4 La relación con las familias de origen

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4 La relación con las familias de origen
Entre el agradecimiento, la dependencia y la autonomía equilibrada
Formar una nueva familia es una tarea bonita, un trabajo en equipo fascinante, por muchos motivos
que ya hemos comentado: la alegría de la nueva unidad, el equilibrio que se experimenta, la belleza del
don de sí en la sexualidad, los deseos y proyectos compartidos…
Pero es a la vez un entreno de tomar distancia, con el propio pasado. Alguien ha escrito que cuando se
forma una nueva familia empieza una lucha subterránea entre dos familias de origen ya que cada uno
trata de clonar la suya en la nueva.
A cada uno de los cónyuges se le pide dejar progresivamente la dependencia emotiva y algunas
costumbres de comportamiento adquiridas en su familia para dirigir las propias energías afectivas a la
nueva familia. Esta tarea de alejarse lentamente para ganar libertad de construir una nueva
comunidad de amor no es un proceso que se logra de manera automática. Es necesario acompañarlo y
favorecerlo con algunos detalles concretos e iluminarlos con la luz del evangelio que le da un enfoque
más amplio.
El estilo de relación con nuestras familias de origen y donde hemos llegado
Sobre todo es bueno hacer un análisis de la situación y preguntarse honestamente qué estilo de
relación tiene en este momento cada cónyuge con su familia de origen. Para ir más allá de la primera
impresión, podríamos tener en cuenta algunos parámetros de la relación personal y educativa. Elijo uno
que podríamos definir como: “Alteridad”. ¿De qué manera mi familia de origen y yo respetamos al otro
y sus diferencias? Algunos estudiosos de la familia han descrito las relaciones familiares exactamente a
partir del análisis de la alteridad. Las relaciones se pueden polarizar en torno a tres tipos ideales.
Relaciones distantes: aquí hay rastro de conflictos pasados que han alejado incluso físicamente a las
personas y las hacen suspicaces e incapaces de auténtica intimidad. Se teme que la proximidad implique,
dependencia, dominación crítica y se ve mejor una posición de mirarse a distancia. Cada uno lleva la
propia existencia sin preguntar y ofrecer mucho a la comunión con los otros. El valor predominante es la
libertad individual.
Relaciones implícitas: aquí ocurre lo contrario. Todos se sienten partícipes e implicados en primera
persona de las alegrías y de las desgracias de los demás, tanto que los límites de las persona
desaparecen. Se cree que se puede leer en la mente y en el corazón de los otros, se carga con sus
problemas y sus angustias pero de modo sustitutivo y paralizante para todos. Por hacer el bien, se
cometen abusos de poder e intromisiones en todos los terrenos. Incluso por razones biológicas en
general con las mujeres y en particular las madres son las más propensas a relaciones de este tipo.
Relaciones claras: en estas relaciones hay capacidad de cercanía y de intimidad. Se encuentra el gusto y
se es capaz de compartir sentimientos y las experiencias más impactantes, sin embargo no se tiene una
necesidad morbosa. En estas relaciones existe una capacidad de lejanía y respeto, sin que esto
signifique falta de confianza, aburrimiento o aislamiento. Los errores y las heridas que se causan de
manera recíproca se logran ver y verbalizar llegando a un acuerdo para superar el momento difícil.
Conviene recordar que cada miembro de la pareja, el y ella, pueden haber tenido una relación diferente
con su familia. Esta diversidad se debe ver, respetar y tener en cuenta. Con frecuencia esperamos que
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el otro/a vea y sienta las cosas en su interior como nosotros lo hacemos y no es así. Existe un mundo
interior y social totalmente diferente en el/la que amamos, que es bonito descubrir e interaccionar.
Debemos valorar también nuestra percepción de la relación que nuestra pareja tiene con su familia e
intercambiarnos las valoraciones. La valoración debe estar orientada al bien de nuestra familia aquí y
ahora: este es el valor de referencia que permite reconducir los caminos de transformación de nuestro
pasado y de las formas habituales de las personas independientes y de la pareja junta.
Pasos para obtener una relación equilibrada con las familias de origen
Indicaremos a continuación dos caminos a partir de la revisión de las relaciones familiares que
acabamos de ver.
El primero podremos definirlo: “De la fuga a la respetuosa distancia”. Los que tengan la necesidad de
reconducir relaciones distantes pueden ver desde la nueva situación de casados el camino recorrido.
Los motivos del distanciamiento y enfriamiento en relación a los padres están ahí esperando, para salir
de nuevo y activar otra vez un dolor que viene del pasado. O por el contrario no los vemos pero
sentimos la necesidad de mantenernos en nuestra posición, percibimos sus efectos.
Se trata entonces de comentar con la ayuda del cónyuge, las etapas del camino de vida familiar, los
hechos y las emociones que van unidas. Los recuerdos de los vaivenes en la vida familiar, las reacciones
y las conductas aprendidas del estilo familiar en el que se ha crecido. El comentario recíproco puede ser
saludable y beneficioso ya que estimulará un proceso de reconciliación. Nos sorprenderá escuchar y
palpar las diferencias de la familia de nuestro cónyuge con la nuestra.
Narrar a un cónyuge interesado e implicado en el amor nos ayudará a obtener una posición de
distancia necesaria pero no rencorosa o fría emotivamente. También la palabra de Dios nos confirma
la necesidad de este distanciamiento: “por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre y se
unirá a su mujer y serán una sola carne” (Gen 2. 24). Jesús usa expresiones muy duras al hablar de las
normas para seguirle: “Si alguno viene junto a mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus
hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26). “A
otro dijo: “Sígueme.” Él respondió: “Déjame ir primero a enterrar a mi padre.” Le respondió: “Deja que
los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.” También otro le dijo: “Te
seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.” Le dijo Jesús: “Nadie que pone la
mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios.”(Lc 9,59-62)
El segundo camino podemos llamarlo: “De la dependencia al agradecimiento”. Aquí se trata de
descubrir las falsas ilusiones que han llevado a la construcción de lazos demasiado estrechos entre las
personas. Se confunde el amor con el agobiante abrazo que hace parecer unidos y protegidos. En
realidad crecer significa ir más allá y salir sin la protección de los padres. Significa convertirse en
hombre o mujer responsables, es decir, capaces de arriesgar y dar respuesta a las propias decisiones, sin
la certeza de que sean las verdaderas. El amor entre los cónyuges puede ser la fuerza que provoca la
madurez que quizás no se había logrado con anterioridad. Es una ocasión única para tomar distancia y
para evitar quedarse toda la vida pegado a los padres o reproducir una relación igual de dependencia
con el cónyuge.
El espacio ganado no es detrimento de la lealtad a los propios padres. En realidad puede ser una nueva
posición desde la que se puede ver el camino recorrido con una nueva luz: puede introducir un
agradecimiento nunca experimentado. Y así se podrá vivir con alegría y responsabilidad el mandato
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bíblico: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que Yahvé, tu
Dios te va a dar” (Ex 20, 12).
Preguntas para la reflexión
 ¿Qué indicios me ayudan a valorar la relación con mi familia de origen y la de mi cónyuge?
 ¿Sabemos interpretar de diferentes formas nuestras relaciones? ¿En qué no nos ponemos de
acuerdo?
 ¿Qué pasos concretos me parecen más necesarios para ayudar a madurar nuestras
relaciones con las familias de origen?
 ¿Hemos experimentado la fuerza liberadora del amor de pareja en la relación con nuestras
familias de origen?
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