La Sagrada Familia z AÑO B z Lc 2, 22-40 z Primera lectura z Si 2-6. 12-14 honra a sus padres”. “El que teme al Señor z Segunda lectura z Hb 11, 8. 11-12. 17-19 z “Fe de Abrahán, de Sara y de Isaac”. z Salmo z 127 z “Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos”. z Evangelio z Lc 2, 22-40 llenaba de sabiduría”. z z “El niño iba creciendo y se C uando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo prescrito e la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor. Y para entregar la oblación como dice la ley del Señor: “Un par de tórtolas o dos pichones”». Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al templo. Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres para cumplir con él lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel. José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del Niño. Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: «Mira, este será puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada traspasará el alma». Había también una profetisa. Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete años casada y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose y se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba. H oy recordamos a la Sagrada Familia: a José, María y el niño Jesús. Dentro de esa familia creció Jesús y vivó lo que más tarde expresaría con sus gestos y palabras a lo largo de su vida pública. «El niño iba creciendo y robusteciéndose y se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba». La familia es un espacio privilegiado para acoger al otro y vivir el amor gratuito. La familia, de ordinario, nos pro- porciona la experiencia base que será el fundamento de nuestra vida. Según la costumbre judía, cuarenta días después del parto, la madre tenía que ir al templo a purificarse y pagar el rescate por el hijo primogénito. María y José cumplen con lo prescrito como las demás familias, van al templo María para purificarse y con ellos llevan al niño ofreciendo por Él un par de tórtolas, según lo que estaba prescrito. El Dios hecho hombre sigue los cauces normales de la gente de su tiempo, no hace uso de ningún privilegio. «Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret». En el templo aparecen dos personajes: Simeón y Ana, dos personas justas, buenas que esperaban la venida de Dios, la Salvación. Los dos, Simeón y Ana, se alegran del encuentro que han tenido. La presencia de Jesús aporta alegría. Estas dos personas sí que acogen a la Luz del mundo. Ellas reconocen que en aquel niño la salvación de Dios se ha hecho presente en nuestro mundo. Simeón nos dice también quién es Jesús, «porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel». Jesús es, para Simeón, el Salvador, la Luz de todos los pueblos, para Ana, Jesús es el libertador. Simeón anuncia que Jesús será como una bandera discutida, unos lo acogerán y otros lo rechazarán y a María le anuncia que el sufrimiento les acompañará. unos treinta años viviendo como un vecino más de aquel pueblecito de Nazaret. Y allí iba creciendo en amor. La Salvación, el libertador encontrará dificultades en su vida para poder realizar su proyecto. La cruz desde el principio toma cuerpo en la vida de Jesús, el sufrimiento aparece. Como conclusión se nos dice que la familia regresa a su espacio natural, al anonimato, a la vida ordinaria, a la vida oculta en la que Jesús permaneció E l Espíritu Santo que moraba en Simeón es quien le revela el secreto de aquel niño que se presenta al templo en brazos de su madre, impulsado por ese Espíritu se acerca al templo. Que ese mismo Espíritu nos muestre a Jesús y lo que Dios quiere manifestarnos por medio de esta Palabra. z ¿Qué es lo que Dios me está diciendo en esta lectura? ¿Qué luz nos aporta este pasaje a la realidad de nuestras familias? z ¿Veo en mi mundo, ahora, otras personas como Simeón y Ana? ¿Quiénes son? z Jesús crece ante Dios y ante los hombres en sabiduría y en gracia junto a María y José. También nosotros estamos llamados a pedirle al Señor que nos ayude a crecer permanentemente en sabiduría y en gracia. z Llamadas Hablo de todo ello con el Señor. Ayúdanos a saber ver en el pobre, en el inmigrante, en el vecino, en el que a diario me cruzo por la calle, en el que a veces me fastidia, en el enfermo, en el que tiene alguna limitación... un hijo de Dios, un hermano mío. Ayúdame a saber mirar la salud y la enfermedad, los éxitos y fracasos, la pobreza y la riqueza, la abundancia y la escasez, las alegría y las penas como Tú lo vez. Hoy es el día de la Sagrada familia. Gracias Señor por nuestras familias de las que tanto hemos recibido. Yo te pido hoy, Señor, por todas las familias para que se quieran de verdad y para que cada uno encuentre en ellas su lugar. MIS OJOS HAN VISTO A TU SALVADOR Señor Jesús, los principales de este mundo tanto religiosos, políticos, militares... y también muchísima gente de tu tiempo no te supieron reconocer, no se enteraron de quien eras, te ignoraron. Te vieron pero, como en la parábola del buen samaritano, pasaron de largo. Ahora dos ancianos, Simeón y Ana, dos personas que se van de este mundo, dos personas buenas, dos personas llenas de fe, dos personas que mantienen la esperanza del cumplimiento de las promesas te reconocen. Así son las cosas. Es lo que Tú dirás y defenderás a lo largo de tu vida: los humildes y los sencillos son los tuyos. Ellos te reconocen porque han dejado en sus vidas espacio a la presencia del Espíritu. Han abierto su existencia a la luz de Dios, no se dejan llevar sólo por el prestigio por las apariencias, por los razonamientos. Saben leer en el corazón de las personas. En el fondo es Dios nuestro quien les revela tu misterio. Y ese encuentro en el templo que ellos realizan les llena de alegría, de satisfacción, se convierte en el sueño de sus vidas. Una vez más, como siempre, tu presencia es portadora de alegría. °Cuán importante es, Señor Jesús, saber ver lo que sea: la mujer, los hijos, los vecinos, el compañero... con los ojos de Dios! No es lo mismo mirar de una manera que de otra, el “Ver”, la manera de ver es importante ya que con- Ver z Juzgar z Actuar diciona nuestro actuar, lo que después haremos! Simeón y Ana, Señor Jesús, no sólo vieron a un niño pequeño en brazos de su madre, no sólo contemplaron una familia judía que se acercaba al templo, como tantas otras para cumplir con sus obligaciones. Ellos, en medio del gentío, que llenaba el templo se detuvieron en María, José y en el niño Jesús. Su mirada fue una mirada de fe, una mirada tuya. °Cuánta falta tenemos, Señor Jesús, de saber mirar la Eucaristía, el pan hecho cuerpo tuyo, los sacramentos, tu Palabra, tus ministros, los otros cristianos, las personas que nos rodean con ojos de la fe! Enséñanos a saber mirar como Tú, Dios Padre, miras el mundo y en él a las personas. °Qué fácil es ver sólo en el preso un delincuente! °Qué fácil es ver en la prostituta una mujer de mala vida! °Qué fácil es ver en el gamberro, en el que arma bulla, en el rebelde, en el que desentona... una persona poco recomendable! sitiva” “La rutina po VER U n día laborable “típico” de una familia compuesta por el padre, la madre y dos hijos adolescentes podría resumirse así: a partir de las 6:30 de la mañana comienzan a sonar los despertadores, según el horario de trabajo y estudios de cada uno; quizá coincidan algunos en la cocina para el desayuno, o quizá no. A las 8 la casa queda vacía, hasta las 13:30 horas en que comienzan a llegar, también cada cual según su horario, y quizá algunos coincidan en la comida. De nuevo, a partir de las 15:00, vuelven a sus ocupaciones hasta las 18:00, en que van volviendo a casa, aunque es difícil que coincidan: tareas escolares, compra, lavadora, limpieza, preparar la comida del día siguiente... cada uno su tarea. Durante la cena es más probable que puedan estar todos juntos, aunque es un tiempo corto, puesto que el cansancio, estudios, televisión, etc., hacen que poco después cada uno vaya a lo suyo. Y al día siguiente, de nuevo se repetirá la rutina. JUZGAR E sa rutina no significa que la familia no esté unida: lo están. Y es que, si reflexionamos, la mayor parte de nuestros días son eso, “rutina”, sin acontecimientos extraordinarios positivos o negativos. La rutina, en sí, no es mala, y puesto que supone la mayor parte del tiempo, necesitamos aprender a vivir esa rutina no como un “tiempo muerto” en espera de que llegue el fin de semana para romperla, sino como algo positivo, un tiempo para crecer y madurar. La Sagrada Familia es un buen ejemplo de ello: ellos también tienen “su rutina” de trabajo, tareas domésticas... Y por supuesto, la celebración de su fe: «Cuando llegó el tiempo de la purificación de María... llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor...». Esa rutina, esa normalidad de la vida familiar en la que la fe en Dios tiene un lugar preferencial, y que impregna el trabajo, las relaciones humanas... es la que hace que otras personas descubran en esa familia en concreto, entre otras muchas, la presencia de Dios. Es el caso del anciano Simeón: «Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres... Simeón... bendijo a Dios...»; es el caso de la profetisa Ana: «Acercándose... daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel». Vivir la rutina familiar desde la fe supone dejar entrar a Dios en nuestras vidas para que abra nuestros horizontes más allá de lo que podemos esperar en el plano puramente humano, como Abrahán, que «obedeció a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad». Una presencia de Dios que en ese caminar diario, rutinario, no exime de las dificultades, esfuerzos, pruebas: «¿De qué me sirven tus dones, si soy estéril...?» Un caminar que en algunas etapas incluso exige “sacrificar” algunas cosas o “sacrificarnos” nosotros, unos por otros: «Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac». Pero al dejar que Dios forme parte de la rutina familiar también va creciendo la fe en Él, una fe que se convierte en el motor de nuestro caminar en la rutina: «Por fe, obedeció Abrahán a la llamada... Por fe, también Sara obtuvo fuerza para fundar un linaje...». Una fe que permite afrontar hasta las situaciones más difíciles: «Por fe, Abrahán ofreció a Isaac». Porque tenemos la certeza de que «Dios tiene poder hasta para resucitar muertos». ACTUAR L a rutina diaria, enfocada positivamente, puede ser instrumento que haga crecer la unión familiar. Hoy podemos pensar en un día “típico”: ¿Cómo vivo las tareas cotidianas? ¿Estoy esperando que llegue el fin de semana para que se produzca algún cambio? A pesar de diferentes horarios y actividades, ¿hay sentimiento de unión en mi familia? ¿Por qué? Y lo más importante: ¿Qué lugar ocupa Dios en mi rutina familiar? ¿Somos “testimonio de fe” por nuestro modo de afrontar tanto la rutina diaria como los acontecimientos extraordinarios, buenos y malos? La Sagrada Familia, «cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba». Que también nosotros volvamos a nuestra rutina con el ánimo de seguir creciendo como cristianos, para que la fe en Dios sea nuestro motor y esa fe, formada, orada, celebrada en la Eucaristía y hecha vida, nos haga testigos de su presencia en nuestras vidas. Acción Católica General Alfonso XI, 4 5º 28014 - Madrid