Los estereotipos de género en el Derecho y su impacto en la pobreza

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Los estereotipos de género en el Derecho
y su impacto en la pobreza de las mujeres en América latina
Aline RIVERA MALDONADO
Doctoranda en Derecho Público,
y derechos humanos
Université Paris X-Nanterre La Défense, France
Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, España.
Históricamente, una gran parte de las normas y prácticas jurídicas en América Latina se han
construido sobre la base de un determinismo biológico, es decir, la teoría que defiende que las
diferencias sexuales existentes entre los seres humanos son innatas o definidas por naturaleza (V.
Delphy). Partiendo de este supuesto, se ha categorizado a la humanidad en grupos, atribuyéndoles
características y roles específicos a partir de los cuales se les ha reconocido o negado derechos.
Como resultado de esta construcción social, una de las divisiones que persiste y ha penetrado el
Derecho es la establecida entre mujeres y hombres. Tanto las normas sociales como las jurídicas
han tratado continuamente de definir la condición femenina y la masculina, estableciendo patrones e
ideas que se han presentado como inmutables, sobre lo que significa ser un hombre o una mujer en
una sociedad determinada. Estas ideas, construidas a priori sobre lo femenino y lo masculino, son
llamadas estereotipos de género, los cuales se vuelven negativos cuando dicha clasificación entraña
una jerarquización intrínseca entre los sexos y devela conceptos de inferioridad o de subordinación
(V. Cook y Cusack y art. 5 de la CEDAW), ocasionando discriminación, exclusión y desigualdad.
La mayoría de los estereotipos dominantes sobre lo femenino y lo masculino se han edificado sobre
la idea de una dualidad proclamada como irreconciliable y completamente opuesta, atribuyendo
ciertas características consideradas como cardinales y otras como secundarias. De modo que dicha
diferencia se expresará en categorías tales como discapacidad/capacidad, inferior/superior,
irracionalidad/racionalidad,
fragilidad/fuerza,
pasivo/activo,
sensibilidad/dureza,
subjetividad/objetividad, espacio privado/espacio público, etc. Estos estereotipos de género en
apariencia neutros pueden perjudicar tanto a hombres como a mujeres, sin embrago, el pasado y el
presente nos muestran que han sido principalmente ellas quienes han sufrido las consecuencias más
negativas (V. Olsen).
Para Marcela Lagarde estas categorizaciones sobre el deber ser femenino se han convertido en
verdaderos cautiverios para las mujeres, impidiéndoles constituirse como sujetos plenos y construir
alternativas de vida lejos de las expectativas sociales (relacionadas sobre todo con la maternidad y
el conjunto de efectos que se le atribuyen social y culturalmente, desarrollados en el hogar).
Como un espejo de las concepciones dominantes sobre los estereotipos de género, en América
latina las normas jurídicas incorporaron en diferentes momentos las múltiples definiciones del
arquetipo femenino y, en muchos casos, esta representación se configuró como uno de los
elementos determinantes para atribuir o negar derechos a las mujeres.
La cronología sobre los estereotipos de género en México y en América Latina remonta muy atrás
en el tiempo, ya que la mayoría de las normas y los derechos consagrados actualmente en los
ordenamientos jurídicos son también el resultado histórico del complejo proceso de sincretismo
cultural iniciado en el siglo XVI. No obstante, para comprender la evolución jurídica en torno a la
condición femenina y masculina, es necesario identificar algunos de los postulados existentes al
respecto, antes de este "encuentro" entre los diferentes mundos. Algunas teorías aseguran que antes
del mestizaje cultural, una de las ideas comunes entre una gran parte de las civilizaciones indígenas
del continente latinoamericano y la ideología dominante en Europa Occidental, fue la alegoría sobre
la inferioridad natural de las mujeres (V. Rodríguez-Shadow). Noción que trascendería
posteriormente al Derecho.
Sin embargo, la condición, la posición, los roles y los derechos de las mujeres en las sociedades
prehispánicas son todavía hoy objeto de controversia, ya que la mayoría de las fuentes de
información fueron destruidas y los restos existentes –como los códices, las crónicas, las ruinas
arqueológicas y el arte en general– presentan algunas contradicciones. Frente a ello, existen
principalmente tres posiciones teóricas: La primera, exalta las culturas indígenas y sostiene que las
mujeres de estas sociedades gozaban de más derechos y de mejores condiciones de vida antes de la
"conquista" y considera que es a partir de la llegada de la cultura española que la condición
femenina comenzó a degradarse. Ciertamente, la ideología judeo-cristiana (V. Foucault, Federici)
predominante en la Europa del siglo XVI caracterizaba a la feminidad como "sometida por
naturaleza", fundamentándose en el argumento esencialista o determinista. Por ello, las mujeres no
gozaban de los mismos derechos ni tenían la misma personalidad y capacidad jurídica que los
hombres. La historiadora Silvia Federici muestra como en Europa las mujeres fueron "[...]
sometidas a un intenso proceso de degradación social; y efectivamente, a lo largo de los siglos XVI
y XVII, […] perdieron terreno en todas las áreas de la vida social [... y ...] uno de los derechos más
importantes que perdieron […fue el de ] realizar actividades económicas por su cuenta […]"
(Federici, p. 153).
La segunda postura, sostiene que en las sociedades indígenas las mujeres eran consideradas como
inferiores a los hombres y ya estaban sometidas al poder masculino antes de la "conquista", por lo
que, a la llegada de los españoles, su posición de subordinación estaba instaurada y solamente fue
reforzada a través de las tradiciones y normas emergentes.
La tercera posición se encuentra entre las dos anteriores y defiende la idea de que la división sexual
del trabajo entre los pueblos indígenas estaba efectivamente determinada por la construcción social
entorno a la división natural de lo masculino y lo femenino, sin embargo, dicha categorización no
implicaba una jerarquía. La socióloga Silvia Rivera sostiene que la cosmovisión indígena originaria
se erigía sobre la idea de complementariedad, por lo que, aunque las mujeres y los hombres no
gozaban de los mismos derechos y debían cumplir ciertos roles y deberes específicos derivados de
la construcción social de lo femenino y lo masculino, éstos eran valorados de forma idéntica; –hoy
en día dicha visión persiste en una gran parte de los pueblos indígenas de América Latina–. Por
tanto, esta teoría considera que esta visión horizontal fue transformada a la llegada de los españoles,
a partir de la cual las mujeres comenzaron a ser discriminadas con mayor intensidad.
Lo cierto es que con base en esta idea predominante sobre la inferioridad natural de las mujeres que
intentaba justificar su subordinación, los "conquistadores" españoles introdujeron en el Derecho
emergente una serie de estereotipos negativos de género ya que "El derecho español, producto de la
sociedad medioeval, estuvo fuertemente marcado por las concepciones morales y sociales de la
Iglesia católica [...] de acuerdo con [esta] concepción […] las mujeres eran consideradas […]
mentalmente inferiores a los hombres, en razón de su tendencia al mal y debilidad ante las
tentaciones; lo que también justificaba que se les sometiera a la tutela masculina, considerándolas
así como menores [...]" (Hurtado, p. 339). Podemos identificar claramente esta influencia en las
Leyes de Indias que por ejemplo negaban a las mujeres la capacidad jurídica y les prohibían
efectuar contratos. Igualmente, con base en la estratificación social y racial imperante en la colonia
y a la cual hay que sumar la sexual, la mayoría de los privilegios eran detentados por los hombres
blancos europeos, por lo que en la "pirámide de los derechos", en el nivel más bajo se encontraban
las mujeres indígenas quienes eran las subalternas (V. Spivak). Este sistema de clasificación
jerárquica de las personas persistió durante todo el período colonial y se ha perpetuado a través de
diversas formas de discriminación, a veces ocultas, hacia los pueblos indígenas y las mujeres.
Frente a este periodo de dominación española, los diversos procesos de independencia en América
latina fueron fuertemente influenciados por la ideología de la Ilustración y la Revolución Francesa,
especialmente en lo concerniente a la filosofía sobre los "derechos del Hombre y del ciudadano" y
el contractualismo social. Sin embargo, además de que la independencia de las colonias no implicó
una ruptura total con el viejo sistema, la noción de derechos proveniente del Derecho moderno
francés que fue adoptada por el naciente constitucionalismo latinoamericano, traía a su vez una
fuerte carga de estereotipos de género. Ello debido a que los primeros derechos reconocidos a los
ciudadanos franceses en la Declaración de 1789 excluían indirectamente a las mujeres de los
beneficios de haber acabado con los privilegios de l’ancien régime. Así, los derechos a la igualdad,
a la libertad, a la propiedad y a la seguridad considerados como el pilar de los derechos humanos y
del constitucionalismo moderno, no fueron otorgados a las mujeres, quienes a pesar de haber
combatido activamente en la Revolución y luchado en condiciones de igualdad por la abolición de
los privilegios; se vieron una vez más relegadas a la esfera privada que les ha sido tradicionalmente
reservada para poder cumplir ‘cabalmente’ con el deber femenino, unido intrínseca y naturalmente
a la maternidad, la crianza de los hijos y las labores domésticas.
En lo que toca el Derecho privado, también la influencia francesa se perpetuó en una gran parte de
los Códigos civiles de América Latina, los cuales tomaron como modelo Código Civil Napoleónico
de 1804. Este corpus jurídico era igualmente un vehículo de estereotipos negativos de género ya
que sus disposiciones asignaban una vez más un rol subordinado a las mujeres, quienes al ser
asimiladas al arquetipo femenino de la madre, son consideradas como sujetos débiles y frágiles que
necesitan protección. En el mismo sentido, el modelo de hombre es definido como protector y
proveedor. Como reflejo de la ideología dominante de la época, las normas de este Código
atribuyen al hombre la misión de renunciar al espacio privado para satisfacer las necesidades
familiares y gestionar los asuntos públicos como el trabajo remunerado o la participación política,
(en oposición a los asuntos privados, tradicionalmente adjudicados a las mujeres). Al analizar esta
percepción, no es de extrañar que los derechos de las mujeres hayan sido durante mucho tiempo
regulados prioritariamente por las disposiciones de derecho privado, instituidas simbólicamente
para resolver los problemas del ámbito "doméstico", de la esfera "íntima" y lo relativo a la familia.
Desde la promulgación en México del primer Código Civil de América Latina en 1827, una serie de
normas basadas en esta visión tradicional y estereotipada de los roles femeninos y masculinos
fueron promulgadas. En el contexto latinoamericano actual, todavía es posible encontrar algunas
disposiciones jurídicas inscritas en dicha tradición (vg. los Códigos Civiles argentino en su art.
1252 y guatemalteco en su art. 110). De igual forma, hasta los años 70 y 80, la mayoría de los
Códigos Civiles de la región incluían diversas disposiciones discriminatorias hacia las mujeres a
través de las cuales se les negó y/o limitó su capacidad jurídica y el acceso a derechos como la
herencia, la administración y la enajenación de los bienes propios, la autoridad y la tutela sobre los
hijos, el derecho a conservar su apellido, el derecho a ejercer una actividad remunerada y fuera del
hogar, etc. (vg. Códigos Civiles de Ecuador, Argentina y Mexico). Fue hasta este mismo período
que comenzaron a proclamarse en diversas Constituciones las cláusulas de igualdad formal entre los
hombres y las mujeres así como a reconocer una serie de derechos específicos a las mujeres sobre
todo en el ámbito internacional, con la proclamación en 1979 de la Convención sobre la eliminación
de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW por sus siglas en inglés).
No está de más subrayar la existencia de una gran paradoja en lo que toca a la relación entre los
estereotipos de género y los derechos. Como lo hemos visto, los primeros se erigieron
históricamente como un argumento constante para negar a las mujeres el acceso a ciertos derechos
que se mantuvieron de forma oculta como privilegios típicamente masculinos. Sin embargo, fue
también sobre la base del citado arquetipo femenino relacionado con la maternidad, que se
reconoció en otro momento a las mujeres una serie de derechos para protegerla durante y después
de esta etapa, por razones de espacio no podremos abundar sobre este impacto positivo de los
estereotipos de género en los derechos de las mujeres.
Así, consideramos que el Derecho, como vehículo permanente de estereotipos negativos que
categorizan a las mujeres como "incapaces", "inferiores" o "diferentes" jurídicamente, ha
contribuido de forma fundamental a generar una brecha de desigualdad y de pobreza de género en
América latina. Ello debido a que éstas últimas son la expresión misma de la negación y/o la
violación de los derechos humanos y, un ataque "en contra de dos grandes principios: la igual
dignidad de todos los seres humanos y el principio de no discriminación" (LIZIN, párr. 116, trad.
libre del francés). A través la historia jurídica de los estereotipos de género, podemos identificar con
mayor facilidad cómo mediante el propio Derecho se excluyó a las mujeres de la satisfacción de las
necesidades básicas, los bienes y los recursos protegidos por los derechos, considerados hoy como
indispensables para llevar adelante una vida digna.
A pesar de los grandes avances en materia de igualdad entre mujeres y hombres, todavía hoy una
gran parte de los estereotipos negativos persisten y continúan repitiéndose sin cesar (muchas veces
de forma inconsciente) e incluso por los propios agentes del Estado, generando desigualdad y
discriminación. Como lo muestran tres de las sentencias emblemáticas de la Corte Interamericana
de derechos humanos en materia de género (todas condenando al Estado mexicano),actualmente
siguen siendo las mujeres indígenas y en situación de pobreza las que sufren con mayor agudeza la
falta de acceso y la negación de derechos. Tanto la sentencia sobre el Caso "Campo Algodonero" de
2009 condenando los feminicidios en la frontera norte, como los casos "Rosendo Cantú " y
"Fernández Ortega ", de 2010 sobre la violación de dos mujeres indígenas por agentes militares
mexicanos ilustran perfectamente cómo la persistencia de los estereotipos sexistas, racistas y
clasistas constituyen el origen mismo del modelo de violencia contra las mujeres que no sólo se ha
instaurado en la región sino que está en aumento.
Es por todo lo anterior que la lucha contra la pobreza y la violencia, así como la verdadera
efectividad de los derechos de las mujeres debe pasar forzosamente por la eliminación de los
estereotipos negativos no sólo de género, sino también aquellos de clase y de raza (v. COOK y
CUSACK).
Bibliografía básica
-
COOK Rebecca, CUSACK, Simone, Estereotipos de género. Perspectivas legales transnacionales,
Colombia: Profamlia, 2010.
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RODRÍGUEZ-SHADOW, María, La mujer azteca, México: UAEM, 1991.
SPIVAK, Gayatri, “¿Puede hablar el subalterno?”, in Revista Colombiana de Antropología, vol. 39,
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