La batalla de las Georgias - Guerra en el Atlántico Sur

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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
LA BATALLA DE LAS GEORGIAS
La mañana del 14 de abril, el destructor clase County HMS “Antrim”, las fragatas HMS
“Brilliant” y HMS “Plymouth” y el petrolero “Tidespring”, se desprendieron del grueso
de la Task Force para dirigirse a las islas Georgias en cuyas cercanías aguardaba el
HMS “Endurance, cuidándose de no ubicarse a tiro de las fuerzas argentinas
acantonadas en Grytviken y Puerto Leith. Ese mismo día, el submarino nuclear HMS
“Conqueror” llegó al Atlántico Sur procedente de Faslane, la base naval escocesa de
donde había partido el 4 de abril, para patrullar el perímetro de 200 millas náuticas que
los británicos establecieron en torno a las Malvinas.
Seis días después despegaron de la base aérea norteamericana de Wydeawake, en la isla
Ascensión, cuatro aviones Victor K-MK2 que, con intervalos de un minuto entre uno y
otro, se elevaron sobre el océano para volar hacia el archipiélago en misión de
exploración. Las aeronaves cubrieron el trayecto en aproximadamente seis horas y
sobrevolaron el objetivo sin detectar nada.
El 20 de abril la guarnición argentina acantonada en la Isla San Pedro, al mando del
capitán de corbeta Luis Lagos, ignoraba la magnitud de las fuerzas que se le venían
encima. La dotación de infantes de Marina no superaba los 60 hombres y era
insuficiente para defender la posición ya que, después del 3 de abril, se la había dejado
prácticamente abandonada. Las enormes distancias que la separaban del continente
hacía sumamente difícil su abastecimiento y la falta de una cobertura aérea adecuada
tornaba impracticable cualquier tipo de resistencia.
Para el alto mando argentino, reforzar las Georgias hubiese sido irracional, lo mismo
resistir allí un desembarco dado que se trataba de un punto totalmente innecesario desde
el punto de vista estratégico, que solo serviría para distraer unidades de la fuerza de
tareas británica y demorar las operaciones sobre el archipiélago malvinense.
Aquel 20 de abril fue un día realmente espantoso, con pésimas condiciones de tiempo,
vientos huracanados y un mar embravecido que parecía empeorara a cada minuto.
A bordo del “Tidespring”, buque petrolero de 27.400 toneladas, 8531 de
desplazamiento y 18 nudos de velocidad, la Compañía M del Comando 42 se aprestaba
a entrar en acción. El buque llevaba a bordo un helicóptero que operaba desde una
improvisada plataforma de aterrizaje, los mismo el destructor “Antrim” que el 21 por la
mañana despachó su Wessex rumbo al Glaciar Fortuna, con tres patrullas del SAS
(Special Air Service) en su interior, integradas por cuatro hombres cada una cargando su
equipo, armas y explosivos. Su jefe, el capitán Gavin John Hamilton, de 29 años de
edad, perecería en combate en la isla Gran Malvina, dos meses después.
Los dos helicópteros, el del “Antrim” y el del “Tidespring”, depositaron a los comandos
sobre el glaciar, en una posición situada a 20 kilómetros de Grytviken y se retiraron. Se
trataba de un lugar inhóspito y desolado al que los experimentados científicos del BAM,
que habían trabajado tiempo atrás en el archipiélago, recomendaban evitar.
Desoyendo esos consejos, los británicos desembarcaron allí y a las órdenes de Hamilton
intentaron avanzar hacia la capital de las islas. No lo lograron porque los vientos gélidos
de más de 150 km de velocidad, les impidieron dar un solo paso. Por esa razón, en las
primeras horas del día 22, solicitaron ser evacuados, después de una noche terrible en la
que perdieron algunas de sus carpas y sufrieron principios de congelamiento. Las
tiendas de campaña habían sido prácticamente arrancadas de la superficie y arrastradas
por la nieve con parte de su equipo.
Pasadas las 08.00 hs., dos Wessex 5 y un Wessex 3 despegaron desde los barcos pero al
cabo de una hora, regresaron sin haber dado con Hamilton y sus hombres. Volverían a
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partir algo más tarde y en esa ocasión sí los encontraron, aunque en un estado realmente
crítico, con principios de congelamiento e inminentes hipotermias.
Los comandos fueron subidos a bordo pero a poco de despegar, la escasa visibilidad
hizo que el piloto uno de los Wessex 5 perdiera el control y se estrellara contra el
glaciar, volcando sobre su costado izquierdo. Fue un milagro que no hubieran producido
víctimas fatales.
Las otras dos aeronaves regresaron sobre sus pasos para recoger a los heridos y al
intentar despegar, el otro Wessex 5 también se precipitó a tierra provocando lesiones
leves a algunos de sus ocupantes.
Ian Stanley, piloto del Wessex 3, voló solo hasta el “Antrim” para depositar a los
hombres que llevaba a bordo e informar de lo que había ocurrido. La noticia generó
mucha angustia porque se temía que los 17 efectivos varados en el glaciar no pudiesen
sobrevivir a una segunda noche y por esa razón se despachó nuevamente al Wessex,
antes que la obscuridad impidiese la operación y condenase a esos efectivos a una
muerte segura.
Stanley y su copiloto, Chris Parry, volvieron a elevarse y enfilaron directamente hacia el
glaciar mientras en el buque, más de un miembro de la tripulación pensaba que el
rescate iba a ser imposible. Sabían ambos que era imperioso evacuar a la gente de
Hamilton durante ese vuelo porque de no hacerlo, caería sobre ellos la noche y la
operación debería suspenderse.
El helicóptero sobrevoló las embravecidas aguas del océano y una vez más, se posó
sobre el glaciar en el que comandos y pilotos aguardaban ansiosamente su llegada,
algunos de ellos en deplorable estado físico.
Ni bien la nave se posó, los diecisiete efectivos se precipitaron en su interior,
excediendo en varios kilogramos su capacidad pero pese a que corrían un grave riesgo
el Wessex 3 levantó vuelo y se alejó en dirección al “Antrim”.
A causa del oleaje, Stanley debió hacer un brusco aterrizaje sobre la cubierta, agravando
el estado de los hombres que traía a bordo.
El comandante Sheridan, jefe de la Compañía M de Comandos 42 atribuyó a la Divina
Providencia la salvación de aquellos efectivos sin dejar de reconocer la pericia del
piloto quien, al término de la guerra, recibiría la Orden de Servicio Distinguido por su
actuación.
El 23 de abril grupos del SAS (Special Air Service) y el SBS (Special Boat Service)
intentaron una nueva maniobra, esta vez a bordo de botes inflables Gemini, pero una
vez más el terrible clima hizo abortar la operación al hacer chocar a algunos de ellos
contra los témpanos de hielo que flotaban en las aguas, provocándoles varias
pinchaduras. También ellos debieron ser rescatados, esta vez por el helicóptero del
“Endurance”, hacia donde fueron trasladados para su atención.
El sábado 24 de abril los SAS y el SBS volvieron a intentar el mismo cometido,
enviando desde el HMS “Antrim” a otros cinco botes impulsados por motores fuera de
borda, con tres tripulantes cada uno. Su meta era la isla Grass, en la entrada de la Bahía
Stromness, frente a Puerto Leith, desde donde debían pasar a la isla San Pedro para
posicionarse en un punto próximo a la estación ballenera que desarmaban los argentinos
y hacia allí enfilaron una vez que estuvieron a bordo. Mientras tanto, otra sección del
SBS era helitransportada hacia la punta norte del valle Sorling donde fue depositada
cuando apenas comenzaba a aclarar.
En momentos en que los Gemini se acercaban a la Bahía Stromness, tres de los cinco
motores que los impulsaban comenzaron a experimentar problemas y al cabo de unos
minutos, dejaron de funcionar. Sus tripulantes tuvieron que atarse a los dos que todavía
funcionaban y formaron dos convoys de botes inflables, uno de tres unidades y el otro
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de dos, en los que siguieron avanzando hasta que unos metros más adelante, el motor de
aquel último también se descompuso, dejando ambos gomones a la deriva, en medio de
un mar cada vez más agitado.
Los otros tres Gemini alcanzaron la rompiente y una vez allí radiaron un mensaje al
“Antrim”, informando sobre la grave situación que atravesaban sus compañeros. Sin
perder tiempo, se despachó en su busca al teniente Stanley, que recorrió la inmensidad
del mar durante siete horas hasta que por fin, logró ubicar a uno de los gomones y
acercándose peligrosamente a las olas, recuperar a sus tripulantes. El bote restante se
había soltado y navegaba a la deriva, fuera de la visión del helicóptero por lo que, al
cabo de un tiempo, fue dado por perdido.
Pero la Providencia volvió a jugar a favor de aquellos hombres porque su balsa siguió
flotando sobre el intenso oleaje y arrastrada por las corrientes, fue a dar contra la punta
noroeste de la Bahía Stromness, donde lograron asirse de las rocas y haciendo un
esfuerzo titánico, echar pie a tierra. Unos metros más al sudeste y se hubiera perdido en
la inmensidad del mar.
Una vez en la costa, los tres comandos saltaron a tierra y sin perder tiempo levantaron
su campamento en espera de ayuda. Permanecerían cinco días sobre los hielos y como
sabían de sobra que nadie los iría a socorrer, echaron a andar hacia Puerto Leith donde
llegaron el día de la capitulación. Habían logrado sobrevivir gracias a su extraordinario
entrenamiento, su equipo de supervivencia y una increíble dosis de suerte.
Haciendo un balance de lo acontecido, mucho tenían los británicos para preocuparse.
Acababan de perder dos helicópteros, equipo, tres botes Gemini e incluso tres hombres
(los que fueron a dar al extremo de la Bahía Stromness) cuando la operación de
reconquista del archipiélago todavía no había comenzado. Y para colmo, aviones
Hércules C-130 argentinos sobrevolaban la zona en misiones de observación. Sin
embargo, lo que más preocupaba a sus mandos era la amenaza de los submarinos por lo
que el capitán del “Antrim” ordenó virar hacia el norte y alejarse del área para poner a
resguardo su buque.
La lucha comenzó en la madrugada del 25 de abril.
A las 05.30 (08.30Z), un helicóptero Wessex 3 procedente del HMS “Antrim” detectó al
viejo submarino “Santa Fe” cuando abandonaba la bahía de Cumberland en busca de un
lugar de inmersión.
Como se recordará, el sumergible había integrado la flota invasora que el 2 de abril
tomó el archipiélago malvinense, llevando a bordo una sección de buzos tácticos que
tenían como misión el marcado de la playa para el desembarco de la infantería de
marina. Cinco días después, en la madrugada del 7, el “Santa Fe” regresó a Mar del
Plata con sus baterías extenuadas, su radio con servicio disminuido, el teletipo (RATT)
descompuesto, las bombas de achique funcionando a profundidad de periscopio y los
motores evidenciando una sensible pérdida de aceite.
Sometido a reparaciones, a las 23.00 hs. del 16 de abril, el submarino volvió a partir en
una nueva misión: debía desembarcar una fracción de 11 efectivos del Batallón de
Infantería de Marina 1 (BIM1), para reforzar a la guarnición apostada en las islas
Georgias y lo que era más importante: atacar la línea de reabastecimiento británica entre
Ascensión y la fuerza de tareas, dentro de las 200 millas de exclusión impuestas por los
británicos en torno a la islas Malvinas.
Los planes contemplaban también mimetizarse en alguna de las innumerables caletas de
la isla San Pedro y efectuar las reparaciones que fueran necesarias mientras se
recargaban las baterías.
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Cinco días antes, había zarpado de Mar del Plata el ARA “San Luis” para cumplir con
las pruebas de rigor, destinadas a ajustar sus mecanismos de funcionamiento,
efectuando maniobras de inmersión frente a las costas de la ciudad balnearia. Como las
mismas dieron buenos resultados, el día 17 se le ordenó dirigirse al este del Golfo San
Jorge, en la costa patagónica y mantenerse allí, en espera de nuevas instrucciones.
El “Santa Fe” hizo gran parte del trayecto en inmersión, navegando lentamente debido a
las pésimas condiciones climáticas. La noche del 24 de abril llegó a la bahía
Cumberland y cuando los relojes de a bordo marcaban las 23.00, salió a la superficie y
comenzó a bordear despaciosamente las escarpadas costas de la ría que formaban la
bahía y la caleta Capitán Vago, mimetizándose contra los acantilados para no ser
detectado. El riesgo de ser descubiertos por los radares enemigos era alto, pero las
peligrosas rocas que emergían de las aguas, cerca de las rompientes, lo eran mucho más
y eso obligaba a la tripulación a mantener su concentración al máximo.
Una vez dentro de la caleta, ante la imposibilidad de emitir señales por radar (la
proximidad de la costa lo impedía) y debido a la poca efectividad del visor nocturno que
utilizaba el personal de vigilancia apostado en la vela, el capitán Horacio Bicain,
temeroso de chocar contra una de ellas, le indicó al jefe de la sección de Infantería de
Marina, capitán de corbeta Luis Lagos, que estableciese comunicación con el personal
de tierra y ordenase el envío de la embarcación requisada a la BAS para transferir a su
sección y al armamento que transportaban.
El contacto se estableció en clave, a las 23.45, utilizando un canal de radio
internacional, lo que generó el consabido nerviosismo en la tripulación porque desde
hacía varios minutos el sonar captaba rumores hidrofónicos que indicaban la presencia
de naves enemigas a 50 millas al norte del archipiélago1.
A poco de establecida la comunicación, la lancha del BAS se acercó lentamente y una
vez junto al “Santa Fe”, comenzó a embarcar a los efectivos, las municiones y un cañón
sin retroceso destinado a la guarnición (debió hacer tres viajes).
El capitán, Bicain tenía previsto dejar la caleta a las 04:00 hs., pero la partida debió
postergarse porque el desembarco de de la sección de infantería llevó más tiempo de la
cuenta. Recién cuando el último efectivo abandonó la nave, ordenó dar potencia a sus
motores y poner proa al este. El submarino viró lentamente y se dirigió a mar abierto
siguiendo la misma ruta que había utilizado para llegar.
Salir de la caleta insumió cerca de 50 minutos, de ahí la preocupación del capitán que
no quería ser sorprendido a plena luz navegando en aguas poco profundas. Lo que
ignoraban todos a bordo era que un Wessex HAS.Mk. 3 del destructor “Antrim”,
acababa de detectarlos.
El viejo sumergible diesel navegaba sobre la superficie cuando el helicóptero británico
dio aviso a los buques. Minutos después, despegaron desde las plataformas del
“Plymouth” y el “Endurance” dos Wasp HAS.Mk 1 con órdenes de atacar y hundir a la
nave argentina.
El cabo principal Héctor Oscar Feldman y el suboficial segundo Enrique Julio
Muraciole hacían guardia en la parte superior de la vela cuando a las 05.40 vieron
emerger de las nubes, por el lado de popa, al Wessex 3 que desde una distancia de 200
metros, les arrojó dos bombas de profundidad que explotaron cerca del tanque de
seguridad, provocando la interrupción del suministro de energía y el corte de
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comunicaciones. Mientras a bordo sonaban insistentemente las alarmas de colisión,
Bicain ordenó dar mayor potencia a los motores y ocupar puestos de combate.
Como el submarino no podía sumergirse por la poca profundidad de las aguas, inició
maniobras de zigzag al tiempo que viraba de regreso a King Edward Point, acosado por
los helicópteros que no le perdían el paso.
En ese preciso instante aparecieron otras tres aeronaves para lanzar dos torpedos
buscadores que debido a la poca profundidad, no fueron efectivos.
En la década del setenta, los argentinos habían hecho modificaciones en el submarino,
reemplazando su vela original por una nueva, de plástico reforzado de fabricación
nacional, lo que tendría efectos providenciales a la hora del combate.
El cabo Feldman, un bravo misionero de ascendencia alemana que, como se dijo, hacia
guardia en la vela, corrió escaleras abajo para pedir a los gritos que le alcanzasen armas
y una vez en poder de dos fusiles ametralladora de la dotación de a bordo, un FAL y un
GARANT, volvió a subir y le entregó uno a Muraciole, quedándose él con el otro.
Asomados ambos por la parte superior de la vela, comenzaron a disparar, intentando
desesperadamente repeler el ataque. Inmediatamente después se les unieron el cabo
principal Jorge Omar Horacio Ghiglione, el cabo primero cocinero José Vicente
Mareco, el cabo camarero Alberto Esteban Macias, el cabo electricista José Salvador
Silva y el cabo primero sonarista Norberto Arnaldo Bustamante, quienes también
abrieron fuego con fusiles automáticos de la dotación.
La acción negó a los helicópteros la vertical del buque y eso les impidió lanzar más
torpedos. Sólo pudieron disparar a distancia con sus armas livianas ya que el fuego
reunido de los hombres de Feldman era intenso y no les permitía aproximarse. Sin
embargo, un nuevo Wasp apareció de repente y les lanzó un misil Aerospatiale AS-12,
que impactó de lleno en la vela, atravesándola sin estallar, gracias a su estructura de
plástico reforzado.
El capitán Bicain pensó que los hombres allí apostados habían muerto, pero cuando
preguntó cuales eran las novedades le informaron que sólo había resultado herido uno
de ellos, el cabo camarero Macías, cuando disparaba desde el tren de amunicionamiento
a la vela. El misil le había arrancado la pierna derecha y perdía mucha sangre.
El infortunado marinero fue evacuado por varios de sus compañeros mientras el cabo
Feldman y sus hombres seguían disparando. El suboficial enfermero Funes le aplicó una
dosis de morfina para aligerar sus dolores e inmediatamente después procedió a efectuar
las primeras curaciones practicándole un fuerte torniquete por encima del corte y un
gran apósito sobre el muñón para evitar que las hemorragias acabasen con su vida.
Pero dejemos que el propio Feldman relate lo sucedido:
La zona todavía estaba oscura y con buen tiempo. Yo conformaba el grupo de
vigías de guardia, [cuando] en un momento, oculto entre las sombras
producidas por las montañas del lugar y por la popa del submarino, a muy baja
altura observo un elemento que no condecía con el horizonte, agudizo la vista y
grito en forma desaforada: ‘¡¡¡Helicóptero a popa, helicóptero a popa!!!’.
El oficial de Guardia accionó inmediatamente la alarma de colisión. El
helicóptero que se encontraba muy próximo a la aleta de babor, pasó a estribor
a una distancia aproximada de 180 metros realizando una rápida maniobra y
soltó dos cilindros que relacioné de inmediato con torpedos, por lo que doy el
grito de ‘¡¡¡Top torpedo!!!’. No hubo tiempo de volver a gritar; el lapso entre
el avistaje y la explosión fue incalculable; fueron dos bombas que impactaron
en el tanque de seguridad ubicado debajo de la estructura de la vela [la torreta]
provocando una explosión que levantó la proa del submarino. En busca de
protección descendimos (por el interior de la vela) hasta el puesto de comando
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que se encontraba con la escotilla cerrada, producto de la alarma de colisión. Al
abrirse, el comandante, capitán de fragata Horacio Bicain, preguntó
enérgicamente que había pasado. Al enterarlo de la presencia del helicóptero,
yo desciendo por la escalera y en el entrepuente me cruzo con él y le grito:
“¡Voy a traer fusiles Señor!”, a lo que él respondió: “¡Adelante Gringo” ; me
acompañaba un compañero, el cabo Muracioli. Para ese instante el
Comandante se había hecho cargo de la situación.
Al llegar al Cuarto de Control junto con el oficial de guardia (teniente
Argañarás) gritamos, ‘¡¡¡Traigan fusiles!!!’ e inmediatamente aparecieron los
GARANT y FAL [de la dotación de a bordo]. Estábamos en el compartimiento,
con Muracioli, Mareco con su delantal de cocinero, Macías con su repasador de
camarero, Silva electricista, Giglione de Armas Submarinas y Bustamante
sonarista, metiéndose cada uno cargadores en la cintura y en la camisa mientras
me decían: “Te acompañamos Chacho”. Había otros que formaban una cadena
de aprovisionamiento de municiones y cuando subo al compartimiento de
comando y me asomo por la escotilla escucho al comandante que gritaba:
‘¡¡¡Se vienen gringo, se vienen!!!’. Al asomarnos vimos a los helicópteros que
se venían a toda velocidad.
Comenzamos a disparar. La misión de los ingleses era pasar sobre el submarino
y arrojar bombas similares a las dos primeras, pero no se animaban, se
encontraron con una cortina de balas y el coraje criollo. El comandante en el
compartimiento de comando, evaluaba los daños y subía a la vela nuevamente.
Uno de los helicópteros nos acosaba con ametralladoras, el otro se colocaba a
una distancia prudencial donde no llegaban nuestros disparos. De pronto vimos
un hilo de luz que se convirtió en pocos instantes en una bola de fuego que
avanzaba hacia nosotros, ‘¡¡Zas!!! – grito alguien ¡¡Misiles!!’. Una explosión
hizo temblar el tubo y mientras nosotros nos amontonamos en el
Compartimiento de Comando, el comandante gritó: ‘¡¡¡Se vienen gringo!!!’ y
todos nuevamente arriba comenzando el tiroteo. Los fusiles en el momento de
bajar los dejábamos en el piso de la vela, pero al subir ya teníamos otro en
nuestro poder, porque el grupo que nos aprovisionaba ya los tenia listos.
El tiroteo era intenso, los ingleses si bien se cubrían con ametralladoras no se
acercaban demasiado. Nosotros en el fragor de la lucha y con el deseo de
eliminar al enemigo, gritábamos con toda la fuerza de nuestra garganta
‘¡¡Diosito acercalos un poquito mas a estos bastardos!!’. Pero Dios en ese
momento no tenía el mando de los helicópteros. Por eso renuncie a El por un
tiempo.
Nunca había visto un lanzamiento de misil, pero les puedo asegurar que con
dos que exploten cerca, uno se vuelve un experto. Por eso cada vez que un
helicóptero nos apuntaba con su proa nosotros gritábamos ‘¡¡¡Abajo todo el
mundo!!!’, dejábamos los fusiles en el piso y saltando de posta en posta desde
la parte superior, descendíamos hasta Control.
En ese trayecto se escuchaban las explosiones y el temblor y también los gritos
del comandante alertando la aproximación de los atacantes. Mientras tanto el
submarino navegaba a máxima velocidad hacia Grytviken.
Recuerdo que en una de esas estábamos meta tiro y tiro, los fusiles que se
trababan, los tirábamos al agua cuando con el comandante vimos un
helicóptero que se venia hacia nosotros cubriéndose con ametralladoras.
Los piques de los proyectiles marcaban una línea en el agua por lo que los dos
nos tiramos al piso de la vela (aquel que conoce un submarino sabe que ese
espacio es muy reducido) y mirábamos las flores que se formaban en la fibra de
vidrio de la estructura al ser atravesada por los disparos.
Las balas pasaban muy cerca nuestro; cuando no escuchábamos el repique de la
municiones, sabíamos que era el momento de reincorporarse y repeler el ataque
nuevamente.
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Ahora quiero hacer un alto en el combate y mencionar a un nombre que merece
que su apellido se escriba siempre con mayúsculas, MACIAS.
Su trabajo era el de camarero. En esos tiempos era un joven muchacho, lleno
de sueños, siempre listo para desempeñar sus tareas; joven total. En
oportunidades subía a la vela por las noches a brindarnos una taza de café o
agua caliente para el mate, y así poder paliar el frío lacerante de los inviernos
en la torreta del submarino, durante las navegaciones en superficie.
Este hombre, cuya edad no recuerdo, no tenía la vaquia (experiencia) de un
vigía o de un oficial para desalojar el puente. Nosotros practicábamos y nos
tomábamos los tiempos de descenso, porque dependía de nuestra celeridad que
el submarino comenzara su inmersión. Macías no tenía la práctica suficiente
para bajar de un salto los diez peldaños de cada una de las escaleras. Pero
aquella carencia suya no fue impedimento para demostrar su valor y amor por
la patria.
En uno de los ataques con misiles doy la orden de desalojar la vela. Mis
fusileros acatan […] y se lanzan hacia el Comando. Quedando Mareco por
saltar, lo hace normalmente, seguido detrás por Alberto Macías poniendo el pie
izquierdo y buscando un lugar libre para saltar. En ese instante un misil que no
se activó atravesó el mamparo de fibra de vidrio de la vela justo por el centro
de ese espacio y al pasar, se llevó la pierna de Macias y estalló en el exterior
por la banda de estribor.
La onda expansiva me tiró contra el TBT y a Macías hacia abajo. En la
confusión se produjo un incendio tipo fosforado por lo que, sin pensarlo, me
tiré hacia el compartimiento de Control, donde me encuentro con mis fusileros
y al mismo Macías tratando de subir de nuevo; no se había dado cuenta que le
faltaba la pierna derecha.
El ‘Brujo’ Funes (suboficial enfermero), ya con su morfina, le hizo un
torniquete y lo asistió, mientras nosotros seguíamos combatiendo. Así también
transcurrió la defensa de nuestro querido “Santa Fe”, en la que cada tripulante
entregó lo suyo, sin la necesidad de pedir nada.
Un ejemplo de esto fue cuando disparábamos nuestros fusiles. Cuando se sentía
el golpe seco al gatillar, era porque el arma ya no tenía balas, entonces aparecía
alguien que de inmediato colocaba uno nuevo y con solo accionar el cerrojo se
podía continuar disparando sin parar. Defendiéndonos con los dientes
apretados llegamos al muelle.
El capitán Bicain atracó el submarino en forma suave y con la rapidez de los
que saben. De inmediato recibimos su orden por el 1 MC (comunicaciones
internas) de “desembarcar por los lugares habituales” – Quiero remarcar que la
orden fue “desembarcar” y no abandonar la unidad.
A los Wessex y los Wasp del “Plymouth” y el “Endurance” se les unieron los Lynx de
la fragata “Brillant” que llegaron disparando sus misiles Sea Scua sin alcanzar el
objetivo.
A pesar de los daños, el “Santa Fe” pudo alcanzar el muelle de la estación científica
británica en Punta Coronel Zelaya (King Edward Point), cubierto por las armas de los
infantes de marina del capitán Lagos y el teniente Luna, que disparaban desde sus
posiciones en Grytviken, a 400 metros de distancia, manteniendo a raya a los
helicópteros. Incluso les lanzaron misiles antitanque Bantam que los forzaron a retirarse
hacia mar abierto.
El submarino atracó utilizando el periscopio (07.30 hs), lo que permitió a la tripulación
descender a tierra y emprender una veloz carrera en dirección a Grytviken, desde donde
los infantes de Lagos y Luna disparaban constantemente. Con algunos de sus tanques
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perforados, la nave comenzó a hundirse muy despaciosamente, hasta apoyar su quilla
sobre el lecho marino.
En vista de ello, el segundo de a bordo, capitán de corbeta Carlos Michelis, le sugirió a
Bicain alejar el submarino de la costa y hundirlo, pero existiendo la posibilidad de que
aún pudiese navegar, su comandante se negó y ordenó esperar hasta la noche para
evaluar los daños y en caso de ser posible, retirarse bajo la protección de la obscuridad.
El soldado Delfor Bravo del BIM1, disparaba desde la costa cuando vio a los tripulantes
del “Santa Fe” correr por el muelle “…era impresionante ver eso… parecía una
película… soldados argentinos corriendo, disparando a los helicópteros con el
armamento que tenían…”. Justo en ese momento, cayó herido el teniente de corbeta
Giusti, a cargo de 14 infantes de marina y una ametralladora, a quien sus compañeros le
gritaban que se mantuviese a cubierto porque las balas de los cañones le pegaban cerca.
El soldado Víctor Gramajo vio la escena desde la trinchera en la que se encontraba
apostado, detrás de las edificaciones y presa de la furia vació su cargador intentando
impactar a uno de los helicópteros. Había sufrido mucho en aquel clima gélido,
durmiendo a la intemperie, con nieve y vientos helados de hasta 200 km/h y aunque no
lo sabía, en esos momentos submarinos británicos se aproximaban a la caleta para
brindar apoyo, uno de ellos el HMS “Conqueror”
Carlos Marcelo Patané, encargado de los treinta y nueve operarios civiles que
trabajaban en Puerto Leith, confirmaría esos hechos (en especial el tiempo que duraron
las acciones) en un subjetivo “informe especial” elaborado por el programa Telenoche,
que se emitió por Canal 13 en el año 2007: “Al otro día, a la mañana, escuchamos el
combate en el otro puerto de Grytviken donde había 40 conscriptos de infantería de
Marina con dos oficiales que habían quedado allí desde el día 3 de abril y el submarino
“Santa Fe” que teóricamente, según decían, había ido a buscarnos a nosotros y a
sacarnos, pero entró primero en la bahía de Grytviken a desembarcar cosas y demás, y
ahí lo agarraron los helicópteros de la fuerza inglesa que estaban afuera. Le rompieron
la vela, [y como] no podía sumergirse, volvió a puerto y desembarcaron. Combatieron
una hora [ya que] se escuchaban los bombazos y demás cosas”.
El día anterior, Alfredo Astiz le había dicho a Patané que iba a haber problemas y que
debían estar preparados. “Astiz me hizo preparar el refugio para los civiles. Ellos [los
lagartos] minaron todo alrededor de la factoría. Ya no se podía salir […] si no era con
un hombre de Astiz porque había cazabobos por todos lados. El día antes del ataque
ellos [la gente de Astiz] habían visto el convoy desde una altura, que había venido a
desalojarlos de la bahía. El me dijo que al día siguiente íbamos a tener problemas, que
cuando él me dijera, llevara a todo el mundo al refugio”.
Un par de horas después, 150 efectivos del SAS y el SBS al mando del mayor Guy
Sheridan efectuaron un helidesembarco en Hestesletten, punto ubicado en la costa oeste
del fiordo Moraine, para iniciar desde allí la marcha sobre Grytviken, donde se hallaban
acantonadas las fuerzas argentinas. Contaban con el apoyo del puesto de observación
del capitán Chris Brown, de la 148º Battery del 29º Commando Artillery Regiment de
los Royal Marines, quien se hallaba apostado en las alturas próximas para reglar el
fuego de artillería de los buques.
En ese momento (16.15), las piezas de artillería de 4,5 pulgadas del destructor “Antrim”
comenzaron a batir con fuego de saturación las posiciones de Lagos, mientras un
helicóptero Wasp suspendido sobre la caleta hacía las veces de spotter. Diez minutos
después, se le sumaron el HMS “Plymouth” y el “HMS “Brillant”.
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El soldado Gramajo apenas podía asomar la cabeza fuera de su trinchera porque los
grandes trozos de piedra y las esquirlas que volaban por todas partes eran realmente
mortíferos.
Mientras tanto, los comandos británicos seguían avanzando hacia la población,
apoyados por la desmesurada cobertura naval.
Tanto Lagos como Astiz, este último en Puerto Leith, tenían instrucciones del
contralmirante Lombardo de resistir solamente a grupos pequeños que intentasen
desembarcos aislados pero bajo ningún punto de vista acometer acciones que
condujesen al exterminio inútil de sus dotaciones. Aún así, se mantuvieron firmes en sus
posiciones.
Desde las 16.25 hs., los atacaban un destructor y dos fragatas, apoyados por un
transporte logístico, un buque polar, numerosos helicópteros lanzamisiles dotados de
poderosas ametralladoras y grupos comandos que convergían sobre ellos.
Dada la embestida británica, a las 17.15 el jefe de los infantes de marina argentinos le
comunicó a Bicain que se hallaba desbordado, sometidas sus posiciones a intenso fuego
naval y rodeados por fuerzas terrestres, lo que hacía imposible seguir resistiendo. No
quedaba otro camino que deponer las armas si lo que se quería era evitar una masacre
innecesaria.
La guarnición había cumplido las directivas del alto mando, distrayendo hacia su
posición a parte de las fuerzas enemigas para tomar las Georgias.
En vista de esa decisión, el comandante del submarino ordenó destruir las claves y
sistemas de comunicación al tiempo que la gente de Lago arrojaba al mar el armamento
pesado y las municiones para evitar su captura por parte del enemigo.
Después de colocar trapos blancos en las ventanas de los principales edificios y sin
posibilidad alguna de rechazar el ataque, a las 17.30 hs. de aquel agitado 25 de abril, la
sección de infantes de marina del capitán Lagos, junto a los tripulantes del submarino
“Santa Fe”, realizaron formación general para el arriado del pabellón argentino y
depusieron las armas.
Antes de tomar esa decisión, el jefe de los infantes de marina se comunicó con Astiz
para informarle que, de acuerdo a las directivas del comando naval, iba a capitular.
Astiz, que junto a sus hombres tenía a su cargo la custodia de los treinta y nueve
operarios de Davidoff, entre ellos un médico, escuchó la novedad y anunció que no se
iba a rendir.
Al día siguiente, mientras en la Argentina se inventaba toda una fábula en torno a los
lagartos y su resistencia “hollywoodense”, Astiz dispuso que los civiles se dirigiesen
hacia el asentamiento de Stromness, lejos del peligro de un ataque y ordenó a sus
comandos tomar posiciones de combate. “Astiz nos mandó a todos al refugio y ahí
estaban [por los infantes de Marina a su cargo] como en trance, todos pintados, ya no
hablaban, monotemáticos. Me dio un handy y me dijo: ‘Vos y tu gente al refugio’”,
afirmará años después Patané, en Telenoche.
Aquel mismo día, los ingleses intimaron a los lagartos apostados en Puerto Leith. Astiz
decidió resistir y fue entonces que envió aquel mensaje de “rompo la radio y reviento
los pacos” del que la prensa amarilla, con la revista “Gente” a la cabeza, generó la
mencionada fábula. Decía el mismo: “La fragata está cerca. Se está poniendo obscuro.
Está un poco lejos. Aparentemente son muchos. Creo que desembarcaron detrás de la
loma y vienen caminando. Terreno preparado. Los civiles se destacaron. Van para
Stromness. La fragata apunta hacia acá. Empezó el fuego. Rompo la radio y reviento
los pacos (se refería a las claves) Julito, un abrazo y un beso grande para todos. Viva
la Patria. 17.10”.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Como se ha dicho, los efectivos argentinos en Puerto Leith eran apenas catorce y aún
así, no acataron la orden de rendición. Veinticinco años después, Carlos Patané
recordaría esos momentos como si los estuviera viviendo. “Yo escuché los bombazos
porque entraron dos corbetas a la bahía y tiraban contra la factoría. Y [fue entonces]
que por el handy [escuché que] en perfecto español le decían ‘¡Astiz, ríndase. No
queremos bajas!’”. Por su parte, su hermano Antonio agrega en el mismo reportaje:
“Comentó un comando que estaba ahí, con el cual tengo determinada amistad, [que]
era tal, pero tal, pero tal la lluvia de balas desde todos lados que lo único que [se]
podía hacer era estar tirados en el piso viendo como pasaban porque no se podía hacer
nada. Era una lluvia de balas”.
Ante la negativa de Astiz de deponer las armas, una segunda andanada del “Plymouth”
y el “Antrim” (al que en Buenos Aires se confundió con el “Exeter”), no le dejó otra
alternativa que aceptar un alto el fuego. El combate de las Georgias había finalizado.
Según explica Carlos Patané, el oficial argentino les dijo a los ingleses que tenía treinta
y nueve civiles a su cargo y que debían ser evacuados de acuerdo a lo que establecía la
Convención de Ginebra. Se acordó, entonces, un “alto el fuego” de tres horas para
facilitar la salida de los trabajadores en tanto los royal marines iniciaban lo aprestos para
ocupar el poblado. “Ahí vino Astiz al refugio y dijo: ‘Así como están, salgan. No se
lleven nada. Se van caminando, bandera blanca adelante y atrás’. Tomamos por el
caminito de los renos; había que subir un cerro, pasar una laguna, bajar del otro lado
de la Bahía Stromness y entregarse a las fuerzas británicas”.
El día anterior, 25 de abril de 1982, la Fuerza Aérea Argentina planificó su primera
misión de combate, honor que le cupo a la escuadrilla del Grupo 2 e Bombardeo de
aviones Canberra MK-62 desplegada en el aeropuerto de Trelew.
El objetivo eran los cinco buques británicos que en esos momentos atacaban la isla San
Pedro, en las Georgias del Sur, debiendo recorrer para ello, una distancia de 4000
kilómetros entre ida y vuelta.
Confirmada la presencia de las unidades enemigas por un Boeing 707 que había
sobrevolado la zona, los Canberra recibieron la orden de volar hacia la base aérea de
Río Grande, en Tierra del Fuego y tomar las precauciones necesarias para lanzar desde
esa posición el ataque.
La escuadrilla, integrada por tres bombarderos, un Boeing 707 y un Hércules C-130 de
exploración lejana, cuya misión era detectar los blancos, despegó pasado el medio día
sabiendo que tenía que lograr la sorpresa total del enemigo para asegurar los impactos y
evitar ser derribados. Debían localizar al “Tidespring”, al “Endurance”, a la fragata
“Plymouth” (todavía se desconocía la presencia del “Brillant”) y el destructor “Antrim”,
dotados ambos de defensas antiaéreas.
Los pilotos eran concientes de la lentitud de los aparatos y que, por esa razón,
constituían blancos sumamente fáciles de ser alcanzados pero tenían plena confianza en
su preparación. Además, esperaban que los barcos estuviesen fuera de la Bahía
Cumberland, lejos de las elevadas pendientes del sector oeste que les serviría de
resguardo, para hacer impacto en ellos. Esto último era imperioso porque el ataque se
debía llevar a cabo por ese lado pues los bombarderos necesitaban espacio para
descender y las elevaciones se lo iban a impedir.
Los Canberra despegaron de Río Grande directamente hacia el este y así volaron
durante tres horas y media hasta que hallándose muy próximos a las islas, el Hércules
informó que las condiciones climáticas eran malas y que los barcos se hallaban en la
bahía.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
La misión fue suspendida y los aviones regresaron al continente sin poder concretar el
ataque.
La guerra había estallado en el Atlántico Sur y advirtiendo que se habían reiniciado las
hostilidades, el mundo aguardaba expectante una salida diplomática que detuviera la
escalada de violencia.
El canciller Costa Méndez se enteró de que los ingleses habían recuperado las Georgias
a bordo del avión que lo llevaba a Washington en compañía de su comitiva. Por esa
razón llamó inmediatamente a la embajada argentina para solicitar al Departamento de
Estado el aplazamiento de la reunión con Haig que tendría lugar a las 16.00 hs. y así
poder abocarse a evaluar la situación y elaborar una nueva estrategia.
Al día siguiente, el teniente Alfredo Astiz firmó a bordo del HMS “Plymouth”, la
rendición de las fuerzas a su cargo, es decir, los catorce efectivos de infantes de marina
apostados en Puerto Leith ya que ya que la capitulación de la guarnición de las islas la
había hecho el capitán Lagos en Grytviken. La fotografía de aquel acontecimiento, en la
que se observa a un barbudo Astiz firmando frente los capitanes David Pentreath
(comandante del destructor), Nicholas Barker del HMS “Endurance” y otros oficiales
presentes, dio la vuelta al mundo y generó la falsa versión de que había rendido a las
Georgias sin pelear.
Los británicos, que de ese modo veían alejarse el peligro de un ataque submarino,
debieron hacerse cargo de los 189 prisioneros argentinos capturados en Grytviken,
Puerto Leith y la bahía Stromness, entre ellos los 39 operarios civiles y el herido cabo
Macías, a quien los médicos ingleses terminaron de tratar sus lesiones.
No sería la única baja pues al día siguiente se produjo lo que los británicos dieron en
llamar “una muerte innecesaria”.
Después de rendida la plaza, el comandante de la Fuerza de Tareas británica, capitán
Brian Young, indicó a su par argentino, el capitán Bicain, que el “Santa Fe” debía ser
retirado del muelle de Punta Capitán Zelaya para ser conducido hacia Grytviken, al
fondo de la caleta. Para ello trajo al comandante de la fragata "Brillant", capitán John
Coward, también submarinista, aduciendo entre ambos que, de acuerdo a la Convención
de Ginebra, la comprometida situación del submarino podía generar gases explosivos
(emanaciones de hidrógeno provenientes del ácido de la batería) que en caso de
estallido podrían hacer detonar los 20 torpedos Mk 14 y los tres Mk 37 que llevaba a
bordo.
Después de consultar con su segundo y sin dejar de pensar en la posibilidad de un acto
de sabotaje para hundir el submarino durante el traslado (unos 2.000 metros de
distancia), el capitán Bicain desechó esos pensamientos y designó a los suboficiales
Félix Oscar Artuso, Delmiro Ibalo, Manuel S. Ontiveros, Raúl Alberto Ruiz, Leonel
Reinaldo Recalde y Juan Carlos Salto, para operar el sumergible durante el traslado.
Bicain fue claro cuando le ordenó al primero no efectuar ninguna acción sospechosa,
porque iban a estar fuertemente custodiados por efectivos armados.
La maniobra consistía en un lento desplazamiento hacia el interior de la bahía,
utilizando los motores eléctricos de propulsión.
Los marinos argentinos ocuparon sus posiciones y sin perder tiempo pusieron los
motores en marcha, alejando al submarino lentamente del muelle. La nave se dirigió
hacia el centro de la caleta y mientras lo hacía, se escoró, obligando a su capitán a poner
en funcionamiento el rotocompresor para enviar aire a los tanques inundados y de esa
manera, aumentar la flotabilidad.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
La puesta en marcha del motocompresor llamó la atención de uno de los guardias
ingleses que, al asomarse por la escotilla de la batería de popa, vio a Artuso operando
los controles y creyendo que estaba saboteando la nave, apuntó con su arma y le disparó
hiriéndolo de muerte, al tiempo que gritaba que el submarino se hundía.
Artuso cayó al piso de espaldas, golpeando previamente contra los paneles de mando.
Al ver la escena, el suboficial Ibalo corrió a informar a Bicain que su compañero había
sido baleado y que se hallaba gravemente herido, generando con ello el correspondiente
sobresalto.
¿Qué había ocurrido para que el custodio británico adoptase esa actitud? Al notar que la
nave se escoraba, Artuso hizo un brusco movimiento hacia la banda de babor para
alcanzar las palancas que compensaban el desbalanceo, asustando al infante de marina
que tenía órdenes de evitar que el maquinista accediera a las mismas.
Sin saber si Artuso estaba herido o muerto, Bicaín le indicó a Coward que se hacía
cargo de la maniobra, cosa que aquel aceptó y de esa forma alcanzaron el muelle de
Grytviken, donde atracaron con la mayor premura, deseosos de saber que había sido de
su compañero. Fue entonces que Coward le informó a su par del “Santa Fe” que Artuso
había muerto.
Fuera de sí, Bicain insultó con todo tipo de improperios al comandante británico
pronunciando palabras en inglés y en español, sin que aquel atinase a responder nada.
Pasado el momento de tensión, se abrieron varias válvulas de inundación lenta y al cabo
de algunas horas, el “Santa Fe” tocó fondo, dejando fuera del agua solamente la vela.
La Argentina recibió la noticia de la muerte de Artuso por intermedio de la embajada
suiza en Buenos Aires, que representaba los intereses británicos en nuestro país. Hubo
muchas versiones al respecto, casi todas confusas y contradictorias, aseverando la más
fantasiosa que el suboficial había penetrado en un submarino británico, molesto por el
resultado adverso de la batalla y había intentado hundirlo. Según otra, había querido
inutilizar su propia embarcación para evitar que cayera en manos del enemigo. Sin
embargo, la explicación real fue la que brindaron los propios ingleses.
Félix Oscar Artuso fue enterrado en el cementerio de Grytviken, el 27 de abril, con
todos los honores militares del funeral británico y allí descansan sus restos hasta el día
de hoy.
El 26 de abril tuvo lugar en Comodoro Rivadavia una manifestación popular en apoyo
de la recuperación de las islas Malvinas en la que más de 10.000 personas recorrieron
las calles céntricas de la ciudad. Casi al mismo tiempo, en Londres, los laboristas
desataban una andanada de críticas contra sus oponentes y hasta organizaron
manifestaciones en las cuales se exhibieron carteles con leyendas como: “Siento
vergüenza de ser británico”, “Las Falklands para los pingüinos” y otras en español que
decían “Las Malvinas son argentinas”. De todas maneras, aquel no era para nada el
sentir de la opinión pública del Reino Unido aunque sí el de un porcentaje considerable
de su población. Aunque no del tenor que habían tenido en Buenos Aires, en Gran
Bretaña también hubo manifestaciones respaldando la campaña. Las calles de las
principales ciudades del país vieron el paso de jóvenes de ambos sexos luciendo
remeras y camisetas que decías “Las Falklands son británicas y hermosas” (realmente
no las conocían) y “No llores por mí Argentina”, tema principal del exitoso musical
“Evita” de los compositores británicos Andrew Lloyd Weber y Tim Rice.
Mientras el almirante Woodward aseguraba que lo de las Georgias había sido una suerte
de “aperitivo” y que ahora llegaba el “plato fuerte”, Michael Foot, líder laborista,
sostenía ante la BBC que “Si Gran Bretaña inicia una guerra, el mundo entero clamará
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
por un alto el fuego y nuestro país quedará aislado y sufrirá una humillación aún
mayor”. Por su parte, Anthony Benn, líder del ala izquierda del partido, aseguró que
cada vez era más claro que lo que estaba en juego para el gobierno no era la cuestión de
las islas (ni la del país) sino la reputación de la señora Thatcher y que la de los
conservadores era una postura insostenible porque había imposibilitado y paralizado al
gobierno por carecer de una clara visión del problema.
Sin embargo, nada parecía hacer mella en el ánimo de la primera ministra. En esos días,
otras ocho naves zarparon del sur de Inglaterra transportando a bordo un total de 900
comandos. Se trataba de las fragatas “Aurora”, “Leander” “Ariadne” y “Avenger”, el
buque de asalto “Intrepid”, el dragaminas “Shavington”, el transporte “Norland” y el
submarino “Olympus”, en tanto en puerto hacía aprestos la fragata “Dido”.
Los prisioneros argentinos capturados en las Georgias fueron embarcados en el
“Endurance” y conducidos a la isla Ascensión donde permanecieron varios días en
cautiverio. Desde allí, se los despachó a bordo de una aeronave a Montevideo y desde
aquella ciudad, a nuestro país, en el buque escuela “Piloto Alsina” que al mando del
capitán Edgardo O. Sulin, atracó en el puerto de Buenos Aires el 14 de mayo.
El único prisionero retenido por los británicos fue el teniente Astiz ya que pesaban
sobre él varios pedidos de captura internacionales.
Londres dispuso su traslado a Gran Bretaña para interrogarlo sobre su participación en
la guerra antisubversiva, sabiendo que los gobiernos de Francia y Suecia lo reclamaban
por la desaparición de supuestos ciudadanos de ambas nacionalidades2.
Astiz estuvo detenido en la capital británica unos pocos días donde, al amparo de la
Convención de Ginebra, se negó a responder, limitándose a decir su nombre, su grado y
número de matrícula. Finalmente, sin haber logrado extraerle una sola palabra más, el
10 de junio, a quince días de su captura, el Reino Unido lo envió de regreso a la
Argentina a bordo de un avión de pasajeros.
La victoria en las Georgias hizo cundir el júbilo tanto en las Islas Británicas como en la
Task Force y las expresiones triunfalistas eclipsaron a las de aquellos que se oponían a
la guerra y al gobierno conservador.
En lo que a las tropas argentinas se refiere, la tripulación del “Santa Fe” había salvado
el honor enfrentando a fuerzas inmensamente superiores en número y poder militar. La
actuación del capitán Luis Lagos y sus infantes de marina fue algo más que discreta, al
mantener a distancia a los helicópteros atacantes con el fuego de armas livianas y el
lanzamiento de misiles antitanque y brindar cobertura a sus hombres tras su llegada a
Punta Capitán Zelaya.
Sobre quien caería todo el oprobio de la derrota sería sobre el teniente Alfredo Astiz aún
cuando en un primer momento se negó a deponer las armas y cumplió al pie de la letra
con lo que se le había ordenado.
El capitán de fragata (R) Eduardo José Costa manifiesta en su libro Guerra bajo al Cruz
del Sur. La otra cara de la moneda, que de haber resistido algunas horas provocando
alguna baja al enemigo, le habría bastado (a Astiz) para convirtiese en el prototipo del
marino valeroso. Según el autor, su decepcionante desempeño, sorprendió a los
británicos y a los mismos mandos navales de nuestro país.
Lo más probable es que los británicos no se hayan sorprendido por el desempeño del
cuestionado marino dado el reducido número de efectivos que tenía a su cargo y lo
aislados que estuvieron durante las acciones.
Para despejar un poco las dudas y conocer a fondo los hechos, he aquí el testimonio de
un hombre que estuvo bajo su mando, publicado por un conocido periódico de Río
Negro3:
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
“Ayer, [el soldado] Escobar conversó con este diario sobre aquella relación.
- ¿Cómo era Astiz como jefe del grupo?
- Buen jefe...muy buen jefe...
- ¿Qué es ser un buen jefe en situaciones como aquéllas?
- No nos mintió jamás sobre la situación en la que estábamos metidos, como les sucedió
a otras unidades que estaban en Malvinas. Sincero, claro...nos condujo bien al
combate. Hay que recordar que, en los hechos, nosotros fuimos los primeros en
enfrentar a los británicos. Callado, siempre junto a la tropa. Tranquilo, muy tranquilo
en la toma de decisiones. Preocupado por la suerte que podíamos correr los
conscriptos...Qué quiere que le diga...Un buen jefe... Nada distante de nosotros.
- ¿Usted combatió en la misma posición que Astiz?
- No, cuando aparecieron los ingleses por mar y aire, yo estaba en Grytviken y Astiz en
Puerto Leith. Se hizo lo que se pudo. En medio del enfrentamiento llegó Astiz y luego de
un rato se llegó a la conclusión de que resistir no tenía sentido… la superioridad de
medios por parte de Gran Bretaña era inmensa.
Nosotros pensábamos que se nos venía toda la flota encima...y bueno, Astiz no consultó
al Estado Mayor de la Armada ni a otro mando sobre la conveniencia o no de rendirse.
El tomó la decisión...con autonomía... ¡En eso también fue un buen comandante!...¡Y no
nos abandonó en ningún momento!... Incluso cuando nos tomaron prisioneros y nos
metieron en la bodega del buque que nos transportó a la isla de Ascensión, siempre
estuvo con nosotros...Un buen jefe... Fueron días duros... el hundimiento del submarino
"Santa Fe", ahí, adelante nuestro...el asesinato del suboficial Artuso por parte de un
británico...en fin.
- ¿Usted sabía qué rol había cumplido Astiz en la represión?
- ¡No, no!...
- ¿No les habló nunca de aquel proceso?
- Tampoco. ¡Nosotros…, nosotros éramos pibes..., 18 años!... Después nos enteramos...
No sé, no sé...
- ¿Qué imagen tiene ahora cuando se enteró del papel de Astiz en la represión?
- Yo... qué quiere que le diga, yo lo recuerdo como un buen jefe... él también era un
pibe joven. Rubiecito... Lo volví a ver en una oportunidad. Fue un buen compañero en
la pelea y eso es lo que tengo de Alfredo Astiz.
Una cosa es pelear, pero cuando la superioridad de medios y tropas es abrumadora y
sin posibilidades de recibir apoyo de ninguna clase y con solo 20 hombres (en realidad
eran 14), eso es pedirle a uno que se inmole (que podrá hacerlo) pero no puede pedirle
que envíe al sacrificio a los 20 gatos locos que estaban con él.
El grave error fue de los almirantes que decidieron enviar a 20 tipos al muere a
sostener un objetivo como distracción con solo 20 hombres y sin posibilidades de ser
apoyados, eso fue una locura pésimamente planificada”.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Por lo que aconteció en las Georgias, hubo muchas personas en todo el mundo que
creían que todo resultaría de ese modo y con la misma facilidad. Acabarían por llevarse
una sorpresa.
Referencias
1
Los rumores confirmaban información proporcionada por la Fuerza Aérea en horas de la tarde.
2
Se referían a las religiosas francesas Léonie Duquet y Alice Domon y a la argentina Dagmar Ingrid
Hagelin, nacida en Buenos Aires el 29 de noviembre de 1959, hija del padre chileno, nacionalizado sueco
en 1989 y madre argentina.
3
{ HYPERLINK "http://www.rionegro.com.ar/arch200107/p03j23b.html" \t "_blank" }.
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