Lisístrata, ¿una feminista al rescate? Análisis retórico del discurso

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Lisístrata, ¿una feminista al rescate?
Análisis retórico del discurso presentado en la comedia de Aristófanes, Lisístrata
La literatura no reconoce líneas temporales, vaga a través de la cronología y se instala ahí,
donde puede. Los clásicos, siempre serán clásicos. La cultura occidental, específicamente
Grecia y Roma, fueron la cuna intelectual y el sustento literario de cada civilización
imperante. La literatura clásica ha sido, en efecto, desde la misma civilización que le dio
crédito y vida, fuente inagotable de inspiración que ha proporcionado la materia prima y el
esquema estructural para la contemporánea. Tragedias, dramas y comedias conforman el
banquete intelectual por excelencia de todo buen lector, llámese joven o adulto.
La literatura se nos presenta como un retrato de nuestra realidad, un retrato que presenta
ciertas pinceladas de ficción; en particular, lo clásico ha dotado al mundo literario de un
amplio bagaje de historias y mitos de los cuales valerse para desarrollar múltiples historias
que continúan hasta nuestros días. Actualmente, se apodera del lector adolescente, una
literatura dotada de fantasía, de poco realismo; una literatura rentable, con una narrativa
exigua, simple y repetitiva. Por esta razón, se pretende demostrar que la literatura griega
antigua continua vigente, incluso con más ímpetu que la literatura contemporánea (y me
refiero aquí a las actuales sagas juveniles).
A partir de la retórica como interdisciplina transversal, se expondrá el discurso mostrado en
Lisístrata por medio del lenguaje y las herramientas retóricas correspondientes, así como
las imágenes de las que se hace valer la obra literaria para cautivar la atención del público y
para aportar a la reflexión ineludible que asume el receptor respecto al entorno literario. Se
considerará el soporte de la tropología para realizar un acercamiento a la palabra de nuestra
oradora, para ello vamos a contemplar ciertos fragmentos de la comedia, pero no sólo
vamos a encausarnos a una instancia meramente literaria; la retórica, como lo habíamos
planteado anteriormente, es una disciplina transversal que recorre distintos contextos, por
ello se verá Lisístrata paralelamente a una sociedad actual que continua utilizando el sexo
como herramienta para ejercer cierto poderío sobre el otro, y no sólo eso, paralelo a una
sociedad que continua los pasos de sus predecesores y mantiene una interminable guerra
implícita entre sus sexos, además, de la singular ocasión en la que vemos a la mujer como
el principio y el fin de un arquetipo social, situación que sería aplaudida por aquellas que
toman el estandarte de Venus y lo defienden a muerte.
Por esta razón es conveniente tocar uno de los temas más controversiales de la actual
modernidad: el feminismo. Y con esto, no se pretende de ninguna manera evocar todo el
contenido del presente estudio a una relación entre el poder de la mujer, el movimiento
feminista y Lisístrata, o, en el peor de los casos, tomar partido entre la contienda eterna
entre hombres y mujeres; sin embargo, estas relaciones semánticas ayudarán a sustentar el
hecho retórico o persuasivo que concibe el argumento de Aristófanes. El discurso feminista
planteado por el comediógrafo, al parecer no formulado con tal intención, nos da un claro
ejemplo del impacto persuasivo que provoca en el lector. Lisístrata es quizá la primera
mujer en la literatura griega clásica que toma el estandarte de la bandera femenina y
promulga, así, un discurso de autoridad hegemónica.
Lisístrata muestra la historia de una ateniense que desea detener la guerra y para ello se ve
forzada a realizar una huelga muy particular, la abstinencia sexual; pero esta abstinencia no
es sólo para ella y las mujeres atenienses, sino que, involucra a las ciudades contiguas,
Beocia, el Peloponeso incluso a las mujeres de sus enemigos, las espartanas; así como lo
expresa ella misma “con nosotras está toda Grecia” (Aristófanes, 2001, p.207). Lisístrata
fue concebida en un entorno belicoso, donde una Atenas insistente llevaba luchando más de
veinte años en la guerra del Peloponeso, sufriendo con ella una sangría de hombres y
bienes, pero conservando en sus entrañas, una reacia esperanza en la victoria.
Lisístrata, como la presenta Aristófanes, se convierte en una broma, una mera solución
utópica satirizada que pretende la burla o el amenizar unos tiempos bélicos de los cuales no
se veía ningún fin cercano; suponemos, sin embargo, que como muchos autores de esa
época, Aristófanes demandaba una alternativa pacifista para terminar con tan delicado
conflicto. No es de extrañar, y aquí comienza nuestra aventura retórica, que el nombre de
nuestra heroína signifique “la que disuelve o licencia ejércitos”.
Por medio del sexo como arma infalible, las mujeres planean tomar el control de la ciudad,
hacer valer su voz y, así, participar en una conflagración que los hombres no han podido
resolver: “¿por qué no dar consejos a la ciudad? Qué importa que naciera hembra: puedo
dar bien consejos a la ciudad: ¿no pago acaso mi tributo? ¡Mil tributos son los hijos
varones! ¡No tenéis derecho vosotros, viejos caducos: lo que habéis hecho es gastar los
fondos del tesoro que venían desde el tiempo de las guerras Médicas! Eso dais en lugar de
tributos y todos estamos en la orilla de la ruina por vuestra causa” (Aristófanes, 2001,
p.219).
Dice Foucault que una de las formas de entender el ejercicio del poder es a través de sus
relaciones, y una de éstas son, precisamente, las instituciones sociales. La familia como
claro ejemplo, detalla una estructura jerárquica donde cada pieza de ésta forma parte
fundamental para su funcionamiento. En la Grecia antigua, donde se extendía una línea
patriarcal en la que el peso del hogar recaía sobre el varón, era ilógico imaginar el poderío
femenino; sin embargo, también menciona este afamado filósofo francés, que, a través de
los deseos pueden instaurarse nuevas relaciones de poder. El deseo inmediato del hombre
siempre ha sido solventar sus necesidades fisiológicas: el hambre, el cobijo y su
perpetuación a través del acto sexual; convirtiéndose éste último a lo largo del tiempo, más
que una necesidad, en un ferviente apetito por la dominación del otro. Y las mujeres de
Lisístrata lograron inclinar la balanza de una Atenas sometida a la virilidad, gracias al
poder del deseo humano: “Si el dulce Eros y Afrodita infiltran en nuestros senos y en
nuestras caderas un atractivo ardor y ellos, sin sus caricias, andan con bastones duros por
delante, segura estoy que nos han de llamar justamente los griegos: las que acaban con la
guerra (Aristófanes, 2001, p.217)
El acto sexual se vuelve un ritual donde existe una figura dominante y una figura dominada,
donde se da un poder implícito que ejerce el hombre, en este caso, sobre la mujer; empero,
al tomar la mujer el dominio y la autonomía sobre su cuerpo, vuelca un ejercicio que
parecería no tener gran importancia en una solución viable para ganar una guerra en la que
están dispuestas a participar. Llama la atención el siguiente fragmento de la comedia donde
el rol dominante en el sexo pasará a manos de la mujer, lo que nos demuestra el grado de
desigualdad social de poderes entre ambos: “Cuando las golondrinas se refugien en un
sitio y huyan de los pájaros y dejen de bombear, será cuando los males cesen y lo de abajo
encima Zeus tonante pondrá” (Aristófanes, 2001, p.221).
Actualmente el sexo se ha convertido en uno de los sustentos sociales y económicos de los
que se vale nuestra sociedad para prosperar, se ha convertido en una de sus fuentes más
productivas, tanto en la esfera social como en la individual (Foucault, 1982). Los medios
masivos constituyen una red discursiva que nos presenta y representa el mundo, cobrando
mayor importancia el cuerpo como factor visual y rentable; vemos al sexo en su faceta
política, ya no es sólo un acto natural entre hombres y mujeres, se vuelve el sustento de
toda una nación. Lo anterior, nos remite al hecho argumentativo-retórico que plantea
Aristófanes; la mujer se vale de su cuerpo para persuadir a todo un país que presenta una
reticencia a abandonar las armas. “El cuerpo se vuelve así un ente lingüístico configurado
por una ortografía, un léxico, una gramática, una retórica y una dialéctica” (Caramuel).
Pasando a instancias aún más literarias, el texto de Aristófanes se encuentra enriquecido por
un amplio bagaje retórico; como ejemplo, para un somero análisis de éstas, podemos tomar
el juramento que recita la protagonista de esta historia para involucrar a todas las mujeres a
ser partícipes de toda una confabulación en contra de la angustiosa guerra. A continuación
se enuncia el fragmento con el respectivo juramento.
Ningún hombre quien sea (descripción), ni amante ni marido (descripción) se acercará a mí con su
arma enhiesta (eufemismo: miembro erecto).
He de vivir sin amor y sin hombre (implícito: no tendrá sexo). Vestida con mi bata de color azafrán
y bien acicalada (imagen visual).
Para que cuando mi hombre se queme de deseo (metáfora, sinestesia).
Yo nunca al marido le habré de dar su gusto. (Implícito: no lo va a complacer sexualmente)
Pero si él por la fuerza me violenta me mostraré pasiva, sin moverme siquiera (antítesis, ¿analogía
visual-imagen visual?, descripción)
No alzaré yo hacia el techo mis sandalias de Persia (implícito: no va a gozar del sexo, imagen
visual, reiteración, metáfora)
No me rendiré cual leona sobre el mango caliente (metáfora, comparación o símil: no va a
sucumbir ante el deseo, el animal siempre se deja llevar por su instinto, la leona está frecuentemente
en celo)
Si guardo mi juramento podré beber de este vino. Si yo lo quebranto que esta copa quede llena de
agua. (Aristófanes, 2001, p.210-211)
En primer lugar se efectúa una descripción, estableciendo que bajo ninguna circunstancia,
trátese de quien se trate podrá formar parte de una excepción entre los hombres: Ningún
hombre quien sea (descripción), ni amante ni marido (descripción). En la segunda parte de
esta línea apreciamos un eufemismo que se volverá característico de la obra de Aristófanes
en toda la historia, eufemismo que es usado como una atenuación para que las imágenes
visuales y sus respectivas connotaciones sexuales no se vuelvan tan violentas y la obra se
convierta en lo que podría ser un festín para Sade: se acercará a mí con su arma enhiesta
(eufemismo: miembro erecto).
Cabe destacar, el humor y la sencillez propios del lenguaje que emplea el autor, y que se
convertirán en los elementos que desarrollará posteriormente una comedia de un tal
Meneandro: “No alzaré yo hacia el techo mis sandalias de Persia” (implícito: no va a
gozar del sexo, imagen visual, reiteración, metáfora). En la anterior cita estamos ante una
majestuosa imagen visual que lleva consigo un implícito: el hombre no va a gozar de los
placeres del sexo, mientras que, la mujer, obtendrá una satisfacción a través del pleno
control de éste; por otra parte, nos encontramos, también, ante una metáfora muy bien
elaborada que nos trae a la mente la imagen de una mujer que abre sus piernas para dar
entrada a un hambriento instinto sexual masculino.
Otro de los rasgos característicos del comediógrafo griego, al menos en esta pieza literaria,
perfilan su léxico cerca de un realismo y una concreción a las alusiones visuales de la
época, y se dice “cerca” porque el autor aún presenta un lenguaje estilizado y no una jerga
habitual que presentaría posteriormente el realismo antiguo de Petronio, así, y como
menciona Auerbach, “la comedia reproduce el medio social en una forma mucho más
generalizada y esquemática, con tiempos y lugares muy vagos , y apenas y nos proporciona
indicios sobre el modo de hablar personal” (Auerbach, 2014, p.36). Mas éstos pueden ser
los primeros pasos de una satírica crítica social y un realismo antiguo, donde vemos la
imitación como una captura fotográfica de un determinado ambiente social. Se sustenta lo
anterior con las constantes comparaciones que esconden un trasfondo metafórico, en las
que el autor mantiene una conexión con su mundo habitual: “No me rendiré cual leona
sobre el mango caliente” (metáfora, analogía, comparación o símil: no va a sucumbir ante
el deseo, el animal siempre se deja llevar por su instinto, la leona está frecuentemente en
celo).
Lo anterior, y otros tantos pueden ser
ejemplos citados en los cuales tenemos la
oportunidad de apreciar las delicadas figuras retóricas que nos presenta esta clásica pieza
literaria. Pero la retórica de Lisístrata no sólo se mantiene dentro del libro y sus
inmediaciones, sino que tiene la facultad de trascender ese portal entre lo ficticio y lo real, y
la protagonista adquiere una conmutación diferente a la propuesta por el autor. Por ello,
sería interesante referir las respectivas respuestas a esta comedia, que más que
controversial, se volvió el estandarte de una lucha opresora que continúa hasta nuestros
días. Los múltiples rostros que ha adquirido Lisístrata, como lo muestra Iglesias en su
estudio, vuelcan la visión que se le daba en aquella época antigua; vemos a Lisístrata “con
una mirada feminista, que es la que anima obras como la Lisístrata de Martínez Mediero, otra,
como una visión que convierte al personaje en símbolo de revolución sexual, tal y como vemos en
su adaptación al cómic y al cine. Y una tercera que pone de manifiesto el apropiamiento ideológico
del personaje desde una perspectiva pacifista, convirtiendo a la vieja Lisístrata en un nuevo y
revitalizado símbolo del movimiento de oposición a la guerra de Irak” (Iglesias, 2008).
La imagen que proyecta la obra ha sido tal que incluso es equiparable a la revolucionaria
del Ché Guevara, adquiriendo claras connotaciones anti-imperialistas. En Estados Unidos,
por ejemplo, durante la Guerra de Vietnam se dieron muestras teatrales en diferentes
universidades de esta obra de Aristófanes, con el propósito de criticar esta intervención
bélica contra el sudeste asiático. Además, Lisístrata se convirtió en el símbolo de
resistencia en todo el mundo durante la guerra de Irak, en el llamado “Lisístrata Project”,
donde un grupo de intelectuales norteamericanos tomaron a esta mujer como modelo del
pacifismo, para protestar contra la política de Bush en la guerra de Irak.
Esto puede remitirnos a la retórica de la imagen propuesta por Barthes, donde distinguimos
la figura denotada tal y como nos la muestra Aristófanes: una mujer que aun y después de
lograr el acuerdo de paz continuará viviendo bajo el yugo masculino, y, una imagen
connotada que otorga el lector, al dar a Lisístrata una simbología defensora de los derechos
femeninos y un referente para los discursos en pro de la paz; nos encontramos, por tanto,
ante un mensaje puramente analítico que nos muestra una imagen o proyección dotada de
signos que deben ser estudiados.
La literatura clásica es una joya en recursos literarios y estilísticos, y aunque esta
afirmación caiga en la obviedad para algunos, es claro que el interés en ella, por parte de las
generaciones más jóvenes, se ha ido perdiendo debido a una comercialización excesiva de
literatura vaga y efímera. La retórica nos ayuda a rescatar aquel discurso añejo y
empolvado, aquellas dimensiones antiguas que algunos consideran perdidas. Lisístrata
trasciende las barreras temporales, se escapa de su marco contextual y se adapta a las
problemáticas actuales, su argumento es tan rico en recursos literarios, que permite las
múltiples reinterpretaciones de un discurso que se escribió miles de años atrás,
interpretaciones que han ido trasladando a la protagonista y a la obra de su sentido inicial.
El discurso de Aristófanes nos muestra dos retóricas, una retórica interna: una retórica que
permanece en la obra; el seducir a los hombres de todo un país a través del deseo y la
debilidad por el cuerpo nos muestra el grado de persuasión que pudo ejercer la mujer
haciendo pleno uso de su autonomía sexual, además, las mujeres de Lisístrata defendieron
su derecho, como todo hombre ateniense, a alzar la voz y hacer valer su opinión como
colaboradoras de toda una estructura social y económica. Asimismo, el discurso presenta
una retórica externa: una respuesta propiamente a éste, una retórica que convierte a la
protagonista en una figura extraliteraria, Lisístrata es trasladada de su contexto y habituada
a momentos históricos
muy diferentes de los que se presentaban en el discurso de
Aristófanes, así, ésta se convierte en un símbolo del feminismo, del pacifismo y de la
liberación sexual, poniendo de manifiesto la enorme vitalidad de un personaje clásico, que
durante siglos durmió el sueño de los justos, para ser finalmente reavivado con inusitada
intensidad en el que su figura se ha llenado de valores simbólicos que, si hoy levantara la
cabeza, dejarían pasmada a su propio creador, el viejo Aristófanes.
Bibliografía
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Aristóteles. (1995). Retórica. Madrid: Editorial Gredos
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Ruiz, María. (s.f.). Los géneros retóricos desde sus orígenes hasta la actualidad
Slideshare.(2013). Retórica de la Imagen. Recuperado de
http://es.slideshare.net/ceciliauriarte50/retrica-de-la-imagen-23716357
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