CARPE DIEM - TEMPUS FUGIT Los sonidos procedentes de la cocina lo despertaron. Había comenzado un nuevo día y su familia se disponía a desayunar para afrontar una nueva y dura jornada en la gran ciudad. Son las siete, pensó él mientras abría los ojos lentamente y comenzaba a intuir el despertar de la urbe a través del murmullo del tráfico. Él que durante toda su vida se había levantado antes del amanecer había abandonado esa rutina. ¿Para qué? En aquella ciudad el día se le hacía demasiado largo. No tenía nada que hacer y los días se le hacían cada vez más interminables. Ya llevaba más de un año en aquella jungla de asfalto y hormigón. Demasiado tiempo, pensó él al tiempo que se volvía en la cama para quedar de espaldas a la puerta de la habitación. Su hija, la abriría como todos los días para comprobar, erróneamente, que él seguía dormido. Sí demasiado tiempo volvió a repetir él. Durante este último año no había encontrado nada que lo motivara y que consiguiera que los días fueran más amenos y no una simple copia del anterior. Él era consciente de que las propuestas que le ofrecía la gran ciudad eran casi infinitas, muchas más de las que podría encontrar o tener en Hoz. Pero ninguna de su agrado. Él era un hombre sencillo acostumbrado al duro trabajo con el ganado y a las duras condiciones de la vida en la montaña. Él era feliz viendo pasar las estaciones y comprobando como su entorno se transformaba: los bosques, las montañas, el caudal de los barrancos… Allí en la gran ciudad eso era imposible. Las estaciones las marcaban los escaparates de las tiendas, la iluminación de las calles o el éxodo de sus habitantes en verano. La puerta de su habitación se abrió. Sería su hija. Lo besó, le deseo los buenos días y se marchó. Al instante pudo escuchar como la puerta de casa se cerraba. Por delante tenían un día de obligaciones, trabajo y esfuerzo. Se volverían a reunir a media tarde. Otra vez sólo, suspiro él. Su hija se había empeñado en que no viviera sólo en Hoz y más aún después de aquel susto con su salud. Él le había intentado explicar una y otra vez que no estaba sólo, que tenía a sus vecinos con los que había convivido durante toda su vida. Pero ese argumento no fue suficiente. “Aquí estarás con nosotros, tu familia. No tendrás que soportar los duros inviernos de Hoz ni sus nevadas y estarás más cerca de médicos y hospitales. A tu edad es algo que debes tener en cuenta.” Había insistido ella. Mientras recordaba aquella conversación se puso en pie, subió la persiana y pudo contemplar una vez más aquel paisaje urbano que tampoco le gustaba. Miró a un lado y a otro pero como ya sabía no encontró ni rastro de aquellas montañas que tanto anhelaba. Sólo edificios y más edificios. Coches, autobuses y personas apresuradas. Ésa era la fotografía que podía obtener desde su ventana. Se vistió, se dirigió hacia la cocina y mientras tomaba leche en el tazón que se había traído de Hoz fue decidiendo como iba a completar las horas que le quedaban hasta que su familia regresara a casa. El día no parecía demasiado frió y tampoco parecía que fuera a llover. Tampoco había rastro de la persistente niebla que era tan habitual en aquella ciudad. Sin duda era un buen día para dar un largo paseo por el parque. Entonces recordó él cuánto había caminado él por los caminos y senderos del valle. Cuando iba a comenzar el verano había que subir el ganado al puerto. Al llegar septiembre o a finales de agosto tocaba regresar. Y en otoño lo suyo era recorrer los bosques en busca de setas. ¡Toda una vida al aire libre ! Bajó a la calle y cogió el autobús que le acercaría al parque. Aunque podría acercarse andado aquel inmenso laberinto de calles al que no se había acostumbrado hacía que se perdiera y desorientara con facilidad. Él, que había atravesado cientos de veces los bosques en plena oscuridad o en mitad de un tormenta de nieve! Se apeó del autobús y se adentró en aquel recinto de naturaleza artificial. Allí estaban los habituales: jóvenes y no tan jóvenes practicando deporte, ancianos paseando o leyendo el periódico y estudiantes que habían decidido “saltarse” alguna clase. Le sonó el teléfono. Ese aparato que le había “regalado” su hija y que debía llevar encima siempre que saliera de casa. ¿Dónde estás? ¿Qué haces? ¿Te has abrigado?... Apreciaba que se preocuparan por él pero a veces tenía la sensación de que haber vuelto a ser un niño que no se valía por sí mismo. Colgó y regresó a su paseo y sus recuerdos. No pudo evitar escuchar la conversación entre dos estudiantes que estaban repasando algunos conceptos antes de enfrentarse al examen. “Carpe Diem: Vive el Momento. Tempus Fugit: El tiempo vuela”. Le repetía uno a otro. Aquello le hizo reflexionar. Lo debería tener en cuenta. Entonces… ¿Por qué esperar? Decidió aplicarlo de inmediato. Salió del parque, tomó un taxi y pidió que lo llevaran a la estación del tren. Tuvo suerte: En aquel momento salía “El Canfranero”. Tan pronto como dejaron atrás la ciudad, sacó el teléfono del bolsillo (por fin le iba a resultar útil) y marcó el número de su amigo. Le contó que iba camino de Hoz y que necesitaba que fuera a buscarlo a Sabiñánigo. Pronto volverían a estar juntos, como tantas veces en su vida. ¡Cuántas cosas se tenían que contar! ¡ Cuántos recuerdos le venían a la memoria! Cerró los ojos, suspiró y pensó: “Vuelvo a casa” Agosto 2014 Álvaro-Dorronsoro