EL HOMBRE DE LOS CUATRO DEDOS E nA un avaro

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REVISTA DEL CENTRO DE LECTURA
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E L H O M B R E D E LOS C U A T R O DEDOS
E
nA u n avaro extraordinario. T e n í a la manía
d e atesorar; guardaba en tina gran caja tocl*~
el oro q u e podía recoger. j C ~ t a r e n t aanos le habian visto echar por el agujerito q u e estaba e11 la
parte siiperior d e la caja, monedas d e oro destinadas tal vez á uria noche eterna ! Aquella caja
n o había sido abierta durante cuarenta aiios. E l
avaro guardaba la llave d e la caja entre su camisa
y s u seno, atada e n u n cordón q o e colgaba d e
aquel repugnante c ~ i e l l o .
Y o también conocí al viejo Zacarías ; me ncuerd o d e él c o ~ i l osi le viese a ú n ; era alto, seco, demacrado, porque le comían el hambre y el afán ;
sus ojos brillaban conlo los del gato, siniestramente ; parecían dos cliispas brotatido de la I ~ $ S
negra oscuri~iaii; sus labios estaban apretados
d e coniiniio, como si hubiese temido gastar la 1
voz y la respiración. Zocarias era en verdad tini 1
figura repugnaiitc ; parecia u n o iie esos espectros
q u e d u r a n t e el sueiio se levantan ante nosotros
para ser ser nuestra pesadilla. i Cuántas veccs le
vi por la calle, con su levitón r;iiiio, con sus pantalones sucios y mugrientos, con sus zapatos sotos, y , sobre todo, con su sombrero d e copa liraguliado y lletio d e sudor y d e polvo ! Oh ! sí, s í ;
m e parece q u e le veo a ú n ; e n s u s mejillas había
dos liuecos cubiertos d e pelo ; la punta de su afilada nariz casi tocaba con s u barba erizada como
la cabeza del piierco-espin; su cuerpo proyectaba
una sombra grotesca y siniestra nl n ~ i s m otiernpo;
aquel hombre despedía fetidez insoportable; inspitaba repugirancia y odio. Yo procuraba n o encontrarine con él ; la proximiJad iie aquel hombre debía perjudicar.
H e a q n í q u e u n diii el avaro estaha sentado sobre sil caja. Como si sintiese la ;itrección del oro,
apretaba las manos sobre la cerradura y aplicaba
el oido al pequeiio agujero. Luego, sus ojos vidriosos y amarillentos se clavaron e n aquel objeto
insensible y frio. E n los descarnados labios del
avaro se dibLtjóuna sonrisa ; o h ! aquella sonrisa
tenia algo del rayo cuando se dibuja e n las nubes;
n o era lo mismo, pero era lo semejante a1 revés;
era la grosera caricatura de u n gran cuadro.
E l avaro contó el dinero q u e aquel dia debía
echar e n la caja. A ú n q u e aquel sitio estaba desierto, nuestro hombre, q u e siempre temía ser
sorprendido, cantaba al contar dinero, para q u e
u n ruido confundiese el otro. Cantaba sin acorde
y e n rápido crescendo, y al concluir la cuenta, el
ruido q u e liabian formado la moneda al caer, la
risa al estallar, el canto y algunas esclamaciones,
era tan estridente y tan raro, q u e parecía una carcajada d e Saranás, cuyos ecos repercutian e n el
fondo d e la caja.
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-Si! i ya debe estar llena ! cuarenta alíos d e
lluvia amarilla, habrán producido buen lodo. Y
todo es m i o ! todo es mio ! Si yo lo viera !
Y miraba con fruición aqiiel ngxijero por donde
se veía tanta oscuridad q u e parecía el ahis~iio.
-Si yo lo viera ! si yo m e atreviese !.... U n
poco, u n poco nada mas ; el goce s u p r e m o ; luego, el recuerdo d e lo qire habré visto bastará para
darme la felicidad más sublime. Si yo m c atreviese! u n momento ! j es tan breve u n m o m e n t o !
Sí; sí, me atrevo.
E l avaro corrió hacia la puerta para asegurar
d e si csraba bien c e r ~ r d i i; escuitrifió todos los
rincones, y luego teiiiblando, se miró á si misino.
Al verle, ci~iilyuiera1i:ibría iiicho que aquel lrombre quería robarse.
Metióse la mano por el raido chaleco; la mano
chocó con la grasa <le la siicia camisa y llegij á los
enredados pelos d e aquel pecho q u e parecía el d e
u n esqueleto. Buscaba la llave.
Con paso quedo, despacito, deteniendo el aliento, estreciiarido las manos, entre cuyo sudor se
deslizaba la l1al.e; con las órbitascoiiro separadas
del rostro; con la nariz más nfiiailn q u e nunca,
como oliendo el dinero, el avaro fué avanzando
hacia la caja, se hincó ante la portezuela cerrariii
herinéticamentc~miró con atención inesplicable
la cerradura, acercó su boca á ella, la laiiiió repetidas veces para q u e con la grasa dc la saliva la
llave hiciera nienos ruido, luego sin dejar d e
apretar la llave con ambas manos, permitió q u e
la pobre cornunicase con el aire, pero solo la
precisa parte q u e debia introducirse en la cerrad~ira.
-Ah i nii liave ! , esclanró con fiorror el avaro,
como si a l g ~ i i z nhubiese tirado <le ella. Era q u c
por el excesivo sudor d e las puntas de los dedos,
la llave se había escurrido.
C o n sigilo: casi sin ruido el avaro introdujo e n
la cerradura u n estrcmo d e la llave ; con más
fuerza detuvo el aliento ; con más intensidad
apretó las manos, á las q u e imprimió u n inoviniiento d e rotación. 1.a portezuela quedó abierta.
E l mayor y niás deseado bien, en el tnomento
d e realizarse ; el sol visto á pocos metros iie distancia, causarían menos impresión, menos deslumbramiento q u e los q u e causó el oro á aquel
I~ombrecillorepugnante. Quedó embringado, loco, extático, i n e r t e ; todo esto reunido, y mucho
más. O h ! n o lo puedo esplicar, y sin embargo lo
comprendeis ( n o es cierto?
L a sublimidad d e l o horrible, lo infinito d e la
mezquindad, la inmensidad de la repugnancia, la
mayor grandeza d e la sordidez, todo esto convertido e n hombre, y este hombre convertido en miradas ; y rendreis la copia d e nuestro héroe.
Allí, e n aquella caja, q u e mirada por el agujero
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