La violencia social y la inseguridad ciudadana: limitaciones

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HOJA DE PRENSA 7
INFORME SOBRE DESARROLLO HUMANO HONDURAS 2006 HACIA LA EXPANSIÓN DE LA CIUDADANÍA
La violencia social y la
inseguridad ciudadana:
limitaciones centrales para
la construcción de una
ciudadanía activa
La violencia social y la inseguridad ciudadana
se convierte en uno de los principales obstáculos para la construcción de ciudadanía. En
consecuencia, para luchar de manera efectiva
contra ese fenómeno se requiere más sociedad, más espacio público y una ciudadanía
fortalecida en sus derechos y en sus capacidades de acción colectiva.
A pesar de no existir en el país datos precisos sobre la incidencia de la utilización de la violencia en Honduras, ésta
presenta niviles significativos.
Cuadro
Tipo de victimización según dominio de estudio y nivel
socio económico
1
Dominio de estudio y
nivel socio económico
Robo
Golpeado por
desconocido
Herido por
arma blanca
Amenazado
de muerte
Pariente
cercano
asesinado
DC/SPS
NSE Alto-Medio alto
NSE Medio
NSE Bajo y muy bajo
53.7
47.1
32.9
11.4
15.5
13.6
6.3
7.9
4.7
10.2
11.3
10.1
12.2
15.5
14.8
34.0
28.8
25.5
7.8
5.7
8.8
3.9
2.1
3.7
3.2
7.3
8.6
10.9
10.0
12.2
NSE Alto-Medio alto
NSE Medio
NSE Bajo y muy bajo
30.0
16.4
7.7
5.1
5.1
2.8
13.4
5.8
15.3
8.1
Promedio
27.2
8.0
3.8
7.6
10.8
Resto urbano
NSE Alto-Medio alto
NSE Medio
NSE Bajo y muy bajo
Rural
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta de Percepción Nacional sobre Desarrollo Humano, 2005.
Los principales centros urbanos, el Distrito Central y San Pedro
Sula, son los que concentran la mayor incidencia de delitos. En el
2005, y según la Encuesta de Percepción sobre Desarrollo Humano,
45% y 41% de personas respectivamente, manifestaron haber sido
víctimas de robo en estas dos ciudades. Sin embargo, no se trata de un
problema exclusivamente urbano. La violencia extrema alcanzó niveles
elevados en todo el país. Para este mismo período 8% de la población
rural declaró que un familiar asesinado, 11% en áreas urbanas intermedias y 13% en Distrito Central y 16% en San Pedro Sula.
Quienes estuvieron más expuestos a ser víctimas de las violencias
en 2005, fueron las personas de nivel socioeconómico medio y alto,
principalmente en los centros urbanos metropolitanos. Con base a la
encuesta de percepción nacional sobre desarrollo humano, el 54%
de las personas de nivel socioeconómico alto manifestó haber sido
víctima de robo, 47% en niveles medios y 33% en niveles socio económicos bajos de la población. A medida que la violencia se hace
más extrema, esta va abarcando a todos los estratos sociales.
La otra cara de esta moneda es un entorno ciudadano de miedo e
inseguridad donde la calidad de vida se ve seriamente afectada y
donde la construcción de ciudadanía encuentra enormes obstáculos.
En las principales ciudades de Honduras, producto de la inseguridad,
más del 46% de las personas declara haber dejado de caminar en las
calles, 40% afirma haber limitado los lugares a donde va de compras,
39% ha reducido sus actividades recreativas y más de un 31% ha
dejado de ver a alguien que apreciaba mucho.
La relación entre participación ciudadana en el espacio público y
victimización es especialmente relevante. Aquellos que han sido
víctimas directas o indirectas de la violencia e inseguridad, presentan
niveles de menor participación a los de aquellos que reportan no
haber sido víctimas.
La desconfianza ha alcanzado niveles importantes en estas ciudades
(San Pedro Sula y Tegucigalpa) donde la inseguridad se traduce en
“miedo al otro”. El otro no es un ciudadano con el que se comparte
preocupaciones comunes, sino un extraño y un potencial agresor. El
nivel de confianza en las personas es menor en la medida en que
el individuo ha sido víctima de la inseguridad. En la medida que la
persona es sujeto de mas situaciones de victimización, se acentúa
el sentimiento de desconfianza y la percepción que: “mejor hay que
cuidarse de ellos (las otras personas)”.
Los procesos de desconfianza van de la mano con un aumento de
la segregación y estigmatización territorial y social en el país. Por
un lado, las ciudades hondureñas se caracterizan por altos niveles
de segregación residencial y fragmentación, que conlleva una nítida
tendencia al distanciamiento físico entre barrios y colonias de nivel
socioeconómico alto y bajo. La fragmentación atraviesa las ciudades,
y se manifiesta en la tendencia de “amurallar” y “enrejar” las áreas
residenciales e incluso los espacios públicos, situación que ya no sólo
se presenta en las áreas residenciales de altos ingresos, sino que
también en barrios habitados por población de bajos ingresos.
1
Otro aspecto de la discriminación asociada a la violencia e inseguridad, radica en el hecho que la percepción ciudadana relaciona el
delito con la figura omnipresente del marero: personaje identificado
como joven de barrios populares que utiliza la violencia de forma
desmedida y es causante, prácticamente, de todos los delitos que
ocurren en el país. Esta percepción generalizada sobre los jóvenes
vinculados con pandillas conlleva un proceso de estigmatización
profundo hacia la población de los sectores populares. Esta situación refuerza la sensación de abandono y exclusión que sienten los
jóvenes. Adicionalmente, invisibiliza fenómenos delictuales que no
se vinculan con las acciones de las pandillas en el país y que podrían
ser responsabilidad de otros sectores.
Sin duda los costos económicos que genera la inseguridad son enormes. No sólo desde el punto de vista de las vidas que se pierden por
la violencia sino también por la consolidación de un modelo de “escape” donde la emigración es vista como solución a la precariedad
que se vive en el país. De esta forma, se esta perdiendo capital humano mediante la expulsión de importantes contingentes de jóvenes
2
que se sienten enfrentados a una situación sin solución caracterizada
por la violencia, la inseguridad, la precariedad económica y laboral.
En síntesis, la calidad de la ciudadanía tiene una vinculación directa
con la inseguridad que se vive diariamente en Honduras. Se trata
de una relación compleja de retroalimentación permanente ya que
el aumento de la inseguridad tiene también consecuencias en el
debilitamiento de la ciudadanía. Son dos fenómenos profundamente
interconectados que requieren ser enfrentados de manera conjunta.
La seguridad es tarea de todos y todas, pero también una clara
responsabilidad del Estado, mediante la definición de políticas que
permitan avanzar con claridad en el combate de la delincuencia y al
mismo tiempo en la articulación de iniciativas que posibiliten ejercer
plenamente los derechos ciudadanos. De esta forma, es necesario
avanzar en agendas proactivas que contribuyan a disminuir los
procesos de exclusión, el debilitamiento de la cohesión social y el
aumento de la violencia en el país.
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