LA FILOSOFÍA EN LA SOCIEDAD ACTUAL. San Agustín decía: que puesto que Dios es la misma sabiduría, el verdadero filósofo es aquel que ama a Dios | Sobre literatura y actualidad cultural Autor: José Ramón Marcaida López En general, las humanidades gozan de escaso prestigio en nuestro país, si a esto el poco interés por la filosofía, nos encontramos con un panorama poco propicio para el desarrollo de un interés genuino por esta materia. “Pensar -ha dicho un filósofo alguna vez- ni consuela, ni hace feliz”. Parece la última palabra sobre el papel de la filosofía en la sociedad actual: si ya no resuelve nuestras aflicciones existenciales, ni proporciona alguna forma de felicidad, ¿qué sentido tiene para nosotros hoy en día el pensamiento filosófico? En los siguientes párrafos trataremos de resolver esta cuestión, partiendo de una premisa clara: la filosofía, los pensadores en general, ejercen una importante función social, y su labor intelectual, mayoritariamente desconocida, muchas veces incomprendida, nos parece tanto valiosa como irremplazable. Esta justificación, defensa más bien, de la filosofía, parece, a primera vista, una tarea complicada: la filosofía, los filósofos, nunca han gozado de menor popularidad. Pensemos en el contexto educativo, por ejemplo. La filosofía como asignatura en la educación secundaria corre el riesgo continuo de desaparecer. Las clases aburren, no son populares; las materias, los textos, no se comprenden, no se leen. En el ámbito universitario, la falta de interés se refleja en la escasez de alumnos y en una apatía generalizada. Los estudiantes de hoy en día viven vidas muy ajetreadas; el tiempo nunca sobra, y las actividades –educativas, de ocio, etc.- están muy bien organizadas según unos intereses muy concretos. Leer libros de filosofía, muchas veces leer en general, no entra dentro de sus planes. Parte de la culpa es de los profesores, y sobre todo de los propios filósofos, que se empeñan en preservar una imagen de sabio en su torre de marfil, y presentan sus ideas en un formato y en un lenguaje intencionadamente complicado e incomprensible para los no iniciados. Escribir para que no te entienda nadie no es tarea fácil, pero mucho más difícil es escribir de manera que te entiendan todos. Parece haberse olvidado que muchas veces, aunque no siempre, los discursos más simples han resultado ser los más eficaces y poderosos. En cambio, se fomenta una actitud de respeto excesivo, incluso miedo, hacia la filosofía y sus complejidades, cuando en realidad se trata de una disciplina muchas veces exigente pero también amable y agradecida. Otro factor importante a tener en cuenta es el hecho de que la nuestra, además, es una sociedad, ya entrado el siglo XXI, eminentemente tecnológica. En este sentido, estamos siendo testigos de un cambio cultural muy importante: el paso de un dominio de lo textual a un dominio de lo visual. Como consecuencia, los libros, los textos, están perdiendo su protagonismo como vías de transmisión intelectual, y hoy en día la información se produce, transmite y comparte a través de otras fuentes y otras vías. Frente a otros países, Alemania por ejemplo, para los que la figura del filósofo, del académico, tiene una enorme relevancia social, en nuestro caso, estos caracteres gozan de una mediocre reputación. Sencillamente, pensar no parece estar de moda, y el papel que juega el filósofo es mirado con escepticismo y hasta sospecha. Pero cierta actitud filosófica pervive indudablemente entre nosotros, independientemente del país en que vivamos y de las circunstancias que nos rodeen. Ante ciertas situaciones, ante ciertas preguntas, recurrimos a criterios propios de la filosofía. Los ejemplos son numerosos. La pregunta por el sentido de la vida y la muerte es quizás el más universal. Como escribió Albert Camus, el problema más importante de la filosofía es juzgar si la vida merece la pena ser vivida. La muerte, más allá de toda creencia religiosa, es una realidad que se nos impone, y que hay que asumir. En este sentido, como dijo el filósofo Karl Jaspers, “filosofar es y sólo es aprender a morir”. Al mismo tiempo, ¿qué sentido tiene nuestra existencia?, ¿cuál es el sentido de la vida? Se trata de las mismas cuestiones de siempre: ¿quiénes somos?, ¿hacia dónde vamos?, ¿de dónde venimos? Son las preguntas de ultimidad, cuya respuesta ha tratado de dilucidar la humanidad, todos somos en cierta medida filósofos, desde tiempos inmemoriales. En cuanto a la cuestión ética: cómo debemos actuar. El hombre es un animal social, sus pautas de comportamiento deben regirse de acuerdo con ciertos criterios, competencia de la ética, y base de los sistemas jurídico y político sobre el que se asientan nuestros derechos y deberes sociales, incluyendo nuestra condición de individuos libres. Es muy fácil olvidar que toda la concepción moderna (quizás ya post-moderna) de nosotros mismos como ciudadanos libres y como agentes sociales se basa en consideraciones de las corrientes filosóficas en boga en el momento, que proporcionan los presupuestos teóricos de tal o cual teoría sobre la libertad, el derecho o el individuo. Es decir, hay una importante carga filosófica en nuestra definición como personas, tanto en un plano individual como colectivo. En todas estas cuestiones, el tono general, en mayor o menor medida, es de carácter filosófico, aunque no se haga referencia, a primera vista, a una escuela de pensamiento particular o a un autor concreto. Dicho de otro modo, los temas filosóficos están aquí, con nosotros, forman parte de nuestra búsqueda cotidiana de sentido. El problema es cómo encauzar estas preocupaciones filosóficas, y darles un enfoque enriquecedor. Evidentemente, estos y otros muchos grandes temas filosóficos no son patrimonio exclusivo del pensamiento occidental. En muchas ocasiones, las filosofías orientales han sabido tratar estos grandes problemas de un modo serio y acertado, pero simple y asequible para todos. Por ejemplo, veamos el siguiente cuento popular de la India: EL GRANO DE MOSTAZA Una mujer, deshecha en lágrimas, se acercó hasta el Buda y, con voz angustiada y entrecortada, le explicó: --Señor, una serpiente venenosa ha picado a mi hijo y va a morir. Dicen los médicos que nada puede hacerse ya. --Buena mujer, ve a ese pueblo cercano y toma un grano de mostaza negra de aquella casa en la que no haya habido ninguna muerte. Si me lo traes, curaré a tu hijo. La mujer fue de casa en casa, inquiriendo si había habido alguna muerte, y comprobó que no había ni una sola casa donde no se hubiera producido alguna. Así que no pudo pedir el grano de mostaza y llevárselo al Buda. Al regresar, dijo: --Señor, no he encontrado ni una sola casa en la que no hubiera habido alguna muerte. Y, con infinita ternura, el Buda dijo: --¿Te das cuenta, buena mujer? Es inevitable. Anda, ve junto a tu hijo y, cuando muera, entierra su cadáver. *El Maestro dice: Todo lo compuesto, se descompone: todo lo que nace, muere. Acepta lo inevitable con ecuanimidad.[1] Muchos de los filósofos actuales son conscientes de esta distancia que separa su disciplina de los individuos con intereses filosóficos, y se preguntan en qué medida hay que replantear la función de la filosofía en la sociedad actual. Por un lado, se desconfía ahora de una idea de filosofía entendida como gran sistema intelectual con capacidad para explicarlo todo, como por ejemplo fue en su día el aristotelismo o el marxismo. Por otro lado, ya no se sostiene una cierta actitud elitista según la cual la integridad intelectual de la filosofía y los filósofos es incuestionable, siendo lo que falla la disposición general del resto de la sociedad. En este sentido, una medida importante, que se ha tomado siempre y que debería funcionar también ahora, es la participación activa de filósofos en asuntos de relevancia social, como los comités de expertos sobre cuestiones éticas, o los grupos de asesoramiento en las instituciones políticas. Además, debemos tener en cuenta la importancia de la comunicación de ideas a través a artículos de opinión en la prensa, entrevistas, libros, etc. Si bien es cierto que en estos casos se trata de una filosofía muy light, apta para todos los públicos, y que su recepción depende en gran medida del carisma y la autoridad del pensador en cuestión, como intento de estimular la mente de las personas no debe ser menospreciado. Un ejemplo muy de moda hoy en día, en consonancia con la mentalidad científico-técnica en que vivimos, es la filosofía de la ciencia. El inmenso avance de las ciencias en estos siglos pasados, en particular durante el siglo XX, ha dado lugar a un sinfín de preguntas acerca del sentido y los límites de la ciencia, cuya respuesta sólo puede plantearse desde una reflexión filosófica. Ejemplos típicos son la cuestión sobre el origen y destino del universo, a raíz de las hipótesis del Big Bang, o la pregunta acerca de los problemas éticos relacionados con el uso y abuso de la ingeniería genética. Los científicos son conscientes de que la propia ciencia es incapaz de resolver satisfactoriamente estas cuestiones. Sin embargo, las sociedades demandan respuestas. Se crea, por tanto, un enorme vacío de significado tras el frenético avance de la investigación científica y tecnológica, que muchos filósofos, junto a historiadores y sociólogos de la ciencia, han adoptado como su principal caballo de batalla. Los problemas filosóficos, sobre todo los más generales (también son los más antiguos) resuenan en las obras de la literatura, en el arte, en el cine, en la música; constituyen una parte sustancial de nuestro bagaje intelectual. Sin duda, hay filosofía en Dostoievski, en Duchamp, en Bergman, en Bob Dylan. En este sentido, lo que los filósofos aportan a la sociedad son claves para interpretar la cultura de nuestra época presente, y las de épocas pasadas. Por otro lado, y en estrecha relación con esto, la reflexión filosófica ofrece también las bases para una forma de pensamiento crítico gracias al cual no sólo se aprende a argumentar bien y a exponer de forma efectiva ideas e intuiciones, sino también -esto es muy importante- se aprende a detectar formas de razonamiento erróneas, que normalmente están a la base de ideologías engañosas o simplemente falsas. “Algunos están destinados a razonar erróneamente; otros a no razonar en absoluto, y otros a perseguir a los que razonan” (Voltaire). En este sentido, la sociedad de hoy en día no es una excepción. Los síntomas de inmadurez intelectual son numerosos; los diversos fanatismos religiosos, por ejemplo. El clima intelectual es de una mediocridad implacable, en un contexto en el que las posibilidades de creación y difusión de ideas son, o parecen ser, inmejorables. Por tanto, parece un tanto paradójico, o tal vez es fruto de los tiempos que corren, que se ponga en duda la importancia de la filosofía, y que se cuestione tan fácilmente su papel en la sociedad actual. Afirma el filósofo francés Gilles Deleuze, autor también de la frase que abre este reportaje, “cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz”. Comprendemos su susceptibilidad, pero no creemos que la pregunta sea siempre irónica y mordaz. Y ya que, como sugirió Kant, la filosofía no se aprende (“sólo se aprende a filosofar”), es posible que el mayor reto para los intelectuales de hoy sea no sólo producir un discurso filosófico interesante, adaptable a las circunstancias de la sociedad presente, sino también abrirse a otras formas de interrogación filosófica (la literatura, el arte, el cine) y, desde esta visión multidisciplinar, diseñar un método -la filosofía entendida como una herramienta útil- eficaz a la hora de encarar las preguntas del día a día. Sin duda, la sociedad, haciendo un uso consciente y a la vez crítico de este método, sólo podrá beneficiarse de tal gesto. Después de todo, hay un cierto encanto en plantearse las preguntas que la filosofía propone. Es verdad que la ignorancia alguna veces seduce, pero no siempre; “la ignorancia es la noche de la mente, dice Confucio, pero una noche sin luna ni estrellas.” [1] “101 cuentos clásicos de la India”. Edición de Ramiro Calle. Edaf.