Violencia de género y dependencia económica

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OPINIÓN
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Violencia de género y dependencia económica
ARACELI MEDRANO /DOCTORA EN PSICOLOGÍA. PROFESORA DE LA UNED
Corren tiempos difíciles para las mujeres. Sólo
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por el hecho de ser mujer se pueden sufrir
vejaciones, agresiones y humillaciones de todo
tipo. Esto, dicho así, suena más que rancio, y parece imposible. Sin embargo, es
real, posible e inunda las noticias de la prensa de manera vergonzosa, cruel y con
el horror de lo repetitivo.
Un problema añadido es que no existe la suficiente concienciación al respecto.
Algunos piensan que esto sólo sucede a algunas mujeres, pero que no es lo normal,
sino lo ajeno, lo extraño. Y en efecto, tienen algo de razón en que no es normal,
aunque comienza a ser norma para muchos hombres y afecta a todo tipo de
mujeres, independientemente de su grado cultural y de su estatus social. Y lo peor
es que en la violencia de género los malos tratos psicológicos generan muchas
veces el sometimiento de la mujer al deseo del hombre.
¿Cómo es esto posible? Desde el ámbito psicológico sabemos que el agresor tiene
una conducta ambivalente. Es decir, que en unas fases humilla, insulta, controla la
vida de su mujer y abofeta, y en otras se disculpa, es amoroso, tierno y generoso.
Lo más importante es que en la transición repetida de una fase a otra pide perdón
y promete que nunca más volverá a ocurrir lo sucedido. Es en este intervalo de
tiempo y en esta oscilación de posiciones psicológicas cuando la mujer se confunde,
da crediblidad al discurso del otro y empieza a culpabilizase. Es en ese momento en
el que se ponen las denuncias y se vuelven a retirar. La víctima sueña con que el
otro va a cambiar y se culpabiliza debido a que el agresor le hace creer que sus
conductas son erróneas y que en parte es ella la que provoca sus crisis y sus
patológicas reacciones.
El hecho de identificarse inconsciententemente con lo que nos transmite una
persona significativa para nosotros es condición estructural en el ser humano. No
se vincula al grado de inteligencia, y afecta a todos. Más aún, el insulto y los malos
tratos atrapan, dan identidad al sujeto y generan dependencia y odio hacia el
agresor. El odio coloca al otro en una posición de poder y a la víctima en posición
de vulnerabilidad y de adicción respecto al enigma que genera la conducta de su
verdugo. Es decir, vale más existir para el ser querido que no existir, y enfrentarse
al horror subjetivo de la soledad y de preguntas angustiosas respecto a la
existencia humana: ¿Por qué me hace esto a mí? ¿ Por qué unas veces me quiere y
otras no? ¿Si yo cambio, él cambiará? ¿Qué va a ser de mi vida? ¿Podré volver a
empezar?
Nos encontramos con un marco de insistente miedo imaginario al abandono, a la
pérdida del ser querido y a la soledad, que se explica fundamentalmente por lo
anteriormente expuesto. Y hablo de miedos imaginarios porque cuando alguien te
maltrata ya estás solo y abandonado, aunque físicamente algunas personas se
encuentren acompañadas por el maltratador. En este punto me parece que es
preciso recordar que una vez que uno se enfrenta al terror de esa supuesta soledad
se da cuenta de que sí está solo, pero como sujeto que lo desea, no como alienado
objeto de deseo. Esto ya cambia mucho la situación, porque en el camino se
encuentra con más personas y elige lo que puede hacer con su vida.
Para superar estos miedos existen tratamientos psicológicos con mujeres y con
menores a su cargo, dirigidos a paliar el daño psicológico que provoca la violencia,
y a superar la dependencia emocional y el miedo hacia el agresor. Pero además de
estos programas de intervención urgente, y de todo el dispositivo de seguridad
existente que fracasa en muchas de las ocasiones, es necesario incidir seriamente
en la prevención y en la educación.
Sabemos que la violencia de género está en parte relacionada con el cambio que se
ha producido en la relación de poder que mantenía el hombre con la mujer. Si
desde la independencia económica en algunos casos esto ha cambiado, no ha sido
así desde otras vertientes, en las que hay que seguir insistiendo. Los esquemas de
género se construyen, se aprenden y generan efectos durante décadas. En
diferentes investigaciones se constata que el hecho de que los chicos resuelvan los
problemas agresivamente y las mujeres con sutiles estrategias emocionales se
aprende desde la más tierna infancia y recibe sus refuerzos en el entorno social.
Abusando del concepto de norma, poco han extrañado las peleas de los niños, y
mucho se ha elogiado al hombre resolutivo y rápido en la supuesta solución de
conflictos familiares, laborales e institucionales. Pero es precisamente este poder de
acción lo que lleva a algunos hombres a estar desconectados de su mundo
emocional, y a obtener un nivel de razonamiento muy bajo en las respuestas a los
cuestionarios en la solución de conflictos.
Esta incapacidad para dialogar, respetar al otro y sostener su angustia cuando una
mujer se escapa de su poder de acción les lleva a un comportamiento impulsivo, y
destructivo con uno mismo y con el otro. Por ejemplo, la película 'Te doy mis ojos'
transmite muy bien la relación que hay entre inseguridad masculina, dificultad para
resolver los confllictos y violencia.
Por estos motivos, desde la intervención educativa se incide, en los contenidos
curriculares, en el aprendizaje de una construcción de esquemas de género que
tenga efectos en la igualdad y en la convivencia entre hombres y mujeres. Pero
considero que tenemos que seguir sosteniendo este trabajo desde todos los
ámbitos: institucionales, educacionales, terapéuticos y personales. Estoy segura de
que las futuras generaciones se beneficiarán de este esfuerzo, y de que tanto los
hombres como las mujeres serán menos victimas de su ignorancia.
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