la estructura eclesial de la gracia cristiana

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PETER SMULDERS, S.I.
LA ESTRUCTURA ECLESIAL DE LA GRACIA
CRISTIANA
Die sacramental-kirliche Struktur der christlichen Gnade, Bijdragen, 18 (1957) 333341.
La encíclica Mystici Corporis dice que entre la Iglesia jurídica y la Iglesia de la caridad
no puede existir antagonismo porque el elemento jurídico y el elemento pneumático se
completan mutuamente y se perfeccionan. Esta idea que creemos de la mayor
importancia tanto para la teología como incluso para la vida cristiana, no parece que
haya encontrado la atención que se merece. En otro lugar hemos intentado mostrar,
partiendo del dogma sacramental, cómo lo cultual y lo jurídico encuentran su perfección
última en lo pneumático¹. Ahora deseamos mostrar, partiendo de la santificación
cristiana, cómo lo cultual y lo jurídico pertenecen a la esencial integridad de la gracia.
Intentaremos llegar al contenido concreto de la tendencia encarnatoria de la gracia, en
frase afortunada de K. Rahner. Para ello necesitamos asomarnos hacia direcciones a
menudo descuidadas en los tratados sobre la gracia: cristológica, trinitaria, sacramental,
eclesial... Campo tan vasto que nos obligará en muchas cuestiones a dejarlas sólo
esbozadas, pero que al mismo tiempo probará la extraordinaria importancia del tema. La
división de la teología en tratados presenta el inconveniente de desconectarlos entre sí y
con el centro de toda la revelación; con ello se pierde también el valor existencial de la
teología.
GRACIA, CULTO, DERECHO
La esencia de la gracia
De acuerdo con la revelación neotestamentaria podemos definir la gracia como el amor
del Padre que renueva y diviniza la humanidad, y nos da la vida por el Espíritu como
hijos en su Hijo hecho hombre. Lo importante es el nuevo ser del hombre, y su nuevo
dinamismo impulsado por el Espíritu, el amor de Dios. Describamos un poco esta
definición.
La gracia nos hace a los hombres hijos en el Hijo, edifica el cuerpo místico de Cristo,
nos regala el acceso al Padre como Padre (Ef 3,12; Rom 5,2). La fuente primaria de la
gracia es el Padre, ya que solamente el Padre engendra al Hijo cuyo ser es "ser-nacidodel-Padre". Derivar nuestra filiación adoptiva de toda la Trinidad puede hacer perder
valor existencial a la revelación trinitaria si nuestro Padre celestial no es verdadera y
personalmente el Padre de Jesucristo. Para evitar malentendidos conviene añadir que
esto no significa que el Hijo y el Espíritu Santo no sean verdadero principio de la gracia,
pero no lo son como el Padre: principio sin principio. El Hijo se da a sí mismo a la
humanidad y la convierte en su cuerpo, pero esto lo hace como Hijo, como el nacido,
como el "obediente" divino. El Hijo es la afirmación divina del Padre corno Padre.
También el Espíritu Santo es principio activo de la gracia pero precisamente como amor
del Padre y del Hijo. El Padre engendra a su Hijo en la humanidad, a través de su amor
al Hijo y el Hijo responde afirmativamente a esta iniciativa paternal con su amor al
Padre. Este amor mutuo constituye el Espíritu Santo. La venida del Espíritu Santo a la
humanidad es la formación del Hijo en la humanidad y el ser filial de la humanidad con
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respecto al Padre como Padre. Padre, Hijo y Espíritu Santo son principio de la gracia,
como enteramente uno y distintos a la vez.
La gracia nos hace hijos de Dios: "como con hijos se porta Dios con vo sotros" (Heb
12,7). Y lo más esencial de este movimiento filial hacia el Padre está formado por las
tres virtudes teologales, componente esencial de la justificación.
Gracia y culto
La eficacia y los actos del culto forman parte de la gracia pues el culto cristiano se
integra en las virtudes teologales.
La anterior afirmación puede ser justificada de dos maneras. En primer lugar,
considerando la misma esencia del culto que es la expresión y realización de nuestra
espiritual relación con Dios a través de actos socialmente visibles y simbólicos. Para
santo Tomás, por ejemplo, la profesión externa de fe es un acto de culto. De momento
vamos a dejar de lado el carácter social del culto, aspecto que recogeremos al tratar la
relación gracia-derecho. La "expresión" de las virtudes teologales es una más perfecta
realización de las mismas, dada la relación que hay entre actos internos y externos del
hombre. Además, por la gracia, el hombre, como totalidad, está revestido de Dios, por
tanto también como totalidad, es decir, en cuerpo y espíritu, debe vivir su total
orientacional Padre. Pertenecen a la gracia, que nos da el acceso al Padre, no sólo las
virtudes teologales sino el poder del culto que le da gratuitamente.
Al mismo resultado se llega desde la consideración de Cristo, gracia primordial.
Jesucristo hubo de ser inmolado, se entregó a sí mismo, murió y una vez resucitado se
encontró de nuevo en las manos del Padre. La carta a los Hebreos contiene respecto a
esto una expresión notable: "aprendió por sus padecimientos la obediencia" (5,8). Desde
el primer momento de su ser humano fue Cristo obediente, pero para el hombre después
del pecado original la total dependencia de Dios solamente la vive en la ofrenda de la
muerte y resurrección. También el Hijo hecho hombre se sometió a esta ley, y
solamente así llegó a la más completa experiencia de su naturaleza humana. Lo mismo
vale para la naturaleza redimida: su filiación debe ser definitivamente realizada en el
sacrificio. El sacrificio de la cruz será el modo como el bautismo, la eucaristía y los
restantes sacramentos nos proporcionen la vida de la gracia hasta que por la
resurrección sea consumada la unidad con Cristo inmolado. Por eso la actuación cultual
forma parte esencial de la gracia. El Padre que concede a la humanidad el filial acceso
hacia él, regala el poder y los actos de culto con el cual la humanidad puede ofrecer la
inmolación de Cristo como su ofrenda.
Para algunos culto y gracia son recíprocamente opuestos, pues culto es un acto de los
fieles y la gracia un don de Dios, pero esta dificultad proviene de una mentalidad
demasiado filosófica que toma el culto como una iniciativa humana; mirado
teológicamente, el culto cristiano es fundamentalmente don de la gracia del Padre, pues
solamente el Padre da a la humanidad el acceso hacia él mismo. Solamente el Padre da
el Espíritu en el que podemos adorarle.
PETER SMULDERS, S.I.
Gracia y derecho
Proseguimos nuestra definición de la gracia afirmando que la ordenación del derecho
pertenece también a la esencia de la gracia. Por derecho entendemos la norma de la
sociedad pública, y en la Iglesia la organización externa de la comunidad eclesial.
El derecho así entendido pertenece, y no de manera accidental, a la esfera de la gracia.
El dogma de la redención fuertemente falseado de individualismo ha encubierto la
esencia social de la gracia, pero afortunadamente en los últimos decenios se ha enfocado
la cuestión desde otros puntos de vista. En el Nuevo Testamento y en los Padres
podemos ver cómo el milagro de Pentecostés o el misterio de la Iglesia muestran como
objeto primario del amor divino más a la Iglesia y a la humanidad que al alma
individual, sin que esto disminuya en nada el amor personal de Dios para con cada
hombre. La gracia apunta hacia la totalidad humana y el hombre es esencialmente
social. La gracia -renovación esencial del hombre- renueva también sus relaciones
humanas, establece y eleva la unidad de la familia humana.
Ahora bien, sociedad humana es necesariamente también sociedad externa, porque el
hombre es fundamentalmente espíritu en el mundo, lo cual quiere decir sociedad
organizada exteriormente, sociedad jurídica. Por tanto la ordenación del derecho
pertenece a la esencia integral de la gracia.
Se puede objetar que la nueva sociedad instaurada por la gracia debe ser una sociedad
de amor y no precisamente de la coacción y del derecho. Es verdad que la nueva
sociedad ha de ser una sociedad de amor, pero el amor no es completamente humano si
no toma cuerpo en el derecho -forma externa del amor-. La tensión que experimentamos
entre amor y derecho es consecuencia de la imperfección del amor que no espiritualiza
su exterioridad. El derecho de la Iglesia no es per se fuerza externa, sino dominio del
amor.
Resumiendo: la gracia es el amor del Padre que incorpora la humanidad a su Hijo. Lo
nuclear de esta gracia es el don del Espíritu Santo que infunde la gracia santificante y
las virtudes teologales. Pertenece a la esencia de la gracia el que el Padre nos regala el
acceso hasta el por medio del culto e igualmente el construir una nueva sociedad
humana en una nueva ordenación del derecho. Culto y derecho constituyen la forma
externa de la gracia.
LA FIGURA VISIBLE DE LA GRACIA EN LA IGLESIA Y SACRAMENTOS
La Iglesia
No es raro entre teólogos católicos expresar un cierto antagonismo entre la Iglesia
jurídica y la Iglesia de la gracia y del amor. La distinción de dos conceptos de Iglesia
creen encontrarla en los Padres, sobre todo en los alejandrinos y en Agustín. Esto último
es muy cuestionable; toda la problemática de la Iglesia en un Orígenes, en un Cipriano
o en Agustín supone que la Iglesia del derecho, de la jerarquía y de los sacramentos es
la única esposa de Jesucristo, madre fecunda de los creyentes. Precisamente por eso no
se sabe colocar a los miembros indignos de la Iglesia. Cuando Agustín busca la solución
a esta antinomia no la encuentra en la distinción entre Iglesia del derecho e Iglesia del
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amor -el más elemental acto de amor para él es la sumisión al derecho- sino que
examina en la esencia de la Iglesia los elementos de derecho y Espíritu en su distinción
y unidad.
Veamos más de cerca la doctrina de Agustín. Para él la Iglesia es la comunidad viva de
los elegidos en el tiempo y en visibilidad. Estos elegidos forman el corazón viviente de
la Iglesia porque poseen el amo r eterno de Dios que se manifiesta en la fe, esperanza y
caridad. Pero como esta Iglesia vive aún en el tiempo, le pertenecen también los no
predestinados y los pecadores. La fe, esperanza y caridad están sometidos al tiempo y
con éste a la posibilidad de infidelidad, el cristiano que está ahora en gracia puede
perderla por su culpa. Tal cristiano pertenece temporalmente a la Iglesia pero no para
siempre. Los pecadores pueden pertenecer verdaderamente a la Iglesia ya que la
comunidad de los elegidos vive en un mundo visible, por tanto en las formas externas
de culto y derecho. Es verdad que culto y derecho son formas de amor, pero entre forma
y contenido puede haber un falseamiento. Uno puede tener la forma pietatis sin la virtus
pietatis. Puede pertenecer con derecho a la Iglesia tomando parte en su culto pero sin
abrigar en su corazón la fe, esperanza y la caridad. La pertenencia a la Iglesia no es un
engaño; es algo real, pero en el terreno de las "apariencias", en la interinidad temporal y
forma externa de la Iglesia peregrinante. Esta cuestión de la pertenencia a la Iglesia
obliga a Agustín a la división entre forma externa y contenido pneumático, pero la
separación no es el caso normal.
La figura visible de la Iglesia es un signo de la gracia. La comunidad de los miembros
de la Iglesia y la participación en su culto son, por consiguiente, símbolo de la gracia.
En la Iglesia en cuanto tal, el contenido interno de fe, esperanza y caridad tienen una
expresión externa en el culto y en el derecho. Por parte de la Iglesia, los sacramentos
poseen una verdad infalible, porque la gracia de Dios se manifiesta en cada celebración
de un sacramento en el cual Dios lleva a la Iglesia hacia si. Cada celebración de un
sacramento es como acción de la iglesia un acto de culto, un acto por medio del cual el
Padre incorpora la humanidad a su Hijo y la acerca a sí. La verdad de la fe, esperanza y
amor no pueden faltar en la Iglesia como tal aunque un individuo determinado, al
rechazar la gracia, haga del símbolo de la gracia una mentira.
El sacramento
Los sacramentos son los actos esenciales de culto y actos jurídicos de la Iglesia cuya
veracidad garantiza la verdad de la Iglesia. En los sacramentos lo jurídico y lo cultual
son en toda su extensión signo de la gracia.
Vamos a limitarnos a la consideración de uno: el bautismo, pero podría aplicarse
correspondientemente a los otros sacramentos.
El efecto salvífico del bautismo puede presentarse de manera esquemática de la
siguiente manera:
Por el bautismo la Iglesia convierte al neófito con todo derecho en miembro suyo, da al
neófito el derecho a tomar parte en sus actos de culto y como instrumento del sumo
sacerdote que es Cristo hace participar al neófito del poder sacerdotal de Cristo. Lo cual
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significa que la Iglesia le infunde su fe, esperanza y amor y le acoge en su acercamiento
al Padre; el Padre da al neófito el acceso hacia él, le da la gracia.
La bendición o consagración sacramental realizada por el carácter es, pues, la activa
participación en el culto de la Iglesia, símbolo de su santificación en el Espíritu. Este
carácter tiene su visibilidad en el derecho como manifestación social de lo referente al
culto. Los sacramentos son los ejes sobre los que giran, unidos con la gracia, el derecho
y el culto de la Iglesia. El triple efecto del sacramento: integración legal en la
comunidad, carácter y santificación, forma una unidad. La teología del derecho o del
carácter ganaría mucho si se tomara esto como punto de partida.
Conclusión
Primero, el Padre ha atestiguado a la familia humana su voluntad de salvación y la ha
realizado por su Hijo hecho hombre en su sacrificio de sumo sacerdote. Ahora atestigua
y realiza la misma voluntad de salvación en la vida da cada hombre cuando, por medio
del acto de culto o del acto jurídico de la Iglesia, le confiere una parte en el poder
sacerdotal de Cristo y por medio de su realización le lleva hacia sí.
Notas:
1
Sacramentos e Iglesia, artículo que tambié n ofrecimos en Selecciones 4 (1965) 7-15.
Tradujo y extractó: M.ª GLORIA GIRALT
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