la p in tu ra exacta de +odas las clases sociales de «Sarrio», una villa
en la que no hay nobles, pero sí una alta burguesía, una clase me­
dia poco num erosa, «artesanos», cigarreras, obreros de la pequeña
industria y, sobre todo, m arineros, criadas, peluqueros, em pleados
de la Adm inistración, m odistillas, planchadoras, costureras... un
m undo propio de una villa que empieza a ab rirse hacia el progre­
so, pero donde todavía están bien patentes las clases sociales y
donde los prejuicios se m uestran claros.
El progreso social de doña Paula y la serie de atuendos que
corresponden a cada una de las gradas ascendentes de cigarrera a
«señora» es una punzante sátira de aquella sociedad dividida en es­
tam entos cerrados:
1.° período de ascenso: Dura un año y llega h asta «la m antilla
de velo» p ara ir a m isa de once (antes le correspondía ir a m isa
de alba).
2.° período: Dura tres años. Va desde «la m antilla de velo» h asta
«los guantes».
(6)
Clave para ver la presencia de estos dos planos es esta frase de la
pág. 1451 “Volvam os ahora la vista a los asuntos más interesantes de la vida
pública de Sarrio”. El autor es perfectamente consciente dé la doble estructu­
ra de la novela.
EL CUARTO PODER
879
3.° período: D ura cuatro años y term ina «con el vestido de seda».
4.° período: El m ás largo de todos, «porque dura seis años, ter­
m ina , ¡oh escándalo!, con el som brero» (pág. 8).
Cada uno de los pasos de tan lenta ascensión va acom pañado
de los subidos com entarios de todas las «señoras», las de nacim ien­
to y las m ujeres del pueblo, que se estrem ecían de asom bro al ver
a doña Paula en el paseo con su «som brero capota».
Dice Palacio Valdés, con su hum orism o típico que: «Ante aquel
golpe de audacia que no tiene p areja sino con algunos héroes de la
antigüedad, Aníbal, César, Gengis-Khan, la villa quedó m uda y aba­
tida algunos meses» (pág. 8).
El am able espíritu crítico de don Armando, trasp aren te en to­
da su obra, deja ver cuál era el contexto social de las villas españo­
las al doblar la m itad del siglo XIX.
IV: En la novela com entada el hum orism o llega a la cum­
bre m áxim a de todas las alcanzadas por don Armando. Son
m agníficas —en este aspecto— las páginas dedicadas a la descrip­
ción del teatro «no limpio, no claro, no cómico» con que se inicia
la novela; la p in tu ra de la orquesta «dignamente dirigida por el
señor Anselmo, ebanista de la villa» y en la que figuran el señor
M atías (sacristán), el señor Manolo (barbero), don Juan el Salado
(escribiente del Ayuntam iento), Mechacán (zapatero), el señor Ro­
m ualdo (enterrador), Benito el R ato...; la escena del desm esurado
am or del im presor Folgueras a los viejos y olvidados trasto s de su
im prenta, a los que, al aparecer un com prador, quiso tanto «que
poco faltó p ara que los besara y abrazara tiernam ente»; el relato
de lo ocurrido en el intento de duelo entre don Rudesindo y don
Pedro M iranda, que se ven forzados a batirse, bien en contra de
su voluntad de tim oratos, y que acaba —por fo rtu n a— con un ab ra­
zo entre los fru strad o s contricantes, abrazo dado «con tal furia,
que por poco se descoyuntan todos los huesos de la cavidad to rá­
cica». Muchos m ás ejem plos podrían ponerse, pero creemos que
b asta con los citados.
La gracia del au to r va poniendo rasgos de crítica al am biente y
al re tra to de una sociedad en la que triunfa la hipocresía y la vene­
ración de las apariencias por p arte de las gentes de «Sarrio», una
pequeña villa que en ciertos aspectos es subsidiaria de la capital,
«Lancia», en la cual la nobleza y el comercio son m ucho m ás im ­
portantes que en la villa m arinera, ya que p ara p rep arar el aju ar
880
RODRIGO GROSSI
de Cecilia hay que ir a com prar tela a la capital de la provincia; la
im prenta en que se va a tirar El Faro de Sarrio se va a buscar a
«Lancia»; al concedérsele a don Rosendo la Gran Cruz de Isabel
la Católica «como en Sarrio nadie poseía una gran cruz, se vió pre­
cisado a ir a Lancia para que un caballero de la Orden llevase a
cabo la cerem onia de ceñirle la banda» (pág. 252).
E sta dependencia de Sarrio a Lancia produce, como era lógico
y esperable, ciertas suspicacias y rivalidades, así p. ej. la que nos
deja entrever cuando nos habla de la polémica que —por la cons­
trucción de un carretera— «El Faro de Sarrio» venía sosteniendo
con «El Porvenir» de Lancia. El continuo y persistente choque
Oviedo-Gijón no podía dejar de tener algún reflejo en la obra.
Más que rivalidad con «Lancia» (Oviedo) hay rivalidad con «Nie­
va» (Avilés), cuyos habitantes eran poco apreciados po r los sarrienses, que les aplicaban el despectivo nom bre de «mazaricos», m ien­
tras los sarrienses eran llamados en «Nieva» pinzones, «a causa,
quizá, del gran núm ero de pájaros de este nombre» que en cada
una de las dos villas m arineras había.
Hemos de señalar que la voz «mazaricos» es la única form a ba­
ble que encontram os en toda esta obra, ya que incluso los motes
aparecen castellanizados, p. ej. Don Juan «El Salado», Benito «El
Rato». Quizá don Armando huyera de los localismos p ara m ayor
universalidad de su obra, para que al ser situada en m arco atópico
sirviera p ara todos los lugares.
V: El lenguaje em pleado por el au to r es siem pre vivo, direc­
to, sencillo, dotado de extraordinaria plasticidad y de una gran cla­
ridad expresiva, pero no podemos menos que hacer n o tar el vicio
de «laísmo» que aparece con dem asiada frecuencia, p. ej.:
—Vamos, hija, ve a pedir la perdón... (pág. 78).
—Anda, que la sufra ese m astuerzo, que p ara eso la saca los cuar­
tos! (pág. 87).
—Bueno, te prom eto no hablar/a m ás... (pág. 159).
Pueden ser las ultracorecciones del asturiano que in ten ta bo­
rra r el bable vernáculo que oía hablar desde niño y que en
ocasiones —muy pocas— aparece reflejado en algunas de sus
obras. Aquí, como en tantas otras cuestiones, se diferencia de su
amigo «Clarín», que sabe salpicar sus cuentos, y artículos de todo
tipo, con form as asturianas perfectam ente colocadas en boca de
sus personajes. No podemos olvidar que don Leopoldo pasó casi
EL CUARTO PODER
881
toda su vida en Oviedo, algo que no ocurrió con Palacio Valdés,
que si volvió m uchas veces a Asturias lo hizo sólo de form a pasa­
jera. Creo que en esta situación de uno y otro escrito r hay que
encontrar la distin ta im portancia que ambos amigos conceden a
la lengua regional.
VI: En aquella sociedad trem endam ente dividida que encon­
tram os en «Sarrio» aparece, incrustada en la alta burguesía, una
clase o grupo social a la que Palacio Valdés m uestra muy poca sim ­
patía, no sólo en esta novela, sino tam bién en alguna otra, como
en el caso de «El idilio de un enfermo», por ejem plo. Nos estam os
refiriendo a «los indianos», los paisanos astures que han vuelto
de América con algún dinero. N uestro au to r sabe las angustias que
estos pobres em igrantes han de pasar desde el prim er m om ento, y
así nos lo dem uestsa en breve apunte al hablarnos de cómo «allá
se iban de cabeza los pobres chicos en la «Bella Paula», en la «Vi­
lla de Sarrio» o en o tro barcucho de vela cualquiera, a perecer del
vóm ito negro o del ham bre, más negra aún...» (pág. 52).
Conoce Palacio Valdés sus angustias, sabe cuáles fueron sus
hum ildes orígenes, pero no parece disculparlos, se ceba en ellos
una y m uchas veces, y los ridiculiza, presentándolos como petulan­
tes y avaros, hom bres cuya dicha «se cifraba única y exclusivamen­
te en no trab a jar...» , paseándose en pandillas que rem em oran los
tiem pos pasados. Llegan a llam arlos «asnos cargados de plata»
(pág. 208). Son personas sensuales, que no están dispuestas a h a­
cer un solo donativo p ara contribuir a la m ejora de «Sarrio».
Es grotesca y cruel la p in tu ra que de los indianos nos hace Pa­
lacio Valdés en «El cuarto poder», sin llegar, no obstante, a los tin­
tes negros con que nos describe a otro indiano, el don Jaim e de
«El idilio de un enfermo».
El único indiano que se salva de la dura crítica de don Arman­
do tal vez sea el Antón Quirós de «Sinfonía pastoral», la últim a
novela de nuestro au to r que, ya viejo, conoció m ejor la personali­
dad de tantos indianos que supieron co ntribuir con sobrada fre­
cuencia a la m ejora de los pueblos y las villas de Asturias.
Tam bién aquí el vivir alejado del Principado —aún con visitas
tem porales— pudo haber influido en él para no conocer de ver­
dad la com pleja figura del em igrante, que merece un trato menos
cruel, infinitam ente más cariñoso, que el que Palacio Valdés le da,
con escenas caricaturescas, en las que sólo aparecen, aum entados,
$82
RODRIGO GROSSÍ
los defectos explicables en hom bres que se han hecho a sí mism os
y se han enriquecido sufriendo mucho y trab ajan d o más.
Las críticas de Palacio Valdés no van sólo a los indianos, sino
que se dirigen tam bién a otros estam entos sociales, como los aco­
m odados burgueses, el clero inculto, los políticos y, en preferente
lugar, a la alta nobleza —no a los pequeños hidalgos, a los que sue­
le tra ta r con cariño— y a la sociedad m adrileña »símbolo siem pre
de la ciudad y la corrupción, en lucha continua con el cam po y la
vida pura. Aquí la dicotomía
sociedad= corrupción / aldea= pureza
se personifica y concreta en los dos personajes m asculinos que ocu­
pan el centro de la ación:
el duque de Tornos/Gonzalo.
El duque es un personaje repulsivo, sobre todo desde el punto
de vista m oral. Va derram ando poco a poco su veneno en el alm a
de V entura, sensual, egoísta y alocada, soñadora de glorias y triu n ­
fos dentro de am bientes sociales más refinados: «El m agnate, de
alm a corrom pida y cuerpo gastado ,y la bella provinciana, ansiosa
de volar a esferas más altas, habían nacido, sin duda, p ara com­
prenderse». El au to r siente un profundo desprecio po r lo que este
personaje representa y al llevarlo al duelo lo tra ta no como a un
caballero, sino a palos, como al peor de los villanos.
Gonzalo es grande de cuerpo, de alma pu ra y sencilla. Se deba­
te entre las dos herm anas (como Ricardo en «M arta y M aría») y se
deja llevar por la que es toda sensualidad y acción. De nuevo el
hom bre es juguete en manos de la m ujer y aquí el resultado del
juego es terible, no existe la solución feliz de «M arta y María». Si
en esta obra la m ujer que abandona al protagonista lo hace por
am or a Dios, en la novela de Sarrio el motivo del abandono es el
deseo de b rillar en sociedad.
Las dos m ujeres se retiran a un convento, pero la prim era lo
hace por propia voluntad y para quedarse allí gozando de sus am o­
res m ísticos, la segunda (V entura) va al convento a la fuerza y pa­
ra escaparse en cuanto pueda, atada a su destino y a su ambición,
pasando por encim a de su m arido, de sus hijas y de su deber. Y
triunfa, vence el adulterio, algo muy distinto a lo que ocurre en
otras novelas palacianas de am biente asturiano, en las que se le
condena: «El M aestrante», «El Señorito Octavio», «Santa Rogelia»,
cuya protagonista expira su culpa en un duro y aceptado P urgato­
rio, forjado por ella misma.
Podemos afirm ar que los dos extremos en la tem ática del adul­
terio dentro de las novelas del ciclo asturiano de nuestro au to r es­
EL CUARTO PODER
883
tán en «El cuarto poder» y «Santa Rogelia». La p rim era es la del
adulterio con todo tipo de agravantes, sin existir siquiera el pretexto
del am or o de la pasión sensual, movida la m u jer sólo po r am bi­
ción. ¿Y el hom bre? No lo sabemos, no sabemos lo que el duque
de Tornos siente hacia V entura. Queremos adivinar que es el des­
quite frente a su esposa, frente a la sociedad entera que sabía su
deshonra. Ni siquiera podem os suponer en él la pasión p o strera
del hom bre otoñal. El conocim iento de su abulia, de su decaden­
cia, no nos puede p erm itir considerarlo un hom bre fogoso... ya
está de vuelta de todo. Su unión con V entura es casi nada m ás que
la recogida de un fru to que se ofrece y el escarnio de unos princi­
pios en los que el duque no cree.
La unión adulterina de Rogelia y el doctor Vilches es el polo
opuesto de la anterior: Se am an y por am or se unen. Aquí el adul­
terio puede tener disculpa desde el punto de vista hum ano. E ntre
el horrible y b ru tal Máximo y el bondadoso y galán doctor, entre
los m alos trato s y el cariño más delicado, Rogelia no puede optar,
está abocada a unirse al médico, está casi disculpada... y sin em ­
bargo Rogelia ha de expiar su pecado, convencida de cuál es su
deber.
Por el contrario triunfan los adúlteros sin atenuantes, los que
hollan todos los deberes y Gonzalo, el hom bre bueno, pero débil,
busca en la m uerte la solución a su triste destino.
¿Por qué este cam bio en el tratam iento del tem a del adulterio?,
¿qué ha pasado desde 1888, fecha en que aparece «El cuarto poder»
a 1926, cuando Palacio Valdés publica «Santa Rogelia»? En prim er
lugar —valga la perogrullada— han pasado 38 años, que son m u­
chos años en la vida de un hom bre, que ya de edad bien avanzada
ve la vida con ojos cansados y siente la necesidad de m oralizar.
Puede h ab er algo m ucho más profundo: La crisis espiritual que su­
frió Palacio Valdés y que m arca dos épocas en su obra, tal como
señala Roca F ranquesa (7), que sitúa la supuesta «conversión» en­
tre la aparición de «Los m aios de Cádiz» (1896) y «La alegría del
capitán Ribo+» (1899). También don Luis F. Castañón en su «Me­
m oria p ara la tesis doctoral», ya citada, reproduce una carta de
Palacio Valdés a Leopoldo Alas, de fecha 12-no.-1899, en la que
nuestro au to r dice: «a no haberse operado en mí lo que antigua­
m ente se llam aba una conversión...». Más adelante (capítulo V III)
don Luis trascrib e otra carta, esta de 11 de abril de 1906, dirigida
(7) R oca F ranquesa : B ID E A ; año III, Núm. VIII.— Constantino Cabal,
op. cit., pág. 220, dice que “la crisis de Palacio Valdés ya comenzara el año 92”.
884
RODRIGO GROSSI
a don M aximiliano Arboleya, en la que Palacio Valdés afirm a: «Me
dice que usted y otros hablan de mi conversión. Le digo que no es
posible, porque yo jam ás he dejado de ser cristiano teórico». Vie­
ne a ser una form a eufem ística de decir que había abandonado la
religión.
La conversión, más el paso de los años, pueden producir enfo­
ques muy diversos de un mismo tema, en este caso el adulterio.
VII: El suicidio de Gonzalo, forzado a él por este adulterio de
la m ujer am ada, está rodeado de tintes m elodram áticos, dignos de
un buen folletón. La escena final, a fuer de truculenta, roza esos
lím ites en que se funden lo trágico y lo cómico, como en las obras
de teatro de carácter efectista propias del rom anticism o m ás acu­
sado, o del neo-rom anticism o del Sr. Echegaray: Cecilia, la am an­
te eterna, la olvidada por todos, la que sufre en silencio, la que se
sacrifica y am a sin ser notada, corta un mechón de cabellos del
m uerto, lo guarda en su seno, «y bajando la cabeza, cubrió de be­
sos aquel ro stro inanim ado. Los prim eros y los últim os que le daba.
La esposa, la única y verdadera esposa de aquel hom bre, no pu­
do, al fin, resistir tanto dolor, y rodó por el suelo sin conocimiento».
La simple lectura de estos párrafos que cierran la novela nos
excusan de insistir en su carácter folletinesco.
No es el final el único episodio truculento y m elodram ático, hav
algunos otros en la novela, pues a ellos era b astan te aficionado don
Armando. Señalamos como eiemnlos el que podríam os llam ar «Me­
lodram a del barbero abandonado v el seductor señorito» (páginas
166-167), que muv bien nodría ser un antecedente de lo que ocu­
rre en obras del tipo del «Juan José» de Dicenta, escrita algunos
años más tarde.
No menos tragicóm ica es la escena (pág. 263) en que Cecilia,
para consuelo del infeliz Gonzalo «sacrifica su honra» y finge ser
la am ante del duque. Se nos dice que:
«Ventura cerró la puerta cuidadosam ente y se dirigió a abrazar­
la, m urm urando con voz trém ula:
— ¡Oh, herm ana mía, gracias, gracias!
Pero Cecilia la rechazó brutalm ente con un gesto de orgulloso
desprecio, exclamando:
— ¡Lo he hecho por él, no por ti!».—Y se acaba el capítulo
X X II.
EL CUARTO PODER
885
Finales de este tipo truculento podemos señalarlos en otras
novelas asturian as del au to r de «La herm ana San Sulpicio». Los
hallam os en «M arta y María», «La aldea perdida», «El idilio de un
enferm o», «El señorito Octavio», «El M aestrante», «Santa Rogelia» (8).
En «El Señorito Octavio» y «Santa Rogelia» hay o tro m otivo
que encontram os igualm ente en «El cuarto poder»: El suicidio co­
mo rem edio al conflicto, como solución por la vía rápida.
Octavio podem os decir que busca la m uerte, Máximo se ahorca,
Gonzalo se cuelga un ancla al cuello y abrazado a ella se a rro ja al
m ar. Octavio en un lago, Gonzalo entre las olas m arinas, apagan
en las aguas las penas de sus amores.
Palacio Valdés es am ante de estos finales bruscos, como si h a­
biendo llevado sus personajes hasta el climax no en co n trara más
solución que m a tar a alguno de ellos p ara h allar un desenlace ta jan ­
te, en el cual m uchas veces, como en las novelas río, este final lo
es sólo parcialm ente, final p ara alguno de los personajes, m ientras
que p ara otros queda la incógnita de su destino.
V III: E ntre los personajes de Palacio Valdés destacan siem pre
los tipos fem eninos, que como en el caso de «El cuarto poder» de­
ciden, sin que él se dé cuenta, el destino del hom bre, del protago­
nista m asculino. Debemos señalar la prodigiosa capacidad de adap­
tación de estas m ujeres palacianas al medio am biente en que de
m anera inopinada se ven obligadas a vivir o al papel que el au to r
les destina bruscam ente: En «Sinfonía pastoral» Angelina, que vie­
ne de la riqueza y la ciudad, se adapta al cam po y a la vida dura;
Rogelia pasa con toda facilidad de la aldea y la pobreza al m undo
del lujo y de la cultura, y hace más aún: Sabe volver de nuevo a
ser una pobre m ujer. Viaje en cuatro tiempos el suyo: 1.°: pobre­
za. 2.°: cultura y riqueza. 3.°: pobreza. 4.°: riqueza de nuevo.
En «El cuarto poder» hay una doble adaptación de la pareja
fem enina central: Cecilia a su papel de solterona, casi m adre y her­
m ana cariñosa del novio que la abandonó y al cual sigue am ando
(8) Quizás el final m ás ridiculamente cursi sea el de “Marta y María,
aquel que dice: “ ¿Qué le restaba al noble caballero?. Llorar también. Pues
eso fue cabalmente lo que hizo, apretando a la hija de sus entrañas con un
brazo y estrechando con la otra mano la del marqués de P eralta”... para llegar
al final absoluto:
“ ¡ Tenía el corazón tan lleno de felicid ad !. Los tres lloraban en silencio”.
886
RODRIGO GROSSI
sin esperanza; V entura a la vida de la Corte, que le llega tan a las
profundidades de su orgullo que ya no podrá abandonarla, falta
del espíritu religioso que aparecerá en Rogelia.
Las m ujeres de Palacio Valdés superan, con mucho, el tem pera­
m ento de los hom bres.
Junto a personajes principales hay —como ya dijim os— un en­
jam bre de personajillos secundarios, entre los cuales destaca el
padre de Cecilia y V entura, el trab ajad o r e inocente don Rosendo,
el gran defensor de la cultura y del periodism o como medio p ara
conseguir el progreso, el fundador de «El Faro de Sarrio», el p ri­
m er periódico de la villa, con la cual pensaba m ejorarla en todos
los aspectos, pero que no sirvió más que p ara engendrar odios y
p ara dividir a los hom bres, haciendo enemigos acérrim os a los que
hasta entonces habían com partido las m ism as inquietudes. Su fa­
milia rota, sum ida en la desgracia, viene a ser el símbolo de los
efectos dañinos que es capaz de producir la m ala prensa.
Palacio Valdés hace en «El cuarto poder» una crítica am arga
—a pesar de los tonos alegres del hum orism o— de la prensa gá­
rru la y pedante, portavoz únicam ente del odio, de la vanidad y del
espíritu vacuo de sus representantes. Las m iserias de los falsos
periodistas, sus envidias, acabaron con los sanos propósitos y los
efectos benéficos de «El Faro de Sarrio».
E sta sátira de la mala prensa es el m otivo fundam ental de nues­
tra novela, como de m anera bien clara indica el título. Junto a
«El Faro de Sarrio» prim ero, al lado de su rival «El joven sarriense» después, se irán agrupando los distintos episodios.
Don Armando pretendió —y lo consiguió— darnos una lección
de lo que no debe ser la prensa. En sus obras hay m uchas lacciones m oralizadoras y si ni V entura ni el Duque, ni siquiera Gonzalo,
nos la dieron aquí, sí lo hizo el au to r al describir tan bien la acción
p ertu rb ad o ra de los dos periódicos sarrienses.
IX.: No querem os term inar sin hacer mención a la cualidad
de ju rista que se deja ver bastantes veces en las novelas de Palacio
Valdés, el hom bre que fue profesor de Derecho Civil en la Univer­
sidad de Oviedo, un invierno, sustituyendo a A ram buru, y que «te­
nía como ilusión suprem a ingresar en el profesorado» (9).
(9)
Cruz R ueda, op. cit., pág. 50.
EL CUARTO PODER
887
En «El cuarto poder» Palacio Valdés deja ver que no en vano se
licenció en Derecho. Nos habla de interdictos entablados, de «sui
iuris», de la In stitu ía, de «alieni inris», de «bienes adheridos», del
térm ino dilatorio no adm itido, de la ciencia de Triboniano y Papiniano, de las P andectas... y por ser ju rista siente con m ás dolor
las injusticias y condena y fustiga a los jueces venales, igual que
hace en «Santa Rogelia», De nuevo aparece el hom bre m oralizador
en Palacio Valdés, ahora con motivo doble: p o r honrado y po r
jurista.
X: M uestra de la im portancia y difusión que alcanzó «El cuar­
to poder» es que fue llevada a la escena y se estrenó en M adrid el
16 de febrero de 1932. Leemos en «La Voz de Asturias» del día si­
guiente:
«E streno de una adaptación escénica de una novela de Palacio
Valdés».
M adrid: En el teatro Beatriz se celebró anoche el estreno de la
adaptación de la obra «El cuarto poder», de don A rm ando Palacio
Valdés, hecha p o r el Barón de Mora y por el señor Salas Merlé.
La interpretación po r p arte de Camila Quiroga y Gil Castro es­
tuvo adm irable.
La acción se desenvuelve en Asturias, en la época actual. Ha es­
tado bastante floja la adaptación.
En honor del señor Palacio Valdés sonaron m uchos aplausos,
pidiendo saliera a escena.
Term inada la representación salió a escena el señor Salas Merlé
diciendo que po r estar delicada la salud del señor Palacio Valdés
no salía de noche v no había acudido al estreno. Tam bién dijo que
su colaborador, el Barón de Mora, tam bién se hallaba indispuesto».
La com plejidad de «El cuarto poder» nos hace p ensar que no
es precisam ente la obra m ás adecuada p ara ser llevada al teatro.
De esta novela conocemos las siguientes traducciones: Al fran ­
cés por B. d 'E tro y at (Le Temps); al inglés p o r miss Rachel Challice:
Nueva Y ork (B ren tan o ’s) y Londres (G rant Richards); al holandés
por P. J. H ora Adema: Amsterdam . S. W arendorf Jr.
En la Biblioteca Central de la Universidad de Oviedo existen dos
ejem plares de la traducción inglesa («The fourth estáte») de 1901,
uno de ellos con la siguiente dedicatoria autógrafa de la trad u cto ra:
888
RODRIGO GROSSÍ
Señor don A. Palacio Valdés
W ith the translation
Kind regards
2h. M arch 1902
Los dos ejem plares llevan un sello de «Legado Vda. de A. P. Val­
dés».
Al mism o legado pertenecen los dos ejem plares de la traduc­
ción holandesa («De Vierde Macht») que se guardan en dicha Bi­
blioteca, los dos con dedicatoria autógrafa: «Homenaje y recuerdo
affect.so (mo) del trad u cto r a su amigo honorado Sr. D. A. Palacio
Valdés.
P. J. H ora Adema».
En una dedicatoria el recuerdo es afectuoso y en la o tra afec­
tuosísim o.
La traducción holandesa lleva como prólogo una carta (trad u ­
cida al holandés) de Palacio Valdés al Sr. H ora Adema (Laviana, 21
de agosto 89), seguida de una nota del trad u cto r en que éste desea
salud al lector: «En hierm ede den lezer heil» y que está firm ada
en M urillo de Gálligo (Aragón) Spanje. Febr. 1890.
(Trascribim os las notas autógrafas tal como figuran en los ori­
ginales).
Este legado de la Vda. de Palacio Valdés —doña M anuelita Vela
Gil, su segunda esposa— fue hecho el 12 de m arzo de 1946 y consta
de 508 volúmenes.
La tan citada Biblioteca Central de la U niversidad de Oviedo
está presidida por una artística placa con la siguiente inscripción
(colocada debajo del retrato en esm alte de nuestro autor):
«Por iniciativa de su Alcalde don Víctor Covián y Frera, el pue­
blo de Oviedo se honra dedicando este m odesto hom enaje al Ilu stre
novelista asturiano y P atriarca de la L iteratura Española, don Ar­
m ando Palacio Valdés, hijo adoptivo de esta ciudad.
Oviedo y enero de 1931».
El au to r de «El cuarto poder» merece ése y otros m uchos ho­
m enajes de sus paisanos.
SAPOS Y CULEBRAS EN EL FOLKLORE ASTURIANO
POR
LUCIANO CASTAÑON
D entro de la gam a de las diversas facetas protagonizadoras del
folklore en su versión costum brista respecto al pueblo, deben tener­
se en cuenta a los anim ales, que en el ám bito ru ral m antienen su
vigencia, aún con la distinción entre animales dom ésticos y no do­
mésticos.
P ara A sturias existen algunos trabajos realizados en esta tem á­
tica: C onstantino Cabal escribió de las gallinas, José Luis Pérez de
Castro, del cuclillo, y yo, de la vaca; siem pre en su función religadora con el folklore asturiano.
Ahora se tra ta de reu n ir referencias asturianas relativas al sapo
y a la culebra como anim ales que, con su presencia en Asturias, han
originado una serie de circunstancias vinculantes a las costum bres
—creencias, refranes, supersticiones, léxico...— , y p o r tan to cone­
xas al folklore.
Lo ideal sería hacer de esta colaboración una exposición am plia
y com parativa en relación a otras localidades o zonas fuera de As­
turias, pero, m ás m odestam ente, lim itam os nuestro trab a jo a un
simple acopio de detalles por si pudieran ser aprovechados por
otros especialistas p ara sus estudios de folklore com parado.
Lo que queda claro es que a pesar de tratarse de anim ales no
apreciados, sí existen motivaciones que los integran en la vida del
cam pesino asturiano.
890
LUCIANO CASTAÑON
CULEBRA
P ara cu rar la m ordedura de la culebra se em plea la llam ada
piedra de la culebra. Esta la hacen varias culebras ju n tas o apelo­
tonadas, advirtiéndose cómo se va form ando cierta espuma. Una
vez hecha la piedra se la colocan encima de la cabeza a una cu­
lebra macho, la cual huye. Es conveniente tener esa piedra en casa,
para que cuando alguién sea m ordido por una culebra ponérsela
sobre la herida, a la que queda adherida con extrem a fijeza;
luego se va a una fuente y se deja caer el agua sobre la herida y
la piedra; cuando ésta se desprende, es que ya se evitó el daño
venenoso de la culebra; al caer la piedra en el agua, ésta tom a un
color verdoso. (Me lo cuenta Manuel El Maleta, hace m uchos años).
Se cree que la piedra de la culebra está dentro de la cabeza de
dicho anim al, aunque no todas poseen tal piedra. Se enredan siete
culebras, y la que tiene la piedra, la suelta (Sobrefoz, Ponga).
Cuando ven una culebra con la cabeza grande, creen que tiene la
piedra.
Según Acevedo y Huelves: «conocemos un Ayuntam iento que
conserva dos —piedras de la culebra— , en él vinculadas p ara ser­
vicio de los vecinos, y consta que una de ellas fue adquirida en cien
ducados de vellón para siempre jamás del m u n d o ».
Algunas de las características que se le confieren a la llam ada
piedra de la culebra, son: negra, jaspeada, pulida, untuosa, oscura,
azulada, porosa.
Hay quien supone que la piedra de la culebra está en los nidos
de las águilas —por ellas buscadas o hechas— pues las utilizan pa­
ra facilitar, con el calor, la empollación de sus huevos.
La cita Braulio Vigón, como piedra m isteriosa que se cree que
lleva en la cabeza el cuélebre, y a la cual se le atribuye la v irtud
de cu rar las picaduras venenosas de algunos reptiles.
Parece como si la cabeza fuera lo más im portante p ara las cu­
lebras, pues cuando las m atan, dicen ellas:
Aunque las tripas me saques,
la cabeza no me maches,
porque del jueves al m artes
crío yo tripes bastantes.
(X. LL. G.B A r ia s . Quirós).
Un vecino de Pevidal (Salas), vaqueiro, me dice que p ara cu rar
la m ordedura de la culebra hay que p asar un palo de avellano ver­
SAPOS Y CULEBRAS EN EL FOLKLORE ASTURIANO
891
de por la herida; después que se pase varias veces, hay que co rta r
ese trozo y con tin u ar pasándolo h asta extraer todo el veneno.
Para otros es preferible utilizar un palo de fresno.
«La m ordedura de culebra se considera muy dañina. Existe el
siguiente conjuro, de E scrita (Cangas del Narcea):
Taba la culebrina calentándose al sol. Con la cola encima de la
cabeza, la cabeza encima de la cola, jurando y votando que lo que
ella m ordiera que iba a m orrer o reventar. Responde Cristo que no.
Que ntientras aquellos nueve ramellinos florecieren y volvieren flo ­
recer, que no iba reventar ni morrer. En el nom bre del Padre, del
Hijo, del E spíritu Santo. Antes de em pezar se tom an nueve ram os
de carbayu —roble— albar; luego se hace la cruz sobre la p arte
hinchada con cada ram o, m ientras se dice la oración».
Si la m ordedura fue a una vaca, entonces se dice el conjuro de
la «cervantina», que term ina:
La culebra maldita,
por debajo del tronco barronco,
raíz del fresno infeliz,
com o se secó la estopa,
se le seque la boca;
com o se secó la paja
le seque la baba;
com o se secó el carbón
le seque el corazón.
Los niños le hablan a la culebra:
............
Encántate, serpiente,
ángeles siete,
agua del mar,
ceniza del llar.
N o m arches de ahí,
hasta que busco pálu o piedra.
Y si la golpean con el palo, le dicen:
Sangre m á lu ,....................
quítate del m ió palu,
que m ió palu está sangran
de dar palos al ganan.
892
LUCIANO CASTAÑON
Se cree que la culebra m uere a los siete días de dar su m orde­
dura. Cuando se mete en el agua deja el veneno fuera, y luego
lo recoge. Si se lo quitan, se m ata contra una piedra.
Contra su m ordedura, dicen en Los Corros (Luarca):
Santarvás (San Gervasio)
que te vuelva
la lengua atrás.
Como am uleto suele utilizarse el cuerno del ciervo volante. La
propia cabeza, cortada en vivo, de la culebra, la usan los vaqueiros
como am uleto contra el mal de ojo.
Se estim a útil la planta denom inada verbena, porque:
E l que coge la verbena
la mañana de San Juan,
no le picará culebra
ni bicho que le haga mal.
Hay una llam ada Flor de la culebra, es la planta cala, y debe el
nom bre a su tallo erecto, como si una culebra se irguiera.
Existe la creencia de que las culebras m am an a las m ujeres lac­
tantes, a las vacas y a las cabras, y lo hacen con tan ta delicadeza,
que aquellas no se enteran, (aunque al parecer eso no puede suce­
der, a causa de la conform ación orgánica de la boca de las cule­
bras); las vacas las llam an para que mamen; en las m uieres m a­
m an m ientras están dorm idas. Xosé Lluis García Arias dice que:
Cuando nació'l fíu d’un de VAlcarbu viose enseguida arrodiada a
un pegollu Vhorru una culiebra que viniere al tafu la llechi. Pa que
nun m am en les vaques los homes d'esti pueblu entafarraben-ios el
caldar con moñica.
En Carreño estim an que la camisa de la culebra —la piel m uda­
da que puede verse en lugares frecuentados por el reptil— p ropor­
ciona buena suerte a aquella persona a la que se la hayan colocado
subrepticiam ente: si emigra, conseguirá dinero; si p articipa en un
juego, será prem iado; si desea moza rica, la Conseguirá.
En Gijón recogemos que no se deben dejar caer pelos iunto a
las fuentes, pues tales pelos se convertirán en culebras. Tam bién
se dice que cuando una persona traga una culebra, lo m ás útil es
poner cerca de esa persona un recipiente con leche, pues la culebra
saldrá de la persona para beber la leche.
,
SAPOS Y CULEBRAS EN EL FOLKLORE ASTURIANO
893
Por muy co rta que sea una vara de avellano, ella es suficiente
para m a tar a la culebra con solam ente tocarle la cabeza, y si no al
instante, queda ya afectada y m orirá lentam ente. La vara de ave­
llano es lo m ejo r p ara cu rar la m ordedura de la culebra; se van
sucediendo las colocaciones de varas de avellano sobre la herida, y
la herida «va saliendo» lentam ente. Tam bién se cura colocando
sobre la herida un pollo joven, m atado y partid o en dos m itades;
la carne del pollo recibe el veneno de la culebra, y queda negra.
En Sobrescobio dicen que cuando se ju n tan siete culebras, la
caporal tiene la piedra de la culebra, que equivale a un diam ante.
P ara espantar a las culebras, quem an retales de tela, o ropa vieja.
En Vega (Gijón), p ara que huyan, se quem an trapos viejos.
La cabeza cortada en vivo, de una culebra, y m etida en una
pequeña bolsa —o nóm ina—, se le cuelga al cuello de una vaca pa­
ra evitar el aojam iento o la m uerte de la res.
Las culebras hipnotizan y atraen a los pájaros, ello se evita pa­
sando una vara de avellano por el espacio que existe en tre los dos
anim ales.
En cuanto al tem or de la culebra hacia el árbol fresno, dice Feijoo (T eatro... 2, discurso 2, núm. 45): «Fingida es tam bién la an ti­
patía de la culebra con el fresno; pues no huye m ás de las ram as
de este árbol, que las de otro cualquiera. Puedo dar testigo fidedig­
no, que con ocasión de hacer la experiencia, la vio abrigarse, y es­
conderse en ellas, sin que recibiese el m enor daño: ¡qué traza de
m eterse antes po r las llam as, que por las ram as del fresno, como
cree el v ulgo!».
La culebra y la nuez.
Se cuenta el siguiente sucedido a modo de adivinanza. (Cuentos
asturianos recogidso de la tradición oral, Aurelio de Llano). Mien­
tras un hom bre dorm ía bajo un nogal, una nuez vio desde arrib a
cómo una culebra iba a m eterse en la boca del hom bre. Entonces
la nuez y la culebra tuvieron este diálogo prem onitorio:
— Larga y angosta
¿a dónde vas?
— Pico redondo
¿no callarás?
— No callaré.
894
LUCIANO CASTAÑON
Yo caeré,
al hom bre daré,
a tí matará
y a m í comerá.
Y
efectivam ente, la nuez se dejó caer sobre el hom bre, el cual
despertó, entonces m ató a la culebra y comió a la nuez.
Hay o tra versión casi idéntica (Constantino Cabal, Del folklore
de Asturias. Cuentos, leyendas y tradiciones —236— ). Habla la nuez:
— Larga y angosta, ¿tú dónde estás?
La culebra respondió:
— Alta y redonda, tú no caerás.
Replicó la nuez:
— Yo sí caeré, al hom bre le daré, a ti matará y a m í comerá.
En la prim eravera las culebras sueltan la cam isa, o sea, cam bian
de piel; resulta fácil hallar sus pieles en los lugares que frecuentan.
Existen refranes que citan a la culebra:
— El que coge arestín la mañana de San Juan, no lo morderá
culebra ni cosa que le hará mal.
— El que coge arestín la mañana de San Juan, no le pica la cule­
bra ni ningún otro animal.
— Si la culebra sal al camín antes del mes de abril, la m ayor ne­
vada está por venir. (Agüera, M iranda. 24, septiem bre, 1961).
— Cuanto canta a culobra antes d ’abril, el invierno ta por vir.
(Los Oseos).
Me aseguran en Villaldín (Grado) que com iendo la m anteca he­
cha durante La Ascensión, no pican —m uerden— las culebras.
Existen las frases, Saber más que les culiebres; y Sacar la culiebra del m atu, como equivalente a realizar algo desagradable. Se
dice que es im posible sacarlas de las rendijas en que se cobijan,
aunque uno logre engarfiarlas.
Tam bién dicen de las culebras, que tragan sapos enteros. En
Pigüeces creen que las cerdas de las caballerías, si caen en un re­
guero, se convertirán en culebras. Y que la culebra es una b ru ja
transform ada.
P ara q u itar el dolor de muelas se u n tan las encías con la «gra­
na» de una p lanta conocida como racimu de culebra, en Gijón, bo­
les de culebra, —fru to rojo de unas plantas rastreras que suele ha­
b er en las sebes.
Palabras bable relacionadas con la culebra o variantes de la m is­
m a, son: Alangüezu, alagüezanu, esculibiertu, culiebra de cien pa-
SAPOS Y CULEBRAS EN EL FOLKLORE ASTURIANO
895
tes, esculenciu, escalagüertu, culuebra... Sitio en que abundan las cu­
lebras: Culubreiro y culubrizo.
En la zona de «El C uarto de los Valles», a una seta en form a de
bola con un pie muy corto la llam an pan de culebra.
Existe la siguiente adivinanza, como propia de Villanueva de
Oseos, y que tiene po r solución, la culebra:
Señorita está en el campo
vestida de paño pardo;
ni es seda, ni es paño,
y el que la vea, admirado queda.
Y estos versos:
Los ojos con que me miras
no son los acostumbrados.
¿qué culebra te ha m ordido
que tanto te ha lastim ado?
En las aldeas del concejo de Gijón era frecuente el encuentro de
culebras en el verano, así como ver sus camisas a la vera de sebes
y en los prados. En Castiello había un hom bre al que llam aban el
culebreru, el cual cogía a las culebras con un papel de fum ar, y las
apretaba en la cabeza p ara que sacaran el obleru —p u n ta de la len­
gua—. Hay quien las come, llam ándolas el pescado del campo.
Alfonso Camín, en su asturianísim a obra E ntre manzanos, don­
de cuenta su infancia tran scu rrid a a principios de siglo en una al­
dea próxim a a Gijón, dice que cuando su m adre tuvo un hijo se le
retiró la leche, o daba muy poca. Entonces el esposo vigiló, y una
noche, con una azada, m ató a la culebra que solía m am ar la leche
de la m adre. Cuando el herm ano de Camín despertaba y buscaba
el pecho de la m adre durm iente, la culebra ponía su cola en la boca
del niño p ara que chupara, m ientras que con su boca m am aba los
pechos de la m adre. Por esa razón, se decía que algunas m ujeres
subían a sus niños a los hórreos, lugar inaccesible p ara las culebras.
Tam bién cuenta Alfonso Camín cómo vio siete culebras m uertas
cerca de La Coria, y un cam pesino le dijo que las habían m atado
él y un hijo, valiéndose de varas de avellano. P osteriorm ente las
vería tam bién Camín, haciendo rueda, con el culebrón —p o rtad o r
de la piedra de la culebra— en el medio, y aunque consiguió m a­
tarlo, no halló en él la deseada y cotizada piedra.
896
LUCIANO CASTAÑON
CUENTOS
En Cuentos asturianos recogidos de la tradición oral, por Aure­
lio de Llano Roza de Ampudia, existen varias narraciones en las
que participan las culebras.
—E l león y Angelina: Se habla de una serpiente que está en una
cueva del m onte, y a la que debían darle una persona, diariam ente,
para alim entarse; p ara term inar con este castigo, a una m u jer que
ha de m a tar a la serpiente, le dan las siguientes instrucciones: «el
odre lo pones cerca de la cueva con la boca abierta; la serpiente
m eterá la cabeza dentro de él y se h arta rá de vino. Entonces le das
un golpe en la cabeza con esta vara de avellano y caerá m uerta».
Se ve que aconseja la eficacia de la vara de avellano, precisam ente,
p ara m a tar a la serpiente.
—La mano negra: Creencia para desencantarse, dicen: «En tal
parte hay una serpiente con siete cabezas. Si la m atas y traes una
bola que tiene en la cabeza mayor, nos desencantamos». Se reafir­
m a la creencia de que en la cabeza de las culebras se form a una pie­
dra o bola.
— La rana y la culebrina: Una m ujer que no tenía hijos, dijo un
día: «Quisiera tener hijos aunque al nacer se convirtieran en ranas
y culebras». Al año dio a luz una rana y una culebra. Tras diversos
avatares, la culebrina es desencantada y se convierte en una linda jo ­
ven.
— La niña y la culebrina: «Quisiera estar encinta aunque diera
a luz una culebrina como ésta», dijo, afligida po r su esterilidad, una
esposa a su m arido, cuando vieron una culebra. Y sucedió que efec­
tivam ente, dio a luz, conjuntam ente, una niña y una culebra, a la
que, apenas nacida, le pusieron un recipiente con leche caliente...
Referencia ésta a que las culebras beben leche. Hay luego un argu­
m ento de desencantam iento.
—Periquín: En este cuento existe un m aestro que se convierte
en culebra.
—E l m aestro cantador: Un m aestro encantado tam bién se tran s­
form a en culebra.
—El médico y la encantada: Una joven encantada se convierte
en culebra, lo que le sirve para luego ser desencantada.
—La culebra y el pastor: Un pastor vio y recogió una culebra de
cría, a la que le dio leche, alim entándola diariam ente, por lo que
se hizo grande, y de color blanco «como las culebras que se crían
con leche». Cuando el pastor volvió, tras varios años de ausencia,
p o r estar sirviendo al rey, llamó como tenía po r costum bre a la
SAPOS V CULEBRAS EN EL FOLKLORE ASTURIANO
897
culebra; ésta acudió, pero se enroscó al cuello del hom bre y lo
ahorcó.
Dice Aurelio de Llano que este cuento está extendido po r toda
A sturias.
En San M artín de Luiña (Cudillero), cuando hay sol con turbón,
se espera que salgan las culebras. También las esposas m etían en
el bolsillo del m arido, sin que él se diera cuenta, la camisa de la
culebra, ya que si luego jugaba a las cartas, tendría suerte.
Hay quien utiliza la camisa de la culebra, colocándola alrededor
de la cabeza, p ara que cese el dolor de muelas.
En Serandinas (Boal) creen en la piedra de la culebra (10-X-81).
En una casa de Gío (Illano) tienen una piedra de la culebra. La
gente de los alrededores va a hacer uso de ella cuando los m uerde
la culebra. Dialogo con la dueña y su hija. La piedra ha sido here­
dada; tiene unas m edidas, aproxim adam ente, de 8 cm. de largo,
p o r 3 de ancho y 0,50 de grueso. Está pulim entada. Es de color m a­
rrón, con bordes —que corresponden a la m ateria del interio r—
negro. Me aseguran que cuando va allí una persona m ordida por la
culebra, le colocan la piedra sobre la m ordedura, y la piedra se
«pega» a la herida; cuando se desprende, es que el veneno ya salió,
ya lo succionó la piedra. Como les expongo mis dudas de que la
piedra se «pegue» —es decir, que quede adherida al lugar de la
m ordedura—, la m adre y la hija me m iran sorprendidas, dando la
sensación de que se ofenden po r desconfiar de sus palabras. Aseve­
ren muy serias que es cierto, y que si se desea, esperando a que la
piedra absorba todo el veneno, puede volver a ponerse sobre la
herida, hasta «que no pegue más».
La piedra que me m uestran, según el geólogo Javier González
Prado, puede ser un trozo de hueso de una cornam enta, pero no
quedan excluidas otras explicaciones, siem pre que se p arta del he­
cho de que la estru ctu ra es ósea.
Tam bién aquí me m uestran las llam adas piedras de San Pedro,
que sirven de am uleto p ara que no m uerda la culebra. Estas pie­
dras abundan en el lugar; tienen una cruz, un dibujo rom boide
dentro del cual hay una m ancha de form a cuadrada con las esqui­
nas acentuadas. El mism o Javier González Prado me dice que se tra ­
ta de la quiastolita, silicato variedad de la andalucita, de las que
se distingue, en tr eotras cosas, precisam ente el tener inclusiones o r­
denadas en form a de cruz en su interior; es muy corriente en ro­
cas m etam órficas y en Asturias abunda m ucho rodeando al plutón
granodiorítico de Boal, aunque tam bién existe en zonas al oeste de
Tineo.
m
LUCIANO CASTAÑON
En estas piedras de San Pedro tam bién creen en San Em iliano
(Allande) (11 de octubre de 1981). Las m ujeres las ponían en los b a­
jos de las faldas como preservación de las m ordeduras de las cu­
lebras.
En este pueblo me hablan de una planta que llam an de la cu­
lebra, por su form a; parece que tiene pico, se pone derecha, enhies­
ta, m ientras crece ; luego se dobla, y su p arte superior se m ete por
el lugar de su nacim iento. Huele mal, «como las culebras»; se utili­
za para cu rar m ordeduras. En octubre de 1981 me dice una anciana
en Argatón, Soto de Luiña (Cudillero) que ella tiene una p lanta lla­
m ada de la culebra —el nom bre es por la form a— ; tiene el bulbo;
b ro tará en la prim avera; huele muy mal; se la dieron en el año
1921 en Villalegre, p ara adornar.
En el citado pueblo de San Em iliano (Allande) las cuatro m u­
jeres y el hom bre con quienes hablo, me afirm an rotundam ente
que las culebras m am an a las vacas, y lo dicen dirm em ente conven­
cidos. Incluso que las vacas «llaman» a las culebras porque les
gusta ser m am adas po r ellas. Como corroboración aseguran que
una culebra que sale de una cuadra, al m atarla, siem pre expulsa
leche.
Si al ver una culebra se dice: « ¡San Jorge! », la culebra se des­
concierta.
Creía yo tener conocimiento exacto de la form a de la llam ada
piedra de la culebra, cuando en noviembre de 1981, M arino Busto
me m uestra o tra piedra de la culebra com pletam ente distinta de
la que había visto. Procede de Antromero (Gozón), tiene color ocre
oscuro, es redodeada, pulida, con una m ancha rojiza y un pequeño
agujero. Al m overla suena, como si fuese hueca y tuviera dentro
algo suelto. Parece una semilla grande. La dueña, Generosa Posa­
da, fallecida hace unos quince años, decía que su m adre había con­
tado, que sus tíos habían descubierto a siete culebras am ontonadas
y moviéndose, las cuales estaban haciendo la piedra; cuando la
form aron, las dispersaron y la recogieron. Fue em pleada como an­
tídoto en varias ocasiones, la últim a hace unos veinte años.
SAPO
Según Alfredo Noval (La fauna salvaje asturiana), los sapos
abundan en A sturias a causa de las características climatológicas
y del terreno de la región. Pasan el invierno recogidos. Dado el buen
tiem po que puede haber en el mes de febrero, no rsu lta raro oírlos
SAPOS Y CULEBRAS ÉN E l FOLKLORE ASTURIANO
cantar ya en este mes. En Asturias hay cuatro clases de sapos. El
sapo com ún; reproduce en abril y mayo. El sapo corredor; rep ro ­
duce en a b n l y mayo; «gracias a un gran saco bucal, el m acho tie­
ne el canto m ás fuerte de todos los sapos europeos»; canta en ta r­
des y noches de verano. El sapo pintado; es silencioso. El sapo
partero; es el m ás pequeño; produce un canto agradable.
Antonio Castillo de Lucas, refiriéndose al sapo en general, dice
que se tiene po r muy venenosa la saliva que escupe. El polvo de sa­
po form aba parte de la m ayoría de los m edicam entos de uso vul­
gar, entre ellos la triaca magna de Paracelso. En Galicia se cree que
su contacto produce am pollas, y su soplo, heridas; aunque tam bién
se ha utilizado p ara cu rar heridas aplicándolo sobre ellas, recién
abierto.
El Sábado de Gloria, norm alm ente m ujeres y niños, salían con
un ram o de laurel m ojado en agua bendita asperjando ésta sobre
la tierra p ara q u itar la m aldición; al tiem po que sacuden el agua
del ram o sobre el cam po sem brado, dicen:
Salid sapos, salid ratos,
salid toda comezón,
que aquí está el agua bendita
y el ramu de la pasión.
Fórm ula de la que se conocen variantes.
Existe la canción popular de:
Taba la rana
sintada nu suco,
vieno el sapo
ya diu-yi un chucho (beso).
Y en San M artín de Oseos, la siguiente rim a:
Dicen os sapos
us a o u tro s:
—Lucas, ¿cenache?
—Non, ¿e tú?
— E u tampoco.
000
LUCIANO CASTAÑON
O tra rim a:
Pantorrilla de sapu
cara de micu,
quítate de mío presencia
que me gomitu. (Cam armeña).
En Gijón, p ara el dolor de muelas se em pleaba la hierba de sa­
pu, criada en la orilla de las paredes; una vez m achacada se ponía
en el carrillo doloroso, pero... el dolor no cesaba.
Cuando hay tem pestad, se espera que caigan sapos, pues se cree
que el viento los izó, y luego los lleva po r el aire hasta que los deja
caer en otro sitio.
Según algunos campesinos, dentro del sapo se esconde el diablo.
Cierta enferm edad, conocida como cuxigu, que consiste en una
erupción por el cuerpo, se denom ina saltón si procede de la «salpi­
cadura del veneno de los sapos».
Tam bién se considera venenoso su orín, e irritad o r de la piel.
Ram ón Pérez de Ayala term ina la novela La pata de la raposa, con
unas palabras de la vieja cam pesina asturiana Anastasia, dirigidas
al protagonista Alberto, maldiciéndolo: « ¡Que el m exo del sapo te
em ponzoñe la lengua, esa lengua de falsedad! ».
Este mism o autor, en la novela La triste Adriana, incluida en
El ombligo del mundo, hace figurar a un personaje que llam a Xuanín, y apoda el Sapo, el cual, en determ inado m om ento, comienza
a recitar:
Canta el sapo por la noche. Por la noche canta el sapo,
y al despuntar de la aurora le sale el alma volando,
que la alondra mañanera es el corazón del sapo.
Asimismo hace citas del sapo, Clarín, en La Regenta.
En el R efranero Asturiano existen proverbios protagonizados
po r el sapo.
— Si ca n ta l sapu antes d’abril, ta'l iviernu por venir. O tá'l iviernu sin salir.
— El sapu que canta antes d ’abtil, ya se volverá al cubil, ya que
Onde ca n te l sapu antes d'abril, allí la nieve va cubrir. Y tam bién,
Si canten los sapos antes d'abril, siente moyada la cubil. C ontradi­
ce estos refranes anunciadores de mal tiem po, el recogido en Villa
de Sub (Teverga) que dice: Sapu cantar, m uyeres sallar, pues pro-
901
SAPOS Y CULEBRAS EN EL FOLKLORE ASTURIANO
m ete tiem po ideal p ara la faena de sallar. Cantando el sapu nu muru, tiem pu seguru.
Refiriéndose al bocio: E l que non tien papú non ye guapu, y el
que lu tien, com o un sapu.
D iferenciando las épocas del canto entre sapos y p ájaros, En
abril canta’l sapu, y en mayu, paxarayu.
Existe el siguiente diálogo entre un pájaro y un sapo:
—Sapu, sapu, de tierra non te ves jartu.
— Cállate tú, m irolito, que estás en el alto nogal.
— Gordo de culu, estrecho de cintura, en m i vida he visto más
ruin criatura.
Como si el sem blante de una persona dependiera de lo que se
come, hay:
— ¿Qué comes, sapu?
—Tierra.
— Te lo dice la tellera.
En frases com parativas, existen: Dar un españiu com o un sapu;
Ser más neciu que un sapu; y Ser más feu que un sapu.
O tras frases: Al sapo sapo, andar a gatas. Matá la sapera, y la za­
pera, q u itar el ham bre. Cuando se quiere censurar a una persona
que pretende o hace algo de lo que no sabe o es incapaz, se le in­
crepa o se le dice como burla, ¿Quién m ete al sapu a reteyaor? Te­
ner allá una sapada es conservar un rencor.
Existe la frase interjectiva, de semienfado y a la vez eufem ística,
Me cago en los sapos de cría... Y Andador será el sapu, pero el arte
no i lo da, cuando la actitud de una persona no corresponde a sus
supuestos m éritos.
VOCABULARIO RELACIONADO CON EL SAPO
Tom ado, principalm ente, de vocabularios de Lorenzo Rodrí­
guez-Castellano, B raulio Vigón, Manuel Menéndez García, Celsa C.
G arcía Valdés.
—Asapinar: H o rad ar los topos en las tierras sem bradas; como
se cree aue lo hacen los topos, hay tendencia a elim inarlos. Andar
y saltar los sapos. Andar a gatas los niños. Lanzar un sapo al aire.
—Culás: Sapo.
—Cuxío: Infección de la piel que se cree originada p o r el orín
del sapo. (Cabal, E l sacerdocio... 239).
I
902
LUCIANO CASTAÑON
—F um ión: Hongo. Cuando está verde se llam a pan de sapo.
—Meixacán: Infección de las m anos por tocar orines de sapo.
—Pan de sapo: Seta en form a de bola, con pie muy corto.
—Paxarón: Juego cuando se hilaba; había dos hom bres, y uno,
sim ulaba que sem braba y decía: Pa sapos, pa ratos, pa toa com e­
zón; pa la paxarona non (...)
—Sapa: Cangrejo pintado. Pachygrapsus m arm oratus. Sapo pe­
queño.
—Sapa: Piedra incrustada en el centro de la punticiella del m o­
lino, con un hueco que sirve de quicio al espigón del rodezno.
—Sapada: Caída estrepitosa. Pus, sangre... que se acum ula con
un calcón, o herida en la pezuña del ganado vacuno.
—Sapaguera: Salam andra, salam anquesa, sacabera. Rana. Ba­
tracio m enor que la lagartija y de color más oscuro, en las charcas.
Yerba de la sapaguera, hierba medicinal.
—Sapálixa: «Cría del sapo que levanta la semilla de las tierras».
(P. de Castro).
—Sapar: Lanzar al aire algo para que caiga con fuerza. Se sapaba al sapo colocándolo en una especie de balancín, y golpeando
un extrem o de éste p ara que desde el otro el sapo saliera lanzado
al aire y recibiera una gran caída.
—Sapazu: Caída violenta.
—Sapía: Epoca de celo de los sapos.
—Sapiar: Como asapinar, y sapar. M inar la tierra los sapos.
—Sapiazo: Resbalón. Caída.
—Sapiau: El que se sapia.
—Sapiego: Cierta clase de roble que no pasa de arbusto. Rebotcho.
—Sapo: Pequeño cangrejo. X antho incisus.
—Sapo: Listón de m adera clavado al m andil de la panera p o r
la p arte b aja interior. Listón corto y grueso, en el molino, fijo p o r
un extrem o en la puntióiella, y por el otro en el marrano. Piedra
o pieza de h ierro encajada en la punticiella del m olino sobre la cual
gira el quicial —güevo— del fuso o eje vertical del rodezno.
—Sapo de mar: Pescado de color oscuro y cabeza grande...
¿Rape?
•
'
—Sapos: Enferm edad en la boca de las vacas.
—Sapotazu: Como sapazu: caída violenta.
— SaPü: Sidra del sapu es la que se hace con la prim era m anza­
na. coqida del suelo. Ser del sapu, fru ta que, inm adura, cae del á r­
bol. Persona poco ágil. Persona baja. Candil de s a p u —p o r su for­
m a— utilizado en las m inas asturianas.
SAPOS Y CULEBRAS EN EL FOLKLORE ASTURIANO
903
En la zona de «El Cuarto de los Valles», existe la fueya del sapo,
y tam bién la paniega de sapo.
Hay una cosadiella o adivinanza que tiene por solución, el sapo:
Oyos marelos,
pes patelos,
cú rabón,
paxarín, paxarón. (Villayón y Villanueva de Oseos).
El asturiano Alejandro Casona escribió en el Valle de Arán, don­
de ejercía como m aestro, entre los años de 1928 a 1930, un libro
de poem as titulado La flauta del paso, de rem iniscencias astu ria­
nas, y en él figura un sentido Poema del Sapo. Contiene otro con­
junto de breves poem as de inspiración tam bién asturiana; dice uno:
La luna pesca en el charco
con sus anzuelos de plata;
el sapo canta en la yerba,
la rana sueña en el agua.
Es popular en Asturias:
Dijo
Dijo
Dijo
Dijo
Dijo
Dijo
la
el
la
el
la
el
rana:
sapo:
rana:
sapo:
rana:
sapo:
\qué linda canciónl
de luna y amor.
de am or sin marido.
yo duerm o contigo.
¡preñada me quedol
\de un gran caballero!
Y en Colinas de A rriba (Tineo) recogimos esta continuación:
Dice
Dice
Dice
Dice
el
la
el
la
sapu:
rana:
sapu:
rana:
voim e pa Madrid.
traime un mandil.
¿de qué color?
verde y amor.
Me dicen en San Em iliano (Allande), que p ara cu rar una-herida
calentaron aceite, cuando «rechinaba» echaron én ella un sapo; lue­
go utilizaron ese aceite de sapo en la «glándula» enferm a, pero ésta
no curó.
Si se ven sapos es señal de que lloverá.
904
LUCIANO CASTAÑON
Para cu rar la infección que llam an espinas, que puede ser ori­
ginada por un sapo, el cual infectó lo que luego daña a la persona,
se dice:
Espina revina,
si eres de sapo
vete al fraco (o furado);
si eres de llagartón
vete al bolsón (sitio de artos)
(o al serón) (m ontón de piedras),
si eres de culiebra
vete a la cueva. (Allande)
Me inform a Julio Fernández Lamuño que existe la voz sapiego,
con la que se designa a una especie de roble en Asturias; con tal
palabra se hace referencia a la corteza del árbol que es lisa en su
prim era edad, y luego se agrieta con surcos profundos longitudina­
les y otros más finos transversales, ofreciendo coloración pardusca,
recordando, en cierta m anera, a la piel del sapo, que es verrugosa
y tam bién pardusca; y de ahí el llam ar a este árbol sapiego, a lo que
tam bién contribuye el porte, generalm ente achaparrado y poco
airoso.
Recordemos que hay, como topónimos, la aldea Savinas, en la
parroquia de B arcia (Luarca); v asim ismo la aldea v el caserío de
Villar de Sapos, en Allande y en la parroquia de Pozón (Tineo).
Villar de Sapos —en Tineo— significa Villar de sapiegos, es decir,
lugar donde abundan los robles corchegos o sapiegos. En cuanto
a la braña Sapinas, abundan en ella los rebrotes de sapiegos, casi
rastrero s por la frecuencia de sus talas.
C. Cabal recogió de una vecina de Cangas de Onís (1917), que
un tal Pajón, de Labra, cuando iba una noche, con m alas intencio­
nes, a co rtejar a una viuda en Entrialgo, vio un sapo, y sin más,
le dio una patada; entonces, instantáneam ente, sucedió que a su
alrededor surgieron sapos y sapos, llenándolo todo con su presen­
cia y sus chillidos. El Pajón consideró que aquello era cosa del
Diañu burlón, y regresó a casa arrepentido.
B raulio Vigón anota como de Caravia y Colunga, el juego peñe­
rar, m ediante el cual, cuatro niños cogen por las extrem idades a
otro, y lo acunan, diciendo:
Enterrar un sapu muertir,
enterralu en aquél g^ertu.
SAPOS Y CULEBRAS EN EL FOLKLORE ASTURIANO
905
Lo hacen igualm ente los adultos burlándose del que se deja pe­
ñerar.
Existe otro juego infantil que comienza:
Enterrar un sapu m uertu,
enterralu'n aquel güertu...
Tam bién se cita el batracio en el juego la paxarona, cuando
uno de los dos hom bres participantes, m ientras siem bra trigo o
maíz, dice:
Pa
pa
pa
pa
sapos,
ratosf
toda comezón,
la paxarona non.
CUENTOS.
— El sapo y el ratón. Un sapo apostó con un rató n a que él co­
rría m ás por debajo de la tierra, que el ratón por encima. Acordada
la apuesta, el sapo le indicó a un com pañero que se colocara al
o tro lado del m onte, y cuando el ratón llegara allí, él se asom ara y
dijera:
—Yo ya estoy aquí.
Y así sucedió; al llegar el ratón al otro lado, se asomó el sapo
suplantador y dijo: «Yo ya estoy aquí». Cuando el ratón, sorpren­
dido, regresó al sitio de partida, vio que aparecía el sapo y le decía
nuevam ente:
—Yo ya estoy aquí.
Y repitieron la carrera, y los sapos repitieron tam bién su engaño
em baucando al ratón.
— La raposa y el sapo. Como la raposa se b u rlara del lento paso
del sapo, éste le dijo:
— ¿A que corro m ás que tú?.
A postaron a ver quién llegaba prim ero al otro extrem o de una
ería. El sapo, en un descuido de la raposa, se colocó en el rabo de
ésta. Al llegar al final de la carrera, la raposa se volvió, y con el giro
lanzó al sapo unos m etros más allá. Cuando la raposa se fijó y
vio al sapo, éste le dijo:
906
LUCIANO CASTAÑON
— ¿Qué m iras, si hace tiempo que estoy aquí esperándote?.
—G anaste la apuesta —dijo sorprendida la raposa.
José Manuel González es el autor del trab ajo El onom ástico
«García» y su aspecto mítico, publicado en el Boletín del In stitu to
de Estudios Asturianos, núm. 25.
Señala cómo hay animales a quienes se les asigna una deno­
m inación propia de persona, o de genio o númen. Así, el de maría
para designar a la zorra o raposa, y el tam bién mítico de xuan p ara
nom brar, en tre otros animales, al sapo.
Recogió de un com unicante de Campomanes (Lena), que cuando
hallaban un sapo, frecuente en verano, exclamaba:
— \E sti Xuan, qué de sobra está...\
En días lluviosos de verano, los sapos cantan, y es como si dia­
logaran:
— Ah xuan, ¿cenasti?
— Y o nont ¿y tú?
—Tam poco...
A la lavandera o andarríos y al sapo, concretam ente, se les aplica
asim ism o la denom inación de García. Al sapo se le llam a Xuan
García, y a las personas que se apellidan García hay quien les dice
que se apellidan como los sapos. Según Cabal, (Los Dioses de la
vida..., 261) tam bién le ponen al sapo, como apellidos de Xuan, los
de M artínez, Sánchez y González.
Tales denom inaciones del sapo y sus m anifestaciones folklóri­
cas conducen a una identificación mitológica, presentando —en
opinión de José Manuel González— al sapo como una «m etam orfo­
sis num ínica o como el numen mismo».
En una descripción que hace Carlos M aría de Luis, de la iglesia
rom ánica de San Miguel de Serín (Gijón), dice que en un capitel
hay dos pájaros enfrentados que «pican a un enorm e sapo que se
debate entre ellos». Y que en otro, la cabeza de un m onstruo «está
devorando algo que aparentem ente, es otro sapo». Quizás no sean
estas las exclusivas representaciones iconográficas del sapo en las
decoraciones del arte rom ánico en Asturias.
FAMILIA, QUINTANA Y CASERIA EN ASTURIAS ANTE
LA INVESTIGACION ANTROPOLOGICA Y
ETNO-HISTORICA (*)
POR
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
INTRODUCCION.
Al cum plirse este año de 1981 el centenario de la m uerte del
antropólogo am ericano Lewis H. Morgan (A urora 1818-Rochester
1881), desearía dedicar las presentes páginas a su m em oria. En ellas
se intenta ab o rd ar la cuestión de los prim eros orígenes de la fa­
m ilia, de la sociedad y de la com unidad asturianas (1), haciendo
nuestro el estereotipo m organista, a través de los datos sum inistra­
dos p o r la heurística e historiografía de que disponem os, como
posible m étodo viable y científico, teniendo asim ism o en cuenta
(*) El presente trabajo se basa principalm ente en la com unicación pre­
sentada por su autor al II Congreso de Antropología, que patrocinado
por la Asociación Madrileña de Antropología, tuvo lugar en la Universidad
Autónoma de Madrid en abril de 1981. Se han tenido en cuenta asimismo
conclusiones y elaboraciones personales expuestas también en ocasiones an­
teriores, al abordar en el mismo, aspectos y cuestiones sobre la sociedad astur, que no hemos visto tratados en realizaciones recientes, como por ej. el li­
bro orientador e índice de la exposición “Cántabros, A stures y G alaicos” con­
m em orativa del Bim ilenario de la Conquista Romana del N. de España, inau­
gurada en Madrid, y que dado su carácter itinerante, se verá el próximo año
en Oviedo.
(1)
Para el concepto de com unidad en Antropología, y nuestra particular
aplicación aquí, cf. nuestra comunicación a la I Reunión de Antropólogos Es­
pañoles que tuvo lugar en Sevilla (Actas, págs. 193-200, Sevilla 1975).
908
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
aquellos que puedan sum inistrarnos la Antropología General, la
Etnología jurídica, la Arqueología e incluso la Lingüística com pa­
rada a la hora de abordar concretas cuestiones de etnicidad y afir­
m ación histórica.
Es bien sabido que la com unidad social asturiana se expresa
hoy prácticam ente en esa creación o entelequia político-adm inistra­
tiva que constituye el Principado de Asturias, en el que apare­
ce integrada una m avoría de las gentes astures. Gentes que incluso
desde tiem pos antehistóricos encontrarem os asim ism o asentadas
en una parte considerable de la actual provincia de León, desde
la Sierra de R añadoiro (W.) lindando con Galicia, h asta la cuenca
del Sella (E.), en la que se aprecian ya claram ente m iscegenizadas
con los cántabros, m anifestándose incluso h asta Laredo, Santoña
y Serranía de Tarsia. Por el Sur llegarán —de hacer caso a Ptolomeo— desde Amaya hasta la cuenca del Cea.
ANTE LOS PRIMEROS CONOCIMIENTOS.
Una prim era visión a la vez que conocim iento etnográfico de
los astures recogida por la historiografía clásica, se debe al geó­
grafo E strab ó n (2), que bocetaría desde la perspectiva de su cul­
tura, una curiosa semblanza de la vida societaria, ergología, anim ología e incluso vida económica de todos estos pueblos. Naciona­
lidades bárbaras serían consideradas po r sus contem poráneos, en
ocasiones rom anos ilustrados. En dicha visión caben resaltarse va­
rios hechos de cierto interés en nuestro discurso, incluso algunos
que habrán de considerarse a trasm ano del mismo. Así, p o r ejem ­
plo, que casi la totalidad de los pueblos del N orte vivían o subsis­
tían m ás que del ejercicio de la caza y de la pesca incluso de una
agricultura incipiente, ya desarrollada durante las Edades del Bron­
ce y del H ierro, en toda la fachada atlántica de Europa, así como
de la recolección de los glandes o bellotas de encina y roble, tan
recordados po r los poetas clásicos, como alim ento de las prim e­
ras edades, pero cuyo uso será vigente en la la Península hasta
bien entrados los tiempos históricos (3), a la vez que los frutos
(2) En Apéndice, transcribimos dicha noticia, según lectura personal.
(3) Cf. Lucr. 5, 939; Virg., G. 1, 7-8; Tib. 2, 1, 38; Ov., Fast. 4, 399-400;
Met. 1, 106: Plin., 7, 191. Parece evidente oue la bellota m ás utilizada por los
astures y galaicos era la del Quercus ilex LINÑ, cuyos frutos hán seguido con­
sumiéndose por las poblaciones, no sólo en tiem pos de em ergencia o penuria
general, sino por simple hábito, al ser muy gustosa y nutritiva.
FAMILIA, QUINTANA Y CASERIA EN ASTURIAS
909
del avellano (Corytus avellana LINN), cuyo nom bre actual astur,
ablano, derivará directam ente del de la nux Abellana de los rom a­
nos, y tam bién del nogal (Jnolans regia LINN). El castaño, muy
posiblem ente sería introducido a p a rtir de la Romanización. No
obstante y por lo que sabemos, las bellotas tritu rad as, a efectos de
su destaninización, y convenientem ente m olturadas, producirían
la harina con la que se am asaban to rtas o panes de larga d u ra­
ción (4).
Por o tra parte, no faltan referencias, cuyo su b strato cultural
puede aún entreverse, particularm ente en el medio ru ral, p articu ­
larm ente en el Occidente de la provincia, donde desde tiem po in­
m em orial dom inan asentam ientos de gentes en las que parece do­
m inar la estim e galaica. Referencias que podem os enco n trar asim is­
mo en otras fuentes clásicas, como po r ejem plo en Justino, en su
E pítom e a la historia de Trogo Pompeyo, y en las que aparece cla­
ram ente subrayada v dentro de una sociedad aerícola, la existen­
cia de un régim en societario de base va matrilocal, ya matrilineal, al
ocuparse las m ujeres de la realización de una m avor p arte de las
faenas agrícolas, m ientras que los hom bres se dedicaban —como
era notorio que se ocupaban tantos bárbaros— al pastoreo, cuan­
do no les llam aba el ejercicio bélico, el bandolerism o y el abigeo o
cuatrerísm o. Ocunaciones éstas, de las ciue tom a buena nota Estrabón, pero tam bién Silio Itálico. No se descarta sin em bargo, one
en determ inados m om entos el hom bre interviniese en concretas la­
bores agrarias, va p ara los suyos, va para la Comunidad, tales como
labrantío, siem bra, escarda y roza de las plantas cultivadas, entre
las aue pueden inventariarse no sólo cereales, —panizo, trigos y es­
candas, cebada... y esta últim a utilizada p ara la obtención de un
tipo p articu lar de cerveza, el zythum (5)— , sino tam bién plantas v
legum inosas cuyo aprovecham iento se conoce va en la E uropa
A tlántica duran te la Edad de H ierro, +ales como el arveio o guisante
(Vicia sativa LINN.): el sarraceno (Chenopodium álbum LINN).
diversos tipos de alubias o freioles (Vicia jaba LINN), cuyo nom bre
latino se ha perpetuado (faba), creando ciertas confusiones con el
(4 )
P a r a la c o n s i d e r a c ió n d e t a lla d a d e e s t a c u e s t i ó n r e m it i m o s a J . M a r ­
Ensayo biológico sobre los hom bres y los pue­
blos de la A sturias prim itiva', p á g s . 125 y ss .
(5) Dicha cerveza, de la que tenem os noticia por Estrabón, quizá fuera
sim ilar a la obtenida en Panonia, Iliria y Dalmacia, denominada sabaia por
los romanos (Amm. Marc. 26, 8. 2; H W . Comm. in Isai 7, 19, 5) ó al cam um de
la misma Panonia (luí. Afr., Cest. 25; Ulp., Dig. 33, 6, 9; Ed. Diocl. 2, 11;
C. G. L. 3, 315, 68), más que el auténtico zythum , bebida nacional de Egipto.
t ín e z
y J. M . J unceda A vello,
910
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
Espontáneo en toda la Europa A tlán­
tica, el Chenopodium álbum LINN,
será m uy pronto descubierto por las
poblaciones del Bronce y del Hie­
rro por el alto valor nutritivo de
sus semillas, que molturadas servi­
rán para hacer sopas y papillas, que
en la Italia Septentrional por asi­
milación recibe el nombre de polen­
ta. a. Flores; b. Panícula; c. Frutos.
A sim ism o espontáneo en toda la
Europa A tlántica, la leguminosa Vi­
cia sativa LINN, será recolectada y
asim ism o cultivada junto con los
prim eros cereales. Es e l llamado arbejo, bien conocido en toda la
Edad del Hierro y aprovechado en
todo el N. W. hispánica antes y des­
pués de la Romanización por sus
distintas poblaciones, a. Planta; b.
Floración con estandarte; c. Semi­
lla (arbejo). Se consumía fresco,
cocido o molturado, dando origen
en tal caso a purés y papillas.
FAMILIA, QUINTANA Y CASERIA EN ASTURIAS
911
Pisum m a ritim u m ; el garbanzo (Cicer arietinum LINN). Todas
ju n to con diversos frutos y drupas eran de norm al aprovecha­
miento.
Campañas m ilitares de Roma, tendentes a la conquista del N. W. de la
Península.
La conquista por Roma del ám bito del N.W. y la consecuente
Romanización trae ría consigo el intento, por o tra p arte de los colo­
nizadores, de cam biar el sistem a de vida de cántabros, astures y
galaicos. Ello se lograría particularm ente con las levas de varones,
con vistas a utilizarles en el laboreo forzado en las m inas (6), y a la
vez, con objeto de que incidieran en determ inados trab ajo s agro­
pecuarios, obligándoles p ara ello a dejar sus oppida o aldeas pro ­
tegidas edificadas en estratégicos altozanos, y a que se asentasen en
los m ism os valles e incluso en el litoral, que, desde la m ism a p re­
historia, ofrecía ya num erosos recursos de subsistencia, parejos
con los que ofrecía el pastoreo, cuya introducción en la cornisa
(6)
Sobre tal cuestión la bibliografía a la que habría que remitir es in­
gente. Nos lim itarem os no obstante y para una visión general a M . P a s t o r
M u ñ o z , L o s A stures durante el Im perio Romano, l.D .E.A., Oviedo 1977, págs.
276 y ss. y F. J. L o m a s S a l m o n t e , Asturias prerrom ana y altoim perial, Sevilla
Univ. 1975, pág. 159 y ss., prescindiendo d ebibliografía en parte ya anticuada.
912
JOSÉ M. GOMEZ-TABANERÁ
cantábrica, quizás pueda datarse hacia el V milenio B.P. con el con­
siguiente aprovecham iento de cápridos, ovinos y cerdos, y que nos
dan quizás razón de los prim eros asentam ientos protohistóricos.
La caza va perdiendo la im portancia que tuvo en la E ra Paleolíti­
ca, aún cuando seguirá siendo practicada ocasionalm ente, p ara pa­
sar a p a rtir de la Edad de Hierro, en ejercicio viril, cuando no en
actividad preservadora, aspecto este que transciende incluso hasta
el siglo XV, cuando vemos a los ovetenses instalando tram pas a las
m anadas de lobos que bajaban en invierno desde el Aramo, diez­
m ando el ganado en las corradas.
Sin caer en fáciles determ inism os, es lógico que en las form a­
ciones económ icas prim eras, que podemos conocer con cierta se­
guridad, intervino de m anera decisiva el clima de la naturaleza
oceánica, con inviernos suaves y veranos no calurosos con abundates precipitaciones y alta presencia de nieblas. Visión ésta, que se
nos hace un tan to hostil, si no se tuviese en cuenta que el litoral
astur-cantábrico conoce m uchas veces un clima de bonanza carac­
terizado pese a la gran hum edad con una gran suavidad, sin con­
trastes acusados, que moldea una vegetación uniform e de un ver­
dor sugestivo que fascina por su continuidad en el tiem po a los vi­
sitantes de la Meseta, de clima más extremo y m editerráneo conti­
nental.
A parte de las form aciones del litoral, nos encontram os con las
de la m ontaña, en las que las condiciones biecoclim áticas difieren
de las zonas próxim as al m ar, repercutiendo decisivam ente en el as­
pecto del paisaje. E n la m ontaña es típico el recrudecim iento del
clima, desapareciendo la uniform idad. Así, los fríos se dejarán sen­
tir con m ayor intensidad y con el descenso térm ico en invierno lle­
gará la caída de la nieve, que da un aspecto característico a la ve­
getación. No obstante, las form aciones de la m ontaña astu rian a
son verdes porque el am biente húmedo oceánico deja sentir su
continua influencia en form a de neblina o con los típicos «orba­
yos» en las m ás escarpadas crestas.
La m ontaña astur-cantábrica nos ofrecerá así dos caras contra­
puestas que posibilitarán, y dentro de un mism o territo rio , la for­
m ación de com unidades específicas. Una de ellas, la vertiente sep­
tentrional m irando al Océano, es quizá la m ás fresca con sus bos­
ques de hayas, abedules, avellanos, etc., form ando p arte de su con­
texto florístico al igual que sucede en los países centroeuropeos.
En contraste, la vertiente m eridional, de cara a la Subm eseta N or­
te, acusará la aridez, lo que traerá consigo la presencia de especie
FAMILIA, QUINTANA V CASERIA EN ASTURIAS
913
propias de la m ontaña m editerránea ibérica, que aparecen en tre­
mezcladas con las genuinam ente centro-europeas (7).
Sin em bargo el cam bio de vegetación no es brusco, sino gra­
dual, como puede apreciarlo inm ediatam ente cualquiera que hoy
circule en autom óvil desde Arbás o Busdongo h asta La Robla, y
franquea el Rabizu, p ara m eterse ya en la M eseta Leonesa, o desde
cualquier o tro paso, generalm ente cerrado por las nieves inverna­
les, se llegue a Castilla. Dos m undos contrapuestos, el de la encina
(Quercus ilex), hoy en regresión, y el del carbayo o roble, típico del
litoral astur-cantábrico (Quercus robur), cuyas hojas blandas lobu­
ladas y de gran superfice, ponen de m anifiesto la suavidad clim áti­
ca. Dos m undos separados por la m ontaña, en la que hoy, cual re­
liquias, siguen viviendo especies ya en regresión en toda Europa
y que dejando ap arte a las que pudieran considerarse fieras o ani­
males peligrosos, dió caza el astur, desde el alba de la historia, a
efectos económ icos.
LA ECLOSION DE LA SOCIEDAD GENTILICIA.
Por todo lo expuesto, es evidente que el m undo o -,1 ám bito que
habrem os de tra ta r, el de la com unidad rural asturiana, surge a la
vera del roble, caracterizador de un p articular biotopo que parece
ser determ inante de un género de vida y de unas agrupaciones co­
m unitarias que prácticam ente desconocemos, porque las m ism as
fuentes historiográficas no han sido muy explícitas al respecto, y
en com unidades que, sin embargo, y a p a rtir de la Romanización,
vemos integradas por las llam adas gens, base quizá de las prim e­
ras estru ctu ras sociales que cabe considerar históricas.
¿Y antes? T ratadistas cualificados, fiándose sobre todo en las
observaciones de la historiografía antigua, han hablado de una po­
sible organización com unitaria, basada en estru ctu ras fam iliares
de carácter matrilocal, y en las que en una m ayor p arte de las ve­
ces, éste se expresa en la llam ada residencia matrilocal suponién­
dose cierta preponderancia de la fam ilia de la m ujer, más que de
dom inio de ésta mism a, proponderancia que tiene su expresión
más típica en la vigencia del avunculado, es decir la au toridad del
tío m aterno. De acuerdo con form as de vida que hay que rem ontar
a la P rehistoria, la m ujer cultivadora de la tierra y perteneciente
(7)
Cf. F. B ell o t R o d r íg u e z , El tapiz vegetal de la Península Ibérica, pág.
217 y ss., Madrid, Blume, 1978.
914
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
La Península Ibérica
(Norte), en el momento de la intervención romana
(38-19 a. C.).
Explicación: Ambito cuadriculado.—Entre 38 y 27 a. C. Pueblos sometidos.
Ambito de rayado diagonal.—Entre 26 y 19 a. C. Pueblos sometidos en virtud
de la llamada Guerra Cantábrica. Ambito de rayado horizontal.—Poblaciones
sometidas en las últimas fases de la Conquista.
Distribución territorial del Norte de Hispania, posterior a la conquista por Ro­
ma (15-14 a. de C.) según F. DIEGO SANTOS.
Ambito cuadriculado.— 15-14 a. C. el Noroeste conquistado que pasa a formar
parte de la Hispania Citerior. El diminuto paralelogramo en Cabo Torres justo
a Gijón señala la presunta situación de las llam adas Aras Augusteas.
FAMILIA, QUINTANA Y CASERIA EN ASTURIAS
915
a un grupo o unidad social contraerá m atrim onio con un hom bre de
otra unidad social que pasa a servir de modo perm anente en la ca­
sa de la m ujer, sino que se queda en la de sus propios padres. Es
lo que se llam a «m atrim onio de visita». ¿Se da este hecho en la As­
turias prim itiva?. Francam ente no lo sabemos. Sólo que, tal form a
de agregación es quizá la más prim itiva dentro de un régim en m a­
triarcal. Una segunda fase, es cuando el hom bre se va ya a vivir,
tras abandonar la residencia de sus padres y grupo, al lugar donde
vive su m ujer, que es la transm isora de los derechos de la propie­
dad. E sta fase es la clásica. En una tercera, las instituciones m atrilineales van desvirtuándose y el tío m aterno es el que parece ejercer
los derechos adquiridos con gran fuerza. A veces, sus m ism os hijos
tienen derecho a herencia, de suerte que ya no es la m ujer, sino la
fam ilia de ésta, la que auténticam ente dom ina desde el punto de
vista económico. E sta últim a fase es quizá la que puede rastrearse
en la E spaña S eptentrional y concretam ente en A sturias, donde,
como ya sabem os, costum bres ancestrales y hoy pérdidas como la
de la covada perm iten h ablar de una serie de creencias vinculadas
a p articulares estru ctu ras fam iliares que, por o tra p arte y po r lo
que sabem os, reposaron aquí siem pre en el m atrim onio monógamo
base de la sociedad fam iliar astur (8), cuya institución se regirá
po r una serie de ritos y costum bres, algunas de raíz prerrom ana,
tales como el llam ado «derecho del piso», costum bre sim ilar al
valtonage galo y que venía a consisitir en la satisfacción de un
trib u to en cantidad o especie, o convite que debía satisfacer todo
soltero foráneo al integrarse en una residencia m atrilocal. De raíz
prerrom ana, a situ a r en la sociedad gentilicia astur, sería asim ismo
la hum aza, que independientem ente del carácter de pacto entre las
fam ilias a unirse m ediante m atrim onio, im ponía el rito de que el
m ism o día de la boda los esposos fueran fumigados, quizá a efec­
tos de purificación.
Aún cuando nuestros conocimientos actuales perm iten in tu ir
que en la A sturias pre-rom ana existieron unidades sociales mayo­
res que la fam ilia tal como ahora entendem os ésta y basadas en la
idea de un supuesto parentesco, tam bién, en nuestras reconstruc­
ciones, hem os de p a rtir de conjeturas. Ante todo, adm itirem os co­
mo organism o suprafam iliar y de clara filiación indo-europea una
(8)
Para una visión general de la misma de acuerdo con las tradicionales
Cf. F. T u e r o B e l t r a n en “Instituciones y contratos tradicionales en A sturias”,
en Libro del B icentenario, Ilustre Colegio de Abogados de Oviedo, 1975, págs.
166 y ss., dónde se especifican los autores clásicos, que han escrito sobre tal
cuestión.
916
JOSE M. GOMEZ-TABANERÁ
com unidad en cierto modo sim ilar a la gens, cuya estru ctu ra cono­
cemos por Roma. La gens podía tener a veces asim ism o una base
territo rial ocupando generalm ente parte de un valle y aledaños. Se
pertenecía a la gens por nacimiento y por agregación. Quizá aquí
ocurriría, siquiera tardíam ente, igual que en Italia, donde la agre­
gación directa se lograba m ediante el voto (coptación) y la agrega­
ción indirecta integrándose en un organism o a su vez integrado en
la gens. Este organism o era la familia.
A la gens pues, se podía pertenecer por parentesco o filiación,
pero tam bién po r «clientela». Esta podía ser algo parecido, en p arte
a los que hoy se llam an «parientes pobres»; gentes pertenecientes
a otras gens, que, po r diversas vicisitudes y vericuetos, habían lle­
gado a las que estaban integradas. Y aquí cabían igualm ente p ri­
sioneros de guerra, esclavos o toda clase de gente que reconocía
su condición de inferioridad y se consideraba vasallo o súbdito de
un m iem bro po r derecho propio, de la gens, es decir de un gentil.
E sta «clientela» no era sin embargo abigarrada. En Roma se distin­
guían entre independientes y esclavos, careciendo estos últim os de
derecho alguno y teniendo pleno dominio sobre ellos, como si fue­
sen cosas, el llam ado Pater gentium, quien pasaría a ser el dom inus
y, ya m ás tardíam ente, «el amo». Sin em bargo, el Pater gentium
sobre el resto de la clientela más que señor absoluto, era un
patrono, al ejercer sobre ellas tutela y protección. Se producía así
una relación de clientela, de protección de un lado y de sujeción
de otro, y que tiene su fundam ento en el principio ético-religioso
de la fides. Es interesante señalar esto por la pervivencia más o
menos subconsciente que tiene tal construcción ideológica en al­
gunos ám bitos de nuestro país, aunque de form a «secreta», dando
lugar a «mafias», m asonerías más o menos blancas, e incluso pac­
tos como los que sirven de sustento a organizaciones no cívicas, co­
mo podría ser en la cercana Euskalerria, pongam os por caso, por su
m ism a actualidad, la ETA político-militar, cuya vigencia y éxito
—y utilizam os esta expresión en un sentido más bien pragm ático—
se base en la pervivencia en el País Vasco, de la llam ada fam ilia ex­
tensa o gens. En la gens la expresión técnica p ara señalar la condi­
ción de Cliens es «in fide esse» y el sujetarse se indica con las pa­
labras «in fidem se dedere». Cuando se dice «in fidem acciper» vie­
ne a ser, acogerse bajo la propia tutela.
El cliente llevará el nom bre de la Gens; tom ará incluso p arte
en su culto, laborará el «precarium», la tierra que le viene asigna­
da con concesión revocable, sujeta a usos y norm ativas que irán
variando en el curso de los siglos, sentando las bases del derecho
F a m i l i a , q u i n t a n a y c a s e r ía e n a s t u r i a s
917
tradicional asturian o (9). Como coprestación o contraobligación, el
cliens es «devoto». Debe obediencia, obsequio y trab ajo al patrono;
le seguirá asim ism o en caso de guerra y contribuirá al rescate del pa­
trono prisionero, al pago de las sanciones en que pueda h ab er incu­
rrid o y a la dote de sus hijas. Cuando el cliens o su fam ilia no cum ple
se le considera algo así como un apestado, no sólo p o r la m ism a gens
sino tam bién con otras con las que tiene buena relación. Pudieron
producirse así, hechos como la m arginación ya histórica, de vaqueiros de alzada, que quizá se negaron hacer la guerra contra el
agareno con su señor n atu ral o con el pater gentium del que eran tri­
butarios. Claro que de este asunto habría m ucho que hablar, pese
a trab ajo s clásicos como los de Acevedo y Huelves y J. Uría Ríu.
Hay que tener en cuenta, por o tra parte, que el p atrono tendrá
siem pre jurisdicción sobre su cliente, pudiendo llegar, a la vitae
et necis potestas. Incluso se asignará el derecho de sucesión sobre
sus bienes. E ntre estos derechos está naturalm ente el tan traído y
llevado jus prim ae noctis, conocido vulgarm ente como «derecho de
pernada», sobre el que tanto se ha divagado y fantaseado.
La «fides» es sagrada p ara las dos partes. Alcanza igualm ente al
patrón y, si éste no cum ple con sus deberes hacia el cliente, o su
fam ilia podrá ser sancionado por los dioses e incluso ser m uerto.
La convivencia en la m ism a casa, bajo el mism o techo o en un
m ism o «cercado» (ho f, germ en de la quintería) crea el lazo fam iliar;
la convivencia en un mism o territo rio dará lugar a la gens, raíz
de la aldea (vicús) e incluso, en ocasiones, de la parroquia. La cohe­
sión de todos, h ará incluso de que se busque un ascendiente común,
héroes epónim os p ara todos los com ponentes de la gens o gentiles.
La gens ten d rá sus cultos particulares, bajo la dirección del
«pater g entis» que, en tiem pos ya históricos va confundiéndose con el
párroco.
En la gens hay que saber distinguir las personas sujetas al «cognatio» vínculo de sangre de las som etidas a «agnatio», o a la «adoptio».
Por lo general el territo rio de los gentiles lo constituye el «pagus», explotado directa o colectivamente y por rep arto tem poral de
lotes, dando lugar con el tiem po a diversos usos, a veces supedita­
dos al ejercicio de viejos derechos a m anifestarse en el Medioevo
como el de la presura y el del escalio. Con el tiem po surgiría asi­
m ism o la llam ada costum bre de la derrota ó alzam iento del coto
(9)
J. L. P erez de Castro, “Instituciones del Derecho Tradicional Astu­
riano”, R ev. de Etnografía, núm. 22, Oporto 1968.
JOSE M. GOMEZ-TABANERÁ
y a la aparición de instituciones como el derecho de poznera o pozonera y alguna otra, cuyo tratado aquí trasciende de los lím ites que
nos hem os im puesto al redactar estas páginas (10).
A veces la gens funciona como una m utualidad. Quizá la llam a­
da andecha, sea una supervivencia de viejos usos, que viene a cons­
titu ir una especie de m utualidad de auxilio, sobre todo p ara faenas
agrícolas, tales como siega, talas, acarreo de piedra y ejecución de
cam inos, recogidas de cosechas, etc. La retribución a los partici­
pantes era prácticam ente simbólica y a p a rtir de la Edad Media
irá institucionalizándose, incluyendo en la m ism a el gesto de fidaticum . Se ha pretendido ver en la mism a sem ejanzas con o tras ins­
tituciones que pueden rastrearse en N avarra, País Vasco, Subm eseta
N orte y Tras-os-Montes (Portugal).
UNIDADES SOCIETARIAS SUPRAFAMILIARES.
Aunque se ignore la organización social de la vieja A sturias y
sus form as de agregación basadas en el parentesco, parece indu­
dable que los rom anos, a los que debemos las prim eras noticias, en­
contraron en la España septentrional, organizaciones interfam ilia­
res que asim ilaron con la gens indoeuropea, y por ende con las su­
yas, al hablar de «gens» o «gentilitas» p ara señalarnos la existencia
de concretas unidades sociales, que, sin em bargo, a veces cons­
tituyen unidades sociales superiores y otras, ya fracción o subfracción de estas; así, Floro llam a gentes a cántabros y astures y en un
fam oso pacto de hospitalidad y una lám ina de Astorga (Asturica
Augusta) nos encontram os «Ex gente Zoelarum »; p o r un lado y,
p o r otro «Gentilitas Desoncorum et Tridiavorum». Es obvio pues,
que los rom anos usaron la voz gens p ara trad u cir algunas de estas
unidades sociales de los astures, aunque quizá lo hicieron po r recor­
darles las suyas o su sistem a de agregación. Sin em bargo, nos encon­
tram os con que cada autor le daba un valor concreto a la expresión,
incluso asim ilando gentes a pueblos, aunque nunca a tribus, ya que,
—y ésto es im portante—, no hay que confundir nunca, gens con tri­
bu. Sea cual fuere el significado de las voces gens y Gentilitas, u ti­
lizadas indistintam ente por los rom anos el caso es, que tenem os
que los astures se organizaban socialmente, según acabam os de
(10)
Cf. T uero B e ltr a n , loe. cit., pág. 157 y ss., en el que encontrarem os
la oportuna bibliografía.
FAMILIA, QUINTANA Y CASERIA EN ASTURIAS
919
decir, en tres unidades sociales, al parecer relacionadas p o r p aren ­
tescos fam iliares y fundam entadas quizás en «lazos de sangre».
Queremos insistir, sin em bargo, en que po r m ucho que se haya
fantaseado y lo que podam os deducir de las tesis suscitadas por
los distintos autores, que no existen pruebas que nos perm itan
delim itar qué unidades sociales querían definir los rom anos hablan­
do de gens y gentilitas, ya que tan pronto podía referirse a una uni­
dad de parentesco mayor, como a otra m enor o su fracción. Hay que
tener en cuenta que tenem os unidades sociales superiores a la fa­
milia, pero inferiores a o tra unidad social, de acuerdo con la te r­
minología adoptada p o r Caro B aroja podríam os denom inar frac­
ción, célula social, ésta que cabe asim ilar con el llam ado clan. El
conjunto de clanes constituirá, a la larga, la tribu.
Tenemos pues que la gens o gentítitas constituía una unidad
social cuyos m iem bros estaban relacionados entre sí po r lazos de
parentesco, que no necesitaba por fuerza, ser de sangre. E ran uni­
dades sociales m enores y al relacionarse asim ism o con otras me­
diante el parentesco constituían una unidad superior. Insistim os
en que el parentesco podia ser real (de sangre o «político» se diría
hoy) pero aún en tal caso, tenía la m ism a validez que si fuera real.
Las gentes o gentilitates tenían cierta autonom ía aún dentro de
su unidad superior; de aquí, que se diera la posibilidad de realizar
pactos, con objeto de integrarse dentro de o tra mayor. Los m iem ­
bros de una gentilitas se nos presentarán unidos entre sí por víncu­
los naturales; su existencia queda bien clara con el nom bre gen­
tilicio com ún a todos los m iem bros. Así los ya m encionados Desoncorum , Tridiavorum , etc., etc.
N orm alm ente entre los astures el gentilicio, seguía al nom bre
individual y el nom bre del padre se colocaba al final, al igual que
ocurría en todo el N.W. hispánico, como va notó hace algunos años
M arcelo Vigil. E sta colocación señala claram ente que la entidad
social principal era la com unidad de linaje, no la fam ilia, im pli­
cada dentro de ella y con un valor social secundario y subordina­
do; así por ejem plo tenem os: «Aravo Oilaridu (m ) Licin (i)...;
Caecilia M aterna Caibaliq (um ) Titi...; Proculus Tritalicum Lucii..., etc., po r citar algunos entre los propios docum entos epigrá­
ficos de los astures.
No conocemos con exactitud, la composición de cada una de
pstas gentilitates, si eran uniform es o si variaban. Tam poco cono­
cemos sus órganos de Gobierno, pero es de suponer que éstos de­
legarían sus funciones en unos m agistrados que aparecen citados
en las inscripciones; así, po r ejemplo, en el pacto de hospitalidad
920
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
de Astorga aparece el m agistrado indígena: per Abienum Pentili
m agistratum Zoelarum.
La gens o gentilitas, según se desprende de los textos epigráfi­
cos, por lo menos al principio, no tuvo un vínculo territo rial de­
term inado; tal vez la territorialidad le fuese im puesta p o r los ro­
m anos y esto explicaría el hecho de que los poblados y ciudades
de las que tenem os mención lleven el nom bre de gentilitates en
unas fuentes y de poputi en otras. Así, por ejem plo: los Lancienses,
Baedum ienses, Lungones v Zoelae, etc., son citados en Plinio, quien
utilizaba la palabra populi con bastante frecuencia, sobre todo, al
referirse a Lusitania, como populi y, en las inscripciones aparecen
como gentes.
Podríam os suponer que este tipo de organización social en gen­
tes y gentilitates, únicam ente estaría en vigor antes de la Rom ani­
zación. Sin em bargo, como nos dem uestra la epigrafía, su peculiar
organización social no desapareció con la dom inación rom ana, aun­
que si fue m odificada en algunos de sus aspectos, quizás, de me­
nor im portancia, como, por ejemplo, en la nom enclatura de los
nom bres individuales.
El m ás im portante docum ento conocido que dem uestra que du­
rante el Alto Im perio seguían m anteniéndose entre los astures or­
ganizaciones sociales de tipo gentilicio, lo proporciona una lám i­
na de bronce hoy conservada en el Museo de Berlín y que se en­
contró en Astorga. Su redacción data del 152 d. C. v contiene da­
tos de un pacto de hospitalidad renovado el 27 de. C. v am pliado
el año 152 d. C., es decir casi siglo v medio después, lo que nos
indica que aún a mediados del siglo II venían realizándose pactos
de alianza entre las diferentes unidades sociales de los astures. No
vam os a detenernos aquí en el análisis de este docum ento, p o r otra
p arte bien conocido, tras los estudios de M. Macias, Alvaro D’Ors,
J. Caro B aroia y Ramos Loscertales. Sí, en cambio, destacar su
im portancia y que sí en un principio nos encontram os con nom ­
bres indígenas, al siglo desuués, todos los individuos lle v a n nom bres
rom anos. Aún cuando sigan con sus organizaciones gentilicias d e n ­
tro de un m undo nuevo. Es significativo que la am nliación en el
año 152 d. C. tengamos ya que se hace Astúrica, capital del Conventus A sturum v aue ya aparecen instituciones rom anas como la
clientela v el joedus.
P o r este pacto de hospitalidad de la lám ina de Astorga. na rere
deducirse que los as+ures se dividían en tres órdenes de unidades
sociales v que com prenderían a saber: Prim ero, una gran confede­
ración tribal (Astures, propiam ente dichos) que englobaría dentro
FAMILIA, QUINTANA Y CASERIA EN ASTURIAS
921
de ellas a las trib u s; segundo, una segunda unidad social, es decir
la tribu, que en el caso que analizamos eran los Zoelae y, po r úl­
tim o una tercera unidad social, en realidad constituida po r los
clanes y que en la lám ina de Astorga eran los Desonci. Caro B aroja
nos habla así, sim plem ente de Astures (quizá como nación ó confe­
deración de trib u s) y p ara la segunda y tercera unidad, nos h ablará
de fracciones y subfracciones.
Ahora bien; estos tres órdenes de unidades sociales estarían
relacionados entre sí y en estrecha dependencia unos con otros:
La prim era unidad social, la Confederación tribal de los Astures
integraría en ella a las otras dos unidades, tan to a las trib u s o
fracciones, como las llam a Caro B aroja —de la segunda unidad
(Zoelae), como a los de la tercera unidad, los clanes o subfraccio­
nes— de acuerdo con el mism o autor y que en este caso sería la
gentilitas de los Desonci. Ahora bien; en el estado de nuestros cono­
cim ientos, no podem os decir cual sería la función prim ordial de la
prim era unidad social y en que dependencia estaban con ella las
otras dos unidades. Quizás pudieran tener solam ente un carácter
nom inal. No hay que olvidar, y ésto es im portante, que solo se
Distribución de los diversos pueblos asentados en el N. de la Península
Ibérica, en el momento de la Romanización, según las fuentes de información
de que se dispone.
adm ite la existencia de una única confederación tribal en los astu ­
res, conocida con el nom bre de Astures que englobaba a todas las
dem ás. Pero, a veces, nos hemos preguntado si en realidad cabe
922
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
hab lar de dos unidades sociales cuando hablam os de astures: Una
p ara los Astures augustanos, donde la prim era unidad social se­
rían los propios astures, con capitalidad en Asturica Augusta, y,
otra para los Astures transm ontanos, donde la prim era unidad so­
cial serían los Paesici con capital en Flavionavia, donde Ptolom eo
colocaba el núcleo de la población más im portante de la trib u de
los paesici y sobre cuya ubicación no se sabe nada, arqueológica­
m ente hablando. Ya que si Schulten, la situó en la actual Navia,
para el difunto erudito asturiano J. M. González, era un habitat
al borde del Nalón y cuyo nom bre quizá venía de Flavium (por los
em peradores de la dinastía Flavia) y Avis, nom bre, con el que se
conoció al río Nalón. J. M. González sitúa a Flavionavia en el m is­
mo em plazam iento donde hoy se encuentra enclavado Santianes de
Pravia. A nuestro juicio, sin embargo, ésto había que probarlo con
prospecciones arqueológicas.
La segunda unidad social, las tribus o las fracciones quizá nos
proporcionen datos más precisos para afirm ar sus existencia. De
todas m aneras son h arto escasos. Por un lado, tenem os las citas
de populi astures que Ptolomeo nos menciona en sus tablas. Así los
Brieacos, los Baigonieses, Orniacos, Lungones, Saelini, Superatos,
Arnacos, Tiburos y Gigurri. Nombres todos ellos indudablem ente
pueden considerarse unidades sociales correspondientes a la se­
gunda segmentación. Aparte de éstos, tam bién cabe integrar en
ellas nom bres como los Aarrondinaece y los Coliacini y los Lugones,
aunque ésto no es seguro. Nos encontram os pues, con las tribus
o fracciones de los Astures, unidades de la segunda segmentación
social y que quizás podam os deducir, a través de los datos que p re­
cisam ente Ptolom eo. Plinio v las inscripciones, echan por tierra.
La tercera unidad social, los clanes o subfracciones, según la
clasificación de Caro Baroia, se nos presenta únicam ente en los do­
cum entos epigráficos. No poseemos ninguna fuente escrita que
la m encione en alguna otra ocasión. Se nos ofrecen bajo los nom ­
bres de Gentes, gentilitas o c e n t u r i a F s t a tercera unidad so c^l
de astures aparece claram ente diferenciada en el epígrafe de la lá­
m ina de Astorga.
Las unidades de este tercer grupo vienen a co nstituir el elemen­
to más im portante dentro de la organización social astur, al ser
sus vínculos muy estrechos, consanguíneos y directam ente asenta­
dos en los clanes fam iliares. De aquí que pervivan en las inscrip­
ciones encontradas en el territo rio astur, h asta prácticam ente el
final del Im perio, quizás al menos h asta el siglo III. Con ello pa­
FAMILIA, QUINTANA Y CASERIA EN ASTURIAS
923
rece dem ostrarse que la conquista y dom inación dom ana alteró en
poco o en nada sus aspectos esenciales, las estru ctu ras sociales de
las viejas organizaciones autóctonas.
¿Qué cabe deducir de todo esto y teniendo en cuenta el posible
paso de estas organizaciones al m undo tradicional asturiano?. No
quisiera equivocarm e, pero a nuestro juicio, quizá, pudiera rastrea r­
se la huella de las m ism as en el paisaje actual astu r en la división
adm inistrativa tradicional y en la que encontram os como unidad
te rrito ria l el Concejo, en éste la parroquia y en esta las aldeas, que,
a su vez están integradas por cercados, conteniendo caserías. En
otras palabras y en lo que se refiere a las A sturias tram ontana,
sede de los Paésicos cabría hablar concretam ente que estos cono­
cieron unidades sociales y a la vez territoriales que d arán origen a
los concejos, subfracciones que darán origen a las aldeas, en las
que se expresan las gens a través de la llam ada quintana o cercado
y ya en últim a expresión como base territo rial de la fam ilia con­
sanguínea en la llam ada casería, institución cuyo estudio ha m oti­
vado estudios m odélicos como los de R. Prieto Bances y L. García
Arango (11) y con características peculiares tales como la indivisión
trasm isión íntegra y perpétuidad de arriendo y que vendrá a cons­
titu ir con los siglos y por sus fines aunque no por su m ism a titu ­
laridad el auténtico patrim onio fam iliar. De extensión variable ven­
d rá a constitu ir una verdadera unidad de producción según las
posibilidades de laboreo que ofrezca y las m ism as necesidades m a­
teriales, constando de casa-habitación con su antojana (12), cuadra,
hórreo o panera, huertos, tierras a labor y a m onte, praderías, ga­
nados y útiles de labranza, con vistas a la más idónea producción
y a diversos intereses.
(11) R. P r ie t o B a n c e s , “La caséría asturiana”- ñeu. C rítica de Derecho In­
m obiliario núms. 162-16.3 y 164 (1941 passim ). Cf. asim ism o la bibliografía que
figura al- final del presente trabajo; L. G a r c ía A r a n g o , “N o ta s.a l margen del
caserío o casería asturiano”,.Rev.. Crítica del Derecho Inm obiliario, núm. 292,
1952.
(12) Franja o zona de terreno inmediata y por lo general delante de la casa,
cuyo fin es facilitar la ejecución de las fareás propias dé los residentes. Si
se extiende a los lados y detrás de la casa recibe el nombre de “rodeos” o
“arrodeos”.
924
JOSE M. GQMEZ-TABANERA
DE LA QUINTANA A LA CASERIA TRADICIONAL
De acuerdo con este punto de vista, que viene a ser hasta cierto
punto la arm azón de nuestras hipótesis de trab ajo cabría detener­
nos a hablar como unidad suprafam iliar tradicional y legataria de
la vieja gens o gentilitas de la quintana, cuya definición ha dado
origen a tantas y tantas especulaciones sin que pese a todo lo que
sabemos, h asta hoy, podam os asegurar que erram os al ver en ella
la base territo rial de la gens astur. El nom bre «quintana», por o tra
parte, y en la acepción que le damos aquí, no tiene nada que ver
con el que tuvo en su term inología originaria, que arran ca quizá,
como estudió Prieto Bances, de la term inología castrense rom ana;
una de las calles más im portantes del acam pam iento recibía el
nom bre de quintana; como en Asturias las legiones hubieron de
establecerse de m anera perm anente por las largas guerras de con­
quista m antenidas, a la larga y para subsistir, los soldados tuvieron
que hacerse agricultores y la quintana del cam pam ento se con­
virtió en el centro neurálgico del poblado, en una especie de plaza
m ayor o carrefour, que venía a ser al igual que en las villas rom a­
nas el patio o hof donde se concentraba toda la vida de la explo­
tación, alzándose en su entorno las viviendas de los trab ajad o res
(siervos), los graneros y los establos, e incluso, celebrándose en su
recinto, ferias, m ercados, juegos y fiestas solemnes. Con la Edad
Media, este recinto, patio o plaza, pasa a llam arse chors, curtís,
corte, clusa, corrada o quintana. Todos estos térm inos sinónim os
que equivaldrán a «villa» o dom inicatum haciendo relación a un
cercado y denotan y casi sim ultáneam ente su dependencia del pater
gentum , del dom inus, del señor, del amo, con todas sus consecuen­
cias, pudiendo ser este amo un prelado o abad de un m onaste­
rio. Tenemos así quizá, los prim eros establecim ientos de los suce­
sores establecim ientos de los sucesores de Pelayo en Cangas, pero
tam bién la corte o patio del m onasterio fundado por Máximo, ger­
m en de Ovetao y centro vital del mismo, hasta que, en el siglo XVI,
ias m onjas del convento de San Pelayo venden una casa al cabildo
constituyéndose la plaza de la Catedral.
Ahora bien; el Cristianism o al im poner el ejem plo evangélico
de la Sagrada Familia, sería el principal disgregador de la quintana
que aparece en *el núcleo indígena como trasposición de la' voz
rom ana y que quizá vino-a significar La ;sede de¡l pater g e n tis y los
que con él vivían, ayudándole a una adm inistración de un te rrito ­
rio propiedad de la gens, desvirtuándose el sentido. La quintana
pasaría a ser entonces —ya en el Medioevo— , la posesión en que se
FAMILA, QUINTANA Y CASERIA EN ASTURIAS
925
habita y las colindantes o vecinas, pero tam bién o tras form as de
asentam iento territo rial, hasta pasar al actual, entendiéndose como
quintana «el corral de la villa rústica», el sitio de la casa cerrado
y descubierto, al que abren sus puertas la vivienda del labriego o de
los labriegos en un mism o lugar, a la vez que los establos vincula­
dos a la m ism a y los graneros, es decir, los hórreos. Visión ésta
que es la que nos ofrece hoy, lejos de aquélla que pudo tener an ta­
ño como vínculo de agregación gentilicia, moviéndo incluso la ins­
piración poética. Así Alfonso Camín:
Una quintana en soledad. Em pero
no hay solo soledad en la quintana;
crece verde el maíz que a tiempo grana,
canta el malvís en el castaño entero.
Vigila al pie del hórreo el m astín fiero,
el hum o sale azul po r la ventana;
la hija se va al campo en la m añana,
la m adre, ju n to al llar, cuida el puchero.
Saldada en el portal la dulce abuela
tom a el sol con la m ano en el cayado;
solitario el «varal», quieta la muela.
No hay hom bres. Fueron a ultram ar. La moza
que hay en casa, se ocupa del ganado,
muelle el terró n y los bardales roza.
Visión ésta lírica y de gran saudade que sin em bargo mueve a la
confusión, dado que mas que ante una quintana parece que nos
enfrentam os a la evocación de una casería. Visión no obstante que
habría que oponer a la que nos ofrece la realidad actual, que viene
a ser poco m enos la m ism a que la captada no hace aún m ucho en
una com unidad cantabra, colindante con Asturias, po r el sociólogo
J. López Linage (13).
En m anera alguna hay que confundir la quintana, últim o ba­
lu arte de la gens o subfracción de la vieja trib u cuyos com ponen­
tes se distribuyeron en concejos avecindados o no, con la casería,
m orada de la cédula fam iliar y a la que Jovellanos definirá como
(1 3 )
J . L ó p e z L i n a g e , Antropología de la Ferocidad cotidiana'. S u pervi­
vencia y trabajo en una com unidad cántabra. Serv. de Publ. Agrarias. Min,
Agricultura. Madrid 1978 .
926
JOSE M. GOMEZ-TABANERÁ
«unidad orgánica de explotación agropecuaria, capaz de sostener
una fam ilia cam pesina, a la que sirve de hogar y solaz».
Nos encontram os pues, con «una unidad en la pluralidad» (es
decir el clán o la gens que integró la quintana), en la que no sólo se
logra d ar unidad a la heterogeneidad de bienes, —ya sean estos
edificios, huertos y parcelas en la llosa, praderíos y m ontes—, que
reúne en situaciones más o menos dispersas según la zona, sino que
incluso cuando su indivisión es perenne y se transm ite íntegra en
el curso de las generaciones, nos servirá como base topográfica o
catastral; p ara la identificación de las personas y la form ación de
los apellidos basados, en toponimos, geonimos, etc.
Dos notas esenciales y en las que insistiré una vez más: Su ori­
gen y el carácter fam iliar. Su origen quizá haya que rem ontarlo a
la Romanización, cuando el conquistador im puso al astu r dado al
nom adism o y al abigeo una form al sedentarización en el hábitat
ru ral de las gens dando lugar a las quintanas y quizá a los que se
llam an castros (oppida) pero tam bién a los asentam ientos que hoy
conocemos po r caserías, ya citadas y presentadas como una insti­
tución evidentem ente fam iliar, ya que su ám bito solo abarca la
tierra que puede ser trab ajad a exclusivamente por una fam ilia con
la esporádica ayuda vecinal para determ inadas tareas y que les
sirve a la vez de sustentáculo vital. En otras palabras, la casería
se convierte así en el núcleo laboral y vital en el que inciden los
esfuerzos de todos los m iem bros de la fam ilia que viven en ella en
pro de su perpetuación y el vínculo de la generación.
Acabo de decir que Roma impuso el establecim iento de la ca­
sería. Ello naturalm ente significó una reorganización del agro por
p arte de Roma, cuya adm inistración forzó los asentam ientos, no
sólo de los naturales sino gentes traidas, quizás, de Centroeuropa,
posiblem ente de Panonia, de estirpe celta que pronto m ezclaron su
sangre con las de la población indígena-astur. La adm inistración
rom ana aprovecharía asim ismo tam bién las caserías p ara el co­
bro del «caput» o im puesto, convirtiéndola en unidad fiscal. Con
el desm oronam iento del Im perio las funciones públicas serán u su r­
padas por los m ism os funcionarios de Roma que aprovecharán
las crisis p ara su poder personal y hacer suyo el «caput», hacién­
dose incluso señores de las caserías y etableciéndose ellos mism os
en las quintanas.
Los asentam ientos bárbaros (suevos y yandalos al Occidente
y godos al Oriente), cam biaron muy poco el panoram a. Es más;
fortaleció la base dejada por Roma. Al darse el repartim iento de
tierras, ya con los hispano-rom anos se hizo sobre la base fam iliar:
FAMILIA, QUINTANA Y CASERIA ÈN ASTURIAS
927
El lote m ínim o que correspondería a un soldado era un «arado»,
terreno que puede ser trab ajad o po r una yunta de bueyes y estaba
constituido por 50 aripenes o «días de bueyes», es decir, una ex­
tensión de 6 hectáreas y 28 áreas, es decir, la m edia norm al de
las actuales caserías. Con la Reconquista surgirán m uchas caserías;
unas por roturaciones m erced a la «presura» o «escalio»; otras por
concesiones señoriales o asentam ientos de grupos sobre viejas vi­
llas rom anas o en antiguas «vicus». Es, entonces, cuando falto de
autoridad el poder central, el señor feudal hereda el «caput» ro­
mano, haciéndolo efectivo no sólo a sus siervos, sino tam bién p au lati­
nam ente a los hom bres libres quienes ante la inseguridad reinante en
los cam pos prefieren más la protección del Dominus (que se nos p re­
sentará entonces como «caricatura» del pater gentium ) que su propia
libertad. El Señor lleva directam ente, con ayuda de las prestacio­
nes personales, la explotación de lo m ejor del dominio, dejando el
resto a sus siervos en régim en de colonato o casería. Sólo al erigir­
se el M unicipio y conseguir muchos siervos la libertad bajo el am ­
paro de sus m urallas se realiza un cambio radical: La conversión
del trib u to personal en territorial, m om ento éste en que hace su
aparición en A sturias el foro, como institución a la que dedico un
trab ajo hoy clásico de R. Jove y Bravo (1883), punto de p artid a de
diversos estudios particulares.
FINAL.
Para term inar, quizá habría que decir algo en torno a la vida
en la casería, considerada como exponente paradigm ática del que
ha dado vida a la casa tradicional unifam iliar. H abría, no obstante,
que distinguir casas y casas, y tener en cuenta la evolución que en
el «habitat» ru ral ha sufrido la casería en el curso de la historia
hasta nuestro siglo. Hoy se nos presenta generalm ente constituida
p o r una casa dotada de planta b aja y piso que tradicionalm ente
aparecía dotada con un corredor o solana orientada hacia Medio­
día. Próxim a a la casa-vivienda se encuentra el establo. Sobre él
aparece una estancia de bajo techo destinada casi siem pre a henil
o alm acén de piensos du ran te el invierno. Junto a la casa suele exis­
tir la porción de terreno acotado o cercado, denom inado corrada, co­
rralada, que no hay que confundir con la antojaría, utilizado p ara
diversos m enesteres, siendo corriente que, a despecho de toda n o r­
m a sanitaria, fuera utilizado p ara depositar estiercol p ara abonar
el campo. Tam bién fué utilizada para depósito de leña p ara la co­
cina o para el horno, aun cuando hoy la difusión que alcanzan otros
928
JOSE M. GOMEZ-TABANERÁ
tipos industriales de com bustible (así, el sum inistrado por el butano,
o por la m ism a energía eléctrica) hace aleatoria tal utilización.
En la planta baja de la vivienda —cuya en trad a va precedida de
un am plio portal que tiene adosado a los m uros bancos de piedra
y a cuyas paredes se arrim an los aperos ligeros de la labranza y se
hace tertu lia en los soleados atardeces de verano— se encuentra
la cocina, pieza principal, generalm ente la más espaciosa o am plia
de la casa, que presenta en su parte central el llar (hogar o fogón),
casi a ras del suelo. Ya a cierta altura, sobre el mism o se alza la
salida de hum os, de form a acam panada, constituyendo el inicio de
la chimenea, en cuyos bordes, de una especie de vasar o repisa
( traviella), suelen colocarse o aliniarse distintos cacharros y ajuar.
Sobre el llar tradicional bajan unas cadenas de hierro (calamieres
o calamilleres), de las que pende el pote o vasija de hierro de base
trípode y que se apoya sobre el mismo hogar, del que es retirado
al ser efectuada la cocción, m ediante las cadenas que le sostienen,
que asim ism o sirven para graduar su acercam iento o lejanía del
fuego. El distinto utillaje de la cocina suele guardarse en muebles
de m adera, tales como la espetera, el escudillero y el basal. La m a­
sera es la mesa sobre la que se am asa el pan; presenta una tapa
levadiza y bajo la m ism a una especie de artesa o contenedor don­
de suele guardarse los comestibles de uso m ás o menos inm ediato.
Asimismo se aprecia en la cocina tradicional ganchos colgados de
hierro, les ferraes, y cubas o tinas de m adera p ara el tran sp o rte
de agua que presentan la form a de cono truncado, obra de tone­
leros y que aparecen reforzadas por anchos aros de hierro o latón
que acusan un brillo deslum brador. También el canxilón de cobre
(especie de cazo), utilizado para extraer agua de aquéllos y como
vaso de circunstancias. La instalación de agua corriente en m uchas
viviendas tradicionales ha hecho que m uchos de todos estos u ten ­
silios se vieran desplazados. En la cocina se encontraba asim ism o
el escañu, banco de m adera prolongado, con una tabla abatible que
se usa como mesa. El resto de la vivienda tradicional solía distri­
buirse en alcobas cuyos muebles más corrientes los constituían
cam as taburetes o tayuelas y sillas y, y hasta hace pocos años un
arcón o arca tallada donde se guardaban ropas y a veces frutos
que transm itían a la lencería o ropa guardada su perfum e natural.
La generación actual y prácticam ente desde 1940 en que se ini­
cia una am plia m etam orfosis y cambio de costum bres, conoce ha­
bitaciones rurales de un m ayor «refinamiento», m uchas de ellas
de resultas de la experiencia adquirida tras la m igración extrapeninsular, la m ejora del nivel de vida y el paulatino acatam iento de
FAMILIA, QUINTANA Y CASERIA EN ASTURIAS
929
la llam ada «cultura de consumo», que ha traído consigo y desde
1965 un casi total cam bio de la vida com unitaria, pese a la estruc­
tu ra dispersa del h ab itat rural. Ello ha hecho asim ism o a la pobla­
ción asturiana de los concejos más pobres pensar en el éxodo, que
en pocos años ha transform ado la dem ografía de áreas concretas
en form a regresiva. Un reciente estudio de G. M orales M atos que
ha tenido acogida en este Boletín (14), nos ilustra de la m ovilidad
interna que ha conocido en estos últim os años la población astu ­
riana, a la vez que nos exime de su com entario, aún cuando hagam os
patente qu ela m ism a ha ido en absoluto detrim ento del Occidente
del Principado, trayendo consigo un crecim iento abusivo del trián ­
gulo neurálgico constituido por Oviedo, Gijón y Avilés.
APENDICE
La prim era descripción conocida de la cornisa astur-cantábrica
v de sus gentes (E strab ó n III 1, 2, 3, 7 y 8).
“La región septentrional se presenta muy fría. Dada su naturaleza
montañosa y encontrarse junto al mar, carece de vínculos y comunica­
ciones con otros territorios, hasta el punto d eser inhabitable por su ca­
rácter inhóspito”.
“Todos los habitantes de la montaña se caracterizan por su sobrie­
dad, sólo beben agua, duermen en el suelo y presentan una hirsuta ca­
bellera a la manera femenina, aunque se presentan a combate con la
frente ceñida por una bandeleta. Se alimentan principalm ente de car­
ne de ganado cab río; sacrifican a Ares un cabrón, pero también pri­
sioneros y caballos. Acostumbran a hacer hecatom bes con cada espe­
cie de víctim a a la manera griega, y por expresarnos siguiendo a Pindaro llegan a inmolar el centenar. Gustan de practicar luchas gymnicas hoplíticas y com peticiones hípicas, practicando para el pugilato, la
carrera, la escaramuza y la batalla campal. Acostumbran los m onta­
ñeses durante las dos terceras partes del año a nutrirse de bellotas que
secan y pelan, que m uelen después para hacer pan que guardan para
consumirlo en lo sucesivo. Beben cytos (cerveza), y el vino escasea, aún
cuando es consumido enseguida cuando lo tienen, derrochándole en
grandes comilonas fam iliares. En lugar de aceite usan manteca. Comen
sentados sobre asientos construidos alrededor de las paredes (de sus
casas), ocupando los lugares de más respeto, teniendo en cuenta la edad
y dignidad; los alim entos se hacen circular entorno: m ientras beben,
danzan los hombres en grupo al son de flauta y trompeta, ya saltando
(14) G. M o r a l e s M a t o s , “Evolución reciente
Bol. del I. D. E. A., núm. 103, Oviedo 1981.
d e la
población de A sturias”
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
en alto, ya cayendo flexionando las piernas. Los varones acostumbran
vestir de negro, llevando mayormente una capa o manto de lana ne­
gra (ságos) en la que se envuelven al echarse en sus lechos de paja.
Usan de vasos tallados en madera al igual que los celtas. A su vez las
m ujeres presentan sus vestidos con adornos florales. En el interior (del
territorio) en vez de utilizar moneda usan del trueque de especies o se
sirven de pequeñas láminas recortadas de plata. Acostumbran a des­
peñar a los criminales y a lapidar a los parricidas, tras llevarlos fuera
de los lím ites de sus tierras o ciudades. Se desposan a la manera griega.
Los enfermos, al igual que se usaba antiguamente entre los asirios, sue­
len exponerse en los caminos con objeto de ser aconsejados por aque­
llos viandantes que han sufrido su mismo mal. Con anterioridad a la
expedición de Bruto, no se conocían más que barcas de cuero con las
que navegaban por estuarios y lagunas. Hoy sin embargo usan tam­
bién bajeles monoxilos, aunque éstos son aún raros. La sal es purpúrea,
aunque se hace blanca al m olerla...
“Así viven estos m ontañeses que, como dije, son los que habitan en
la parte septentrional de Iberia, es decir los galaicos, astures y cánta­
bros, hasta los vascones y el Pyrene. Todos ellos de la misma forma.
Podría ampliar bastante más la enumeración de estos pueblos, pero
renuncio a un trabajo tan poco gustoso, a menos que exista alguien que
guste de oir hablar de los Pleutauros, Dariyetaos, Alotrigos y otros
nombres tan bárbaros como ignorados.
Su rudeza y salvajism o son debidos no solamente a sus hábitos gue­
rreros, sino asimismo a su lejanía, dado que las vías marítim as y te­
rrestres que llevan a sus tierras son largas; de esta forma se presen­
tan alejados de todo trato y han perdido la sociabilidad y la hum ani­
dad. No obstante, hoy el mal es menor, merced a la paz y a la presen­
cia de los romanos. Allí donde estas ventajas son menores, más aumen­
ta su hostilidad y fiereza, añadiendo que esta disposición natural en
algunos de ellos ha podido originarse también en la m iseria del país y
en su carácter montañoso, lo que como es lógico acentúa los inconve­
nientes. Sin embarco he de renetir que todas estas guerras (se refiere
a las Guerras Cántabras del 29-19 a.C.) se consideran hoy term inadas;
los m ismos cántabros, que de todos estos pueblos eran los m ás aferra­
dos a sus hábitos de bandidaje, así como las tribus vecinas, han sido
reducidas por César Augusto; y ahora, en vez de devastar, como ha­
cían antes, las tierras de los aliados del pueblo romano, empuñan sus
armas al servicio de los mismos romanos, como los Coniacos o los Plentuosios, asentados junto a las fuentes del Ebro. Tiberio, además por in­
dicación de César Augusto, su predecesor, ha enviado a esas tierras un
ejército compuesto de tres legiones, cuya presencia ya ha hecho mu­
cho, no sólo pacificando, sino también civilizando gran parte de estas
.................
poblaciones”.
FAMILIA, QUINTANA Y CASERIA EN ASTURIAS
931
BIBLIOGRAFIA SELECTA
A l b e r t o s , M. L o u r d e s .—“Organizaciones suprafam iliares de la Hispania
antigua”. S tudia Archalogica, 37, Univ. Valladolid, 1975.
C a b a l , C . — La A sturias que venció Roma, Oviedo IDEA, 1953.
C a r o B a r o j a , J .—Los pueblos del N orte de la Península Ibérica, San Se­
bastián, C o l. Txertoa, 1973 (2.a edición).
C a r o B a r o j a , J.— “Organización social de los pueblos del N. de la Penín­
sula Ibérica” Legio VII Gémina, León 1970, pág. 10-62.
D ie g o S a n t o s , F .—Epigrafía romana de A sturias, Oviedo, IDEA 1959.
D ie g o S a n t o s , F.— “Die Integration Nord-und Nordw estspaniens als römis­
che Provinz in der Reichpolitik des Augustus. Von der konsularischen zur his­
panischen A ra” en A u fstieg und Niedergang der Röm ischen W elt. II. Principat.
Dritter Band. págs. 523-571. Berlin. Walter de Gruyter, 1975.
D i e g o S a n t o s , F.— “Asturias romana y visigoda” (H istoria de A sturias 3),
Salinas, Ed. A yalga, 1977.
G a r c ía F e r n a n d e z , J .— Organización del espacio y econom ía rural en la
España A tlántica. Madrid, Siglo XXI, 1975.
G o m e z - T a b a n e r a , J . M . —Prehistoria de A sturias. De la Edad de P iedra a
la Rom anización. Oviedo, 1974.
J o r d a C e r d a , F.— “La cultura de los Castros y la tardía romanización de
A sturias”. Coloquio sobre el Bim ilenario de Lugo. Lugo, 1977, págs. 29-40.
L o m a s S a l m o n t e , F. J .—A sturias prerrom ana y altoim perial, U niv. Sevilla,
1975.
M o r a l e s M a t o s , G . —Evolución reciente de la población de Asturias. B o l.
IDEA. 103, págs. 503-548. Oviedo, 1981.
P a s t o r M u ñ o z , M . —Los astures durante el im perio romano, Oviedo, IDEA
1977.
R e y n o l d s , P e t e r R . —Farming in the Iron Age. Cambridge Univ. Press. Lon­
dres, 1976.
R o l d a n H e r v a s , J . M .— Hispania y el ejército romano, Univ. de Salaman­
ca, 1974.
S á n c h e z A l b o r n o z . C.— El Reino de Asturias. Orígenes de la nación espa­
ñola. Oviedo, IDEA, 1979.
S a n t o s Y a n g u a s , J . —Las poblaciones prerrom anas de A sturias en escrito­
res griegos y latinos en H istoria de Asturias de S . Cañada. Oviedo, 1981.
S c h u l t e n , A .—Los cántabros y astures y su guerra con Roma. Madrid, Es­
pasa Calpe, 1962 (2.a edición).
T u e r o B e r t r a n d . F .—Instituciones Tradicionales A sturianas. Ed. Ayalga.
CPA, 15. Salinas, 1976.
P r ie t o B a n c e s , R .—Casa y casería en la vieja A sturias, Coimbra, 1964.
P r ie t o B a n c e s . R.— “La comunidad rural en A sturias” (H om . a L. López
Ror*ó), Santiago, 1972.
TJpia R ív. J .—“Etnología de los antiguos astures”. Discurso leído en la so­
le m n e apertura del curso de 1941 a 1942. Oviedo, Univ. 1941.
V a h a .— “Cántabros, astures y galaicos”. Bim ilenario de la conquista del Nor­
te de Hispania. Vol. publicado por la Snbdirección General de Arqueología
del M inisterio de Cultura con motivo de la Exposición del m ism o nombre, ba­
jo la dirección de F. J. Sánchez-Palencia Ramos. Madrid, 1981.
B R E V E S NOTAS SOBRE EL SANTUARIO PREH ISTO RI­
CO DEL ABRIGO DE LA MANZANEDA
POR
ANTONIO J. GAYELAS
El abrigo de la M anzaneda está situado en la pequeña aldea del
m ism o nom bre, a unos 9 Km. de Oviedo por la antigua carretera a
León. Se abre en dirección S.E., al pie de la ladera escarpada del
m onte «La Viña», de unos 400 m etros de altitud.
Sus cordenadas son 2° 08' 25» Oeste y 43° 18' 48» N orte, del m a­
pa n.° 53 de «Mieres», Mapa de España 1/50.000 del In stitu to Geo­
gráfico y C atastral.
La sierra de la que form a parte el m onte de la Viña se extiende
con gran abruptuosidad a lo largo de más de 1,5 Km. en dirección
S.O., donde se ve cortada po r la escarpada garganta form ada po r
el río Nalón, que seguirá en su curso medio y en dirección N.E., h a­
cia las vegas de Olloniego a Tudela Veguín.
El abrigo, de grandes dimensiones, ofrece una im presionante
panorám ica, dom inadora de valles y m ontañas escarpadas. Este es­
cenario fué sin duda un lugar idóneo p ara los hom bres paleolíticos,
no sólo por su situación topográfica, sino por el medio ecológico en
que se halla enclavado. La proliferación de especies como los cér­
vidos, équidos y cápridos, adaptados a este tipo de terreno, cons­
titu iría un h ab itat ideal, máxime por la cercanía de aguas fluviales
—río Nalón, a m enos 1.000 mts. en línea recta del yacim iento— co­
mo gran recurso de explotación.
934
ANTONIO J. CAVELAS
El «abrigo de la Manzaneda» fué localizada por el autor, el 28
de octubre de 1978, a raíz de una sistem ática búsqueda de yacim ien­
tos arqueológicos que desde algún tiempo veníamos realizando a
través del curso medio y alto del río Nalón.
El yacim iento fué inm edaitam ente com unicado al D epartam en­
to de P rehistoria de la Universidad de Oviedo, personándose tan
solo y después de tres meses de insistencia, M anuel González Mo­
rales; a él nuestro agradecim iento. Posteriorm ente fué com unica­
do a la Delegación Provincial del M inisterio de Cultura.
En toda la superficie del abrigo se aprecian m uestras de abun­
dante m aterial lítico, pudiéndose recoger algunas piezas de silex,
cuarcita y algunos fragm entos óseos, destacando en tre éstos algu­
nos útiles (buriles, raspadores y una azagaya), todo ello atribuible
a algún m om ento del Paleolítico Superior; dándose a entrever la
gran riqueza arqueológica contenida en el subsuelo. Igualm ente en
una pequeña covacha enclavada al pie del abrigo, se aprecian una
pequeña cata de irregulares dimensiones y realizada po r excava­
dores furtivos.
A lo largo de toda la pared del abrigo se extienden innum erables
grabados, realizados en trazo grueso y profundo. En la pared iz­
quierda del covacho se aprecian dos figuras de animales, una de
ellas inacabada y de dudosa identificación. La segunda figura es
un bello caballo, representando sin duda una de las creaciones más
notables de todo el conjunto de arte rupestre del abrigo. La técni­
ca em pleada se desarrolla con trazo simple, grueso y profundo, for­
m ando una silueta sinuosa en la figura acabada del anim al. Sola­
m ente las extrem idades aparecen inacabadas y ligeram ente despro­
porcionadas con el resto del cuerpo.
Siguiendo, a unos 3 m etros a la izquierda, el recorrido de la p a­
red nos encontram os con un pequeño conjunto de grabados, form a­
dos éstos po r una gran profusión de líneas sinuosas, trazos p ara­
lelos, etc.; todas ellas entrecruzadas, dificultando por ello su in ter­
pretación y ofreciendo sin em bargo la visión de algunas figuras
como cabezas de cápridos (?) —de form a triangular—, algunos claviform es, y el medio cuerpo de un gran cérvido pareciendo surgir
del interior de la tierra con su exagerada cornam enta. Algunas de
estas figuras llegan a alcanzar el nivel de la superficie, prolongán­
dose incluso hacia su interior. Siguiendo en el mism o sentido el
curso de la pared, encontrarem os, a unos 4 ó 5 m etros, o tro con­
ju n to de grabados muy sem ejantes a los anteriores, en cuanto a las
características de complejidad y técnicas de grabado se refiere.
SANTUARIO PREHISTORICO DEL ABRIGO DE LA MANZANEDA
935
Term inando esta breve descripción, nos encontram os con el más
im portante conjunto de grabados de todo el abrigo, pero no por
ello el m ás fácil de delucidar que los anteriores. Este conjunto se
encuentra en la term inación del abrigo, siendo el m ás extenso de
todos. Como se indicó anteriorm ente, gran p arte de este im presio­
nante conjunto de arte rupestre se extiende h asta el mism o nivel
del suelo, perm aneciendo m uchos de ellos parcialm ente recubier­
tos por niveles fértiles; factor éste muy im portante a la h o ra de
una fu tu ra datación cronológica (1).
Guiándonos, sin em bargo, por las características técnicas de
las figuras, es decir, incisiones gruesas y profundas en el grabado,
el trazado de una curva cérvico-dorsal sinuosa en las figuras anim alísticas, y lo inacabado y desproporcionado de las extrem ida­
des con respecto al cuerpo, nos inducen a presentarlas dentro del
estilo II de Leroi-Gourhan (2), y que correspondería al período
«gravetto-solutrense ».
Los paralelos con este gran santuario exterior son notablem en­
te abundantes dentro del arte paleolítico, máxime p o r los recien­
tes hallazgos —cercanos al yacim iento— realizados en la zona cen­
tral de A sturias. Destacamos el im portante conjunto de la cueva
de La Lluera (Priorio), a pocos m etros del río Nalón, y com puesto
por tres grandes grupos de grabados —realizados con la m ism a
técnica que la M anzaneda— que por su situación de plena luz —en
las paredes de la en trad a— le confiere el carácter de santuario ex­
terior. Los m otivos que destacan del entrecruzado de líneas form a­
dos por los tres paneles son, algunas figuras de caballos, ciervas,
vulvas, un bisonte, así como figuras incom pletas de otros tantos
animales, tectiform es, etc.
Otro conjunto de grabados, más escasos, pero del m ism o estilo,
son los cápridos representados en la cueva de Godulfo, entre Trubia
y Grado, y sin olvidar la sola representación de un bisonte acéfalo
de la cueva de los Murciélagos (Soto de Ribera), a pocos m etros de
la M anzaneda.
Se incluirían igualm ente y dentro del mismo estilo, otras rep re­
sentaciones procedentes de las cuevas cantábricas de Chufin, H or­
nos de la Peña, o las francesas de Gargas, Laussel, Par-non-Pair, etc.
(1) Se omite toda descripción detallada de la cavidad, con el fin de no
sobrepasar en exceso esta nota.
(2) L e r o i - G o u r h a n , A .: P rehistoire de l’A rt Occidental, 2 e d ic ., p p . 244250, P a r ís, 1971.
NOTA SO BRE LOS GRABADOS DIGITALES DE LA
CUEVA DE LOS CANES (ARANGAS, CABRALES)
POR
PABLO ARIAS CABAL, GREGORIO GIL ALVAREZ, ALBERTO
MARTINEZ VILLA y CARLOS PEREZ SUAREZ
INTRODUCCION!
El presente trab ajo , como indica el título que lo encabeza, no
tra ta de ser un estudio com pleto y definitivo de este nuevo con­
ju n to de arte p arietal asturiano, sino una serie de observaciones
provisionales cuya finalidad es doble: Por un lado, hacer que este
hallazgo sea conocido lo antes posible en los m edios científicos (su
estudio detallado podría re tra sa r su difusión considerablem ente) y
por otro —y éste es el aspecto que más nos preocupa— m o stra r la
necesidad de proteger estas valiosas m anifestaciones de la espiri­
tualidad del hom bre prehistórico.
Desde luego* hem os comenzado ya el estudio m inucioso y ex­
haustivo de estos grabados. Esperam os sacarlo a la luz en b r e v e .
Los grabados de la Cueva de los Canes eran conocidos p o r Gre­
gorio Gil Alvarez y Miguel Gutiérrez desde 1972. En el mes de di­
ciem bre de 1981, el prim ero de ellos comunicó a los o tro s tres fir­
m antes de éste artículo sü existencia — enterado d el: trab a jó de
prospección sistem ática de la depresión prelitoral del oriénte de
. Asturias qué venían realizando— , por Jo que él 27 de diciem bre de
ese año exploram os los cuatro la cueva, en com pañía de M.a Jesús
Gil y Rodrigo Arias. En esa visita com probam os la existencia de
depósitos arqueológicos en la boca de la Cueva de los Canes y la
938
PABLO ARIAS CABAL Y OTROS
presencia de num erosos grabados en su interior. Desde entonces
hem os realizado la topografía que se ad ju n ta y unos calcos p ro ­
visionales de la m ayor parte de los grabados, de los cuales publica­
mos una m uestra (1).
Figura 1
1:
2:
3:
4:
5:
Cuevas de los Canes y Arangas
Cueva de Traúno
Cueva de Coimbre
Cueva de Llonín
Abrigo de la Jabiana
SITUACION:
Como se lee en el título, la Cueva de los Canes se halla en el pue­
blo de Arangas, en el extremo oriental del concejo de Cabrales, muy
cerca del lím ite con el de Peñam ellera Alta. Dicho pueblo está si­
tuado én un saliente cercano a la base de la vertiente m eridional
(1)
Pára estas tareas hemos contado con la colaboración de nuestros com­
pañeros Géma Adán, Tomás Alonso González, Manuel González García y
Otilia Requejo. A ellos cuatro y.m u y especialm ente a Carmen Martínez Gon­
zález, qué nos ayudó en todos los trabajos de campo, les querem os expresar
nuestra m ás .profunda gratitud, .Hemos, contado también, con el consejo y la
ayuda constante de Manuel R. óonzález Morales, a quien, además, debemos
las fotografías qué incluimos en el présente trabajo. Por último, agradecemos
a los vécinos de Arangas su cólabóración y amabilidad désdé el comienzo de
nuestras actividades en la zona.
GRABADOS DIGITALES DE LA CUEVA DE LOS CANES
939
de la Sierra de Cuera, la cual separa la zona costera llanisca de la
profunda depresión que corre desde Panes hasta A rriondas (2).
La boca de la cueva, orientada al S.E., se abre a 280 m. sobre
el nivel del m ar (3) en la ladera sur del m onte sobre el que se asien­
ta Arangas y que separa los arroyos de Jerradero y Arangas, los cua­
les, ju n tam en te con el Rumiedas, form an la cabecera del río Ribeles, afluente del Cares.
Es interesante destacar que este valle del Ribeles, cuya p arte
alta se dom ina perfectam ente desde la Cueva de los Canes, es el
m ás occidental de los que com unican el rellano que va desde Llonín hasta Arangas con el fondo del valle del Cares (Vid. fig. 1).
El m ejo r acceso a la cueva es el que, partiendo de la zona más
elevada del pueblo —El Mazu—, lleva hasta el lugar conocido como
El Cuetu Corral, situado en el borde del fuerte escarpe que existe
entre Arangas y el arroyo del mismo nom bre. En este punto se to ­
m a un m al sendero que desciende entre las peñas directam ente
hasta la cueva.
E l cuetu de Arangas es un bloque de calizas nam urienses (cali­
za de m ontaña) idénticas a las que form an la S ierra de Cuera, de
la que está separado po r una ancha banda de cuarcita skiddawiense, del m ism o tipo que la que lo rodea por el sur. En el borde sep­
tentrional, el contacto entre las calizas nam urienses de Arangas y
las cuarcitas skiddaw ienses no se realiza directam ente, sino que
se interponen dos estrechas franjas: una de dolom ías y calizas
(Georgiense-Acadiense) y otra de pizarras, cuarcitas y areniscas
glauconíticas (Acadiense-Postdamiense-Tremadoc). En la base de
las calizas de m ontaña, tanto en Cuera como en el m onte de Arangas, aparece, como es habitual, una fina banda de caliza griotte
(Viseense) (4).
(2) Su altura m áxim a del fondo del valle son unos 400 m. en el Alto de
Ortiguero. En Arenas de Cabrales, la zona de la depresión que se corresponde
con la Cueva de los Canes, su altura es de 150 m. sobre el n ivel del mar.
Pór lo que respecta a Cufera, en el meridiano de Arangas llega a los 1.194 m.,
una de sus m áxim as cotas.
(3) Sus coordenadas son 43° 19’ 28” N. y Io 06’ 42” W (meridiano de Ma­
drid), según la hoja 56 del mapa de España 1:50.000 del Instituto Geográfico
y Catastral, “Carreña-Cabrales”. Ed. de 1943.
(4) M a r c o s , A.: “Estudio geológico deí reborde NW. de los Picos de Euro­
pa (Región de Onís-Cabrales, Cordillera Cantábrica)”. Trabajos de Geología,
N.° 1 (1967); págs. 39-46.
940
PABLO ARIAS CABAL Y OTROS
DESCRIPCION DE LA CUEVA
(Vid. Fig. 2):
La cueva presenta un desarrollo longitudinal de unos 50 m., ca­
racterizándose por su estrechez y escasa altura. La boca, de unos
tres m etros de anchura por 1,70 m. de alto, se prolonga en línea
recta hacia el interior, creando una estancia de unos seis m etros
de longitud. Da idea de las dimensiones de la caverna el hecho de
que esta sala, a pesar de su reducido tam año, es una de las más
am plias y desahogadas de sistema.
Al fondo de esta sala existe un pequeño divertículo sin salida, a
la derecha según penetram os en la cueva, m ientras que de la iz­
quierda p arte un estrecho y bajo corredor descendente que poco
m ás allá obliga a arrastrarse si se quiere proseguir avanzando; en
su p arte final gira hacia la derecha y da paso por un reducido agu­
jero a una segunda sala, tam bién de escasa superficie y techo
muy bajo (unos 60 cm. sobre el suelo), que obliga a seguir rep tan ­
do. Su piso, form ado por una costra parcialm ente destruida y con
gran cantidad de piedras y huesos de aspecto m oderno, contrasta
con el de la sala inicial y la gatera que la prolonga, que está form a­
do po r tierra y fragm entos de piedra.
De esta segunda sala parte una estrecha galería que no ha po­
dido ser explorada por el m om ento debido a su angostura (32 cm.
de ancho p o r 42 de alto).
A la derecha de esta boca, da acceso a la tercera sala un peque­
ño orificio (75 cm. de anchura y 45 cm. de alto), Se tra ta de una cá­
m ara m ás desahogada que la anterior, gracias a su m ayor altura.
En ella, la presencia de varias columnas estalagm íticas de consi­
derable diám etro testim onia una fuerte actividad de deposición de
carbonato cálcico. Precisam ente son varias colum nas estalagm íti­
cas las que separan la sala III de la cuarta y últim a de la cueva,
cuyo suelo se encuentra a un nivel ligeram ente inferior.
La sala IV es, en realidad, un corredor de unos dos m. de an­
chura con una altu ra m edia de 1,90 m. y unos .27 m. de longitud.
En sus paredes y algún sector del techo se localiza la m ayor p arte
de los grabados de la cueva.
Adosados a las paredes nos encontram os en varios sitios los res­
tos de una costra estalagm ítica, hoy rota, que debió de fo rm ar en
algún m om ento el suelo de la galería. En otros lugares de la sala
aparecen fragm entos m ás elevados de costra difícilm ente enlazables con el nivel al que hemos aludido.
El suelo actual de la sala III está form ado por una costra esta­
lagm ítica, ro ta en el punto señalado en el plano, del que p arte una
GRABADOS DIGITALES DE LA CUEVA DE LOS CANES
Figura 2
942
PABLO ARIAS CABAL Y OTROS
corta galería por debajo de aquélla, m ientras que en la sala IV alter­
nan en superficie las áreas con costra estalagm ítica y las de suelo
de arcilla. Tanto esta sala como la anterior son muy llanas, excep­
ción hecha de algún socavón.
Casi al final de la sala IV, en su pared izquierda, y a m edia al­
tura, se abre una pequeña cavidad de desarrollo ascendente y esca­
sa longitud. Pocos m etros más allá finaliza la galería en un grupo
de colum nas estalagm íticas que la separan de un pequeño cam a­
rín de tan sólo 1,15 m. de anchura por 1,60 de altu ra cuya longi­
tud es de unos cuatro m etros. Su peculiar configuración parece te­
ner especial relevancia en relación con la disposición de los gra­
bados.
los grabados
(Vid. figs. 3, 4, 5 y lám. 1) (5):
Como hem os dicho más arriba, el propósito de este artículo tan
sólo es d ar a conocer la existencia de este interesante conjunto
de arte rupestre. Dada su com plejidad y extensión, el estudio defi­
nitivo —que ya hemos comenzado— requerirá b astan te tiempo.
Por lo tanto, bajo este epígrafe, únicam ente expondrem os algunas
observaciones de tipo general sobre los aspectos m ás sobresalien­
tes de estos grabados. Nos abstendrem os por el m om ento de des­
cribirlos sistem áticam ente v de extraer conclusiones sobre su sig­
nificado y cronología precisa.
Hemos hallado grabados exclusivamente en el últim o tram o de
la cueva, a p a rtir del punto 13, m arcado en el plano, desde donde
se extienden, con algunas discontinuidades, h asta el final de la
mism a.
La pared donde son más abundantes y com plejos es la de la
derecha, en la que, yendo hacia el fondo de la cueva, se puede ver,
tras algunos trazos aislados, un panel de cinco m etros de longitud
por cincuenta centím etros de anchura (núm. 8). Este grupo destaca
por la extraordinaria densidad de líneas que en él se pueden apre­
ciar, aunque gran p arte de ellas está recubierta p o r una pequeña
capa de concreción estalagm ítica que, si bien no las oculta to tal­
m ente, hace difícil seguirlas. Más allá encontram os otros tres gru­
ís)
ridad.
ponde
ren al
Las líneas punteadas corresponden a grabados que no se ven con cla­
En algunos lugares las líneas se engrosan notablem ente. Esto corres­
a rebabas de arcilla en el borde de los grabados. Los núm eros se refie­
plano.
Figura 3
944
PABLO ARIAS CABAL Y OTROS
pos de grabados de más reducidas dimensiones. A p esar de que en
el plano esta p ared derecha aparenta ser bastan te regular, presen­
ta num erosas irregularidades de pequeño radio y está extraplom ada hacia fuera.
En la pared de enfrente, los grupos de grabados son m ás dis­
continuos y m enos com plicados internam ente, pero m ás nítidos
p o r no haber sido cubiertos por una concreción como la que afecta
a los de la o tra pared. También está inclinada hacia fuera su parte
alta si bien m ás que la anterior, pues un gran tram o de ella está
recorrido p o r una concavidad paralela al suelo en la cual se sitúa
la m ayor p arte de los grabados.
En el punto 7 (lám. 1) han sido trazadas abundantes líneas en
el techo, que aquí está bastante bajo (1,70 m.). Como habíam os di­
cho m ás arrib a, la poca altura del techo es una característica de
la m ayor p arte de la sala (1,90 m. de m edia) y de toda la cueva. Es
este conjunto uno de los más llam ativos de la Cueva de los Canes,
a pesar de h ab er sido parcialm ente deteriorado.
Al final de la galería de la que hemos estado hablando, existe
una pequeña sala, separada de la zona an terio r po r varias colum­
nas estalagm íticas grabadas profusam ente, cuyas paredes m uestran
m ás líneas grabadas, (núms. 1, 2 y 12).
Los conjuntos de grabados del tram o de cueva que hem os de­
nom inado sala IV se extienden por térm ino medio en tre los 1,40
y 0,85 m. de altu ra con respecto al nivel actuaj del suelo (por ejem ­
plo el grupo 8 está entre los 0,70 y 1,20 m.). Fueron p o r tanto rea­
lizados en sitios a los que se alcanza con la m ano sin necesidad de
agacharse o estirarse, suponiendo que el nivel del suelo actual coin­
cida con el de la época en que fueron trazados. Lo m ism o podem os
decir del techo en el punto 7. Por el contrario, en la pequeña sala
del fondo los grabados llegan prácticam ente h asta el suelo. En las
colum nas estalagm íticas que separan las dos áreas citadas, se ha
grabado incluso en recovecos difíciles de alcanzar con la mano.
Las paredes están re-cubiertas por una capa de arcilla de decal­
cificación que, si bien hoy está absolutam ente endurecida —salvo
en algún punto concreto —en el m om ento de realizarse los gra­
bados debía de ser sum am ente plástica, como dem uestran las re­
babas que se pueden observar en m uchos bordes de las líneas y
como sugiere el aspecto de los grabados, que ap aren tan h ab er sido
hechos con facilidad y rapidez.
Se pueden distinguir dos técnicas de grabado en la Cueva de los
Canes. La habitual da como resultado líneas anchas (sobre un cen­
tím etro), poco profundas y de sección muy abierta. Deben de haber
Figura 4
GRABADOS DIGITALES DE LA CUEVA DE LOS CANES
945
sido trazadas sobre la arcilla blanda con un instrum ento rom o —co­
mo un palo— o, m ás probablem ente, con los dedos, pues la anchura
de los grabados lo hace verosímil, las term inaciones de algunos de
ellos se parecen a la huella de un dedo y la m ayoría de los trazos co­
rren en líneas casi rigurosam ente paralelas, lo que parece indicar que
sólo se observa claram ente en una línea del grupo 11 (vid. fig. 3), la
cual se superpone a las del otro tipo. Se tra ta de una lin a incisión,
no m uy profunda, realizada con un instrum ento de p u n ta afilada
(o tal vez con una uña) sobre la arcilla blanda. En las colum nas
que separan la galería de la pequeña estancia del fondo se pueden
ver algunas otras líneas finas, pero no nos atrevem os a asegurar que
hayan sido grabadas por estar muy concrecionadas.
H asta el m om ento no hemos podido distinguir ningún signo ni
ninguna figura natu ralista, lo que, de confirm arse, co n stitu iría una
p articularidad de esta cueva, como se verá más adelante. No obstan­
te, hasta que estén perfectam ente calcados todos los conjuntos de
líneas no podrem os asegurar nada a este respecto.
Estos grabados corresponden al tipo que ha sido tradicional­
m ente designado, siguiendo la term inología de H. Breuil, con el
nom bre de «m acarrones». Destacan los de esta cueva po r su sim­
plicidad, pues dom inan, como se puede observar en los calcos que
publicam os (6) los grupos de líneas paralelas no excesivamente
largas y b antan te rectas, siendo las más frecuentes las verticales.
Aparecen tam bién, po r supuesto, algunos m eandros y bastantes lí­
neas horizontales y oblicuas —algunas de ellas se cortan en án­
gulo agudo con las de otros haces (vid. fig. 4)—, pero no hay en el
conjunto de la Cueva de los Canes esa tendencia al dom inio de la
curva y a la form ación de «lazos» que es tan característica de los
grabados digitales no figurativos. Como ya hemos señalado, abun­
dan m ás los «m acarrones» rectos, ligeram ente sinuosos, o incurvados en su extrem o. En parte, el aspecto de sim plicidad al que he­
mos aludido proviene del hecho de que los grabados no se en tre­
cruzan excesivamente. Son muy num erosas las líneas, pero están
extendidas en una superficie bastante am plia y, aunque hay entrecruzam ientos, no llegan a form ar esa m araña de rayas que se
puede en co n trar en otros santuarios.
Por últim o, querem os señalar que la m ayor p arte de los haces
están form ados po r tres o cuatro paralelas, lo que parece corro­
borar nuestra opinión de que han sido grabadas con los dedos.
(6)
tativos.
Aunque son sólo una selección, estimamos que son bastante represen­
3
PABLO ARIAS CABAL Y OTROS
Núm.
946
Gr a b a d o s d i g i t a l e s d e la c u e v a d e l o s c a n e s
947
El estado de conservación de los paneles es bastan te aceptable.
Ya hem os aludido a que en la pared derecha (siem pre m irando h a­
cia el fondo de la cueva) se ha depositado una fina costra estalagm ítica que vela ligeram ente los grabados y hace difícil distinguirlos
en determ inados casos. Aparte de este hecho, inevitable y natural,
algunos han sido estropeados muy recientem ente p o r el hom bre.
Nos referim os a los del techo 7 (vid. lám. 1), sobre los que han
sido dibujadas algunas letras de gran tam año con una lám para de
acetileno, costum bre lam entable, pero por desgracia muy extendi­
da, como testim onian las paredes de cualquier cueva muy visitada.
Lo m ism o ocurre en el panel 3, donde los grabados están bajo un
m anchón negro del m ism o origen, y en el 2, en el que altern an di­
chas m anchas negras con inscripciones realizadas con o tro tipo de
p intura. De todas m aneras, la cueva, sin duda a causa de su casi
nulo interés espeleológico, ha sido bastante respetada. A parte de
los casos que afectan a los grabados, sólo han sido alteradas sus
paredes en la boca (con pin tu ras m odernas en rojo), en o tra p arte
de la pared izquierda de la galería de los grabados, donde hay unas
letras incisas que no afectan a ningún trazo prehistórico, y algún
pu nto sin grabados de la pequeña sala del fondo y del final de la
sala IV. Sin em bargo, es evidente que, tras la publicación de
este artículo, aum enta notablem ente el peligro de que los graba­
dos y el yacim iento de esta cueva sufran deterioros, p o r lo que
creem os que urge to m ar m edidas de seguridad p ara evitarlo.
Los grabados realizados con la técnica predom inante en la Cue­
va de los Canes son bastan te frecuentes en el arte paleolítico. Sin
em bargo, salvo en el caso de algunas cuevas donde aparecen con de­
sacostum brada profusión (Gargas, La Baume-Latrone, Pech-Merle...)
apenas son tenidos en cuenta, sin duda porque, debido a su escasa
brillantez desde el punto de vista estético y a las dificultades de
interpretación que ofrecen, no han resultado atractivos p ara los
investigadores que han estudiado los conjuntos de arte ru p estre
en los que aparecen. Además, al hallarse m uchos de ellos en san­
tuarios donde existen otros tipos de m anifestaciones artísticas m ás
llam ativas (pin tu ras n aturalistas, etc.) apenas se les h a prestado
atención en los estudios sobre arte, salvo cuando form an figuras
de anim ales. Es frecuente que los científicos se conform en con
citar la existencia de «macarrones» o d ibujar algún ejem plo, sin
preocuparse de rep resen tar en sus publicaciones los conjuntos en
su integridad, con lo que ello supone de obstáculo p ara in ten tar
una interpretación correcta de estos grabados.
948
PABLO ARIAS CABAL Y OTROS
En el Cantábrico tenemos bastantes cuevas con m anifestaciones
de esta técnica del grabado digital. La m ayoría se halla en la provin­
cia de S antander (Altamira, Hornos de la Peña, La Clotilde, Cudón,
Las Chimeneas, Salitre, Chufín), siendo las tres prim eras los ejem ­
plos más clásicos y conocidos en este área. En el País Vasco hay
algún otro caso (Ekain) y en Asturias h asta ahora sólo se conocía
en la cueva de El Quintanal (Balmori). El establecim iento de p ara­
lelismos más profundos, basados en las form as representadas, re­
querirá la term inación del estudio de estos grabados y, en num ero­
sos casos, la revisión directa de los de algunas otras cuevas cantá­
bricas cuyos «macarrones» no están correctam ente publicados. Sin
pronunciarnos sobre este asunto, ni sobre el problem a de la situa­
ción de este tipo de grabados dentro del santuario, hem os de se­
ñalar dos particularidades de la Cueva de los Canes dentro del arte
parietal paleolítico cantábrico. La prim era es la exclusividad dentro
de una cueva de la técnica del trazo digital sobre arcilla blanda (7).
Dicha característica es com partida po r la Cueva de los Canes con
La Clotilde y El Quintanal, pero en estas dos cavernas aparecen,
aparte de los trazos inform es, representaciones anim alísticas eje­
cutadas con esta técnica. He aquí la segunda diferencia que separa
a los Canes de las otras cuevas citadas: solam ente encontram os tra ­
zos que no representan ni signos ni form as anim alísticas o antropom órficas, particularidad que, en el Cantábrico, unida a la técnica
del grabado digital, h asta el m om ento sólo se presenta en este ya­
cim iento cabraliego (8). No obstante, nos reafirm am os en la provisionalidad de esta conclusión, pues podría darse el caso de que
del estudio definitivo de los grabados resultara alguna representa­
ción de signos o animales.
Por lo que respecta a la cronología, no la podem os precisar po r el
m om ento. Es evidente que estas manifestaciones artísticas no son m o­
dernas, ya que la arcilla sobre la que fueron trazados los grabados
está absolutam ente endurecida y en muchos lugares cubierta por
concreción estalagm ítica. Nos parece justificable su atribución al
Paleolítico Superior, que es la época en la que está claram ente do­
cum entada esta técnica, tanto en la región cantábrica como en otras
de E uropa Occidental, pero es prem aturo in ten tar afinar m ás y
señalar una etapa cronológica concreta p ara su realización (9).
(7) No nos parece que pierda validez esta afirmación por la existencia de
una raya fina, ejecutada, por lo demás, también sobre arcilla blanda.
(8) En la Cueva de Cudón, en la que sólo se han publicado “m acarrones”,
hay algunas pinturas, según nos ha comunicado Emilio Muñoz.
(9) Tradicionalm ente se asocian los “macarrones” a los m om entos m ás
GRABADOS DIGITALES DE LA CUEVA DE LOS CANES
949
EL YACIMIENTO:
El interés arqueológico de la Cueva de los Canes no proviene
exclusivam ente de sus m anifestaciones artísticas. En la boca de la
cueva hem os hallado en superficie algunos m ateriales con eviden­
cias de haber sido trab ajad o s por el hom bre, así como restos malacológicos indudablem ente traídos a la cueva. Como habíam os di­
cho, tam bién aparecen bastantes huesos, pero al no haber recogido
ninguno trabajad o y al no haberlos hallado en niveles arqueológicos
ni pertenecer ninguno de ellos a especies extinguidas —son princi­
palm ente de cabra— no se puede asegurar su contem poraneidad
con el m aterial lítico prehistórico.
Hemos recogido dos lascas simples de sílex y dos lascas simples
y una de decorticado secundario de cuarcita, así como dos hojas ela­
boradas en este últim o m aterial. Todas las piezas presentan restos
de concreción. En lo que respecta a la fauna malacológica, consiste
en varias conchas del género Patella, todas ellas de pequeño ta­
m año, algún fragm ento de m ejillón (M ytilus edulis) y unos pocos
ejem plares de M onodonta lineata.
Todos los m ateriales proceden de la sala I (boca de la cueva) y
del corredor que sale de ella. El suelo de la boca no presenta se­
ñales de haber sido excavado, por lo que podrían conservarse los
niveles de donde proceden estos testim onios arqueológicos p rácti­
cam ente intactos, lo que explicaría el escaso núm ero en que han
aparecido. No parece, de todas m aneras, que pueda haber en la
Cueva de los Canes niveles de m ucha im portancia o, al menos, muy
potentes, pues la boca de la cueva es lo bastante angosta como p a­
ra no p erm itir una ocupación intensa y la dirección de las paredes
parece indicar que la roca m adre no se halla muy profunda, con
lo que los hipotéticos niveles serían de escaso espesor. De todas
form as, de existir, serían b astante interesantes p o r estar intactos
y p o r la posible, aunque nada probable, relación que se podría es­
tablecer entre ellos y los grabados del interior.
Los m ateriales, po r su escasez e indefinición, perm iten decir muy
poco sobre el carácter y cronología del yacimiento. Las piezas líticas pueden pertenecer a cualquier m om ento de la P rehistoria. Sin
antiguos del arte rupestre. Así B r e u i l (Quatre Cents siècles d ’a rt p a rieta l;
Paris, Editions Max Fourny, 1974; pág. 39) los encuadra en su “ciclo auriñaco-perigordiense”. L e r o i - G o u r h a n , en su Préhistoire de l’a rt occidental, aun­
que no se define con mucha claridad sobre la cuestión, no ve problemas para
atribuirlos a su período II ( L e r o i - G o u r h a n , A.: P réhistoire de l’a rt occiden­
ta l; Paris, Editions d’art Lucien Mazenod, 1971; págs. 138, 144, 249-250, 272).
95Ó
PABLO ARÍAS CABAL Y OTROS
em bargo, las conchas son bastante significativas. En p rim er lugar,
dem uestran relaciones con la costa en un yacim iento que, si bien
a vuelo de pájaro está muy cerca de ella (unos 11 km.), la escarpa­
da S ierra de Cuera hace que el acceso practicable a pié se tenga que
realizar por los valles del Cares y el Deva, po r un cam ino de unos
40 km. no muy fáciles de recorrer, al discu rrir el prim er río que
hem os citado po r el fondo de una garganta b astan te profunda y es­
trecha (10). Por otro lado, la presencia de M onodonta lineata, un
bígaro de aguas tem pladas, en lugar de la Littorina littorea y el
tam año reducido de los ejem plares de Patella, en vez de las grandes
Patella vulgata, variedad Maior, pleistocénicas nos pone m ás en re­
lación con la fauna malacológica de los yacim ientos cantábricos
del Holoceno (a p a rtir del Aziliense) que con la del Paleolítico Su­
perior. Como mucho, estas especies podrían corresponder a un m o­
m ento muy tardío del Magdaleniense. A pesar de que nu estra m ues­
Figura 6
tra es muy exigua y no perm ite conclusiones categóricas, las conchas
de la Cueva de los Canes desentonarían llam ativam ente asociadas
a un conjunto industrial del Paleolítico Superior, m ientras que
serían plenam ente coherentes con uno del Paleolítico Superior muy
(10)
En la Cueva de Llonín, según comunicación personal de M. R. Gon­
zález Morales, también aparecen conchas marinas.
GRABADOS DIGITALES DE LA CUEVA DE LOS CANES
951
tardío, del Epipaleolítico o de algún m om ento aún m ás m oderno.
De todas form as no olvidemos la posibilidad de que las conchas
procedan de los niveles superiores del depósito, bajo los que podría
haber capas m ás antiguas.
A unos 100 m. al este de la Cueva de los Canes y aproxim adam en­
te a su m ism a altura, se abre una gran boca de 5 m. de anchura y
3 de alto, orientada al este. Se conoce la cueva a la que pertenece
como cueva de Arangas. Consiste ésta en una gran sala de unos 20 m.
de longitud por 7 de anchura, continuada al fondo po r una corta
galería de unos 10 m. de longitud.
En esta cueva, cuyo suelo tam poco parece h ab er sido removido,
aparecieron algunas lascas de sílex y cuarcita en un lugar en el
centro de la cueva, ju n to a una gran colum na estalagm ítica, en el
que las goteras habían lim piado la superficie. Ello nos induce a pen­
sar en la posibilidad de que estos m ateriales —nada significativos,
po r o tra p arte— puedan proceder de algún nivel intacto. La cueva
es bastante seca, am plia, perfecta en su orientación y su situación
estratégica es igual de buena que la de la Cueva de los Canes, a la
que supera en facilidades de acceso. D esgraciadam ente, los escasos
m ateriales que poseem os no nos dicen nada en concreto sobre este
posible yacim iento.
Cerca de la desem bocadura del Ribeles, en la vallina inm ediata
a su valle po r el este, existe otro lugar con indicios de ocupación
prehistórica. Se tra ta del abrigo conocido como Cueva de la Jabiana (11), que está situado en la m argen derecha del arroyo denom i­
nado El Vau Rano, a 16 m. de él y unos 5 m. por encim a de su nivel
(12). El abrigo está orientado hacia el norte y lo form an tres peque­
ños entrantes de unos 3 m. de profundidad cada uno (Vid. Fig. 6),
el más oriental de los cuales ha sido aprovechado p ara construir
una cuadra. Al en tran te central desemboca una estrecha galería por
la que se puede avanzar unos tres m etros y por la que hay eviden­
cias de que corre ocasionalm ente una corriente de agua. Precisa­
m ente a la salida de ella .es donde, entre los m ateriales arrastad o s
por el curso de agua, hem os hallado la m ayor p arte de los m ateria­
les (punto E).
..........
n i ) La existencia de depósitos arqueológicos en la Jabiana aparece cita­
da en un trabajo espeleoló^ico CF a v r e , G f p a l d : Recherches .Spéléoloaiqves Jprt
A sturias (Esvogne). Picos de Eurova, 1976-77-78; La Rippe (Suiza), ed. del
putor : pág. 15) a cuyo autor le había comunicado su existencia’ G'^éeono' Gil.
En dicha publicación se le da a esa cueva el erróneo ndmbre de “R sbfana”.'
(12)
Coordenadas: 43° 18’ 18” N. y Io 07’ 00” W ('meridiano de Madrid);
su altitud son unos 200 m. Estos datos proceden de la hoja 56 del Mapa de
España 1:50.000 del I. G. y C., “Carreña-Cabrales”, edición de 1943.
952
PABLO ARIAS CABAL Y OTROS
De los niveles arqueológicos que debió de h ab er en La Jabiana
tan sólo quedan cuatro exiguos testigos cem entados en las paredes
del abrigo. Consisten éstos en, empezando por el este, una brecha
con num erosos huesos, de unos 20 cm. de espesor, situada en un covacho alto, a unos 3 m. del suelo actual, que tal vez haya sido re­
bajado p ara construir la cuadra que ocupa este sector del abrigo.
En el en tran te del centro y a 1,40 m. sobre el suelo (punto B) se
ve otro nivel con huesos de unos 20 cm. de potencia en la p arte su­
perior de un paquete compuesto, po r debajo de él, de niveles de
inundación (recuérdese la cercanía del río). En el punto C del m apa
hay otro testigo con un nivel de sim ilar potencia a la del anterior,
a 1 m. del suelo y tam bién sobre niveles con cantitos pequeños y
arenas arrastrad o s por el río. En su corte, aparte de huesos, se pue­
de ver alguna lasca. En D tenemos un nivel de 20 cm. de potencia,
con huesos, sobre niveles de inundación y a 1 m. del suelo. La im ­
presión que da este yacimiento es que, tras un período en que el
río inundaba ocasionalm ente el abrigo, se pro d u io una ocupación
hum ana, durante la que se depositó ese nivel de 20 cm., que proba­
blem ente sea el mism o en todos los testigos. Todo el paquete de
niveles fue posteriorm ente arrasado, no sabemos si po r una inun­
dación tard ía o por la acción hum ana (al h ab ilitar el abrigo p ara
usos ganaderos), conservándose únicam ente los testigos que hoy
vemos. El nivel, por lo aue de él se conserva, parece b astan te rico
en fauna (no hem os podido identificar especies p o r estar los hue­
sos del corte muy fragm entados), pero escaso en m aterial lítico. Es
posible que el m aterial lítico que hemos hallado en superficie proce­
da de un sector del mismo nivel que hubiera sido depositado en la
galería, el cual h abría sido arrasado po r el agua y sus m ateriales
depositados en el cauce.
Los restos de talla consisten en:
Lascas simples
Lascas de decorticado secundario
H ojas
Núcleos am orfos
Restos de núcleo
Fragm entos am orfos
TOTAL
SILEX
CUARCITA
13
1
—
2
2
2
15
6
3
3
20
—
3
30
GRABADOS DIGITALES DE LA CUEVA DE LOS CANES
953
Muchas piezas están concrecionadas. El sílex que aparece es,
salvo en tres lascas, un sílex negro de muy m ala calidad que se rom ­
pe de una form a m uy irregular.
Los útiles son:
—R aspador en extrem o distal de una lasca de cuarcita; b astan ­
te corto y ligeram ente convexo.
—R aspador en cuarcita: en el extremo distal de una lasca de
cuarcita con algunos retoques finos en su lado derecho; frente de
rasp ad o r muy tosco y mal tallado.
—Buril diedro de ángulo, en sílex blanco.
—Dos denticulados: uno en una lasca de cuarcita y o tro en una
de sílex.
—E scotadura elaborada en un resto de núcleo de sílex.
—Lasca de sílex con algunas astilladuras y retoque directo li­
geram ente invasor en uno de sus lados.
—Lasca de sílex con cinco retoques planos invasores inversos
contiguos, rigurosam ente paralelos y ligeram ente oblicuos con res­
pecto al eje de la lasca.
El escaso núm ero de estos m ateriales nos im pide hacernos una
idea m uy precisa acerca de las características del nivel del que pro­
ceden. De los restos de talla, lo único que se puede destacar es el
equilibrio entre el núm ero de piezas en sílex y en cuarcita, algo
desnivelado en favor de esta últim a, m ateria en la que las piezas
son m ayores. Por el contrario, de ocho útiles, cinco son de sílex.
Ambos hechos (predom inio de la cuarcita entre los restos de talla
y el sílex entre los útiles) son b astante frecuentes en los yacim ien­
tos de A sturias, región con escasez de sílex de buena calidad.
Los útiles son dem asiado escasos como p ara que se pueda rea­
lizar ningún estudio estadístico sobre ellos. Además, su validez se­
ría muy discutible tratándose de un conjunto de piezas recogidas
en superficie, como es este caso. El yacim iento de la Jabiana po­
dría corresponder a cualquier m om ento del Paleolítico Superior,
aunque no se puede d escartar su atribución a un m om ento m ás
tardío.
el contexto:
Hemos destacado la im portancia estratégica de los tres posibles
vacim ientos del valle del Ribeles y sus inm ediaciones p o r dom inar
la com unicación m ás occidental entre el rellano de Alies y el valle
del Cares (Vid. Fig. 1). Nos hallam os ante una confirm ación de la
954
PABLO ARIAS CABAL Y OTROS
situación típica —y única hasta el m om ento— de los yacim ientos
paleolíticos de la región de Peñam ellera Alta: los extrem os de los
pequeños valles transversales que unen la alta zona soleada que,
pasando por Alies, va a Arangas a Llonín, con el Cares. La prim e­
ra zona es un área elevada (250-300 m.), pero no muy pendiente,
pues form a un rellano relativam ente amplio y soleado (lo que ha
contribuido a que en él se sitúe la m ayor p arte de los pueblos del
concejo). Su im portancia prehistórica parece derivar tanto de las
ventajosas condiciones que ofrece para la ocupación hum ana y ani­
mal como de su cercanía a las zonas rocosas de Cuera, con lo que
ello supone de variedad de recursos cinegéticos, m uy im portantes
en ese m om ento. La segunda es un valle muy estrecho y escarpado
que constituye la única comunicación, por el interior, de la cuenca
del Deva con la del Sella (13) —dos zonas de gran im portancia en
época prehistórica—, cuyo control sería fundam ental p ara pobla­
ciones que dependían en gran medida de los m ovim ientos de los
grupos anim ales, que tendrían que realizarse po r esta vía.
Con el hallazgo de testim onios de ocupación supuestam ente pa­
leolítica en el valle del Ribeles, no queda ninguna com unicación
de im portancia entre las dos zonas m encionadas en la que no haya
yacim iento de este período: el valle del Ribeles está controlado en
su p arte alta po r las cuevas de Arangas y los Canes y en su unión
con el Cares por la Jabiana; la salida del siguiente valle, que va de
Rozagás a Trescares, es dom inada por Traúno; lo mism o que ocu­
rre en el caso de Coímbre con respecto al valle de Alies. Por ú lti­
mo, entre las cabeceras de los dos valles más orientales se sitúa la
cueva de Llonín (14). Es im portante subrayar que tan to Llonín co(13) La altura del fondo del valle en este sector va de los 140 m. en Are­
nas a los 50 m. en la desembocadura del río de Llonín.
(14) Sobre la Cueva de Llonín, aparte de noticias de la prensa diaria de
la época en que fue descubierta,, las publicaciones existentes son la de Magín
Berenguer: El arte parietal prehistórico de la Cueva de Llonín; Oviedo, IDEACaja de Ahorros de Asturias, 1979, la de J. M. Góm ez-Tabanera: “El arte prehis­
tórico de la cueva de Llonín (Peñamellera Alta. Alies) y la lógica de la cone­
xión de los símbolos de la Prehistoria y Etnografía astures” ; BIDEA, 96-97
(1979), págs. 421-444 y la de Juan M.a Apellániz: “El método de la determinación
de autor en el Cantábrico. Los grabados de Llonín” ; A ltam ira S ym posium ;
Madrid. Subdirección General de Arqueología, 1980; págs. 73-84. ' ................
Acerca de Coímbre existen dos artículos de J. Alfonso Moure Romanillo y
Gregorio Gil. Alvarez (“La Cueva de Cnimbrp en P e ñ a m e lle r a A lfa (A stil-
L A M IN A 1.
A.
Grabados del techo (núm. 7)
B.
Grabados número 5.
GRABADOS DIGITALES DE LA CUEVA DE LOS CANES
955
mo Traúno y Coímbre, adem ás de yacimiento, poseen m anifestacio­
nes artísticas, lo que supone un porcentaje de yacim ientos con arte
elevadísim o en un área muy reducida.
V ista la unidad del conjunto de yacim ientos de Peñam ellera
Alta y extrem idad oriental de Cabrales, no podem os d ejar de seña­
lar su cercanía v facilidad de comunicación con los alrededores de
Panes, zona en la que se conocen varios yacim ientos paleolíticos
desde principios de siglo. Desgraciadamente, excepción hecha de
los grabados de La Loia, no han sido bien estudiados.
Creemos que, con los nuevos yacimientos de Cabrales, se sigue
revalorizando el papel de la depresión prelitoral del oriente astu ­
riano durante el Paleolítico Superior —Epipaleolítico. H asta hace
unos diez años apenas se tenía noticia allí de restos de dicha época
(sin duda por falta de prospección), en contraste con la enorm e ri­
queza del litoral. Hov en día se conocen varios im portantes testi­
m onios de la ocupación de ese período en este largo corredor, p a­
ralelo a la costa, eme co^s+ituve una interesante área secundaria
relacionable con el litoral del Oriente de Asturias, cuyos principa­
les yacim ientos se sitúan, no lo olvidemos, en Posada. E sta pobla­
ción se ubica precisam ente en la desem bocadura del río que des­
agua el único valle oue com unica la costa con la depresión prelito­
ral, el Bedón (excepción hecha naturalm ente de los dos de los ex­
trem os, los del Sella v el Deva). Indudablem en+e esto ha influido en
la localización en las inm ediaciones de Posada de yacim ientos como
Cueto de la Mina, La Riera, Trescalabres, Arnero, Bricia, etc.
Prueba de la relevancia de esta depresión durante el Paleolítico
S uperior y Epipaleolítico son los yacim ientos de Peñam ellera Alta
va citados —Traúno, Coímbre y Llonín— y, en el otro extrem o del
corredor, las cuevas de Los Azules y El Buxu, aparte de estos nue­
vos yacim ientos de Cabrales y algunos más que hem os reconocido
en ese m ism o concejo y en el de Onís en el curso de los trab ajo s
de prospección que estam os realizando en el área. Como se ve,
paulatinam ente se va cubriendo la extensa zona sin yacim ientos pa­
leolíticos o epipaleolíticos que parecía haber entre Peñam ellera y
Cangas de Onís.
CONSIDERACIONES FINA LES:
P ara term inar, querem os, una vez más. destacar el interés de los
grabados de la Cueva de los Canes por la gran extensión del con­
junto y por su originalidad, que lo convierten en el único caso co­
956
PABLO ARIAS CABAL Y OTROS
nocido en el Cantábrico de cueva con arte que cuenta exclusivamen­
te con grabados digitales no interpretables como signos o rep re­
sentaciones anim alísticas o antropom órficas.
Su interés aum enta al no tratarse de una m anifestación aislada,
pues se integra, en prim er lugar, en una cueva con yacim iento; en
segundo, en un pequeño valle de unos cuatro kilóm etros de longi­
tud en el cual (o muy cerca de él) se sitúan tres testim onios de pro­
bable ocupación paleolítica o epipaleolítica; y, p o r últim o, en un
área m uy reducida y muy caracterizada, la del valle del Cares a su
paso por la zona de Peñam ellera Alta, en la que existen al m enos
otros 3 yacim ientos paleolíticos, los cuales poseen, adem ás, m anifesta­
ciones artísticas. Desde esta perspectiva, creemos que la Cueva de
lo Canes puede avudar notablem ente al conocim iento de esta zona
geográfica tan diferenciada durante la Prehistoria.
Evidentem ente, p ara que esta cueva pueda proporcionarnos tal
inform ación, es absolutam ente necesario que se conserven estos
docum entos (grabados y yacimiento), cuya seguridad ahora es nu­
la. Confiamos en que esta nota traiga como p rim er fruto la protec­
ción adecuada de la Cueva de los Canes.
Esperam os, como decíamos al principio, term in ar el estudio de­
tallado de los grabados en el mínimo tiem po que su com plejidad y
gran núm ero nos lo perm itan.
Oviedo, enero 1982
LIBROS
Discurso pronunciado po r D. Jesús-Evaristo
Casariego en el acto de presentación del libro
«Datos y docum entos para una historia m inera e
industrial de A sturias», de D. Luis Adaro y RuizFalcó, que tuvo lugar en el local del Colegio de
Ingenieros de Minas, en Oviedo, el 12 de enero
de 1982.
Señoras y Señores: Ante todo debo d ar las gracias a los dos
distinguidos Luises de la actual m inería asturiana, D. Luis Saenz
de S anta M aría, Presidente de este Colegio de Ingenieros y D. Luis
Adaro y Ruiz-Falcó, au to r del libro que hoy se presenta, p o r h ab er­
se acordado de mí p ara intervenir en este acto, cuanto tantos otros
pudieron haberlo hecho con m ayor autoridad facultativa que la
mía.
U nicam ente un punto podría, sino justificar, sí explicar mi p re­
sencia hoy en esta tribuna: el ser yo histo riad o r profesional y
tra ta rse de un libro que tiene por tem a una de las parcelas m ás
interesantes e im portantes de la historia de Asturias: la historia
particu lar o privativa de la industria m inera carbonera, con todo
lo que ella representó y creó en su torno en nu estra tierra. En efec­
to, la m inería representó uno de los elementos m ás influyentes en
toda la m ilenaria histo ria asturiana, y es curioso que haya sido la
m inería del oro en el siglo I, el principal agente de n u estra rom a­
nización, que nos llevó de la P rotohistoria a la H istoria; y la m ine­
ría del carbón, a p a rtir del siglo XVTIT, la que nos tra jo la civili­
zación del industrialism o. Al igual aue vuestra carrera, la H istoria
de Asturias es también, en buena parte, una H istoria «de minas».
— 958 —
Decir esto no es ahora un halago para vosotros, p ara un pú­
blico en su m ayoría de ingenieros de m inas o de personadas rela­
cionadas con la m inería, ni tampoco un elogio p ara el libro cuya fe­
liz salida nos reúne hoy aquí. Es sólo m anifestar un convencimien­
to total y viejo en mí. Prueba de ello es que hace 32 años yo publi­
qué el prim er libro de historiografía m oderna astu rian a sobre ese
tem a m inero, titulado «El Marqués de Sargadelos o los com ienzos
del industrialism o capitalista en España». E sta obra m ía ha sido
varias veces editada, y D. Luis Adaro me honra citándola repetida­
m ente en este superior libro suyo que estam os estrenando.
Pues bien, como historiador profesional, más o m enos especia­
lizado en esta faceta de la H istoria asturiana, yo me atrevo a sentar
la siguiente afirm ación: el libro «Datos y docum entos paar una
H istoria minera e industrial de Asturias», de D. Luis Adaro y RuizFalcó, es una de las obras de aportación histórica m ás valiosas
que h asta ahora se han publicado sobre Asturias. Un libro, adem ás,
de un doble valor, puesto que en él inciden las dos grandes ram as
generales de la ciencia. Como libro que estudia la m inería corres­
ponde a las ciencias de la naturaleza y como libro que explora el
pasado a las ciencias del espíritu. Es, pues, un libro total e íntegra­
m ente científico y hum ano, como lo es el hom bre, persona o indivi­
duo, y el hom bre colectivo, histórico y hum anidad, que consta de
dos naturalezas, la espiritual de su alma e intelecto y la físico-quí­
mica de su soporte corpóreo con su economía orgánica.
Podría decirse que D. Luis Adaro y Ruiz-Falcó es ingeniero mi­
nero de profesión e h istoriador de afición. De su autoridad como
ingeniero, de su capacidad científico-técnica, no hay que hab lar
aquí, porque todos vosotros la conocéis m ucho m ejor y con m ucha
m ejor base que yo, y, además, es bien notoria en toda España y aún
fuera de ella.
De su autoridad como historiador, sí debo decir algo. D. Luis
se aficionó a la H istoria hace muchos años. Ya sabéis que la acep­
ción prim era y m ás estricta de la palabra afición es afecto, affectio,
en latín, esto es, inclinación casi irresistible, pasión, am or hacia
algo. Por eso m uchas veces en nuestra literatu ra clásica, al m ani­
festar que un joven se enam oraba de una m uchacha o viceversa, se
solía decir aue se aficionaba a él o a ella.
Pues así ha sido la afición o am or de D. Luis a la H istoria, que
es una ciencia en principio aiena a su carrera. D. Luis se enam oró
de la His+oria, se entregó a ella con pasión, y, como ocurre con to­
das las aficiones o am ores lícitos y honestos, term inó en m atrim o ­
nio. N uestro D. Luis se casó con la Historia, la hizo su esposa le­
— 959 —
gítim a y con ella tuvo varios hijos inteligentes, sanos y herm osos
que son sus varios y valiosos libros. Oíd los nom bres de esa prole
ejem plar: «Resúm en histórico de las comunicaciones en Asturias»,
nacido en 1963; «175 años de la siderometalurgia asturiana», en
1968; «N oticias y com entarios sobre asuntos y realizaciones astu­
rianas», en 1969; «De la antigua minería asturiana» (que es un ca­
tálogo de im presionante erudición sobre la bibliografía históricom inera), en 1973; «R esúm en de las comunicaciones sociales y el
periodism o en el mundo», en 1973; «H istoria de las Ferias de M ues­
tras en Asturias», en 1974; «El puerto de Gijón y otros puertos as­
turianos» (éste fué un notable p arto de dos robustos mellizos, es
decir, de dos grandes tom os), en 1976 y 1979, y otros m ás que no
enum ero, porque con éstos ya se da cum plida m uestra de la fecun­
didad de este ejem plar m atrim onio del ingeniero con la H istoria.
Debo decir que todos esos hijos le nacieron en Gijón; son pues
tam bién asturianos legítimos como su padre y su abuelo.
Hoy, sencillam ente, estam os asistiendo a la venida al m undo,
podría decirse al público bautizo, del postrero de ellos. Como los
antiguos Reyes, D. Luis nos presenta ahora a su últim o hijo recién
nacido, un hijo expléndido, en una suntuosa canastilla, que es esta
edición adornada de tan interesantes grabados a todo color y rea­
lizada con cuidada m ano de obra y m ateriales de prim era calidad.
D. Luis es, po r tanto, un auténtico, un verdadero historiador,
que sabe buscar e in terp reta r con todo éxito las fuentes docum en­
tales y los hechos históricos.
De este caso del hom bre de carrera perteneciente a las ciencias
de la naturaleza que se convierte en un gran historiador, hay p re­
cedentes muy ilustres y muy notables. Al gremio ingenieril pertene­
cía, por poner un ejem plo, D. Eduardo Saavedra, arab ista erudito
y uno de los m ás conocidos y originales historiadores de la invasión
islám ica del siglo V III, y, como consecuencia, del nacim iento de
la M onarquía asturiana. Ingeniero era tam bién el insigne D. Luis
Adaro Magro, abuelo de nuestro D. Luis de hoy, cuya gran obra
«Criaderos de hierro de Asturias», contiene páginas históricas fun­
dam entales. Tiene aquí cabida, pues, un viejo refrán: «De casta le
viene al galgo el ser buen corredor».
El prólogo del libro que ahora se presenta, enum era las fuentes
que el au to r utilizó p ara su redacción; y a lo largo de todos los ca­
pítulos las va am pj liando con una bibliografía y unos acopios do­
cum entales verdaderam ente abrum adores. No hay un hecho h istó ­
rico en todo el libro que no tenga el aval de un docum ento fidedig­
no o de una cita autorizada. La honradez científica del au to r está
— 960 —
bien visible en todas las páginas. Nada queda en el aire balanceán­
dose entre la fantasía, la hipótesis o la duda. Se recogen los suce­
sos m ateriales que ocurrieron y el pensam iento sobre los m ism os
de los hom bres que los crearon y vivieron.
Por ello, leer este adm irable libro es como realizar un fascinante
viaje en el tiem po. Es como ir, llegar y sum ergirnos en la Asturias
de finales del siglo XVIII, y «ver» y «oir» lo que pasaba y lo que
se decía en torno a un hecho nuevo en el que algunos ponían gran­
des esperanzas: el hecho de furar la tierra y sacar de ella grandes
cantidades de unas piedras negras que ardían muy bien, p o r las que
se pagaban altos precios y para cuyo acarreo se movilizavan miles
de bestias, centenares de carros y docenas de buques, y tam bién
como se canalizaba un río y surgía, en el padre Nalón, sobre los
palacios de cristal y las xanas y las ayalgas en la m ism a rom ancea­
da «flor del agua», un medio de transporte hasta entonces no p rac­
ticado en aquella escala: el de los trenes fluviales de chalanas, tra s­
plantadas a Asturias desde el rem oto Danubio y el dejano Ródano.
A ese m undo del carbón asturiano prim itivo nos lleva con toda
seguridad el adm irable libro de D. Luis Adaro y Ruiz-Falcó. Y nos
lleva no sólo po r los caminos del docum ento escrito que cuenta o
n arra con palabras, sino tam bién por la o tra y tan lum inosa vía
de la imagen. Por eso puede decirse que en él «oímos» y «vemos»
como nacía la in dustria de la m inería carbonera asturiana, que al
correr de los años sería una de las principales riquezas y uno de los
aspectos m ás característicos del vivir de esta región, Reino o P rin­
cipado, cabeza de España.
D. Luis Adaro sabe y practica en este libro, una norm a de buen
historiador. Una norm a lógica y fácil de com prender, pero muy
difícil, po r no decir imposible, de practicar. La de que el histo ria­
dor prescinda de su época propia y viva y traslade su m ente a la
época que va a historiar. Esta es la única m anera científica para
«ver» y «entender» el pasado. Si, por el contrario, juzgam os los he­
chos del pretérito con la m entalidad de n uestra época, no podre­
mos entenderlos ni m ucho menos interpretarlos, describirlos y juz­
garlos correctam ente. Para conocer y hacer crítica de los hechos
del siglo X V III, tenemos que trasladarnos m entalm ente al siglo
X V III, vivir su am biente espiritual, intelectual y h asta en lo posi­
ble sus form as m ateriales. Si no lo hacemos, si pretendem os espe­
cular con los hom bres y los sucesos del siglo X V III usando los m ó­
dulos de n uestra m entalidad y hábitos de hom bres de finales del
siglo XX, jam ás podrem os com prender, y menos aún juzgar con
exactitud y justicia, los acontecim ientos del siglo X V III.
— 961 —
Pero este traslado a otras épocas es dificilísimo de realizar, im­
posible de realizar totalm ente. Y de allí que toda la histo ria escrita
del pasado m ás o m enos lejano, tenga siem pre algo de la n u estra
propia, del m undo m ental y físico que el h isto riad o r está viviendo
día a día. Por eso Croce pudo decir, con razón, que toda histo ria
del p retérito tiene siem pre algo de historia contem poránea. Este
algo ya queda dicho que es inevitable, pero el buen histo riad o r se
esfuerza en p ro cu rar que sea un algo lo más reducido posible.
Uno de los m uchos m éritos y valores de este libro, es que
D. Luis ha llegado a captar, a conocer, a vivir, la vida y am biente
de la A sturias de finales del siglo X VIII. Por eso yo me lo im agino
a veces vestido de casaca y som brero de tres picos, con cuello de
ch o rrera y alba peluca, a caballo, seguido de un espolique, reco­
rriendo los valles de Langreo y las orillas del Nalón, o en una am a­
ble tertu lia gijonesa, en torno al dorado brasero de copa, m ientras
ofrece su caja de rapé y asiente las razones que acababa de expo­
ner el gran Jovellanos sobre la canalización del río o el forno de
coque que van a con stru ir los ingenieros de la Real Armada al lado
de Sama. Aún hoy, con su presencia de n atu ral elegancia, su voz
educada y convincente, su am or a las em presas útiles, su siem pre
despierta curiosidad intelectual y sus búsquedas eruditas, tiene
nuestro D. Luis m ucho de un caballero distinguido del siglo X V III,
de un procer de la Ilustración asturiana que pudo h ab er sido cate­
drático del Real In stitu to p ara explicar allí la naturaleza y extrac­
ción de los fósiles.
Con toda franqueza os digo que me sería muy difícil im aginar­
me a D. Luis como un personaje de la corte rústica del Rey Fruela,
allá por los años del setecientos sin mil, cabalgando con dura y san­
grienta m ano p ara dom eñar una rebelión de vascones o gallegos; pero,
¡qué fácil resu lta im aginárnoslo en los años del mil setecientos, a
la luz de un velón, escribiendo con plum a de cisne un inform e sa­
bio al Consejo de Castilla sobre la felicidad que traería a los pue­
blos el beneficio del carbón de piedra, cuyas m uestras había reco­
gido días antes en unas vaguadas de Carbayín o de S o tro n d io !.
O explicando experim entalm ente en la tertulia de Jovellanos, el va­
lor de los carbones por el estado y cantidad de sus cenizas.
Ya os he dicho que el libro de D. Luis, como auténtico libro de
H istoria, es un libro profundam ente hum ano. Y por eso, a veces,
entre sus páginas, densas de hechos y docum entos, florece el rosal
de las anécdotas hum anísim as, en ocasiones con sentido muy di­
recto y literario del hum or, como cuando habla de aquellos capa­
-% 2 —
taces «hombres fuertes y casi feroces» que trajero n del Arsenal del
F errol p ara m anejar a los broncos chalaneros asturianos, y como
éstos term inaron conquistando a sus presuntos dom adores con
unos cuencos de dorada sidra y un buen platu de fabes aderezadas
con rico tocín de gochu y suculenta morciella.
Uno de los frutos más interesantes de la fecunda investigación
de D. Luis, son los grabados, especialm ente los planos de la canali­
zación del Nalón y el dibujo del horno de coquizar de Langreo, el
prim ero que se construyó en España. H aber recuperado y estudiado
m agistralm ente esos docum entos que todos dábam os po r perdidos,
pero que no se escaparon al ojo inquisidor de D. Luis, ju stifica po r
sí solo la obra de un historiador.
Tiene tam bién este libro aspectos muy im portantes p ara la his­
to ria social, laboral y económica de Asturias, contenidas especial­
m ente en su capítulo XI, que a mí me honra especialm ente po r las
citas que se hacen de mis investigaciones publicadas sobre los co­
mienzos del m oderno industrialism o español.
No olvida D. Luis, entre estos aspectos hum anos, a las prim eras
víctim as de la explotación carbonera: dos picadores que m urieron
en accidente de accidente de trabajo. Yo tam bién los había recor­
dado en m i libro. Perm itidm e que reproduzca aquel párrafo:
«E n 1789 m urieron dos hom bres en la m ina del Coplu, no
se explica si por grisú o derrum bam iento. N o im porta eL
detalle, h so s aos hombres, cuya filiación no se consigna en
los papeles, fueron tal vez las prim eras víctim as, los prim e­
ros caídos en la gran batalla que comenzaba por la civiliza­
ción técnica. Mucnas, m uchísim as veces después, los hom bres
habían de caer con los m iem bros rotos o los pulm ones re­
ventados. La mina, como la mar, es pródiga en dar riquezas,
pero a veces exige implacablemente su tributo de viaas hu­
manas. Asturias, país de navegantes y m ineros, sabe m uy
bien de estas historias trágicas. Exaltem os aquí, como sím ­
bolos, a esos picadores de la mina del Coplu, m odestos hé­
roes sin nom bre de un nuevo martirologio de la Asturias m o­
derna. Que Dios les haya acogido en su seno».
Como acabáis de ver, cuando yo escribí esto en 1949, ignoraba
que clase de accidente había producido la m uerte de esos dos in­
fortunados m ineros. Pues bien, D. Luis Adaro, con sus investiga­
ciones exaustivas lo ha averiguado y nos lo dice en este libro: el
accidente fué un derrum bam iento por inundación. Así hila de del­
— 963 —
gado nuestro D. Luis. Por tanto, de ahora en adelante ,cuando se
quiera llegar a conocer algo, algo difícil de averiguar, sobre la his­
toria m inera o in dustrial de Asturias, habrá que decir, m odificando
una vieja frase proverbial: «Averigüelo Adaro».
Acerca de las posibilidades sobre lo que iba a significar el car­
bón, hay dos opiniones de finales del siglo X V III que creo intere­
sante tra e r aquí, dadas po r dos hom bres de talento em inente:
D. G aspar Jovellanos y D. Antonio Ibáñez, el de Sargadelos, am bos
asturianos muy am antes de su tierra, pero entonces enfrentados
por rivalidades locales. Son, en cierto modo, contrapuestas. En Jo­
vellanos, hom bre im presionable que no ocultaba su vena poética
bajo sus argum entos de econom ista, todo es optim ism o, a veces
excesivo. Por ejem plo: el hecho de que dos buques de los recién
nacidos E stados Unidos de N orteam érica hayan cargado en Gijón
carbón asturiano, le entusiasm ó y se goza al señalarlo como un
augurio de que p ro n to bajeles de todas las naciones vendrán a su
am adísim o Gijón a buscar el carbón asturiano, que será el m ejor
y m ás b arato del m undo.
En cam bio, Ibáñez, econom ista práctico, hom bre de em presa,
desciende a la realidad y razona las posibilidades de nuestro fósil
negro. Oíd este p árrafo suyo, que creo in teresará a los ingenieros
de unos casi dos siglos después. Figura en una carta de Ibáñez al
ingeniero D. Fernando Casado, el de la canalización del Nalón, en
1791, y dice:
«Las m uestras que me ha enviado el ingeniero Tavern han
dado m uy diferentes resultados, pues las emanaciones de ca­
lor y duración útil en hornos, son m uy distintas, y de la m ez­
cla resultan daños por desperdicios. Es m uy necesario que
los facultativos califiquen bien el fósil antes de sacarlo al
mercado, com o hacen los ingleses y alemanes, pues quien
com pra quiere saber lo que paga y el rendim iento que de su
adquisición puede esperar; y si le decepciona, no insiste. Es
de todo pu n to m uy preciso escoger y preparar bien las pie­
dras antes de su envío, m áxim e si se va a la lucha por los m er­
cados con los antiguos y acreditados carbones de Newcastle
y la Escocia, que son caros, pero m uy seguros por su gran
producción y regularidad de calor. Tam bién en esto debe­
m os tom ar exemplo de nuestros enemigos y com petidores».
— 964 —
Conocidísima es la grande obra de Jovellanos con su Real Ins­
tituto p ara crear «buenos m ineros y buenos pilotos», y célebre es,
en la H istoria de la cultura española, su discurso sobre la im por­
tancia de las ciencias naturales, pronunciado en 1794, en la inaugu­
ración de aquel Instituto, que, por cierto, fué el prim er centro
m oderno de enseñanza técnica que hubo en España.
Pero, en cam bio, la posición ante esto de Ibáñez, constituye un
tem a prácticam ente inédito. Ibáñez, como com plem ento indispen­
sable para una racional explotación de la m inería y la siderurgia,
pedía la creación de cátedras y laboratorios de física y quím ica en
las Universidades de Oviedo y Compostela, y se ofrecía a co n trib u ir
a su sostenim iento. Es interesante lo que sobre esto dice a la Real
Sociedad Económ ica Asturiana, incluso su definición de la física
y de la quím ica, en carta de 1791, tres años antes del discurso de
Jovellanos en la inauguración del Real Instituto:
«La física y la chímica son auxiliares que la razón dem an­
da para el conocimiento de las materias de la naturaleza que
allí depositó el Creador para beneficio de los hom bres. Por
la prim era conocemos las form as corporales y su com porta­
m iento en el espacio que ocupan; por las segundas, su com ­
posición y como podem os descomponerlas y saber así, por
ambas, el interés que nos ofrecen y las posibilidades de al­
canzarlo. Son la física y la chímica agentes poderosos para
fabricantes y su conocimiento debe inculcarse a los jóvenes
del día facilitándoles maestros e instrum entos; a nada más
noble, después de alabar a su Creador, pueden los jóvenes de
hoy dedicar su atención que a este sublim e conocim iento de
la naturaleza en el que el discurso hum ano guiado por Dios
puede alcanzarlo todo, desde la inm ensa m ontaña llena de
minerales útiles, hasta la gota de líquido que puede encerrar
el m ortal veneno».
Pero lam entablem ente, Ibáñez y Jovellanos estaban entonces
enfrentados a causa de que el prim ero ponía em peño en fom entar
el puerto de Ribadeo, en tanto que el segundo hacía del engrande­
cim iento del de Gijón uno de los anhelos más fuertes de su vida.
E sta rivalidad im pidió que los dos grandes personajes de la Ilus­
tración A sturiana se pusieran de acuerdo p ara u n ir sus esfuerzos.
De esa rivalidad, que contem plada a los casi dos siglos, nos pa­
rece im procedente y por motivo minúsculo, hay varios testim onios
salidos de la plum a de ambos en m om entos de intim idad. Por ejem ­
plo, Jovellanos en una nota de sus «Diarios» correspondiente al
viernes, 20 de enero de 1797, escribe:
— 965 —
«Leo las cuatro representaciones de Ribadeo, obra del fa ­
m oso Ibáñez. ¡Qué m iserables! Nos tratan mal, y acaso será
preciso decir algo».
Por su parte, Ibáñez en una carta dirigida al ingeniero Casado,
au to r de la canalización del Nalón, decía:
«Bien sabem os cómo es el fam oso don Gaspar, que todo
lo quiere para Gijón y con ello encarece los acarreos del car­
bón de piedra que saliendo por el río resultaría de mayor
com odidad y baratura».
Es curioso que estos dos insignes personajes, al mism o tiem po
que se censuran, se califiquen m utuam ente de «famosos», tal vez
con una ironía bien inocente.
El libro que hoy e presenta, con sus cerca de mil páginas tam a­
ño folio, constituye una verdadera enciclopedia histórica del naci­
m iento de la m inería carbonera en Asturias, desde las técnicas en­
tonces en uso p ara la extracción, m anipulación y tran sp o rte del car­
bón de piedra, h asta ios aspectos económicos, jurídicos y sociales
que rodean a ese hecho o fueron creados precisam ente por él. Y es­
to, referido al p rim er tomo, que es el hasta ahora publicado. Cuan­
do aparezca el segundo, que el autor tiene ya en el telar, esta obra
será la verdadera «Opera magna» de la h istoria de nu estra m inería,
cuyo interés, rebasando el ám bito asturiano y español, será univer­
sal. La obra de D. Luis ocupará un espacio predilecto en todas las
buenas bibliotecas técnicas y será consultada con provecho por los
estudiosos.
Mucho más podría decirse en torno a este libro singular y mag­
nífico; su lectura sugiere un m undo de ocurrencias y com entarios
para h ab lar horas y horas, días y días. Por eso, lo m ás práctico y
útil que puede decirse en la presentación de él, es recom endar a
todos su lectura, y a las entidades culturales que se apresuren a
ponerlo en sus bibliotecas al alcance de sus lectores, que de seguro
no han de faltarle en gran núm ero, pues, adem ás de todos los valo­
res que contiene, es un libro digamos visual, ante el que cualquiera
siente la atracción de hojearlo y ojearlo, con hache y sin ella, esto
es de m over sus hojas, sus páginas, y posar en ellas los ojos anim a­
dos por la curiosidad que despierta su ola preencia.
— 966 —
Pero he de poner fin a mis palabras. Y váis a perm itirm e que
lo haga, rindiendo un hom enaje al autor y a la obra, con algo que
no es frecuente en estos tiempos, pero que sí lo era m ucho en la
época a que se refiere el gran protagonista de esta velada, que es
libro de D. Luis: con versos, con un rom ancillo de mis años juve­
niles que titulé «Giráldilla de los mozos que iban a la mina cuando
em pezaba», y que se refieren al aranque de la gran in dustria mine­
ra, sobrepasada ya victoriosam ente la etapa que nos describe el li­
bro de D. Luis:
(Por caleyes de robles
iban los mozos,
en la mano la vara,
la zamarra en el hom bro).
— En Mieres del Camino
no se ven flores,
en vez de arar los campos
furan los m ontes.
Y
allá en Langreo,
el Nalón, sin salmones,
baja m uy negro.
—Moza, m i moza,
los azadones
cuando dan en la mina
sacan doblones.
Guarda en el arca
la m ontera picona,
que voy a Sama.
\Viva L angreol,
ya no quiero las tierras
ni el pastoreo.
Trae la boina,
ya no soy aldeano,
voy a la mina.
La m ina era abismo,
misterio, tinieblas.
Su cielo era bajo,
con nubes de vetas
y, en vez de luceros,
lucían candelas.
No tenían mares,
ni sol, ni riberas,
ni mirlos, ni frutos,
ni flores, ni abejas,
ni niños, ni mozas,
ni danzas, ni fiesta s;
tan sólo tenía
su negra riqueza,
su riqueza dura,
su liqueza inm ensa...
y un Moloch im pávido
de grisú y de piedra.
— Entrase al infierno
bajando a esas cuevas.
— ¿Y Dios no está acaso
en la honda tierra?
— La mina es m uy triste.
La m ina tenía
la boca m uy negra,
con labios de pinos
y vías por lengua,
y carros de fierro
sa lía n p o r ella.
— La m ina es m uy buena.
— La m ina es m uy rica.
_ — Pero trae miserias.
— 967 —
— La m ina daranos
una vida nueva.
— Y tam bién la m uerte
aue al vivo soterra.
\Maldita la mina\
— ¡Bienvenida sea]
¿No oyes? Ya viene
la locomotora
por el valle verde.
Oye cóm o silba,
oye cóm o fierve.
— \Malparió la vaca
con los estam pidos
que la peña argaya\
— Mira cóm o el valle
se cubre de pueblos,
v hav vino y posada,
y hay hogares nuevos.
— \El valle era verde,
el río de plata,
las m ozas desnudas
en él sp bañaban!
H oy lavan carbones,
cadenas y máquinas.
— El carbón es bueno,
da vida y pujanza.
Con el tren nos viene
fortuna y andanza.
— El tren echa chispas
y afum a manzanas
y quem a pajares...
— Si a la m ina bajas
ya verás m uy pronto
que si el río es plata,
plata es el jornal
que abajo se gana,
y esa plata es nuestra,
no la lleva el agua.
—Prefiero, en la cumbre,
comet la cuayada,
m ontear al oso,
ver la m i zagala.
— Escucha la copla
que ahora se canta:
«Los m ineros de Langreo
todos llevamos boina,
con un letrero que dice:
todo sale de la mina».
—No, que me quedo,
con m i yunta y m i arado
mirando al cielo.
\Y x u x ú ...\, mozo,
yo sólo canto
junto al roble y la fuente
mirando al alto.
— Oye una copla
ave cantan los m ineros
al dar la hora:
«Los que bajan a la mina
soben ganar el dinero
para com prar a las mozas
peinetas para el su pelo».
Venga fortuna
oue si tú cutieres, moza,
te doy la luna.
— No tenéis luna,
que ¡a m ina es m uy triste
y m uy escura.
Luna lunera
ya no puedes m irarte
en el agua negra.
Ya no hay quien cante
por las cuencas m ineras
este romance:
— 968 —
«La luna de Sobrescobio
se va a bañar a la fuente,
se m ofa en el agua clara,
se tiende en la rama verde».
¡Ay, m i rapaza,
cuánto te q u iero l,
que cuando estás conmigo
m e voy al cielo.
— Pues la m i moza, diztne:
Yo te prefiero.
¡Viva la triina,
viva el minero,
porque abajo en la mina
está el m i cielol
(La m ina es abismo de negro carbón,
pero igual que en las cum bres más claras,
igual que en el río, la mar y la flor,
en las hondas negruras mineras,
¡también late el pulso perenne de D iosl)
Y
nada más, señores. Mi felicitación a D. Luis Adaro y m uchas
gracias a todos po r vuestra atención.
FRANCISCO DE CASO: La Construcción de
la catedral de Oviedo ¡(1293-1587).—U niversidad
de Oviedo.—D epartam ento de H istoria Medieval.-1981.—516 Págs. 70 grabados.
Este libro es la tesis doctoral del señor Caso, leída op o rtu n a­
m ente y tam bién oportunam ente prem iada con el máximo galar­
dón. Ciertam ente, pocas veces se ha encontrado uno con libro de
la categoría científica del que reseñam os y que conceptuam os, sin
el m enor asom o de duda como el que se ha escrito con m ayor dig­
nidad, docum entación y esm ero sobre la catedral ovetense, tem a
que ha sido estudiado con frecuencia, pero con cierta vaguedad y
sin ap o rta r nada nuevo, pues los autores se iban copiando sucesi­
vam ente y lo m ism o daba leer uno que otro libro: el resultado era
idéntico, es decir, un conocim iento superficial y «turístico» de la
joya arquitectónica de nuestro prim er templo.
Este libro del señor Caso se ha hecho con base casi exclusiva­
m ente en la docum entación del Archivo catedralicio y de ahí el in­
terés extraordinario del trabajo. Documéntase la erección de la
Sala C apitular, del claustro, del ábside, de la nave y del crucero, del
pórtico y de la torre. Y docum entalm ente se justifica tam bién la
aportación de los diferentes prelados y fieles a las obras de cons­
trucción, de los artistas que en ella tom aron p arte, deshaciéndose
tam bién, precisam ente p o r los docum entos que lo corroboran, al­
gunas creencias injustificadas o mal interpretadas. E ste libro es,
a p a rtir de ahora, indispensable para el conocim iento de la cate­
dral ovetense.
Nos gustaría ver próxim am ente publicado el tom o de docum en­
tación que se anuncia y que subrayaría todas las afirm aciones que
en el libro se hacen y que tan decisiva im portancia tienen.
E ste libro de don Francisco de Caso es uno de los m ás im por­
tantes que sobre tem as asturianos ha producido el año 1981. Y, des­
— 970 —
de luego, el más trascendental sobre el tem a de la basílica m etro­
politana, a pesar de los trabajos más o menos logrados de Amandi, Cuesta, Cavanilles, Ceruelo de Velasco, etc.
Tam bién se nos anuncia en este libro la publicación de un es­
tudio m onográfico del claustro de la catedral. Esperam os que el
trab ajo sea de la excelsa categoría de este que com entam os y que
alabam os una vez más.
JUAN IGNACIO RUIZ DE LA PEÑA: La «Po­
las» A sturianas en la Edad Media.—(E studio y
diplom atorio).—Universidad de Oviedo.—D eparta­
m ento de H istoria Medieval.— 1981.—448 páginas.
De ellas, 141 de docum entos.
Ruiz de la Peña (Juan Ignacio) nos tiene ya acostum brados a
trab ajo s de gran categoría intelectual, sobre todo en el cam po de
la historia medieval. N uestro Boletín del IDEA, la revista universi­
taria «Archivum» y sobre todo «Asturiensia Medievalia» que publi­
ca la m ism a Universidad ovetenses v el mism o D epartam ento de
H istoria Medieval» son las publicaciones más im portantes que han
publicado sus notables trabaios. Este aue com entam os es una de
sus aportaciones más notables v casi nodíam os decir aue decisiva,
al estudio de las num erosas «Polas» de n uestra reeión. El estudio
del «poblamiento» en la Edad Media, el papel de los reves, princi­
palm ente de Alfonso IX v Fernando III en los siglos X II v X III: la
repoblación episcopal de San Salvador de Oviedo; los derechos
locales con la expansión del Fuero de Benaver»te: los factores de­
term inantes en la disposición del poblam iento: los +ipos v elem en­
tos representativos de las funciones urbanas, los alfoces, las fran ­
quicias. la economía, los mercados, las pueblas de la costa v las del
interior, las distintas autoridades, todo ello form a un coninnto de
una aran com pleiidad aue el autor desen+raña v define con la ar>ortación docum ental consiguiente v la interpretación y contraste con
la am plia aportación bibliográfica oue se menciona.
El libro es magnífico y digno de los mayores elogios. Al fin y al
cabo, nada tiene de particular, poraue el amigo Ruiz de la Peña nos
tiene acostum brados a obras de tal categoría: y este libro es uno
m ás en su notablísim a producción v de la altu ra de los otros ante­
riores.
— 971 —
LUIS FERNANDEZ CABEZA.—Vigencia de
un plan mierense.—(Ideas, proyectos, Realizacio­
nes).—Libro editado con ocasión de la «Semana
Cultural», hom enaje a su autor.—Sem ana del 12
18 de O ctubre de 1981.—Mieres del Camino, 1981
(Prólogo de D. Julio Fonseca Rodríguez).— 510
páginas.
N uestro amigo Luis Fernández Cabeza es el fu ndador y direc­
to r y corazón del periódico semanal «Comarca», que tan brillantes
actuaciones ha tenido y tan relevantes aportaciones ha llevado a
cabo en beneficio de Mieres, la villa asturiana que fue em porio de
la industria siderúrgica y cuya situación actual es lam entable evo­
car. Cabeza ha sido un mierense, no sólo de nacim iento, de em o­
ción y de am or, sino de com bate y vigilancia diaria. Por Mieres lo
hacía todo y todo era poco. De ahí los artículos en el periódico lo­
cal, en los periódicos provinciales, en las asociaciones, en las reu­
niones, en todos los lugares, m om entos y situaciones.
De sus iniciativas, algunas se lograron, con general beneplácito;
otras no tuvieron tan ta suerte; pero siem pre se veía la m ano, el
em peño, las ideas de Luis Cabeza. Y fue tan ta su actividad, que los
años le cogieron en plena lucha y tuvo que cesar p o r im posición
irrebatible. Pero Mieres ha reconocido el am or y el trab ajo de su
ilustre hijo. Y p ara hacer presente su reconocim iento, organizó una
notable Sem ana Cultural, en la aue se puso de m anifiesto cuánto
peleó el señor Cabeza v cuantas floraciones lograron sus siem bras
constantes. Y Mieres decidió tam bién publicar en este libro, de más
de medio m illar de páginas, algunos de los trab ajo s de Luis F. Ca­
beza en los cam pos de la economía, el campo, la ganadería, la in­
dustria, los tran sp o rtes, los oficios, la enseñanza, el com ercio, los
deportes, incluso la gastronom ía y el folklore, todo el am plio m un­
do de la vida de una com unidad.
No es posible analizar todo el ancho panoram a que Cabeza
nos ofrece en este libro. Su prologuista, el señor Fonseca, lo con­
densa m ejor cuando asegura que «el tratam iento propuesto para
los problem as económicos está totalm ente vigente, p o r lo que los
gobernantes, em presarios, sindicalistas y trab ajad o res que form an
el Mieres de hoy pueden econtrar en la presente obra suficientes
directrices p ara sus actuaciones y decisiones públicas y privadas».
MIGUEL DEL RIO
INDICE 1981
Núm ero 102
Páginas
Catálogo de incunables del Archivo Capitular de la Catedral de Ovie­
do, por Ram ón Rodrigo A lvarez .......................................................................
5
Vida y obra de Valentín-Andrés Alvarez, por Virginia García Gontán.
59
El pensamiento filosófico de Clarín, por Luis Saavedra .................................
75
Don Pedro Díaz de Oseja fundador del colegio de San José, de Oviedo,
por Eutim io M artino, S. J ........................................................................................
111
La “Historia de cuatro ciudades” de don Pelayo, Obispo de Oviedo,
por Marcos G. M artínez ........................................................................................
121
Colección diplomática del monasterio de Villanueva de Oseos, por Pe­
dro Floriano Llórente .............................................................................................
127
El concejo de Pravia en el siglo XVIII. Datos que aporta el Catastro del
Marqués de la Ensenada, por Celsa Carmen García Valdés ....................
191
Una obra de Julio Galán Carvajal de 1912. El edificio para Círculo Mer­
cantil de Oviedo, por M.a Cruz Morales de Saro ..........................................
217
Antigüedad y nobleza de las casas y apellidos de Rico; Peláez de Villademoros, Paredes y Castrillón, por J. L. P érez de Castro ....................
239
La amistad entre Clarín y Zorrilla, por María Rosa Cabo M artínez ...
277
Soldados astures en el ejército romano. Estudio prosopográfico, por
N arciso Santos Yanguas .........................................................................................
281
Estudios realizados por los vecinos de Onís sobre su concejo en el S. XVIII.
Copia y valoración de los mismos, por José Tomás Díaz-Caneja ............
313
Pudiera no ser fabuloso el pleito de los Delfines. Está basado en un hecho
real y verdadero, por M arino Busto .................................. ................................
367
Número 103
Diccionario minero-astur, por César Rubín ......................................................
377
Evolución reciente de la población en Asturias, por Guillermo Mora­
les Matos ......................................................................................................................
503
Vida y obra de Valentín Andrés Alvarez, por Virginia García Gontán ...
549
El hospital de transeúntes de Serantes, por Jesús López-Cotarelo Villaam il ...........................................................................................................................
565
Don Pedro Díaz de Oseja, fundador del colegio de S. José, de Oviedo,
por Eutim io Martino, S. J....................................................................................
571
Teberga y Valduno, ¿dos indicios toponímicos de asentamientos prerro­
m anos, por M artín S evilla Rodríguez ..........................................................
581
Otra carta de Ramón Pérez de Ayala, por Luciano Castañón ................
“Las mandíbulas de Balmori y Mazaculos II (Asturias). Estudio antro­
591
pológico”, por María Dolores Garralda ..........................................................
595
LIBROS
“Etnología e Historia de la Ginecología en Asturias”, por el Dr. E. Junceda Avell por M elquíades Cabal ................................................................... 605
NECROLOGICA
Don Francisco Escobar García, por J. M. F.............................................................609
José Ramón Lueje Sánchez (1903-1981), por L. S. S............................................610
Ramón García de Castro (1931-1981), por José María M artínez Cachero ... 614
Número 104
Transformaciones del poblamiento rural de Asturias durante la Alta Edad
M edia: La Villa, por Santiago Aguade N ieto ..............................................
621
Carreño y Jovellanos: Correspondencia con m otivo de su nombramiento
como embajador de España ante la corte ds Rusia, por M arino Busto.
667
Don Pedro Díaz de Oseja fundador del colegio de S. José de Oviedo,
por Eutim io Martino, S. J .......................................................................................
677
Vida y obra de Valentín Andrés Alvarez, por Virginia García G ontán ...
691
La conquista de Asturias por los romanos, por Carmen Fernández Ochoa.
703
El Yo y su doble en los personajes de Leopoldo Alas, por Franklín Proaño.
723
El problema del origen del gótico en Asturias, por Francisco de Caso .......
733
N avia remota y actual: Datos y referencias para su historia. La casa de
L ienes en el siglo XVI, por Jesús M artínez Fernández ........................
751
El concejo de V illaviciosa, según el Catastro de Ensenada, por J. L. P é­
rez de Castro ..............................................................................................................
775
Un epígono con garra: Francisco Bances Candamo, por C aridad V illar
C astejón
......................................................................................................................
803
Nuevos yacim ientos paleolíticos en la región Asturiana, por Luis M.
G onzález .......................................................................................................................
831
Los dípticos consulares y el Ramirense, por Paulino García Toraño .......
837
Publio Carisio y las guerras astur-cántabras, por Narciso Santos Yanguas.
849
El Cuarto Poder, una novela asturiana de don Armando Palacio Valdés,
por Rodrigo G rossi ..................................................................................................
875
Sapos y culebras en el folklore asturiano, por Luciano Castañón ............
889
Fam ilia, quintana y casería en Asturias ante la investigación antropológi­
ca y etno-histórica, por José M. G ómez-Tabanera .................................
907
Breves notas sobre e l santuario prehistórica del abrigo de la Manzaneda,
por A ntonio J. G avelas .............................................................................................
933
N ota sobre los grabados digitales de la Cueva de los Canes (Arangas,
Cabrales), por P ablo Arias Cabal y otros ......................................................
937
LIBROS
“D atos y docum entos para una historia minera e industrial de A sturias”,
de D. Luis Adaro y Ruiz-Falcó ............................................................................ 957
Francisco de Caso: La construcción de la catedral de Oviedo (1293-1587).
969
Juan Ignacio Ruiz de la Peña: La “Polas” A sturianas en la Edad Media.
970
Luis Fernández Cabeza: Vivencia de un plan m ierense .............................
971
ULTIMAS PUBLICACIONES DEL I.D.E.A.
Pts.
CASARIEGO, J. E.— Asturias
por la Independencia y la li­
bertad de España.—54 págs.
CASARIEGO, J. E.— Caminos
y viajeros de Asturias.— 179
páginas ..........................................
BOLETIN NUMERO I.—Ree­
dición facsím il.— 151 págs. ...
CABAL GONZALEZ, Mel
quiades.—Historia de los Bo­
ticarios en e l siglo X IX .— 107
páginas ..........................................
FERNANDEZ
MENENDEZ,
José M.a— M isterios y Proble­
m as de la Cámara Santa.—45
páginas ..........................................
SANCHEZ-ALBORNOZ, Claudip.—El Reino de Asturias.
(Selección).— 542 págs...............
Pts.
125
carbón y su importancia para
la economía asturiana.— 174
páginas ..........................................
500
800
CLEMENT, Jean-Pierre.—Las
lecturas de Jovellanos.— 392
páginas ..........................................
1.100
ROCA FRANQUESA, José
M.a—Clases sociales y tipos
representativos en la novelís­
tica de Palacio Valdés ............
250
TOLIVAR FAES, José Ramón.
—Oviedo, 1705.— 299 páginas.
800
AGUILERA CERNI, Vicente.
Vaquero.— 259 págs. con abun­
dancia de grabados en negro
y color ..........................................
3.000
MARTINEZ, Elviro.—El Mo­
nasterio de Celorio.— 122 págs.
400
BOLETIN DE LETRAS, nú­
mero 100 .....................................
250
BOLETIN DE LETRAS, nú­
mero 10i .....................................
250
250
350
400
150
800
TUERO BERTRAND, Fran­
cisco.—La creación de la Real
A udiencia en la A sturias de
su tiem po, sigltis XVII y
X V III— 513 págs........................
1.500
BOLETIN NUMERO II DE
LETRAS.—Reedición facsím il.
350
BOLETIN DE CIENCIAS DE
LA NATURALEZA, núm e­
ro 27 ..............................................
Boletín de Ciencias de la Na­
turaleza núm ero 25 ................
250
BOLETIN DE LETRAS, nú­
mero 102 .....................................
250
225
VARIOS. “Pérez de A yala”.
(Once estudios críticos sobre
el escritor
y
su
obra),
529 págs.........................................
1.500
CORTINA FRADE, Isidoro.—
Católogo Histórico y Monu­
m ental de Gijón. 424 p á g s ....
1.200
CASO GONZALEZ, J o s é —El
pensam iento pedagógico de
Jovellanos y su real Institu­
to Asturiano.— 62 págs............
PATAC DE LAS TRAVIE­
SAS, J. M.a—La Guerra de la
Independencia en Asturias en
los documentos del archivo del
Marqués de Santa Cruz de
Marcenado.— 161 páginas ...
500
PERTIERRA PERTIERRA, J.
M.—La hidrogasificación del
GREGOR O’OBRIEN. — El
Ideal clásico de Ramón Pé­
rez de A yala en sus ensayos
en la prensa de Buenos A i­
res. 209 páginas .........................
PEDIDOS A:
LIBRERIA CIENTIFICA MEDINACELI
VITRUBIO, 8 .----MADRID, 6 .
INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS
PLAZA DEL PORLIER, 5. OVIEDO.
600
convocatoria premio Cenlro Asturiano
de México, A. C. "Laureano Carus Pando"
El Centro Asturiano de México, A. C.
convoca al concurso Centro A stu ­
riano de M éxico, A. C., “Laureano
Carús Pando”,
B A S E S
1.—El premio único e indivisible,
será de $ 50.000,00 (cincuenta m il
pesos M. N.) y diploma.
K ■11
H
W
T*XI
—<
Tiy T“«-...........
tiembre de 1982. Los trabajos en­
viados por correo que lleguen desrpués de esta fecha sólo serán acep­
tados si el m atasellos indica una fe­
cha anterior a la del cierre de la
recepción de trabajos. El fallo del
Jurado será dado a conocer el 12
de octubre de 1982.
7.—El fallo del Jurado será ina­
pelable.
-7
2.—Podrán participar en el con­
curso los escritores en lengua espa­
ñola, cualauiera que sea el lugar
de su residencia.
3.—Los trabajos a concurso po­
drán ser de cualquier género litera­
rio y deberán tratar tem as asturia­
nos o relacionados con Asturias, y
ser inéditos.
4.—Los trabajos a concurso de­
berán presentarse en original y dos
copias y tener una extensión entre
100 y 250 páginas, escritas en papel tamaño carta (28 cm. x 21,5
cm.) por una sola cara, a doble
espacio.
5.—Los trabajos a concurso de­
ben enviarse bajo lem a o seudóni­
mo y en sobre lacrado adjunto se
incluirá la identificación de autor
("nombre, domicilio y teléfono). En
la cubierta de este sobre y en la
primera página del trabajo deben
escribirse el título del trabajo y el
lema o seudónimo correspondiente.
6.—La recepción de los trabajos
a concurso será a partir de la pu­
blicación de la presente convocato­
ria y quedará cerrada el 15 de se­
8.—El Jurado estará integrado
por dos personas de reconocida sol­
vencia cultural y un representante
del Centro Asturiano, cuyos nom­
bres serán dados a conocer opor­
tunamente.
9.—Sólo se abrirá la plica gana­
dora, destruyéndose todas las demás.
10.—Los trabajos deberán ser en­
viados al Centro Asturiano de Mé­
xico, A. C. calle de Orizaba Núm. 24,
México 7, D. F., México.
11.—Por ningún m otivo se devol­
verán originales.
12.—El Centro Asturiano se re­
serva el derecho de publicar la obra
premiada, en la forma que juzgue
conveniente, por un año a partir de
la fecha en que se dé a conocer el
fallo del Jurado.
13.—Cualquier duda o interpreta­
ción sobre estas bases será resuelta
por los m iem bros del Jurado y la
Comisión de Cultura del Centro As­
turiano de México, A. C.
México, D. F., diciem bre de 1981.
INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS
PRESIDENTE :
I ltm o .
Sr. D. A g u s t í n J o sé A n t u ñ a A lo n so
DIRECTOR :
D. J e s ú s E v a r isto C a sa r ie g o
SECRETARIO:
D. M a g ín B e r e n g u e r A lon so
DIRECTOR DEL BOLETIN
D. J o sé M.a F e r n a n d ez P a ja r es
P R E C IO
DE
S U S C R IP C IO N
ANUAL
España, 750 pesetas. Extranjero, 900 pesetas. Número suelto:
España, 250 pesetas. Extranjero, 300 pesetas.
Dirección: Plaza Porlier.— OVIEDO
_____________________________________
E sta revista no es responsable de las opiniones expuestas p o r sus colaboradores
I DEA
Descargar