La Confianza Valeria Cifuentes R. ESE - Escuela de Negocios, Universidad de los Andes Hace unos días, tuve la oportunidad de visitar una de las escuelas de negocios más prestigiosas de Europa, para asistir a una conferencia del connotado filósofo alemán Robert Spaemann sobre la confianza y no quiero dejar de compartir con ustedes algunas de las ideas interesantes que oí. Creo que no cometemos un grave error si decimos que el mundo de los negocios está, de algún modo, gobernado por el criterio de eficiencia: lo que nos parece bien hecho es aquello que permite lograr los objetivos al menor costo posible. Y cuando nos preguntamos qué debemos hacer para que nuestras organizaciones sean eficientes, se nos vienen a la cabeza no sólo modelos estructurales y estratégicos, sino también sistemas de recursos humanos que faciliten el desarrollo de la eficiencia a nivel personal. Parece sensato proceder de este modo pues de lo contrario, la dirección y la administración no tendrían ningún sentido. Paradójicamente, hay un factor con el que no siempre se cuenta a la hora de potenciar nuestras fortalezas, pues suena a ambigüedad de ilusos. Este factor es la confianza. Más vieja que el hilo negro, esta pequeña palabrita es fundamental cuando hablamos de personas y, más aún, cuando hablamos de personas unidas en torno a un fin común. Últimamente -luego que se ha constatado que ni los sistemas organizacionales mejor pensados aseguran un comportamiento adecuado entre las personas- se la ha sacado del baúl de los recuerdos, restituyéndole su antigua importancia. Para comprender el valor de la confianza, es necesario recordar que nadie -ni el mejor de todos los líderes- es capaz de dominar completamente la situación, sabiendo exactamente lo que sus subordinados hacen a cada momento y conociendo con exactitud todas las variables involucradas en un caso dado. Quien crea que puede ser todopoderoso controlándolo todo está perdido en dos sentidos: primero, porque siempre habrá alguien más poderoso que él y, segundo, porque para controlar a sus subordinados necesitará de controladores que también deberán ser controlados, generándose unos costos de transacción altísimos. En palabras de Spaemann: el control sin confianza, es ineficiente. La verdadera confianza no es ese ejercicio psicologístico de hacer cree al resto que se confía en ellos y que pueden confiar tranquilamente en uno. La confianza es, de algún modo, un abandonarse al otro, una apuesta que se puede ganar o perder, en la que no caben las segundas intenciones. El punto está en que si se gana, el beneficio es mucho mayor al gasto que se genera si se pierde y que el beneficio que no se gana cuando ni siquiera se apuesta, es tan grande como el gasto en control. Ahora bien, no estamos hablando de caer en la ingenuidad imprudente. Esto es una cuestión de medida, de saber distinguir cuándo una persona es digna de confianza, según las circunstancias. El filósofo alemán lo planteaba en los siguientes términos: lo más probable es que, si estamos tratando asuntos de poca monta, no haya nadie que no sea merecedor de un cierto grado de confianza. Y lo más probable también, es que existan poquísimas personas absolutamente dignas de confianza. En este sentido, entonces, la clave de una buena dirección de empresas, tiene dos caras igualmente importantes: por una parte, consiste en la capacidad de hacerse digno de confianza y, por otra, en la habilidad de reconocer en los subordinados su valía personal y su potencial para hacerse cargo de las cosas. Todo esto, no como un mecanismo de manipulación, sino como verdadera virtud, pues es precisamente la confianza la que se rompe cuando la manipulación se hace evidente. Debemos tener presente, eso sí, que esta doble habilidad directiva no es planificable… No depende de sistemas establecidos ni de recetas aprendidas. La multiplicación de la confianza –y la buena cosecha de sus frutos– es un asunto de comportamiento personal y de la integridad con que se enfrenten los problemas. Por eso, cuando la confianza se ha roto y las organizaciones quedan atomizadas, la unidad sólo puede ser restablecida por líderes sobresalientes. Eso es lo que se espera de los hombres de negocios –nuestra “aristocracia contemporánea”-, que sean generadores de ese alimento esencial de toda sociedad, que es la confianza. Publicado en la "Columna de Recursos Humanos", Diario Financiero. Junio 2005.