Los Siervos de Dios En nuestra Conferencia ¡“Consagración Ya”! de mayo de 2011, en Roma, el Padre Gruner se apercibió que teníamos entre nosotros el Arzobispo Bernardini, cuyos padres tienen su proceso de beatificación en proceso en Roma. Se sigue el transcrito de la alocución que el Señor Arzobispo hizo por esa ocasión. por Su Excelencia Reverendísima el Arzobispo Giuseppe Bernardini Mis padres todavía no están beatificados; son, por eso, Siervos de Dios. Su causa está ahora en la Congregación para los Santos, en Roma, después de haber pasado muy rápidamente por el proceso canónico en su diócesis de origen, que es en Modena, en el norte de Italia. Mi alocución de hoy no estaba calendarizada. Es una sorpresa. Sucedió, porque yo tenía conmigo algunos retratos de mis padres y algunos folletos sobre ellos. Y, mientras yo los mostraba a una persona, el Padre Gruner se mostró interesado y me pidió que hablara algunos minutos sobre mis padres, que fueron presentados a la Iglesia para ser beatificados como un matrimonio. Ellos eran casados según un casamiento cristiano. Y son un modelo para este tiempo en que la familia cristiana, la familia, querida y pensada por Dios, está sujeta a ataques por todo lado, ataques que quieren destruirla. Mis padres fueron probablemente indicados como un ejemplo urgente para el mundo, pero en primer lugar, evidentemente, para los católicos. Ya existe el ejemplo de un matrimonio católico bien conocido, el Señor y la Señora Quattrocchi, que la Iglesia católica ya beatificó. Pertenecían a la clase intelectual superior. Pero mis padres venían de orígenes muy humildes. Mi familia era pobre, sin embargo no miserable. Tuvimos siempre el “pan nuestro de cada día”, pero era una familia pobre; por eso, mi madre y mi padre tuvieron que trabajar mucho para darnos de comer y de vestir, y también para educarnos. Estos dos cristianos, mi padre y mi madre, nacieron en las montañas de la provincia de Modena, en dos parroquias diferentes, pero vecinos una a otra. Y estaban de un modo misterioso, destinados a ser unidos por Dios Mismo y por medio de la Cruz, como sucede con todas las obras santas por Dios operadas. La Cruz de mi padre Era bien verdad, especialmente en relación a mi padre, que llevó una Cruz muy pesada durante toda su vida. ¿Por qué? Porque mi padre era joven, fuerte, guapo, jovial y siempre dispuesto a oír los problemas de las otras personas. 1 http://www.fatima.org/span/crusader/cr103/cr103pg21.pdf Se casó a los 25 años con una joven de la tierra y, en un corto espacio de tiempo, tuvo tres hijos de este matrimonio. ¿Y qué sucedió? En el espacio de cuatro años, el Señor pidió graves sacrificios a mi padre: ¡él perdió su padre, su madre, el único hermano, así como la esposa y sus tres hijos! En cuatro años él estaba solo, y lleno de deudas, sobre todo a causa de los funerales. Por lo tanto, tuvo que emigrar para ganar algún dinero con que pudiese pagar las deudas. Emigró a los Estados Unidos, a Illinois, para trabajar en las minas. Fue allí que él fue herido con mucha gravedad debido a una explosión en la mina. Pasado apenas un año, con el dinero que el seguro le había pagado por el accidente y pensando haber ya lo suficiente para pagar sus deudas, mi padre volvió a Italia. Pero la razón principal para él haber vuelto fue porque – y esto es muy bello – él dijo a sí mismo: “La América no es para mí; yo temo por mi Fe cristiana, por mi Fe católica”. La Cruz de mi madre Y fue entonces que la Santa Providencia lo hizo encontrar mi madre. Ella también tenía su Cruz, aunque no tan pesada como la de mi padre. Estaba ella prometida a un joven de la misma parroquia, pero su novio murió, casi súbitamente, victimado por una enfermedad, y así ella quedó sola. Entonces, el tío de mi padre se decidió que él y mi madre se encontrasen. Antes que mi madre hubiese aceptado mi padre, rezó mucho a la Santa Providencia y, finalmente, lo aceptó. Ella rezó así: “Buen Señor, si ésta es Vuestra voluntad, yo lo aceptaré”, - porque mi padre era viudo, entre otros inconveniencias, y en aquel tiempo, los viudos no tenían generalmente mucha oportunidad de encontrar otra novia. Pero ella reconoció que “el parecía tan bueno para mí…”, y fue así que comenzaron a hablar en matrimonio. Es claro que hablaban de un matrimonio cristiano, con el Evangelio en las manos, para así formar una familia cristiana. Deben notar este hecho: ellos eran dos laicos que no tenían cualquier ilustración en particular. Yo diría que no tenían ilustración ninguna, porque, en aquellos días, especialmente en las montañas, las escuelas eran muy raras. Pocas veces tendrían un confesor o un director espiritual que los pudiese guiar, pero fueron guiados por el Espíritu Santo. Concordaron ambos en formar una familia cristiana, pidiendo al Señor que los bendijeren con muchos hijos. Mi madre, en especial, solía decir: “Por favor, Buen Señor, danos muchos hijos y, si Tu así quieres, danos aun vocaciones religiosas”. ¡Y sus oraciones fueron oídas, porque ellos tuvieron 10 hijos, 8 de los cuales se hicieron religiosos! Las seis hembras fueron Hermanas y los dos varones, yo y mi hermano, nos hicimos ambos padres capuchinos. Como vemos, la oración de este matrimonio fue aceptada y su pedido concedido. Para crear tantos hijos, tuvieron, obviamente, que trabajar mucho, pero cada día eran guiados por la voluntad de Dios, lo que para ellos fue siempre muy claro. Tal vez eso fue la diferencia entre mis padres y muchos de las otras grandes familias en ese 2 http://www.fatima.org/span/crusader/cr103/cr103pg21.pdf entonces (en aquellos días no fue tan extraordinario tener muchos hijos). Tal vez para mi madre y mi padre la voluntad de Dios fuese más evidente y manifiesta. Ellos procuraron siempre saber la voluntad de Dios en todas las cosas. Es asombroso ver como ellos se dejaron guiar por el Espíritu Santo. Hasta mi padre, en el tiempo de su tragedia personal, en que quedó sólo, su Sor Agatha Bernardini con su hermano, Arzobispo Giuseppe reacción para con Bernardini Dios fue: ¡“Sea hecha Vuestra voluntad”! Pienso que era este el leitmotif de toda su vida. Tengo esta convicción: que mi padre nunca tomó una decisión en su vida sin rezar primero, sin primero intentar comprender cuál era la voluntad de Dios, de modo a respectarla; y lo mismo sucedía con mi madre. El tiempo pasa rápidamente, y por eso, en vez de contarles los muchos episodios que sucedieron en sus vidas, voy antes leerles algunos de sus pensamientos, porque expresan, efectivamente, la realidad de su fuerza espiritual. Es bueno no olvidarnos que estas personas eran, ambos, iletradas. Algunos pensamientos espirituales de mi padre Mi padre decía: “Nunca dejé de confiar en la Santa Providencia, aun cuando los hijos y las dificultades crecían cada vez más”. Como crecía el número de hijos, los vecinos solían decirles: ¿“Qué están haciendo? ¡En breve estarán pobres”! Pero he aquí como mi padre acostumbraba a contestarles: “Nunca dejo de confiar en la Divina Providencia”. “Señor, yo Te agradezco por los dones que recibimos en cada día, y hasta las pruebas, así como Tu auxilio para sobrepasarlas, con toda la paciencia”. Yo me conmuevo siempre que leo estas palabras. Quien vive una vida ascética puede pensar normal estos pensamientos; pero, para una persona iletrada, tal significa que oía al Espíritu Santo y era guiada por El. Y mi padre continuaba, diciendo: 3 http://www.fatima.org/span/crusader/cr103/cr103pg21.pdf “En paz con nuestros vecinos y de conciencia tranquila, me siento como el Señor de la montaña. No tengo riquezas, pero tengo Fe”. “La Cruz” (¡es un maravilloso pensamiento teológico, este!) “es necesaria para temperar nuestro orgullo. Sería preocupante si nosotros no la tuviésemos [nuestra Cruz]”. Yo, que estudié la Espiritualidad Franciscana y la Teología, me siento inferior a mi padre al leer sus pensamientos. Caridad “Haga mucha caridad y mucho bien a los pobres, a las personas que están espiritualmente necesitadas, a los jóvenes y a los pequeñitos”. Tal es el testamento de mi padre. En una carta que él escribió a nosotros, sacerdotes y sus hijos, viene una frase que considero teológicamente sublime: “Para mí, la oración más bella es la caridad”. No me recuerdo de alguna vez haber oído mencionar en vano el nombre de Dios o de Nuestra Señora, y esto se debe a sus santas inspiraciones. Con respecto a las vocaciones de sus hijos, mi padre decía: “Yo nunca los presioné, pero si ellos quieren continuar en este camino, no los impediré, porque es un buen camino. Será la Santa Providencia que mirará por nosotros”. Éramos misionarios, viajábamos por el extranjero. Cinco de nosotros, sus hijos, devotamos nuestras vidas a las misiones y fuimos a varias tierras. Hubo un tiempo en que estábamos en casi todos los continentes, uno aquí y otro allí, menos en África. Y así, para compensar esto, mi madre se privó de su pensión para ayudar un estudiante nigeriano en Roma, que más tarde vino a ser obispo de Nigeria, y que es, actualmente, Presidente de la Conferencia Episcopal de Nigeria. Por consiguiente, África fue también “cubierta” por los hijos de nuestra madre y nuestro padre. “Si la Divina Providencia lo quiere, todavía nos encontraremos de nuevo aquí en la tierra y si Dios me llama a casa, allá nos encontraremos [en el Cielo]”. Algunas reflexiones espirituales de mi madre He aquí los pensamientos de mi madre: “Todas las cosas hablan del Señor y me llevan más cerca de Él”. Permítanme que recuerde aquí un pequeño incidente que le ocurrió. Es muy significativo para comprender su índole mística y hasta poética. Un día, pienso que era en mayo, una de mis hermanas sorprendió mi madre, que tenía una rosa en la mano. Mi madre estaba a acariciarla y besarla, pensando que estaba sola. Mi hermana le preguntó: ¿“Qué está haciendo, madre”? Y ella, tomada por sorpresa, replicó: “Me apeteció besar y acariciar la belleza de Dios”. Lo que también era un bello pensamiento. “Mis hijos son mi corona y mis tesoros. ¡Oh, si yo pudiese explicar a todas la madres del mundo qué hermoso es un tal don, y qué gracia representa tener hijos y 4 http://www.fatima.org/span/crusader/cr103/cr103pg21.pdf vocaciones en sus familias”! Y cuando estaba sufriendo, nos dijo: “Ánimo, avancemos. La Santa Providencia tiene toda la eternidad para nosotros a disfrutar”. Y a nosotros, misionarios, ella solía decir. “No duden, estoy más que feliz. ¡Bendecidos mis hijos, que viajan al extranjero para practicar el bien! Estamos con vosotros y os ayudaremos todos los días con nuestras oraciones”. Era realmente una oración cotidiana, porque, por especial privilegio durante el verano, cuando fuimos de vacaciones a la casa de nuestro padre (a 3 km de la iglesia), obtuvimos permisión del Obispo para tener el Santísimo Sacramento en una sala especial cuando allá estábamos. Este privilegio fue más tarde confirmado, y la capilla todavía existe en nuestra casa. Así, teníamos allá el Santísimo Sacramento; y mis padres, especialmente cuando se retiraron, porque tenían más tiempo, pasaban horas y horas en adoración ante el Santísimo Sacramento, rezando por nosotros, que estábamos en las misiones en diferentes partes del mundo. “Estoy muy contenta porque mis hijos tienen buena salud y son hermosos, porque no quiero dar nada de mal a Nuestro Señor. Cuando Nuestro Señor me llama a Su Reino, anuncien a todos mi alegría con el sonido de las campanas tocando festivamente”. ¡Y esto realmente sucedió! No que fuésemos a tocar las campanas de las iglesias, sino porque ella falleció en un Sábado a la tarde, cuando las parroquias comenzaron a tocar las campanas para llamar los fieles a la Misa vespertina. Su oración fue oída por Dios. Mi madre dijo una vez: “Debo agradecer a Nuestro Señor por las muchas gracias que nos concedió. Afortunadamente, vivo siempre para mis queridos hijos, que muchas veces piden ayuda a Jesús. Querido Jesús, nos dio nuestros hijos. Los he creado, pero son Tuyos, bendícelos. Querido hijo: Señor Jesús, Su Divina Madre y tu madre en la tierra te bendiga. Nos veremos en el Cielo”. Estos son apenas algunos de los pensamientos de mis padres, que revelan más sobre ellos que cualquier episodio que les pudiese contar. Eran modestos, pero eran muy ricos en Fe, y pasaron esa Fe a todos nosotros. Una última observación: Tuvo este matrimonio ocho hijos e hijas, todos religiosos; pero, desafortunadamente, hubo gente que pensó que mi padre y mi madre habían enviado todos los hijos al colegio para conservar los gastos, y también algunas personas calumniosas pensaron eso, pero no era la verdad. Mi madre y mi padre trataron de ponernos a estudiar en una escuela donde obtuviéramos al menos un diploma de docencia. Quisieron darnos una cultura que ellos no fueron capaces de lograr para sí mismos, a lo largo de sus vidas. Nuestro párroco les indicó el Instituto Paulino de Don Alberione, que aceptaba las jóvenes pobres, porque entonces sus hijas podrían trabajar en las tipografías. Sucedió que, después de un año o dos, mis dos hermanas más viejas, que trabajaban allá (yo todavía no había nacido), pidieron para ser religiosas. Mi madre vaciló, diciendo que ellas eran muy jóvenes e sin experiencia. Pero el padre intervino: “Oye, el camino es bueno, y si lo quisieren seguir, que así sea”. Y una a una, todas mis hermanas se tornaron religiosas; yo me torné sacerdote, y mi hermano también. Como ven, para nosotros era una cosa normal, era el ambiente religioso de nuestra familia que nos hacía 5 http://www.fatima.org/span/crusader/cr103/cr103pg21.pdf vivir dentro de este espíritu religioso; y así, la vocación era perfectamente normal para nosotros. Ocho vocaciones sin ninguna deserción Aún otro detalle: ¡ocho vocaciones, y ninguna deserción! Note que todo esto sucedió en el tiempo después del Concilio Vaticano II, cuando era fácil abandonar las Órdenes y, desafortunadamente, miles y miles de personas desertaron. Pero ninguno de nosotros una vez deseó hacer tal cosa; y esto, seguramente, por la gracia de Dios, como fruto de las oraciones de mi madre y mi padre. 6 http://www.fatima.org/span/crusader/cr103/cr103pg21.pdf