Unidad y diversidad en el Arco Atántico en época romana I. HOMBRES, TERRITORIOS Y FRONTERAS Gijón 2003, 19-33 HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS ANGEL MORILLO CERDÁN Universidad de León EL MOVIMIENTO DE TROPAS DENTRO DE LA ESTRATEGIA MILITAR ROMANA: DEL SILENCIO DE LAS FUENTES A LA CONSTATACIÓN ARQUEOLÓGICA La reforma del ejército, cuerpo que se había visto profundamente alterado durante las guerras civiles, fue una de las primeras medidas políticas de Augusto tras la derrota de Marco Antonio en Actium. Dicha reorganización afectaría a la estructura del mando, al mecanismo de financiación de las fuerzas armadas y al número de unidades, a todas luces excesivo para la nueva situación política, que se vio reducido a 27 o 28 legiones (Ritterling, 1925: cols. 1216-1217; Parker, 1958: 89). El mismo concepto de ejército de época republicana se transforma, convirtiéndose en una eficaz herramienta en manos del emperador, que debe buscar nuevos cometidos para mantenerlo alejado de la escena política y garantizar a la vez la seguridad de los habitantes del Imperio. Se inicia así una estrategia militar completamente nueva, perfectamente imbricada dentro del nuevo esquema de estado diseñado por Augusto y sus inmediatos colaboradores. El ejército asume la protección de las fronteras del Imperio, a lo largo de las cuales se estacionan los diferentes cuerpos. Esta política supone, asimismo, la obligación de buscar un limes o frontera más segura desde el punto de vista estratégico, lo que conlleva la necesidad de realizar diversas campañas militares para asegurar las zonas del Imperio más vulnerables y expuestas a una posible amenaza exterior, tales como el norte de Italia, los territorios septentrionales de la Galia, la costa dálmata, las posesiones africanas o las provincias hispanas. Al mismo tiempo, el ejército asume funciones que complementan e incluso sustituyen por completo a la autoridad civil en zonas de especial interés estratégico o de reciente conquista (Le Roux, 1982; Morillo, 1996: 80). Desgraciadamente, nos es desconocida la distribución exacta de las tropas a lo largo de las fronteras que, según nos informa Orosio1, fue decidida por Augusto en Bríndisi durante el año 30 a. C. La labor de Augusto en el terreno militar se extiende asimismo a la reforma de las unidades auxiliares (auxilia), que se integran dentro del ejército romano como tropas de infantería (alae) y caballería (cohortes). Aunque desde el punto de vista de la estrategia militar, dichas unidades debían apoyar a sus legiones matrices en el campo de batalla, en la práctica cumplen funciones específicas y diferenciadas, que se plasman en su instalación en establecimientos propios, a menudo muy alejados del campamento base legionario. La compleja maquinaria militar creada por Augusto requiere una estructura flexible que permita desplazar cuerpos militares fuera de sus emplazamientos originales y trasladarlos con rapidez a los teatros de operaciones donde se requiera su presencia, así como cubrir las necesidades militares con reclutas y levas de nuevas unidades. A pesar del acantonamiento de sus efectivos en campamentos estables, la movilidad va a seguir siendo uno de los rasgos característicos del nuevo ejército del imperial. Sin embargo, a pesar de los espléndidos trabajos sobre las unidades militares legionarias y auxiliares del ejército romano imperial (entre otros: Cichorius 1893 y 1900; Ritterling, 1925; Parker, 1958; Cheesman, 1914; Spaul, 1994 y 2000; Le Bohec-Wolff (ed.) 2000)2, la historia de los cuerpos militares durante el Imperio sigue planteando numerosas incógnitas. Y si los desplazamientos de las legiones resultan mejor conocidos gracias a las menciones de las fuentes clásicas, el trasvase de unidades auxiliares apenas tiene reflejo alguno en dichos textos. Este silencio de las fuentes se convierte en la principal dificultad para reconstruir la historia particular de las unidades militares, los lugares de procedencia de efectivos, sus movimientos y traslados, las vías a través de las que se han efectuado los desplazamientos, los cometidos concretos encargados, las circunstancias de su desaparición o disolución. Pero el desinterés de las fuentes literarias es selectivo. Las grandes campañas militares o acontecimientos bélicos en que se ven envueltas las fuerzas romanas a lo largo de los primeros siglos del Imperio son relatadas con gran minuciosidad por autores como Tácito o Flavio Josefo. En dicho contexto son habituales las referencias al comportamiento, la situación o los acontecimientos protagonizados por determinadas legiones. Por lo tanto los textos nos permiten seguir con cierta seguridad la composición de los diferentes ejércitos, los lugares de asentamiento de unidades legionarias y el desarrollo de las campañas. Como ya hemos apuntado, el silencio de las fuentes afecta principalmente a las unidades auxiliares, adscritas a las unidades legionarias y que posiblemente debieron compartir su destino en combate o en el juego de intereses de la política imperial. Sin embargo, en muchos casos desconocemos las legiones matrices de los cuerpos auxiliares y, por otra parte, en algunas ocasiones la dislocación de algunas de éstas respecto a las unidades de las que dependían nos hace dudar que pudieran haber actuado realmente en el campo de batalla como auténticos auxilia, por lo que no tuvieron necesariamente que correr la misma suerte que las legiones de adscripción. Pero mayor aún es la dificultad para conocer los movimientos y traslados de tropas que no obedecían directamente a un horizonte de guerra, relacionados posiblemente con las labores habituales encomendadas al ejército en tiempos de paz o con una larga y concienzuda preparación de una futura campaña {1} Historiarum adversus paganos VI, 19, 14. {2} Recientemente acabamos de conocer un nuevo trabajo de conjunto en castellano sobre la historia de las legiones romanas (Rodríguez González, 2001). U NIDAD Y DIVERSIDAD EN EL A RCO ATLÁNTICO EN ÉPOCA ROMANA 19 ANGEL MORILLO CERDÁN militar3. Es precisamente en estos silencios de las fuentes donde reside buena parte de nuestros problemas para reconstruir la historia de los movimientos de tropa durante la época imperial, cuestión capital para llegar a conocer las prioridades estratégicas del Estado romano y la importancia relativa de determinadas fronteras en cada momento, así como la propia evolución de las estructuras del ejército imperial. Asimismo estos datos resultan básicos para detectar el carácter militar y la cronología de los asentamientos militares y, en definitiva, para aclarar aspectos relativos al proceso de implantación romana en regiones fronterizas o periféricas. La parquedad de los textos clásicos en relación a esta cuestión ha llevado a los investigadores a recurrir a los documentos epigráficos como fuente de información complementaria. Las inscripciones de monumentos conmemorativos, lápidas funerarias, diplomas militares y objetos de uso cotidiano como los recipientes cerámicos o el material latericio con marca militar se han convertido en un testimonio de primer orden para identificar cuerpos del ejército sobre el terreno y conocer la procedencia de sus reclutas y adscripción de unidades auxiliares. Con estos fundamentos se ha acometido la reconstrucción de los movimientos militares altoimperiales con relativo éxito (vg. Parker, 1958: 118-168). Sin embargo, sin negar en ningún momento su carácter de fuente documental de primer orden, las evidencias epigráficas presentan serias limitaciones en lo referente a la procedencia y el traslado de unidades militares. En primer lugar no suelen indicar la datación exacta, por lo que debemos situar la información contenida en las inscripciones en un periodo cronológico de referencia más o menos largo, pero resulta imposible definir un año o una fecha concreta. Por otro lado, a menudo no es posible distinguir si el indicativo de procedencia y los cuerpos a los que ha estado adscrito un individuo a lo largo de su carrera se pueden hacer extensivos a la mayor parte de los miembros de su unidad. En tercer lugar, aunque las unidades auxiliares lleven como apelativo oficial el nombre del pueblo del que proceden sus reclutas, con el tiempo se va haciendo patente la divergencia entre dicho nombre y el contenido real de soldados de la región que dio título a la unidad. Las bajas habidas por muerte o licenciamiento serían cubiertas con reclutas de localidades próximas. Por último, es muy común que los investigadores actuales suelan identificar el lugar de reclutamiento de la mayor parte de las tropas de una unidad como el lugar de procedencia de dicho cuerpo, que supuestamente se habría trasladado con posterioridad a la leva a través de la que se incorporaron dichos efectivos. Es quizá este aspecto el que ha arrojado una mayor confusión sobre la cuestión de la movilidad del ejército imperial. Si bien es cierto que existe una indiscutible relación entre la procedencia de los efectivos de una legión o auxilia con la provincia o región de acantonamiento de dicha unidad en un determinado momento, no se puede tomar dicha relación como una norma fija e inmutable porque existen numerosos factores a tener en cuenta. En primer lugar resulta crucial conocer el tiempo de establecimiento de una unidad en un determinado lugar, ya que acantonamientos muy temporales no tienen porqué haber generado un reclutamiento regional. Pero las situaciones bélicas o prebélicas pueden requerir una leva apresurada en zonas por las que transita un determinado cuerpo militar. Por otro lado, los oficiales pueden haberse desplazado a notable distancia del campamento base para reclutar soldados, por lo que el lugar concreto de procedencia de los reclutas o tiene porqué coincidir con el establecimiento de la unidad. Un cuerpo militar acantonado en un determinado lugar puede recibir reclutas procedentes de una zona muy alejada e incluso de otra provincia. Todos estos factores pueden llevarnos a cometer errores a la hora de reconstruir el movimiento de una unidad del ejército romano a partir de los datos epigráficos, por lo que debemos tratar con cierta prevención esta fuente. Junto a los datos de los textos clásicos y la epigrafía contamos con un tercer tipo de fuentes: los hallazgos arqueológicos procedentes de contextos estratigráficos de yacimientos militares. Este tipo de evidencias ha sido muy poco valorado hasta la fecha, principalmente debido a las dificultades que nos encontramos a la hora de asignar restos arqueológicos a unidades militares concretas. Sin embargo, el progreso de la investigación en la última década, especialmente en la península ibérica, ha propiciado un conocimiento más ajustado de los asentamientos castrenses y de los materiales militares en general. Los datos que podemos extraer hoy en día de testimonios como la moneda en circulación o determinados tipos de armamento, indumentaria militar o recipientes cerámicos pueden aportar información complementaria muy interesante sobre los desplazamientos de las unidades del ejército romano entre las provincias hispanas y otros territorios fronterizos del Imperio, obedeciendo los intereses estratégicos del Estado romano. También debemos manejar dicha información con cierta cautela. A veces los productos cerámicos llegados a través de las redes de aprovisionamiento militar se han interpretado erróneamente como prueba directa de movimientos de las unidades de tropa en cuyos campamentos se han documentado. Es necesario acometer un estudio sistemático de tropas y fronteras, que la epigrafía y la arqueología permiten reconstruir con una precisión cada vez mayor, para llegar a elaborar un organigrama militar completo provincia por provincia dentro de un marco temporal lo más ajustado posible. Aunque hoy por hoy no podemos llegar establecerlo, los datos conocidos, junto los que vamos conociendo poco a poco, permiten reconstruir las prioridades estratégicas del ejército romano en cada momento4. HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL PRINCIPADO La nueva política militar augustea se inaugura precisamente en Hispania, debido a razones estrictamente geoestratégicas. En efecto, el norte de la Península constituía un territorio independiente dentro de los límites geográficos del Imperio. Este debió ser uno de los motivos principales por los que Augusto decide acometer el sometimiento de los pueblos cántabros y astures con el llamado bellum cantabricum, que pone punto y final al largo proceso de conquista de Hispania (Morillo, 2002: e. p.) La crítica histórica actual ha apuntado otros móviles complementarios, como el mero afán propagandístico por parte de Augusto o el interés por los metales preciosos que guardaba el subsuelo de la región astur, opinión esta última que por el momento no se ve confirmada por los hallazgos arqueológicos (Fernández Ochoa, 1995: 90). A lo largo de casi diez años, entre el 29 y el 19 a. C., el ejército romano se verá envuelto en una larga serie de operaciones y escaramuzas, conocidas {3} En este sentido constituye un magnífico ejemplo el silencio de las fuentes respecto a la partida de las unidades militares que habían tomado parte en las Guerras Cántabras (29-19 a. C.) y que se desplazan algunos años más tarde hacia las fronteras septentrionales del Imperio para tomar parte en las campañas alpinas y germánicas de Augusto; o el momento concreto de partida de la legio IIII Macedonica, desplazada desde su campamento en Herrera de Pisuerga (Palencia, España) a Mogontiacum entre el 39 y el 43 d. C. Por no hablar del todavía complejo panorama de los desplazamientos interiores de las tropas que componen la guarnición militar de las provincias hispanas durante el periodo julioclaudio, movimientos que están en relación directa con el papel encomendado a cada unidad (Morillo, 1996: 80-81; 2002: e. p.). {4} Un reciente ejemplo de las posibilidades que ofrece un trabajo serio de reconstrucción de movimientos de tropas podemos observarlo en Bérard, 1994. 20 I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS Fig.1. Posibles asentamientos militares del periodo de las Guerras Cántabras y los años inmediatamente posteriores (29-19/15 a. C.) como Guerras Cántabras, en las que tomaron parte el propio Augusto y alguno de sus mejores generales como M. Agrippa. Terminado el conflicto con el sometimiento indígena, tiene lugar el despliegue de un considerable ejército de ocupación en la región septentrional de Hispania, decisión que inaugura la nueva estrategia militar augustea de fronteras estables, que supone el estacionamiento de la mayor parte de las fuerzas militares en establecimientos fijos dispuestos como un cordón defensivo a lo largo de las fronteras más vulnerables, lo que hemos denominado “limes sin frontera” (Morillo, 1996: 81). Esta franja de territorio militarizado tendría una función de glacis protector de la zona romanizada, a la vez que un instrumento de explotación económica (Roldán, 1976: 140). En este sentido, el llamado bellum cantabricum y el papel desempeñado por el ejército romano en la región septentrional de la península ibérica durante las décadas posteriores a la conquista puede considerarse un ensayo general de la política militar que, corregida y perfeccionada, es puesta en práctica por Roma a lo largo de las fronteras septentrionales del Imperio durante los años sucesivos (Morillo, 1996: 81). Buena parte de las actuaciones propias de dicha política permanecerán vigentes en las zonas fronterizas durante todo el Imperio. No obstante, el caso hispano presenta rasgos muy peculiares, derivados por una parte de su posición geográfica dentro de los límites del Imperio, y por otra, del avance progresivo del proceso de implantación romana en los territorios septentrionales recién conquistados, que paulatinamente hace innecesaria la presencia de un fuerte contingente militar en la provincia (Morillo, 1999: 335). Ya en otras ocasiones nos hemos ocupado de la historia del ejército romano en la península ibérica durante el periodo altoimperial, señalando sus líneas generales de actuación, además de los motivos y aplicaciones concretas del plan estratégico militar diseñada por el estado, que sufre diversas modificaciones a lo largo de este periodo (Morillo, 1996; 2000; 2000b; 2002: e. p.). El progreso en el conocimiento del registro arqueológico de los yacimientos de carácter castrense permite individualizar claramente varias fases en la política militar llevada a cabo en la península ibérica entre el principio de las Guerras Cántabras y la Guerra Civil del 68/70 d. C. Los cambios o transformaciones en la estrategia militar del Estado romano aplicada a Hispania vendrán dictados principalmente por dos factores. Por una parte los acontecimientos políticos concretos, como las necesidades militares en otros frentes, interiores o externos (campañas en Germania y Britania, Guerra Civil), que obligan a sustraer tropas al ejercito hispánico. Por otra la propia evolución socio-económica de las regiones septentrionales de la Península, proceso que modifica paulatinamente las funciones encargadas al ejército en un primer momento. Una primera fase vendría marcada por las Guerras Cántabras y los Fig. 2. Campamentos legionarios y fuertes para unidades auxiliares durante los años 19/15 a. C.-10/20 d. C. Fig. 3. Campamentos legionarios y fuertes para unidades auxiliares durante el periodo 10/20 d. C. años inmediatamente posteriores (29-19/15 a. C.), periodo todavía poco conocido desde del punto de vista arqueológico pero caracterizado por la existencia de un gran ejército en armas (7 u 8 legiones) desplegado en la zona septentrional de la Península, realizando distintas campañas de conquista y sometimiento de los pueblos indígenas (Fig. 1). La partida de buena parte de las tropas que habían participado en la conquista de cántabros y astures y la configuración de un exercitus hispanicus adscrito a la provincia Tarraconense, compuesto mayoritariamente por tres legiones que habían participado en la guerra: IIII Macedonica, VI victrix y X gemina, constituye el arranque de la segunda fase o fase de la Paz Armada, que se prolonga entre el 19/15 a. C. y un momento comprendido entre el 10 y el 20 d. C. (Fig. 2). Ciertos reajustes y modificaciones de la estrategia militar aplicada a Hispania que se detectan en un momento indeterminado comprendido entre los años finales del reinado de Augusto y los primeros de Tiberio, esto es, entre el 10-20 d. C., posiblemente enmarcados dentro del nuevo ambiente político causado en Roma por la traumática derrota en Germania de Q. Varo en el 9 d. C. y el abandono de los ambiciosos planes de expansión de Augusto hasta el Elba, permiten distinguir una fase nueva dentro de la estrategia militar julioclaudia (Fig. 3). Sin embargo, diversos indicios apuntan a una lectura del fenómeno en clave principalmente interna. Los motivos parecen encontrase en el inicio de las explotaciones auríferas sistemáticas en el área astur occidental (Domergue & -Sillières, 1977: 83; Sánchez-Palencia, 1986: 229), en las que el ejército debió desempeñar un papel fundamental en funciones como la U NIDAD Y DIVERSIDAD EN EL A RCO ATLÁNTICO EN ÉPOCA ROMANA 21 ANGEL MORILLO CERDÁN Fig. 4. Campamentos legionarios y fuertes para unidades auxiliares entre el 74/75 d. C. y mediados del siglo III supervisión y el control de las actividades extractivas y de la red de comunicaciones (Sánchez-Palencia & Pérez García, 1983: 245-246; Morillo, 1991: 159; Morillo, 1999: 332)5. Esta fase se prolongaría hasta los acontecimientos dictados por la sublevación de Galba en Hispania y la guerra civil del 69/70 (Morillo, 2002: e. p.) Otro aspecto a tener en cuenta es el inicio de las levas o reclutas de hombres para el servicio militar. Una simple ojeada a la nómina de unidades auxiliares preflavias de origen hispano destacadas en otros lugares del Imperio nos confirma su estrecha vinculación al área astur y, en menor medida, al territorio cántabro, zonas en las que se encuentran asentadas las unidades del ejército durante el periodo augusteo y julio-claudio (Morillo, 1996, 80). Esta labor de reclutamiento pudo ser desempeñada por vexillationes, estables o destacadas temporalmente, en otras regiones peninsulares, como la Lusitania, el Valle del Ebro e incluso la Bética (Morillo, 2000: 620-621). Los objetivos de los efectivos desplegados en el norte y noroeste de la Península están ya perfectamente definidos y no parecen sufrir cambio o modificación alguna durante este largo periodo. Ni siquiera la partida paulatina de las unidades que conformaban el exercitus hispanicus de época julioclaudia introduce elementos nuevos en el esquema previo. En el año 39 d. C., la legio IIII Macedonica se traslada desde sus castra en Herrera de Pisuerga (Palencia) hacia su nuevo campamento de Mogontiacum (Maguncia), en la Germania Superior, probablemente con ocasión del vasto movimiento de tropas causado por las campañas de Calígula contra los chattos. En el año 63 d. C. es la legio X gemina la unidad que abandona su campamento peninsular en Rosinos de Vidriales (Zamora) con destino a Carnuntum, en Panonia, para sustituir a la XV Apollinaris, adscrita al ejército oriental para participar en la guerra judaica. Entre este año y el 68, el ejército hispánico queda reducido a una única legión, la VI victrix, ayudada por varios cuerpos auxiliares. La Legión VI Victrix participó activamente en la sublevación del año 68 de Galba contra Nerón y en el levantamiento en una nueva unidad compuesta por hispanos en Clunia, la VII “Galbiana”, más tarde denominada gemina, que recibe su numeral correlativo a la única legión presente en la provincia, precisamente su legión matriz (García y Bellido, 1970b: 321-325). A partir de este año 68 se inicia un periodo muy turbulento en la historia de Roma. A pesar de los numerosos movimientos de tropas que se registran en apoyo de uno u otro candidato, el exercitus hispanicus no sólo no se reduce, sino que se engrosa con dos nuevas unidades: la X gemina, que regresa a la Península y la I adiutrix. La nueva concentración de unidades en una región alejada de los principales conflictos debemos entenderla como una afirmación de la importancia estratégica de Hispania. Aunque en algún momento dichas unidades desempeñaran un papel estrictamente militar, como la defensa de la Bética encargada a la Legión X Gémina por Otón6, el principal cometido asignado a estas legiones debía ser el control de la producción aurífera del noroeste peninsular, que debió funcionar durante estos años a pleno rendimiento para cubrir las necesidades monetarias causadas por la Guerra Civil (Fernández Ochoa-Morillo, 1999: 71-72; Morillo, 2002: e. p.). Tan sólo en el invierno del 69/70, las tres legiones dislocadas en Hispania la abandonan definitivamente para hacer frente a la grave situación creada en la frontera del Rin por la revuelta bátava de Iulius Civilis. El ascenso de Vespasiano al trono no interrumpe la política militar puesta en práctica por la dinastía julio-claudia en Hispania. Debemos aguardar varios años para que, terminada la Guerra Civil y la sublevación bátava en Germania, volvamos a tener noticia de la presencia de una unidad legionaria en Hispania. Hacia el 74 d. C. la Legión VII creada por Galba, ya bajo el nuevo apelativo de gemina, regresa a la península ibérica tras haber desempeñado diversos cometidos en la Germania Superior (Ritterling, 1925: col. 1629-1630). Dicha legión escoge para asentarse en el mismo lugar del antiguo campamento de la Legión VI Victrix en la capital leonesa (García y Bellido, 1970b). La elección del lugar de asentamiento de la legio VII gemina, de nuevo en el territorio astur meridional, donde se había localizado la principal concentración de fuerzas militares durante el periodo julio-claudio, e incluso del mismo lugar físico que su legión fundadora, muestra bien a las claras la continuidad de sus objetivos respecto a las unidades militares de la etapa anterior. El control de las explotaciones auríferas de la zona se prefigura como la principal misión del ejército, sin olvidar su papel en el mantenimiento y trazado viario, además de las funciones propiamente militares, de policía, burocráticas y de reclutamiento de tropas. (Fernández Ochoa-Morillo, 1999: 72-74). Durante los siglos II y III fue también requerida la presencia de tropas pertenecientes a legio VII gemina fuera de la provincia Tarraconense, como su probable participación para sofocar la invasión de los mauri en el sur de la Península, e incluso fuera de Hispania, cuando las necesidades militares del Imperio así lo requerían. Su presencia se constata al menos en el Norte de Africa y Britania (Roldán, 1974: 203-204). Las funciones encomendadas precisan el despliegue de las fuerzas romanas por el territorio, aunque el grueso de la legión se mantuviera en su campamento base. Para ello la unidad contaba con destacamentos de tropas auxiliares, compuestas tanto por soldados de infantería como por jinetes, que se despliegan por todo el cuadrante septentrional de la Península ibérica. Todas ellas, junto con la legión a la que están adscritas, constituyen el exercitus hispanicus desde Vespasiano hasta finales de Alto Imperio (Fig. 4). Este breve panorama permite ilustrar perfectamente las semejanzas y, especialmente, las diferencias que, desde el punto de vista de la estrategia militar, presenta Hispania respecto a las provincias septentrionales del Imperio, que mantienen una frontera permanente a lo largo de siglos. En la península ibérica, concluida la conquista de los pueblos cántabros y astures en el 19 a. C. no existe {5} La participación de unidades del ejército en labores de extracción minera está confirmada asimismo por las fuentes clásicas para el caso de Germania (Tácito, Annales XI, 20). {6} Tácito, Historiae II, 58. 22 I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS una frontera propiamente dicha, y a partir de los años finales del reinado de Augusto o comienzos del de Tiberio la permanencia de tres legiones en la provincia tarraconense reviste una finalidad más administrativa que propiamente “bélica”. Dichas unidades desarrollan una amplia labor en el trazado y mantenimiento viario, la fundación de centros urbanos, la explotación minera, el levantamiento de levas, además de la vigilancia y el control inherentes a las fuerzas militares. Su traslado paulatino hacia frentes de batalla activos indica bien a las claras que su presencia como tropas de ocupación no era necesaria desde el punto de vista militar. Hacia mediados del siglo I d. C. queda patente que las funciones encomendadas pueden ser cubiertas exclusivamente por una legión, núcleo del exercitus hispanicus a partir de este momento, a la que se suman varios cuerpos auxiliares. La práctica ausencia de episodios que requirieran una acción bélica definida –el episodio de la invasión de los mauri en la segunda mitad del siglo II constituye una excepción- y, por tanto, la relativa estabilidad de las tropas dislocadas en la Península, son los rasgos principales de este ejército. En época julioclaudia queda perfectamente establecido el papel que va a cumplir Hispania dentro de la estrategia militar romana. Durante el siglo I d. C. la península ibérica, en especial las regiones septentrionales, se van a convertir en un importante vivero de reclutas para los cuerpos auxiliares destacados en los limites occidentales. Conocemos más de un centenar de cohortes y alae con nombres étnicos hispanos, cuerpos con toda seguridad reclutados en la Península en época julioclaudia y trasladados, una vez formados e instruidos, para ser ubicados principalmente en Britania y el limes renanodanubiano, si bien no faltan en otras regiones como el Oriente, Egipto y el Norte de Africa. Esta gran dispersión de tropas auxiliares de origen hispano a veces es muy difícil de rastrear. Pero no cabe duda que, desde el punto de vista militar, la relación de Hispania con las provincias fronterizas septentrionales fue importante y duradera. Siguiendo una evolución lógica y paulatina, el proceso de regionalización del reclutamiento, que se inicia en la primera mitad del siglo I d. C. se va a convertir en norma un siglo más tarde, llegando a una conscripción territorial casi completa, que implica que las bajas de los cuerpos legionarios y auxiliares se cubren con soldados reclutados en el área más próxima posible (Roldán, 1974: 295). El alejamiento de Hispania respecto a los frentes de guerra determina que el reclutamiento de hombres con destino al Rin o a Britannia se contraiga hasta desaparecer a comienzos del siglo II d. C. MOVIMIENTO Y TRASLADO DE TROPAS ENTRE HISPANIA Y LAS FRONTERAS SEPTENTRIONALES Uno de los objetivos primordiales de este trabajo es presentar las principales novedades que en el campo concreto de la movilidad de tropas han aportado las últimas excavaciones en contextos militares hispanos, centrándonos especialmente en estos testimonios arqueológicos menos conocidos y valorados, pero cuyo concurso resulta imprescindible para conocer la historia particular de legiones y unidades auxiliares en algún momento destacadas en las provincias hispanas, o bien reclutadas en nuestro suelo. Nos centraremos especialmente en los movimientos de tropas en el ámbito del arco atlántico, tanto en dirección a las provincias hispanas como procedentes de aquellas. Movimientos de tropas hacia Hispania 1. Las Guerras Cántabras: El despliegue del nuevo ejército augusteo en la península ibérica Las Guerras Cántabras fueron objeto de una atención muy especial por parte de los escritores romanos contemporáneos y afines al nuevo régimen instaurado por Augusto, cuyos relatos actuaron como caja de resonancia de las virtudes militares del princeps. Esta voluntad propagandística se percibe especialmente en la Geographica de Estrabón, y debía animar asimismo el perdido relato del historiador oficial del régimen, Tito Livio, base de todas las fuentes clásicas sobre el tema llegadas hasta nosotros7 (Morillo, 2002: e. p.) Los avatares de la guerra y la inesperada resistencia de los pueblos indígenas, sin descartar el interés propagandístico del propio Augusto, obligaron a concentrar en la región septentrional de la Península un elevado número de efectivos militares entre los años 26 y 19 a. C. Sin embargo, los relatos conservados guardan silencio acerca del número y la identidad de las legiones desplazadas a Hispania con ocasión de las Guerras Cántabras. La investigación actual acepta la participación de al menos siete legiones en las campañas militares: I ¿Augusta?, II Augusta, IIII Macedonica, V alaudae, VI victrix, IX Hispana y X gemina (Syme, 1933, 15 y 22-23; Schulten, 1943, 202; García y Bellido, 1961, 116-128; Roldán, 1974, 188-209; Le Roux, 1982, 61). Las siete legiones documentadas en la guerra cántabra tienen su origen en el convulso periodo de guerras civiles de la segunda mitad del siglo I a. C. y derivan directamente de unidades militares creadas por Cesar en la Galia o formadas algunos años más tarde por Augusto (Keppie, 1984: 132-144). La legio I aparece mencionada por primera vez formando parte del ejército de Octavio en su lucha contra Sexto Pompeyo8. Años más tarde se encuentra junto con las tropas que preceden al propio Augusto para formar el núcleo del ejército destacado contra cántabros y astures con el apelativo de Augusta9. A este núcleo originario del ejército augusteo en Hispania parece pertenecer asimismo la legio II Augusta, fundada también por Augusto. Veteranos de la misma fueron asentados entre el 35 y el 33 a. C. en Arausio, lo que nos permite detectar su acantonamiento o, al menos, su paso por la Narbonensis con anterioridad a su llegada a Hispania. Legio I y legio II Augusta participan conjuntamente en las campañas militares del frente cántabro en el 26 a. C. y más tarde en el 19 a. C., así como en la fundación de las colonias de Acci (Guadix) y, posiblemente, Tucci (Martos, Jaén) (Roldán, 1974: 188-194). Las legiones V alaudae y X gemina pertenecieron al ejército de Cesar en la Galia y fueron heredadas y más tarde reorganizadas por Augusto con el fin de enviarlas a Hispania con destino a las primera campañas de la guerra cántabro-astur del 26-25 a. C. En este caso los testimonios avalan su adscripción al ejército occidental, destinado al frente astur. Algunos testimonios podrían apuntar que la legio X gemina ya estuviera adscrita a Hispania antes de comenzar las Guerras Cántabras (Roldán, 1974: 206)10. Según nos informan las emisiones monetales (Vives, 1926: IV, 63; Gil Farrés, 1946: 209-210, nº 812; RPC I, 1992: 70-71, nº 14-18), en la deductio que da origen a la colonia de Emerita Augusta participaron veteranos de ambas legiones. Por lo que se refiere a la legio VI victrix, surgida de la legio VI cesariana, si bien parece adscrita como las anteriores al frente astur, su ausencia entre las legiones fundadoras de la capital lusitana ha llevado a Roldán a suponer {7} Floro, Epitome gestae romanae II, 33, 46-60; Dión Cassio, Historia Romana, LI-LIV; Orosio, Historiarum adversus paganos VI, 21. {8} Appiano, b. c. V, 112. {9} Dion Cassio, h. r. LIV, 11, 1. {10} Sobre la legio X gemina en Hispania v. los recientes trabajos de Gómez-Pantoja (2000) y Morillo & García Marcos (2000). U NIDAD Y DIVERSIDAD EN EL A RCO ATLÁNTICO EN ÉPOCA ROMANA 23 ANGEL MORILLO CERDÁN que no participó en la primera fase de la guerra y que su llegada tiene que ser posterior al 25 a. C. (Roldán, 1974: 200). Mayor confusión existe respecto al momento de llegada a la Península de la legio IIII Macedonica, si bien hoy por hoy la opinión más difundida es la que acepta que esta legión tan sólo participa en la última fase de la guerra, esto es, en la campaña dirigida por Agrippa en el 19 a. C. (Roldán, 1974: 194; Morillo, 2000: 609-610). La constatación de la actividad de esta unidad tan sólo en el territorio cántabro, único frente activo durante la peligrosa sublevación del 19 a. C., y su instalación como guarnición permanente en esta misma zona apuntan en este mismo sentido. Esta unidad, junto con las otras dos legiones que constituyen el exercitus hispanicus tras la guerra, la VI victrix y la X gemina asentadas en tierras de los astures, aparece asimismo en las monedas conmemorativas de la deductio de veteranos que da origen a la colonia de Caesaraugusta (Vives, 1926: IV, 71; RPC I, 1992: 121, nº 325 y p. 123, nº 346), probablemente hacia el 14 a. C. (Arce, 1979: 34; Beltrán & Fatás, 1998: 10-12)11. Pero, junto a todos estos datos circunstanciales, el argumento definitivo sobre el momento de llegada de la legio IIII Macedonica se encuentra en los niveles fundacionales de su campamento en Herrera de Pisuerga, cuyo registro arqueológico evidencia el carácter especial de esta unidad respecto al resto de los cuerpos militares que participan en las Guerras Cántabras e incluso respecto a los que permanecen de guarnición después de la contienda. Estos rasgos distintivos, que analizaremos más adelante con mayor detalle, permiten señalar a la legio IIII como una unidad selecta, cuyas necesidades materiales son atendidas con especial atención, sin duda proporcional a la importancia de las misiones que tenía encomendadas, un cuerpo de confianza de algún alto personaje del alto mando. ¿Y quien más importante que Agripa, lugarteniente y en ese momento yerno del propio Augusto, que debe tomar las riendas de la Guerra Cántabra en el 19 a. C.? Por otra parte, la cronología más antigua de dicho asentamiento coincide a grandes rasgos con esta última fase del conflicto(Pérez González, 1989: 218; Morillo, 1999; Morillo, 2000: 617). Por lo que se refiere a la legio IX Hispana, legión reclutada por Octavio con veteranos de Cesar en Italia, debió recibir en la batalla de Filipos el sobrenombre de Macedonica. Nombre con el que debe servir en Hispania durante las Guerras Cántabras, donde recibió el apelativo de Hispana, seguramente en atención al reclutamiento de buen número de hispanos para cubrir sus bajas antes de partir hacia el Ilyricum (Roldán, 1974: 205). No obstante, más allá de su nuevo sobrenombre, los testimonios de su presencia en Hispania son muy escasos y se documentan en el frente cántabro (Solana, 1981: 87). La mayor parte de las fuentes escritas disponibles sobre el ejército romano imperial en la Península hace referencia a este periodo que, sin embargo, apenas se encuentra documentado desde el punto de vista arqueológico. El concurso de los datos epigráficos y numismáticos ha sido fundamental para tratar de identificar los cuerpos militares participantes en las diferentes fases del conflicto. La escasez de información afecta especialmente a nuestro conocimiento sobre la procedencia concreta de las legiones enviadas a Hispania y las vías por las que se efectuaron los desplazamientos. El número de individuos de tropa y mandos de las unidades legionarias desplazadas a la península testimoniado a través de la epigrafía es sorprendentemente reducido (v. García y Bellido, 1961: passim; Roldán, 1974: 302-306; Gómez Pantoja, 2000: 115116). Por otra parte, la mayoría de las evidencias epigráficas disponibles deben datarse en un momento algo posterior a la finalización de la contienda, y se encuentran a veces en regiones alejadas del mismo, lo que plantea serios problemas de interpretación histórica (Morillo & García Marcos, 2000: 598; Morillo, 2002: e. p.). Aún así los datos disponibles a este respecto, tanto de tipo epigráfico como arqueológico se han incrementados gracias al progreso de la investigación durante los últimos años. Del estudio de los datos epigráficos se desprende la procedencia occidental de todos los soldados. El grupo de hispanos es mayoritario, si bien debemos tener en cuenta que la buena parte de las inscripciones se datan en un momento julioclaudio, correspondiente al establecimiento de las unidades adscritas al ejército hispánico en campamentos estables: Astorga (León) y Rosinos de Vidriales (Zamora), castra de la legio X gemina, y León y Herrera de Pisuerga (Palencia), campamentos de las legiones VI victrix y IIII Macedonica respectivamente. A partir de la finalización de las Guerras Cántabras, el reclutamiento de ciudadanos romanos de origen hispano debía haber cubierto muchas de las bajas surgidas en las filas de las unidades legionarias. El segundo grupo más numeroso es el de itálicos mientras que por detrás se encuentran los soldados de origen galo. Esta información no ofrece grandes posibilidades para precisar los movimientos de los cuerpos legionarios. Dejando al margen la fuerte presencia de hispanos, de la que ya nos hemos ocupado, es perfectamente normal el fuerte componente de itálicos, base del ejército que Augusto heredó de las guerras civiles, preponderancia que Italia irá perdiendo en razón de la fuerte política colonial de Augusto y sus sucesores, que amplía significativamente el número de ciudadanos romanos provinciales susceptibles de formar parte de las legiones (Roldán, 1974: 240). Pero esto no constituye ningún indicativo de procedencia concreta de cada unidad. Por el momento no resulta posible establecer la historia particular de cada una de las unidades en su ruta hacia Hispania. Quizá la legio IIII Macedonica es la única que ha experimentado algún progreso en este campo. Ritterling ya apuntaba que la legión estaría asentada después del 30 a. C. en el norte de Italia, como demostraría el asentamiento de veteranos de la misma en las colonias de Firmum Picenum y Ateste (Ritterling, 1925: 1214). La constatación arqueológica de una producción de recipientes de terra sigillata local de tradición itálica fabricados por el alfarero L. Terentius para la Legión IV en su campamento de Herrera de Pisuerga durante el periodo augusteo, ha venido a establecer una nueva relación con la región septentrional de Italia. A partir del análisis del nomen al alfarero, uno de los pocos alfareros militares conocidos, Pérez González relaciona su taller con el de A. Terentius, alfarero noritálico, con el que existen además notables semejanzas en cuanto a la impresión de los rasgos de las cartelas. No es desdeñable la posibilidad de que L. Terencio tenga su origen en algún lugar del norte de Italia (Pérez González, 1989: 216; Morillo & García Marcos, 2001: 151). Dicho dato, a todas luces indirecto, puede contribuir a establecer el lugar de establecimiento de esta unidad entre la batalla de Actium y la campaña cántabra del 19 a. C. 2. Unidades auxiliares de origen extrapeninsular durante el siglo I d. C. Los trabajos clásicos de García y Bellido (1961), Roldán (1974: 212-226) y Le Roux (1982: 86-93), y los recientes de Spaul (1994 y 2000) ya dejaron establecida la nómina de las unidades auxiliares establecidas en Hispania durante el primer siglo de nuestra Era. Dicha nómina se ha elaborado a partir de los datos epigráficos hallados en nuestro suelo con referencia a los respectivos cuerpos. Los cuerpos de procedencia extrapeninsular recogidos son: ala II Gallorum, ala II Thracum, ala Tautorum victrix civium Romanorum, {11} Morillo (2000) y Gómez-Pantoja (2000) han abordado recientemente de la historia de la legio IIII Macedonica. 24 I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS ala I singularium civium Romanorum, cohors I gallica, cohors IIII Gallorum y cohors IIII Thracum equitata. Más allá del apelativo étnico de procedencia y, en algunos casos, la cronología, no conocemos mucho más sobre las circunstancias relativas a la procedencia y llegada de cada una de estas unidades a la Península, de lo que se han ocupado cumplidamente los estudios de conjunto ya mencionados. La extrema movilidad de estas unidades durante el siglo I d. C. dificulta notablemente seguir el rastro arqueológico de su paso. Por lo general las novedades se han centrado en la ubicación de los lugares de acantonamiento de dichas unidades en suelo peninsular. García y Bellido, partiendo de la inscripción de Aveia (Italia), en la que se menciona un tribuno que desempeñó cargos simultáneamente en la legio X gemina y el ala II Gallorum, supone que esta última estuvo establecida durante la época julio-claudia en Hispania y que en origen fuera una unidad auxiliar de aquella (1961: 134). Sin embargo no todos los autores están de acuerdo con esta interpretación sobre este cuerpo, destinado en Capadocia (v. Spaul, 1994: 130). Semejante problemática presenta el ala II Thracum, tal vez destinada algunos años en la Península antes de su instalación definitiva en la Mauretania Caesariensis. El hallazgo de dos lápidas en la Lusitania apunta en este sentido (García y Bellido, 1961: 135). Dicha unidad, cuya trayectoria no puede remontarse hasta justificar su apelativo étnico, pudo abandonar Hispania durante el reinado de Claudio (Benseddik, 1977). Por lo que se refiere al ala Tautorum victrix civium Romanorum, se conocen dos inscripciones que mencionan soldados pertenecientes a esta unidad, procedentes de Calagurris y Emerita (García y Bellido, 1961: 135; Roldán, 1974: 215-216; Spaul, 1994: 217-219). García y Bellido ubica su campamento en el alto Ebro. La lápida de Calagurris menciona a tres individuos pertenecientes a dicho cuerpo, los tres de origen tracio, lo que hace muy probable que el reclutamiento originario haya tenido lugar en dicha región, desde donde la unidad se habría trasladado a Hispania, donde se encuentra estacionada a mediados del siglo I. Al parecer acompañó a Galba a Italia en el 69 y más tarde regresa a la Península, donde permanece hasta el 88, momento en que parte para Tingitana (Christol & Le Roux, 1985). Birley apunta que el apelativo, más que un nombre étnico, deriva del nombre personal de un comandante, un cognomen personal, Taurus, posiblemente primer comandante de la unidad (1978: 270-271). Dos inscripciones, una de ellas procedente de Idanha-a-Velha y otra de Lisboa, testimonian el ala I singularium civium Romanorum en la península ibérica. García y Bellido considera motivo suficiente dichos testimonios como para firmar su estancia en las provincias hispanas a mediados del siglo I d. C. (1961: 138-139). No obstante, Roldán se muestra escéptico ante esta posibilidad, y opina que nos encontramos ante veteranos asentados con posterioridad al licenciamiento (1974: 224-225). Esta hipótesis es la que hoy parece más verosimil (Spaul, 1994: 204-206). Por lo que se refiere a la cohors I Gallica, los testimonios sobre su presencia en la Península son mucho más abundantes. Se desconoce la localización exacta de su campamento, aunque se suele aceptar que durante el siglo II se situaba en torno a los Montes de León, en las cercanías de Villalís a juzgar por la concentración de sus testimonios epigráficos en dicha zona, tal y como señaló en su día A. García y Bellido (1959: 39) y se desprende asimismo de la reciente recopilación de Spaul (2000: 153-154). La mayor parte de las evidencias disponibles se datan durante el siglo II, y en ellas se menciona a la unidad por su nombre completo. Pero se acepta que la cohors I Gallica se encuentra destacada en la península ibérica desde el periodo julio-claudio (Roldán, 1974: 217). De hecho, el testimonio aparentemente más antiguo de esta unidad de guarnición hispana en la Península, si bien en este caso aparece su nombre en forma de abreviatura, parece ser precisamente la lápida hallada hace unos años en Herrera de Pisuerga, en la a que se menciona a Cornelianus, praefectus c(ohortis) P(rima) G(allica) e(quitata) c(ivium) r(omanorum), datada por García y Bellido a comienzos del II (1959: 12). Las excavaciones desarrolladas en este mismo yacimiento han proporcionado diversos testimonios que podemos relacionar asimismo con la cohors I Gallica. En la zona occidental del actual casco urbano de Herrera se documentan numerosos materiales entre los que se hallan estos de ajuar metálico correspondientes a una unidad de caballería en el sector denominado “Asilo” (Illarregui, 1999: 182). Un significativo conjunto monetal que lo acompaña permite establecer la cronología del yacimiento en un momento neroniano-flavio (Moreda et alii, 1996). También el estudio de la tipología de las lucernas aparecidas en este mismo lugar confirma esta atribución cronológica, que nos sitúa aproximadamente entre los años 60 y 100 d. C. (Morillo, 1999: 40). Entre dichos restos se encuentra un aplique decorativo que debemos interpretar como una placa de atalaje equino, un pequeño disco metálico recortado que presenta en su anverso la inscripción a S Victorini Firm(i) C(ohors)·I, esto es, “de S. Victorino “el fuerte”, de la I Cohorte” (Morillo & Fernández Ibáñez, 2002: e. p.). Asimismo se han recuperado en diversos lugares del yacimiento diversas marcas sobre cerámica común y material latericio en las que puede leerse CH y COH (Illarregui, 1999: 183). La marca CO¿H? aparece asimismo sobre la base de una lucerna de canal de la forma LOESCHCKE IX que publicamos hace algunos años, donde ya sugeríamos su probable fabricación local (Morillo, 1999: 133-134 y 291, nº 28) También en relación directa con la presencia de diversas unidades militares auxiliares en Herrera durante la segunda mitad del siglo I, si bien no estamos en condiciones de precisar si pertenece a los jinetes adscritos al ala Parthorum o a los de la cohors I Gallica, debemos mencionar asimismo un grafito inscrito sobre un recipiente de terra sigillata hispánica en el que puede leerse Flauini equitis (Pérez González, 1996: 9394, fig. 3) Todos estos datos nos permiten suponer un establecimiento de dicha unidad en Herrera de Pisuerga entre el 60 y el 100 aproximadamente. Roldán sitúa la cohors III Gallorum entre las unidades del ejército hispano partiendo del hallazgos de sendas inscripciones en Arzeu e Itálica. Spaul añade una tercera inscripción de Sevilla (Spaul, 2000: 161-162). Este autor señala que pudo estar dislocada en Hispania hasta ser trasladada a su fuerte en Valkenburg, en la Germania Inferior, en época de Claudio. La cohors IIII Gallorum es una de las unidades mejor documentadas en Hispania. Un testimonio de excepcional interés es el conjunto de hitos augustales que delimitaban sus prata respecto a los de las civitates Baeduniensium y Luggonum, todos ellos datados en época de Claudio (García y Bellido, 1961: 150-160). La ubicación de sus hitos de demarcación permite situar su campamento entre las provincias de León y Zamora, en los alrededores de Castrocalbón. En época de Domiciano se encuentra destacada en Mauretania Tingitana. Roldán señala que la cohors IIII Thracum equitata estuvo por un breve periodo de tiempo en la Península, como testimonian las inscripciones de Tarraco y Asturica (1974: 223). Este mismo autor señala que tal vez pueda ponerse en relación con la legio IIII Macedonica, que abandona Hispania en el 39, ya que un tribuno de dicha legión fue prefecto de la cohorte. García y Bellido confunde esta unidad con la casi homónima cohors IIII Thracum Syriaca equitata Junto a este conjunto de unidades auxiliares de infantería y caballería atestiguadas por las fuentes epigráficas, las recientes intervenciones U NIDAD Y DIVERSIDAD EN EL A RCO ATLÁNTICO EN ÉPOCA ROMANA 25 ANGEL MORILLO CERDÁN arqueológicas han permitido añadir un nuevo cuerpo de caballería, cuya presencia en la Península era completamente desconocida. Nos referimos al ala Parthorum, documentada gracias a las marcas sobre material latericio que recogen su nombre, halladas en niveles de la segunda mitad del siglo I d. C. del asentamiento militar de Herrera de Pisuerga (Pérez González, 1996: 93). Este cuerpo, adscrito posiblemente a la legio VI victrix, se establece en época de Nerón en un nuevo recinto ubicado sobre el ya abandonado campamento de la legio IV Macedonica en Herrera de Pisuerga. Tal vez esta unidad sea una de las dos alas de caballería de nombre desconocido mencionadas junto con la Legión VI y 3 cohortes de infantería en la nómina de tropas que se levanta con Galba contra Nerón12. Se conocen fuera de la Península dos alas con el étnico Parthorum: el ala I Augusta Parthorum, ampliamente documentada en Mauretania Caesariense a partir del 107 d. C., y el ala Parthorum Veterana, que aparece citada solamente sobre un anillo de plata procedente de la Germania Inferior (Cichorius, 1893: 1255-1257). Aunque no podemos establecer con precisión el recorrido del ala antes de su llegada a Hispania, no cabe duda que la unidad documentada en Herrera de Pisuerga es la misma que marcha a comienzos del siglo II al norte de Africa, donde aparece en un primer momento con el simple apelativo de ala Parthorum hasta adquirir el título de Augusta (Pérez González, 1996: 94-95). Recientemente se ha dado a conocer un nuevo epígrafe relativo a un jinete perteneciente a una denominada ala Augusta, que viene a sumarse a otros dos testimonios relativos a esta unidad auxiliar, todos ellos concentrados en la zona bajo control de la legio IIII Macedonica (Abásolo & Alcalde, 1996). Dicha unidad es identificada por Spaul como el ala Augusta Gallorum (Spaul, 2000: 52-54), por lo que debemos plantear la presencia de esta unidad en Hispania en época julioclaudia. Movimientos de tropas desde Hispania hacia Galia, Germania y Britania 1. Legiones hispanas en campamentos germánicos durante el periodo augusteo-tiberiano: hallazgos numismáticos y movimiento de tropas Uno de los aspectos de la historia militar de Hispania durante el periodo julioclaudio que plantea más interrogantes es el paulatino abandono de la Península por parte de los cuerpos legionarios que habían participado en las Guerras Cántabras. El momento exacto en que tiene lugar su traslado y el nuevo lugar de acantonamiento escogido es una información que sólo conocemos para las dos últimas unidades en abandonar la provincia Tarraconense. En efecto, sabemos que la legio X gemina es enviada en el año 63 d. C. a Carnuntum, mientras la legio VI victrix permanece como guarnición única en su campamento de León hasta los sucesos del año 68, cuando acompaña a Galba a Roma, para, después de diversos avatares, recalar hacia el 70 en la Germania Inferior. Por lo que se refiere a la legio IIII Macedonica, aunque no sabemos la fecha concreta en que es trasladada fuera de la Península, en el año 43 d. C. la encontramos en su nuevo campamento de Mogontiacum, en la Germania {12} Suetonio, De Vita Duodecim Caesarum. Galba X, 2. {13} Geographica III, 4, 20. {14} Annales IV, 5, 1. {15} Geographica III, 3, 8. {16} De esta opinión son Syme (1970: 104-5), Roldán (1974: 183) y Le Roux (1982: 98). 26 I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS Superior (Esser, 1972: 213), por lo que debemos suponer que es desplazada hacia las fronteras septentrionales con ocasión de las campañas de Caligula contra los chattos en el 39 a. C. Pero si conocemos algunos datos sobre las legiones que compusieron el núcleo del exercitus hispanicus durante el periodo julioclaudio, mucho más complejo es reconstruir los movimientos de las unidades que, una vez terminadas las Guerras Cántabras, fueron abandonando en silencio el teatro de operaciones para reaparecer años más tarde prestando sus servicios en diferentes lugares de las fronteras septentrionales. Todas ellas debieron abandonar la Península en un momento anterior al periodo tardoaugusteo-tiberiano, a juzgar por el relato de Estrabón, que habla de tres únicas unidades como guarnición13. Según se desprende de su relato, al menos en época de Tiberio, las tropas peninsulares se encontraban bajo el mando de dos legados. Uno de ellos se situaba con dos legiones en el Noroeste peninsular, mientras una tercera legión, bajo el mando del segundo legado, estaba ubicada en algún lugar del territorio cántabro. Aunque Estrabón no nos informa sobre la identidad de cada una de las legiones, los testimonios arqueológicos no dejan lugar a dudas respecto a la presencia de las legiones VI victrix y X gemina entre los astures, mientras la IV Macedonica se asentó en el límite meridional de Cantabria. Esta misma noticia es mencionada también, aunque con menor detalle, por Tácito, quien refleja la situación en el año 23 d. C14. Uno de los aspectos oscuros del relato de Estrabón es el momento en que se hace efectiva esta reorganización de tropas, puesto que, aunque el mencionado pasaje alude claramente a los inicios del reinado de Tiberio, en otro lugar el autor señala que la idea original de esta distribución partió de Augusto15. La aparente contradicción entre estas dos citas tal vez sea fruto de una defectuosa corrección de las interpolaciones realizadas por el propio autor en el año 18 d. C. al texto original, escrito entre el 29 y el 7 a. C. De cualquier manera persiste la duda sobre el momento en que se puso en práctica esta redistribución de efectivos, que tal vez se remonta a los años siguientes al final de la guerra o, por el contrario, corresponde a un momento tardoaugusteo o tiberiano. Por nuestra parte, siguiendo a la mayoría de los investigadores16, y partiendo del análisis de los restos arqueológicos disponibles, que parecen avalar la consolidación de las principales bases militares en este momento, consideramos que la primera de estas hipótesis es la más verosímil (Morillo, 2002: e. p.). Este hecho supone que en un plazo de 5 a 10 años las legiones I ¿Augusta?, II Augusta, V alaudae y VIIII Hispana habrían abandonado la Península. Tradicionalmente se había supuesto que los desplazamientos de tropas hispanas habrían tenido lugar con ocasión de las necesidades militares en las fronteras causadas por las derrotas de Lollio, en el 15 a. C., y de Varo, en el 9 d. C., episodios bien conocidos a través de las fuentes literarias. No obstante los testimonios epigráficos y arqueológicos sobre dichos cuerpos son muy escasos durante esos años, tanto en Hispania como en la frontera septentrional. Este hecho no resulta extraño si tenemos en cuenta que los recintos militares establecidos durante las campañas presentan una temporalidad muy acusada. Son utilizados durante un breve periodo de tiempo, por lo que apenas han dejado restos materiales que pudieran servir como base de la identificación. Por otra parte, la técnica de castramentación aún se HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS encuentra en proceso de conformación durante los reinados de Augusto y Tiberio, por lo que no resulta extraño el empleo de recintos poligonales, más difíciles de identificar sobre el terreno (Morillo, 2002: e. p.). Por no hablar de que la epigrafía militar también se encuentra en proceso de definición y no ha adquirido todavía la estandarización propia de años posteriores. Tan sólo en los últimos años hemos comenzado a intuir la historia de dichas unidades gracias a las evidencias numismáticas. Quizá sea este apartado uno de los más novedosos dentro de la investigación española sobre movimientos de tropa en época romana. Aunque ya Balil apunta por primera vez la relación entre los hallazgos de monedas acuñadas en la península ibérica y el traslado de legiones (Balil, 1974), han sido las recientes investigaciones de Mª P. GarcíaBellido las que han permitido establecer una conexión directa entre los restos numismáticos y determinados cuerpos legionarios (García-Bellido, 1996; 1996b; 1999; 2000 y 2000b). Esta investigadora retoma los datos de Schubert (1986), quien había definido un horizonte de moneda hispánica en el limes renano-danubiano, ampliándolos y completándolos hasta definir un panorama mucho más rico y complejo. En dichas provincias fronterizas se documentan monedas de oro, plata y bronce acuñadas en Hispania. Dejando al margen los metales preciosos, cuya circulación responde a patrones muy diferente, García-Bellido se centra en el estudio de la moneda de bronce. A diferencia de la moneda de oro y plata, la moneda de bronce apenas tiene valor en si misma y no siempre es aceptada como medio de pago, más aún si tenemos en cuenta que, en esta época, las acuñaciones de bronce son provinciales, marcadas con nombres de topónimos de ciudades y pueblos sólo conocidos en su ámbito geográfico más cercano. La presencia de acuñaciones hispanas en Germania no responde aun modelo de circulación habitual, y sólo puede estar justificada por la llegada de tropas procedentes directamente de Hispania, que traen consigo su propia moneda (García-Bellido, 1996b: 248-249). Las excavaciones llevadas a cabo durante los últimos años en los campamentos legionarios del periodo julioclaudio en Hispania muestran un peculiar panorama monetario, en el que, junto con acuñaciones de Roma, Nemausus y Lugdunum, así como viejas emisiones ibéricas, predominan monedas hispanolatinas, principalmente de las ciudades del Valle del Ebro –Calagurris, Celsa, Caesaraugusta, Bilbilis, Turiaso…–, ciudades que posiblemente tienen encomendado el suministro de numerario a las unidades militares desplegadas en la Tarraconense (Morillo & Pérez González, 1990: 459). García-Bellido señala que esta moneda provincial es conocida y aceptada en cada campamento como medio de cambio, y lógicamente, acompaña a la tropa cuando se traslada de emplazamiento (1996: 105). Esta investigadora analiza la presencia de moneda hispana en los tempranos campamentos augusteos del limes, distinguiéndolas por cecas y momento de acuñación, y logra establecer dos horizontes cronológicos distintos, que corresponden a dos territorios diferentes: mientras la moneda augustea se concentra en los campamentos de la Germania inferior, la moneda tiberiana se concentra en la Germania Superior, en torno a Mainz. La interpretación de este segundo horizonte no plantea mayores problemas, ya que es precisamente en la región de Mainz donde se instala la legio IIII Macedonica tras su traslado desde Hispania. Los bronces documentados habrían llegado con las tropas de origen hispano (García-Bellido, 1996b: 249-250). La ausencia de monedas hispanas de Calígula confirmaría que su desplazamiento hacia Germania habría tenido lugar entre el 37 y el 39 d. C. (García-Bellido, 2000b: 525). Mayor interés reviste la moneda de bronce augustea, dispersa por los campamentos de la línea del Rin-Lippe. El estudio de los hallazgos hispanos en Oberaden, Haltern, Vetera, Novaesium y Asberg permite definir a esta autora varios momentos de salida de tropas hispánicas en dirección a la frontera septentrional e incluso apuntar la posible identidad de las unidades desplazadas. El horizonte más claro es el que viene avalado por las monedas de Oberaden, campamento datado entre el 11/10 y el 9/8 a. C. La composición del registro numismático lleva a este investigadora a proponer la presencia de una unidad hispana, trasladada desde la zona del Valle del Ebro, en cuyo desplazamiento habría remontado el Ródano para descender más tarde el Rin. La presencia de un determinado tipo de contramarca hace que identifique el cuerpo militar como la legio I Augusta, a la que podríamos tal vez sumar la legio II Augusta (García-Bellido, 1996b: 251-260; 2000: 129). Dichas legiones, las unidades que menor número de testimonios epigráficos han dejado en Hispania, serían las primeras en abandonarla tras las Guerras Cántabras. Los hallazgos de Haltern (8 a. C.-9 d. C.), Ausciburgium y Novaesium mostrarían un segundo horizonte de moneda hispana, tal vez ligado a un nuevo trasvase de tropas posterior al 2 a. C. y anterior al 14 d. C. La procedencia de estas tropas también sería diferente, en este caso de la zona meridional o suroeste. Tal vez la legión trasladada en este caso sería la legio V alaudae (García y Bellido, 2000: 129-130). Las conexiones de Ausciburgium (Asberg) con el mediodía peninsular parecen confirmadas gracias al hallazgo de una lucerna de indiscutible procedencia hispana, que debió llegar acompañando las importaciones de aceite bético o formando parte de la impedimenta de algún cuerpo militar trasladado a la región renana (Morillo, 1999: 102; GarcíaBellido, 2000: 137). 2. La legio VII gemina: estabilidad y movilidad en el exercitus hispanicus altoimperial flavio y postflavio La razón fundamental que explica el natalicio de la legio VII va a ser la necesidad de Galba, gobernador de la Tarraconensis, de contar con un ejército en el que apoyar su levantamiento contra Nerón17. Gracias a dos de las lápidas descubiertas en Villalís18 conocemos la fecha exacta en la que la legio VII recibió sus insignias, lo que acaeció el 10 de junio del año 68 d. C.19 (García y Bellido, 1966: 34-38). En su primera etapa recibirá el apelativo de galbiana20 en honor a su fundador, e Hispana, alusivo a su origen21 (Garzetti, 1970: 331-336). En octubre del mismo año ya está operando en Roma, para posteriormente ser destinada al limes danubiano. Tras la muerte de Galba toma partido por Otón, regresando de nuevo a Italia. Con Vitelio retorna brevemente al Danubio, desde donde apoya a Vespasiano, lo que la llevará a participar en la segunda batalla de Bedriacum (cerca de la actual Cremona)22, sufriendo tan graves pérdidas que le fueron asignados efectivos procedentes de otra legión, portando a partir {17} Entre la abundante bibliografía que hace alusión a la creación e historia de la legio VII podemos citar los trabajos de Ritterling (1925: col. 1630-1641), García y Bellido (1970b: 303-328), Roldán (1974: 201-204), Le Roux (1982: 151-153) o Abascal (1986: 317-328). Recientemente de nuevo Le Roux (2000). {18} A ellas habría que añadir una tercera, muy fragmentada, procedente de la ciudad de León y dada a conocer por García y Bellido (1970b: 324). {19} CIL II: 2552 y 2554. {20} Tácito, Historiae II, 86 y III, 7,10, 21. {21} Tácito, Historiae I, 6. {22} En la primera batalla de Bedriacum (primavera del año 69) también participaron algunas vexillationes de la legio VII (Garzetti: 1970: 336). U NIDAD Y DIVERSIDAD EN EL A RCO ATLÁNTICO EN ÉPOCA ROMANA 27 ANGEL MORILLO CERDÁN Fig. 5. Planta del campamento de la legio VII gemina en León (según V. García Marcos) de este momento el epíteto de gemina (doble, acoplada)23 (Ritterling, 1925: col. 1630; García y Bellido, 1950: 454; Parker, 1958, 99-100). Posteriormente es destinada a la Germania Superior, donde sabemos de su presencia por dos lápidas procedentes de Worms y Basel, ambas fechadas en el 73/74 d. C., así como la lápida con el diploma militar de Staberius Secundus, donde aparece ya con los epítetos gemina y felix24. Así mismo se conocen varias tegulae con su marca en Rheinzabern25 (Ludowici, 1912: 115-116 y 125-127). A pesar de saber su pertenencia al ejército de la Germania Superior en estos años, desconocemos el lugar de acantonamiento. La vuelta a Hispania de la legio VII debió de producirse a finales del año 74 d. C., aunque no va a ser hasta el 79 cuando aparezcan las primeras referencias a su estancia en sendas inscripciones de Aquae Flaviae y Cornoces (Orense)26. Ahora bien, como hemos visto, su asiento no será ex novo, sino que ocupa un recinto que contaba ya con una larga tradición castrense (García Marcos, 1996; García Marcos & Miguel, 1997; Morillo & García Marcos, 2000: 599-602; García Marcos, 2002: e. p.; García Marcos & Morillo, 2002: e. p.) (Fig. 5). García y Bellido, a partir de la aparición de tégulas con el sello legionario al que le faltaba el apelativo Felix, ganado por la VII gemina durante su estancia en el Rin antes del 74 d. C., piensa en la posible presencia de una vexillatio de la legión en León antes de la instalación definitiva del grueso de la misma {23} Tácito, Historiae III, 22. {24} CIL VI 3538 y XIII 5033, respectivamente. {25} CIL XIII 12167, 1-8. {26} CIL II 2477 y IRG IV 92, respectivamente. {27} Plinio el Joven, Panegyricum XIV, 2. 28 I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS en este mismo lugar (García y Bellido, 1970: 589). La presencia de una reducida guarnición militar en la zona aurífera mientras las legiones hispanas han abandonado la Península parece una actuación lógica, con vistas a asegurar el control y el envío regular de los convoyes de oro hacia Roma bien custodiados, aunque por el momento carecemos de datos para pronunciarnos sobre si dicha guarnición existió en realidad, si estuvo asentada en León y si estaba adscrita a la legio VII gemina o a otra unidad (Fernández Ochoa-Morillo, 1999: 72; Morillo, 2002: e. p.). En favor de esta hipótesis se encontraría además el hecho de que en ningún momento parece haber un abandono drástico del recinto leonés, y las estructuras habitacionales correspondientes a la VII se construyen exactamente encima de las de la VI victrix, respetando la misma alineación, tal y como han demostrado las recientes excavaciones del sector septentrional del recinto (García Marcos, 2002: e. p.). A partir de este momento su base permanente de operaciones a lo largo de todo el Imperio será León, la cual no abandonará sino en contadas ocasiones. Como ya hemos apuntado más arriba, los móviles que explican esta elección geográfica suponen la continuidad de la estrategia militar julioclaudia aplicada a Hispania. Aunque el beneficio de los recursos mineros, especialmente los auríferos, había comenzado décadas antes, va a ser a partir del último cuarto del siglo I d. C. cuando comience su explotación a gran escala (Domergue, 1986: 33; Sánchez-Palencia & Fernández Posse, 1985: 322-324), situación que hará necesaria la presencia de un importante contingente de tropas, cuya función sería tanto de construcción, como de vigilancia, mantenimiento y control de las vías que daban salida al preciado metal, así como la aportación del apoyo técnico necesario para facilitar la importante infraestructura que precisaban las explotaciones mineras y su administración (Fernández Posse & Sánchez-Palencia, 1988: 152-176 y 218-222; Morillo, 2002: e. p.). La importancia que la administración romana otorgaba a la explotación de los recursos auríferos se plasmó en la creación de la Vía XVIII en época flavia, también conocida como Via Nova (Tranoy, 1981: 215), en cuyo trazado es seguro que participarían contingentes de la legión. Una vez establecida en su campamento permanente de León, la legio VII participará, aunque de forma muy puntual, en diversos acontecimientos bélicos, cuando las necesidades del Imperio así lo requerían. Tropas de la misma debieron partir de la Tarraconense para sofocar la invasión de los mauri en el sur de la Península hacia el 170 d. C. El hallazgo de material latericio firmado lleva a García y Bellido a plantear una base de operaciones en Italica (García y Bellido, 1950: 464; 1979: 22). Aunque tradicionalmente se ha mantenido que la legio VII gemina fue una legión estable, adscrita a Hispania como guarnición estable, y de espaldas a la política militar imperial, la epigrafía y la arqueología permiten constatar asimismo la participación de la legión en campos de batalla extrapeninsulares. Durante el reinado de Domiciano y bajo las órdenes de su legado M. Ulpius Traianus, el futuro emperador, una parte de la legión opera en Germania durante la revuelta de Saturninus (88/89 d. C.)27, aunque más que intervenir directamente en la lucha debió de ejercer como tropa de retaguardia (Roldán, 1974: 204; Abascal, 1986: 319). Su actuación durante las campañas dácicas de Trajano parece ser también segura, tal y como parecen atestiguar varias tegulae con el sello de la legión halladas en Porolissum (Gudea, 1978: 65-75; Le Roux, 1981: 119-200; Abascal: 1986: 319-322). Tal vez su experiencia con HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS las explotaciones auríferas hispanas fue el motivo de su participación en la conquista de un territorio que era preciso prospectar y cuya explotación minera era necesario planificar. Con Adriano una de sus vexillationes interviene en Britania en el año 119, tal y como apunta un epígrafe hallado en Ferentinum28 (Roldán, 1974: 203; Garzón Blanco, 1993: 435-436). Se constata asimismo la presencia de tropas de la legio VII en el norte de Africa. Evidencias epigráficas de la misma se conocen en Lambaesis, Thamugadi y Carthago, especialmente en este último yacimiento, campamento base de la legio III Augusta (García y Bellido, 1950: 463-464; Balil, 1954: 7; Cagnat, 1975: 112-114; Palao, 1998: 169-171). Entre ellas destacan las tégulas firmadas por la legión. Su misión habría sido posiblemente reforzar a esta última unidad posiblemente durante el reinado de Adriano y los inicios del de Antonino Pío, momento de una situación compleja en la región (Palao, 1998: 168). Hacia el año 200 debió recibir el título de Pía por su apoyo a Septimio Severo, si bien no parece jugar un papel destacado durante los acontecimientos que llevaron a este emperador a alzarse con el trono (García y Bellido, 1950: 455; Fernández Aller, 1983: 168-169). 3. Unidades auxiliares de origen hispano desplazadas a las fronteras septentrionales Ya hemos apuntado más arriba que una de las principales funciones encomendadas al exercitus hispanicus, especialmente durante el periodo julioclaudio, fue el levantamiento de levas y la correspondiente instrucción de los reclutas que debían más tarde ser enviados a los principales teatros de operaciones militares del Imperio. Dicha política continúa durante las décadas siguientes (Fig. 6). La rapidez con la que estas unidades se trasladan hacia sus destinos a lo largo de las fronteras más vulnerables determina que prácticamente carezcamos de información sobre las mismas en territorio peninsular, donde apenas han dejado testimonios. Por otra parte, su extrema movilidad hace muy difícil rastrear su paso desde un punto de vista arqueológico. No obstante, los testimonios epigráficos ha permitido identificar más de un centenar de unidades auxiliares de origen hispano dispersas todo por el Imperio. La nómina de las mismas aparece recogida en repertorios y estudios Fig. 6. Pueblos de Hispania donde se realizaron levas para las tropas auxiliares del ejército romano imperial (según A. García y Bellido) de carácter general (Cheesman, 1914; Balil, 1956; Roldán, 1974: passim; Le Roux, 1982: 93-96; Spaul, 1994 y 2000). A juzgar por la denominación de los diferentes cuerpos, astures, cántabros, lusitanos, galaicos y, en menos medida, vettones y várdulos, parecen ser los pueblos sobre los que se centró el reclutamiento, varios miles de hombres a lo largo de varios siglos. Evidentemente no podemos recoger aquí la información disponible sobre la cronología, procedencia, acantonamientos y traslados de dichas unidades, para lo cual remitimos a los repertorios mencionados. Recogemos a continuación la nómina de auxilia hispanos desplegados en las fronteras britanas y germanoréticas: – Britannia: ala II Asturum, ala I Hispanorum Asturum, ala Vettonum, cohors I Hispanorum, cohors I Fida Vardullorum, cohors I Asturum, cohors II Asturum, cohors III Bracaraugustanorum, cohors I Celtiberorum, cohors II Vasconum – Germania: ala I Hispanorum, ala I Asturum, ala I Hispanorum Auriana, cohors Asturum et Callaecorum, cohors I Asturum equitata, cohors II Hispanorum equitata, cohors III Hispanorum, cohors I Ligurum et Hispanorum civium Romanorum, cohors II Asturum equitata, cohors V Asturum, cohors VI asturum, cohors I Flavia Hispanorum equitata, cohors I Lucensium Hispanorum, cohors V Bracaraugustanorum, cohors III Lusitanorum, cohors V Hispanorum equitata, cohors I Fida Vardullorum, cohors II Hispana Vasconum civium romanorum. – Noricum y Raetia: ala I Hispanorum Auriana, cohors I Asturum, cohors III Bacaraugustanorum, cohors V Bracaraugustanorum, cohors VI Lusitanorum, Habida cuenta de la amplitud y complejidad que encierra la reconstrucción de la historia concreta de cada una de estas unidades, el progreso en el conocimiento es lento y se apoya en los nuevos testimonios arqueológicos y epigráficos que se van conociendo. Entre estos destaca el hallazgo de una inscripción sepulcral datada a finales del siglo I o comienzos del II y reutilizada en la obra de la muralla tetrárquica de Gijón, en la que se menciona un individuo perteneciente a la gens cilurnigorum, grupo étnico que debemos situar en la región costera central de Asturias (Fernández Ochoa & Pérez Fernández, 1990; Fernández Ochoa & Morillo, 1997). La semejanza entre el nombre étnico y el topónimo Cilurnum, nombre romano del actual Chesters, uno de los fuertes que protege el Muro de Adriano, donde se encuentra dislocada el ala II Asturum a partir del 185/181 d. C., plantea la posibilidad de que fueran los propios componentes de la unidad auxiliar, los cilurnigos, los que hubieran dado nombre a su lugar de acantonamiento. No obstante, esta sugerente hipótesis supone admitir que la tropa que formaba la unidad seguía manteniendo la memoria de la denominación etnica original a la que pertenecieron los primeros soldados, sus más que posibles antepasados, más de 150 años después de su reclutamiento en la zona costera asturiana. Entre los nuevos datos arqueológicos, aún por analizar convenientemente se cuenta el hallazgo de un importantísimo conjunto de monedas de imitación de Claudio I acuñadas con bastante seguridad en la península ibérica, y halladas en varios yacimientos de la Bretaña francesa (Besombes & Barrandon, 2000), que bien pudieron haber llegado en manos de cuerpos auxiliares formados en Hispania y destinados a las campañas de conquista de Britania, que dejaron a su paso este testimonio. {28} CIL X: 5829. U NIDAD Y DIVERSIDAD EN EL A RCO ATLÁNTICO EN ÉPOCA ROMANA 29 ANGEL MORILLO CERDÁN Los movimientos militares interiores en las provincias hispanas En este último apartado queremos ocuparnos brevemente de los movimientos de tropa en el interior de las provincias hispanas. Y no nos referimos a las actuaciones militares propiamente dichas, como los episodios de la Guerra Civil del 68/69, o la invasión de los mauri del 170 d. C., por otra parte documentadas a través de los relatos literarios. Nuestra intención es centrarnos en las novedades conocidas sobre los movimientos militares en tiempo de paz, esto es, las labores encomendadas al ejército. Dejaremos asimismo al margen labores específicamente militares, como el reclutamiento y el control y supervisión policial, así como las labores de escolta de determinados personajes públicos y de los envíos de oro hacia Roma. La política militar augustea puesta en práctica tras la conquista de los pueblos septentrionales, fue mucho más allá de la creación de una serie de bases fijas para el ejército. En realidad, parece formar parte de una estrategia mucho más amplia, en la que la administración romana recurre a las fuerzas militares para introducir su poder en áreas periféricas, allí donde todavía no ha tomado cuerpo la organización civil. El ejército suministra cuadros de ingenieros, arquitectos y administradores perfectamente instruidos, que sustituyen donde es necesario a los funcionarios civiles (Morillo, 1996: 80). Las evidencias epigráficas muestran que las tres legiones destacadas entre los pueblos septentrionales durante el periodo julioclaudio - IV Macedonica, VI victrix y X gemina-, extienden su radio de acción por toda la mitad septentrional de la Península, e incluso, hacia otras provincias próximas como la Lusitania, participando activamente en la profunda reorganización acometida por el estado en estas regiones entre el final de la guerra y el cambio de Era (Morillo, 2002: e. p.). Se constata la actuación conjunta de las tres legiones en la realización de diversas obras de infraestructura viaria de la Tarraconense oriental y central, tales como el puente de Martorell (Fabré et alii, 1984), asociado a la Vía Augusta, o en la importante vía que enlaza la costa vasca con el Valle del Ebro (Oiasso-Caesaraugusta), concretamente en el tramo de la misma denominado “Vía de las Cinco Villas”, ubicado en el límite entre las provincias de Navarra y Zaragoza. En esta comarca se han recogido varios miliarios dedicados por los tres cuerpos militares (Beltrán, 1969/70: 99-100; Castillo, 1981; Castillo et alii, 1981: 17 y 21, nº 1 y 2; Aguarod-Lostal, 1982: nº 1, 5 y 7). A juzgar por la cronología expresada por alguno de estos testimonios, destacamentos de las legiones estarían ocupados en la construcción de la vía en fechas tan tempranas como la última década del siglo I a. C. La realización de estos trabajos de infraestructura requería sin duda la presencia de dislocamientos militares o vexillationes en aquellos lugares donde fuera necesario. Tal vez debamos interpretar en este sentido las lápidas de soldados de la legio IIII y de la legio VI halladas respectivamente en Vareia y Calagurris, en la Rioja (Espinosa, 1986: 24-26, nº 6 y 40-41, nº 20). La continuidad de esta política de construcción y adecuación viaria por parte de la legio VII gemina a partir de su instalación el 74 d. C., concentrada, eso si, en el cuadrante noroeste peninsular, se puede segur perfectamente a partir de las evidencias epigráficas de todo tipo (Roldán, 1974; Le Roux, 1982: passim). Por otra parte la labor que la legio VII gemina llevó a cabo en territorio astur y galaico de cara a la explotación minera también parece continuar una labor iniciada por las legiones augusteas en otros ámbitos. Las últimas investigaciones están poniendo de manifiesto el importante papel desempeñado 30 I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS por el ejército en la explotación de los recursos mineros de la Lusitania, fundamentalmente el plomo, actividad dirigida probablemente desde la capital, Emerita Augusta, cuya fundación por veteranos de las Guerras Cántabras no parece ser ajena a una finalidad económica. La actuación de las tropas romanas arranca al menos de la última fase de la guerra contra los cántabros y astures, a juzgar por las menciones específicas recientemente descubiertas referentes a Agripa, comandante en jefe del ejército durante el año 19 a. C. Nos referimos en concreto a varios lingotes de plomo hispano hallados en el pecio de Comacchio (Italia), en los que Mª P. García-Bellido ha creído identificar la abreviatura de las legiones I, IV Macedónica y X Gémina junto con el ya citado nombre de Agripa, lo que le lleva a esta autora a suponer la actuación en la zona de La Serena de varias vexillationes mixtas, constituidas por miembros de varias unidades, dedicadas a la explotación del plomo (García-Bellido, 199495). La autora relaciona asimismo la presencia militar con una serie de recintostorre de complicada interpretación (Ortiz Romero, 1995). Por nuestra parte ya hace algunos años habíamos señalado la existencia de indicios inequívocos de presencia militar augustea vinculada a la explotación minera en la vecina región de Beja, en el Alemtejo portugués. Nos referimos en concreto a la presencia de lucernas del tipo Vogelkopflampe en varios yacimientos muy próximos entre sí (Morillo, 1992: 59). Dentro de este contexto, no debemos olvidar el importante papel desempeñado por M. Agrippa en relación con la colonia de Emerita Augusta (Roddaz, 1993: 118-123), que avala a nuestro juicio un interés directo del yerno de Augusto por la región. Hispania, a pesar de convertirse a comienzos del reinado de Augusto en una región pacificada, en la que se van sucediendo las unidades de guarnición, no permanece de espaldas a la política militar desarrollada por el estado romano. Más bien se convierte en una pieza clave dentro del diseño estratégico militar, donde se ensaya por primera vez el esquema de frontera que más tarde se va a aplicar en los limites septentrionales, y actúa como acantonamiento de tropas de refuerzo en retaguardia para hacer frente a contingencias inesperadas, vivero de reclutas para cubrir las bajas en los cuerpos constituidos y, en definitiva, las necesidades de soldados para mantener operativo el dispositivo militar. El conocimiento de los movimientos de tropa entre la península ibérica y el resto de las provincias permite vislumbrar el engarce de las provincias hispanas dentro de este complejo operativo. A través de los testimonios epigráficos y arqueológicos vamos ampliando día a día los datos disponibles para reconstruir la historia particular de cada unidad de tropa, aunque siguen existiendo numerosas incógnitas, derivadas tanto del silencio de las fuentes como de problemas de método al acometer su estudio. Especialmente fuertes son las relaciones militares existentes entre Hispania y las fronteras septentrionales, Germania y Britania especialmente. Durante todo el Imperio los cuerpos de tropa destacados o reclutados en Hispania son enviados sistemáticamente hacia el norte para ayudar o complementar los ejércitos fronterizos. Los cambios en la política militar hispana obedecen a los acontecimientos en los limites (campañas de Calígula y Claudio, conquistas de Britannia y Dacia, sublevación de Civilis...) y a crisis del propio Estado romano (guerras civiles). Los territorios circunatlánticos parecen constituir de alguna manera unidad dentro del esquema militar romano, si bien dicha regionalización geoestratégica sólo cuaja a partir de mediados del siglo III (Fernández Ochoa & Morillo, 1999: 102-106). HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS BIBLIOGRAFÍA ABASCAL, J. M. 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