Las dos caras de la revolución copernicana

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Ellas Trabulse A.
Las dos caras de la
revolución copernicana
Es indudable que uno de los hechos capitales en la historia de la
ciencia lo constituye el tránsito paulatino, pero irreversible, de la
cosmovisión medieval del mundo que postulaba un mundo jerarquizado y cerrado a la cosmovisión moderna que postula un mundo
abierto, un universo dinámico, infmito y homogéneo. La sustitución del viejo esquema cósmico por el nuevo tuvo una larga y
acompasada preparación, llevada al cabo en medio del renacimiento de las humanidades en los siglos XV Y XVI. Las corrientes racionalistas del humanismo, que se enraizan en las doctrinas materialistas y panteístas del averroísmo del siglo XV, tienen como común denominador el rechazo de cualquier tipo de autoridad por
consagrada que esta sea; y es indiscutible que, en medio de estas
diversas tendencias del racionalismo renacentista, el racionalismo
de tipo científico será uno de los primeros en aventurar lanzas
contra las autoridades científicas de la antigüedad, en particular
contra los astrónomos, ya que es evidente que fue la astronomía
entre todas las ciencias la que más propició la confianza, a veces
exagerada, en la razón y el repudio de la autoridad. La renovación
astronómica será la que liquide al cosmos medieval propiciando la
renovación en otros campos del saber científico. 1
Fue Nicolás Copé mico (1473-1543) quien fincó las bases de
esta revolución. 2 Su teoría helio centrista expuesta en su obra De
Revolutionibus orbium coelestium no sólo tuvo valimiento en la
nueva concepción del universo, sino que logró también influir en el
pensamiento no científico, ya que al transformar la astronomía
transformó asimismo la filosofía y la religión. 3 Al quitar a la tierra
del centro del cosmos y hacerla un planeta más, los hombres hubieron de concebir su puesto en el universo de manera diferente.
Pero esta consecuencia ulterior del sistema copemicano no debe
hacemos sobrevalorar su aporte a la concepción mecanicista del
universo. Su hipótesis fue planteada en el lugar y el tiempo propicios para desencadenar la revolución. La medida en que esa contribución estuvo enmarcada e influenciada por el acervo astronómico
de la Antigüedad es tema que nos permitirá aquilatar, sin deformaciones apoteósicas, su verdadero significado en la historia de la
ciencia.
1 Del mundo cerrado al universo infinito*
A Finitud y heliocentrismo
Dos etapas principales posee la revolución astronómica. La primera, la geométrica, está representada por Copérnico, Tycho Brahe y
Kepler. La segunda, la mecánica, por Galileo y Borel1i, lográndose
la síntesis de ambas con Newton.
La etapa geométrica es la primera cronológicamente hablando y
Copémico es el primero de los geómetras del proceso. Su hipótesis
Copérnico, escultura de A1fons Karny.
U9
fue elaborada con el fin de dar una nueva interpretación a los movimientos planetarios, corrigiendo a Ptolomeo y a Aristóteles. Las
bases de dicha hipótesis nos las enuncia Copé mico en un escrito
temprano conocido como el Commentariolus que es un esbozo de
las líneas rectoras de su sistema, resumidas en los siguientes siete
puntos: 5
l. No existe un centro único de todos los círculos o esferas celestes.
2. El centro de la Tierra no es el centro del Universo, sino sólo
el de la gravedad y el de la esfera lunar.
3. Todas las esferas giran en torno del Sol, que es un punto
medio, y por ello el Sol es el centro del Universo.
4. La razón en tre la distancia de la Tierra al Sol y la altura del
firmamento, es tan inferior a la razón entre el radio de la
Tierra y la distancia al Sol, que la distancia de la Tierra al
Sol es imperceptible en comparación con la altura del firmamento.
5. Todo movimiento que parezca realizar el firmamento no proviene del movimiento del firmamento sino del de la Tierra.
La Tierra junto con los elementos que la rodean, realiza una
rotación completa en tomo de sus polos fijos en movimiento
diario, en tanto que el firmamento y el ciclo superior permanecen inmutables.
6. Los que se nos aparecen como movimientos del Sol, no son
motivados por su movimiento sino por el de la Tierra y el de
nuestra esfera, con la que giramos en lomo del Sol como
cualquier otro planeta. La Tierra tiene, por ello, más de un
movimiento.
7. Los movimientos aparentes retrógrado y directo de los planetas no son motivados por su propio movimiento sino por el
de la Tierra. Por lo tanto, basta el movimiento de la Tierra
para explicar tantas desigualdades aparentes en los cielos.
Estas siete tesis aparecerán desarrolladas y apoyadas con cálculos en el "Revolutionibus" y forman "la clave de la resolución
copernicana". En eUas se contiene toda la doctrina del heliocentrismo.
Copé mico coloca a la Tierra en el cielo, en medio de los planetas, y simplifica grandemente la rotación de todos ellos alrededor
del Sol. Los epiciclos tolemaicos se reducen a sólo 34, pues con el
Sol Central y la Tierra y los planetas girando a su alrededor, las
excéntricas y los epiciclos de la astronomía antigua se simplifican. 6
Pero en esto no radica el aporte copemicano ya que, pese a la
reducción de los epiciclos, las dificultades de su teoría eran tan
grandes como las de la hipótesis geocentrista. La contribución no
estriba en la economía de los mecanismos propuestos, sino en la
uniformidad, la regularización y la sistematización de los movi-
IlÚentos celestes y sobre todo en la explicación de la irregularidad
de los movimientos aparentes (en particular los de los planetas)
por un efecto de la perspectiva debido al movimiento del observador mismo.'
El meollo del copernicanismo consiste, pues, en mostrar la gran
máquina del mundo cuyos elementos se mueven siguiendo un movimiento circular uniforme. Para Copémico los cuerpos celestes giran en órbitas circulares y con un movimiento uniforme sólo porque son esféricas, sin que para ello tengan necesidad de motor externo o interno. Las esferas celestes cristalinas al modo tolemaico,
también comparten este movimiento circular de los astros. 8
La física celeste de Copérnico radica entonces en un movimiento "perfecto" (el circular uniforme), de ahí que, pese a todo, el
mundo copernicano es todavía un mundo cerrado, ya que este tipo
de movimiento regular sólo es propio de un cosmos finito, La
inexistencia de una concepción dinámica del mundo dentro de la
física celeste copernicana impidió la apertura del cosmos heliocentrista, que pese a esto último, permanece como un cosmos tolemaico. No será sino hasta principios del siglo XVII, con la aparición
de la dinámica de Galileo y de la ley de la inercia, que se propondrá otro tipo de movimiento "perfecto" (el rectilíneo uniforme)
que a su vez permitirá inferir, por su mismo carácter, la existencia
de un cosmos abierto.
El orden del cosmos copernicano es, pues, finito. Un Sol central
y una esfera periférica de estrellas fijas acotan su mundo, y aunque
este mundo sea cerca de 2000 veces más grande que el tolemaico,
sigue siendo un cosmos cerrado. 9
Ahora bien, este cosmos cerrado guarda ciertas contradicciones
internas que son aparentemente insolubles, pero que nos permiten
conocer más a fondo el sistema propuesto por su autor.
En primer lugar la ausencia de paralaje estelar permitía deducir,
o la inmovilidad de la tierra (lo que era contrario a su teoría), o la
infInitud del universo (también contrario a su teoría), o bien la
posibilidad de que la órbita de la tierra fuese incalculablemente
más pequeña que la distancia de la tierra a esa estrella, lo que tamc
bién haría nulo el paralaje.
.
Copémico optó por una solución que sólo es tal a medias. Creyó que su cosmos, pese a ser finito, es inconmensurable (immensum). La esfera cristalina de las estrellas fijas se alarga indefinidamente (aunque sea fmita) hacia "lo alto." 10
En segundo término está el hecho de que para Copé mico el
centro de los movimientos celestes no es, paradójicamente, el Sol,
sino un punto cercano al Sol y que coincide con el centro de la
órbita de la Tierra. Así, si la Tierra es, por un lado, desalojada de
su antiguo puesto, en el sentido de que ya no se le considera inmóvil y en el centro del cosmos, es, por otro lado, considerada
Como el centro de los movimientos celestes ya que el centro de
éstos es el centro de la órbita de la Tierra y no el Sol. 11
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Así, por extraño que nos parezca, el cosmos copemicano es un
cosmos finito aunque inconmensurable, y heliocéntrico, aunque el
sol no es el centro de lo movimientos de los planetas.
B. Infinitud y heliocentrismo
El papel del Sol central es entonces un poco difícil de determinar.
o es el "cen tro físico", pues como ya vimo . las esfe ras giran perfectamente en razón misma de u forma esférica y sin necesidad de
motor alguno. Tampo(;G es el centro de los movimientos pues este
lugar lo ocupa el centro de la órbita de la Tierra. 12 El Sol central
sólo ocupa ese sitio por razones ópticas y místicas. Copérnico mismo a í lo dice:
En medio de todo reside el sul.
¿Quién podría colocar esta lámpara en otro lugar mejor. en este
bellísimo templo. para que pudiera iluminarlo por completo'!
Así, pues. (;Gn razón unus lo llaman lámpara, otros mente, otros
rector del mundo... De este modo. residiendo como en un soliu real. el sol gobierna el cerco de plata de la familia de los
astros. 13
En definitiva la doctrina de Copérnico no es el heliocentrismo
total. Su hipótesis no es más que una física celeste "a medio camino entre una cinemática pura y una dinámica". Es una física regida por los cánones del movimiento circular uniforme propio del
mundo cerrado. pero yue conduce irremisiblemente a retirar los
límites de este cosmos más allá de lo imaginable. Esta es la fisura
por donde penetraría la nueva visión del universo. Copérnico es
por ello un medieval y un moderno. o mejor dicho. un hombre del
renacimiento. De hecho, y para reforzar esto último, se puede decir que Copémico es, en lo referente a la metodología matemática
que utiliza, el má grande discípulo de Ptolomeo.
Esto nos permite comprender por qué su teoría no fue rechazada totalmen te cuando apareció. La tesis que planteaba era ciertamente revolucionaria por sus consecuencias, pero Copérnico, al no
cambiar la estructura matemática de la astronomía tolemaica, parecía sólo proponer una nueva hipótesis. aparentemente más cómoda, para efectuar los cálculos: aunque es evidente que para la previsión de los fenómenos observables y para el método del cálculo
astronómico la astronomía matemática de Ptolomeo poseía la
exactitud suficiente.
Todo esto nos ayuda a entender una distinción evidente pero
que no nos es familiar: la aplicación del instrumento matemático a
la representación y a la descripción de las apariencias, a la medida
y al cálculo de los datos obsetvacionales es un aspecto diferenciado
plenamente del sistema real del mundo, en el cual los astros son
objetos reales en un espacio real. La habilidad con que los primeros portavoces del heliocentrismo copemicano, Joaquín Rheticus y
Andreas Osiander, plantearon la hipótesis para evitar las sospechas
de los peripatéticos y de los teólogos, está basada en esta distinción: el cambiar de punto de vista para efectuar cálculos más precisos, no significa necesariamente vulnerar la realidad cósmica.
La teoría no fue impugnada entonces, gracias a su planteamiento. La mentalidad de la época lo pudo asimilar dada la concepción
"geométrica" que. existía acerca de las cosas, y a la indudable simetría y estética del esquema copemicano que, po,.- otro lado,
guarda evidentes puntos de contacto con -el renacimiento pitagórico. Los círculos y las esferas perfectos que constituyen el sistema
copemicano caen dentro de esta influencia. 14
El estímulo que Copémico recibió por parte de algunos altos
prelados de la iglesia Católica para imprimir su obra es un claro
indicio del grado de tolerancia con que ésta fue recibida por los
católicos; no así por los protestantes.
Por último es irtdudable que, de acuerdo con lo hasta aquí planteado, Copémico nos aparece muy distante de la cpncepción mecanicista de Kepler, Galileo o Borelli, y más todavía de la síntesis
newtoniana. La complejidad que guarda su sistema, pese a la aparente simplicidad y la concepción todavía cinemática de los movimientos de las esferas, lo acercan más al "Almagesto" que a los
"Principia".
La aportación copemicana estriba en primer lugar en que rompe
con el antropocentrismo medieval al quitar a la tierra corruptible
del centro, y lanzarla en movimiento constante a los espacios incorruptibles. En segundo térmirto, al mostrar que el movimiento de
la tierra alrededor del sol facilitaba la explicación de las irregularidades tolemaicas, permitió que su tesis pudiera ser aceptada y
desarrollada. Por último al plantear "con un nuevo lenguaje la nueva idea" permitió la aceptación paulatina de una nueva autoridad
cien tífica.
La importancia de esta triple aportación se pone de manifiesto
cuando consideramos la irtfluencia que tuvo en Kepler, Galileo o
Newton 1 s quienes, si bien desarrollaron notablemente el esquema
de Copérnico hasta un punto que a éste le hubiera sido difícil re·
conocerlo, por otra parte permanecieron fIeles copemicanos en lo
que se refiere al heliocentrismo.
Con Kepler el modelo copemicano dio un paso defmitivo, pues
con él, el Sol pasa de ser el centro arquitectónico o geométrico del
universo, a ser su centro dirtámico. Las tres leyes keplerianas ampliaron enormemente el cosmos copernicano de tal forma que,
cuando Borelli conjuga la dinámica de Galileo con los movimientos
celestes, dejó expedito el paso a la síntesis newtoniana que postula
un cosmos vacío, infmito y homogéneo. 16 La mecánica celeste
newtoniana guarda entonces una deuda indiscutible con el modelo
copernicano. 'Si éste último evolucionó hasta el extremo de que expresa conceptos que nos parecen bien distantes del signiftcado origirtal, es debido a que subyace en todo el desarrollo de la concep-
ción mecanicista del universo como su premisa fundamental. Si
Copémico no es un copemicano en el sentido que se le daría a
fUles del siglo XVII, culpa es de la nomenclatura científica y no
del astrónomo.
II Del mundo sacralizado al universo mecanizado
A La resistencia ortodoxa
Vimos cómo el esquema copemicano del universo contenía los gérmenes del modelo mecanicista newtoniano. El desplazamiento de
la tierra del centro a una órbita y la inmensidad de los espacios de
las estrellas fijas permitieron situar a nuestro planeta en un universo infmito, mostrando la relatividad de su posición y su insignificancia astronómica. Si la repercución científica de esta teoría logra
su óptima expresión en los "Principia" de Newton, la influencia
que tuvo en la historia intelectual y religiosa, es, por" lo contrario,
más difícil de precisar.
Los síntomas inmediatos de la aparición del "Revolutionibus"
fueron de diversa índole. Ya el editor de la obra, Andreas Osiander
había presentido las dificultades que acarrearía, y en el prefacio al
lector advierte que la obra tiene valor de mera "hipótesis", de ejercicio matemático más que de descripción de las cosas. J7 Este prefacio bien puede ser sintomático de la polémica que se desencadenaría en torno al libro.
Si en un principio la obra no fue criticada en el campo católico
se debe más al hecho de que el heliocentrismo iba más contra el
sentido común que contra la Sagrada Escritura. 18 Por otra parte es
muy sugestivo el hecho de que en casi todo el siglo XVI el ataque
anti copemicano provino más bien de los protestantes. En el siglo
siguiente se invertirían los papeles. Además, en el siglo XVI varios
factores impidieron una más amplia difusión de la obra. Las luchas
religiosas y las dificultades para adoptar un sistema tan opuesto al
sentido común protegieron al "Revolutionibus" de ser condenado,
aunque esto también propiciaba una lenta aceptación de la tesis. A
pesar de que se reedita en 1566, el libro no generó en forma cuantiosa otras obras que apoyasen su sistema. El temor de chocar
abiertamente con la tradición aristotélica y con la Revelación bíblica generó copemicanos parciales que, o bien aceptaban sólo el método matemático y los cálculos, o bien creían que el heliocentrismo era sólo una hipótesis más, del mismo valor que la de Ptolomeo. Son excepcionales los copernicanos radicales de la segunda
mitad del siglo XVI que aceptaban abiertamente que el heliocentrismo fuese la verdadera expresión de la realidad física del universo.
La obra no pasó inadvertida para los protestantes, ya que iba
abiertamente contra la autoridad y la infalibilidad de la única autoridad que aceptaban: la Biblia. Se sacaron a relucir textos que
invalidaban el movimiento de la tierra. 19 El famoso texto de Josué
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"
"
"';
.
'.
donde ordena al sol y a la luna detenerse 20 era esgrimido como
prueba evidente de la inmovilidad de la tierra. Otros autores refutaban lo anterior arguyendo que en el Salmo 95 había una clara
alusión al movimiento del planeta.
Lutero se refIere en términos acerbos a Copémico cuando dice:
"Este necio desea trastornar toda la ciencia de la astronomía. Pero.
como la Santa Escritura lo demuestra, fue al Sol y no a la Tierra a
quien Josué mandó detenerse".21 y Calvino condenó a los que
pusieran la autoridad de Copérnico por encima de la del Espíritu
Santo. Otro reformista, Melanchton, proponía castigar a los creo
yentes de doctrinas tan "desenfrenadas". Astrónomos como Tydlll
Brahe, Clavius y Peucer se opusieron al heliocentrismo por ser cuntrario a la Escritura. Aun el canciller Bacon se burlaba de ella en
1620. En suma, pese a las adhesiones de astrónolllos tan destac;ldos como Erasmo Reinhold, el "Revolutionibus" fuc tad¡;ll!u des·
de SU aparición, por parte de los protestantes. de libro impíu y
pernicioso. El problema había pasado del plano ¡;icntíficu ;tI eXCf!,é·
tico y teológico.
En el terreno cató~co el proceso y la muerte de GionLII1U Ilruno puso al descubierto los peligros de la tcoría hcLiocenlrtsLl y
marcó el inicio de las hostilidades contra el texlo CUpCflIIClIlU.
Bruno intuyó genialmente las consecuencias de este sistema. Puslula la pluralidad de los mundos en un espacio infinito. wyu cenlru
está en todas partes y su circunferencia en ninguna por el senclllu
expediente de romper la esfera inútil de las estrellas fij;ls. y si bien
no fue ni astrónomo, ni físico, ni matemático, adelanta algunas de
las conclusiones que Newton repetirá en el "Eswlio <';l'nl'ral" de
los "Principia". Al universo infmito Bruno le asigna una intl'1igl'n·
cia rectora también infmita. El Dios personal del judco~ristianisl1lu
desaparece para dar paso a una divinidad extra mundana. El ataque
contra la dogmática cristiana no podía ser más abierto.
Bruno p~ero y Campanella después, pondrán en entredichu,
explícita o implícitamente, dogmas de pretensión universal tales
como la Encarnación o la Redención, ya que la tierra no es, no
digamos el centro del cosmos, ni siquiera el centro de nuestro
mundo, las creencias antropocentristas son absurdas en un universo
poblado de infmitos mundos con iguales derechos. 2 2 Nuestro sol
no es más que una estrella entre miles iguales, y nuestro globo no
es más que uno entre millones iguales también.
En 1m, el 5 de marzo de 1616 el "Revolutionibus" fue condenado "donee corrigatur" y puesto en el "Index librorum prohibitomm" en donde fIguró hasta la revisión de 1757. Un copernicano,
Diego de Zúñiga, fue condenado simultáneamente y su "Comentario a Job", (que sostenía que la Biblia no está en contradicción
con el heliocentrismo) fue quemado. 23
Pero es quizá el famoso proceso de Galileo el que más resonancia tuvo, ya que en él se ventilaron abiertamente ambas tesis, cayendo por ello en la misma línea del proceso de Bruno. El tantas
veces repetido juicio de Galile0 24 tiene como antecedente la condenación del heliocentrismo de 1616, que quedó resumida en los
siguientes puntos presentados a seis teólogos del Santo Oficio:
10. Que el Sol es el centro del mundo, y, por consiguiente,
inmóvil de movimiento local.
20. Que la tierra no es el centro del mundo, ni inmóvil, sino
que se mueve a sí misma toda entera con un movimiento
diurno.
El 24 de febrero de 1616 "la primera proposición fue declarada
inscnsata y absurda en filosofía, y formalmente herética, por contradecir expresamente la agrada Escritura y la común interpretación de los San tos Padres y teólogos. La segunda merecía la misma
censura en mosafía, y era por lo menos errónea en cuanto a la
fe".25
Si bien Galileo fue amonestado en esta primera ocasión, no será
sino hasta la publicación del "Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo" cuando llame la atención de la Inquisición, misma
que iniciará el procesa que culmina con la abjuración. La condena
del Santo Oficio es sumamente ilustrativa en este sentido:
Sostener que el sol, inmovil y sin movimietno local, ocupa el
centro del mundo, es una proposición absurda, falsa en mosofía
y herética, ya que es contraria al testimonio de la Escritura.
Es igualmente absurdo y falso en mosofía decir que la Tierra
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no está totalmente inmóvil en el centro del mundo; y esta proposición, considerada teológicamente, es errónea y contra la Fe.
La condenación de Galileo fue, en realidad, la extemporánea
reacción católica para condenar a Copérnico. El texto anterior va,
más que contra Galileo, contra el "Revolutionibus".
Este proceso, más que aIJrmar la condena del heliocentrismo,
puso en evidencia el hecho de que al estar identificada la Escritura
con un sistema cosmológico determinado -que interpretaba convenientemente los datos revelados-, no se podía atentar contra el
sistema sin vulnerar al mismo tiempo a la Biblia. Yeso fue lo que
ocurrió. El asunto, tal como lo habían vislumbrado los protestanles, no pudo menos que ser llevado al terreno exegético y ahí, por
no avenirse el copernicanismo con la Palabra de Dios, fue condenado.
Fue necesaria toda la autoridad de la Escritura, no ya de los
astrónomos, para repudiar el heliocentrismo. Pero el problema surgirá más tarde, cuando constatada la exactitud de la teoría heliocéntrica, sea puesto en entredicho la Revelación contenida en el
Libro Sagrado. La aparición de la crítica bíblica heterodoxa coincide casualmente con la consolidación del sistema newtoniano de la
mecánica celeste, lo que resulta muy significativo, pues si bien la
resistencia religiosa ortodoxa dio la batalla hasta el fin, la ruina del
cosmos tolemaico no podía menos de afectarla profundamente.
Pero el problema no se circunscribió al terreno religioso. La
nueva cosmología "al arrantar a la tierra del centro del mundo y
al colocarla en el cielo entre los planetas, socavó los fundamentos
del orden cósmico tradicional, con su estructura jerarquizada, por
la oposición cualitativa del dominio celeste, del Ser inmutable, a
las regiones terrestres y sub-lunares del cambio y la disolución".26
Así, lo que inicialmente parecía sólo un ataque contra la cosmovisión cristiana, no era en el fondo más que una revisión de todos
los valores, relativizados ahora por el desplazamiento espacial del
centro de todos ellos; de tai manera que lo que antes gravitaba en
lomo a la voluntad trascendente de Dios, será ordenado en función de la inteligencia humana y según las normas del conocimiento racional. Si el hombre antes era el centro astronómico del cosmos, paradójicamente, por esta revolución que lo expulsa de ese
centro, pasa a ocupar otro centro, el del pensamiento, que pretenderá crear una nueva jerarquía de valores sobre las ruinas de las
jerarquías medievales.
La reorganización de las esferas celestes determinó asimismo
una nueva sensibilidad intelectual y, como acabamos de ver, las relaciones del hombre con el cosmos hubieron de cambiar. Todos los
aspectos de la resistencia ortodoxa, sea científica o religiosa, no
SOn más que las manifestaciones visibles de esta revolución.
"Todo ha cambiado" decía Saint-Evremond,27 y ciertamente,
los ancestrales hábitos mentales fueron sustituidos por otros que
V17
permitiesen una mejor wmprensión del nuevo universo que, a
medida que corre el siglo XVII, va retirando sus límites hasta más
allá de lo concebible. Pero la adaptación al nuevo cosmos no sólo
modificó el orden de la in teligibiJidad. sino que en la medida en la
que afectó las bases de nuestra presencia en el Illundo, adquirió un
valor puramen te existencial. El "silencio eterno de los espacios infinitos" que hacía enmudecer a Pascal, aparece como el nuevo
complemento de la angustia humana.
B 1:;/ mude/u mec(Jllic:is/(J
Pero la revolución copemicana no se detuvo tampoco ahí. El cosmos eluboradu por lu! nuevos artífices. regido por leyes aparentemcnte uHl1utables. tendr.i pretensiones universales (pues el hueco
dejado pur cI Dius ¡;risti;1I10 JIU dejaba de ser profundo). y buscará
regir el llllllldu sllhluJI;lr in¡;iertu y siempre aproximado. nunca matem;ili¡;l) ni nlUtematiz;lble. 2/1 El de~ifrall1iento de la realidad del
ciclu. ini¡;ialla pUl' Copémi¡;o y ¡;unsunlUda por Ncwton, implicó
una rcnov,,¡;ión de la realid;,d human;!. El humbre hubo de buscar
olra rC)¡Kión ¡;on cI mundo, y deslumbrado por el u1dudable brillo
de lus leyes del uJliversu. f1amaJltes y Ilrc¡;isus. hará desccnder esas
leyes dd ¡;ielo ;1 la tierru, y ¡;un un mismo gulpc de mano desacralila el ciclo y me¡;aniza la tícrra. El úldigu de lo inwrruptible y
supr¡¡luJlur serú v;ilido eJl lu sucesivu eJl el mundu corruptible e infralunur. ya que si didw ¡;(¡digo era llJliversal y por lallto verdaderu, su aplicl¡;ióJI a todus lus mundus er¡¡ ¡;osa obvia. "La verdad
que regía el cielo es¡;rihe (;llsdorf defin ía el prototipo y el origen wmún de las verd;¡des y de los valores terrestres. El dominio
subluJlar puede ser Jluevamente su~eptible de ser ulteligible por
referencia al orden ulalte rabIe del dominio supralunar, de donde
emana toda causalidad real. De ahí que una tentativa capaz de poner en confusión ;¡ los astros y de alterar lo inalterable, destruye al
mismo tiempu la verdad de aquí abajo. Ella ¡;orta la comunicación
entre el valor y la realidad: hace de la vida humana algo carente de
sentido. corrompe al mismo tiempo la física, la metafísica y la rehgiÓJl".29
Estas son las cOJlsecuencias de la revolución copemicana que su
autor seguramentc nunca imaginó. La obra de Copémico, obra de
trasccndencia evidente. provocó inicialmente una reforma astronómica que. en un segundo momento. la segunda cara, revolucionaría
también la escala de valores humanos. No es nunca fácil sacar al
hombre del cen tro de un cosmos. cualquiera que éste sea, donde
ha plácidamente morado consciente de su importancia.
Notas:
I L.W.I-I. I-Iull. Hisloria v FilosoFo de la Ciencia. Barcelona, Ediciones
Ariel. 1961. pp. 1.57 ss.
'
2 Una biografía sucinta de Copémico puede verse en J.L.E. Dreyer,A
History o[ Astronomy [rom Thales to Kepler. New York, Dover, 1953. pp.
305 ss; o bien en: Willy Ley, Watchers o[ the Skies. New York, Viking
Press, 1969. pp. 61-77.
3 Thomas S. Kuhn, The Copemican Revolution. New York, Random
House, 1959. pp. IX-X.
4 Stephen Toulmin y June Goodfield" The Fabric o[ the Heavens. New
York, Harper and Row, 1961. p. 179.
5 Nicolás Copémico, "Commentariolus". En: Three Copemican Treali·
ses. New York, Dover, 1959. pp. 58-59.
6 Para un estudio de los epiciclos y las excéntricas en la astronomía tolemaica tal como aparecen en el Almagesto puede verse: Toulmin, op. cil.
pp. 137 ss. o Arthur Berry, A Shorth History o[ Astronomy. New York,
Dover, 1961, p. 47.
7 Alexandre Koyré, La Revolution Astronomique. París, Hermann, 1971.
p.47.
8 Ibid. p. 62.
9 Alexandre Koyré, Du monde dos a l'univers infini. París, Presses Universilaires de France, 1962. p. 33.
10 Ibid. pp. 33 ss. cf. José A. Coffa, Copérnico. Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1969. pp. 37 ss.
1I Koyré, La Revolution Astronomique. p. 63.
12 Dreyer. op. eit. p. 343.
13 Nicolás Copérnico, Las revoluciones de las esferas celestes. Buenos
Aires. Eudeba, 1965. pp. 81 ss. Para el estudio de la influencia de Filolao y
Aristarco de Samos sobre el heliocentrismo de copémico, puede verse: Ju·
lius Sageret, El Sistema del mundo. México, Editorial Ocion, 1945. pp. 47 Y
59: o bien, Dreyer, op. cit. pp. 346-350.
14 René Taton, "La Science Moderne". En Histoire Générale des Scien·
ces. vol. 11. París, Presses Universitaires de France, 1969. p. 68; Giorgio
Abctti, HisloriJJ de la Astronomfa. México, Fondo de Cultura Económica,
1966. p. 104.
15 Ernst Mach, Desa"ollo histórico critico de liI Mécanica. Buenos
Aires, Espasa Calpe, 1949. p. 194.
t6 Alexandre Koyré, 'lhe Significance oC the Newtonian Synthesis". En
George BasalJa, The Risc o[ Modern Science. Lexington, Mass. D.C. Healh,
t968. pp. 97-104.
17 George Gamow, Biography o[ Physics. New York, Harper and Row,
1961. p. 27.
18 Taton, op. cit. p. 72.
19 P. ej: Sal. 103, 5; 1 Par. 16, 30; Eccl. 1, 4-6.
20 Jos. X, 12-13.
21 Martín Lutero, hopos de Table. París, Montaigne, 1932. p. 56
22 Taton, op. cit. pp. 72 ss.
23 José Ortega y Gasset, "En tomo a Galileo". Madrid, Revista de Occidente, 1959. p. 85.
24 Es copiosa la literatura en tomo a este proceso. Bástenos citar las
obras de Jorge Santayana, El crimen de Galileo, (Buenos Aires, Antonio
Zamora, 1960); de Georges Gusdorf, La Revolution Galiléene (París, Payo!,
1969), o bien de L. Geymonat, Galileo Galilei (Barcelona, Península, 1969).
25 Guillermo Fraile, O.P., Historia de la Filoso[fa. Madrid, B.A.C., 1966.
I1I, p. 285.
26 Koyré, Du Monde dos. .. 10c. cit.
27 ap. Gusdorf, op. cit. p. 71.
.• 28 Alexandre Koyré, "Du monde de l'a-peu-prés a l'univers de la precio
slOn". En Etudes d'histoire de la pensés philosophique. París, Armand Co·
lino 1961. p. 312.
29 Gusdorf, op. cit. pp. 76-77.
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