hispania en la estrategia militar del alto imperio: movimentos de

Anuncio
Unidad y diversidad en el Arco Atántico en época romana
I. HOMBRES, TERRITORIOS Y FRONTERAS
Gijón 2003, 19-33
HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO
A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS
ANGEL MORILLO CERDÁN
Universidad de León
EL MOVIMIENTO DE TROPAS DENTRO DE LA ESTRATEGIA MILITAR ROMANA:
DEL SILENCIO DE LAS FUENTES A LA CONSTATACIÓN ARQUEOLÓGICA
La reforma del ejército, cuerpo que se había visto profundamente alterado
durante las guerras civiles, fue una de las primeras medidas políticas de Augusto
tras la derrota de Marco Antonio en Actium. Dicha reorganización afectaría
a la estructura del mando, al mecanismo de financiación de las fuerzas
armadas y al número de unidades, a todas luces excesivo para la nueva
situación política, que se vio reducido a 27 o 28 legiones (Ritterling, 1925:
cols. 1216-1217; Parker, 1958: 89). El mismo concepto de ejército de época
republicana se transforma, convirtiéndose en una eficaz herramienta en manos
del emperador, que debe buscar nuevos cometidos para mantenerlo alejado
de la escena política y garantizar a la vez la seguridad de los habitantes del
Imperio. Se inicia así una estrategia militar completamente nueva,
perfectamente imbricada dentro del nuevo esquema de estado diseñado por
Augusto y sus inmediatos colaboradores. El ejército asume la protección de
las fronteras del Imperio, a lo largo de las cuales se estacionan los diferentes
cuerpos. Esta política supone, asimismo, la obligación de buscar un limes o
frontera más segura desde el punto de vista estratégico, lo que conlleva la
necesidad de realizar diversas campañas militares para asegurar las zonas del
Imperio más vulnerables y expuestas a una posible amenaza exterior, tales
como el norte de Italia, los territorios septentrionales de la Galia, la costa
dálmata, las posesiones africanas o las provincias hispanas. Al mismo tiempo,
el ejército asume funciones que complementan e incluso sustituyen por
completo a la autoridad civil en zonas de especial interés estratégico o de
reciente conquista (Le Roux, 1982; Morillo, 1996: 80). Desgraciadamente,
nos es desconocida la distribución exacta de las tropas a lo largo de las fronteras
que, según nos informa Orosio1, fue decidida por Augusto en Bríndisi durante
el año 30 a. C.
La labor de Augusto en el terreno militar se extiende asimismo a la
reforma de las unidades auxiliares (auxilia), que se integran dentro del
ejército romano como tropas de infantería (alae) y caballería (cohortes).
Aunque desde el punto de vista de la estrategia militar, dichas unidades debían
apoyar a sus legiones matrices en el campo de batalla, en la práctica cumplen
funciones específicas y diferenciadas, que se plasman en su instalación en
establecimientos propios, a menudo muy alejados del campamento base
legionario.
La compleja maquinaria militar creada por Augusto requiere una estructura
flexible que permita desplazar cuerpos militares fuera de sus emplazamientos
originales y trasladarlos con rapidez a los teatros de operaciones donde se
requiera su presencia, así como cubrir las necesidades militares con reclutas
y levas de nuevas unidades. A pesar del acantonamiento de sus efectivos en
campamentos estables, la movilidad va a seguir siendo uno de los rasgos
característicos del nuevo ejército del imperial.
Sin embargo, a pesar de los espléndidos trabajos sobre las unidades
militares legionarias y auxiliares del ejército romano imperial (entre otros:
Cichorius 1893 y 1900; Ritterling, 1925; Parker, 1958; Cheesman, 1914; Spaul,
1994 y 2000; Le Bohec-Wolff (ed.) 2000)2, la historia de los cuerpos militares
durante el Imperio sigue planteando numerosas incógnitas. Y si los
desplazamientos de las legiones resultan mejor conocidos gracias a las
menciones de las fuentes clásicas, el trasvase de unidades auxiliares apenas
tiene reflejo alguno en dichos textos.
Este silencio de las fuentes se convierte en la principal dificultad para
reconstruir la historia particular de las unidades militares, los lugares de
procedencia de efectivos, sus movimientos y traslados, las vías a través de las
que se han efectuado los desplazamientos, los cometidos concretos
encargados, las circunstancias de su desaparición o disolución. Pero el
desinterés de las fuentes literarias es selectivo. Las grandes campañas militares
o acontecimientos bélicos en que se ven envueltas las fuerzas romanas a lo
largo de los primeros siglos del Imperio son relatadas con gran minuciosidad
por autores como Tácito o Flavio Josefo. En dicho contexto son habituales
las referencias al comportamiento, la situación o los acontecimientos
protagonizados por determinadas legiones. Por lo tanto los textos nos permiten
seguir con cierta seguridad la composición de los diferentes ejércitos, los
lugares de asentamiento de unidades legionarias y el desarrollo de las
campañas. Como ya hemos apuntado, el silencio de las fuentes afecta
principalmente a las unidades auxiliares, adscritas a las unidades legionarias
y que posiblemente debieron compartir su destino en combate o en el juego
de intereses de la política imperial. Sin embargo, en muchos casos
desconocemos las legiones matrices de los cuerpos auxiliares y, por otra parte,
en algunas ocasiones la dislocación de algunas de éstas respecto a las
unidades de las que dependían nos hace dudar que pudieran haber actuado
realmente en el campo de batalla como auténticos auxilia, por lo que no
tuvieron necesariamente que correr la misma suerte que las legiones de
adscripción.
Pero mayor aún es la dificultad para conocer los movimientos y traslados
de tropas que no obedecían directamente a un horizonte de guerra, relacionados
posiblemente con las labores habituales encomendadas al ejército en tiempos
de paz o con una larga y concienzuda preparación de una futura campaña
{1} Historiarum adversus paganos VI, 19, 14.
{2} Recientemente acabamos de conocer un nuevo trabajo de conjunto en castellano sobre la historia de las legiones romanas (Rodríguez González, 2001).
U NIDAD
Y DIVERSIDAD EN EL
A RCO ATLÁNTICO
EN ÉPOCA ROMANA
19
ANGEL MORILLO CERDÁN
militar3. Es precisamente en estos silencios de las fuentes donde reside buena
parte de nuestros problemas para reconstruir la historia de los movimientos
de tropa durante la época imperial, cuestión capital para llegar a conocer las
prioridades estratégicas del Estado romano y la importancia relativa de
determinadas fronteras en cada momento, así como la propia evolución de las
estructuras del ejército imperial. Asimismo estos datos resultan básicos para
detectar el carácter militar y la cronología de los asentamientos militares y, en
definitiva, para aclarar aspectos relativos al proceso de implantación romana
en regiones fronterizas o periféricas.
La parquedad de los textos clásicos en relación a esta cuestión ha llevado
a los investigadores a recurrir a los documentos epigráficos como fuente
de información complementaria. Las inscripciones de monumentos
conmemorativos, lápidas funerarias, diplomas militares y objetos de uso
cotidiano como los recipientes cerámicos o el material latericio con marca
militar se han convertido en un testimonio de primer orden para identificar
cuerpos del ejército sobre el terreno y conocer la procedencia de sus reclutas
y adscripción de unidades auxiliares. Con estos fundamentos se ha acometido
la reconstrucción de los movimientos militares altoimperiales con relativo
éxito (vg. Parker, 1958: 118-168). Sin embargo, sin negar en ningún momento
su carácter de fuente documental de primer orden, las evidencias epigráficas
presentan serias limitaciones en lo referente a la procedencia y el traslado de
unidades militares. En primer lugar no suelen indicar la datación exacta, por
lo que debemos situar la información contenida en las inscripciones en un
periodo cronológico de referencia más o menos largo, pero resulta imposible
definir un año o una fecha concreta. Por otro lado, a menudo no es posible
distinguir si el indicativo de procedencia y los cuerpos a los que ha estado
adscrito un individuo a lo largo de su carrera se pueden hacer extensivos a la
mayor parte de los miembros de su unidad. En tercer lugar, aunque las unidades
auxiliares lleven como apelativo oficial el nombre del pueblo del que proceden
sus reclutas, con el tiempo se va haciendo patente la divergencia entre dicho
nombre y el contenido real de soldados de la región que dio título a la unidad.
Las bajas habidas por muerte o licenciamiento serían cubiertas con reclutas
de localidades próximas. Por último, es muy común que los investigadores
actuales suelan identificar el lugar de reclutamiento de la mayor parte de las
tropas de una unidad como el lugar de procedencia de dicho cuerpo, que
supuestamente se habría trasladado con posterioridad a la leva a través de la
que se incorporaron dichos efectivos.
Es quizá este aspecto el que ha arrojado una mayor confusión sobre la
cuestión de la movilidad del ejército imperial. Si bien es cierto que existe
una indiscutible relación entre la procedencia de los efectivos de una legión o
auxilia con la provincia o región de acantonamiento de dicha unidad en un
determinado momento, no se puede tomar dicha relación como una norma
fija e inmutable porque existen numerosos factores a tener en cuenta. En primer
lugar resulta crucial conocer el tiempo de establecimiento de una unidad en
un determinado lugar, ya que acantonamientos muy temporales no tienen
porqué haber generado un reclutamiento regional. Pero las situaciones bélicas
o prebélicas pueden requerir una leva apresurada en zonas por las que transita
un determinado cuerpo militar. Por otro lado, los oficiales pueden haberse
desplazado a notable distancia del campamento base para reclutar soldados,
por lo que el lugar concreto de procedencia de los reclutas o tiene porqué
coincidir con el establecimiento de la unidad. Un cuerpo militar acantonado
en un determinado lugar puede recibir reclutas procedentes de una zona muy
alejada e incluso de otra provincia. Todos estos factores pueden llevarnos a
cometer errores a la hora de reconstruir el movimiento de una unidad del
ejército romano a partir de los datos epigráficos, por lo que debemos tratar con
cierta prevención esta fuente.
Junto a los datos de los textos clásicos y la epigrafía contamos con un tercer
tipo de fuentes: los hallazgos arqueológicos procedentes de contextos
estratigráficos de yacimientos militares. Este tipo de evidencias ha sido muy
poco valorado hasta la fecha, principalmente debido a las dificultades que nos
encontramos a la hora de asignar restos arqueológicos a unidades militares
concretas. Sin embargo, el progreso de la investigación en la última década,
especialmente en la península ibérica, ha propiciado un conocimiento más
ajustado de los asentamientos castrenses y de los materiales militares en general.
Los datos que podemos extraer hoy en día de testimonios como la moneda
en circulación o determinados tipos de armamento, indumentaria militar o
recipientes cerámicos pueden aportar información complementaria muy
interesante sobre los desplazamientos de las unidades del ejército romano entre
las provincias hispanas y otros territorios fronterizos del Imperio, obedeciendo
los intereses estratégicos del Estado romano.
También debemos manejar dicha información con cierta cautela. A veces
los productos cerámicos llegados a través de las redes de aprovisionamiento
militar se han interpretado erróneamente como prueba directa de movimientos
de las unidades de tropa en cuyos campamentos se han documentado.
Es necesario acometer un estudio sistemático de tropas y fronteras, que la
epigrafía y la arqueología permiten reconstruir con una precisión cada vez
mayor, para llegar a elaborar un organigrama militar completo provincia por
provincia dentro de un marco temporal lo más ajustado posible. Aunque hoy
por hoy no podemos llegar establecerlo, los datos conocidos, junto los que
vamos conociendo poco a poco, permiten reconstruir las prioridades estratégicas
del ejército romano en cada momento4.
HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL PRINCIPADO
La nueva política militar augustea se inaugura precisamente en Hispania,
debido a razones estrictamente geoestratégicas. En efecto, el norte de la
Península constituía un territorio independiente dentro de los límites geográficos
del Imperio. Este debió ser uno de los motivos principales por los que Augusto
decide acometer el sometimiento de los pueblos cántabros y astures con el
llamado bellum cantabricum, que pone punto y final al largo proceso de
conquista de Hispania (Morillo, 2002: e. p.) La crítica histórica actual ha
apuntado otros móviles complementarios, como el mero afán propagandístico
por parte de Augusto o el interés por los metales preciosos que guardaba el
subsuelo de la región astur, opinión esta última que por el momento no se ve
confirmada por los hallazgos arqueológicos (Fernández Ochoa, 1995: 90).
A lo largo de casi diez años, entre el 29 y el 19 a. C., el ejército romano
se verá envuelto en una larga serie de operaciones y escaramuzas, conocidas
{3} En este sentido constituye un magnífico ejemplo el silencio de las fuentes respecto a la partida de las unidades militares que habían tomado parte en las Guerras Cántabras
(29-19 a. C.) y que se desplazan algunos años más tarde hacia las fronteras septentrionales del Imperio para tomar parte en las campañas alpinas y germánicas de Augusto; o el
momento concreto de partida de la legio IIII Macedonica, desplazada desde su campamento en Herrera de Pisuerga (Palencia, España) a Mogontiacum entre el 39 y el 43 d. C. Por
no hablar del todavía complejo panorama de los desplazamientos interiores de las tropas que componen la guarnición militar de las provincias hispanas durante el periodo julioclaudio, movimientos que están en relación directa con el papel encomendado a cada unidad (Morillo, 1996: 80-81; 2002: e. p.).
{4} Un reciente ejemplo de las posibilidades que ofrece un trabajo serio de reconstrucción de movimientos de tropas podemos observarlo en Bérard, 1994.
20
I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS
HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS
Fig.1. Posibles asentamientos militares del periodo de las Guerras Cántabras
y los años inmediatamente posteriores (29-19/15 a. C.)
como Guerras Cántabras, en las que tomaron parte el propio Augusto y alguno
de sus mejores generales como M. Agrippa. Terminado el conflicto con el
sometimiento indígena, tiene lugar el despliegue de un considerable ejército
de ocupación en la región septentrional de Hispania, decisión que inaugura
la nueva estrategia militar augustea de fronteras estables, que supone el
estacionamiento de la mayor parte de las fuerzas militares en establecimientos
fijos dispuestos como un cordón defensivo a lo largo de las fronteras más
vulnerables, lo que hemos denominado “limes sin frontera” (Morillo, 1996:
81). Esta franja de territorio militarizado tendría una función de glacis protector
de la zona romanizada, a la vez que un instrumento de explotación económica
(Roldán, 1976: 140). En este sentido, el llamado bellum cantabricum y el
papel desempeñado por el ejército romano en la región septentrional de la
península ibérica durante las décadas posteriores a la conquista puede
considerarse un ensayo general de la política militar que, corregida y
perfeccionada, es puesta en práctica por Roma a lo largo de las fronteras
septentrionales del Imperio durante los años sucesivos (Morillo, 1996: 81).
Buena parte de las actuaciones propias de dicha política permanecerán vigentes
en las zonas fronterizas durante todo el Imperio. No obstante, el caso hispano
presenta rasgos muy peculiares, derivados por una parte de su posición
geográfica dentro de los límites del Imperio, y por otra, del avance progresivo
del proceso de implantación romana en los territorios septentrionales recién
conquistados, que paulatinamente hace innecesaria la presencia de un fuerte
contingente militar en la provincia (Morillo, 1999: 335).
Ya en otras ocasiones nos hemos ocupado de la historia del ejército romano
en la península ibérica durante el periodo altoimperial, señalando sus líneas
generales de actuación, además de los motivos y aplicaciones concretas del
plan estratégico militar diseñada por el estado, que sufre diversas modificaciones
a lo largo de este periodo (Morillo, 1996; 2000; 2000b; 2002: e. p.).
El progreso en el conocimiento del registro arqueológico de los yacimientos
de carácter castrense permite individualizar claramente varias fases en la
política militar llevada a cabo en la península ibérica entre el principio de
las Guerras Cántabras y la Guerra Civil del 68/70 d. C. Los cambios o
transformaciones en la estrategia militar del Estado romano aplicada a Hispania
vendrán dictados principalmente por dos factores. Por una parte los
acontecimientos políticos concretos, como las necesidades militares en otros
frentes, interiores o externos (campañas en Germania y Britania, Guerra Civil),
que obligan a sustraer tropas al ejercito hispánico. Por otra la propia evolución
socio-económica de las regiones septentrionales de la Península, proceso
que modifica paulatinamente las funciones encargadas al ejército en un primer
momento. Una primera fase vendría marcada por las Guerras Cántabras y los
Fig. 2. Campamentos legionarios y fuertes para unidades auxiliares
durante los años 19/15 a. C.-10/20 d. C.
Fig. 3. Campamentos legionarios y fuertes para unidades auxiliares
durante el periodo 10/20 d. C.
años inmediatamente posteriores (29-19/15 a. C.), periodo todavía poco
conocido desde del punto de vista arqueológico pero caracterizado por la
existencia de un gran ejército en armas (7 u 8 legiones) desplegado en la zona
septentrional de la Península, realizando distintas campañas de conquista y
sometimiento de los pueblos indígenas (Fig. 1). La partida de buena parte de
las tropas que habían participado en la conquista de cántabros y astures y la
configuración de un exercitus hispanicus adscrito a la provincia Tarraconense,
compuesto mayoritariamente por tres legiones que habían participado en la
guerra: IIII Macedonica, VI victrix y X gemina, constituye el arranque de la
segunda fase o fase de la Paz Armada, que se prolonga entre el 19/15 a. C. y
un momento comprendido entre el 10 y el 20 d. C. (Fig. 2).
Ciertos reajustes y modificaciones de la estrategia militar aplicada a
Hispania que se detectan en un momento indeterminado comprendido entre
los años finales del reinado de Augusto y los primeros de Tiberio, esto es, entre
el 10-20 d. C., posiblemente enmarcados dentro del nuevo ambiente político
causado en Roma por la traumática derrota en Germania de Q. Varo en el 9
d. C. y el abandono de los ambiciosos planes de expansión de Augusto hasta el
Elba, permiten distinguir una fase nueva dentro de la estrategia militar
julioclaudia (Fig. 3). Sin embargo, diversos indicios apuntan a una lectura
del fenómeno en clave principalmente interna. Los motivos parecen encontrase
en el inicio de las explotaciones auríferas sistemáticas en el área astur occidental
(Domergue & -Sillières, 1977: 83; Sánchez-Palencia, 1986: 229), en las que el
ejército debió desempeñar un papel fundamental en funciones como la
U NIDAD
Y DIVERSIDAD EN EL
A RCO ATLÁNTICO
EN ÉPOCA ROMANA
21
ANGEL MORILLO CERDÁN
Fig. 4. Campamentos legionarios y fuertes para unidades auxiliares
entre el 74/75 d. C. y mediados del siglo III
supervisión y el control de las actividades extractivas y de la red de
comunicaciones (Sánchez-Palencia & Pérez García, 1983: 245-246; Morillo,
1991: 159; Morillo, 1999: 332)5. Esta fase se prolongaría hasta los
acontecimientos dictados por la sublevación de Galba en Hispania y la guerra
civil del 69/70 (Morillo, 2002: e. p.)
Otro aspecto a tener en cuenta es el inicio de las levas o reclutas de hombres
para el servicio militar. Una simple ojeada a la nómina de unidades auxiliares
preflavias de origen hispano destacadas en otros lugares del Imperio nos
confirma su estrecha vinculación al área astur y, en menor medida, al territorio
cántabro, zonas en las que se encuentran asentadas las unidades del ejército
durante el periodo augusteo y julio-claudio (Morillo, 1996, 80). Esta labor
de reclutamiento pudo ser desempeñada por vexillationes, estables o destacadas
temporalmente, en otras regiones peninsulares, como la Lusitania, el Valle del
Ebro e incluso la Bética (Morillo, 2000: 620-621).
Los objetivos de los efectivos desplegados en el norte y noroeste de la
Península están ya perfectamente definidos y no parecen sufrir cambio o
modificación alguna durante este largo periodo. Ni siquiera la partida paulatina
de las unidades que conformaban el exercitus hispanicus de época julioclaudia introduce elementos nuevos en el esquema previo. En el año 39 d.
C., la legio IIII Macedonica se traslada desde sus castra en Herrera de Pisuerga
(Palencia) hacia su nuevo campamento de Mogontiacum (Maguncia), en la
Germania Superior, probablemente con ocasión del vasto movimiento de tropas
causado por las campañas de Calígula contra los chattos. En el año 63 d. C.
es la legio X gemina la unidad que abandona su campamento peninsular en
Rosinos de Vidriales (Zamora) con destino a Carnuntum, en Panonia, para
sustituir a la XV Apollinaris, adscrita al ejército oriental para participar en la
guerra judaica. Entre este año y el 68, el ejército hispánico queda reducido a
una única legión, la VI victrix, ayudada por varios cuerpos auxiliares. La Legión
VI Victrix participó activamente en la sublevación del año 68 de Galba contra
Nerón y en el levantamiento en una nueva unidad compuesta por hispanos en
Clunia, la VII “Galbiana”, más tarde denominada gemina, que recibe su
numeral correlativo a la única legión presente en la provincia, precisamente
su legión matriz (García y Bellido, 1970b: 321-325).
A partir de este año 68 se inicia un periodo muy turbulento en la historia
de Roma. A pesar de los numerosos movimientos de tropas que se registran en
apoyo de uno u otro candidato, el exercitus hispanicus no sólo no se reduce,
sino que se engrosa con dos nuevas unidades: la X gemina, que regresa a la
Península y la I adiutrix. La nueva concentración de unidades en una región
alejada de los principales conflictos debemos entenderla como una afirmación
de la importancia estratégica de Hispania. Aunque en algún momento dichas
unidades desempeñaran un papel estrictamente militar, como la defensa de la
Bética encargada a la Legión X Gémina por Otón6, el principal cometido
asignado a estas legiones debía ser el control de la producción aurífera del
noroeste peninsular, que debió funcionar durante estos años a pleno rendimiento
para cubrir las necesidades monetarias causadas por la Guerra Civil (Fernández
Ochoa-Morillo, 1999: 71-72; Morillo, 2002: e. p.). Tan sólo en el invierno del
69/70, las tres legiones dislocadas en Hispania la abandonan definitivamente
para hacer frente a la grave situación creada en la frontera del Rin por la
revuelta bátava de Iulius Civilis.
El ascenso de Vespasiano al trono no interrumpe la política militar puesta
en práctica por la dinastía julio-claudia en Hispania. Debemos aguardar varios
años para que, terminada la Guerra Civil y la sublevación bátava en Germania,
volvamos a tener noticia de la presencia de una unidad legionaria en Hispania.
Hacia el 74 d. C. la Legión VII creada por Galba, ya bajo el nuevo apelativo
de gemina, regresa a la península ibérica tras haber desempeñado diversos
cometidos en la Germania Superior (Ritterling, 1925: col. 1629-1630). Dicha
legión escoge para asentarse en el mismo lugar del antiguo campamento de
la Legión VI Victrix en la capital leonesa (García y Bellido, 1970b). La elección
del lugar de asentamiento de la legio VII gemina, de nuevo en el territorio
astur meridional, donde se había localizado la principal concentración de
fuerzas militares durante el periodo julio-claudio, e incluso del mismo lugar
físico que su legión fundadora, muestra bien a las claras la continuidad de sus
objetivos respecto a las unidades militares de la etapa anterior. El control de
las explotaciones auríferas de la zona se prefigura como la principal misión
del ejército, sin olvidar su papel en el mantenimiento y trazado viario, además
de las funciones propiamente militares, de policía, burocráticas y de
reclutamiento de tropas. (Fernández Ochoa-Morillo, 1999: 72-74). Durante
los siglos II y III fue también requerida la presencia de tropas pertenecientes
a legio VII gemina fuera de la provincia Tarraconense, como su probable
participación para sofocar la invasión de los mauri en el sur de la Península,
e incluso fuera de Hispania, cuando las necesidades militares del Imperio así
lo requerían. Su presencia se constata al menos en el Norte de Africa y Britania
(Roldán, 1974: 203-204).
Las funciones encomendadas precisan el despliegue de las fuerzas romanas
por el territorio, aunque el grueso de la legión se mantuviera en su campamento
base. Para ello la unidad contaba con destacamentos de tropas auxiliares,
compuestas tanto por soldados de infantería como por jinetes, que se despliegan
por todo el cuadrante septentrional de la Península ibérica. Todas ellas, junto
con la legión a la que están adscritas, constituyen el exercitus hispanicus desde
Vespasiano hasta finales de Alto Imperio (Fig. 4).
Este breve panorama permite ilustrar perfectamente las semejanzas y,
especialmente, las diferencias que, desde el punto de vista de la estrategia militar,
presenta Hispania respecto a las provincias septentrionales del Imperio, que
mantienen una frontera permanente a lo largo de siglos. En la península ibérica,
concluida la conquista de los pueblos cántabros y astures en el 19 a. C. no existe
{5} La participación de unidades del ejército en labores de extracción minera está confirmada asimismo por las fuentes clásicas para el caso de Germania (Tácito, Annales XI, 20).
{6} Tácito, Historiae II, 58.
22
I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS
HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS
una frontera propiamente dicha, y a partir de los años finales del reinado de
Augusto o comienzos del de Tiberio la permanencia de tres legiones en la
provincia tarraconense reviste una finalidad más administrativa que
propiamente “bélica”. Dichas unidades desarrollan una amplia labor en el
trazado y mantenimiento viario, la fundación de centros urbanos, la explotación
minera, el levantamiento de levas, además de la vigilancia y el control inherentes
a las fuerzas militares. Su traslado paulatino hacia frentes de batalla activos
indica bien a las claras que su presencia como tropas de ocupación no era
necesaria desde el punto de vista militar. Hacia mediados del siglo I d. C. queda
patente que las funciones encomendadas pueden ser cubiertas exclusivamente
por una legión, núcleo del exercitus hispanicus a partir de este momento, a
la que se suman varios cuerpos auxiliares. La práctica ausencia de episodios
que requirieran una acción bélica definida –el episodio de la invasión de los
mauri en la segunda mitad del siglo II constituye una excepción- y, por tanto,
la relativa estabilidad de las tropas dislocadas en la Península, son los rasgos
principales de este ejército.
En época julioclaudia queda perfectamente establecido el papel que va a
cumplir Hispania dentro de la estrategia militar romana. Durante el siglo I d.
C. la península ibérica, en especial las regiones septentrionales, se van a convertir
en un importante vivero de reclutas para los cuerpos auxiliares destacados
en los limites occidentales. Conocemos más de un centenar de cohortes y alae
con nombres étnicos hispanos, cuerpos con toda seguridad reclutados en la
Península en época julioclaudia y trasladados, una vez formados e instruidos,
para ser ubicados principalmente en Britania y el limes renanodanubiano, si
bien no faltan en otras regiones como el Oriente, Egipto y el Norte de Africa.
Esta gran dispersión de tropas auxiliares de origen hispano a veces es muy
difícil de rastrear. Pero no cabe duda que, desde el punto de vista militar, la
relación de Hispania con las provincias fronterizas septentrionales fue importante
y duradera.
Siguiendo una evolución lógica y paulatina, el proceso de regionalización
del reclutamiento, que se inicia en la primera mitad del siglo I d. C. se va a
convertir en norma un siglo más tarde, llegando a una conscripción territorial
casi completa, que implica que las bajas de los cuerpos legionarios y auxiliares
se cubren con soldados reclutados en el área más próxima posible (Roldán,
1974: 295). El alejamiento de Hispania respecto a los frentes de guerra determina
que el reclutamiento de hombres con destino al Rin o a Britannia se contraiga
hasta desaparecer a comienzos del siglo II d. C.
MOVIMIENTO Y TRASLADO DE TROPAS ENTRE HISPANIA Y LAS FRONTERAS
SEPTENTRIONALES
Uno de los objetivos primordiales de este trabajo es presentar las principales
novedades que en el campo concreto de la movilidad de tropas han aportado
las últimas excavaciones en contextos militares hispanos, centrándonos
especialmente en estos testimonios arqueológicos menos conocidos y valorados,
pero cuyo concurso resulta imprescindible para conocer la historia particular
de legiones y unidades auxiliares en algún momento destacadas en las
provincias hispanas, o bien reclutadas en nuestro suelo. Nos centraremos
especialmente en los movimientos de tropas en el ámbito del arco atlántico,
tanto en dirección a las provincias hispanas como procedentes de aquellas.
Movimientos de tropas hacia Hispania
1. Las Guerras Cántabras: El despliegue del nuevo ejército augusteo en la
península ibérica
Las Guerras Cántabras fueron objeto de una atención muy especial por
parte de los escritores romanos contemporáneos y afines al nuevo régimen
instaurado por Augusto, cuyos relatos actuaron como caja de resonancia de
las virtudes militares del princeps. Esta voluntad propagandística se percibe
especialmente en la Geographica de Estrabón, y debía animar asimismo el
perdido relato del historiador oficial del régimen, Tito Livio, base de todas las
fuentes clásicas sobre el tema llegadas hasta nosotros7 (Morillo, 2002: e. p.)
Los avatares de la guerra y la inesperada resistencia de los pueblos
indígenas, sin descartar el interés propagandístico del propio Augusto, obligaron
a concentrar en la región septentrional de la Península un elevado número de
efectivos militares entre los años 26 y 19 a. C. Sin embargo, los relatos
conservados guardan silencio acerca del número y la identidad de las legiones
desplazadas a Hispania con ocasión de las Guerras Cántabras. La investigación
actual acepta la participación de al menos siete legiones en las campañas
militares: I ¿Augusta?, II Augusta, IIII Macedonica, V alaudae, VI victrix,
IX Hispana y X gemina (Syme, 1933, 15 y 22-23; Schulten, 1943, 202; García
y Bellido, 1961, 116-128; Roldán, 1974, 188-209; Le Roux, 1982, 61).
Las siete legiones documentadas en la guerra cántabra tienen su origen
en el convulso periodo de guerras civiles de la segunda mitad del siglo I a. C.
y derivan directamente de unidades militares creadas por Cesar en la Galia o
formadas algunos años más tarde por Augusto (Keppie, 1984: 132-144). La
legio I aparece mencionada por primera vez formando parte del ejército de
Octavio en su lucha contra Sexto Pompeyo8. Años más tarde se encuentra junto
con las tropas que preceden al propio Augusto para formar el núcleo del ejército
destacado contra cántabros y astures con el apelativo de Augusta9. A este núcleo
originario del ejército augusteo en Hispania parece pertenecer asimismo la
legio II Augusta, fundada también por Augusto. Veteranos de la misma fueron
asentados entre el 35 y el 33 a. C. en Arausio, lo que nos permite detectar su
acantonamiento o, al menos, su paso por la Narbonensis con anterioridad
a su llegada a Hispania. Legio I y legio II Augusta participan conjuntamente
en las campañas militares del frente cántabro en el 26 a. C. y más tarde en el
19 a. C., así como en la fundación de las colonias de Acci (Guadix) y,
posiblemente, Tucci (Martos, Jaén) (Roldán, 1974: 188-194).
Las legiones V alaudae y X gemina pertenecieron al ejército de Cesar
en la Galia y fueron heredadas y más tarde reorganizadas por Augusto con el
fin de enviarlas a Hispania con destino a las primera campañas de la guerra
cántabro-astur del 26-25 a. C. En este caso los testimonios avalan su adscripción
al ejército occidental, destinado al frente astur. Algunos testimonios podrían
apuntar que la legio X gemina ya estuviera adscrita a Hispania antes de
comenzar las Guerras Cántabras (Roldán, 1974: 206)10. Según nos informan
las emisiones monetales (Vives, 1926: IV, 63; Gil Farrés, 1946: 209-210, nº 812; RPC I, 1992: 70-71, nº 14-18), en la deductio que da origen a la colonia
de Emerita Augusta participaron veteranos de ambas legiones.
Por lo que se refiere a la legio VI victrix, surgida de la legio VI cesariana,
si bien parece adscrita como las anteriores al frente astur, su ausencia entre
las legiones fundadoras de la capital lusitana ha llevado a Roldán a suponer
{7} Floro, Epitome gestae romanae II, 33, 46-60; Dión Cassio, Historia Romana, LI-LIV; Orosio, Historiarum adversus paganos VI, 21.
{8} Appiano, b. c. V, 112.
{9} Dion Cassio, h. r. LIV, 11, 1.
{10} Sobre la legio X gemina en Hispania v. los recientes trabajos de Gómez-Pantoja (2000) y Morillo & García Marcos (2000).
U NIDAD
Y DIVERSIDAD EN EL
A RCO ATLÁNTICO
EN ÉPOCA ROMANA
23
ANGEL MORILLO CERDÁN
que no participó en la primera fase de la guerra y que su llegada tiene que ser
posterior al 25 a. C. (Roldán, 1974: 200).
Mayor confusión existe respecto al momento de llegada a la Península de
la legio IIII Macedonica, si bien hoy por hoy la opinión más difundida es la
que acepta que esta legión tan sólo participa en la última fase de la guerra,
esto es, en la campaña dirigida por Agrippa en el 19 a. C. (Roldán, 1974:
194; Morillo, 2000: 609-610). La constatación de la actividad de esta unidad
tan sólo en el territorio cántabro, único frente activo durante la peligrosa
sublevación del 19 a. C., y su instalación como guarnición permanente en esta
misma zona apuntan en este mismo sentido. Esta unidad, junto con las otras
dos legiones que constituyen el exercitus hispanicus tras la guerra, la VI victrix
y la X gemina asentadas en tierras de los astures, aparece asimismo en las
monedas conmemorativas de la deductio de veteranos que da origen a la
colonia de Caesaraugusta (Vives, 1926: IV, 71; RPC I, 1992: 121, nº 325 y p.
123, nº 346), probablemente hacia el 14 a. C. (Arce, 1979: 34; Beltrán & Fatás,
1998: 10-12)11.
Pero, junto a todos estos datos circunstanciales, el argumento definitivo
sobre el momento de llegada de la legio IIII Macedonica se encuentra en los
niveles fundacionales de su campamento en Herrera de Pisuerga, cuyo registro
arqueológico evidencia el carácter especial de esta unidad respecto al resto
de los cuerpos militares que participan en las Guerras Cántabras e incluso
respecto a los que permanecen de guarnición después de la contienda. Estos
rasgos distintivos, que analizaremos más adelante con mayor detalle, permiten
señalar a la legio IIII como una unidad selecta, cuyas necesidades materiales
son atendidas con especial atención, sin duda proporcional a la importancia
de las misiones que tenía encomendadas, un cuerpo de confianza de algún
alto personaje del alto mando. ¿Y quien más importante que Agripa,
lugarteniente y en ese momento yerno del propio Augusto, que debe tomar las
riendas de la Guerra Cántabra en el 19 a. C.? Por otra parte, la cronología más
antigua de dicho asentamiento coincide a grandes rasgos con esta última fase
del conflicto(Pérez González, 1989: 218; Morillo, 1999; Morillo, 2000: 617).
Por lo que se refiere a la legio IX Hispana, legión reclutada por Octavio
con veteranos de Cesar en Italia, debió recibir en la batalla de Filipos el
sobrenombre de Macedonica. Nombre con el que debe servir en Hispania
durante las Guerras Cántabras, donde recibió el apelativo de Hispana,
seguramente en atención al reclutamiento de buen número de hispanos para
cubrir sus bajas antes de partir hacia el Ilyricum (Roldán, 1974: 205). No
obstante, más allá de su nuevo sobrenombre, los testimonios de su presencia
en Hispania son muy escasos y se documentan en el frente cántabro (Solana,
1981: 87).
La mayor parte de las fuentes escritas disponibles sobre el ejército romano
imperial en la Península hace referencia a este periodo que, sin embargo,
apenas se encuentra documentado desde el punto de vista arqueológico. El
concurso de los datos epigráficos y numismáticos ha sido fundamental para
tratar de identificar los cuerpos militares participantes en las diferentes fases
del conflicto. La escasez de información afecta especialmente a nuestro
conocimiento sobre la procedencia concreta de las legiones enviadas a Hispania
y las vías por las que se efectuaron los desplazamientos. El número de individuos
de tropa y mandos de las unidades legionarias desplazadas a la península
testimoniado a través de la epigrafía es sorprendentemente reducido (v. García
y Bellido, 1961: passim; Roldán, 1974: 302-306; Gómez Pantoja, 2000: 115116). Por otra parte, la mayoría de las evidencias epigráficas disponibles deben
datarse en un momento algo posterior a la finalización de la contienda, y se
encuentran a veces en regiones alejadas del mismo, lo que plantea serios
problemas de interpretación histórica (Morillo & García Marcos, 2000: 598;
Morillo, 2002: e. p.). Aún así los datos disponibles a este respecto, tanto de tipo
epigráfico como arqueológico se han incrementados gracias al progreso de la
investigación durante los últimos años.
Del estudio de los datos epigráficos se desprende la procedencia occidental
de todos los soldados. El grupo de hispanos es mayoritario, si bien debemos
tener en cuenta que la buena parte de las inscripciones se datan en un momento
julioclaudio, correspondiente al establecimiento de las unidades adscritas al
ejército hispánico en campamentos estables: Astorga (León) y Rosinos de
Vidriales (Zamora), castra de la legio X gemina, y León y Herrera de Pisuerga
(Palencia), campamentos de las legiones VI victrix y IIII Macedonica
respectivamente. A partir de la finalización de las Guerras Cántabras, el
reclutamiento de ciudadanos romanos de origen hispano debía haber cubierto
muchas de las bajas surgidas en las filas de las unidades legionarias. El segundo
grupo más numeroso es el de itálicos mientras que por detrás se encuentran
los soldados de origen galo.
Esta información no ofrece grandes posibilidades para precisar los
movimientos de los cuerpos legionarios. Dejando al margen la fuerte presencia
de hispanos, de la que ya nos hemos ocupado, es perfectamente normal el
fuerte componente de itálicos, base del ejército que Augusto heredó de las
guerras civiles, preponderancia que Italia irá perdiendo en razón de la fuerte
política colonial de Augusto y sus sucesores, que amplía significativamente
el número de ciudadanos romanos provinciales susceptibles de formar parte
de las legiones (Roldán, 1974: 240). Pero esto no constituye ningún indicativo
de procedencia concreta de cada unidad. Por el momento no resulta posible
establecer la historia particular de cada una de las unidades en su ruta hacia
Hispania.
Quizá la legio IIII Macedonica es la única que ha experimentado algún
progreso en este campo. Ritterling ya apuntaba que la legión estaría asentada
después del 30 a. C. en el norte de Italia, como demostraría el asentamiento
de veteranos de la misma en las colonias de Firmum Picenum y Ateste
(Ritterling, 1925: 1214). La constatación arqueológica de una producción
de recipientes de terra sigillata local de tradición itálica fabricados por el
alfarero L. Terentius para la Legión IV en su campamento de Herrera de Pisuerga
durante el periodo augusteo, ha venido a establecer una nueva relación con
la región septentrional de Italia. A partir del análisis del nomen al alfarero,
uno de los pocos alfareros militares conocidos, Pérez González relaciona su
taller con el de A. Terentius, alfarero noritálico, con el que existen además
notables semejanzas en cuanto a la impresión de los rasgos de las cartelas. No
es desdeñable la posibilidad de que L. Terencio tenga su origen en algún lugar
del norte de Italia (Pérez González, 1989: 216; Morillo & García Marcos, 2001:
151). Dicho dato, a todas luces indirecto, puede contribuir a establecer el lugar
de establecimiento de esta unidad entre la batalla de Actium y la campaña
cántabra del 19 a. C.
2. Unidades auxiliares de origen extrapeninsular durante el siglo I d. C.
Los trabajos clásicos de García y Bellido (1961), Roldán (1974: 212-226)
y Le Roux (1982: 86-93), y los recientes de Spaul (1994 y 2000) ya dejaron
establecida la nómina de las unidades auxiliares establecidas en Hispania
durante el primer siglo de nuestra Era. Dicha nómina se ha elaborado a partir
de los datos epigráficos hallados en nuestro suelo con referencia a los respectivos
cuerpos. Los cuerpos de procedencia extrapeninsular recogidos son: ala II
Gallorum, ala II Thracum, ala Tautorum victrix civium Romanorum,
{11} Morillo (2000) y Gómez-Pantoja (2000) han abordado recientemente de la historia de la legio IIII Macedonica.
24
I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS
HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS
ala I singularium civium Romanorum, cohors I gallica, cohors IIII
Gallorum y cohors IIII Thracum equitata.
Más allá del apelativo étnico de procedencia y, en algunos casos, la
cronología, no conocemos mucho más sobre las circunstancias relativas a la
procedencia y llegada de cada una de estas unidades a la Península, de lo que
se han ocupado cumplidamente los estudios de conjunto ya mencionados. La
extrema movilidad de estas unidades durante el siglo I d. C. dificulta
notablemente seguir el rastro arqueológico de su paso. Por lo general las
novedades se han centrado en la ubicación de los lugares de acantonamiento
de dichas unidades en suelo peninsular.
García y Bellido, partiendo de la inscripción de Aveia (Italia), en la que se
menciona un tribuno que desempeñó cargos simultáneamente en la legio X
gemina y el ala II Gallorum, supone que esta última estuvo establecida durante
la época julio-claudia en Hispania y que en origen fuera una unidad auxiliar
de aquella (1961: 134). Sin embargo no todos los autores están de acuerdo con
esta interpretación sobre este cuerpo, destinado en Capadocia (v. Spaul, 1994:
130).
Semejante problemática presenta el ala II Thracum, tal vez destinada
algunos años en la Península antes de su instalación definitiva en la
Mauretania Caesariensis. El hallazgo de dos lápidas en la Lusitania apunta
en este sentido (García y Bellido, 1961: 135). Dicha unidad, cuya trayectoria
no puede remontarse hasta justificar su apelativo étnico, pudo abandonar
Hispania durante el reinado de Claudio (Benseddik, 1977).
Por lo que se refiere al ala Tautorum victrix civium Romanorum, se
conocen dos inscripciones que mencionan soldados pertenecientes a esta unidad,
procedentes de Calagurris y Emerita (García y Bellido, 1961: 135; Roldán,
1974: 215-216; Spaul, 1994: 217-219). García y Bellido ubica su campamento
en el alto Ebro. La lápida de Calagurris menciona a tres individuos
pertenecientes a dicho cuerpo, los tres de origen tracio, lo que hace muy probable
que el reclutamiento originario haya tenido lugar en dicha región, desde donde
la unidad se habría trasladado a Hispania, donde se encuentra estacionada a
mediados del siglo I. Al parecer acompañó a Galba a Italia en el 69 y más tarde
regresa a la Península, donde permanece hasta el 88, momento en que parte
para Tingitana (Christol & Le Roux, 1985). Birley apunta que el apelativo,
más que un nombre étnico, deriva del nombre personal de un comandante,
un cognomen personal, Taurus, posiblemente primer comandante de la unidad
(1978: 270-271).
Dos inscripciones, una de ellas procedente de Idanha-a-Velha y otra de
Lisboa, testimonian el ala I singularium civium Romanorum en la península
ibérica. García y Bellido considera motivo suficiente dichos testimonios como
para firmar su estancia en las provincias hispanas a mediados del siglo I d. C.
(1961: 138-139). No obstante, Roldán se muestra escéptico ante esta posibilidad,
y opina que nos encontramos ante veteranos asentados con posterioridad al
licenciamiento (1974: 224-225). Esta hipótesis es la que hoy parece más
verosimil (Spaul, 1994: 204-206).
Por lo que se refiere a la cohors I Gallica, los testimonios sobre su presencia
en la Península son mucho más abundantes. Se desconoce la localización
exacta de su campamento, aunque se suele aceptar que durante el siglo II se
situaba en torno a los Montes de León, en las cercanías de Villalís a juzgar por
la concentración de sus testimonios epigráficos en dicha zona, tal y como
señaló en su día A. García y Bellido (1959: 39) y se desprende asimismo de la
reciente recopilación de Spaul (2000: 153-154). La mayor parte de las evidencias
disponibles se datan durante el siglo II, y en ellas se menciona a la unidad por
su nombre completo. Pero se acepta que la cohors I Gallica se encuentra
destacada en la península ibérica desde el periodo julio-claudio (Roldán, 1974:
217). De hecho, el testimonio aparentemente más antiguo de esta unidad de
guarnición hispana en la Península, si bien en este caso aparece su nombre
en forma de abreviatura, parece ser precisamente la lápida hallada hace unos
años en Herrera de Pisuerga, en la a que se menciona a Cornelianus, praefectus
c(ohortis) P(rima) G(allica) e(quitata) c(ivium) r(omanorum), datada
por García y Bellido a comienzos del II (1959: 12).
Las excavaciones desarrolladas en este mismo yacimiento han
proporcionado diversos testimonios que podemos relacionar asimismo con la
cohors I Gallica. En la zona occidental del actual casco urbano de Herrera
se documentan numerosos materiales entre los que se hallan estos de ajuar
metálico correspondientes a una unidad de caballería en el sector denominado
“Asilo” (Illarregui, 1999: 182). Un significativo conjunto monetal que lo
acompaña permite establecer la cronología del yacimiento en un momento
neroniano-flavio (Moreda et alii, 1996). También el estudio de la tipología de
las lucernas aparecidas en este mismo lugar confirma esta atribución
cronológica, que nos sitúa aproximadamente entre los años 60 y 100 d. C.
(Morillo, 1999: 40). Entre dichos restos se encuentra un aplique decorativo
que debemos interpretar como una placa de atalaje equino, un pequeño disco
metálico recortado que presenta en su anverso la inscripción a S Victorini
Firm(i) C(ohors)·I, esto es, “de S. Victorino “el fuerte”, de la I Cohorte” (Morillo
& Fernández Ibáñez, 2002: e. p.).
Asimismo se han recuperado en diversos lugares del yacimiento diversas
marcas sobre cerámica común y material latericio en las que puede leerse CH
y COH (Illarregui, 1999: 183). La marca CO¿H? aparece asimismo sobre la base
de una lucerna de canal de la forma LOESCHCKE IX que publicamos hace
algunos años, donde ya sugeríamos su probable fabricación local (Morillo,
1999: 133-134 y 291, nº 28) También en relación directa con la presencia de
diversas unidades militares auxiliares en Herrera durante la segunda mitad
del siglo I, si bien no estamos en condiciones de precisar si pertenece a los
jinetes adscritos al ala Parthorum o a los de la cohors I Gallica, debemos
mencionar asimismo un grafito inscrito sobre un recipiente de terra sigillata
hispánica en el que puede leerse Flauini equitis (Pérez González, 1996: 9394, fig. 3)
Todos estos datos nos permiten suponer un establecimiento de dicha unidad
en Herrera de Pisuerga entre el 60 y el 100 aproximadamente.
Roldán sitúa la cohors III Gallorum entre las unidades del ejército hispano
partiendo del hallazgos de sendas inscripciones en Arzeu e Itálica. Spaul añade
una tercera inscripción de Sevilla (Spaul, 2000: 161-162). Este autor señala
que pudo estar dislocada en Hispania hasta ser trasladada a su fuerte en
Valkenburg, en la Germania Inferior, en época de Claudio.
La cohors IIII Gallorum es una de las unidades mejor documentadas en
Hispania. Un testimonio de excepcional interés es el conjunto de hitos augustales
que delimitaban sus prata respecto a los de las civitates Baeduniensium y
Luggonum, todos ellos datados en época de Claudio (García y Bellido, 1961:
150-160). La ubicación de sus hitos de demarcación permite situar su
campamento entre las provincias de León y Zamora, en los alrededores de
Castrocalbón. En época de Domiciano se encuentra destacada en Mauretania
Tingitana.
Roldán señala que la cohors IIII Thracum equitata estuvo por un breve
periodo de tiempo en la Península, como testimonian las inscripciones de
Tarraco y Asturica (1974: 223). Este mismo autor señala que tal vez pueda
ponerse en relación con la legio IIII Macedonica, que abandona Hispania en
el 39, ya que un tribuno de dicha legión fue prefecto de la cohorte. García y
Bellido confunde esta unidad con la casi homónima cohors IIII Thracum
Syriaca equitata
Junto a este conjunto de unidades auxiliares de infantería y caballería
atestiguadas por las fuentes epigráficas, las recientes intervenciones
U NIDAD
Y DIVERSIDAD EN EL
A RCO ATLÁNTICO
EN ÉPOCA ROMANA
25
ANGEL MORILLO CERDÁN
arqueológicas han permitido añadir un nuevo cuerpo de caballería, cuya
presencia en la Península era completamente desconocida. Nos referimos al
ala Parthorum, documentada gracias a las marcas sobre material latericio
que recogen su nombre, halladas en niveles de la segunda mitad del siglo I
d. C. del asentamiento militar de Herrera de Pisuerga (Pérez González, 1996:
93). Este cuerpo, adscrito posiblemente a la legio VI victrix, se establece en
época de Nerón en un nuevo recinto ubicado sobre el ya abandonado
campamento de la legio IV Macedonica en Herrera de Pisuerga. Tal vez esta
unidad sea una de las dos alas de caballería de nombre desconocido
mencionadas junto con la Legión VI y 3 cohortes de infantería en la nómina
de tropas que se levanta con Galba contra Nerón12.
Se conocen fuera de la Península dos alas con el étnico Parthorum: el
ala I Augusta Parthorum, ampliamente documentada en Mauretania
Caesariense a partir del 107 d. C., y el ala Parthorum Veterana, que aparece
citada solamente sobre un anillo de plata procedente de la Germania Inferior
(Cichorius, 1893: 1255-1257). Aunque no podemos establecer con precisión
el recorrido del ala antes de su llegada a Hispania, no cabe duda que la unidad
documentada en Herrera de Pisuerga es la misma que marcha a comienzos
del siglo II al norte de Africa, donde aparece en un primer momento con el
simple apelativo de ala Parthorum hasta adquirir el título de Augusta (Pérez
González, 1996: 94-95).
Recientemente se ha dado a conocer un nuevo epígrafe relativo a un jinete
perteneciente a una denominada ala Augusta, que viene a sumarse a otros
dos testimonios relativos a esta unidad auxiliar, todos ellos concentrados en la
zona bajo control de la legio IIII Macedonica (Abásolo & Alcalde, 1996). Dicha
unidad es identificada por Spaul como el ala Augusta Gallorum (Spaul, 2000:
52-54), por lo que debemos plantear la presencia de esta unidad en Hispania
en época julioclaudia.
Movimientos de tropas desde Hispania hacia Galia, Germania y
Britania
1. Legiones hispanas en campamentos germánicos durante el periodo
augusteo-tiberiano: hallazgos numismáticos y movimiento de tropas
Uno de los aspectos de la historia militar de Hispania durante el periodo
julioclaudio que plantea más interrogantes es el paulatino abandono de la
Península por parte de los cuerpos legionarios que habían participado en las
Guerras Cántabras. El momento exacto en que tiene lugar su traslado y el
nuevo lugar de acantonamiento escogido es una información que sólo
conocemos para las dos últimas unidades en abandonar la provincia
Tarraconense. En efecto, sabemos que la legio X gemina es enviada en el año
63 d. C. a Carnuntum, mientras la legio VI victrix permanece como guarnición
única en su campamento de León hasta los sucesos del año 68, cuando
acompaña a Galba a Roma, para, después de diversos avatares, recalar hacia
el 70 en la Germania Inferior.
Por lo que se refiere a la legio IIII Macedonica, aunque no sabemos la
fecha concreta en que es trasladada fuera de la Península, en el año 43 d. C.
la encontramos en su nuevo campamento de Mogontiacum, en la Germania
{12} Suetonio, De Vita Duodecim Caesarum. Galba X, 2.
{13} Geographica III, 4, 20.
{14} Annales IV, 5, 1.
{15} Geographica III, 3, 8.
{16} De esta opinión son Syme (1970: 104-5), Roldán (1974: 183) y Le Roux (1982: 98).
26
I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS
Superior (Esser, 1972: 213), por lo que debemos suponer que es desplazada
hacia las fronteras septentrionales con ocasión de las campañas de Caligula
contra los chattos en el 39 a. C.
Pero si conocemos algunos datos sobre las legiones que compusieron el
núcleo del exercitus hispanicus durante el periodo julioclaudio, mucho más
complejo es reconstruir los movimientos de las unidades que, una vez
terminadas las Guerras Cántabras, fueron abandonando en silencio el teatro
de operaciones para reaparecer años más tarde prestando sus servicios en
diferentes lugares de las fronteras septentrionales.
Todas ellas debieron abandonar la Península en un momento anterior al
periodo tardoaugusteo-tiberiano, a juzgar por el relato de Estrabón, que habla
de tres únicas unidades como guarnición13. Según se desprende de su relato,
al menos en época de Tiberio, las tropas peninsulares se encontraban bajo el
mando de dos legados. Uno de ellos se situaba con dos legiones en el Noroeste
peninsular, mientras una tercera legión, bajo el mando del segundo legado,
estaba ubicada en algún lugar del territorio cántabro. Aunque Estrabón no nos
informa sobre la identidad de cada una de las legiones, los testimonios
arqueológicos no dejan lugar a dudas respecto a la presencia de las legiones
VI victrix y X gemina entre los astures, mientras la IV Macedonica se asentó
en el límite meridional de Cantabria. Esta misma noticia es mencionada
también, aunque con menor detalle, por Tácito, quien refleja la situación en
el año 23 d. C14.
Uno de los aspectos oscuros del relato de Estrabón es el momento en que
se hace efectiva esta reorganización de tropas, puesto que, aunque el
mencionado pasaje alude claramente a los inicios del reinado de Tiberio, en
otro lugar el autor señala que la idea original de esta distribución partió de
Augusto15. La aparente contradicción entre estas dos citas tal vez sea fruto de
una defectuosa corrección de las interpolaciones realizadas por el propio autor
en el año 18 d. C. al texto original, escrito entre el 29 y el 7 a. C. De cualquier
manera persiste la duda sobre el momento en que se puso en práctica esta
redistribución de efectivos, que tal vez se remonta a los años siguientes al final
de la guerra o, por el contrario, corresponde a un momento tardoaugusteo o
tiberiano. Por nuestra parte, siguiendo a la mayoría de los investigadores16, y
partiendo del análisis de los restos arqueológicos disponibles, que parecen
avalar la consolidación de las principales bases militares en este momento,
consideramos que la primera de estas hipótesis es la más verosímil (Morillo,
2002: e. p.). Este hecho supone que en un plazo de 5 a 10 años las legiones I
¿Augusta?, II Augusta, V alaudae y VIIII Hispana habrían abandonado la
Península.
Tradicionalmente se había supuesto que los desplazamientos de tropas
hispanas habrían tenido lugar con ocasión de las necesidades militares en las
fronteras causadas por las derrotas de Lollio, en el 15 a. C., y de Varo, en el 9
d. C., episodios bien conocidos a través de las fuentes literarias.
No obstante los testimonios epigráficos y arqueológicos sobre dichos cuerpos
son muy escasos durante esos años, tanto en Hispania como en la frontera
septentrional. Este hecho no resulta extraño si tenemos en cuenta que los
recintos militares establecidos durante las campañas presentan una
temporalidad muy acusada. Son utilizados durante un breve periodo de tiempo,
por lo que apenas han dejado restos materiales que pudieran servir como base
de la identificación. Por otra parte, la técnica de castramentación aún se
HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS
encuentra en proceso de conformación durante los reinados de Augusto y
Tiberio, por lo que no resulta extraño el empleo de recintos poligonales, más
difíciles de identificar sobre el terreno (Morillo, 2002: e. p.). Por no hablar de
que la epigrafía militar también se encuentra en proceso de definición y no ha
adquirido todavía la estandarización propia de años posteriores.
Tan sólo en los últimos años hemos comenzado a intuir la historia de
dichas unidades gracias a las evidencias numismáticas. Quizá sea este apartado
uno de los más novedosos dentro de la investigación española sobre movimientos
de tropa en época romana. Aunque ya Balil apunta por primera vez la relación
entre los hallazgos de monedas acuñadas en la península ibérica y el traslado
de legiones (Balil, 1974), han sido las recientes investigaciones de Mª P. GarcíaBellido las que han permitido establecer una conexión directa entre los restos
numismáticos y determinados cuerpos legionarios (García-Bellido, 1996; 1996b;
1999; 2000 y 2000b).
Esta investigadora retoma los datos de Schubert (1986), quien había
definido un horizonte de moneda hispánica en el limes renano-danubiano,
ampliándolos y completándolos hasta definir un panorama mucho más rico
y complejo. En dichas provincias fronterizas se documentan monedas de
oro, plata y bronce acuñadas en Hispania. Dejando al margen los metales
preciosos, cuya circulación responde a patrones muy diferente, García-Bellido
se centra en el estudio de la moneda de bronce. A diferencia de la moneda de
oro y plata, la moneda de bronce apenas tiene valor en si misma y no siempre
es aceptada como medio de pago, más aún si tenemos en cuenta que, en esta
época, las acuñaciones de bronce son provinciales, marcadas con nombres de
topónimos de ciudades y pueblos sólo conocidos en su ámbito geográfico más
cercano. La presencia de acuñaciones hispanas en Germania no responde aun
modelo de circulación habitual, y sólo puede estar justificada por la llegada
de tropas procedentes directamente de Hispania, que traen consigo su propia
moneda (García-Bellido, 1996b: 248-249).
Las excavaciones llevadas a cabo durante los últimos años en los
campamentos legionarios del periodo julioclaudio en Hispania muestran un
peculiar panorama monetario, en el que, junto con acuñaciones de Roma,
Nemausus y Lugdunum, así como viejas emisiones ibéricas, predominan
monedas hispanolatinas, principalmente de las ciudades del Valle del Ebro
–Calagurris, Celsa, Caesaraugusta, Bilbilis, Turiaso…–, ciudades que
posiblemente tienen encomendado el suministro de numerario a las unidades
militares desplegadas en la Tarraconense (Morillo & Pérez González, 1990:
459). García-Bellido señala que esta moneda provincial es conocida y aceptada
en cada campamento como medio de cambio, y lógicamente, acompaña a
la tropa cuando se traslada de emplazamiento (1996: 105).
Esta investigadora analiza la presencia de moneda hispana en los
tempranos campamentos augusteos del limes, distinguiéndolas por cecas y
momento de acuñación, y logra establecer dos horizontes cronológicos
distintos, que corresponden a dos territorios diferentes: mientras la moneda
augustea se concentra en los campamentos de la Germania inferior, la moneda
tiberiana se concentra en la Germania Superior, en torno a Mainz. La
interpretación de este segundo horizonte no plantea mayores problemas, ya
que es precisamente en la región de Mainz donde se instala la legio IIII
Macedonica tras su traslado desde Hispania. Los bronces documentados
habrían llegado con las tropas de origen hispano (García-Bellido, 1996b:
249-250). La ausencia de monedas hispanas de Calígula confirmaría que su
desplazamiento hacia Germania habría tenido lugar entre el 37 y el 39 d. C.
(García-Bellido, 2000b: 525).
Mayor interés reviste la moneda de bronce augustea, dispersa por los
campamentos de la línea del Rin-Lippe. El estudio de los hallazgos hispanos
en Oberaden, Haltern, Vetera, Novaesium y Asberg permite definir a esta autora
varios momentos de salida de tropas hispánicas en dirección a la frontera
septentrional e incluso apuntar la posible identidad de las unidades desplazadas.
El horizonte más claro es el que viene avalado por las monedas de Oberaden,
campamento datado entre el 11/10 y el 9/8 a. C. La composición del registro
numismático lleva a este investigadora a proponer la presencia de una unidad
hispana, trasladada desde la zona del Valle del Ebro, en cuyo desplazamiento
habría remontado el Ródano para descender más tarde el Rin. La presencia de
un determinado tipo de contramarca hace que identifique el cuerpo militar
como la legio I Augusta, a la que podríamos tal vez sumar la legio II Augusta
(García-Bellido, 1996b: 251-260; 2000: 129). Dichas legiones, las unidades
que menor número de testimonios epigráficos han dejado en Hispania, serían
las primeras en abandonarla tras las Guerras Cántabras.
Los hallazgos de Haltern (8 a. C.-9 d. C.), Ausciburgium y Novaesium
mostrarían un segundo horizonte de moneda hispana, tal vez ligado a un
nuevo trasvase de tropas posterior al 2 a. C. y anterior al 14 d. C. La procedencia
de estas tropas también sería diferente, en este caso de la zona meridional o
suroeste. Tal vez la legión trasladada en este caso sería la legio V alaudae
(García y Bellido, 2000: 129-130). Las conexiones de Ausciburgium (Asberg)
con el mediodía peninsular parecen confirmadas gracias al hallazgo de una
lucerna de indiscutible procedencia hispana, que debió llegar acompañando
las importaciones de aceite bético o formando parte de la impedimenta de
algún cuerpo militar trasladado a la región renana (Morillo, 1999: 102; GarcíaBellido, 2000: 137).
2. La legio VII gemina: estabilidad y movilidad en el exercitus hispanicus
altoimperial flavio y postflavio
La razón fundamental que explica el natalicio de la legio VII va a ser la
necesidad de Galba, gobernador de la Tarraconensis, de contar con un ejército
en el que apoyar su levantamiento contra Nerón17. Gracias a dos de las lápidas
descubiertas en Villalís18 conocemos la fecha exacta en la que la legio VII recibió
sus insignias, lo que acaeció el 10 de junio del año 68 d. C.19 (García y Bellido,
1966: 34-38). En su primera etapa recibirá el apelativo de galbiana20 en honor
a su fundador, e Hispana, alusivo a su origen21 (Garzetti, 1970: 331-336).
En octubre del mismo año ya está operando en Roma, para posteriormente ser
destinada al limes danubiano. Tras la muerte de Galba toma partido por Otón,
regresando de nuevo a Italia. Con Vitelio retorna brevemente al Danubio, desde
donde apoya a Vespasiano, lo que la llevará a participar en la segunda batalla
de Bedriacum (cerca de la actual Cremona)22, sufriendo tan graves pérdidas
que le fueron asignados efectivos procedentes de otra legión, portando a partir
{17} Entre la abundante bibliografía que hace alusión a la creación e historia de la legio VII podemos citar los trabajos de Ritterling (1925: col. 1630-1641), García y Bellido (1970b:
303-328), Roldán (1974: 201-204), Le Roux (1982: 151-153) o Abascal (1986: 317-328). Recientemente de nuevo Le Roux (2000).
{18} A ellas habría que añadir una tercera, muy fragmentada, procedente de la ciudad de León y dada a conocer por García y Bellido (1970b: 324).
{19} CIL II: 2552 y 2554.
{20} Tácito, Historiae II, 86 y III, 7,10, 21.
{21} Tácito, Historiae I, 6.
{22} En la primera batalla de Bedriacum (primavera del año 69) también participaron algunas vexillationes de la legio VII (Garzetti: 1970: 336).
U NIDAD
Y DIVERSIDAD EN EL
A RCO ATLÁNTICO
EN ÉPOCA ROMANA
27
ANGEL MORILLO CERDÁN
Fig. 5. Planta del campamento de la legio VII gemina en León
(según V. García Marcos)
de este momento el epíteto de gemina (doble, acoplada)23 (Ritterling, 1925:
col. 1630; García y Bellido, 1950: 454; Parker, 1958, 99-100). Posteriormente
es destinada a la Germania Superior, donde sabemos de su presencia por dos
lápidas procedentes de Worms y Basel, ambas fechadas en el 73/74 d. C., así
como la lápida con el diploma militar de Staberius Secundus, donde aparece
ya con los epítetos gemina y felix24. Así mismo se conocen varias tegulae
con su marca en Rheinzabern25 (Ludowici, 1912: 115-116 y 125-127). A pesar
de saber su pertenencia al ejército de la Germania Superior en estos años,
desconocemos el lugar de acantonamiento.
La vuelta a Hispania de la legio VII debió de producirse a finales del año 74
d. C., aunque no va a ser hasta el 79 cuando aparezcan las primeras referencias
a su estancia en sendas inscripciones de Aquae Flaviae y Cornoces (Orense)26.
Ahora bien, como hemos visto, su asiento no será ex novo, sino que ocupa un
recinto que contaba ya con una larga tradición castrense (García Marcos, 1996;
García Marcos & Miguel, 1997; Morillo & García Marcos, 2000: 599-602; García
Marcos, 2002: e. p.; García Marcos & Morillo, 2002: e. p.) (Fig. 5).
García y Bellido, a partir de la aparición de tégulas con el sello legionario
al que le faltaba el apelativo Felix, ganado por la VII gemina durante su estancia
en el Rin antes del 74 d. C., piensa en la posible presencia de una vexillatio de
la legión en León antes de la instalación definitiva del grueso de la misma
{23} Tácito, Historiae III, 22.
{24} CIL VI 3538 y XIII 5033, respectivamente.
{25} CIL XIII 12167, 1-8.
{26} CIL II 2477 y IRG IV 92, respectivamente.
{27} Plinio el Joven, Panegyricum XIV, 2.
28
I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS
en este mismo lugar (García y Bellido, 1970: 589). La presencia de una reducida
guarnición militar en la zona aurífera mientras las legiones hispanas han
abandonado la Península parece una actuación lógica, con vistas a asegurar
el control y el envío regular de los convoyes de oro hacia Roma bien custodiados,
aunque por el momento carecemos de datos para pronunciarnos sobre si dicha
guarnición existió en realidad, si estuvo asentada en León y si estaba adscrita
a la legio VII gemina o a otra unidad (Fernández Ochoa-Morillo, 1999: 72;
Morillo, 2002: e. p.). En favor de esta hipótesis se encontraría además el hecho
de que en ningún momento parece haber un abandono drástico del recinto
leonés, y las estructuras habitacionales correspondientes a la VII se construyen
exactamente encima de las de la VI victrix, respetando la misma alineación,
tal y como han demostrado las recientes excavaciones del sector septentrional
del recinto (García Marcos, 2002: e. p.).
A partir de este momento su base permanente de operaciones a lo largo
de todo el Imperio será León, la cual no abandonará sino en contadas ocasiones.
Como ya hemos apuntado más arriba, los móviles que explican esta elección
geográfica suponen la continuidad de la estrategia militar julioclaudia aplicada
a Hispania. Aunque el beneficio de los recursos mineros, especialmente los
auríferos, había comenzado décadas antes, va a ser a partir del último cuarto
del siglo I d. C. cuando comience su explotación a gran escala (Domergue,
1986: 33; Sánchez-Palencia & Fernández Posse, 1985: 322-324), situación que
hará necesaria la presencia de un importante contingente de tropas, cuya
función sería tanto de construcción, como de vigilancia, mantenimiento y
control de las vías que daban salida al preciado metal, así como la aportación
del apoyo técnico necesario para facilitar la importante infraestructura que
precisaban las explotaciones mineras y su administración (Fernández Posse
& Sánchez-Palencia, 1988: 152-176 y 218-222; Morillo, 2002: e. p.). La
importancia que la administración romana otorgaba a la explotación de los
recursos auríferos se plasmó en la creación de la Vía XVIII en época flavia,
también conocida como Via Nova (Tranoy, 1981: 215), en cuyo trazado es
seguro que participarían contingentes de la legión.
Una vez establecida en su campamento permanente de León, la legio VII
participará, aunque de forma muy puntual, en diversos acontecimientos bélicos,
cuando las necesidades del Imperio así lo requerían. Tropas de la misma
debieron partir de la Tarraconense para sofocar la invasión de los mauri en
el sur de la Península hacia el 170 d. C. El hallazgo de material latericio firmado
lleva a García y Bellido a plantear una base de operaciones en Italica (García
y Bellido, 1950: 464; 1979: 22).
Aunque tradicionalmente se ha mantenido que la legio VII gemina fue
una legión estable, adscrita a Hispania como guarnición estable, y de espaldas
a la política militar imperial, la epigrafía y la arqueología permiten constatar
asimismo la participación de la legión en campos de batalla extrapeninsulares.
Durante el reinado de Domiciano y bajo las órdenes de su legado M. Ulpius
Traianus, el futuro emperador, una parte de la legión opera en Germania
durante la revuelta de Saturninus (88/89 d. C.)27, aunque más que intervenir
directamente en la lucha debió de ejercer como tropa de retaguardia (Roldán,
1974: 204; Abascal, 1986: 319). Su actuación durante las campañas dácicas
de Trajano parece ser también segura, tal y como parecen atestiguar varias
tegulae con el sello de la legión halladas en Porolissum (Gudea, 1978: 65-75;
Le Roux, 1981: 119-200; Abascal: 1986: 319-322). Tal vez su experiencia con
HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS
las explotaciones auríferas hispanas fue el motivo de su participación en la
conquista de un territorio que era preciso prospectar y cuya explotación minera
era necesario planificar. Con Adriano una de sus vexillationes interviene en
Britania en el año 119, tal y como apunta un epígrafe hallado en Ferentinum28
(Roldán, 1974: 203; Garzón Blanco, 1993: 435-436).
Se constata asimismo la presencia de tropas de la legio VII en el norte de
Africa. Evidencias epigráficas de la misma se conocen en Lambaesis,
Thamugadi y Carthago, especialmente en este último yacimiento,
campamento base de la legio III Augusta (García y Bellido, 1950: 463-464;
Balil, 1954: 7; Cagnat, 1975: 112-114; Palao, 1998: 169-171). Entre ellas
destacan las tégulas firmadas por la legión. Su misión habría sido posiblemente
reforzar a esta última unidad posiblemente durante el reinado de Adriano y
los inicios del de Antonino Pío, momento de una situación compleja en la
región (Palao, 1998: 168).
Hacia el año 200 debió recibir el título de Pía por su apoyo a Septimio
Severo, si bien no parece jugar un papel destacado durante los acontecimientos
que llevaron a este emperador a alzarse con el trono (García y Bellido, 1950:
455; Fernández Aller, 1983: 168-169).
3. Unidades auxiliares de origen hispano desplazadas a las fronteras
septentrionales
Ya hemos apuntado más arriba que una de las principales funciones
encomendadas al exercitus hispanicus, especialmente durante el periodo
julioclaudio, fue el levantamiento de levas y la correspondiente instrucción
de los reclutas que debían más tarde ser enviados a los principales teatros de
operaciones militares del Imperio. Dicha política continúa durante las décadas
siguientes (Fig. 6). La rapidez con la que estas unidades se trasladan hacia
sus destinos a lo largo de las fronteras más vulnerables determina que
prácticamente carezcamos de información sobre las mismas en territorio
peninsular, donde apenas han dejado testimonios. Por otra parte, su extrema
movilidad hace muy difícil rastrear su paso desde un punto de vista
arqueológico.
No obstante, los testimonios epigráficos ha permitido identificar más de
un centenar de unidades auxiliares de origen hispano dispersas todo por el
Imperio. La nómina de las mismas aparece recogida en repertorios y estudios
Fig. 6. Pueblos de Hispania donde se realizaron levas para las tropas
auxiliares del ejército romano imperial (según A. García y Bellido)
de carácter general (Cheesman, 1914; Balil, 1956; Roldán, 1974: passim; Le
Roux, 1982: 93-96; Spaul, 1994 y 2000). A juzgar por la denominación de
los diferentes cuerpos, astures, cántabros, lusitanos, galaicos y, en menos medida,
vettones y várdulos, parecen ser los pueblos sobre los que se centró el
reclutamiento, varios miles de hombres a lo largo de varios siglos.
Evidentemente no podemos recoger aquí la información disponible sobre
la cronología, procedencia, acantonamientos y traslados de dichas unidades,
para lo cual remitimos a los repertorios mencionados. Recogemos a
continuación la nómina de auxilia hispanos desplegados en las fronteras
britanas y germanoréticas:
– Britannia: ala II Asturum, ala I Hispanorum Asturum, ala Vettonum,
cohors I Hispanorum, cohors I Fida Vardullorum, cohors I Asturum, cohors
II Asturum, cohors III Bracaraugustanorum, cohors I Celtiberorum, cohors
II Vasconum
– Germania: ala I Hispanorum, ala I Asturum, ala I Hispanorum
Auriana, cohors Asturum et Callaecorum, cohors I Asturum equitata,
cohors II Hispanorum equitata, cohors III Hispanorum, cohors I Ligurum
et Hispanorum civium Romanorum, cohors II Asturum equitata, cohors
V Asturum, cohors VI asturum, cohors I Flavia Hispanorum equitata,
cohors I Lucensium Hispanorum, cohors V Bracaraugustanorum, cohors
III Lusitanorum, cohors V Hispanorum equitata, cohors I Fida Vardullorum,
cohors II Hispana Vasconum civium romanorum.
– Noricum y Raetia: ala I Hispanorum Auriana, cohors I Asturum,
cohors III Bacaraugustanorum, cohors V Bracaraugustanorum, cohors VI
Lusitanorum,
Habida cuenta de la amplitud y complejidad que encierra la reconstrucción de la historia concreta de cada una de estas unidades, el progreso
en el conocimiento es lento y se apoya en los nuevos testimonios arqueológicos
y epigráficos que se van conociendo. Entre estos destaca el hallazgo de una
inscripción sepulcral datada a finales del siglo I o comienzos del II y
reutilizada en la obra de la muralla tetrárquica de Gijón, en la que se
menciona un individuo perteneciente a la gens cilurnigorum, grupo étnico
que debemos situar en la región costera central de Asturias (Fernández Ochoa
& Pérez Fernández, 1990; Fernández Ochoa & Morillo, 1997). La semejanza
entre el nombre étnico y el topónimo Cilurnum, nombre romano del actual
Chesters, uno de los fuertes que protege el Muro de Adriano, donde se encuentra
dislocada el ala II Asturum a partir del 185/181 d. C., plantea la posibilidad
de que fueran los propios componentes de la unidad auxiliar, los cilurnigos,
los que hubieran dado nombre a su lugar de acantonamiento. No obstante,
esta sugerente hipótesis supone admitir que la tropa que formaba la unidad
seguía manteniendo la memoria de la denominación etnica original a la
que pertenecieron los primeros soldados, sus más que posibles antepasados,
más de 150 años después de su reclutamiento en la zona costera asturiana.
Entre los nuevos datos arqueológicos, aún por analizar convenientemente
se cuenta el hallazgo de un importantísimo conjunto de monedas de imitación
de Claudio I acuñadas con bastante seguridad en la península ibérica, y halladas
en varios yacimientos de la Bretaña francesa (Besombes & Barrandon, 2000),
que bien pudieron haber llegado en manos de cuerpos auxiliares formados en
Hispania y destinados a las campañas de conquista de Britania, que dejaron a
su paso este testimonio.
{28} CIL X: 5829.
U NIDAD
Y DIVERSIDAD EN EL
A RCO ATLÁNTICO
EN ÉPOCA ROMANA
29
ANGEL MORILLO CERDÁN
Los movimientos militares interiores en las provincias hispanas
En este último apartado queremos ocuparnos brevemente de los
movimientos de tropa en el interior de las provincias hispanas. Y no nos
referimos a las actuaciones militares propiamente dichas, como los episodios
de la Guerra Civil del 68/69, o la invasión de los mauri del 170 d. C., por
otra parte documentadas a través de los relatos literarios. Nuestra intención es
centrarnos en las novedades conocidas sobre los movimientos militares en
tiempo de paz, esto es, las labores encomendadas al ejército. Dejaremos
asimismo al margen labores específicamente militares, como el reclutamiento
y el control y supervisión policial, así como las labores de escolta de determinados
personajes públicos y de los envíos de oro hacia Roma.
La política militar augustea puesta en práctica tras la conquista de los
pueblos septentrionales, fue mucho más allá de la creación de una serie de
bases fijas para el ejército. En realidad, parece formar parte de una estrategia
mucho más amplia, en la que la administración romana recurre a las fuerzas
militares para introducir su poder en áreas periféricas, allí donde todavía no
ha tomado cuerpo la organización civil. El ejército suministra cuadros de
ingenieros, arquitectos y administradores perfectamente instruidos, que
sustituyen donde es necesario a los funcionarios civiles (Morillo, 1996: 80).
Las evidencias epigráficas muestran que las tres legiones destacadas entre los
pueblos septentrionales durante el periodo julioclaudio - IV Macedonica, VI
victrix y X gemina-, extienden su radio de acción por toda la mitad septentrional
de la Península, e incluso, hacia otras provincias próximas como la Lusitania,
participando activamente en la profunda reorganización acometida por el
estado en estas regiones entre el final de la guerra y el cambio de Era (Morillo,
2002: e. p.). Se constata la actuación conjunta de las tres legiones en la
realización de diversas obras de infraestructura viaria de la Tarraconense
oriental y central, tales como el puente de Martorell (Fabré et alii, 1984),
asociado a la Vía Augusta, o en la importante vía que enlaza la costa vasca con
el Valle del Ebro (Oiasso-Caesaraugusta), concretamente en el tramo de la
misma denominado “Vía de las Cinco Villas”, ubicado en el límite entre las
provincias de Navarra y Zaragoza. En esta comarca se han recogido varios
miliarios dedicados por los tres cuerpos militares (Beltrán, 1969/70: 99-100;
Castillo, 1981; Castillo et alii, 1981: 17 y 21, nº 1 y 2; Aguarod-Lostal, 1982: nº
1, 5 y 7). A juzgar por la cronología expresada por alguno de estos testimonios,
destacamentos de las legiones estarían ocupados en la construcción de la vía
en fechas tan tempranas como la última década del siglo I a. C.
La realización de estos trabajos de infraestructura requería sin duda la
presencia de dislocamientos militares o vexillationes en aquellos lugares donde
fuera necesario. Tal vez debamos interpretar en este sentido las lápidas de
soldados de la legio IIII y de la legio VI halladas respectivamente en Vareia y
Calagurris, en la Rioja (Espinosa, 1986: 24-26, nº 6 y 40-41, nº 20).
La continuidad de esta política de construcción y adecuación viaria por
parte de la legio VII gemina a partir de su instalación el 74 d. C., concentrada,
eso si, en el cuadrante noroeste peninsular, se puede segur perfectamente a
partir de las evidencias epigráficas de todo tipo (Roldán, 1974; Le Roux, 1982:
passim).
Por otra parte la labor que la legio VII gemina llevó a cabo en territorio
astur y galaico de cara a la explotación minera también parece continuar una
labor iniciada por las legiones augusteas en otros ámbitos. Las últimas
investigaciones están poniendo de manifiesto el importante papel desempeñado
30
I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS
por el ejército en la explotación de los recursos mineros de la Lusitania,
fundamentalmente el plomo, actividad dirigida probablemente desde la capital,
Emerita Augusta, cuya fundación por veteranos de las Guerras Cántabras no
parece ser ajena a una finalidad económica. La actuación de las tropas romanas
arranca al menos de la última fase de la guerra contra los cántabros y astures,
a juzgar por las menciones específicas recientemente descubiertas referentes
a Agripa, comandante en jefe del ejército durante el año 19 a. C. Nos referimos
en concreto a varios lingotes de plomo hispano hallados en el pecio de
Comacchio (Italia), en los que Mª P. García-Bellido ha creído identificar la
abreviatura de las legiones I, IV Macedónica y X Gémina junto con el ya citado
nombre de Agripa, lo que le lleva a esta autora a suponer la actuación en la
zona de La Serena de varias vexillationes mixtas, constituidas por miembros
de varias unidades, dedicadas a la explotación del plomo (García-Bellido, 199495). La autora relaciona asimismo la presencia militar con una serie de recintostorre de complicada interpretación (Ortiz Romero, 1995). Por nuestra parte
ya hace algunos años habíamos señalado la existencia de indicios inequívocos
de presencia militar augustea vinculada a la explotación minera en la vecina
región de Beja, en el Alemtejo portugués. Nos referimos en concreto a la
presencia de lucernas del tipo Vogelkopflampe en varios yacimientos muy
próximos entre sí (Morillo, 1992: 59). Dentro de este contexto, no debemos
olvidar el importante papel desempeñado por M. Agrippa en relación con la
colonia de Emerita Augusta (Roddaz, 1993: 118-123), que avala a nuestro
juicio un interés directo del yerno de Augusto por la región.
Hispania, a pesar de convertirse a comienzos del reinado de Augusto en
una región pacificada, en la que se van sucediendo las unidades de guarnición,
no permanece de espaldas a la política militar desarrollada por el estado
romano. Más bien se convierte en una pieza clave dentro del diseño estratégico
militar, donde se ensaya por primera vez el esquema de frontera que más tarde
se va a aplicar en los limites septentrionales, y actúa como acantonamiento
de tropas de refuerzo en retaguardia para hacer frente a contingencias
inesperadas, vivero de reclutas para cubrir las bajas en los cuerpos constituidos
y, en definitiva, las necesidades de soldados para mantener operativo el dispositivo
militar. El conocimiento de los movimientos de tropa entre la península ibérica
y el resto de las provincias permite vislumbrar el engarce de las provincias
hispanas dentro de este complejo operativo. A través de los testimonios epigráficos
y arqueológicos vamos ampliando día a día los datos disponibles para reconstruir
la historia particular de cada unidad de tropa, aunque siguen existiendo
numerosas incógnitas, derivadas tanto del silencio de las fuentes como de
problemas de método al acometer su estudio.
Especialmente fuertes son las relaciones militares existentes entre Hispania
y las fronteras septentrionales, Germania y Britania especialmente. Durante
todo el Imperio los cuerpos de tropa destacados o reclutados en Hispania son
enviados sistemáticamente hacia el norte para ayudar o complementar los
ejércitos fronterizos. Los cambios en la política militar hispana obedecen a los
acontecimientos en los limites (campañas de Calígula y Claudio, conquistas
de Britannia y Dacia, sublevación de Civilis...) y a crisis del propio Estado
romano (guerras civiles). Los territorios circunatlánticos parecen constituir
de alguna manera unidad dentro del esquema militar romano, si bien dicha
regionalización geoestratégica sólo cuaja a partir de mediados del siglo III
(Fernández Ochoa & Morillo, 1999: 102-106).
HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS
BIBLIOGRAFÍA
ABASCAL, J. M. (1986): “La Legio VII Gemina. Balance de la investigación y
perspectivas”, I Congreso Internacional Astorga Romana I, Astorga, 317328.
ABÁSOLO, J. A. y ALCALDE, G. (1996): “ Obbellegino en Cantabria”, III Congreso
de Historia de Palencia, I, Palencia, 303-314.
AGUAROD, C. y LOSTAL, J. (1982): “La vía romana de las Cinco Villas”,
Caesaraugusta 55-56, 167-218
ALONSO SÁNCHEZ, A. y CRESPO ORTÍZ DE ZARATE, S. (1992): “Contactos y relaciones
entre las provincias de Germania e Hispania durante el Alto Imperio
romano”, Hispania Antigua XVI, 171-187.
ARCE, J. (1979): Caesaraugusta, ciudad romana, Zaragoza.
BALIL, A. (1951): “Alae” y “cohortes” astures en el ejército romano”, Libro
Homenaje al Conde de la Vega del Sella, Oviedo, 299-313.
BALIL, A. (1954): “Tres aspectos de las relaciones hispano-africanas en época
romana”, I Congreso Arqueológico del Marruecos español, Tetuán, 387404.
BALIL, A. (1974): “Moneda hispánica en la zona Rin-Danubio”, Conimbriga
13, 63-74.
BELTRAN LLORIS, M. (1969/70): “Notas arqueológicas sobre Gallur y la comarca
de las Cinco Villas”, Caesaraugusta 33-34, 89-117.
BELTRÁN LLORIS, M. (1983): Los orígenes de Zaragoza y la época de Augusto,
Zaragoza.
BELTRÁN LLORIS, M. y FATÁS, G. (1998): Caesar Augusta, ciudad romana, Historia
de Zaragoza, II, Zaragoza
BENSEDDIK, N. (1977): Les troupes auxiliaires de l’armée romaine en
Maurétanie Césarienne, Alger.
BÉRARD, F. (1994): “Bretagne, Germanie, Danube: mouvements de troupes et
priorités stratégiques sous le régne de Domitien”, Pallas 40 (Les Anées
Domitien), 221-240.
BESOMBRES, P-A. y BARRANDON, J-N. (2000): “Nouvelles propositions de classement
des monnaies de “bronze” de Claude Ier”, Revue Numismatique 155,
161-188.
BIRLEY, E. (1978): “Alae named after their commanders”, Ancient Society 9,
270-271.
CAGNAT, R. (1975): L’armée romaine d’Afrique et l’occupation militaire de
l’Afrique sous les empereurs, New York (reim. Ed. 1913).
CASTILLO, C. (1981): “Un nuevo documento de la “Legio IV Macedónica” en
Hispania”, Primera Reunión Gallega de Estudios Clásicos, Santiago de
Compostela, 134-140.
CASTILLO, C., GOMEZ-PANTOJA, J. y MAULEON, Mª D. (1981): Inscripciones romanas
del Museo de Navarra, Pamplona.
CHEESMAN, G. L. (1914): The Auxilia of the Roman Imperial Army, Oxford.
CHRISTOL, M. y LE ROUX, P. (1985): “L’aile Tauriana Torquata et les relations
militaires de l’Hispania et de la Maurétanie Tingitane entre Claude et
Domitien”, Antiquites Africaines 21, 15-33.
CICHORIUS, C. (1893): “Ala”, RE I, 1.
CICHORIUS, C. (1900): “Cohors”, RE IV, 1.
DOMERGUE, C. (1986): “Dix-huit ans de recherche (1968-1986) sur les mines
d’or romaines du nord-ouest de la Péninsule Ibérique”, I Congreso
Internacional Astorga Romana II, Astorga, 7-101.
DOMERGUE, C. y SILLIERES, C. (1977): Minas de oro romanas de la provincia
de León I, Excavaciones Arqueológicas en España, 1973, Madrid.
ESPINOSA, U. (1986): Epigrafía romana de la Rioja, Logroño.
ESSER, K. H. (1972): “Mogontiacum”, Bonner Jahrbücher 172, 212-227.
FABRE, G., MAYER, M. y RODA, I. (1984): “A propos du Pont de Martorell: la
participation de l’armée a l’aménagement ruotier de la Tarraconnaise
orientale sous Auguste”, Epigraphie Hispanique, Paris, 282-289.
FERNÁNDEZ ALLER, Mª C. (1983): “Epítetos latinos en torno a la legio VII”, Estudios
Humanísticos 5, 157-169.
FERNÁNDEZ OCHOA, C. (1995): “Conquista y romanización de los astures”,
Catálogo de la Exposición Astures, Gijón, 89-97.
FERNÁNDEZ OCHOA, C. y MORILLO, A. (1997): “Cilurnum (Chesters) and ala II
Asturum. A new epigraphic document relating to the Spanis origin of a
military toponymn in Britannia”, Roman Frontier Studies 1995
(Proceedings ot the XVIth International Congress of Roman Frontier
Studies, Kerkrade, 1995), Oxbow Monograph 91, Oxford, 339-342
FERNÁNDEZ OCHOA, C. y MORILLO, A. (1999): La Tierra de los Astures. Nuevas
perspectivas sobre la implantación romana en la antigua Asturia,
Gijón.
FERNÁNDEZ OCHOA, C. y PÉREZ FERNÁNDEZ, D. (1990): “Inscripción romana hallada
en la muralla de Gijón. Una nueva “gens” entre los astures
transmontanos”, Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la
Universidad Autónoma de Madrid 17, 255-266.
FERNÁNDEZ-POSSE, M. D. y SÁNCHEZ-PALENCIA, J. (1988): La Corona y el Castro
de Corporales II. Campaña de 1983 y prospecciones en La Valdería
y La Cabrera, Excavaciones Arqueológicas en España 153, Madrid.
GARCÍA Y BELLIDO, A. (1950): “La Legio VII Gemina Pia Felix y los orígenes de
la ciudad de León”, BRAH 227, 449-479.
GARCÍA Y BELLIDO, A. (1957): “Alas y cohortes españolas en el ejército auxiliar
romano de época imperial”, Revista de Historia Militar 1, 23-49.
GARCÍA Y BELLIDO, A. (1959): “Cohors I Gallica Equitata Civium Romanorum”,
Conimbriga 1, 29-40.
GARCÍA Y BELLIDO, A. (1961): “El “Exercitus Hispanicus” desde Augusto a
Vespasiano”, AEspA 34, 114-160.
GARCIA Y BELLIDO, A. (1966b): “Nuevos documentos militares de la Hispania
romana”, AEspA 39-24-40.
GARCÍA Y BELLIDO, A. (1970): “Estudios sobre la legio VII Gemina y su
campamento en León”, Legio VII Gemina, León, 569-599.
GARCÍA Y BELLIDO, A. (1970b): “Nacimiento de la Legio VII Gemina”, Legio VII
Gemina, León, 303-330.
GARCÍA Y BELLIDO, A. (1976): “El ejército romano en Hispania”, AEspA 49, 59101.
GARCÍA Y BELLIDO, A. (1979): Colonia Aelia Augusta Italica, Madrid.
GARCÍA-BELLIDO, Mª P. (1994-95): “Las torres-recinto y la explotación militar
del plomo en Extremadura: los lingotes del pecio de Comacchio”, Anas
7-8, 187-218.
GARCÍA-BELLIDO, Mª P. (1996): “La moneda y los campamentos militares”,
Coloquio Internacional de Arqueología: los finisterres atlánticos en la
antigüedad (época prerromana y romana), Gijón, 103-112.
GARCÍA-BELLIDO, Mª P. (1996b): “Las monedas hispánicas de los campamentos
del Lippe ¿Legio Prima (antes Augusta) en Oberaden”, Boreas 19, 247260.
GARCÍA-BELLIDO, Mª P. (1999): “Los resellos militares en moneda como indicio
de movimiento de tropas”, Rutas, ciudades y moneda en Hispania,
Anejos AEspA XX, Madrid, 55-70.
GARCÍA-BELLIDO, Mª P. (2000): “The historical relevance of secondary material.
The case of Augustan Spanish coins in German castra”, en Wiegels, R.
(ed.) Die Fundmünzen von Kalkriese und die frühkaiserzeitliche
Münzprägung, Osnabrücker Forschungen zu Altertum und Antike
Rezeption 3, Möhnesse, 121-138.
U NIDAD
Y DIVERSIDAD EN EL
A RCO ATLÁNTICO
EN ÉPOCA ROMANA
31
ANGEL MORILLO CERDÁN
GARCÍA-BELLIDO, M.ª P. (2000b): “Troop Movements and Numismatics: Spanish
Legions in German Camps”, XII Internationaler Kongress. Berlin 1997.
Akten, Berlin, 524-529.
GARCÍA MARCOS, V. (1996): “La romanización urbana: Asturica Augusta y la
implantación romana en León”, ArqueoLeón. Historia de León a través
de la arqueología, León, 69-81.
GARCÍA MARCOS, V. (2002): “Los campamentos romanos de León”, en A. Morillo
(ed.), I Congreso de Arqueología Militar Romana en Hispania (Segovia,
1998), Anejos de Gladius, Madrid (en prensa).
GARCÍA MARCOS, V. y MIGUEL, F. (1996): “A new view on the military occupation
in the North-West of Hispania during the First Century: the case of León”,
Proccedings of the XVI International Congress of Roman Frontier
Studies, Oxbow Monograph 91, 355-360.
GARCÍA MARCOS, V. y MORILLO, A. (2000/01): “El campamento de la legio VII
gemina en León. Novedades sobre su planta y sistema defensivo”, Lancia
4 (en prensa).
GARCIA MARCOS, V. y MORILLO, A. (2002): “The legionary fortress of VI Victrix at
León (Spain). The new evidence”, XVIII Congress of Roman Frontier
Studies, Amman, 2000 (en prensa).
GARZETTI, A. (1970): “Legio VII Hisp(ana)”, Legio VII Gemina, León, 331-336.
GARZÓN BLANCO, J. A. (1993): “La destrucción de la legio IX Hispana y la
intervención de la legio VII gemina en Britannia en tiempos de Adriano”,
Actas I Coloquio de Historia Antigua de Andalucía (1988) Córdoba,
433-442.
GIL FARRÉS, O. (1946): “La ceca de la colonia Augusta Emerita”, AEspA 19, 209248.
GÓMEZ-PANTOJA, J. (2000): “Legio X gemina”, IIe Congrés de Lyon sur l’armée
romaine. Les légions de Rome sous le Haut Empire (1998), Lyon, 169-190.
GÓMEZ-PANTOJA, J. (2000b): “Legio IIII Macedonica”, IIe Congrés de Lyon sur
l’armée romaine. Les légions de Rome sous le Haut Empire (1998),
Lyon, 105-117.
GUDEA, N. (1976): “Descoperiri archeologice si epigrafice mai vechi sau mai
noi Porolissum”, Acta Musei Porolissensis II, 65-75.
ILARREGUI, E. (1999): “La legio IIII Macedonica a través de los materiales
arqueológicos”, Regio Cantabrorum, Santander, 179-183.
KEPPIE, L. (1984): The making of the Roman Imperial Army, London.
LE BOHEC, Y. y WOLFF, C. (eds.) (2000): Les légions de Rome sous le HautEmpire, Actes du IIe Congrés de Lyon sur l’armée romaine, Lyon.
LE ROUX, P. (1972): “Recherches sur les centurions de la legio VII gemina”,
Melanges Casa de Velázquez VIII, 89-147.
LE ROUX, P. (1981): “Inscriptions militaires et déplacements de troupes dans
l’Empire romain”, ZPE 43, 119-200.
LE ROUX, P. (1982): L’armée romaine et l’organisation des provinces ibériques
d’Auguste a l’invasion de 409, Paris.
LE ROUX, P. (2000): “Legio VII Gemina (pia) felix”, IIe Congrés de Lyon sur
l’armée romaine. Les légions de Rome sous le Haut Empire (1998),
Lyon, 384-396.
LUDOWICI, W. (1912): ““Truppenziegeleien in Rheinzabern und leg. VII gemina
am Rhein”, Römische Ziegelgräber. Katalog IV meiner Ausgrabungen
in Rheinzabern 1908-1912, München, 115-116 y 125-127.
MOREDA, J., MARTÍN SERNA, M. y HERREROS, M. (1996): “Hallazgos monetarios
en Herrera de Pisuerga (Palencia), Actas III Congreso de Historia de
Palencia. I. Prehistoria, Arqueología e Historia Antigua (1995), Palencia,
241-290.
MORILLO, A. (1991): “Fortificaciones campamentales de época romana en
España”, AEspA 64, 135-190.
32
I. H OMBRES , TERRITORIOS Y FRONTERAS
MORILLO, A. (1992): Cerámica romana en Herrera de Pisuerga (Palencia,
España): las lucernas, Universidad Internacional SEK, Santiago de
Chile.
MORILLO, A. (1996): “Campamentos romanos en la Meseta Norte y el Noroeste:
¿un limes sin frontera?”, Coloquio Internacional de Arqueología: los
finisterres atlánticos en la antigüedad (época prerromana y romana),
Gijón, 77-84.
MORILLO, A. (1999): Lucernas romanas en la región septentrional de la
Península ibérica. Contribución al conocimiento de la implantación
romana en Hispania, Monographies Instrumentum 8, Montagnac.
MORILLO, A. (2000): “La legio IIII Macedonica en la península ibérica. El
campamento de Herrera de Pisuerga (Palencia), IIe Congrés de Lyon sur
l’armée romaine. Les légions de Rome sous le Haut Empire (1998),
Lyon, 609-624.
MORILLO, A. (2000b): “Neue Forschungen zu römischen Lagern der iulischclaudischen Zeit in Nordspanien”, Bonner Jahrbücher 200 (en prensa).
MORILLO, A. (2002): “Conquista y estrategia: el ejército romano durante el
periodo augusteo y julio-claudio en la región septentrional de la península
ibérica”, en A. Morillo (ed.), I Congreso de Arqueología Militar Romana
en Hispania (Segovia, 1998), Anejos de Gladius, Madrid (en prensa).
M ORILLO , A. y F ERNÁNDEZ I BÁÑEZ , C. (2002): “Un aplique decorativo con
inscripcion militar procedente de Herrera de Pisuerga (Palencia,
España)”, Journal of Roman Military Equipment 11 (XIII
International Roman Military Equipment Conference, WindishBrugg, 2001) (en prensa).
MORILLO, A. y GARCÍA MARCOS, V. (2000): “Nuevos testimonios acerca de las
legiones VI Victrix y X Gemina en la región septentrional de la Península
ibérica”, Deuxième congrès de Lyon sur l’armée romaine: Les legions
de Rome sous le Haut-Empire (1998), Lyon, 589-607.
MORILLO, A. y GARCÍA MARCOS, V. (2001): “Producciones cerámicas militares de
época augusteo-tiberiana en Hispania”, Rei Cretariae Romanae Fautores.
Acta 37 (Lyon, 2000), Abingdon, 147-156.
MORILLO, A. y PÉREZ GONZÁLEZ, C. (1990): “Hallazgos monetarios de Herrera de
Pisuerga en colecciones privadas”, Actas II Congreso de Historia de
Palencia I. Prehistoria, Arqueología e Historia Antigua (1989)
Palencia,443-461.
ORTIZ ROMERO, R. (1995): “De recintos, torres y fortines: usos y abusos”,
Homenaje a la Dra. Milagros Gil-Mascarel, Extremadura Arqueológica
V, 189-191.
PALAO VICENTE, J. J. (1998): “Sobre el envío de tropas de la legio VII gemina al
limes africano”, Stvdia Histórica. Historia Antigua 16, 149-172.
PARKER, H. M. D. (1958): The Roman Legions, Cambridge.
PÉREZ GONZÁLEZ, C. (1989): Cerámica romana de Herrera de Pisuerga
(Palencia, España): la terra sigillata, Santiago de Chile.
PÉREZ GONZÁLEZ, C. (1996): “Asentamientos militares de Herrera de Pisuerga”,
Coloquio Internacional de Arqueología: los finisterres atlánticos en la
antigüedad (época prerromana y romana), Gijón, 91-102.
RITTERLING, E. (1925): “Legio”, RE XII, 2.
RODDAZ, J. M. (1993): “Agripa y la peninsula ibérica”, Anas 6, 111-126.
RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, J. (2001): Historia de las legiones romanas, Madrid.
ROLDÁN, J. M. (1974): Hispania y el ejército romano, Salamanca.
ROLDÁN, J. M. (1976): “El ejército romano y la romanización de la Península
ibérica”, Historia Antigua VI, 125-145.
RPC (1992), BURNETT, A., AMANDRY, M. y RIPOLLÉS, P. P.: Roman Provincial
Coinage I. From the death of Caesar to the death of Vitellius (44 BCAD 69), London-Paris.
HISPANIA EN LA ESTRATEGIA MILITAR DEL ALTO IMPERIO: MOVIMENTOS DE TROPAS EN EL ARCO ATLÁNTICO A TRAVÉS DE LOS TESTIMONIOS ARQUEOLÓGICOS
SÁNCHEZ-PALENCIA, J. (1986): “El campamento romano de Valdemeda,
Manzaneda: ocupación militar y explotación aurífera en el Noroeste
peninsular”, Numantia II, 227-231.
SÁNCHEZ-PALENCIA, F. J. y FERNANDEZ-POSSE, M.D. (1985), La Corona y el Castro
de Corporales I. Truchas (León), Campañas de 1978 a 1981,
Excavaciones Arqueológicas en España 131, Madrid.
SÁNCHEZ-PALENCIA, J. y PÉREZ GARCÍA, L. C. (1983): “Las explotaciones auríferas
y la ocupación romana del Noroeste de la Península ibérica”, II Seminario
de Arqueología del Noroeste, Madrid, 225-246.
SCHUBERT, H. (1986): “Beobachtungen zum frührömischen Münzumlauf am
Obergermanisch.rätischen Limes”, X CIN, London, 253-261.
SCHULTEN, A. (1943): Los Cántabros y Astures y su guerra contra Roma,
Madrid.
SOLANA, J. M. (1981): Los Cántabros y la ciudad de Iuliobriga, Santander.
SPAUL, J. (1994): Ala-2. The auxiliary cavalry Units of the Pre-Diocletian
Imperial Roman Army, Andover.
SPAUL, J. (2000): Cohors. The evidence for a short history of the auxiliary
infantry units of the Imperial Roman Army, BAR Int. series 841,
Oxford.
SYME, R. (1933): “Some notes on the legions under Augustus”, JRS 23, 14-29.
SYME, R. (1970): “The conquest of North-West Spain”, Legio VII Gemina, León,
79-101.
TRANOY, A. (1981): La Galice Romaine. Recherches sur le nord-ouest de la
péninsule ibérique dans l’Antiquité, Paris.
VIVES, A. (1926): La moneda Hispanica, Madrid.
WEBSTER, G. (1969): The roman Imperial Army, London.
U NIDAD
Y DIVERSIDAD EN EL
A RCO ATLÁNTICO
EN ÉPOCA ROMANA
33
Descargar