fundamentación trinitaria de la vida moral y espiritual

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TULLO GOFFI
FUNDAMENTACIÓN TRINITARIA DE LA VIDA
MORAL Y ESPIRITUAL
La fondazione trinitaria della vita morale e spirituale, Credere Oggi, 6 (1986) n. 34, 8293
Los cristianos han mantenido siempre que la voluntad divina constituye el fundamento
supremo del comportamiento humano, pero a lo largo de la historia no lo han explicado
exactamente de la misma manera.
Tradicionalmente, esto se concebía como consecuencia del acto mismo creador de Dios
que inscribía la ley ética en la naturaleza humana. De aquí la sentencia clásica: "Sé lo
que eres". Hoy se pretende que la ética cristiana en cuanto tal, no mira a Dios como
legislador sino como a Trinidad de amor. Dios no se manifiesta fuera de sí más que
como el que ama y se derrocha hasta anularse en favor de los otros. Es vie ndo morir a
su Hijo en la cruz como nos hacemos conscientes de este Dios-amor.
Kant negaba que de la doctrina de la Trinidad tomada a la letra se pudiera deducir algo
para la vida práctica. En cambio, la teología actual sostiene que toda nuestra actividad
existencial ética tiene sus raíces y se mueve al ritmo del amor vital de las personas
divinas. Así se plantea el siguiente problema concreto: ¿de qué manera se relaciona
nuestra existencia moral y espiritual con el amor trinitario y depende de él? Para
entenderlo, hay que atender más al Hijo de Dios hecho uno de nosotros en Jesucristo
que no a la creación.
1. La vida de Jesucristo en la santísima Trinidad
Para realizar el plan salvífico consistente en hacernos participar de su propia vida
divina, Jesús de Nazaret nace entre nosotros -naturaleza humana creada y asumida por
el Hijo de Dios-, por obra del Padre con la participación espontánea del Hijo y mediante
el Espíritu Santo.
Entre los humanos, la función generativa de los padres cesa con el nacimiento y
comienza entonces la tarea educativa que ha de conducir al hijo a su madurez. En Jesús
no fue así. Dios Padre continúa engendrando al Hijo en cuanto encarnado; no en el
aspecto carnal, pero sí en el de la transformación de su naturaleza humana para hacerla
cada vez más semejante a la divina. El lenguaje bíblico emplea el término "espíritu"
para referirse a la carne "divinizada". Desde su concepción, el Padre comunica a Jesús
una "humanidad pneumatizada", capaz, por la impronta del espíritu, de situarse
filialmente en intimidad de vida con la santísima Trinidad.
El padre regenera la humanidad carnal de Jesús y la va transformando en espíritu a lo
largo de toda su vida terrenal. El Evangelio alude implícitamente a ello siempre que
habla de la venida del Espíritu Santo sobre Jesús (Lc 3, 22; Mc 1,10; Jn 1,32). Pero en
la resurrección, Jesús se hace todo espíritu, capaz de permanecer totalmente en la
intimidad trinitaria y de amar, por acción del Espíritu Santo, como lo hacen las personas
divinas entre sí. Muriendo y resucitando, culmina el paso de un amor virtuoso humano a
otro de alcance trinitario. El corazón de Jesús resucitado queda totalmente transformado
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y sumergido en el amor abismal propio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por eso
Jesús, aun como hombre, puede afirmar que "Yo y el Padre somos una misma cosa" (Jn
10,30). Esta es la inefable grandeza del misterio pascual de Jesús: morir para resucitar
"espíritu" y así poder introducir su propia humanidad transformada en la vida divina
trinitaria.
2. Llamados a vivir en Cristo trinitariamente
Jesús que ha inaugurado la participación de la carne humana en la vida de amor
trinitaria, por designio de Dios Padre la comunica a todos los hombres. El Espíritu
Santo, transfiere el morir en la carne y resucitar en espíritu de Cristo a todos los
hombres dispuestos a recibir un tal don. Mediante los sacramentos, sobre todo el
bautismo y la eucaristía, nos introduce en el estado pneumático de Cristo, nos hace
participar de su misterio pascual y, por la muerte-resurrección definitiva, nos convierte
en espíritu totalmente resucitados en Cristo.
Esta posibilidad no se limita a los cristianos. Según el Vaticano II, "se ofrece a todos la
posibilidad de entrar en contacto con el misterio pascual, en aquella forma que Dios
sabe"(G.S. 22). Según San Pablo, todo hombre, una vez concebido, recibe el don del
Espíritu Santo de poder llegar a ser un "hombre nuevo"; es decir, de participar en el
estado de Cristo resucitado: "Estar unido al Señor, es ser un espíritu con él" (1Co 6,17).
Jesús es redentor y salvador por habernos obtenido no sólo la remisión de los pecados
sino, sobre todo, una vida nueva, participada de la trinitaria: "Gracias a él, unos y otros,
por un mismo Espíritu, tenemos acceso al Padre" (Ef 2,18).
El Espíritu Santo, haciendo aflorar en nosotros la forma pneumática de la carne de
Cristo, nos introduce en la vida trinitaria como hijos en el Hijo de Dios encarnado. Esto
se suele expresar simbólicamente diciendo que el Espíritu hace nacer a Jesús en
nosotros. Así, el Padre nos ama a nosotros, injertados en Cristo, con el mismo acto de
amor con el que ama a su Hijo en su Espíritu. Y amados así por el Padre, nosotros nos
hacemos capaces de amarle a El con el mismo amor divino que el Espíritu Santo
infunde en todo el cuerpo místico de Cristo. Sin dejar de ser débiles criaturas, el amor
trinitario nos envuelve, nos penetra (cfr. Jn 17,21), y se convierte en el ideal espiritual al
que debemos conformar nuestra existencia cristiana.
3. El significado de la ética fundada en el amor trinitario
Jesús aludía a nuestra vocación de ser amados por el Padre como hijos en el Hijo,
cuando nos conminaba a no llamar a nadie "padre" más que a Dios (cfr. Mt 23,9; Jn
8,41). Con ello se explicita nuestra vocación espiritual y el motivo por el cual la vida
trinitaria es el fundamento de toda nuestra vida ética y espiritual. A pesar de que el
mismo Jesús nos había dicho que Dios censuraba al fariseo que le daba gracias de ser
observante de la ley (Lc 18,9-14), quizá nosotros hayamos recibido una educación que
ligaba exclusivamente el ser buen o mal cristiano al cumplimiento de la ley y que hacía
nacer en nosotros la pretensión de que el mismo Dios había de aprobar nuestro
comportamiento como merecedor de su amor y recompensa.
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En realidad, nuestra vocación salvífica consiste en trascender cualquier bondad
puramente humana; en estar abierto a acoger y dejarse transformar por el amor trinitario
que desciende de lo alto sobre todos; en consentir que el Espíritu de Cristo pueda
expresarse en el fondo de nuestro amor. Pretender quedarnos en nuestro ser humano,
nos conduciría a experimentar un egoísmo innato e ineludible; nos haría vivir vueltos
hacia nuestro interés que busca la propia utilidad. De aquí nace la necesidad de suplicar
continuamente al Padre que nos haga hombres renacidos según el Espíritu de su Hijo.
4. Vivir de amor
Jesucristo tuvo un anhelo profundo toda su vida: que sus discípulos participaran en la
transformación que efectuaba en él el Padre al sumergirlo en la vida trinitaria y
convertir su carne en espíritu: "Que sean todos uno, como tú Padre, estás conmigo y yo
contigo" (Jn 17,21). Cristo sabe por propia experiencia que "Dios es amor(Un 4,8;
4,16). Pero, ¿qué significa vivir de amor? perdonar las ofensas, ayudar al pobre,
confortar al que sufre, atender a los enfermos, etc., son cosas que se han de dar en toda
alma caritativa, pero no son la esencia del amor de caridad.
El estado de caridad implica en nosotros una capacidad nueva de amar; significa que
amamos más que con un corazó n humano virtuoso, con el mismo corazón de Dios en
Cristo. Una persona en pecado mortal (sin ser, por tanto, ni siquiera incoactivamente,
espíritu resucitado en el Señor), en el caso de dar todos sus bienes a un necesitado
podría hacer un acto de amor huma no heroico, pero no de verdadera caridad. El amor de
caridad se da cuando es el mismo Espíritu quien manifiesta su amor en el interior de
nuestro amor altruista. Podemos amar como Dios porque somos hijos de Dios ("el que
ama, ha nacido de Dios", 1Jn 4,7), y en tanto en cuanto nos hayamos transformado en
espíritu por la participación en la vida trinitaria presente en Cristo: "Quien permanece
en el amor, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16).
Es verdad, cuando se ama con amor de caridad, se hacen actos heroicos de socorro y de
perdón, precisamente porque Dios en el Hijo se ha sacrificado soportando la cruz para
socorrernos y salvarnos a nosotros que le hemos ofendido pecando.
No se trata de que podamos amar como Dios. Sería absurdo. Nuestra tarea consiste en
volvernos disponibles para poder recibir al Espíritu en nosotros y consentir que El obre
en nosotros lo más posible, de modo que nuestros actos y nuestros sentimientos
correspondan y sintonicen lo más posible con su vida de amor trinitario. La auténtica
vida espiritual de los cristianos está en que obtengamos el don de la experiencia de ser
amados y de amar por gracia del Espíritu, como Dios se ama en su intimidad trinitaria.
El clamor de Dios al alma no puede ser más veraz: "Te he amado con amor eterno " (Jr
31,3). El alma debe acoger este amor divino, hacerlo suyo; de tal manera, que con la
fuerza de este mismo amor ame, a su vez, a Dios en el Espíritu.
Al cristiano se le pide que dé testimonio de su experiencia de amor trinitario sobre todo
en el contexto eclesial. Injertado en el Cristo integral por obra del Espíritu, se le invita a
que, entre los hermanos y con los hermanos, encarne en su amor concreto la vocación o
misión de la comunidad eclesial de dar a conocer desde ahora la participación en el
amor trinitario que llegará a plenitud en los tiempos escatológicos, en el más allá.
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5. Vivir de amor en la esperanza
No conviene olvidar jamás que continuamos siendo hombres revestidos de carne mortal
y que al recibir los sacramentos, únicamente se nos inicia en la vida según el espíritu
resucitado. San Pablo escribía "hemos resucitado en Cristo, pero todavía no"; es decir,
estamos sólo en camino de amar a la manera divina. Eso significa que, por mucho que
hayamos avanzado, siempre nos falta y siempre hemos de adelantar más en la práctica
de la caridad. Aun aquellos que nos parecen perfectos, están en la miseria por lo que
toca al espíritu caritativo. En esta vida, nunca podemos separar nuestra caridad de la
esperanza; del convencimiento de que más que caritativos somos en realidad deseosos
de llegar a serlo y dispuestos a ello. La virtud de la esperanza no se vive como una
realidad en sí misma sino que se experimenta en lo íntimo de cada uno de nuestros
proyectos caritativos. Pedimos y suplicamos al Señor el don de la caridad sin que nunca
podamos gloriarnos de poseerla.
En esta vida, lo que nos toca a los cristianos es procurar vivificar de alguna manera toda
nuestra existencia con el espíritu de amor del Señor. A pesar de no alcanzarlo nunca, los
cristianos auténticos conservan en su corazón el deseo invencible de empapar y
dinamizar con espíritu de amor toda su vida humana pública y privada, individual y
social, profana y religiosa: hacerlo todo nuevo (Ef 4,24; Col 3,10). Pero el examen de
nuestras vidas concretas en todos sus aspectos nos hace ver cuán lejos estamos de la
meta del amor trinitario divino. Incluso la autoridad nos parece como contraria a la
caridad evangélica reclamada por Jesús (Mt 20,27; Mc 10,44). En verdad, vivimos sólo
en la esperanza de una caridad futura e ignoramos cómo debería ser una auténtica vida
de amor aquí abajo.
6. La caridad, alma de toda la vida cristiana
Los teólogos han insistido siempre en la conveniencia de realizar todos nuestros actos
con intención, o mejor, con espíritu caritativo; algo así como la muchacha enamorada
expresa amor a su amado en todos sus gestos y actos. Es lo que los antiguos expresaban
diciendo que el amor es la "forma" de la conducta de la muchacha. Los autores
espirituales afirman que un acto es evangélico si y en cuanto está impulsado por la
caridad; es decir, cuando su "forma" es el amor que el Espíritu infunde en el alma. Hay
que procurar no sólo tener amor a Dios y al prójimo sino que este mismo amor haga de
fermento interno de todos los actos y se manifieste operante en el ejercicio de las otras
virtudes morales (liberalidad, justicia, castidad, et.). Así como las acciones concretas
son necesarias para manifestar el amor; de la misma manera, sólo las actividades
concretas penetradas de amor pueden proponerse como evangélicas. A pesar de todo su
valor, dar pan a un hambriento no es evangélico si no se hace por caridad: "Ya puedo
dar en limosna todo lo que tengo y dejarme quemar vivo, que si no tengo amor, de nada
me sirve" (1Co 13,3).
El amor de caridad, ¿hace los actos perfectos además de evangélicos? Los criterios de
perfección han ido variando mucho. Hubo un tiempo en que se creía que era perfecto
quien vivía cumpliendo perfectamente todos los preceptos. Luego llamó perfecto al que
era espejo claro de todas las virtudes, incluso heroicas. Actualmente, nos inclinamos a
admirar espiritualmente a quienes se entregan generosa y gratuitamente al servicio y
promoción de sus hermanos.
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La teología espiritual cristiana ha dicho siempre que la perfección está en la caridad.
Dios, porque es amor, es el único perfecto (Mt 19,17). Nuestra perfección estará en
función de nuestra participación en el amor trinitario. El mismo Jesús dijo: "Vuestro
Padre del cielo hace salir el sol para buenos y malos... Sed, pues, perfectos como
vuestro Padre del cielo es perfecto" (Mt 5,45ss).
Las almas manifiestan su nobleza mística si trascienden la disipación ordinaria de las
acciones cotidianas y en todas ellas se comportan como quien ama en el Señor. Esa
unificación es posible porque han alcanzado una gran espiritualización según el misterio
pascual de Cristo. Vivir en caridad es un don totalmente gratuito del Espíritu del Señor.
Se nos invita a pedirlo continuamente y esforzarnos por armonizar con él nuestro
comportamiento. Si comprendemos fácilmente cuántas gracias ha de dar a Dios un
pecador perdonado, mucho más agradecido al Padre ha de estar el santo porque ha
recibido más abundantemente que los demás, del Espíritu, el don de participar del amor
trinitario.
Tradujo y extractó: JOSE MESSA
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