Todos, sin excepción, desearíamos tener riqueza y, más aún

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Marcelo Elbaum - Hombre Rico, Hombre Pobre
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1- LAS BASES DE LA FORTUNA
Es mucho más que el dinero, es tu vida.
GINITA WALL Y CANDENTE BAHR
Todos, sin excepción, afirmamos que deseamos tener riqueza y, más aún,
incrementarla, pero lo cierto es que solo un escaso porcentaje de personas lo consigue
a lo largo de su vida.
Muchas veces, seguramente, se habrá preguntado cuál es el misterio por el
cual, por ejemplo, dos personas con idénticos ingresos y aptitudes pueden desarrollar
niveles de vida muy dispares. Más allá de los prejuicios y las suspicacias que abundan
y a menudo pueden ser corroborados (negocios turbios, plata mal habida, por un lado;
dilapidación, gastos excesivos, etc., por el otro), ciertamente lo que sin duda produce
la diferencia en la mayoría de los casos es lo que se ha hecho con los ingresos
percibidos.
Porque obtener riqueza e incrementarla es mucho más sencillo y divertido de lo
que se cree habitualmente y está al alcance de la mano. Su secreto, que en verdad no
es tal, puede resumirse en una antigua y conocidísima frase:
El ahorro es la base de la fortuna.
Tal vez a priori esta afirmación lo haga sonreír con escepticismo, pero debe
creerme. ¿Quiere hacer ese viaje que tanto anhela? ¿Comprase la casa con la que
siempre ha soñado? ¿Cambiar el auto todos los años? ¿Tener una casa de fin de
semana? ¿Pagar el mejor estudio para sus hijos en el exterior? ¿Retirarse con
suficiente efectivo como para mantener su nivel de vida?
Ahorre el 10% de lo que gana.
Sí, así de sencillo:
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Ahorre el 10% de su ingreso y no lo gaste durante el tiempo estipulado
para alcanzar su objetivo.
Es posible que muchas veces haya oído hablar de esto, pero tal vez le haya
sucedido lo que a la mayor parte de la gente: no le prestó demasiada atención.
Sin embargo, el ahorro es el comienzo de la solución, el primer paso
imprescindible, que, lamentablemente, la mayoría de las personas no da. Y sin él, se
hace imposible pasar a la etapa que le sigue, la que sin duda asegura el éxito y que es
la inversión, como veremos más adelante.
Las razones que se esgrimen para no ahorrar son innumerables, pero, de
acuerdo con mi experiencia, los siguientes motivos ocupan los siete primeros puestos
del ranking:
1-
Creo que el dinero es malo.
2-
No me interesa planificar el futuro.
3-
Me resulta muy difícil tomar decisiones.
4-
No les tengo confianza a los asesores financieros.
5- Las cuestiones financieras son demasiado complicadas.
6-
Estoy muy ocupado ganando dinero.
7-
No me sobra dinero después de pagar las cuentas.
Aunque cada una de las excusas que se invocan en algún sentido puede parecer
válida, al sumarlas lo único que se consigue es una tasa equivalente a cero, cuyo
resultado, de más está decir, da cero. En cualquiera de estos casos solo pensar en
viajar, pagar estudios, mudarse, cambiar el auto, soñar con una casa de fin de semana
o jubilarse le causará a la persona absoluto terror. Y a pesar de esto... la mayoría de la
gente decide no hacer nada. Y entonces se advierte con asombro que:
Todos los días, millones de personas desperdician un poco de su futuro
económico.
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Y lo peor es que lo hacen basándose, en general, en esas excusas que solo
están fundamentadas en prejuicios y falsas creencias.
LOS SIETE PREJUICIOS CAPITALES PARA NO AHORRAR
Vale la pena analizar primero qué son las creencias y prejuicios, y cómo
determinan el accionar de las personas que las transmiten de generación en
generación. El Diccionario de la Real Academia Española define “creencia” como
‘completo crédito que se presta a un hecho o noticia como seguros o ciertos’ y
“prejuicio” como ‘opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo
que se conoce mal”. Por lo tanto, tener un prejuicio o una creencia significa:
Estar completamente seguro de algo... que no se sabe.
Es decir que las personas procesan la información que reciben de acuerdo con
las ideas que tienen previamente y actúan en consecuencia.
Volviendo a las excusas mencionadas, en todas, en mayor o menor medida
subyace una creencia o un prejuicio. Le propongo que las analicemos una a una:
1- Creo que el dinero es malo
Esta frase que en verdad significa que quien tiene dinero es malo o al menos
sospechoso, no siempre se expresa de manera explícita, pero, en nuestra sociedad,
aparece constantemente en la idea de que “nadie hace plata trabajando”, sino
jorobando
a
otros,
con
negocios
turbios,
con
prebendas
políticas,
mediante
“negociados” con el Estado, etc., etc. La lista es enorme y tal vez esta creencia esté
justificadamente arraigada en nuestra sociedad, donde abundan los casos de
corrupción y en el que la desconfianza se ha generalizado. Pero justamente allí reside
el grave error, en la generalización de que toda persona que ha hecho dinero “está en
algo raro”, cuando, en verdad, son muchísimos más los casos de gente trabajadora y
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honesta, en todo tipo de actividades, que por su capacidad, inteligencia y/o esfuerzo
ha conseguido destacarse y alcanzar el éxito económico. Sin ir más lejos, podemos
citar como ejemplo a miles de los inmigrantes que llegaron sin nada a nuestro país
desde fines del siglo XIX y que sin más ayuda que su propia capacidad de trabajo y su
talento lograron forjar pequeñas, medianas e incluso grandes fortunas. Estos artífices
del engrandecimiento de los países y de su movilidad social poco tienen que ver con la
idea de que el dinero es nocivo, sino, por el contrario, son un verdadero ejemplo de
que existen caminos honestos y morales para enriquecerse.
2- No me interesa planificar el futuro
Esta aseveración ligada al carpe diem, a vivir el momento, muestra, por un
lado, una resistencia al método y, por otro, una creencia de que no resiste ningún tipo
de análisis: que el futuro es algo sumamente lejano que no ha de llegar nunca. Sin
embargo, como todos sabemos, está a la vuelta de la esquina; y no me refiero a la
vejez, sino a los objetivos y deseos que de manera inevitable tendremos. Quienes no
ahorran y deciden “vivir al día” o “más allá de sus posibilidades”, ejercen su derecho al
libre albedrío, pero deben saber que cotidianamente están desperdiciando la
posibilidad de alcanzar lo que quieren, cuando obtenerlo sería muy sencillo.
3- Me resulta muy difícil tomar decisiones
De seguro, esta afirmación puede parecer sumamente alejada de cualquier falsa
creencia o prejuicio, pues a primera vista no es más que la descripción de una
característica de personalidad que comparten millones de seres humanos ante temas
financieros o de cualquier otra índole. Pero no es así. Desde luego que hay gente más
dubitativa que otra, aunque, básicamente, si no nos encontramos ante un caso
patológico, esta modalidad se basa en general en el temor a lo desconocido, ante
aquello que se considera oscuro y sin posibilidades de desentrañar. En verdad, lo que
la persona quiere decir es que le cuesta tomar decisiones sobre temas que no maneja
y que le resultan indescifrables. Por lo tanto, el camino para superar este obstáculo es
bien simple: adquirir cierto conocimiento básico (lo que no significa estudiar Economía,
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ni mucho menos) y asesorarse con expertos que minimizarán los riesgos y
maximizarán los resultados.
4-No les tengo confianza a los asesores financieros
Esta creencia, o prejuicio, como la anterior, también parte del desconocimiento
y, desde luego, de la generalización. La buena noticia es que la manera de resolver el
problema también es sencilla y se basa no solo en el aprendizaje de algunas
cuestiones teóricas, sino en saber cuáles son las características deseables en un asesor
y cuáles las que deben producir alarma y cautela a la hora de elegirlo.
5- Las cuestiones financieras son demasiado complicadas
Para conjurar esta falsa creencia que supone, por un lado, que los temas de las
finanzas son sumamente complejos y, por el otro, que hay que tener cierta clase de
inteligencia especial, como ser bueno para las matemáticas, nada mejor que la técnica
CIM:
Conocimiento, Inteligencia y Método
Para obtener éxito en cualquier área, el conocimiento de los instrumentos
disponibles de inversión y las técnicas más modernas de administración de carteras es
indispensable para lograr destacarse en el “arte” de generar y aumentar la riqueza.
Pero, desde luego, esto no significa que deba transformarse en un experto, aunque tal
vez cuando le encuentre el gusto lo haga, sino que sea capaz de asesorarse
correctamente y de reconocer las oportunidades cuando se le presenten.
Asimismo, y para desterrar una creencia más, todos podemos ser “inteligentes”
en temas financieros, ya que esta facultad está más vinculada, como sostiene el
filósofo toledano José Antonio Marina, “a la capacidad de un sujeto para dirigir su
comportamiento utilizando la información captada, aprendida, elaborada y producida
por él mismo” (algo que todos podemos desarrollar sin dificultades), que a la
consabida inteligencia medida por los tradicionales test de coeficiente intelectual que
privilegian las actividades lógico-matemáticas. Aprender a “ver” la oportunidad,
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sopesar los pros y los contras de cada etapa, e incluso reconocer los propios límites
son algunas de las características de esta inteligencia sui generis que no supone que
seamos Einstein, sino solo que estemos preparados y alertas.
Por último, es necesario un “método” de trabajo que permita planificar de una
manera global tanto los objetivos de inversión, como los riesgos asociados. Sin él, los
dos elementos anteriores de la técnica carecerían de valor. El tener una política clara,
y comprometerse a seguirla, es clave para conseguir los resultados esperados en el
plazo estipulado.
6-Estoy demasiado ocupado ganando dinero
Desde luego, trabajar y ganar dinero es tan imprescindible que hace aparecer
esta sentencia como inapelable. Sin embargo, está enraizada en un prejuicio
sumamente peligroso que supone que basta con generar riqueza para que esta se
mantenga y se incremente. Lamentablemente esta idea es absolutamente falsa.
Un estudio publicado por la revista Forbes 400 y reproducido por el Banco de
Inversión JP Morgan en 2004, señala que de los miembros que aparecieron en la lista
Forbes como los 400 norteamericanos más ricos en 1982, menos del 15% (54)
lograron mantenerse 21 años después.
De los 400, 141 no son relevantes pues desaparecieron de la lista por razones
que tienen poco que ver con riesgos materiales de su fortuna. Sin embargo,
estudiando la historia de los 259 restantes, se descubrió que en un extraordinario
número —205, concretamente— la riqueza no creció o disminuyó. Las dos razones más
importantes de esta situación citadas eran: sobreconcentración en un activo particular
y mucho apalancamiento, es decir, realizar inversiones por un monto superior a la
riqueza que se posee. Otras causas relevantes fueron: gastos excesivos, impuestos,
desacuerdos familiares y obligaciones por juicios.
Es decir que no basta con ganar o heredar dinero. Lo importante, además, es
mantenerlo y, de ser posible, incrementarlo.
Aunque el ejemplo de las grandes fortunas parezca algo extremo, es mucho
más común de lo que cabría esperar, y permite inferir:
a)
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que ser exitoso en cualquier profesión no asegura el éxito en los
negocios;
b)
que si no se dispone de la misma energía para preservar la
riqueza que para conseguirla, esta puede desaparecer con consecuencias
devastadoras.
En consecuencia siempre hay que tener presente que:
Ganar dinero en una profesión y, a su vez, hacer trabajar el dinero
mediante inversiones no son actividades excluyentes.
7- No me sobra dinero después de pagar las cuentas
Esta afirmación se basa en el prejuicio de que el monto del ahorro debe ser
importante desde el comienzo y descarta de plano la idea de que se pueda establecer
una suma pequeña, pero constante, que sumada e invertida se transforme en una
mucho mayor.
Para desactivar esta creencia tan perjudicial, le propongo realizar unas cuentas
sencillas. Cualquiera de nosotros de seguro gasta unos US$2 diarios en cosas
completamente prescindibles. Si en lugar de gastarlos, los ahorrara e invirtiera de
manera constante con una rentabilidad anual del 10%, entre los 25 y los 65 años,
obtendría aproximadamente US$375.000 aunque el dinero aportado durante ese
tiempo en realidad solo haya sido de US$ 29.000. Increíble, ¿verdad?
Desde luego que tal vez a los 25 años a nadie le resulte sencillo ahorrar ni
siquiera US$1 diario. Pero dicha situación, en general, cambia hacia los 40. Si se
espera hasta esa edad y se invierten US$300 mensuales, 25 años más tarde se
obtendrán US$ 400.000, lo que no es una cifra despreciable en absoluto.
La clave se encuentra en la tasa de interés compuesta. Esto quiere decir que
cuando la rentabilidad es del 10% y se invierten $100, al final del primer año se
obtienen $110 ( o sea, le devuelven el capital de $100 más $10 de intereses), pero en
el segundo año se reciben $121, o sea un rendimiento del 10% sobre $110). Allí
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residen la magia y el secreto que, lógicamente, dan por tierra con la falsa creencia de
que del pequeño ahorro cotidiano no nace la riqueza.
A esta altura, ya hemos probado, por un lado, lo nocivos y paralizantes que son
los prejuicios y las falsas creencias que empleamos constantemente como excusas
para no ahorrar. Por otro, también ha quedado claro que el ahorro es la condición
esencial, pero no suficiente, para generar riqueza e incrementarla. Sin él, como piedra
angular, nada puede realizarse, pero su sola presencia no basta.
La inversión aparece, entonces, como la gran estrella, el verdadero
“misterio” a develar.
MÁS ALLÁ DEL AHORRO: LA INVERSIÓN
Comencemos por explicar qué se comprende por invertir:
Invertir debe entenderse como un método para la compra de activos,
financieros o no financieros, con el objetivo de obtener una ganancia a través
de un ingreso razonablemente predecible (ya sean dividendos, intereses o
rentas) y/o una apreciación de capital a largo plazo.
Y el elemento clave para lograr el éxito en una inversión reside en el análisis de
la información actual y las estimaciones o pronósticos futuros, que permitirá
básicamente:
Comprar barato y vender caro.
Los activos (acciones, títulos públicos, bonos, etc.) así como los bienes
inmuebles, entre otros, se encuentran “baratos” cuando ocurre alguna crisis que hace
que determinados individuos se vean obligados a vender activos o bienes valiosos a
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precios bajos. En dichos momentos, quienes cuentan con efectivo pueden adquirir
bienes subvaluados respecto de su verdadero valor, si es que dicha crisis resulta
temporaria. Lo más importante es entender que si bien hoy se atraviesa una crisis,
esta se desvanecerá en el futuro y se volverá a la normalidad. Por lo tanto, los bienes
desvalorizados recuperarán su valor habitual, lo que comienzan a hacer antes de que
la crisis haya pasado. ¿Por qué? Porque...
Cualquier mercado se mueve por expectativas futuras y no por la
realidad actual.
Por lo tanto:
Es fundamental el análisis de la situación presente, pero, aún más, la
realización de pronósticos futuros.
Así actúan quienes saben de finanzas: se adelantan al común de la gente,
comprando activos baratos cuando todo luce mal, para venderlos en el futuro a precios
mayores, basados en sus pronósticos.
Pero, además, la situación inversa también es cierta. Cuando todo está bien, la
mayoría de la gente piensa que dicho bienestar se extenderá por siempre, lo que
tiende a crear manías alcistas que en algún momento explotan. Por ejemplo, ¿recuerda
la época de Martínez de Hoz, cuando una propiedad mediana en Buenos Aires valía
alrededor de US$1.000.000?¿Por qué mucha gente no se atrevió a vender aun
sabiendo que era un precio exagerado? Porque seguramente pensaba que dicha
situación perduraría para siempre y no realizó un buen pronóstico.
La gente asume este tipo de conductas porque en momentos de crisis (ideales
para comprar activos), a la mayoría le da miedo poner en riesgo su capital. Al verse
inmersa en la situación presente no puede pronosticar con sensatez.
Por el contrario, en tiempo de euforia, si bien lo aconsejable sería vender, nadie
lo quiere hacer porque piensa que dicha situación perdurará para siempre, o sea, que
se proyecta el futuro en función del presente, lo que no es lo más apropiado.
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Como dice el adagio popular:
Hay que comprar con el rumor (expectativa o pronóstico) y vender con
la noticia (cuando se percibe que la crisis pasó).
Pero aquí aparece el quid de la cuestión: determinado activo ¿está caro o
barato?
Para poder contestar esta pregunta, aspecto crucial en el arte de las
inversiones, deberíamos primero saber cuáles son las herramientas que nos permiten
determinar el “precio justo” o “valor esencial”.
Cualquier activo puede ser valuado, pero algunos son más fáciles de valuar que
otros y los métodos variarán según los casos. Por ejemplo, la tasación de una
propiedad inmobiliaria requiere una información totalmente diferente y debe seguir
pasos muy distintos de la de las acciones con cotización pública. Sin embargo, lo que
es sorprendente, no son las diferencias en las técnicas de valuación entre activos, sino
el grado de similitud en los aspectos básicos.
No es de extrañar que muchos inversores tengan métodos muy particulares
para determinar el valor justo de un activo y/o predecir el futuro: observando la
posición de las estrellas, consultando videntes o levantándose a la mañana con una
premonición ganadora (por ahí funcionan, la verdad que yo nunca los probé). Sin
embargo, las formas tradicionales de evaluar activos financieros, aceptadas tanto por
el mundo académico como por el profesional, son las que suelo llamar:
1) Teoría del comportamiento racional
2) Teoría del comportamiento bipolar
Muchas fortunas se han hecho y muchas se han destruido siguiendo estas
teorías, que son complementarias y no excluyentes. Analicemos cada una de ellas.
1) Teoría del “comportamiento racional”
Esta teoría se sustenta sobre la base de que los inversores, a la hora de tomar
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una decisión de inversión, son 100% racionales. Es decir que realizan análisis
exhaustivos, se basan siempre en la ecuación rendimiento esperado y riesgo a asumir,
no permiten la interferencia de sus emociones o preferencias particulares, no se dejan
llevar por las modas, realizan todos los cálculos matemáticos posibles, tienen una lente
transparente a través de la cual perciben todos los eventos que pueden ocurrir,
persiguen siempre obtener la mayor utilidad de cada transacción y pueden desechar lo
que no es rentable. En resumen, uno podría decir que son seres maximizadores,
calculadores y, en muchos sentidos, egoístas.
No importa lo que piense cada persona sobre el valor de un activo financiero
sino que, dado el riesgo de cada inversión, existe un valor objetivo para cada activo
que es compartido por todos. Lo que se observa es que, para esta teoría, la atención
está puesta en las elecciones que hacen las personas y no tanto en cómo llegan a
ellas. Lo que busca el ser racional es determinar el “verdadero valor” de un activo o lo
que sería su “valor esencial” o “precio justo”. ¿Qué es el valor esencial? El que tiene un
activo, financiero o no financiero, para un analista o inversor que no solo conoce
exactamente cuáles serán las ganancias futuras, sino también el rendimiento de la
inversión y los valúa con absoluta precisión. Por lo tanto, el verdadero valor de un
activo se determina a través de un exhaustivo análisis de la situación presente y las
perspectivas futuras.
Dicho análisis lo podríamos agrupar en dos métodos, que si bien hacen
supuestos muy diferentes, comparten muchas características en común.
a) Método absoluto o descuento de los ingresos futuros (vía dividendos,
rentas o alquileres, entre otros)
b) Método comparativo, o sea, valuación relativa
a) Método absoluto o descuento de los ingresos futuros (vía dividendos,
rentas o alquileres, entre otros)
Este método, esencia de toda valuación que se quiera hacer de un activo, sea
financiero o no financiero, afirma que el valor esencial o precio justo de cualquier
activo debe estar basado en la sucesión de ganancias que dicho activo es capaz de
distribuir en el futuro.
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La estimación de las ganancias futuras dependerá del tipo de activo de que
se trate: en inmuebles será el valor de los alquileres; en bonos, el de las rentas; en
acciones, el de los dividendos, etc. Para cada tipo de activo que se quiera valuar
deberá establecerse bajo qué forma se determinan las ganancias futuras.
¿No le parece que esto tiene mucho de sentido común?
Si usted va a comprar una empresa, ¿el valor que está dispuesto a pagar no
dependerá principalmente de las ganancias futuras que espera obtener de dicho
emprendimiento?
Si va a comprar un inmueble para alquilar, ¿el precio que esté dispuesto a
pagar no dependerá de los ingresos futuros que espera obtener del mismo?
Pero no solo habrá que estimar la ganancia futura que dicho activo
proporcionará, sino también cuál es la “rentabilidad que se le exige a dicho activo
en función del riesgo que se está asumiendo”. Este riesgo dependerá del tipo de
actividad de que se trate, del país en donde se radique el negocio y de la
estabilidad de los ingresos, entre otros.
b) Método comparativo, o sea, valuación relativa
Como hemos visto, el método anterior intenta determinar el valor esencial o
verdadero valor de un activo, para saber si el precio que el activo tiene en el
mercado se encuentra por encima o por debajo de su valor esencial. Ahora
detengámonos un momento a pensar.
Imaginemos que usted se ha tomado el trabajo de aplicar el método anterior
para saber cuánto debería pagar para comprar una empresa. Ese valor le dio un
precio de €200.000. ¿Pero qué sucede si en el mercado esa empresa se vende a
€150.000? Si el valor que usted estimó es mayor de lo que cree el mercado en su
conjunto y usted piensa que se revertirá la tendencia, ¿por qué no comprar? Y
viceversa.
Cuando se quiere determinar el “precio” de un determinado activo,
se debe hacer no solo una valuación esencial sino también una relativa o
comparativa.
Esto se tiene que realizar con todos los activos, desde una casa hasta
acciones en las que se invierte.
Una de las dificultades a la que siempre hay que enfrentarse es la de
encontrar activos similares y estrictamente comparables, por lo que muchas veces
se debe aceptar una muestra de activos diferentes del que se está analizando que
no son estrictamente comparables en algún aspecto u otro. En el caso de una
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empresa sería: el riesgo, los dividendos, la tasa de crecimiento de las ganancias,
entre otros. Si ese fuera el caso, se deben, explícita o implícitamente, controlar
esas diferencias.
Este análisis también implica establecer comparaciones de los precios de los
activos a través del tiempo.
Por ejemplo, cuando fue la crisis de 2001 en la Argentina, el precio del
metro cuadrado de un departamento en la zona de Recoleta descendió al nivel de
US$500, cuando el promedio histórico era de US$1,500. Cuatro años más tarde,
esa diferencia fue corregida.
2) Teoría del “comportamiento bipolar”
En 1998, Frank Coppiello, analista del programa televisivo norteamericano
“Wall $treet Week with Louis Rukeyser”, explicó que un “cambio en la psicología de
los inversores”, aunque “ninguno en los negocios reales de las empresas”, hizo
modificar su pronóstico sobre el mercado accionario de “excelente perspectiva” a
“mediocre perspectiva”.
Teniendo en cuenta lo que pregona la “teoría del comportamiento racional”
nada se había modificado. Entonces ¿por qué el analista cambió de postura
respecto de las inversiones? ¿Por qué se volvió más pesimista? Porque, según él,
había un cambio en la “psicología de mercado”, o sea, en lo que pensaban los
participantes respecto de las expectativas.
¿Pero acaso las personas no eran 100% racionales? Parece que no.
Las personas se sienten influidas por aspectos psicológicos o
emocionales que las llevan a tomar decisiones de inversión disociadas del
análisis racional.
Un precursor de esta teoría se podría decir que fue Keynes, posiblemente el
economista más importante del siglo XX. Según él, la “teoría del comportamiento
racional” implicaba mucho trabajo y tenía un valor dudoso. Keynes ponía en
práctica lo que decía. Mientras los hombres de finanzas pasaban horas en oficinas
superpobladas, él invertía en los mercados desde su cama, media hora cada
mañana. Este método pausado de invertir le permitió ganar muchos millones de
libras para su cuenta personal y multiplicar por 10 el valor del Fondo de la
Universidad a la que pertenecía, King’s College, Cambridge, Inglaterra.
Respecto de las acciones, Keynes notó que nadie sabe con exactitud qué es
lo que va a influenciar las perspectivas de futuras ganancias y pagos de dividendos
(como pregona la “teoría del comportamiento racional”). Como resultado, señaló
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que la mayoría de las personas está “ampliamente preocupada, no en realizar
pronósticos de largo plazo del probable rendimiento de una inversión a través de
toda su vida, sino en pronosticar cambios en las bases de la valuación convencional
anticipándose a los cambios de opinión del público en general”. Esta idea de que
algo más que la razón muchas veces mueve las decisiones económicas y de
inversión, ya se había propuesto incluso antes de Keynes. En 1841, Charles
Mackay, escribió su famoso libro Extraordinary Popular Delusions and the Madness
of Crowds, que en la actualidad sigue siendo un clásico entre los principales
inversores profesionales y amateurs, en el que examinó la historia de la alquimia, la
caza de brujas, los cazadores de fortuna y los frenesís especulativos como la manía
por los tulipanes de la Holanda de principios del siglo XVII (esta ha sido una de las
primeras burbujas de la historia, cuando los bulbos de tulipanes llegaron a cotizarse
a un precio superior al oro). En su libro también se muestra cómo personas muy
inteligentes a veces sucumben a la idiosincrasia de las masas, lo que las lleva a
hacer un uso “fracasado” de su inteligencia. Por eso, términos usados en psicología
se han arraigado en el lenguaje de las inversiones. La furia por salir a comprar
“bonos basura” (bonos de muy baja calidad crediticia y de cobro dudoso) se la
considera una “manía”; un colapso económico es una “depresión”. Keynes creó un
término muy colorido para uno de los ingredientes vitales de la prosperidad
económica, el optimismo “ingenuo” que impulsa a las personas a dejar de lado sus
miedos a pesar de su larga experiencia. Así, Kahneman, el premio Nobel en
Economía, empezó a explorar cómo los inversores sistemáticamente realizan
errores de juicio o errores mentales. “Ellos siguen a la manada, realizan inversiones
en exceso y reaccionan muy lentamente a las noticias inesperadas”, concluye.
Incluso el multimillonario George Soros, uno de los inversores más exitosos
del mundo que en los ‘90 le ganó la pulseada al Banco de Inglaterra y que en una
tarde obtuvo un billón de dólares (1.000 millones) apostando en contra de la libra
esterlina, aplica esta teoría. Su hijo Robert alguna vez señaló: “¿Sabe la razón por
la cual cambia su posición frente a los mercados? Porque le empieza a doler la
espalda. Literalmente le agarra un espasmo, y esa es la primera señal de alerta”.
¿Alguna vez se le hubiera ocurrido que la psicología de mercado tendría
tanta influencia en las decisiones de inversión de un exitoso como George Soros?
La bipolaridad como un don para invertir
He dado en llamar a esta forma de valuar los activos “teoría del
comportamiento bipolar”. Se describe así porque el comportamiento de los
inversores en los distintos mercados se parece a la caracterización de este tipo de
personalidad. Como señaló Keynes, refiriéndose a los mercados: “están regidos…
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por corrientes de opinión que pueden pasar rápidamente del optimismo al
pesimismo”.
En psicología se suele mencionar que la bipolaridad es un trastorno afectivo,
entendiendo por esto los cambios reiterados de humor que van desde la extrema
tristeza y desesperanza (depresión) hasta la euforia o exaltación (manía).
El rasgo característico de la bipolaridad es, sin duda, su ciclicidad, el hecho
de que quien la padece está yendo constantemente de un polo a otro, circulando
entre la manía y la depresión, entre la alegría y la tristeza. Esto implica la presencia
de un necesario “grado de inestabilidad emocional”, que es la condición que da
posibilidad a la alternancia.
Esto tal vez le haga recordar la creencia que la mayoría de la gente tiene
sobre los mercados financieros: que son una “timba” y que van y vienen en función
del humor de los operadores. Aunque existe una gran diferencia entre invertir y
especular, no cabe duda de que el humor de los inversores influye en los mercados.
La pendularidad de los estados emocionales de manía (euforia, alegría
patológica, exaltación) o depresión (tristeza, melancolía, desesperanza), se pueden
organizar en tres grandes posibilidades:
a)
Alterna: en la que se dan accesos de manía y melancolía
separados por períodos de normalidad.
b)
Periódica alterna: se presenta un acceso de manía seguido de
melancolía o viceversa, separados por un período de normalidad.
c)
Circular: en la que la manía y la melancolía se suceden sin
remitencia a la normalidad.
Lo mismo ocurre en los mercados financieros con el comportamiento de los
inversores: se pasa de un estado al otro:
a)
De manera alterna: por ejemplo, comienza una suba de
precios en el mercado que parece no tener fin. Las expectativas de
ganancias futuras están en lo más alto, de forma similar a una “manía”. En
un momento los precios empiezan a moverse más lentamente, pero los
valores elevados se mantienen con “normalidad”. Rápidamente cambian las
expectativas, lo que modifica la tendencia de positiva a negativa, los precios
comienzan a caer y los mercados se sumen en una depresión.
b)
De manera periódica alterna: un día los precios suben
fuertemente embebidos de un exceso de optimismo ante la aparición de un
indicador económico (manía) y al siguiente, bajan drásticamente por la
aparición de un indicador económico opuesto al del día anterior (depresión).
Con posterioridad, sucede una etapa de “normalidad”, en la que los precios
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del mercado no sufren grandes variaciones a la espera de algún dato
económico que confirme la tendencia alcista o bajista.
c)
De manera circular: especialmente en momentos de crisis,
como la del ‘97 en los países asiáticos y del ‘98 en Rusia, los precios suben
(manía) o bajan (depresión), sin pasar por un período de “normalidad”, ante
la incertidumbre de los inversores respecto de la resolución de la crisis.
Indudablemente, el método racional se presenta como muy atractivo porque
resulta fácil trabajar con él. Lo negativo es que, lamentablemente, la economía y
las finanzas dependen de los seres humanos. De todos modos, incluso con las
desventajas operativas que conlleva la “bipolaridad” de los mercados, la inversión
exitosa no solo es posible, sino altamente probable. Recuerde la técnica CIM:
Con el conocimiento adecuado, la inteligencia bien aplicada, libre de
prejuicios y falsas creencias, y un método claro y preciso el logro está
asegurado.
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