Dossier Lo que no está escrito en los genes Epigenética CREDITO Hace diez años, la secuenciación completa del genoma humano constituyó un avance crucial para comprender el funcionamiento de nuestro cuerpo. Pero el ADN no es un destino inexorable: el entorno y los hábitos alteran el funcionamiento de los genes a lo largo de la vida. Y eso es precisamente lo que estudia la epigenética, una rama científica en pleno auge cuyo objetivo principal radica en localizar los interruptores externos que activan las enfermedades. En la última parte del dossier te contamos con detalle una de las investigaciones más prometedoras: el diseño de nuevos fármacos epigenéticos para evitar que las células normales se conviertan en cancerosas. Un reportaje de (1.ª y 2.ª parte) y - (3.ª parte) Lo que no está escrito en los genes pág. 60 Ocho dudas resueltas por la epigenética pág. 64 Cómo borrar la memoria al cáncer pág. 60 66 CORBIS / TRATAMIENTO DIGITAL: JOSÉ ANTONIO PEÑAS SUMARIO Muy — 388 Septiembre 2013 Como la noche y el día. CORTESÍA: DEV.BIOLOGIDSTS.ORG Aunque tienen idéntico ADN, a veces los gemelos desarrollan personalidades muy diferentes. La explicación puede estar en la modificación química de genes como los de la familia DLX –derecha, imágenes de su estudio–, que están relacionados con el desarrollo craneofacial y del prosencéfalo en el embrión. El ambiente, la dieta, el ejercicio o las relaciones sociales pueden reescribir, para bien o para mal, las instrucciones genéticas que heredamos. L a periodista A. M. se vanagloria de su atracción por las emociones fuertes, mientras que a su hermana J. M., gerente de un prestigioso despacho de abogados, todo le aterra. La primera ha pasado su vida de guerra en guerra, a cual más peligrosa, y no ha tenido hijos. La letrada contrajo matrimonio con un colega, formó una familia y solo ha viajado una vez fuera de su país. Lo sorprendente es que estas dos mujeres son gemelas, o sea, que comparten el mismo ADN. Para el investigador Zachary Kaminsky y sus colegas de la Universidad de Toronto, en Canadá, constituyen la mejor prueba viviente de que los genes “no dictan ni nuestra personalidad ni nuestro destino”, tal y como concluían al exponer el caso en la revista Twin Research and Human Genetics. No es que Watson y Crick se equivocaran cuando en 1956 identificaron el ADN como la molécula que transmite la información hereditaria del ser humano. En efecto, nacemos con unos genes concretos, los mismos hasta la muerte. Pero el modo en que se interpreta este material genético cambia constantemente a lo largo de nuestra existencia. Y todo por la epigenética, como se lla- ma el conjunto de procesos químicos que modifican la actividad del ADN, pero sin alterar su secuencia. O dicho de otro modo: el aire que respiramos, la comida que tomamos, el estrés que sufrimos, el deporte que practicamos e incluso la persona con quien conversamos afectan al modo en que se expresan o producen nuestros genes. Si fuésemos un libro abierto, el genoma sería el abecedario, y el epigenoma equivaldría a la ortografía y la gramática. La clave está en la letra C. La secuencia o texto que forma el patrimonio genético de cada individuo se modifica de distintas maneras. Por un lado, ocurren cambios químicos en las histonas, algo semejante a bovinas alrededor de las cuales gira el ADN, y que controlan cómo se empaqueta y se organiza espacialmente dentro de la célula. Otra posibilidad bastante frecuente es que se produzca una metilación –adición de un grupo metilo– de la citosina (C), una de las cuatro bases o letras –A, G, C y T– que componen nuestro genoma. Este último proceso fue crucial en la historia de las gemelas: según comprobaron Kaminsky y sus colegas, las diferencias entre la corresponsal y la abogada escondían la metilación de un gen llamado DLX1, relacionado con la síntesis del neuropéptido Y en el cerebro. Lo revelador es que esa sustancia se ocupa de ayudar a restaurar la calma tras acontecimientos estresantes. La aparición del cambio en la intrépida A. M. y no en la prudente J. M. se debió a los diferentes estilos de vida y ambientes escogidos por ambas. “Los marcadores epigenéticos por sí solos no aclaran por qué una de las gemelas optó por el periodismo de guerra y la otra buscó un entorno seguro y controlado donde trabajar y vivir”, concluían los autores. “Pero esta disparidad química sí explica que mientras la reportera se desenvolvía como pez en el agua en ambientes peligrosos, su hermana era incapaz de soportar incluso el más mínimo estrés”, matizaban. Tanto si acabamos de nacer como si ya hemos cumplido los cincuenta, las experiencias y los estímulos externos e internos nos cambian. Todo lo que nos ocurre en la vida va dejando huellas en la molécula de la herencia. J Muy — 388 Septiembre 2013 61 Epigenética CHINAPHOTO Dossier GETTY Hace mella. Factores variopintos influyen en la expresión de nuestro ADN, como el aislamiento social –izquierda– o el exceso de ciertos pesticidas en los alimentos que comemos –derecha–. La contaminación ambiental nos predispone a padecer numerosas enfermedades J Hace unos años, Moshe Szyf y sus colegas de la Universidad McGill, en Canadá, lo demostraron en experimentos con ratas. Cuando, tras el parto, una cría recibe pocas atenciones de su madre, luego muestra trastornos en la conducta relacionados con alteraciones en el eje hipotalámico-pituitario-adrenal, vinculado a las respuestas emocionales. ARCHIVO SC Bebés con falta de cariño. Concretamente, las ratas que no habían recibido suficientes lametones y caricias de sus progenitoras al nacer, se convertían en adultas asustadizas, más susceptibles de sufrir estrés y ansiedad. Eso estaba asociado, como demostró Szyf, a la metilación de ciertos genes. Lo más interesante es que los investigadores también probaron que cuando suministraban a las crías mayores un medicamento llamado tricostatina A, se revertían los efectos del cuidado maternal deficiente. No fue su único hallazgo acerca del estrecho vínculo entre la epigenética y el comportamiento. Es- tudiando el cerebro de dieciocho varones que fueron víctimas de abusos sexuales cuando eran pequeños y años después se habían suicidado, Szyf detectó diferencias en la zona del hipocampo. En concreto, había un nivel de metilación muy alto en comparación con sujetos sin experiencias traumáticas infantiles y fallecidos por causas naturales. “Con este patrón, seríamos capaces de localizar qué personas podrían suicidarse antes de que sea demasiado tarde para intervenir”, concluía esperanzado este investigador en un artículo. Las adversidades en la infancia, pues, no solo no nos hacen más fuertes, sino que predisponen a una mala salud. Así lo corroboró también Clyde Hertzman, de la Universidad de Columbia Británica, fallecido hace pocos meses. Tras analizar datos de casi 12.000 sujetos, probó que tener un bajo estatus socioeconómico, sumado a situaciones duras en los primeros años de vida, predispone a sufrir enfermedades crónicas y a fallecer precozmente. ← Salud a puñados. Abundante en las nueces de Brasil y en las almendras –foto–, el selenio reduce el riesgo de que un cambio químico en los genes produzca cáncer. 1 Web randyjirtle.com Página personal de este científico, elegido como una de las personas del año por la revista Time en 2007. Libro Nessa Carey The Epigenetics Revolution Columbia University Press. Nueva York, 2012. La clave epigenética es la metilación del gen NEUROG1, relacionado con la diferenciación de las células del sistema nervioso. Si el ambiente familiar puede modificar nuestro material genético, la contaminación ambiental no es menos influyente. Así, los metales pesados causan oxidación en las moléculas y generan radicales libres, lo que incrementa el riesgo de sufrir cáncer, cardiopatías, enfermedades neurológicas y dolencias autoinmunes. El arsénico, por ejemplo, desencadena procesos tanto de hipometilación como de hipermetilación del ADN, y favorece el desarrollo de tumores. Y pesticidas como el vinclozolín afectan a los testículos y los ovarios, con el resultado de infertilidad. Por otro lado, el riesgo de contraer cáncer se dispara cuando inhalamos diésel o benceno, o si entramos en contacto con el bisfenol A, un plástico que forma parte de diversos envases y botellas. Una dieta anticancerígena. Identificar las señales epigenómicas permitiría revertir sus efectos tóxicos mediante otros cambios del ADN que los contrarresten. Porque en la mayor parte de los casos, el daño es reversible. Randy Jirtle 1 , experto en genética de la Universidad Duke, en el Reino Unido, compara los cambios epigenéticos a la gamberrada infantil de sellar con un chi- CORTESÍA: UNIVERSIDAD MCGILL A fuerza de pedal. Somos lo que comemos, pero también la actividad física que practicamos. Juleen Zierath, del Instituto Karolinska, en Suecia, demostró que tres horas después de hacer ejercicio intenso durante veinte minutos sobre una bicicleta surgen cambios en la metilación de genes relacionados con la diabetes tipo 2 y la oxidación de los músculos. Si nos ejercitamos mucho, en lugar de un beneficio temporal obtendremos modificaciones a largo plazo que cambiarán el modo de activar el genoma. Otro factor epigenético a tener en cuenta es el tamaño del círculo de amigos. El aislamiento social crónico provoca cambios neuroendocrinos y de la conducta que disminuyen la acetilación de las histonas en el núcleo accumbens del cerebro. Esto hace que los afectados reduzcan su actividad física y caigan en un estado muy semejante al de la depresión, según concluía un estudio de la Escuela de Medicina Monte Sinaí de Nueva York. Además, al decidir sobre el estilo de vida, no solo debemos tener en cuenta la propia salud: los cambios epigenéticos afectarán a hijos y nietos. Como comprobaron Isabelle Mansuy y sus colegas de la Universidad de Zúrich, los vástagos de los supervivientes de los campos de concentración nazis heredaban cambios en la expresión del ADN. Esto se manifestaba, entre otras cosas, con una reacción exagerada a las situaciones estresantes o cambios en su entorno. Llevar una alimentación deficiente también puede acarrear funestas consecuencias para la descendencia. Eso explica por qué la mayoría de quienes padecieron hambrunas en China o en Rusia tuvo nietos obesos: la epigenética los había configurado para acumular grasa de forma preventiva, por si se repetía la traumática experiencia. Es más, en un estudio con personas nacidas durante un periodo de escasez que sufrió una zona de Holanda durante la II Guerra Mundial, el epidemiólogo estadounidense Lambert Lumey demostró que presentaban niveles de metilación muy bajos en cierto gen relacionado con una hormona de crecimiento, lo que hizo que sus hijos fueran bajitos. Incluso se ha observado que los descendientes de indivi- El hígado, en punto Descubrimiento Normalmente, sentimos sueño al anochecer y nos activamos cuando amanece. Científicos del Instituto Salk, en EE. UU., han demostrado que nuestro organismo se sincroniza con el ciclo del día y la noche gracias a una serie de cambios químicos que ocurren aproximadamente cada seis horas y afectan al ADN de las células del hígado. En total, los autores han identificado 3.000 interruptores epigenéticos que controlan los ritmos biológicos en ese órgano. Según describían en la revista Cell Metabolism, tal regulación explica, entre otras cosas, por qué si se encierra a una persona en una habitación oscura durante varios días, su ritmo circadiano se mantiene aunque el sol no salga ni se ponga. Cuando una pareja de roedores se aparea, la hembra queda emocionalmente unida a su compañero ¿Por qué? Pues según una reciente investigación, parece ser que en el núcleo accumbens de su cerebro se produce una alteración epigenética que afecta a los receptores de la oxitocina y la vasopresina, moléculas vinculadas al amor romántico. duos con una dieta especialmente rica en grasas tienen más probabilidad de padecer diabetes. Gracias a la epigenética, el modo de entender las enfermedades ha cambiado en la última década, y de qué manera. Si antes temíamos que la discriminación genética dictara nuestro destino, ahora tenemos la certeza de que numerosos achaques son reversibles. Hemos aprendido que muchos de nuestros genes tienen un estado de encendido y otro de apagado, y que solo hay que dar con la tecla. ↓ Vidas malogradas. El equipo del investigador británico Moshe Szyf –izquierda– ha determinado que los abusos sexuales durante la infancia pueden predisponer al suicidio en la edad adulta debido a los efectos de la experiencia en el hipocampo. A la derecha, neuronas de esta región cerebral. AFEP / GETTY cle un interruptor: si lo quitas, todo vuelve a la normalidad. Esto se puede aplicar perfectamente a los hábitos alimenticios. Entre otras cosas, se ha comprobado que la genisteína de la soja, el resveratrol del vino tinto y el sulforafano del brócoli inhiben la actividad de las enzimas conocidas como histonas deacetilasas. Consecuencia: los genes supresores de tumores, encargados de mantener a raya a las células díscolas, se mantienen activos. También sabemos que si en la dieta nos falta el ácido fólico que contienen los cereales, los guisantes, las pipas de calabaza o las berenjenas, podemos desarrollar cáncer de cabeza y cuello. Y la lista sigue: la colina del huevo se considera un donante de grupos metilo fundamental para la formación de nuevas neuronas y el correcto funcionamiento de la memoria; mientras que los polifenoles del té estimulan la producción de linfocitos T encargados de evitar la inflamación e impedir el desarrollo de enfermedades autoinmunes como la psoriasis o la artritis reumatoide. Lo que faltaba. Algunos de esos botones ya han sido identificados. La esquizofrenia, por ejemplo, se ha vinculado con la metilación de genes relacionados con una función reducida de la corteza frontal. Además, estudios recientes revelan que la epigenética está detrás de los trastornos alimentarios o la adicción a la nicotina y la cocaína. La lista de enfermedades con un componente epigenético conocido incluye también la diabetes, varios tumores, trastornos cardiovasculares, el síndrome de Rett y otros cuadros neurológicos y las enfermedades autoinmunes. Y seguirá creciendo si, como pronostican los expertos, esta disciplina era la pata que le faltaba a la biomedicina; con su ayuda conseguiremos explicar todos los problemas de salud física y mental. Muy — 388 Septiembre 2013 63 64 Muy — 388 Septiembre 2013 Epigenética ¿Cómo se forman La epigenética permite que el ADN responda a las diferentes condiciones ambientales. Se ha comprobado, por ejemplo, que las plantas memorizan los cambios estacionales para saber cuándo deben mantenerse aletargadas frente a las duras condiciones invernales y cuándo llega el momento de crecer, florecer y reproducirse. Un estudio publicado por el Centro de Biotecnología y Genómica de Plantas de la Universidad Politécnica de Madrid reveló que el ADN se modifica en los distintos ciclos del año, de tal manera que existe una señal epigenética más intensa en invierno –5-metil-citosina– y otra propia de la primavera y el estío –acetilación en la histona H4–. ¿Cómo saben las plantas que tienen que florecer en primavera? Es al modularse la expresión de los genes cuando unas células forman parte de la retina del ojo mientras que otras, por ejemplo, se integran en el músculo cardiaco y hacen latir el corazón. Según Randy Jirtle, investigador del Laboratorio de Epigenética de la Universidad Duke, en EE. UU., también el epigenoma explica que, pese a que nuestro material genético es muy parecido al de monos y ratones, “no luzcamos ni una larga cola ni un hocico con bigotes”. Los seres humanos contamos con genes que evitan el crecimiento descontrolado de las células; en condiciones normales, se ocupan de protegernos frente al cáncer. Pero el humo del tabaco, la exposición a fertilizantes, el exceso de estrés y otras agresiones les colocan una marca química, una especie de señal de stop epigenética, que bloquea su actividad y les impide cumplir su misión. Con nuestros guardianes atados de pies y manos, las células malignas proliferan y luego se diseminan a través de metástasis. La buena noticia es que si aprendemos a invertir estos cambios del ADN podríamos evitar la enfermedad. ¿Por qué crecen los tumores? Los incesantes descubrimientos en esta disciplina explican por qué se producen muchas de nuestras funciones y disfunciones biológicas, desde la especialización celular al envejecimiento. ¿Por qué todas nuestras células tienen el mismo ADN y, sin embargo, son tan diferentes? 8 dudas resueltas gracias a la epigenética Dossier SPL Muy — 388 Septiembre 2013 65 Michael S. Kobor, de la Universidad de Columbia Británica, en Canadá, descubrió el año pasado que cuando los progenitores están sometidos a tensión, sufren depresión o experimentan problemas de pareja mientras sus hijos tienen entre tres y cuatro años de edad, estos chavales desarrollan significativas alteraciones epigenéticas en la adolescencia. La modificación se observa hasta en 139 genes, si el estrés lo sufrió la madre; y en 31 cuando la víctima era el padre. Este deterioro afectaría, entre otras cosas, a la formación de nuevas neuronas, la gestión de la insulina en el cerebro y la reparación de daños en el ADN. ¿Cómo afecta el estrés de los padres a los hijos? Para archivar o borrar experiencias, cada día el ADN de las neuronas se metila y desmetila, es decir, sufre modificaciones en la citosina, una de las cuatro letras del genoma. Científicos de la Universidad de Alabama han demostrado que la información se almacena de manera estable en la memoria mediante alteraciones en las histonas –proteína que empaqueta el material genético– de ciertas células del hipocampo. ¿Cómo se forman los recuerdos? Analizando el epigenoma de cincuenta parejas de gemelos que padecían esta enfermedad, científicos del King’s College de Londres identificaron patrones de metilación. En función de las zonas del ADN a las que afectaban y el número de veces que aparecían, podían explicar las diferencias en la severidad de las dificultades para la interacción social, los comportamientos repetitivos y los trastornos del lenguaje, entre otros síntomas. Y podría conducir a una cura si se identifican y se revierten los cambios epigenéticos clave. ¿Qué causa el autismo? Las adversidades en la infancia, ya sea por un parto precoz o por una familia desestructurada, pueden alterar la regulación de genes que afectan tanto al control emocional como a la capacidad de discriminar qué comportamientos deben inhibirse. En última instancia, conducirían a conductas impulsivas, según concluía un estudio realizado por científicos de la Universidad de Gotemburgo, en Suecia, y la Universidad de Florida, en EE. UU. Incluso podrían relacionarse con la adicción al juego, al alcohol y a la comida. Los autores las atribuyen a cambios que afectan al sistema de la dopamina –el neurotransmisor del placer–, al circuito de la serotonina –la molécula de la felicidad– y a la producción del neuropéptido Y, el cual, entre otras funciones, controla el hambre. ¿Por qué unas personas son más impulsivas que otras? Nacemos y morimos con los mismos genes: lo que se desgasta a medida que cumplimos años son las marcas epigenéticas. A esa conclusión han llegado científicos del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL), en Barcelona, tras analizar células sanguíneas de un recién nacido, un treintañero y una persona de 103 años. En comparación, el centenario presenta un epigenoma que ha perdido muchos interruptores encargados de apagar la expresión de genes inapropiados y, en cambio, tiene desactivado el botón que hace funcionar otros protectores. La buena noticia es que modificando la dieta o tomando fármacos se podría alargar la vida, ya que las lesiones epigenéticas son reversibles. ¿Qué cambia cuando envejecemos?