Sobre el odio hacia Bush

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Sobre el odio hacia Bush
Aníbal Romero
(2006)
El segundo al mando de Al-Queda, señor Ayman Al-Zawahri, aseveró hace poco
que el Presidente Bush es "mentiroso y fracasado". Por su parte el escritor Carlos
Fuentes asegura que Bush es un "cretino". El Jefe del Estado venezolano, de su
lado, afirmó que Bush es el diablo y de paso un "borracho". Diversos columnistas en
este diario nos dicen que "lo mejor de Bush es su alcoholismo", y a la vez que "dejar
de beber fue su única guerra digna". Otro articulista de El Nacional se explayó en
adjetivos, explicando que Bush es "autoritario, fanático, intolerante, belicista, narciso,
alucinado e históricamente irresponsable", en tanto que un tercero le calificó de
"adversario de segunda clase" (¿qué pensará Saddam Hussein de esto último?).
Lo intrigante de esta retahíla de insultos es su origen variopinto. Se entiende que
un líder de Al-Queda, y el caudillo venezolano, detesten a Bush, ¿mas por qué
semejante odio en personas comprometidas con la libertad y la democracia? Si uno
indaga con lupa las acusaciones contra Bush, y olvida por un momento las
palabrotas, el punto específico que suscita la ira de los críticos es la guerra de Irak.
Ello no deja de sorprender. Al fin y al cabo Irak ha sido liberado de una cruel tiranía,
se han celebrado en el país tres elecciones limpias con participación masiva, existe
una Constitución bastante decente y "progresista", muchos gozan de libertades con
las que jamás soñaron, en particular las mujeres, y un gobierno electo lucha contra
una insurgencia sustentada en el asesinato de civiles mediante el suicidio terrorista.
¿Entonces, por qué tanto odio contra Bush?
Lo más insensato del fenómeno es que en la medida que las acusaciones se
basan en algo, pronto se percibe que son mentiras. Se dice que Bush actuó
unilateralmente y sin consultar a sus aliados. No es cierto. Washington dedicó ocho
meses a buscar un consenso en la ONU para que Saddam Hussein aceptase las
resoluciones del Consejo de Seguridad. Fue sólo cuando se hizo evidente que
Francia y Rusia bloquearían cualquier acción efectiva, debido a sus lucrativos
vínculos económicos con Saddam, que Bush decidió atacar, y al hacerlo contó con el
apoyo de 49 países dispuestos a derrocar al dictador. Se dice igualmente que no
habían armas de destrucción masiva en Irak, y que ésta fue una falsa excusa
esgrimida por Bush para invadir. No es cierto. Todos los servicios de inteligencia
occidentales estaban convencidos de que Saddam poseía armas de destrucción
masiva, o tenía los medios para producirlas a corto plazo. Así que sólo luego de la
ocupación se conoció la verdad.
La semana pasada, en otra muestra de su falta de ecuanimidad, el New York
Times y el Washington Post publicaron comentarios a un reporte de inteligencia de
hace varios meses (también reproducidos en El Nacional), según los cuales la guerra
de Irak ha "incrementado la amenaza del terrorismo islámico". No se dieron cifras, no
se presentó evidencia alguna, ni siquiera se citó el texto directamente, y a ninguno
de estos diarios se le ocurrió preguntar cómo es que desde que empezó la guerra no
ha tenido lugar un nuevo ataque terrorista en Estados Unidos. Aparte del deseo de la
prensa de izquierda estadounidense de favorecer al partido Demócrata en las
venideras elecciones legislativas, detrás de esas informaciones —incompletas,
distorsionadas, y manipuladoras— se refugia un sector de opinión en Occidente que
no admite la realidad de la amenaza radicalismo islámico. Esta amenaza comenzó
mucho antes de la guerra de Irak, y es obvio que un posible éxito del experimento de
cambio político en esa nación exacerba los ánimos de los que en el mundo islámico
dan la espalda a la democracia, la tolerancia religiosa, y la libertad de pensamiento.
Estados Unidos está tratando de generar una transformación política positiva en
el mundo islámico, una transformación cuyo epicentro se encuentra en Irak, dirigida a
enfrentar creativamente a esa civilización con la modernidad. Como ha dicho
Bernard Lewis, destacado historiador en Princeton: "Llévenles la libertad, o nos
destruirán". Si el experimento fracasa la civilización islámica padecerá una aún más
pronunciada regresión despótica y mesiánica. Esto no quieren entenderlo los críticos
de Bush, que no caen en cuenta de que un fracaso en Irak no será exclusivo del
Presidente norteamericano sino de Occidente como un todo. El odio hacia Bush no
propone otra alternativa que la derrota. Bush es odiado porque ha forzado a
Occidente a contemplar verdades que nuestras sociedades opulentas y despistadas
intentan evadir. De allí que ese odio se haya convertido en una patología política tan
irracional como incurable.
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