Volumen 12 • Suplemento 1 • 2009 VALUE IN HEALTH Editorial Acerca de los Beneficios de la Modelación Utilizando los AVAC para la Asignación de Recursos Sociales: el Modelo es el Mensaje Autor: Louis P. Garrison Jr, PhD University of Washington, Seattle, WA, EE.UU. Traducción validada por: Juan Camilo Gonzalez, MSc. Coordinador de Asuntos Regulatorios, Merk Sharp & Dohme, Bogota, Colombia Javier Eslava-Schmalbach, PhD, MD, MSc, Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia La citación para este informe es: Garrison Jr LP. On the benefits of modeling using QALYs for societal resource allocation: the model is the message. Value Health 2009;12(Suppl.):S31-5. Mientras moderaba un debate en una reunión reciente de ISPOR en Atenas, el Profesor Milt Weinstein sugirió que tal vez deberíamos concentrarnos más en los AV (años de vida) y menos en el AC (ajustados por calidad). Yo interpreté este comentario de la siguiente manera “las utilidades de los estados de salud son solo un elemento en los numerosos modelos bioclínicos que están en el centro de muchos análisis de costo-utilidad”. Los típicos modelos de costo-utilidad basados en la enfermedad incluyen criterios de valoración intermedios y finales para reflejar la evolución de la enfermedad, las probabilidades de eventos clínicos y la supervivencia proyectada, además de los elementos de costo. El enfoque de este seminario de desarrollo del consenso sobre los años de vida ajustados por calidad (AVAC) fue sin embargo sobre las utilidades de los estados de salud, es decir, un elemento dentro de todo el modelo. Hemos discutido en otro escenarios que modelos similares de beneficio-riesgo, incluyendo el de las utilidades de los estados de salud, podrían ser muy útiles para ayudar a que las deliberaciones sobre la aprobación de regulaciones sean más sistemáticas y transparentes [1]. En mi opinión, el uso de modelos integradores y cuantitativos para ayudar a los encargados de la toma de decisiones en salud, es más importante que sólo el modo en el que la morbilidad (es decir, la calidad de vida relacionada con la salud) se refleja en esos modelos. En general, estos artículos brindan una representación imparcial y muy útil sobre el estado actual del debate acerca de las utilidades y preferencias de los estados de salud en nuestro campo de estudio: concretamente, aún existen varios problemas persistentes y polémicos, tanto sobre la teoría como sobre la práctica. Como se observó, el Taller para el Desarrollo del Consenso de ISPOR estuvo motivado por el desafío que propuso el ganador del Premio Nobel Daniel Kahneman en su discurso de ISPOR en el año 2005. En su contribución a esta colección, él repite el argumento sobre la adaptabilidad humana a la enfermedad. Si bien estos artículos finales del taller no resolvieron ninguno de estos problemas, el Grupo de Desarrollo de Consenso debería ser felicitado por haber dado forma a ocho principios importantes [2] que capturan el estado del debate, como así también un camino para avanzar, incluyendo el paso pragmático a seguir de proponer el desarrollo de un método de referencia para estimar los AVAC. En mi opinión, éste es un objetivo útil a conseguir, pero será importante recordar algunas distinciones importantes que estuvieron implícitas o no abordadas en estos artículos. Los artículos del taller no abordaron dos temas básicos, ya sea en lo general o en profundidad: 1) el uso del AVAC en la Dirigir correspondencia a: Lou Garrison, University of Washington, Department of Pharmacy, 1959 NE Pacific Street, Health Sciences Building, H375, Box 357630, Seattle, WA, EE.UU. Correo electrónico: [email protected] 10.1111/j.1524-4733.2009.00520.x Lou Garrison no tiene ningún conflicto de intereses que declarar. economía normativa versus la economía positiva (o conductual), y 2) el asistencialismo versus el extraasistencialismo como base para el uso del AVAC en la asignación de recursos sociales. Utilidad ex ante versus utilidad experimentada En primer lugar, se abordó el problema que plantea si se debería usar la utilidad ex ante en vez de la utilidad "experimentada", pero éste no se resolvió. La respuesta a este cuestionamiento dependerá de si tomaremos decisiones normativas para la asignación de recursos sociales o trataremos de comprender o predecir el comportamiento de los pacientes. En cualquier caso, es importante reconocer que las preferencias individuales cambian y se adaptan, y que los individuos tienden a cometer errores y sesgar las decisiones que toman a causa de la incertidumbre [3]. Una sugerencia interesante en estos artículos es un tipo de procedimiento de dos pasos para brindar información a quienes establecen preferencias sobre los estados de salud ex ante acerca de las calificaciones de los pacientes basadas en la utilidad experimentada (es decir, ex post). De todo esto surge una pregunta aún más profunda: ¿deberíamos preguntarles a las personas "predeciblemente irracionales" [4] cuáles son sus preferencias (ya sea ex ante o ex post) en lo que respecta al análisis normativo (en vez de conductual)? ¿O deberíamos tratar de determinar qué elegirían si fueran racionales y utilizar esa opinión para la toma de decisiones sociales? Se mencionan los AVAC "ajustados por equidad". ¿Deberíamos tal vez considerar los AVAC "ajustados por irracionalidad” en su lugar? El modelo esperado de utilidad que da fundamento al análisis de costo-utilidad, brinda una estructura para superar algunos de estos sesgos e irracionalidades, pero si los valores de la utilidad en sí están sesgados, entonces los resultados inducirán a engaños. Hasta que resolvamos el problema acerca de qué utilidades son más racionales y estables (utilidad experimentada versus ex ante versus utilidad ex ante informada por la experiencia), nuestro mejor enfoque sobre la toma de decisiones sociales tal vez sea desarrollar un método de referencia, tal como se recomienda aquí, que sea consistente aún cuando esté potencialmente sesgado. Como seres humanos falibles que toman decisiones privadas bajo ciertas limitaciones, pasamos cada día de nuestras vidas cuestionándonos qué es lo que realmente nos beneficiará: las decisiones sobre la asignación de recursos públicos enfrentan el desafío aún mayor de generalizar esas preferencias. S36 © 2009, International Society for Pharmacoeconomics and Outcomes Research (ISPOR) 1098-3015/09/S36 S36–S37 Asistencialismo versus Extra-asistencialismo En segundo lugar, en lo que respecta a la asignación de recursos públicos, ¿cuál es nuestra postura sobre el uso de los AVAC? Los defensores más pragmáticos de los AVAC alegarían que ninguna decisión es, en realidad, una decisión, y que debemos tomar decisiones sobre la asignación de recursos, y deberíamos hacerlo ya. Parecerían existir dos extremos en el uso de los AVAC: el Reino Unido y los Estados Unidos. Brouwer et al. [5] recientemente han brindado un resumen y una descripción muy útiles sobre las diferencias entre el asistencialismo y el extra-asistencialismo que pueden ayudarnos a entender mejor estos dos extremos. Si bien este campo tiene sus propias controversias [6], el tema principal aparentemente es si las sociedades pueden elegir adoptar políticas que sustituyan a la “soberanía del consumidor”. Entre todos los sistemas de salud, el del Reino Unido es el que tiene el enfoque más desarrollado y consistente sobre el uso de los AVAC en la asignación de recursos. El principio básico (uno extra-asistencialista) es que, como sociedad democrática, la mayoría de los ciudadanos británicos han apoyado a un conjunto de instituciones públicas que colocan una restricción al presupuesto nacional para salud (un presupuesto “cerrado”) y una maximización de los AVAC esperados dentro de esa restricción. La dependencia de los AVAC y de la modelación de costo-utilidad en este sistema es comprensible y lógica. Por supuesto, esto no quiere decir que todos los ciudadanos estén de acuerdo con esto en todo momento. Los Estados Unidos están en el otro extremo: generalmente, los AVAC y los análisis farmacoeconómicos de costoefectividad no son contemplados explícita ni consistentemente por los contribuyentes privados o públicos. Los AVAC y los análisis de costo-utilidad, recomendados por el Public Health Service Panel [7] para el análisis del "caso de referencia", aparecen principalmente en publicaciones académicas y reuniones científicas. En el mejor de los casos, pero en gran medida, esta evidencia económica puede influenciar la asignación de recursos implícitamente a través de su impacto sobre las guías para la práctica clínica. Esto puede crear normas de cuidado, que a su vez proporciones incentivos clínicos, éticos, legales y económicos que influencien la práctica. Durante mucho tiempo, la economía del bienestar y el paradigma de la falla del mercado han ofrecido una estructura útil para comprender la economía particular de la atención en salud. La visión del bienestar se basa en la soberanía del consumidor y el utilitarismo, y supone que las personas cambian sus preferencias y generalmente saben qué es lo mejor para su beneficio. Claramente, distintas preferencias significan distintas valoraciones de la utilidad, por lo cual, con la misma información, distintas personas elegirán distintas opciones entre las intervenciones médicas y entre la salud y otros bienes. Si bien el cuidado de la salud a veces se ve como un “bien de interés” para el cual las personas tienen preferencias sobre el acceso de otros ciudadanos al mismo, no existe un presupuesto global fijo para la salud ni ningún porcentaje específico del PBI que sea “correcto”, porque puede cambiar fácilmente por muchos motivos. No existe un valor constante de AVAC que se aplique a todos los ciudadanos: las personas toman opciones diferentes. Definición de un paquete de beneficios mínimos Entonces, ¿cuál es la necesidad de contar con los AVAC en un mundo de libre mercado? En primer lugar, dados los desafíos que suponen los sesgos y complejidades en la toma de decisiones médicas, tal como lo aclaró el Profesor Kahneman, los médicos, pacientes y contribuyentes pueden considerar a estos análisis de costo-utilidad como herramientas útiles para respaldar las decisiones, al momento de tener que tomar decisiones difíciles. En segundo lugar, si proponemos al cuidado de la salud como un bien de interés, y, por lo tanto, nos preocupamos porque nuestros conciudadanos tengan acceso a un cierto “paquete de beneficios mínimos”, entonces nos preocuparemos por lo que se pondrá a disposición en ese paquete. La verdad es que, el mínimo actual en los Estados Unidos es muy básico, implícito, poco confiable y, en algunos casos vergonzoso. No obstante, la red de seguridad que brindan Medicaid, la atención de emergencia y el traslado de costos a través de la atención no compensada, es un tipo de seguro nacional de salud implícito [8]. Algunas propuestas importantes para la reforma en los Estados Unidos (desde el Plan de Salud basado en la Elección del Consumidor propuesto por Enthoven en 1978 [9] hasta el plan de cupones que propuso Emanuel-Fuchs en 2005 [10]) incluyen la definición de un paquete social mínimo o paquete universal de beneficios. Es de suponer que los modelos de costo-utilidad (incluidos los AVAC) puedan brindar una herramienta pragmática para considerar lo que se incluirá y lo que se excluirá de ese paquete. No obstante, claramente y tal como en el Reino Unido, la gran mayoría de los gastos en el sector de la salud (es decir, atención hospitalaria y clínica) serían protegidos. En otras palabras, la posibilidad de reconsiderar el presupuesto de base cero para todos los servicios médicos del tipo de Medicaid en Oregon probablemente no sea factible, ni práctica ni políticamente, de modo que los cambios a la lista de beneficios cubiertos sólo podrían ocurrir lentamente con el correr del tiempo, concentrándose en las innovaciones potenciales. Pero, con un plan nacional más explícito, los Estados Unidos se enfrentarían (al igual que el Reino Unido) al problema de las preferencias de quién deberían utilizarse para tomar decisiones acerca de la cobertura nacional. El Reino Unido ha elegido utilizar las preferencias promedio sobre los estados de salud de la población general como estándar de comparación. En base a la teoría de las finanzas públicas, si se adoptara un paquete de beneficios mínimos explícito en los Estados Unidos, una alternativa interesante sería considerar las preferencias del votante promedio o indeciso, quien en teoría, emitiría el voto decisivo sobre los elementos a incluir en el paquete. Para concluir, es importante reconocer que cualquiera de los dos extremos deberá tomar decisiones sociales (implícitas, si no explícitas) sobre la asignación de recursos. En mi opinión, el uso de los modelos de costo-utilidad que hacen uso del AVAC pueden ser una herramienta práctica y necesaria para mejorar estas decisiones complejas, que a menudo se toman bajo condiciones de incertidumbre y sesgo considerable. Fuente de apoyo financiero: El financiamiento del Taller de desarrollo de consenso “Building a Pragmatic Road: Moving the QALY Forward” de ISPOR fue posible en parte gracias a la subvención 1R13 HS01684101 de la Agencia para la Investigación y la Calidad del Cuidado de la Salud. Los puntos de vista expresados en los materiales de la conferencia escritos o en publicaciones, y por los ponentes y moderadores no reflejan necesariamente las políticas oficiales del Departamento de Salud y Servicios Humanos; además, la mención de nombres comerciales, prácticas comerciales u organizaciones no implica el consentimiento por parte del Gobierno de los EE.UU. El financiamiento para este Número especial de Value in Health, “Moving the QALY Forward: Building a Pragmatic Road” fue posible en parte por el Contrato Nº HHSN261200800148P del Instituto Nacional del Cáncer. Bibliografía 1. Garrison LP, Towse A, Bresnahan B. Assessing a structured, quantitative health outcomes approach to drug risk-benefit analysis. Health Aff (Millwood) 2007;26:684–95. 2. Drummond M, Brixner D, Gold M, et al. Toward a consensus on the QALY. Value Health 2009;12(Suppl. 1):S31–5. 3. Tversky A, Kahneman D. The framing of decisions and the psychology of choice. Science 1981;211:453–8. 4. Ariely D. Predictably Irrational: The Hidden Forces that Shape Our Decisions. New York: HarperCollins, 2008. 5. Brouwer WB, Culyer AJ, van Exel NJ, Rutten FF. Welfarism vs. extra-welfarism. J Health Econ 2008;27:325–38. 6. Birch S, Donaldson C. Valuing the benefits and costs of health care programmes: where’s the “extra” in extra-welfarism? Soc Sci Med 2003;56:1121–33. 7. US Public Health Service Panel on Cost-Effectiveness in Health and Medicine. Cost-Effectiveness in Health and Medicine. (Gold MR, Siegel JE, Russell LB, Weinstein MC, eds). New York: Oxford University Press, 1996. 8. Brown LD. The amazing noncollapsing U.S. health care system—is reform finally at hand? N Engl J Med 2008;358: 325–7. 9. Enthoven AC. Consumer-choice health plan (first of two parts). Inflation and inequity in health care today: alternatives for cost control and an analysis of proposals for national health insurance. N Engl J Med 1978;298:650–8. 10. Emanuel EJ, Fuchs VR. Health care vouchers—a proposal for universal coverage. N Engl J Med 2005;352:1255–60.