Monarquía constitucional a la experiencia democrática en España

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TEMA 19. DE LA MONARQUà A CONSTITUCIONAL A LA EXPERIENCIA DEMOCRÔTICA EN
ESPAÃ A (1845-1874).
â º ISABEL II (1843-1868)
Con el fin de acabar con la inestabilidad en que se venÃ−a moviendo el régimen español, a la caÃ−da de
Espartero, Isabel II fue declarada en noviembre de 1843, con sólo 13 años, mayor de edad.
• La década moderada (1844-1854)
En 1844 la reacción contra los progresistas y su lÃ−der y jefe de gobierno Olózaga, que habÃ−a decretado
la disolución de las Cortes, llevó al poder a los moderados durante los siguientes diez años. Su jefe, el
general Narváez, llevó a cabo con mano firme una polÃ−tica de estabilidad.
El partido moderado lo integraban las clases medias ilustradas, las enriquecidas por la desamortización, la
aristocracia latifundista y la burguesÃ−a en sentido estricto. De acuerdo con sus intereses se redactó la
Constitución de 1845, mucho más moderada que la Constitución progresista de 1837.
Su polÃ−tica se caracterizó por la centralización y unificación del aparato administrativo del Estado: se
recortaron los poderes de los ayuntamientos; se creó la Guardia Civil como fuerza armada del gobierno para
garantizar la ley y el orden; se promulgó un nuevo Código Penal; se redactó un Plan de Estudios
unificado, privando a las universidades de su tradicional independencia; se reformó la Hacienda...
Reforzado con estas medidas, saneado económicamente el Estado y con la mayorÃ−a del Ejército de su
parte, le fue fácil a Narváez controlar la situación en el interior del paÃ−s y hacer abortar, primeramente,
las nuevas insurrecciones carlistas desencadenadas a partir de 1846 en Cataluña, Aragón, Guipúzcoa y
Navarra (â el carlismo tenÃ−a ahora un nuevo pretendiente, Carlos Luis de Borbón y Braganza, hijo de
don Carlos, y habÃ−a superado sus divisiones internas) y, en segundo término, la tÃ−mida revuelta
progresista que estalló en 1848 en Madrid, reflejo de las revoluciones europeas del mismo año. (â La
revolución del 48 fracasó en España por falta de respaldo de los progresistas, la falta de verdadera
implicación popular y la eficaz represión de Narváez).
Sin embargo, a partir de 1848 comenzaron a aflorar problemas en el seno del propio Partido Moderado que,
unidos a los planteados por la oposición, acabarÃ−an por desgastarlo e inutilizarlo como fuerza polÃ−tica.
Entre estos problemas, el primero serio se planteó cuando Narváez, disconforme con la displicente actitud
de sus partidarios, decidió retirarse. Ello constituyó un duro golpe para el moderantismo que, no obstante,
trató de capearlo concediendo las riendas del gobierno a otro moderado ilustre, Bravo Murillo (1851). Sin
embargo, si éste como administrador llevó a cabo la labor más relevante de su época (fue el primer
gobierno español que publicó las cuentas del Estado y dio un impulso extraordinario a la red de
ferrocarriles y a las obras del canal de Isabel II) y como polÃ−tico logró reanudar las relaciones con la Santa
Sede, que habÃ−an quedado rotas con Espartero (Concordato de 1851), fracasó de modo rotundo al intentar
imponer un régimen autoritario. A su caÃ−da (1852), su partido se halló tremendamente desgastado, a la
par que muy desprestigiado entre sus adversarios, también por la salida a la luz pública de algunos
escándalos financieros. En junio de 1854, una coalición de progresistas, de moderados `puritanos' (=
fracción del partido moderado recelosa de la tendencia excesivamente conservadora que iba tomando el
partido), de generales y polÃ−ticos, que se habÃ−a venido configurando desde 1852, acabó por hacer
estallar la revolución.
• El bienio progresista (1854-1856)
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El pronunciamiento de Vicálvaro (la famosa Vicalvarada) con que el general O'Donell (moderado puritano)
inició esta revolución, no resolvió nada al principio. Pero la intervención a mediados de julio, a
instancias de los progresistas, de importantes sectores del pueblo madrileño en favor de la revuelta, acabó
por obligar a Sartorius, conde de San Luis, entonces jefe de gobierno, a dimitir. A continuación, con el fin de
salvar la situación o, mejor dicho, la corona, Isabel II volvió a llamar a Espartero, que se habÃ−a unido a
los sublevados, y le encargó la formación de gobierno.
Pero si con el cambio polÃ−tico pudo salvarse la Corona, lo cierto es que el paÃ−s vio incrementar sus
problemas con la llegada al poder del progresismo, tan dividido como su antagonista.
No sólo dejó sin resolver el problema económico, sino que agravó el problema polÃ−tico-social con la
desamortización de los bienes comunales (desamortización Madoz, 1855) y las medidas anticlericales, que
de inmediato supusieron la ruptura, otra vez, del Concordato de 1851 y las relaciones con Roma. De ahÃ− que
tras la crisis de 1855-56, en la que fueron frecuentes los motines y alteraciones del orden (Barcelona,
AndalucÃ−a y Cuenca del Duero), Espartero se viera obligado a dimitir.
• Moderados y Unión Liberal (1856-1863)
A continuación, tras un gobierno interregno impuesto por la presencia de O'Donell (ministro de la guerra con
Espartero), Narváez fue llamado de nuevo por la reina en 1856; decisión que no tuvo en cuenta los
inconvenientes que podÃ−a representar el entregar el gobierno a un partido gastado y autoritario, en un
momento en que el espÃ−ritu liberal habÃ−a ganado terreno.
No es de extrañar por ello que muy pronto, tras un bienio tan sólo de mantenimiento (1856-58), el viejo
sistema moderado se viese obligado a ceder también ante el empuje de la Unión Liberal, partido de centro
que se habÃ−a ido formando, a instancias de O'Donell, con gentes descontentas pero templadas de los dos
viejos partidos históricos (los progresistas de Espartero y los moderados de Narváez).
La época de la Unión Liberal (1858-1863) fue la más estable de la España constitucional, por varios
factores: Primeramente, por el nuevo talante polÃ−tico, mezcla de tolerancia y pragmatismo, que supo
contentar a la oligarquÃ−a, sentando las bases del futuro caciquismo, y controlar a los militares con mano
suave pero firme. En segundo lugar, fue un perÃ−odo de prosperidad económica, propiciado por una
coyuntura claramente expansiva que favoreció la movilización de capitales. Y aunque éstos se dirigieron
fundamentalmente a los ferrocarriles, patronos y obreros se beneficiaron del aumento de las inversiones en
general. Finalmente, fue una época dorada en el terreno de la polÃ−tica exterior: de entonces datan las
expediciones militares a Conchinchina, Méjico (1861), Chile, Marruecos (que acabó con la toma de
Tetuán en 1860) y, por último, la restauración temporal del dominio de España sobre Santo Domingo.
• Hundimiento del régimen (1863-1868)
Pese a todas estas positivas realizaciones, ya desde muy pronto pudo advertirse que la Unión Liberal no
lograrÃ−a sobrevivir a la caÃ−da de su lÃ−der. Por ello, cuando O'Donell cayó en 1863, el partido se vino
abajo.
Tras la dimisión de O'Donell, la reina podÃ−a haber ofrecido nuevamente el poder a los progresistas,
asegurando asÃ− una dinámica bipartidista, al estilo de la británica que tan buenos resultados estaba
dando. En lugar de eso, volvió a llamar a Narváez. Su actitud frustró la consolidación del liberalismo en
España.
El partido progresista, viéndose marginado en la vida polÃ−tica tanto por la postura de la reina como por el
funcionamiento de las elecciones, optó por la abstención. Paralelamente, se produjo en su seno un relevo
generacional. La vieja guardia fue sustituida por nuevos polÃ−ticos entre los que pronto descolló Práxedes
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Mateo Sagasta. También se produjo el relevo de los militares: a Espartero le sucedió el general Prim,
avalado por sus éxitos en Marruecos y en Méjico.
Fallecido O'Donell (noviembre de 1867), los unionistas se incorporaron a la coalición
demócrata-progresista firmante del pacto de Ostende (julio 1866), donde se llegó al acuerdo de derribar el
trono de Isabel II. A partir de 1867 la Corona se halló ya, por tanto, con el solo apoyo de los moderados y del
Ejército que, como consecuencia de unas medidas de destierro dictadas por González Bravo -sucesor de
Narváez- contra varios generales, se incorporó a la conspiración. En estas condiciones, perdida ahora
también la confianza de buena parte del Ejército, la causa isabelina no pudo hacer otra cosa que limitarse
a esperar su fin.
En septiembre de 1868 la coalición de unionistas, progresistas y demócratas (â estos últimos eran
figuras de la intelectualidad española -Castelar, Pi y Margall...-, que coincidÃ−an sólo con los progresistas
en la necesidad de una revolución que restableciese una auténtica soberanÃ−a nacional, pero
preconizaban la república como única forma lógica de gobierno, prescindÃ−an de todo contacto con la
Iglesia y en la cuestión social, sin renunciar a un liberalismo doctrinario, mantenÃ−an contacto con las
nuevas doctrinas del socialismo) hizo estallar la revolución en Cádiz, Sevilla y Málaga, que muy pronto
siguió en Cataluña y Valencia, donde también se proclamaron las “libertades fundamentales” y el
sufragio universal. Ante ello, el Gobierno isabelino se apresuró a organizar el ejército adicto a la reina
para sofocar la rebelión. Pero el 28 de septiembre, el general Serrano batió a las tropas gubernamentales. La
Revolución de Septiembre de 1868 (la “Gloriosa”) habÃ−a triunfado. Isabel II cruzó la frontera de Francia.
En Madrid se constituyó un gobierno provisional que convocó elecciones generales, restableciendo las
libertades fundamentales y el sufragio universal. De esta manera triunfaban en España, 20 años
después, los ideales que habÃ−an conmovido Europa en 1848.
â º EL SEXENIO REVOLUCIONARIO (1868-1874)
• Revolución 1868 â destronamiento de Isabel II
• Gobierno Provisional (1868-1871)
♦ Constitución 1869
♦ Proclamación Amadeo de Saboya
• MonarquÃ−a Amadeo I (1871-1873)
♦ Tercera guerra carlista (1872)
♦ Problemas interpartidistas
. constitucionales
. radicales
♦ Abdicación
• Primera República (1873-1874)
♦ República Federal
. proclamada por las Cortes
. problema cantonal
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♦ República Radical Unitaria
â º GOBIERNO PROVISIONAL (1868-1871)
El triunfo de la Revolución de Septiembre de 1868 supuso el derribo de la monarquÃ−a de Isabel II.
El primer paso dado por los vencedores fue la formación de un Gobierno provisional. El nuevo Gobierno
quedó constituido con cinco progresistas y cuatro unionistas bajo la presidencia del general Serrano (lÃ−der
de la viejo Unión Liberal y general victorioso en la batalla de Alcolea frente a las fuerzas isabelinas), todos
monárquicos, por tanto; pese a lo cual llevó a cabo una verdadera institucionalización democrática del
régimen.
A partir del 15 de octubre de 1868, Serrano fue reconociendo las diversas libertades (de enseñanza, de
imprenta, de asociación, de reunión pacÃ−fica, de residencia, de cultos) y el derecho de todos los
ciudadanos, mayores de 25 años y con derecho de vecindad (25 % de la población), a la participación
polÃ−tica (sufragio universal).
Sobre estas bases, el Gobierno llevó a cabo algo jamás intentado hasta aquel momento en España, la
convocatoria de elecciones por sufragio universal con el fin de designar los diputados de la única cámara de
que debÃ−an componerse las Cortes Constituyentes. Una vez reunidas, tras una intensa campaña electoral
(resultaron victoriosos los monárquicos progresistas, seguidos de los monárquicos unionistas y de los
demócratas federales -fracción ésta del Partido Demócrata-), aprobaron una nueva Constitución.
La Constitución de 1869 establece, como forma de gobierno, la monarquÃ−a constitucional (en conformidad
con el casi común sentir de las Cortes Constituyentes) y, como sistema representativo, las Cortes
bicamerales (con un Senado que deberÃ−a en su momento ser elegido por las provincias), elegidas por medio
del sufragio universal masculino. Esta Constitución contiene una declaración de derechos y libertades,
triunfando la idea de libertad de cultos y la soberanÃ−a nacional.
Al proclamarse como forma de gobierno la monarquÃ−a, las propias Cortes, en consecuencia, hubieron de
nombrar una Regencia, cuya presidencia recayó en Serrano, el cual nombró a Prim como Jefe de Gobierno.
La Regencia de Serrano tiene como tarea primordial la búsqueda de un monarca para el trono español, lo
que produce la división entre el grupo de monárquicos, ya que mientras unos apoyan la candidatura del rey
de Portugal (Fernando Coburgo), otros apoyan la candidatura del duque de Montpensier (el cuñado de
Isabel II), mientras que los demócratas tienen como candidato a Amadeo de Saboya.
Prim, como jefe de gobierno de la Regencia, intentará por todos los medios que el candidato elegido sea bien
visto por todos los partidos polÃ−ticos españoles e incluso por las potencias europeas (â el apoyo por
parte de Prusia al candidato Leopoldo de Hohenzollern provocará el rechazo de Francia y será el detonante
de la guerra franco-prusiana en 1870, con la consiguiente caÃ−da de Napoleón III).
Por una u otra razón fueron rechazadas a lo largo de un año hasta 13 candidaturas al menos. Y, al cabo, la
elección recayó en la persona de Amadeo de Saboya (hijo de VÃ−ctor Manuel II de Italia), por el prestigio
de la casa de Saboya al haber realizado la unificación italiana y, sobre todo, porque era el candidato de Prim.
Por primera vez, España cuenta con una monarquÃ−a “popular” ya que es el pueblo soberano quien elige al
monarca frente a la monarquÃ−a borbónica que se apoya en la tradición.
â º REINADO DE AMADEO I (1871-1873)
Dos dÃ−as antes de que el nuevo monarca desembarcara en Cartagena fue asesinado el general Prim en
Madrid (â la fracción más exaltada de los republicanos federales no podÃ−a perdonarle el que hubiese
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hecho desembocar la revolución de septiembre hacia una monarquÃ−a). La monarquÃ−a quedaba desde el
principio en situación de orfandad, porque la inmensa mayorÃ−a de los españoles (fuerzas polÃ−ticas y
pueblo) jamás le prestarÃ−a apoyo.
Ante tal situación, planteada desde el primer momento y prolongada a lo largo de todo su fugaz reinado,
Amadeo trató de buscar fórmulas que propiciasen el gobierno, como la creación de un sistema de turno
parlamentario (turnismo: preludio del sistema de la Restauración) con las dos únicas fuerzas polÃ−ticas
que sostenÃ−an su causa: los `constitucionales', dirigidos por Sagasta, y los `radicales', acaudillados por Ruiz
Zorrilla, que no supieron articularse adecuadamente para poder proporcionar estabilidad polÃ−tica al paÃ−s.
Mientras tanto, los carlistas se habÃ−an alzado en armas de nuevo (tercera guerra carlista, 1872) y crecÃ−a el
sentimiento republicano en el pueblo, a lo que hay que añadir la rivalidad entre Ruiz Zorrilla y Sagasta, que
debilitaba todavÃ−a más los pilares sobre los que descansaba la monarquÃ−a recién instaurada.
Amadeo I comprendió que no podrÃ−a reinar constitucionalmente sobre aquel volcán polÃ−tico que era
España y renunció al trono el 11 de febrero de 1873, poco más de dos años después de haber sido
proclamado rey por las Cortes españolas.
â º PRIMERA REPÃ BLICA (1873-1874)
La primera noche del dÃ−a en que dimitió Amadeo de Saboya, reunidas las Cortes en Asamblea Nacional,
decidieron proclamar la República. Su presidencia fue otorgada a Estanislao Figueras. Pero el nuevo
régimen tampoco mejoró situaciones precedentes. Antes al contrario, durante aquellos once meses, el
paÃ−s se verÃ−a sumergido en un estado de indescriptible anarquÃ−a, en una situación incomparablemente
peor que las anteriores.
Durante los once meses de República, el poder ejecutivo estuvo en manos de 4 presidentes (Figueras, Pi i
Margall, Salmerón y Castelar) pudiendo establecerse dos modalidades distintas: República Federal
(federación de diversos estados, como EEUU) y República Autoritaria (unitaria).
La República Federal (1873).- La orientación federalista que va a tomar la República fue concebida por
dos hombres pertenecientes a la periferia, Figueras y Pi i Margall. Ellos impusieron en la concepción federal
las ideas de hombres periféricos y la concepción socio-económica propia del levante español que,
dominado por el anarquismo propugnado por Fanelli (discÃ−pulo de Bakunin) va a derivar hacia el
extremismo radical.
Sucedió durante la presidencia de Pi i Margall cuando estalló la sublevación cantonal. A partir de la
proclamación de la República de Cataluña por parte de la Diputación de Barcelona, el paÃ−s se fue
disgregando en “cantones” o “repúblicas independientes” preconizadoras de un sistema federal: las de
Málaga, Granada, Cádiz, Sevilla, Valencia, Utrera (que se desgajó de la de Sevilla), Jaén (que hizo lo
propio de la de Granada) y un largo etcétera del que lo más importante serÃ−a la Cantonal Cartagena que,
disponiendo de la escuadra y una poderosa guarnición, llegó a declarar la guerra a Madrid.
La situación se agravó por la virulencia que por esas mismas fechas adquirió otra vez en el norte la guerra
carlista. Ampliamente superado por la situación y, probablemente, también muy impresionado por la
equivocada interpretación que los españoles acababan de hacer de su propia doctrina federal, Pi i Margall
dimitió a los pocos dÃ−as de haberse hecho cargo del poder. Esta concepción radical del federalismo
republicano pondrá sobre el tapete la existencia fÃ−sica de España como nación.
El caos polÃ−tico provocado dio lugar a dos tipos de reacción: una militar y otra polÃ−tica, ambas tendentes
a la unidad del paÃ−s.
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La República Autoritaria (1874).- Después de Pi i Margall fue nombrado Nicolás Salmerón, partidario
de un sistema de gobierno basado en una República radical unitaria, no federal.
Durante la presidencia de Salmerón, y por su expreso deseo, se logró la sumisión de los cantones de
Valencia y Alcoy (labor que corrió a cargo del general MartÃ−nez Campos) y de Córdoba, Sevilla, Cádiz
y Granada (por mediación del general PavÃ−a). Pero cuando llegó la hora de ratificar las varias condenas a
muerte que resultaron para los cantonalistas, el presidente se negó a hacerlo (era enemigo de la pena capital).
En consecuencia, presentó su dimisión, siendo sustituido por Emilio Castelar.
Con Castelar el nuevo régimen todavÃ−a giró más a la derecha que con Salmerón. Quedó convertido
en República unitaria conservadora.
Castelar obtiene de las Cámaras poderes extraordinarios, casi autoritarios, con el fin de restablecer la unidad
polÃ−tica de la nación ante los problemas que tuvo que afrontar: indisciplina en el ejército, la guerra
carlista y la lucha contra los cantonalistas. Castelar sancionó aquellas penas de muerte, reorganizó el cuerpo
de artillerÃ−a (en su empeño de robustecer el Ejército y restablecer el orden, éste se convertirá en
árbitro de la situación polÃ−tica), reanudó las relaciones con la Santa Sede y venció por mar (a través
del contralmirante Lobo) el cantón de Cartagena. Sin embargo, la rebelión carlista no habÃ−a podido ser
sofocada y los propios republicanos están multidivididos. Cuando el 2 de enero de 1874 se reunieron las
Cortes, una votación adversa derribaba a Castelar de la jefatura del Estado. A continuación, las Cortes
intentaron elegir a Eduardo Palanca como quinto presidente. Pero esta última elección no pudo llevarse a
efecto por el golpe de estado de PavÃ−a, capitán general de Madrid, que ocupó militarmente el Congreso,
expulsando a los representantes de la nación. En adelante, el Poder Ejecutivo republicano, por deseo expreso
de los capitanes generales reunidos en Madrid, pasó a manos del general Serrano, iniciándose de este modo
el Régimen de la Interinidad.
â º LA INTERINIDAD (1874)
Durante esta fase de algo menos de un año, Serrano ejerció una curiosa especie de dictadura: suspendió
las garantÃ−as constitucionales disolviendo inmediatamente las Cortes y organizó un Gobierno provisional,
con el nombramiento de un gobernador general (Zabala), que prosiguió la liquidación del cantón de
Cartagena (ocupado finalmente el 13 de enero por el general López DomÃ−nguez) y la guerra carlista (que
sin embargo no serÃ−a concluida hasta 1876).
Durante la República, se habÃ−a ido formando un partido restaurador que veÃ−a en la persona de Alfonso
(hijo de Isabel II) la restauración de la monarquÃ−a borbónica, dirigido por Canovas del Castillo. El
partido “alfonsino” comenzó a tener un enorme arraigo en todas las clases sociales a las que la anarquÃ−a
hacÃ−a la vida imposible y, sobre todo, entre los jefes y oficiales del Ejército, a los cuales se obligaba a
combatir contra los carlistas y los cantonalistas.
El gobierno de Serrano, carente de un ideal y aún de un programa de gobierno, no pudo contrarrestar una
hábil propaganda a favor de Alfonso (â Alfonso dirige un manifiesto -redactado por Canovasprometiendo paz y convivencia polÃ−tica a los españoles, intentándolos convencer para que acepten la
restauración borbónica).
Precipitó el triunfo de la restauración el pronunciamiento de MartÃ−nez Campos (Sagunto, 29 de
diciembre de 1874) proclamando rey de España a Alfonso XII.
HabÃ−a muerto la Primera República y nacÃ−a la Restauración.
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