En base a «La celebración del sacramento de la reconciliación» del Centro Nacional de Pastoral Litúrgica (Francia) Vivir y proponer la Reconciliacion 4 He escogido el camino de la lealtad, he elegido tus mandamientos. Me adhiero a tus preceptos, Señor, no me defraudes. Muéstrame, Señor, el camino de tus mandatos y lo seguiré hasta el final. Enséñame a cumplir tu voluntad y a observarla de todo corazón. Encamíname por la senda de tus mandamientos, porque en ella me deleito. (Salmos 119:30-35) PRÁCTICAS DE PENITENCIA Y RECONCILIACIÓN El sacramento de la reconciliación no goza actualmente de “buena prensa”, ni de una práctica habitual y extendida. En los primeros siglos, la Iglesia instituyó un camino de reconciliación que comprendía un tiempo suficientemente largo de conversión, cuando se daban situacione de grave ruptura con la fe y el Evangelio. El sacramento se celebraba muy pocas veces en la vida, pero había unas exigencias penitenciales muy grandes. En el curso de la historia, especialmente después del Concilio de Trento (s. XVI) y sobre todo desde el siglo XIX, el sacramento de la Iglesia del perdón se convierte en una práctica más habitual, pues se puede celebrar el sacramento cuando el penitente lo desee. Desde la segunda mitad del siglo XX los practicantes habituales son cada vez menos o acuden al sacramento con una frecuencia más espaciada. Hay modos diversos para vivir el perdón de Dios, porque hay diferentes grados de faltas; siempre con la condición de que haya arrepentimiento. Desde la oración del Padrenuestro («perdona nuestras ofensas») hasta la participación en la eucaristía, son maneras de obtener el perdón. Sin embargo, dentro del conjunto de caminos para obtener el perdón y para la conversión que propone la Iglesia, la celebración del sacramento de la reconciliación es la piedra angular. Enséñame a cumplir tu voluntad Para celebrar el sacramento en forma personal y frecuente, además de interiorizar su importancia para vivir la amistad con Jesús, habrá que despojarse de algunos miedos y prejuicios. Para eso hay que saber que no se trata de una relación entre dos, el penitente y el confesor, sino una relación entre tres – Dios, penitente y sacerdote – que está mediada por la acción de la Iglesia. En el sacramento, el sacerdote hace presente a Cristo y actúa en su nombre recibiendo a los pecadores con la misericordia del Padre. La palabra «confesión» se usa casi siempre para hablar de todo el proceso del sacramento. Sin embargo, es solo una parte, aquella en que se reconoce y dice el mal que hay en cada uno. Pero así como se dice el pecado cometido contra Dios también es posible (¡y necesario!) confesar aquellos signos personales de su amor misericordioso. Al pecador que manifiesta su conversión al sacerdote, Dios le concede su perdón con el gesto de la absolución (las palabras de perdón y la imposición de manos). El perdón que Dios da en el sacramento viene con las palabras de absolución del sacerdote. Son el corazón, el centro vital. Recibirlas es significar que se necesita oír humanamente a alguien que nos dice: «tus pecados están perdonados». Nadie puede darse el perdón a sí mismo cuando otro ha sido herido; sólo puede hacerlo el que está herido. ¿Cómo hacer un camino, una escuela de reconciliación con nuestros jóvenes? Un primer paso será ayudarles a pasar del pecado en general reconocimiento de su pecado, y presentar el sacramento de un modo personal, una relación entre tres.