— 293 — (Matth., VI, 12-15).—2.° Nuestro propio provecho, pues

Anuncio
— 293 —
(Matth., V I , 12-15).—2.° Nuestro propio provecho, pues
podemos obtener fácilmente el perdón de Dios, perdonando
nosotros al prójimo.—3.° L a nobleza y dignidad del perdón, por el cual nos hacemos superiores a las bestias,
ya que éstas no son capaces de moderar el ímpetu de la
ira.—4.° Se evitan con el perdón infinitas complicaciones
dolorosas, que frecuentemente sobrevienen de la venganza.
¿Con qué amor hemos de amar a nuestros enemigos?—Con el amor ordinario que se debe a la clase de
personas a que pertenezca el enemigo, pero no con aquel
amor especial con que amamos a los amigos. De esto se
infiere que hay signos de amistad ordinarios, los cuales
se usan con cierta clase de personas, y otros signos especiales de este mismo amor.
¿Qué es odio?—El odio, propiamente, consista en
desear mal al prójimo. Por consiguiente, está tan prohibido como el mismo acto de causarle algún daño. Pero no
hay que confundir el odio, o el deseo de venganza, con
la amargura o aversión engendrada en nosotros a causa
del daño recibido. De su naturaleza, esta aversión o amargura no es pecado, a no ser que se extralimite.
Nota.—No es venganza defender la propia vida en el acto
de ser acometidos, con tal de que la defensa no cause mayor
daño al ofensor de lo que exija la necesidad de la defensa.
XII
Humildad y paciencia
Dos males principales de la presente vida.—Dos son
los males principales de la presente vida, de los cuales
nadie se ve exento, y que, en mayor o menor proporción,
nos acompañan hasta la muerte: son éstos el desprecio.
que aflige al alma, y los padecimientos, que afligen prin-
— 294
-
cipalmente al cuerpo. L a conducta que debe observar el
cristiano al verse afligido por alguno de estos dos males,
inevitables en la presente vida, la tiene compendiada en
la práctica de dos virtudes principales: la humildad y la
paciencia.
Humildad.—La humildad es el abatimiento de nuestro
espíritu ante Dios y por Dios. Se ejercita de dos maneras.
L a primera y principal consiste en sobrellevar con resignación los desprecios: por ejemplo, el ser tenidos en
poco, el ser colocados en el último lugar, el ser reprendidos aunque sea injustamente, el ser calumniados o poco
atendidos, etc. L a segunda consiste en no estimarnos
superiores a nuestros méritos, vanagloriándonos, envaneciéndonos y despreciando a los demás.
Obligación de la humildad.—La razón principal por
que estamos obligados a ejercitar la humildad, es la
expresa voluntad de Dios, manifestada por Jesucristo de
palabra y con el ejemplo: Aprended de m í que soy manso
y humilde de corazón (Matth., X I , 29). Léase también la
parábola del fariseo y del publicano ( L u c , XVIII, 9-17)
y otras exhortaciones a la humildad, tan frecuentes en
los labios de nuestro Maestro y Salvador Jesucristo
( L u c , X I V , 7-11).
Bienes que nos procura la humildad.—1.° Nos acarrea grandes méritos delante de Dios, que ama a los
humildes y rechaza a los soberbios y orgullosos.—2 ° Proporciona paz al alma (Matth., V , 4) y otros muchos y preciosos beneficios.
Medios y motivos.—Considerar los desprecios con la
mira puesta en Dios, el cual nos manda soportarlos, sin
fijarnos en aquel que nos desprecia; pues en Dios, que
nos lo manda, hallamos razón suficiente para humillarnos; pero no en aquel que nos desprecia. Para esto nos
ayudarán también las consideraciones de los santos, a
saber: que delante de Dios no somos nada, que no merecemos nada a causa de nuestros pecados, etc. A estas
— 295 —
consideraciones podríamos llamarlas humildad instrumental.
Falsos conceptos acerca de la humildad y de la soberbia.—I.0 Es humildad falsa omitir las obras de obligación
por temor a las alabanzas; el llamarse ignorante, con detrimento y molestia para los demás; el cometer necedades con
el fin de ser despreciado (cuando a ello no se ve uno impulsado con especial moción del Espíritu Santo); el negar que se
sabe una cosa, cuando en realidad se sepa, etc.—2.° No es
soberbia defenderse de las acusaciones; desear ser tenido en
la estima correspondiente al cargo que uno ocupa; gozarse
moderadamente y con buen fin en las alabanzas que se le tributan a uno: por ejemplo, para animarse más y más a ser
bueno. Así como no es gula saborear con templanza los buenos manjares, así tampoco es soberbia experimentar la natural satisfacción que nos causa la alabanza, si se hace con la
debida moderación.
3.° La pusilanimidad y el encogimiento (que el mundo
confunde, a veces, con la humildad) se distingue de ésta:
a) por el motivo, puesto que la pusilanimidad procede de
poquedad de ánimo, de timidez y de otros motivos semejantes; b) por la cosa en s í misma, que las más de las veces
consiste en la omisión de las propias obligaciones.
Grados de humildad.—Podrían considerarse como tales:
1.0 Sobrellevar la humillación sin vengarse con injurias, imprecaciones, etc. 2.° Abstenerse de la justa defensa, si por algún
motivo no está uno obligado a ello. 3.° Alegrarse en las injurias, para imitar a Jesucristo, o por otros motivos religiosos.
El primer grado es obligatorio; los otros dos son grados de
perfección y constituyen la virtud heroica.
Paciencia.—Co/zs/s/e en soportar el dolor con resignación.—En la presente vida abunda más el dolor que el
placer: cosa natural, puesto que, según las enseñanzas cristianas, este mundo es como la palestra en la cual debemos
ejercitar la virtud, no el lugar de descanso en el cual
hayamos de gozar de la felicidad. E l reino de Jesucristo,
del cual formamos parte, es el reino de la virtud.
Medios y motivos.—1.0 La manifiesta voluntad de Dios
revelada por Jesucristo con sus palabras y ejemplos. Más
aún, las lecciones relativas al sufrimiento y al dolor, fue-
— 296 —
ron las más elocuentes que Jesucristo dió al mundo; y
tanto es ello así, que la cruz ha llegado a convertirse en
símbolo del cristianismo ( M a r c , V I H , 34; G a l . , V , 22;
J a c , I, 4; Rom., V , 3; X V , 4; I, Tim., V I , 11: Hebr., XII,
1-11; C o r . , V I , 4; Eph., IV, 2; T i t . , II, 2). 2.° En esta vida
nos hallamos como si moráramos en casa ajena. Hemos,
pues, de resignarnos a lo que el dueño de la casa disponga,
con sus leyes físicas y cósmicas, y a las consecuencias que
de éstas se derivan, so pena de desagradar a dicho dueño
y de violar con nuestra conducta las leyes de la hospitalidad. En efecto, nuestras murmuraciones y quejas irían,
en último resultado, contra Dios. 3.° Dios premia a quien
sobrelleva con resignación los padecimientos; más aún:
Dios está ai iado de ios que tienen el corazón atribulado, como dice el real Profeta David (Salm. X X X I I I , 19).
4.° Los padecimientos se convierten en fuente de méritos
cuando se sobrellevan con resignación; son, además, penitencia y medicina muy eficaz para curar nuestra naturaleza corrompida por el pecado, contribuyen a desprender nuestro corazón de las cosas de la tierra y nos
aproximan a Dios. 5.° E l sufrir con resignación denota
fortaleza de ánimo; por el contrario, es indicio de ánimo
apocado el substraerse a los padecimientos. Aun" de los
romanos dijo Tito Livio: Agere et pati fortia romanum
est; y Horacio: Dulce et decorum est pro patria morí.
¿Cuánto más dulce y honroso será, pues, padecer para
alcanzar merecimientos que han de ser recompensados con
la gloria eterna?
XIII
Lhn ostia
E l precepto de Dios.—La limosna está preceptuada
en varios pasajes de la Sagrada Escritura, especialmente
— 297 —
en el Nuevo Testamento: Dad limosna de lo que os
sobra, decía Jesucristo ( L u c , X I , 41. Véase además
Matth., X X V , 34-46; V , 2-4; L u c , X V I , 19 22; A c t .
A p . , X , 1-7).
¿Cuándo obliga este precepto?—Cuando el prójimo se halla en necesidad y nosotros tenemos algo que
nos sobra para aliviársela. Estos dos elementos, a saber:
necesidad del prójimo y abundancia de los bienes propios, gradúan la mayor o menor culpa que puede haber
en negarnos a dar limosna.
Ventajas.—1.° L a limosna es uno de los actos principales d é l a caridad, y como quiera que Jesucristo considera la limosna hecha al prójimo cual si la hicieran a
Él mismo (Matth., X X V ) , se comprende fácilmente que
esta virtud ha de tener suma eficacia para obtenernos de
Dios toda clase de bienes y gracias. 2.° Además, Dios ha
ordenado que hubiera en el mundo diferentes clases
sociales; ha querido que haya ricos y pobres. A éstos,
empero, no los deja desamparados, sino que ha dispuesto
que sean ayudados por los ricos. Por consiguiente, los que
no cumplen con este precepto, en cuanto está de su
parte, hacen odioso al Señor y le deshonran; en cambio,
los que lo cumplen, justifican a Dios ante los pobres.
3.° Durante su vida, Jesucristo quiso pertenecer a la
clase de los pobres; tuvo a éstos especial afecto, y
declaró que la pobreza era estado más idóneo para conseguir el paraíso que las riquezas ( J a c , II).
¿De cuántas especies son las obras de misericordia?—De dos: corporales y espirituales.—Las primeras
son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento,
vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos,
dar posada al peregrino, redimir al cautivo, sepultar a los
muertos. Las espirituales son: enseñar, aconsejar, soportar a las personas molestas (lo cual ocurre a cada paso),
rogar por los vivos y difuntos.
— 298 —
XIV
Escándalo
Definición.—El escándalo es un dicho o un hecho que
da al prójimo ocasión de pecar. Sería escándalo, por
ejemplo, proferir blasfemias, imprecaciones y palabras
deshonestas delante de los niños o niñas; gesticular descompuesta e indecentemente; ejecutar ciertos actos lícitos, pero que no deben hacerse en público; dar a leer
libros malos; hablar mal de personas o cosas sagradas;
exponer a la vista del público imágenes obscenas, etc.
División.—El escándalo es directo cuando el que lo
da intenta inducir al prójimo a pecado; 6 indirecto,
cuando la acción es tal que induce a cometer un pecado
aunque el que la ejecuta no tenga intención de inducir a
él. Hay también el escándalo llamado de los pequeños
(pusillorum), y es cuando proviene de la debilidad o ignorancia de quien ve o escucha; y el escándalo farisaico,
cuando se origina de la malicia ajena. E l escándalo
directo se llama diabólico, cuando se intenta el pecado
del prójimo precisamente para ruina de su alma. Ejemplos: Comer carne por necesidad en días prohibidos
puede ser escándalo pusillorum, si éstos ignoraran que,
en existiendo verdadera necesidad, aquella ley no obliga.
Sería escándalo farisaico el de aquel que, al ver que
el Papa condena a los herejes, atacase los derechos
de la Iglesia; o al saber que un sacerdote rehusaba administrar los Sacramentos a un obstinado, tomase de aquí
ocasión para hablar mal del Papa y de los sacerdotes
(Matth., X X V I , 31; X V , 12).
Regla.—El escándalo directo, el indirecto y el diabólico están siempre prohibidos. E l escándalo de los pequeños ha de evitarse cuando buenamente pueda hacerse.
No así el farisaico, pues proviene de la malicia del que
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299 -
lo toma; tanto más cuanto que muchas veces no puede
evitarse (v. Voluntario indirecto, pág. 270).
Teatros, bailes, bailes de máscara, algunas novelas, ciertos juegos.—A excepción de algunos casos, en los
cuales podrán permitirse estas diversiones, con la debida
modestia cristiana (lo cual se echará de ver por las circunstancias), generalmente hablando son peligrosas y a
veces desumo incentivo para el pecado: constituyen, por
decirlo así, una como atmósfera contraria al Cristianismo.
Palabras de Jesucristo contra el escándalo.—yt/^we
escandalizare a alguno de estospequeñuelos que creen
en Mí, mucho mejor le fuera que le ataran al cuello
una de esas ruedas de molino que mueve un asno y "le
echaran al mar. Si tu mano te es ocasión de e s c á n d a l o ,
córtala: m á s te vale entrar manco en la vida eterna
que tener dos manos e ir al infierno, al fuego inextinguible, en donde el gusano que les roe nunca muere
y el fuego nunca se apaga ( M a r c , IIX, 41-43).
Nota. — Podrían escribirse volúmenes enteros acerca de
los daños que reportan al cristiano las diversiones indicadas,
a las cuales hay que añadir los libros, revistas y periódicos
liberales, socialistas, incrédulos, racionalistas y naturalistas, que tanto abundan hoy. Todo esto forma alrededor de
las almas una como atmósfera pestilencial, que inficionaymata
en muchas de ellas la vida cristiana. E l conjunto de todo esto
constituye lo que se llama el mundo, en el sentido del Evangelio; el cristiano que vaya nutriendo su inteligencia y su corazón con semejantes alimentos, se volverá indefectiblemente
mundano, o, lo que es lo mismo, cristiano sólo de nombre.
XV
C o o p e r a c i ó n al mal
Definición.— Cooperar al mal es tomar parte en una
obra pecaminosa.
División. — La cooperación es material, si uno toma
parte en la obra pecaminosa sin intención alguna de coo-
— 300
-
perar al pecado: así, por ejemplo, cooperaría materialmente al mal el criado que preparara lo necesario para el
viaje de su amo que saliera a cometer un delito; es formal la cooperación cuando se toma parte en la acción
pecaminosa, participando de la mala voluntad del que la
ejecuta: así, por ejemplo, sería cooperación formal la de
aquel que, después de haberse concertado con otro para
robar, estuviera vigilando mientras el otro cometiera el
robo.
¿Es lícita alguna vez la cooperación? — L a formal no
lo es nunca; la material puede serlo si se verifican las
condiciones requeridas para que sea lícito el voluntario
directo (v. p á g . 270).
XVI
O c a s i ó n de pecado
Definición.—Llámase ocasión de pecado la circunstancia externa de lugar, persona o tiempo, que induce a
pecar; v. gr., conversar con tal o cual persona, ir a tal
casa, concurrir a tal lugar, leer determinados libros, mantener ciertas relaciones peligrosas.
División.—La ocasión es p r ó x i m a si induce f á c i l y
comúnmente al pecado: por ejemplo, visitar una persona
que de ordinario habla de cosas obscenas. L a ocasión es
remota si no induce comúnmente al pecado: por ejemplo,
andar por la calle y ver a la gente. Ocasión necesaria
es aquella que no puede evitarse: por ejemplo, vivir en
casa con un hermano malo. Ocasión voluntaria es aquella
que puede evitarse: por ejemplo, estar al servicio de un
amo malo.
Principios directivos. — L a ocasión voluntaria próxima ha de evitarse siempre que se pueda; la remota no
hay obligación de evitarla; la p r ó x i m a necesaria tam-
-
301 —
poco hay obligación de evitarla, pero han de emplearse
otros medios para no pecar (Matth. , XVIII, 7).
Fuga de la ocasión próxima.—El remedio mejor para
evitar el pecado consiste en huir la ocasión próxima.
L a razón es la siguiente: en la ocasión próxima, la pasión,
como que se halla en presencia del objeto que la solicita
y, por otra parte, se le ofrece oportunidad de satisfacer
sus antojos, vese robustecida de un modo extraordinario.
Es como poner la estopa en contacto con el fuego.—
Esta es la razón por la cual los ascetas cristianos alaban
a veces, y por cierto obrando en esto como cuerdos filósofos, la ignorancia de algunas cosas. No porque la ignorancia en s í sea buena, sino porque lo es en aquellas circunstancias en las cuales el conocimiento se convierte
en ocasión de pecado. De modo que quien con este motivo
critica como mala la ascética cristiana, no sólo obra como
un malvado, sino también como un mal filósofo. Sólo en
determinadas circunstancias, por ejemplo en países y
en tiempos de gran corrupción, cuando la ignorancia del
pecado y de sus efectos pudiera ser causa de graves daños
morales y físicos, convendrá ilustrar, con la más delicada
prudencia, a las almas expuestas al peligro, pero siempre debe hacerse de modo que el conocimiento no sea
incentivo u ocasión de pecado, sino que, al revés,
aparte de él.
XVII
Obediencia
Definición.—Es la subordinación del inferior al superior legítimo: como, por ejemplo, a los padres, maestros,
autoridades civiles, por respeto a Dios, que así lo ordena (Rom., XIII, 1).
Necesidad.—En este mundo, ni el hombre ni otra cria-
— 302 —
tura alguna es del todo independiente. Todo lo creado
forma una admirable subordinación y coordinación entre
unos seres y otros. E l débil está subordinado al fuerte,
el enfermo al sano, el ignorante al sabio, el pobre al
rico, el vegetal a los animales, éstos al hombre, y el
hombre a Dios; en todo hay dependencia, como en las
ruedas de un reloj. Cosa semejante ocurre en el orden
moral.
Valor y mérito de la obediencia.—I.0 L a obediencia
cristiana es nobilísima y de gran mérito, porque por ella
se obedece a los hombres, en cuanto son representantes
de Dios. Es, pues, una sumisión a Dios.—2.° Por medio de
la obediencia, cada uno ocupa el lugar que le corresponde en la creación, como una rueda en el reloj, como
la luna al girar alrededor de la tierra; por el contrario,
con la insubordinación se perturba el orden moral, lo que
es cosa mucho peor que perturbar el orden astronómico,
químico o mecánico.
Grados de la obediencia.—Son tres: 1.° Ejecución
pronta; 2.° Sujeción de la voluntad, la cual, en lo exterior, se muestra con la alegría y prontitud en obedecer;
3.° Juzgar, mientras sea posible, que lo que se ha mandado es bueno y oportuno.— Este tercer grado, empero,
es cosa de consejo y de altísima perfección.
¿Y si la cosa mandada se juzga que es errónea o
pecaminosa?—!.0 En el primer caso, puede exponerse con
buenos modos la dificultad al que ha dado el precepto.—
2.° Pero si éste persiste en su parecer, entre dos juicios ha de
prevalecer el del que manda.—3.° Si uno creyese tener evidencia de los inconvenientes que se seguirán de obedecer, y
por otra parte no le resulta daño alguno de obedecer, sufra
aquellos inconvenientes con paciencia, como se sufre la lluvia,
la nieve y la fiebre.—En el segundo caso: á) Si fuera cosa
evidentemente pecaminosa no ha de obedecerse (resistencia negativa), de lo contrario sería substraerse a la sumisión
debida a Dios; tí) Sin embargo, jamás es lícita la rebelión
(resistencia positiva), porque sería éste un daño peor que
cualquier otro inconveniente.
-
303 —
XVIII
Castidad
Precepto de la castidad.—Dos partes tiene este precepto: 1.° Prohibe enteramente los placeres carnales
fuera del orden establecido por Dios. 2.° Dentro de este
orden, la castidad regula aquellos placeres, tomando por
norma la ley divina y según sus sapientísimos fines (I Cor.
V , 9; Colos., III, 5).
Corolarios.— Estando prohibidos, conforme hemos
dicho, los placeres carnales, fuera del orden establecido
por Dios, y siendo grande la inclinación que a ellos tiene
la naturaleza corrompida, está también prohibido, fuera
de este orden, todo lo que constituye ocasión próxima de
pecado: por ejemplo, las amistades sensuales (no precisamente la benevolencia), algunas familiaridades peligrosas, etc.
¿Por qué, pues, nos ha dado Dios esta inclinación?
—La ha dado Dios a la naturaleza para lograr el fin que se
ha propuesto alcanzar. De la misma manera que ha dado al
hombre la inclinación a hablar, a cantar, a escribir, imponiéndole al propio tiempo la obligación de servirse de ellas, no
según su capricho, sino sujetándolas a la norma de la ley; así
también le ha dado la inclinación de que estamos hablando. De
lo contrario, no reinaría en el mundo el orden, sino el más
completo desorden.
Efectos de la impureza.—1.° E s causa del olvido de
Dios; 2.° de la ceguedad de la mente; 3.° del endurecimiento del corazón. L a razón de tales efectos es porque
la impureza es un vicio que convierte al alma en miserable esclava del cuerpo.
Medios para conservar la pureza.—1.° La faga de
las ocasiones peligrosas: por ejemplo, de ver, oír y
leer cosas que incitan y provocan al mal. 2.° La oración.
3.° La ocupación. 4.° La frecuencia de Sacramentos.
— 304 —
5.° La humildady es decir, no fiarse de sí mismo, reflexionando que somos flacos y débiles, como en efecto
lo somos.
»
XIX
M u r m u r a c i ó n , calumnia, injuria, juicio temerario
Murmuración.—Es una violación injusta y oculta de
la buena reputación del prójimo; se comete revelando sin
motivo suficiente los pecados y defectos ajenos, aunque
sean verdaderos.—Dícese oculta, porque se hace a espaldas de la persona difamada; injusta, porque al revelar
los defectos ajenos, sin razón suficiente, se comete una
injusticia con el prójimo.—El pecado de la murmuración
consiste principalmente en esta injusticia, y será más o
menos grave según el daño que de ella se siga. Es
pecado fácil de cometer y, por desgracia, muy difundido.
¿Pueden revelarse alguna vez los defectos del
prójimo?—Sí, cuando hay razón para hacerlo: por
ejemplo, la utilidad pública, el provecho de aquel cuyo
defecto se revela, la utilidad propia, la utilidad del que
escucha. Y no sólo puede ser lícito, sino también obligatorio en algunos casos, revelar y descubrir ciertos pecados o defectos: v. gr., descubrir una traición para prevenir un peligro; manifestar las culpas de otro para que se
le corrija, etc.
Nota.—l.0 No es pecado revelar un hecho que ya es
público.—2.° Tampoco lo es escuchar una murmuración (sin
provocarla), cuando la razón de no impedirla sea el temor reverencial u otro motivo razonable.
Calumnia.—Es una violación injusta de la buena reputación del prójimo, a quien se atribuyen pecados que no
ha cometido o defectos que no tiene.
— 305 —
Restitución de la buena fama.—Tanto el que calumnia
como el que murmura, están obligados a reparar el daño
ocasionado y a restituir la fama arrebatada, a no ser que
fuere imposible restituirla, o bien que se hubiere desvanecido ya la murmuración o la calumnia en la memoria de
los que la oyeron.
Injuria.—Es una violación injusta de la honra del prójimo, hecha en su misma presencia: por ejemplo, por medio de escarnios, improperios, gestos despectivos, etc.
Juicio temerario.—Es la violación injusta de la honra
del prójimo, cometida sólo con el pensamiento: p. ej., juzgando de uno, sin razón suficiente, que es ladrón. Es
pecado mortal o venial, según la gravedad de la materia.
Cuando hay motivo grave para juzgar, no existe pecado,
aun cuando el juicio fuese erróneo. L a sospecha temeraria es una simple duda, que por lo general no llega
jamás a pecado mortal. Cuando la sospecha es fundada,
no existe ninguna clase de pecado, ni siquiera venial.
XX
Oración
Definición.—Oración es la elevación de nuestra mente
a Dios: esto es, una especie de conversación y trato
íntimo con Dios. Puede hacerse de dos maneras: o bien
elevando nuestro corazón y nuestra mente a Dios, considerando su grandeza, bondad u otros atributos y perfecciones divinas (oración mental), o bien alabando a Dios
con palabras y pidiéndole mercedes y ayuda en nuestras
necesidades (oración vocal). L a forma o manera de oración mental más ordinaria y conocida es la meditación, en
la cual aplicamos a Dios y a las cosas divinas el ejercicio
de las tres potencias de nuestra alma: la memoria recordando algún misterio divino, el entendimiento reflexio20.—CUESO D E R E L I G I Ó N
-
306 —
nando sobre él y ia voluntad amándole, haciendo al propio
tiempo propósitos prácticos de vida virtuosa para conseguirlo. En cuanto a la oración vocal, la especie más ordinaria es la plegaria, por la cual pedimos a Dios ayuda
en nuestras necesidades espirituales o temporales.
Necesidad.—La necesidad de la oración mental, y especialmente de la meditación, infiérese de aquel principio
filosófico según el cual no puede amarse aquello que no
se conoce y sobre lo cual no se considera. Ahora bien, las
cosas celestiales no son accesibles a los sentidos, sino
sólo a la mente, por medio de la fe. Por tanto, si no se
meditan, se olvidan y vienen a ser suplantadas por las
cosas sensibles.
En cuanto a la oración vocal, la necesidad de la plegaria se deriva en especial de tres capítulos: 1.° De nuestra necesidad, puesto caso que es ley común en la vida
que quien no tiene debe recurrir al que puede proporcionarle lo que le falta. Ahora bien, la salvación eterna, las
gracias oportunas y la perseverancia final, etc., dependen
de Dios. Luego... 2.° Del obsequio que debemos tributar
a Dios. En efecto, rogar a Dios es reconocer su poder y
a la vez nuestra impotencia. 3.° De la expresa voluntad
de Dios ( L u c , XVIII, 1-7; Jo., X V I , 23-25). Porque así
como Dios ha establecido que para recoger trigo sea preciso sembrar, así ha ordenado también que para alcanzar
ciertas gracias sea necesario rogarle que nos las conceda.
Aspecto luminoso y aspecto misterioso de la oración.—El aspecto luminoso de la oración es su eficacia.
En numerosas ocasiones aseguró Jesucristo que oiría
siempre nuestras oraciones: lo comprobó, además, con la
parábola de la viuda y el juez ( L u c , XVIII, 1-7), con la del
que va a pedir un pan a media noche ( L u c , X I , 113),
con la del hijo que pide un huevo ( L u c , X I , 1-13) y
otras. L o comprobó finalmente con la semejanza de los
pájaros y de las flores (Matth., V I , 25-34). E l aspecto
misterioso es la incertidumbre de si seremos atendi-
-
307 —
dos en lo que pedimos, y cuándo lo seremos. Por esto
debemos abandonarnos en las manos de Dios como un
niño se abandona en las de su madre, persuadidos de que
Dios nos concederá lo que más nos convenga.
Nota,—Esta, segunda observación puede servir de respuesta a algunos que dicen: He rogado mucho Y no he obtenido nada; luego la oración es inútil. Recordemos que Dios
tiene en su mente un sabio plan para regir al mundo, mediante
leyes determinadas. Ahora bien, si una oración va contra este
plan, no puede ser atendida por Dios. En este caso, concederá
otras gracias en vez de la solicitada. De otro modo, no habría
en el mundo ni muertes, ni enfermedades, ni otros males que
son consecuencia necesaria de la naturaleza corporal, de la
libertad humana y de otras causas.
Cualidades de la oración.—Se reducen a dos: 1.a Pedir cosas buenas; y 2.a, pedirlas bien.
Pedimos cosas buenas: a) cuando pedimos bienes
espirituales, p. ej., amor de Dios, paciencia, perdón de
los pecados, dolor de los mismos,fe, caridad fraterna, castidad, etc.; b) cuando, al pedir bienes tempoi ales, los pedimos con subordinación a los espirituales.
Pedimos bien: a) cuando pedimos engracia de Dios,
pues de no estarlo somos enemigos suyos; b) cuando pedimos con confianza, es decir, con la persuasión de que
Dios piensa en nuestro bien y nos oirá, si lo que pedimos
nos es útil; c) cuando pedimos con resignación, en cuanto
al tiempo y en cuanto al modo en que desearíamos ser
atendidos; d) cuando pedimos de corazón, porque del
corazón ha de salir la plegaria, no de la muchedumbre de
las palabras (Matth., V I , 7); cuando pedimos con perseverancia y humildad, puest® que Dios es el Señor y no
sabemos cuándo nos abrirá las puertas de su misericordia; en cuanto a nosotros nada somos de nosotros mismos,
de modo que todo lo que tenemos es efecto de su bondad.
iVo/a.—Tengamos siempre presente que, a excepción de
cuando hace un milagro, Dios no concede las gracias a saltos,
o en el tiempo que a nosotros nos place, sino que obra en esto
— 308 —
al modo de la naturaleza, es decir, preparándolas de lejos,
como hace en las obras de la naturaleza. Buen ejemplo de esto
hallamos en José, vendido por sus hermanos. No olvidemos
que una de las grandes leyes de Dios es la de las preparaciones lentas. Nosotros los hombres, en especial cuanto más
ignorantes somos, más deseamos recibir de repente las gracias y aun las solicitamos de Dios invocando su omnipotencia.
Mas la economía de Dios en la salvación humana difiere
mucho de este modo de pensar.
El Ejemplo de Jesucristo—Matth., X X V I , 36-45;
M a r c , I, 35; V I , 46, I X , 27-28.
Parte práctica.—I.0 Debe cada uno fijarse tiempo para la
oración. 2.° Determinar las oraciones que debe rezar: que no
sean muchas, pero sí bien rezadas. 3.° Tener una lista de las
gracias que se han de pedir, sin dejar nunca estas tres: la
buena muerte, la pureza y la paciencia. Después de la buena
muerte, estas dos últimas gracias son para nosotros las más
necesarias, porque son un arma poderosa y eficaz contra
las dos tentaciones más peligrosas y graves de la vida: la
procedente del placer y la que procede del dolor. 4.° Por
la mañana, al ofrecer a Dios las obras del día, formar intención
de ganar las indulgencias que haya concedidas a las varias
obras u oraciones que haremos o rezaremos durante el día.
XXI
Mandamientos de la Ley de Dios
Los diez mandamientos, llamados decálogo, impresos por
Dios en el corazón de todos los hombres, fueron además
por Él promulgados como ley positiva, al ser entregados a
Moisés escritos en dos tablas de piedra; Jesucristo los confirmó (Matth., V , 17; M a r c , X , 10).
\.—Yo soy el Señor ta Dios; no tendrás otros dioses
delante de m í (Ex., X X , 2-3).
¿Qué contiene este precepto?—Dos partes: En la
primera se nos prescriben los actos de culto con que debe-
— 309 —
mofj honrar a Dios; en la segunda se nos prohiben los
actos contrarios a la virtud de la religión.
Adoración.—I.0 La adoración vs, un acto de obsequio y de culto debido sólo a Dios, como Supremo Señor,
dueño de todas las cosas y fuente de toda gracia. 2.° Esta
adoración, llamada también culto de latría, ha de ser
interna (reconocimiento del supremo dominio, grandeza
y poder de Dios) y externa (manifestada con palabras o
signos, v. gr., arrodillándose); pues tanto el alma como el
cuerpo dependen de Dios. 3.° Esta adoración también es
debida a Jesucristo, porque es Dios; y aun a su sagrada
humanidad, porque la naturaleza humana y la divina, en
Jesucristo, subsisten en una sola persona que es la divina;
por tanto, es lícito adorar a cada una de las partes de la
humanidad de Jesucristo, por ejemplo sus llagas, su sangre, su corazón; porque en cuanto son partes de la humanidad del Hijo de Dios, están unidas hipostáticamente a
la divinidad. 4.° A nadie más es debida la adoración, ni
aun a la misma Virgen Santísima, verdadera Madre de
Jesucristo.
Oración.—Se divide, como dijimos, en mental y vocal.
La primera consiste en reflexionar con la mente sobre las
verdades de la fe, o sobre los ejemplos de Jesucristo y de
ios santos, para ejercitarse en el amor de Dios y fortalecerse en la observancia de su ley. Elemento importantísimo
para la vida cristiana es la meditación, a fin de no apartarnos del recto camino que debe conducirnos al cielo; porque
los sentidos con su impresionabilidad, y el mundo con su
gritería y confusión, tiende a distraernos y apartarnos de
nuestro último fin. A la meditación se reducen, en alguna
manera, la lectura de libros espirituales y el oír la
palabra de Dios. Las oraciones vocales o rezos son una
súplica que hacemos a Dios, pidiéndole las cosas de que
necesitamos, sean espirituales, sean temporales.
Hay otras especies de oración mental propias de la vida
mística, especialmente la de unión, en la cual el alma queda
— 310 —
de tal manera absorta en Dios, que todas las potencias externas e internas suspenden sus funciones; en eso consiste el
estado de éxtasis.
E l culto tributado a la Santísima Virgen y a los Santos.—1.0 Es un culto de honra, no de adoración. Honramos
a la Virgen Santísima, como a Madre de Dios, y honramos
también a los Angeles y Santos porque son amigos de
Dios y hermanos nuestros, pues con ellos formamos una
sola familia (comunión de los Santos). Les dirigimos oraciones y súplicas, mas sólo como a intercesores nuestros
delante de Dios. 2.° E l culto tributado a las imágenes de
los Santos y a las reliquias, es lícito y santo, puesto que
a) es una honra que se refiere no a las estatuas materiales sino a aquellos a quienes representan, como ocurre
también en la vida ordinaria; b) excita en nosotros la
devoción y la piedad; c) nos estimula a su imitación.
3.° Este culto, aprobado por la Iglesia, fué repudiado por
los herejes iconoclastas, en el siglo vm, y por los protestantes. E l rechazar este culto es herético.
Nota—La. alegría que tienen los ángeles en la conversión de los pecadores (Luc, X V , 10), y las palabras del arcángel San Rafael, al presentar a Dios las oraciones de Tobías
(Tob., XII, 12), demuestran que Dios da a conocer a los Santos
nuestras necesidades.
Actos contrarios al culto de Dios.—La idolatría, la
herejía, la superstición (prácticas falsas de religión),
la vana observancia (p. ej., deducir consecuencias dej
vuelo de las aves, del curso de los astros y de los sueños),
la tentación de Dios (pretender obligar a Dios a que
haga un milagro), la magia o el espiritismo (servirse de
los demonios para hacer cosas maravillosas), el sacrilegio
(profanación de personas o cosas sagradas), hablar mal
de la religión, contra el Papa y sus enseñanzas; mostrarse indiferente en materia de religión o creer que
todas las religiones son igualmente buenas.
-
311
-
II.—No tomar el santo nombre de Dios en vano.
¿Qué se nos prohibe en este precepto?—Se nos
prohibe la profanación del nombre de Dios. Puede hacerse
dicha profanación: 1.0 con la blasfemia; 2.° con el abuso
del juramento (no con el uso legítimo); 3.° con la violación de los votos.
Blasfemia.—Consiste en pronunciar palabras injuriosas contra Dios, contra los Santos o contra las cosas
sagradas. Es la mayor profanación que puede darse del
nombre de Dios.
Juramento.—Consiste en invocar el nombre de Dios
en testimonio de la verdad. Puede ser asertorio (cuando
se afirma sencillamente la verdad), promisorio (cuando se
confirma la verdad con una promesa o pacto) e imprecatorio (cuando se invoca a Dios como testigo y vengador del perjurio).—Es lícito el juramento cuando reúne
las condiciones siguientes: a) verdad en lo que se dice;
b) motivo grave para jurar; c) y que lo que se jura sea
cosa honesta. No es válido el juramento de hacer algo
ilícito: p. ej., el que hizo Herodes.
Quien dijese: Juro por mi honra, sin invocar a Dios como
testigo de su aserción, no pecaría, por este solo motivo,
contra el segundo mandamiento.
Voto.—1.° Es una promesa formal y deliberada, hecha
a Dios, de una cosa que a Él le es grata, y que, además, es
mejor que su contraria (obliga so pena de pecado). 2.° En
habiendo algún motivo, el voto puede ser dispensado o
permutado, por la autoridad de aquel que ocupa el lugar
de Dios. 3.° Es válido el voto que versa sobre una obra
que por otro concepto ya está mandada; p. ej., hacer voto
de oír misa los días de fiesta, de guardar la virtud de la
pureza, etc. Estas obras tienen entonces doble mérito:
por razón de la virtud, o del precepto que se observa; y
por razón del voto que se cumple. 4.° A veces el voto
cesa por imposibilidad de ejecutarlo.
— 312 —
\\\.-~Santificar las fiestas.
Extensión del precepto.—Tiene dos partes: en la primera se nos manda oír misa, y en la segunda se nos
prohibe ocuparnos en obras serviles.
Misa.—I.0 L a obligación de oír misa empieza desde
que se tiene uso de razón, o sea desde los siete años, poco
más o menos. 2.° Para cumplir el precepto no es necesario ver al celebrante; basta formar parte del pueblo
que asiste a la misa, aunque tuviera uno que estarse
fuera de la iglesia. 3.° No se requiere intención de cumplir
el precepto; basta que de hecho se oiga misa. 4.° Quien
WegdiSQ. después del ofertorio, está obligado a oír otra
misa, pues dejaría de oír una parte notable de ella,
siendo así que está obligado a oírla entera, a no ser que
le excuse de ello algún grave motivo. 5.° Los motivos
que excusan de cumplir con este precepto son, entre
otros: una enfermedad, la convalecencia, alguna necesidad urgente, tener que cuidar a un niño, o asistir a un
enfermo, un inconveniente grave, una distancia considerable. 6.° Alguna vez hay que oír la palabra de Dios, y
es bueno asistir a las funciones religiosas.
Obras prohibidas.—Las obras humanas se reducen a
cuatro especies, 1.° obras sem'/es (levantar una pared,
coser); forenses (p< ej., las causas o pleitos que se ventilan en los tribunales, las ventas y compras públicas); liberales (p. ej., escribir, tocar algún instrumento); y comunes (p. ej., andar). 2.° Las obras prohibidas en los
domingos y días festivos son las serviles y las forenses. 3.° E l trabajar por espacio de tres'horas es materia grave. 4.° Excusa del precepto la apremiante necesidad, p. ej., guisar, cocer pan, vender cosas necesarias, etc.
Nota .—Para juzgar si una obra es servil, no hay que
atender únicamente a la ganancia que reporta, ni a la fatiga
que causa, sino a la apreciación moral y a la costumbre
cristiana. Así, el escribir, no cabe duda que es trabajo fati-
— 313 —
goso; el hacer calceta, no lo es tanto; y sin embargo lo primero
no está prohibido, y lo segundo sí.
Puede considerarse como incomodidad grave, la cual,
según hemos dicho, excusa de la observancia del precepto,
la amenaza implícita de ser despedido del trabajo.
Razones de este precepto.—El hombre no consta de
solo cuerpo, ni es una máquina, sino que también tiene
alma; no vive sólo para esta vida, sino que además
espera otra. Necesita, por consiguiente, descanso, necesita cultivar la mente, acordarse de su fin y dedicar un
día a la honra y culto de Dios,
Pero si hemos de comer en día de fiesta, dirá alguno,
habremos de trabajar también en día de fiesta.—R. Niego la
consecuencia; de otro modo se seguiría que quien come de
noche también habría de trabajar de noche. Trabajar y comer
no han de hacerse al mismo tiempo.
La ley civil y las fiestas.—Sólo la sociedad religiosa,
o sea la Iglesia Católica tiene el derecho de determinar las fiestas religiosas; éstas han de santificarse aun
cuando la sociedad civil se niegue a reconocerlas, pues
antes hay que obedecer a Dios que a los hombres
(Act. A p . , V , 29) (1).
\M —Honrar padre y madre.
Obligaciones de los hijos para con sus padres.—
Deben amarles afectiva y efectivamente, asistirles en sus
necesidades, reverenciarles y obedecerles.
Nota.—En la elección de estado, los hijos han de entenderse con sus padres y pedirles consejo; mas éstos no pueden
(1) E l precepto e c l e s i á s t i c o de o í r la santa misa y de abstenerse de
toda clase de trabajos serviles queda en vigor solamente para los
siguientes d í a s : T o d o s los Domingos, las Fiestas de Navidad, de la
C i r c u n c i s i ó n , de la E p i f a n í a ( d í a de Reyes), de la A s c e n s i ó n del S e ñ o r ,
de la Inmaculada C o n c e p c i ó n , de la A s u n c i ó n de la Virgen, de los Santos A p ó s t o l e s Pedro y Pablo, y finalmente de T o d o s los Santos. E n
E s p a ñ a , a d e m á s de é s t o s , son t a m b i é n d í a s festivos los de San J o s é , del
Corpus Christi y de Santiago el Mayor.
— 314 -
.
contradecir irracionalmente a sus hijos, pues son libres en la
elección de estado.
Obligaciones de los padres para con los hijos.—
Deben amarles afectiva y efectivamente, educarles corporalmente, proporcionándoles alimento, vestido, estado, etc.; y espiritualmente deben procurarles la cultura
intelectual, moral y religiosa conveniente; corregirles,
darles buen ejemplo, etc.
Obligaciones de los amos para con sus criados.—
1.° Deben tratarles benignamente. 2.° Instruirles y corregirles. 3.° Darles el merecido salario (Coloss., I V , 1;
Prov. XXIII, 13-14). 4.° Darles tiempo y ocasión para
cumplir sus deberes religiosos.
Obligaciones de los criados para con sus amos.—
1.° Deben respetarles. 2.° Obedecerles en las cosas de servicio. 3.° Serles fieles (Coloss., III, 22-24; I Petf., II, 18).
Obligaciones mutuas entre los súbditos y los superiores, así civiles como religiosos.—Todas estas obligaciones se compendian, por parte de los superiores, en
amar a los súbditos y en trabajar seriamente por su
bien; y por parte de los súbditos, en la confianza, en el
respeto y en la obediencia (Rom., XIII, 1-7).
Nota—Los cristianos estamos obligados en conciencia a
obedecer y respetar a toda autoridad civil, no sólo a la legítima, sino también a la que lo es sólo de hecho, aunque sus
representantes sean díscolos y perversos; se entiende siempre
mientras no manden cosas contrarias a Dios.
V.—No matar.
¿A qué nos obliga este precepto?—I.0 A no matar
ni herir injustamente a nadie (homicidio); 2.° a conservar nuestra propia vida y a no arrebatárnosla (suicidio).
Razones de este precepto. — Las razones que nos
persuaden de la primera parte, proceden del precepto de
la caridad, el cual consiste en «amar al prójimo como a
-
315 -
nosotros mismos». La razón de la segunda es la siguiente:
Nadie es dueño de su propia vida, como nadie es dueño de
fijarse a sí mismo el fin de su vida; pues así la vida como
el fin de ella, que es obedecer a Dios, nos han sido
impuestos por el Creador. Por consiguiente, quien se
quita la vida, se substrae al fin de la vida y al orden
establecido por el Creador; es un desertor y un rebelde.
Suicidio y duelo.—Están prohibidos por la razón indicada.—En cuanto al duelo^ conviene, además, tener presente: 1.° que aun el solo exponerse, sin gran motivo, al
peligro de perder la vida constituye un pecado; 2.° que el
duelo no sólo está prohibido por la ley de Dios, sino que
además está condenado por la Iglesia con la pena de
excomunión (1). Todo lo cual se funda en lo irracional
que es pretender dirimir el derecho con la espada; prejuicio bárbaro, dignísimo de ser extirpado, pues nunca la
espada ha de ser fuente de derecho.
Muerte del reo y del agresor.—Puede darse muerte
al reo por autoridad pública. A l agresor se le puede
matar o herir, aun por autoridad privada; mas 1.° en el
solo acto de la agresión; 2.° no ocasionando al agresor
mayor daño del que se requiere necesariamente para
la defensa.
Nota.—No es pecado desearse uno la muerte, o desearla
a otros, cuando se hace esto, no por motivos de venganza o
desesperación, sino con el fin de gozar de Dios, de no pecar
más, de verse libre de las penas de la presente vida o por otros
fines semejantes; pero siempre con la condición de que todo
ello vaya acompañado de la conformidad con la voluntad de
Dios. Tampoco es pecado alegrarse del efecto que se sigue
de la muerte de alguno, ya por haber cesado de penar el
enfermo, ya porque se supone ha recibido de Dios el premio,
ya por cualquier otro motivo honesto. Sólo está prohibido el
motivo de venganza.
(I) E s t á n sujetos a esta e x c o m u n i ó n : 1.° los que se baten en duelo,
2.° los que provocan a é l o lo aceptan, 3.° los c ó m p l i c e s y los que de
cualquier manera lo fomentan, mandan o aconsejan: testigos, padrinos,
espectadores, si asisten a é l de p r o p ó s i t o , etc.
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316 -
VI y IX.—iVo fornicar. No desear la mujer de tu
prójimo.
Declaración.—Estos dos preceptos (Exod. X X , 14-17)
prohiben directamente todo pecado de impureza, no sólo
de obra sino también de deseo, cometido con persona ya
ligada en matrimonio; pero indirectamente prohiben cualquier otro pecado de impureza.—Dichos pecados, además del decálogo, están prohibidos también en muchos
otros pasajes de la Sagrada Escritura, en los cuales se
asegura que los deshonestos, sean de cualquier especie
que fueren, no entrarán en el reino de los cielos. No quer á i s cegaros, hermanos míos, dice San Pablo; ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
que pecan contra la naturaleza, ni los ladrones, ni
los avarientos, ni los maldicientes, han de poseer el
reino de Dios (I Cor., VI, 9-10).
Causas de la impureza.—El ocio, las conversaciones
deshonestas, las miradas impuras, la lectura de novelas,
libros, revistas y periódicos malos, las canciones obscenas,
los bailes, teatros y cinematógrafos, los espectáculos peligrosos, los excesos en la comida y en la bebida, etc.
VII y X.—No robar, no desear los bienes ajenos.
Definición.—Robar es tomar o retener las cosas ajenas contra la voluntad racional de su dueño.
Corolario. — Por consiguiente, de suyo no es pecado
tomarse lo justo de quien no quisiera pagar una deuda; tomar
una cosa en caso de extrema necesidad (p. ej., una fruta
hallándose uno abrasado de sed), o bien cuando se supone que
el dueño consiente en que se tome.
¿De cuántas maneras puede robarse?—Con violencia, como lo hacen los ladrones; con astucia, como lo
hacen a veces los criados y los niños; con fraude, como
lo hacen en algunas ocasiones los vendedores y comerciantes, usando de falsos pesos y medidas; con usura,
exigiendo un interés excesivo por el dinero prestado;
— 317 con injusticia, no pagando las deudas o no devolviendo
lo que se ha recibido en depósito.
Gravedad del hurto.—Depende del juicio moral, de
la estima en que se tiene la cosa robada y de las circunstancias de la persona; así, puede ser grave robar a un
pobre una peseta, a un obrero dos, a un capitalista una
suma mayor.
En cuanto a los hurtos de los hijos de familia,
para que el robo sea grave, se requiere generalmente
el doble de lo que se requeriría si el robado fuese un
extraño.
Razón de precepto.—La razón es defender la propiedad, tan necesaria para la conservación de la vida
y de la familia, y además, uno de los mayores estímulos
para el trabajo. Abolida la propiedad privada, como quisieran los socialistas, ¿quién tendría el heroico valor de
trabajar para entregar sus beneficios a la comunidad y
sin esperanza cierta de provecho para sí ni para su familia?—La propiedad se adquiere en virtud de ocupación
legítima, de hallazgo, de don, de herencia, de contrato, de compra, etc.
Restitución.—Para que el pecado de hurto sea perdonado, es necesaria la restitución, a menos que la
persona robada hubiese condonado el robo.—Caso de
ser imposible la restitución, hay que tener voluntad
eficaz de hacerla en cuanto se pueda.—La restitución ha
de hacerse al dueño o a sus legítimos herederos.
Cosas halladas.—Hay que investigar el paradero del
dueño; si no se le encuentra, el objeto hallado puede ser
retenido. No hay obligación de darlo a los pobres, aunque es más perfecto hacerlo así.
Nota.—No es lícito comprar objetos robados, ni pagar con
moneda falsa; lo primero, porque lo robado continúa siendo
propiedad de su dueño; lo segundo, porque dar moneda falsa
es engañar al prójimo. E l que hayamos sido engañados por
alguien, no es razón para que podamos engañar a oíros.
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318 -
VUL—No decir falsos testimonios ni mentir.
En este mandamiento se prohibe la mentira, la calumnia, la maledicencia, la contumelia, el juicio temerario, la
hipocresía, la adulación, los falsos testimonios, la ficción.
Hablaremos de la mentira, porque hemos hablado ya
acerca de los demás puntos.
Mentira.—Consiste en decir lo contrario de lo que se
piensa, con intención de engañar.—Puede mentirse también manifestando el pensamiento interno mediante la
escritura u otro signo.
Principios reguladores.—1.° L a mentira ha sido positivamente prohibida por Dios en muchos pasajes de la
Sagrada Escritura, porque para la conservación del orden
social es necesaria la buena fe y la mutua confianza de los
hombres entre sí; de otro modo, la sociedad sería imposible.—2.° Es mortal o venial la mentira, según la gravedad
del daño que de ella se siga.—3.° No hay mentira, cuando
nadie puede quedar racionalmente engañado por lo que
se dice; y así, no podrían considerarse como mentirosas
estas palabras: «Estoy viendo desde esta plaza una mosca
en la cúpula de San Pedro», ni las de quien respondiese:
«Es muy posible, porque yo estoy oyendo el ruido de sus
pasos».—4.° Callar la verdad no es mentira.
Restricciones mentales o expresiones equívocas y
de doble sentido.—Son aquellas que pueden entenderse
de dos modos; en tal caso, juegan papel importante las
circunstancias en que se profiere la expresión equívoca.
¿Son lícitas?—\.0 Cuando la caridad o la justicia
obligan a decir la verdad, no es lícito usar de expresiones
equívocas o restricciones mentales.—2.° Cuando no existe
dicha obligación, y por otra parte hay motivos graves
para no manifestar algo y los demás son importunos, puede
echarse mano de expresiones de doble sentido. Ejemplo:
«¿Has visto a Atanasio?»—preguntaron sus enemigos al
mismo San Atanasio.—«No; nunca lo he visto de cara»,
respondió él. M e dice un sablista amigo: «¿Puedes pres.
— 319 tarme diez pesetas?» «No las tengo», le respondo yo; lo
cual, a poco que reflexione mi amigo, significa que no las
tengo para p r e s t á r s e l a s a él. «¿Está en casa el dueño?»
«No, señor», responde la criada. Todo el mundo sabe que
este no, quiere decir sencillamente que no está visible.
XXII
Mandamientos de la Iglesia
Autoridad de la Iglesia para legislar.—Al enseñar
Jesucristo su doctrina celestial, instituyó la Iglesia como
maestra e intérprete, que hiciese sus veces, y al propio
tiempo obligó a todos a someterse a ella como si Él
mismo les mandara. Por consiguiente, los Mandamientos
llamados de la Iglesia, y promulgados por ella, en calidad
de intérprete de la voluntad de Jesucristo, son, aunque
remotamente, verdaderos mandamientos de Dios. Es
decir, que Dios impuso en general ciertos preceptos, por
ejemplo el de ayunar y hacer penitencia, el de comulgar,
el de santificar las fiestas, etc., y la Iglesia los determinó en particular. He aquí los principales mandamientos de la Iglesia comunes a todos:
I. Oír misa entera todos los domingos y d í a s festivos. (Véase lo que se dijo referente a la Santa Misa,
al explicar el tercer mandamiento de la ley de Dios.)
II. Abstenerse de comer carne en los d í a s prohibidos.
III. Ayunar en los d í a s prescritos durante la Cuaresma, en las cuatro Témporas y en algunas Vigilias
entre año.—\.0 Estas abstinencias y ayunos son una
pequeña penitencia que impone la Iglesia a sus hijos en
expiación de sus pecados, siguiendo las enseñanzas de
Jesucristo, que en diversos lugares del santo Evangelio
nos manda hacer penitencia: están dispensados de dichas
— 320 abstinencias y ayunos los enfermos y los que se vean aquejados de alguna grave dolencia o incomodidad muy notable. En fin, dispensa de su observancia cualquier imposibilidad física o moral.—2.° L a ley de la abstinencia prohibe
comer carne, tomar caldo de carne y lo que esté guisado
con dicho caldo. E n los días de abstinencia sé pueden
tomar huevos, leche, queso, manteca y todo manjar que
esté condimentado con manteca o grasa de animales.—
3.° L a ley del ayuno prescribe que se haga una sola
comida al día, pero permite que por la mañana se tome la
parva (unas dos onzas) y por la noche la colación (de ocho
a diez onzas). En cuanto a la calidad de los alimentos que
se pueden tomar en la parva y colación hay que atenerse
a la costumbre, que varía según los diversos lugares.
Fuera de los días de abstinencia, se puede comer carne y
pescado en una misma comida, aun en día de ayuno. Siempre que se quiera, puédese permutar la colación con la
comida, tomando, por ejemplo, la colación a mediodía y
la comida por la noche.—4.° Son días de sola abstinencia
todos los viernes del año.—5.° Son días de abstinencia y
ayuno juntamente: a) el miércoles de Ceniza, b) los viernes y sábados de Cuaresma, c) los miércoles, viernes y
sábados de las Cuatro Témporas, y d) las vigilias de Navidad, Pentecostés, Asunción de la Virgen y Todos los Santos.—6.° Son días de solo ayuno todos los demás de la
Cuaresma.—-7.° En los domingos y días festivos cesa toda
ley de abstinencia, de abstinencia y ayuno y de solo
ayuno, sin que se tenga que trasladar a la vigilia. No obstante, si algún día festivo cayere en Cuaresma, rige en él
la ley de la abstinencia y el ayuno. E l Sábado Santo
cesa la ley de abstinencia y ayuno desde mediodía.—
8.° Están obligados a observar la ley de la abstinencia
todos los que hayan cumplido siete años.—9.0 L a obligación de ayunar empieza a los veintiún años cumplidos y
cesa a los sesenta empezados.
N . B*—Privilegio de que gozan en España los que
-
321 —
toman la Bula de la Cruzada y el Indulto de abstinencia
y ayuno. E n España, para los que toman la Bula:—i .0 Son
días de sola abstinencia los viernes de las tres Témporas,
de Pentecostés, de Septiembre y de Adviento.—2.° Son
días de abstinencia y ayuno: á) Las vigilias de Pentecostés, Asunción de la Virgen y Navidad. Esta última se
traslada al sábado de Témporas anterior, b) Todos los
viernes de Cuaresma.—3.° Son días de solo ayuno
los miércoles y sábados de Cuaresma.—4.° E n todos los
días del año y en cualquier refección es lícito usar como
condimento grasa de todas clases, manteca, margarina y
otros semejantes: igualmente es lícito tomar lacticinios
y huevos en cualquier día y en cualquier refección.—
5.° Los pobres no están obligados a tomar la Bula,
ni a dar limosna alguna para disfrutar del indulto referente a la ley de la abstinencia y del ayuno.—6.° Disfrutan de estos privilegios todos los que residan en territorio
español o en cualquier otro territorio sujeto a la jurisdicción española, si toman la Bula. Fuera de España también podrán gozar de los mismos privilegios siempre que
se evite el escándalo.
Casos varios acerca del ayuno.—I.0 En cuanto a la calidad de los manjares en días de abstinencia, importa mucho
estar al corriente de las modificaciones que suele permitir que
se hagan la Iglesia según los lugares y las circunstancias.
2. ° La bebida, aun durante el día, no quebranta el ayuno.
3. ° En las faltas contra el ayuno, sea en la cantidad, sea
en la calidad, puede haber parvedad de materia.
4. ° Cuando algún miembro de la familia estuviere dispensado de la abstinencia o del ayuno, o por cualquier motivo
razonable hubiere de comer de carne, los demás están obligados a observar la ley, excepto el caso en que hubiere grave
incomodidad en aderezar dos comidas diferentes.
5. ° ¿Los que están dispensados de la abstinencia de carne
han de observar la única comida y las demás reglas que se
refieren a la cantidad?—Depende esto del tenor de la dispensa.
Pero quien por razón de enfermedad está dispensado de la
abstinencia, está también dispensado del ayuno.
21.—CÜKSO D E R E L I G I Ó N .
— 322 —
IV. Confesar una vez al año y comulgar en tiempo
pascual.
Notas—X.9, Quien no cumplió el precepto en el tiempo
prescrito, está obligado a cumplirlo cuanto antes, aun después
de transcurrido dicho tiempo.—2.a La comunión pascual conviene que se haga en la propia parroquia; en caso contrario,
procúrese avisar al propio párroco de haber cumplido el precepto; la confesión puede hacerse en cualquier iglesia.
V. No celebrar bodas en tiempos prohibidos.
Es decir, desde la primera dominica de Adviento hasta
la Epifanía, y desde el primer día de Cuaresma hasta la
octava de Pascua. L a razón es porque son tiempos destinados a la oración y a la penitencia.—En este mandamiento no se prohibe celebrar el sacramento del
matrimonio, sino sólo emplear en su celebración ciertas
formalidades; y así no se reza misa para los esposos ni
pueden celebrarse pompas externas extraordinarias. Este
es el significado de las palabras: No celebrar bodas.
V I . No leer libros prohibidos.
La Iglesia es madre; luego ha de advertir a sus hijos
de los peligros que les cercan. Es maestra; luego ha de
indicar dónde se halla el error. Ejerce el oficio de pastor;
luego ha de apartar a sus ovejas de los malos pastos. Las
obligaciones que a nosotros nos corresponden son: obedecer a la Iglesia y confiar que ella no ha de engañarnos.
Mtffl,—Además de los libros prohibidos por la Iglesia,
hay los prohibidos por la ley natural, que nos obliga a no
ponernos en las ocasiones de pecado.
C A P I T U L O I!
E l orden sobrenatural
I
L a gracia en general
Concepto del orden sobrenatural. —De la propia
manera que el siervo de un gran señor pertenece a un
orden social del todo diferente del de su señor, así también (y aun infinitamente en mayor escala) se halla el
hombre, según su naturaleza, en un orden diferentísimo
del de Dios. Y así como a ningún siervo le asiste derecho
para colocarse en la misma categoría que [los hijos de su
señor, para participar de sus alegrías y de sus confidencias, para tomar asiento en la mesa de su señor y en la
de su familia, así tampoco tiene el hombre derecho a que
Dios le eleve a la dignidad de hijo suyo adoptivo y le
haga partícipe de sus confidencias íntimas, le llame amigo
suyo y le dé por premio la participación de su misma felicidad. Si lo hiciera así, entonces diríamos que ha elevado
al hombre al orden sobrenatural.
Ahora bien, de esta manera se ha portado Dios con el
hombre: primero con el primer Adán, mediante el plan
primitivo, del cual hablamos antes (pág. 122); y luego
con el segundo Adán, que es Jesucristo, mediante el plan
-
324 '—
de la reparación. Por consiguiente, Jesucristo es cabeza
de una nueva generación humana; pero de una generación humana, no en el estado salvaje o de pura naturaleza,
sino ennoblecida, hermoseada e injertada en el tronco silvestre de la naturaleza corrompida por el pecado de Adán.
Este orden sobrenatural recibe el nombre de orden de la
gracia, porque es don gratuito de Dios; es un orden
enteramente diverso del que vemos con los ojos materiales y que forma el objeto de las ciencias que se ocupan en
su estudio, valiéndose de telescopios, alambiques, máquinas y laboratorios. E l orden sobrenatural tiene un fin: a
saber, la felicidad sobrenatural, y medios proporcionados
para alcanzarlo, que consisten principalmente en la gracia y en las obras encaminadas a conseguir dicha felicidad, que son los Sacramentos, la Iglesia, etc.
Definición y divisiones de la gracia.—La gracia es
un don de Dios, interno y sobrenatural, que se nos concede sin ningún merecimiento nuestro, por los méritos de
Cristo, en orden a la vida eterna. Entre las varias divisiones de la gracia, las principales son las siguientes:
gracia actual y habitual o santificante; gracia suficiente y gracia eficaz.
La gracia actual es un auxilio de Dios transeúnte, o
sea pasajero, que consiste en una ilustración de la mente
y en una moción de la voluntad que nos concede Dios
para obrar el bien y huir del mal. Más adelante hablaremos de la gracia habitual.
Los teólogos dan el nombre de gracia suficiente al
auxilio sobrenatural de Dios con el cual el hombre, si
quiere, puede hacer buenas obras. Esta misma gracia
se llama eficaz cuando el hombre, dejándose llevar por
el impulso divino, de hecho obra el bien.
Dios concede a todos la gracia suficiente para hacer
buenas obras.
La gracia y el alma humana. — A l unirse al alma
humana la gracia de Dios, constituye con ella un nuevo
— 325' —
principio sobrenatural de operaciones, de igual manera
que el injerto es la resultante de dos fuerzas para producir nuevos frutos, diferentes de los que hubiera producido
el árbol sin injerto.
Adviértase que al sobrevenir al alma la gracia divina,
no queda perjudicada su libertad en lo más mínimo; y no
sólo esto, sino que puede decirse que la voluntad queda
con la gracia confortada en su libertad: es decir, que es
más libre, si nos es lícito expresarnos en esta forma.
Necesidad de la gracia.—Tan necesaria es la gracia
para hacer obras sobrenaturales y dignas de vida eterna,
cuanto es necesario el injerto a un peral silvestre para
producir sabrosas peras. En una palabra, para todas las
obras merecedoras de salvación es indispensable la gracia
actual, aun para los que ya poseen la gracia habitual.
La proposición contraria constituye la herejía de Pelagio,
condenada por la Iglesia. Muchos son los textos de la
Sagrada Escritura que demuestran la necesidad de la gracia: por ejemplo, aquellas palabras de Jesucristo: Yo soy
la vid, vosotros los sarmientos; quien está unido conmigo y yo con é l , é s e da mucho fruto: porque sin mt
nada p o d é i s hacer (Jo., X V , 5; II Cor., III, 5).
¿Puede el hombre merecer la gracia con sus méritos
naturales?—Puede el hombre con sus méritos naturales quitar los impedimentos a la gracia, mas no puede merecer la
gracia misma; a la manera que si uno seca un leño verde,
le quita un impedimento para que el fuego prenda en él, pero
no lo enciende. La gracia de Dios es cosa enteramente gratuita; es mera gracia. Hemos dicho que el hombre puede
quitar los impedimentos; y este es el sentido del proverbio:
A quien hace lo que puede, Dios no le niega su gracia.
Pero si con los méritos naturales no podemos merecer la
gracia, con los méritos sobrenaturales podemos merecer
la misma gracia, y también la vida eterna; porque en tal caso
ya no hay desproporción entre el efecto y la causa, puesto
que una y otra pertenecen al orden sobrenatural.
, Distribución de la gracia.—Dos cosas han de tenerse
— 326 —
presentes en cuanto al modo como acostumbra Dios a distribuir su gracia. En primer lugar, que mientras el hombre
vive, por obstinado que esté en el pecado y endurecido
en el mal, a causa de los malos hábitos contraídos, Dios
nunca le niega la gracia suficiente para practicar obras
buenas. E n efecto, el Señor protesta muchas veces en la
Sagrada Escritura que no quiere la muerte del impío,
sino que se convierta y viva (Ezeq., X X X I I I , 11). Y no
sólo esto, sino que ni siquiera a los infieles les niega Dios
la gracia suficiente para alcanzar la fe y la santidad, porque Dios es luz que ilumina a todo hombre que viene a
este mundo (Jo., I, 9); y Clemente X I condenó la proposición de Quesmel en la que se afirmaba que «fuera de la
Iglesia no se concede ninguna gracia». Pero también hay
que tener presente, en segundo lugar, que siendo la gracia de Dios enteramente gratuita, no la distribuye con
igualdad. Hay, pues, desigualdad en esta distribución;
lo cual es verdadero, no sólo en cuanto a las gracias
exteriores (v. gr., nacer en la verdadera Iglesia, tener
facilidad para adquirir instrucción religiosa, para confesarse, etc.), sino también en cuanto a las interiores; y
así, diversas son las gracias que concedió Dios a la Virgen Santísima y a algunos Santos, de las que concede a
la generalidad de los hombres.
Este es, precisamente, uno de los misterios más profundos e inescrutables de nuestra fe: el de la elección y
predestinación de Dios. Muchos textos de la Sagrada
Escritura confirman cuán verdadera es esta diversa distribución de las gracias. ¡Áy de ti, Corazaín! ¡Ay de ti,
Betsaidaf—decía Jesucristo dirigiéndose a aquellas dos
cmdades.—Porque si en Tiro y Sidón se hubiesen realizado los milagros que se han obrado en vosotras,
tiempo ha que habrían hecho penitencia, cubiertas de
ceniza y cilicio. En verdad, en verdad os digo que
Tiro y Sidón serán menos rigurosamente tratadas en
el d í a del Juicio, que vosotras (Matth., X I , 21-22).
-
327 -
La misma verdad vemos indicada en la parábola de los
talentos, distribuidos desigualmente a los siervos por el
padre de familia (Matth., X X V , 14; L u c , X I X , 12-27), y
en la parábola de los Jornaleros enviados a la viña
(Matth., X X , 1-16).
¿En qué consiste la predestinación divina?—ha. predestinación divina es la visión o conocimiento que tiene Dios de
los que han de salvarse. Llámase también en la Sagrada Escritura Libro de la vida (Apoc, III, 5). No sólo no predestina
Dios a nadie al infierno, sino que quiere que todos se salven,
según el orden de su sabiduría. E l prevé que tal o cual hombre hará buenas obras y por consiguiente que se salvará, así
como prevé también que otros, después de haber hecho malas
obras, no querrán convertirse y por consiguiente que se
perderán. Por tanto, el que peca y no se convierte es causa
de su propia condenación; no Dios, que prevé que esto ha de
suceder de esta manera. Como tampoco sería yo causa de la
caída de un hombre, a quien veo que se arroja a la calle
desde el balcón de un tercer piso.
II
La gracia habitual o santificante
Preámbulo.—El orden sobrenatural no consiste únicamente en las gracias actuales, o auxilios transeúntes y
pasajeros que nos impulsan a obrar el bien y evitar el
mal, sino que esta gracia actual tiene, por decirlo así, su
complemento en otra gracia estable y fija, a la que se
da el nombre de gracia habitual o santificante, y en otros
dones que la acompañan.
Excelencia de la gracia santificante. — L a gracia
santificante es un don sobrenatural e inherente al alma,
por la cual el hombre es elevado al orden sobrenatural,
transformado en hijo adoptivo de Dios y heredero del
paraíso, y en virtud de la cual participa en cierto modo
de la naturaleza divina. L a gracia santificante es de dos
— 328 —
maneras: grada primera y gracia segunda. L a primera es
aquella por la que el hombre pasa del estado de pecado
mortal al estado de justicia; la segunda, es un aumento
de la primera.
Así como el ojo, cuando para mirar se vale de un
telescopio, adquiere una fuerza visiva superior a la común
y natural que en sí tiene, así también del alma humana y
de la gracia santificante resulta un nuevo principio de
operaciones, una nueva criatura (Gal., VI, 15), que participa de la naturaleza divina (II Petr., I, 4). Y aquí
empieza verdaderamente un mundo nuevo, al que antes
aludimos, mundo superior a lo más hermoso, grande y
sublime que pueden dar de sí la naturaleza y el arte. E l
hombre, por medio de la gracia santificante, es elevado
al punto más culminante a que puede subir la naturaleza
humana, y entra, por medio de ella, a formar parte de un
mundo, no sólo inmensamente superior al mundo mineral,
vegetal y animal, sino también al mundo intelectual, por
más esplendorosas que sean sus manifestaciones científicas, literarias y artísticas, y aun al mismo mundo angélico,
si lo consideramos en su estado natural. Mientras vivimos
acá en la tierra, ese mundo sublime se halla oculto a nuestros ojos; pero en la otra vida aparecerá ante nuestras
miradas en toda su grandeza y esplendor incomparables.
Efecto de la gracia santificante.—La gracia santificante: 1.° renueva al hombre internamente; 2.° borra
todo pecado mortal; 3.° hace al hombre Justo delante de
Dios, hijo adoptivo del mismo Dios y heredero, por participación, de su felicidad.
Medios para adquirir la gracia santificante.—Para
adquirir la gracia santificante es necesario: 1.0 tener fe en
la revelación positiva de Dios (Rom., I, 16-17); 2.° haber
recibido el bautismo, por lo menos de deseo; 3.° poseer
el hábito de las virtudes, según enseña el Concilio de
Trento, como son: la esperanza, el temor, el amor, la
contrición perfecta (para quien haya caído en pecado
-
329 —
mortal), con voluntad de confesarse y propósito de observar la ley divina.—Piérdese la gracia santificante por el
pecado mortal, así llamado porque da la muerte al alma,
arrebatándole la gracia santificante que es su vida sobrenatural.
¿Puede crecer en nosotros la gracia divina?—Sin duda
que es capaz de aumento y tiene sus grados. Id creciendo
en la gracia, y en el conocimiento de Nuestro Señor y Salvador ¡esucristo, dice San Pedro (II, Petr., III, 18). Poderoso es Dios para colmarnos de toda clase de gracias,
añade San Pablo (II, Cor., IX, 8).
Además de la gracia actual y de la santificante, ¿podremos acaso participar de otros dones divinos?—Sí: juntamente con ella se nos comunican las virtudes infusas teologales, o sea, la fe, la esperanza y la caridad; y las virtudes
infusas morales: unas y otras se nos infunden por el bautismo. Igualmente se nos infunden con él los dones del Espíritu Santo, los cuales nos facilitan la correspondencia a las
divinas inspiraciones. Tanto las virtudes como los dones son
como disposiciones o hábitos, que se reducen al acto con la
gracia actual y nuestra cooperación.
CAPÍTULO III
Los Sacramentos
Preámbulo. — Veamos ghora, aunque sea en breve
compendio, la grandeza y magnificencia del orden sobrenatural, cuya raíz y centro es la gracia santificante.
Y ante todo, ¿cuáles son los canales ordinarios por los
cuales se nos comunica la gracia santificante?
Son los siete Sacramentos instituidos por Nuestro
Señor Jesucristo.
Definición y división de los Sacramentos.—Sacramento, en general, es un signo sensible y eficaz de la
gracia, instituido por Jesucristo para santificar nuestras
almas. Para todo sacramento se requieren tres cosas:
materia, forma y ministro que tenga la intención de
hacer lo que hace la Iglesia. L a materia es la cosa sensible que para él se emplea, como, por ejemplo, el agua
natural en el Bautismo: Xa forma son las palabras que se
pronuncian al administrarlo, y el ministro es la persona
que lo administra.
Entre los Sacramentos los hay que confieren la primera gracia santificante, y por esto se llaman Sacramentos de muertos, por hallarse el alma que los recibe
muerta por el pecado. Tales son el Bautismo y la Penitencia. Otros confieren aumento de gracia en quien ya la
posee, y por esto se llaman Sacramentos de vivos. Estos
— 331 —
son la Confirmación, la Eucaristía, la Extremaunción, el
Orden sagrado y el Matrimonio. Se llaman Sacramentos
de vivos, porque los que los reciben han de hallarse sin
pecado mortal, y vivificados por la gracia santificante.
Todos los Sacramentos confieren al que los recibe,
además de la gracia santificante, la gracia sacramental,
que consiste en el derecho que se adquiere a obtener, en
el tiempo oportuno, las gracias actuales oportunas para
cumplir las obligaciones que del sacramento recibido se
derivan. Así, por ejemplo, cuando fuimos bautizados,
recibimos el derecho de tener las gracias necesarias
para vivir cristianamente.
I. Bautismo
Definición.—Es el sacramento de la regeneración.
Por él nacemos a la vida sobrenatural, somos constituidos
miembros de la Iglesia y entramos a formar parte de la
familia y del reino de Dios, fundado por Jesucristo en
'la tierra.
Institución.—Los siguientes textos de la Sagrada Escritura demuestran que Jesucristo instituyó este sacramento. Su
Precursor, San Juan Bautista, dijo: Yo os bautizo con agua
para moveros a la penitencia; pero el que vendrá después
de mí (Jesús) es más poderoso que YO... Él es quien os
bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego (Matth., III, 11).
Jesucristo, hablando con Nicodemus le dijo: En verdad, en
verdad te digo: que quien no renaciere por el Bautismo del
agua y la gracia del Espíritu Santo no podrá entrar en el
reino de Dios (Jo., III, 5); y finalmente después de su resurrección, dió Jesucristo a todos sus Apóstoles el sublime
encargo de evangelizar al mundo, diciéndoles: Id, pues, e instruid a todas las gentes bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Matth., XXVIII, 49).
Después de haber predicado San Pedro su primer sermón, el
día de Pentecostés, a una muchedumbre compuesta de cerca
de tres mil personas, preguntáronle sus oyentes qué debían
hacer: Haced penitencia, les contestó, y sea bautizado
cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para
— 332 —
remisión de vuestros pecados (Act. Ap., II, 37-38). Véase
además lo ocurrido con el criado de la reina de Candaces
(Act. Ap., VIII, 26-38).
Efectos.—El Bautismo borra todos los pecados, así el
original como los actuales si los hubiere, como podría
ocurrir si el que es bautizado fuera adulto.
Materia y forma.—La materia necesaria para el Bautismo es el agua natural, que generalmente se derrama
sobre la cabeza, pero de tal manera que corra un poco,
lo cuál es necesario para que signifique la acción de lavar.
L a forma son las palabras: Yo te bautizo en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, pronunciadas
con la intención de hacer lo que hace la Iglesia.
Nota.—En el Bautismo solemne, al agua se le añade también el crisma y algunas otras ceremonias, las cuales significan el gran acontecimiento de ser librado el que lo recibe
de la esclavitud de Satanás y admitido a formar parte del
reino de Dios. E l Bautismo es el sacramento sublime mediante
el cual somos hechos partícipes de la redención de Jesucristo.
Ministro.—El ministro ordinario del Bautismo es el
párroco o un sacerdote por él delegado. En caso de necesidad puede bautizar cualquiera j sea hombre o mujer,
que tenga uso de razón.
Sujeto.—Es sujeto apto para el Bautismo: 1.0 todo ser
humano; 2.° aunque sea loco o demente; 3.° si se tratase
de un monstruo y no se pudiese averiguar con certeza si
es un ser humano o una bestia, habría que bautizarle condicionalmente; 4.° en caso de necesidad pueden ser bautizadas a la vez muchas personas.
Padrinos.—1.° En el Bautismo solemne es necesario
que haya un padrino por lo menos, hombre o mujer.
2.° Los padrinos deben ser elegidos por los padres, o en
su defecto, por el párroco. 3.° Deben tocar con la mano
al que es bautizado, en el momento de bautizarle. 4.° Los
padrinos son como los padres espirituales del bautizado,
-
333 —
y han de suplir a los padres carnales sí éstos no cumplieren su deber. Por consiguiente, no pueden ser padrinos
los herejes ni los excomulgados públicos.
Diiicültaá.—¿Cómopuede ser administrado elBautismo
a los niñas que no pueden tener intención actual de recibirlo ni de entrar en la Iglesia?—La enseñanza práctica y
teórica de la Iglesia nos asegura que el Bautismo suministrado a los niños produce, lo mismo que en los adultos, todo
su efecto y les hace hijos de Dios. Esto supuesto, no es necesario esperar la voluntad del niño para conferirle este bien,
como no es necesaria su voluntad para constituirle heredero
de los bienes naturales, y para proporcionarle las cosas que
le son necesarias o útiles, como son la leche, el vestido, etc.
Tanto más cuanto que si se esperase a administrárselo cuando
tuviese uso de razón, podría morir sin Bautismo, lo cual sería
para él un mal inmenso, pues se vería excluido para siempre
de la felicidad sobrenatural, don gratuito de Dios, vinculado
a este sacramento,
II.
Confirmación
Definición.—Es el sacramento que nos confirma en la
fe, comunicándonos los dones del Espíritu Santo.—En los
primeros tiempos del Cristianismo estos dones eran comunicados a los fieles, aun con señales exteriores al imponer las manos sobre ellos los Apóstoles (Act. A p . , VIII, 14;
X I X , 6).
Institución.—Tres cosas se requieren para todo sacramento.—1.a E l signo sensible, o rito externo, ordenado a
comunicar la gracia santificante; 2.a Que este rito sea permanente; 3.a Que baya sido instituido por ¡esucristo. Ahora
bien, estos tres elementos se hallan en el rito empleado por los
Apóstoles, al cual llamamos ahora Confirmación. En efecto,
1.° En los Actos de los Apóstoles leemos que éstos imponían
las manos a los bautizados: Sabiendo los Apóstoles, que
moraban en Jerusalén, que los samaritanos habían recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y Juan.
Estos hicieron oración por ellos a fin de que recibiesen el
Espíritu Santo... pues sólo estaban bautizados... Entonces les impusieron las manos, y luego recibían al Espirita
-
334 —
Santo (Act. Ap,, VIII, 14-17). Y de San Pablo se refiere que
habiendo impuesto las manos sobre los fieles de Efeso,
que habían sido bautizados, descendió sobre ellos el Espíritu Santo (Act. Ap,, X I X , 6). Y adviértase que no se trataba únicamente de recibir gracias exteriores, como ocurría
entonces con frecuencia, sino también-y principalmente la
gracia interior, según se infiere de otros pasajes del Nuevo
Testamento, en donde se habla del Espíritu Santo.—2.° Era
un rito estable, conforme lo demuestra la pretensión que
Simón Mago tenía de poseer semejante poder (Act. Ap., VIÍI,
1849).—3.° Fué instituido por Jesucristo, porque sólo Él
podía vincular a la imposición de las manos la virtud de
comunicar a los fieles la gracia divina.
Ministro de la Confirmación.—Es el obispo, como
quien tiene toda la plenitud del sacerdote cristiano.
III.
Eucaristía
Definición.—Es un sacramento en el cual, bajo las
especies de pan y de vino, se nos da al mismo Jesucristo,
Dios y hombre: es decir, su cuerpo, su alma y su divinidad.
Institución.-Al anochecer del jueves que precedió a la
muerte del Salvador, hallábase éste reunido con sus discípulos para comer el cordero pascual, con los ritos acostumbrados. Todos los allí presentes se hallaban agobiados de
profunda tristeza ante el presentimiento de los sucesos que
iban a tener lugar al día siguiente; sólo Jesús aparecía animado de inusitado ardor. Díjoles cómo desde hacía mucho
tiempo estaba Él deseando que llegara aquella hora, para
celebrar aquella cena con ellos ( L u c , XXII, 15). En la cena
pascual era costumbre que el jefe de la familia distribuyera a
los comensales el pan y el vino de bendición. Eso mismo
hizo Jesús, mas substituyendo el uso antiguo por otro nuevo,
porque, al distribuirles el pan, les dijo: Este es mi cuerpo
que será sacrificado por vosotros; haced esto en memoria
mía ( L u c , XXII, 19), y pasándoles la copa del vino, añadió:
Esta es mi sangre del Nuevo Testamento (Marc, XIV, 23).
Así, pues, Jesucristo convirtió en aquel momento el pan en
su cuerpo y el vino en su sangre, y como Jesucristo no está
dividido en partes, bajo cada una de las dos especies se halla
Jesucristo entero: o sea, su cuerpo, su sangre, su alma y su
-
335
-
divinidad. La afirmación categórica de Jesucristo^ la gravedad solemne con que la hizo; su ardiente deseo de que
llegase aquella cena; las muchas veces que, durante su vida,
habló de aquella comida y de aquella bebida (Jo., VI); la narración unánime de los Evangelistas y el uso de los primeros
cristianos, desde los tiempos del Apóstol San Pablo (año 53),
de congregarse para comer el cuerpo del Señor (I Cor., XI,
23-29); la imposibilidad, en fin, de hallar un sentido metafórico
en las palabras de Jesucristo, son argumentos irrefragables
de la presencia real de Jesús en la Eucaristía.
Excelencias de este sacramento.—!.0 Contiene no
sólo la gracia, sino al mismo autor de la naturaleza y de
la gracia.
2. ° Es el centro del culto religioso, en torno del cual
se congregan los fieles; en su honor se elevan templos y
para adornarlos concurren todas las bellas artes; para él
se ordenan los sacerdotes; por respeto a él se les exige
que permanezcan en estado de castidad perfecta, y para
recibirlo se requiere pureza de conciencia y estar en ayunas de todo otro manjar y bebida.
3. ° Los demás Sacramentos se ordenan a éste (Bautismo, Penitencia, Orden y Matrimonio).
4. ° Tiene notable semejanza con la Encarnación: en
ésta el Verbo se vistió de carne, en la Eucaristía se viste
de las especies de pan y de vino; en aquélla se entregó
al género humano, en ésta se nos da a cada uno de
nosotros en particular.
5. ° E l fin de la vida humana, que consiste en amar
a Dios, se obtiene en este sacramento perfectamente,
pues Dios se une corporalmente con nosotros.
6. ° Jesucristo se hace, por medio de este sacramento,
nerpetuo compañero de nuestra vida. L a devoción a la
^agrada Eucaristía, pues, es la devoción de las devociones (Act. A p . , 11, 42).
Disposiciones para la Comunión.—Son dos, ambas
absolutamente necesarias: 1.a Hallarse en estado de gracia; 2.a haber guardado ayuno natural desde la media
— 336 —
noche anterior a la Comunión, excepto en caso de enfermedad en la cual haya peligro de muerte.
iV. B.—Su Santidad el Papa Pío X , en su decreto de 7 de
diciembre de 1906, concedió una gracia especial, en cuya virtud, todos aquellos enfermos que se ven obligados a guardar
cama desde hace un mes, y sin esperanza cierta de pronta
convalecencia, aunque hayan tomado algún líquido, a juicio
del confesor, pueden comulgar dos veces por semana, si se
hallan en una casa religiosa o en un establecimiento piadoso,
o en una casa particular que goce del privilegio de oratorio
doméstico; pueden comulgar dos veces cada mes, en los
demás casos. E l líquido que pueden tomar los tales enfermos
ha de ser a manera de bebida; no pueden tomar pastillas
para la tos, ni huevos bebidos.
Nota.—E\ estado de gracia, necesario para comulgar, debe
obtenerse medíante la confestón sacramental; no únicamente con la contrición perfecta, exceptuando el caso de necesidad grave, como sería la de aquel que, hallándose en el
reclinatorio para comulgar, recordase súbitamente un pecado
grave no confesado por olvidó.
Efectos de la Eucaristía.—1.° Aumenta la gracia del
que la recibe.—2.° D a derecho especial al paraíso: E l que
coma de este pan vivirá eternamente, dijo Jesucristo
(Jo^ V I , 53-59).—3.° Perdona los pecados veniales y una
parte de la pena temporal.—4.° Nos une especialmente
con Jesucristo.
¿Es de aconsejar la Comunión frecuente y diaria?—
Sin duda ninguna; porque nos es de suma utilidad, y además Jesucristo desea que comulguemos con frecuencia.
Es, pues, vano pretexto, mejor dicho, es señal manifiesta,
las más de las veces, de pereza y frialdad, el reparo
que oponen algunos, diciendo que la Comunión frecuente
arguye excesiva familiaridad con Dios. Por esto el Sumo
Pontífice Pío X recomienda con todo encarecimiento la
Comunión frecuente y diaria a toda clase de fieles, y en
especial a la juventud. Las disposiciones que para ella se
requieren son: 1.a Estado de gracia. 2.a Recta y piadosa intención, o sea que aquel que comulga no lo haga
-
337 —
por rutina, vanidad o fines terrenos, sino por agradar
a Dios.
Obligación de comulgar.—Hay obligación estricta,
es decir, bajo pena de pecado, de comulgar en tiempo
pascual y en peligro de muerte. Mas nuestra propia utilidad, y la necesidad que tenemos de recibir gracias, debe
estimularnos a comulgar con la mayor frecuencia posible,
aunque sea todos los días. ¿Acaso comemos únicamente
cuando estamos a punto de morir de hambre?
La Eucaristía como sacrificio
L a Eucaristía es también sacrificio.—«El sacrificio
es la destrucción, física o moral, de Una substancia, la
cual, en virtud de legítima institución, es ofrecida a Dios
en reconocimiento de su dominio supremo.» Ahora bien,
en la Eucaristía ofrécese a Dios el mismo Jesucristo
Dios-Hombre, y se ofrece en tal estado de humillación
y abatimiento, que viene a ser una especie de destrucción moral.
D e m o s t r a c i ó n . - U n conjunto de pruebas, unidas íntimamente entre sí, nos demuestran eficazmente la verdad
de la proposición asentada. Están en primer lugar los
vaticinios de los antiguos profetas. Así, Malaquías (1,10)
profetizó que llegada la era mesiánica, sería ofrecido en
toda la tierra un sacrificio nuevo, no como los antiguos
que fueron rechazados por Dios. Ahora bien, este sacrificio no puede ser otro que el de los cristianos, pues ninguno, fuera de él, cumple con las condiciones de la profecía. Demuéstránla, en segundo lugar, aquellas palabras
de San Pablo, el cual refiriéndose a Jesucristo, dice que
es sacerdote según el orden de Melquisedech el cual
ofreció pan y vino (Hebr., V , 5-6). En tercer lugar lo
demuestran las palabras y el modo con que fué instituida
la Eucaristía, porque Jesucristo dijo de su sangre (que
estaba en el cáliz): Esta es mi sangre que será el
22.—CURSO D E R E L I G I Ó N .
— 338 —
sello del Nuevo Testamento (Mátth., X X V I , 28). Y además, se demuestra por el hecho de que el cuerpo de Jesucristo es místicamente separado de su sangre, lo cual es
enteramente propio y peculiar del sacrificio.
Este sacrificio es también reproducción y recuerdo
del sacrificio de la cruz; y por esto Jesucristo, en la
última cena, impuso a los Apóstoles la obligación de
reiterarlo, con aquellas tiernísimas palabras que expresaban su último adiós: «Haced esto en memoria mía*
( L u c , X X I I , 19).
Virtud y eficacia del sacrificio de la Misa.—El sacrificio de la Misa es: 1.0 latréutico, en cuanto se ofrece a
Dios en reconocimiento de su supremo dominio; 2.° eucartstico, en cuanto se le ofrece en acción de gracias por
los beneficios de Él recibidos; Z.0 propiciatorio y satisfactorio o expiatorio, en cuanto se ofrece a Dios para
obtener el perdón de los pecados y de la pena por ellos
merecida; 4.°, en fin, impetratorio, en cuanto se le ofrece
para obtener las gracias necesarias para nuestra salvación.
iVo/«.—Pueden oírse simultáneamente muchas Misas, participando del valor del sacrificio, del propio modo que si las
Misas se celebraran sucesivamente.
Explicación de la Misa
E l nombre de Misa.—Este nombre, con el que expresamos lo más excelente que contiene en sí la Religión católica,
tuvo su origen de una sencilla circunstancia de la misma cosa
por él significada, es decir, de la dimissio populi, o sea de
la despedida que se daba al pueblo, al disolverse la reunión
de los fieles, ¡te, dimissio est, decía el Diácono, frase transformada actualmente en lie, missa est. La palabra missa,
pues, de tan poco valor etimológico, expresa ahora el sacrificio de la Ley nueva.
Origen.—Su origen es la Cena de Nuestro Señor Jesucristo, a la cual siguió la consagración del pan y del vino. La
-
339 -
referida cena iba acompañada con el canto de Salmos y otras
oraciones. Lo mismo empezaron a hacer los primeros cristianos, al celebrar sus banquetes de caridad (ágapes), a los
cuales seguía la acción eucarística; durante estos actos se
rezaban oraciones, se dirigían exhortaciones al pueblo y
se leían las epístolas de los Apóstoles y trozos escogidos de
la Sagrada Escritura, como se acostumbraba hacer antes en
las sinagogas. A l llegar a un punto determinado, se hacía la
oferta (ofertorio) no sólo del pan y del vino, que habían de ser
consagrados, sino también de otros manjares para los pobres
(Act. Ap., II, 42; X X , 7; I Tes., V, 27; Colos., IV, 16). Después, a causa de haberse introducido algunos abusos, la Iglesia suprimió el ágape o banquete y dejó únicamente la acción
eucarística (I Cor., XI, 18-30). Asimismo por causa de los
abusos fué prohibida, para el común de los fieles, la Comunión
bajo la especie de vino.
Partes de la Misa.—Dividíase, durante los primeros siglos,
en dos partes: la de los catecúmenos, que llegaba hasta el
canon, y la de los fieles. A l principio, casi todos los fieles
comulgaban; al llegar este acto, uno de ellos pronunciaba estas
palabras: El que no haya de comulgar, ceda su puesto a los
que han de hacerlo. Las partes de la Misa al presente son:
la Confesión ante el altar, la Lectura de la Sagrada Escritura, así del Antiguo como del Nuevo Testamento, la instrucción acerca de dicha lectura, la Oblación de los dones u Ofertorio, la Oración por los vivos y por los difuntos, la Consagración, la Adoración, la Fracción de la hostia, el Beso de paz, la
Oración dominical, la Comunión, la Acción de gracias y la Bendición del sacerdote. E l Canon es la parte más sagrada y
secreta, en la cual el sacerdote habla a solas con Dios.
Simbolismo en la Misa.—El amito significa el yelmo de
la fe; el alba el efecto de lavar el alma en la sangre de Jesucristo; el cíngulo la pureza; el manípulo las buenas obras y
la recompensa de los trabajos; J a estola (cual si fuese la
banda oficial) el vestido de la inmortalidad; la casulla el yugo
de la ley de Dios. Estas vestiduras u ornamentos, usados al
principio por necesidad, han quedado luego casi tínicamente
como expresiones simbólicas (Cfr. Semeria, La Messa nella
sua Storia).
Forma.—Gran parte de lá Misa es una oración, en forma
dialogada, entre el sacerdote y el pueblo. Actualmente éste
se halla representado por el ministro o monaguillo.
— 340 —
IV.
Confesión
Institución de la Confesión.—El mismo Jesucristo fué
quien instituyó el sacramento de la Penitencia o Confesión, cuando dijo a los Apóstoles: Quedan perdonados los
pecados a aquellos a quienes se los perdonareis; y quedan retenidos a quienes se los retuviereis (Jo., X X , 23).
Y en otra ocasión les había dado ya potestad para atar y
desatar en orden a la salvación (Matth., XVIII, 18).
De lo cual se infiere: primero, que la Confesión es
medio necesario para alcanzar la absolución de los pecados; segundo, que han de someterse a este tribunal todos
los pecados mortales.
Demuéstrase que es medio necesario, porque así
como cuando un soberano constituye un tribunal para ciertas causas, no es lícito acudir directamente al soberano,
independientemente de dicho tribunal, así tampoco podemos prescindir, en nuestro caso, del tribunal instituido por
Jesucristo. Además, sólo quien tiene las llaves puede abrir
y cerrar; ahora bien, es cosa certísima que Jesucristo dió
a sus Apóstoles, bajo el símbolo de las llaves, la potestad
de absolver o no a los fieles. Además, han de confesarse
todos los pecados mortales. En efecto, la facultad de
perdonar los pecados, conferida por Jesucristo a los Apóstoles, es manifiestamente un acto judicial, por el cual los
Apóstoles y sus sucesores son constituidos verdaderos
jueces de las ofensas inferidas a Dios. Ahora bien, todo
acto Judicial de suyo requiere previo conocimiento de la
causa, es decir, de la materia sobre la cual se ha de pronunciar la sentencia. Es así que no puede tenerse este conocimiento si el penitente no confiesa sus pecados. Luego
al constituir Jesucristo a los Apóstoles verdaderos Jueces de los pecados, estableció implícitamente que dichos
pecados debían ser confesados. Por consiguiente, la
Confesión es de derecho divino; y así lo ha enten-
— 341 —
dido siempre la Iglesia, intérprete auténtica de la doctrina de Jesucristo.
Dificultad,—Paes/o que en este juicio, si el penitente
está dispuesto, la sentencia es siempre absolutoria,parece
que debería bastar que el confesor se enterase de las disposiciones del penitente y de sus pecados en general.—
De ningún modo. A decir verdad, el juez ha de saber no sólo
por qué absuelve, es decir, las disposiciones del reo, sino
también de qué absuelve, es decir, el pecado: ahora bien, todo
pecado mortal constituye por sí solo una causa de juicio.
La Confesión en los primeros siglos
Dificultad.—Causa alguna extrañeza el modo como hablan
los Santos Padres y los escritores de los primeros siglos acerca
de la confesión. Es decir, que a primera vista parece que atribuyen gran importancia a la penitencia pública y casi ninguna
a la privada, esto es, a la confesión auricular. De esta obscuridad histórica ha pretendido alguien deducir que habiendo
cesado la penitencia pública hacia el siglo ix (otros dicen
que hacia el siglo iv), la Iglesia, por su propia autoridad, la
substituyó por la privada; mas esto es falso. Lo que hay de
verdad es que después de haber estado vigente, al principio,
tanto la penitencia pública como la privada, luego, en el
decurso del tiempo cesó aquélla y permaneció ésta.
Para ilustrar mejor esta materia, convendrá hacer algunas
observaciones históricas, con las cuales quedará demostrada
la afirmación dogmática del Concilio de Trente, a saber, que
la confesión privada ha estado siempre en uso en la Iglesia, aunque acaso no siempre con igual frecuencia.
Explícase el silencio que guardan los escritores eclesiásticos antiguos acerca de la confesión privada.—
l . 0 L a penitencia pública era la solemne reconciliación del
penitente con Dios y con la Iglesia: reconciliación que incluía
en sí no sólo la expiación de la pena, sino también de la culpa.
No es, pues, de extrañar que se concediese mayor importancia a la penitencia o a la confesión pública que a la particular.—2.° Recordemos, además, que los antiguos no distinguían con tanta sutileza, como se hizo cuando la Teología
empezó a desarrollarse notablemente, entre la culpa y la pena,
por más que nuncá negaron semejante distinción. Esta es la
razón por la cual llamaban a la confesión pública bautismo
-
342 —
laborioso, al par que consideraban cosa facilísima la confesión secreta hecha al sacerdote; tanto es así que a veces la
llamaban confesión hecha a Dios, pues en verdad se hace al
confesor únicamente en cuanto ocupa el lugar de Dios.—
3.° Es también de notar que en los primeros tiempos, ya por la
pureza de vida de los fieles, ya por otras causas (verbigracia, por escrupulizar poco acerca de los pecados veniales) la
confesión no era tan frecuente como ahora.—4.° Por último,
no hallamos en la historia pasaje alguno en que se nos hable
de la supuesta mudanza de la confesión pública en privada.
Ahora bien, este silencio nos da derecho a deducir no que
la Iglesia, por su propio arbitrio, convirtiese en privada la
confesión pública, sino que habiendo cesado la penitencia
pública, permaneció en vigor sólo la privada.
Pruebas directas de la confesión auricular en los primeros siglos.—1.° La confesión o penitencia pública estaba
permitida: a) una sola vez en la vida; b) y solamente por
tres graves pecados, a saber: la apostasía, el homicidio y el
adulterio. Ahora bien, ¿cómo podrá sostenerse la existencia de
sola la confesión pública, cuando los Santos Padres inculcan
la confesión de todos los pecados, aunque sean secretos?
Podríamos multiplicar los testimonios desde el siglo x m
(1215), en que Inocencio III prescribió la confesión anual, hasta
los Apóstoles (1). Escojamos algunos.
Orígenes (f 254) dice: «Después que el confesor se ha portado contigo como médico hábil y compasivo, te dirige algunas
palabras y te da algún buen consejo. Si descubre que la naturaleza de tu mal es de aquellas que han de ser reveladas o
curadas en la congregación de la comunidad, o bien que éste
será para ti el medio más fácil para obtener la salvación, has
de conformarte con lo que, después de madura reflexión, te
aconsejare prudentemente tu médico» (Hom. in Ps. XXXVII).
En el Nuevo Testamento hay dos alusiones probables a la
confesión (Act. Ap., X I X , 18; Jac, V, 16).
2.° Otra prueba de la confesión privada es el hecho conocidísimo de que a los moribundos se les concedía la absolución;
más todavía, el Papa San Celestino (f 423) reprendió a los
obispos de Narbona y de Viena porque no absolvían a los moribundos. Reprensión a todas luces inútil, si fuera cierta la
sentencia protestante según la cual la remisión de los pecados
(1)
V . SCHÜLLER, Repertorio per le istruztonipopolari sulla confessione e eomunione, Roma, D e s c l é e . Son h e r m o s í s i m a s dos referencias a
la c o n f e s i ó n privada en la Didache, IV y X I X (segunda mitad del
s i g l o i).
— 343 —
podía lograrse sin que precediera la confesión hecha al sacerdote, o sin el deseo implícito de dicha confesión; es decir, si
fuera cierto que no existía otra confesión que la pública.
3.° Los no vacíanos fueron condenados (251) por sostener
que la Iglesia no podía perdonar algunos pecados. Ahora bien,
esta condenación sería inexplicable si no se hubiera creído
necesaria la confesión secreta.
¿Fuera de la Confesión, pueden ser perdonados los
pecados? — Sí, mediante la contrición perfecta; pero
a condición de que se tenga la firme resolución de manifestarlos después, en la primera confesión que se haga, al
juez constituido por Jesucristo, o sea, al confesor. De
manera que la remisión de todo pecado mortal va unida a
la confesión, es decir, al tribunal constituido al efecto.
Beneficio de la Confesión.—Es grande, pues con un
simple acto de humildad en manifestar las culpas. Dios
nos concede el perdón. Este perdón se alcanza: \.0 f á c i l
y prontamente, puesto que abundan los sacerdotes y es
fácil hallarlos dispuestos a confesarnos; 2.° se extiende a
todos los pecados sin exceptuar ninguno; 3.° se concede graciosamente, como nos lo muestran las parábolas
de la oveja descarriada, del hijo pródigo, de la fiesta que
se hace en el cielo al convertirse el pecador, de la Magdalena, y de la mujer adúltera; 4.° se nos concede de una
manera enteramente conforme a la naturaleza humana,
la cual se complace en manifestar secretamente sus
penas y sus males. De donde se infiere cuán irracionalmente hablan aquellos que suponen que en la confesión
se han de experimentar torturas y vencer repugnancias
inauditas.
Examen para la Confesión.—Consiste en recordar
los pecados cometidos para poder manifestarlos al confesor ordenada y expeditamente. Es necesario el examen
de conciencia: a) para el penitente, porque se trata de
un asunto de suma importancia; b) para el confesor, a
fin de hacerle más ligero el trabajo de preguntar.
— 344
-
Nota.—E\ tiempo que se ha de emplear en el examen
depende de quien se confiesa y de las circunstancias. A veces
podrán bastar algunos minutos. No hay ninguna regla fija
acerca de la duración del examen.
Acusación de los pecados.—!.0 Puesto que los pecados veniales pueden ser perdonados aunque no se confiesen (porque no nos cierran las puertas del cielo), no hay
necesidad de someterlos al juez de la confesión. Sin embargo, es útilísimo y mejor confesarse de ellos; pero no pecaría
quien dejase de confesarlos, aunque fuese adrede.—2.° En
cuanto a los pecados mortales, hay obligación estricta de
conf esarlos expresando: a) su especie; b) el número preciso; si no se puede determinar el número preciso, debe
manifestarse el número aproximado, del modo que se
acuerde uno de ellos, diciendo, verbigracia, he cometido
tal pecado tantas veces; o bien, unas tres o cuatro veces
al mes, duante tantos meses o años.
Casos que pueden ocurrir en la acusación
de los pecados
l.0 Pecados olvidados.—Es cierto que con la absolución
quedan perdonados todos los pecados, aun aquellos que se
han dejado de confesar por olvido, porque la gracia borra
todos los que hay en el alma; dichos pecados olvidados, si
vienen luego a la memoria, han de confesarse en la primera
confesión que se haga, cuandoquiera que sea. Entre tanto
puede uno comulgar cuantas veces desee, pues dichos pecados no existen ya; existe sólo la obligación de manifestarlos
al confesor, porque así nos lo manda Dios,
2.° Pecados dudosos,—No hay obligación estricta de
confesarlos; pero es útil hacerlo, confesándolos como dudosos. Quien no los confesare habría de hacer un acto de contrición perfecta para ponerse cuanto antes en gracia, dado caso
que dichos pecados fuesen verdaderamente tales delante de
Dios.
3.° Circunstancias de los pecados.—No hay obligación de confesar las circunstancias de los pecados, como son
el modo como se cometieron, los medios, el nombre, el lugar
-
345 -
y otras semejantes, a menos que dichas circunstancias hagan
que los pecados sean de otra especie; como ocurriría, por
ejemplo, con el hurto de cosas sagradas, pues entonces pertenecerían a la especie de sacrilegio; con una impureza que se
refiriese a persona casada, pues entonces revestirían la especie de adulterio; o bien la que se refiriese a persona consagrada a Dios, pues entonces serían también sacrilegio. Lo
mismo ha de decirse de los pecados de deseo.
4. ° Moribundos, mudos, personas que desconocen el
idioma del lugar en que se hallan, y o/ros.—Quien se halle
imposibilitado de manifestar sus pecados, bastará que dé
señales de arrepentimiento para recibir la absolución; mas si
luego puede confesarlos tiene obligación de hacerlo. Puede
uno servirse de intérprete, pero no está obligado a ello. Asimismo, nunca'hay obligación de confesarse por escrito, pero
puede hacerse.
5. ° Mentiras dichas en la confesión—S\ con la mentira
se calla un pecado mortal nunca confesado, se comete un sacrilegio y la confesión es nula; en los otros casos, la confesión es
válida, pero se comete un pecado, que generalmente es venial.
6. ° Callar adrede un pecado mortal. — Quien calla
adrede un pecado mortal en la confesión, comete un sacrilegio; para recobrar la gracia tiene que renovar todas las confesiones en que haya callado aquel pecado, empezando desde
aquella en que por vez primera lo calló.
7. ° Cómo ha de acusarse el penitente.~í.0 Con brevedad, evitando todo lo inútil (narraciones superfinas, pecados
ajenos, relatos de desgracias, etc.); 2.° con humildad delante
de Dios, es decir, sin excusas, pretensiones, disputas, etc.
8. ° B l que nó tiene pecados.—El que no tiene pecados
de que acusarse puede también recibir la gracia de la absolución sacramentul, que trae consigo aumento de gracia santificante: mas para ello tiene que acusarse de algún pecado mortal o venial de la vida pasada, si bien sólo en general, a fin de
que haya materia de absolución. Así conviene hacerlo, siempre que uno no tenga más que pecados veniales.
9. ° Fuera del caso en que haya necesidad, no ha de manifestarse el nombre del cómplice en el pecado.
Dolor.—I.0 E s un sentimiento y pesar que tiene el
alma de haber pecado (es decir, un juicio de la mente que
declara con humildad que al pecar se ha oLrado mal;
de donde nace el sentimiento de haberlo hecho). 2.° E l
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346
-
dolor es perfecto cuando el motivo de este sentimiento es
haber ofendido a Dios, por ser Él bondad infinita, e imperfecto cuando dicho sentimiento procede de haber merecido los castigos de Dios. 3.° Para la confesión es necesaria una de estas dos especies de dolor. 4.° E l dolor debe
extenderse, por lo menos, a todos los pecados mortales.
Propósito.—I.0 Consiste en la voluntad de no pecar
más. 2.° Es absolutamente necesario. 3.° Ha de extenderse a todos los pecados mortales y a todos los tiempos.
Nota.—Ho se confunda la voluntad de no pecar más,
con la previsión de que se volverá a pecar. Son cosas muy
diversas, como lo son, por ejemplo, tener deseos de jugar
bien y prever que han de salir mal las jugadas.
Penitencia.—Hay obligación estricta de cumplir la penitencia impuesta por el confesor, aunque no es necesario
cumplirla antes de comulgar, ni en seguida de la confesión;
sin embargo, es útil hacerlo así a fin de no olvidarse.
Confesión general.—Puede ser de necesidad o de
devoción. Será necesario hacerla, siempre que se hayan
hecho confesiones nulas por defecto de integridad, de
dolor o de propósito: será sólo provechoso h&czúa, si
uno no la hubiere hecho nunca, con tal que no haya de
acongojarse demasiado y crea que sacará fruto de ella.
Confesor fijo.—1.° No hay obligación de tenerlo.
.2.° Pero es útil; como es útil tener un médico fijo, a fin
de que conozca bien nuestra complexión y nuestras enfermedades. 3.° En algunos casos podría acontecer que no
fuera útil; y en tal caso será mejor ir a confesarse con
otro. Ocurre esto, por ejemplo; cuando el penitente
está tentado de callar algún pecado, y en otros casos.
Sigilo de la Confesión.—La obligación que tiene el
confesor de no manifestar jamás a nadie ningún pecado
oído en confesión, es tan g r a v é que, aunque le amenazaran de muerte o fuere preguntado delante de un tribunal
por el juez, debería el confesor decir que no sabe ni ha
oído nada; porque, en efecto, como hombre no sabe nada.
-
APÉNDICE
347
A LA
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CONFESIÓN
Las indulgencias
Preámbulo;—Así la confesión de los pecados mortales
como el dolor de contrición, borran enteramente la culpa
del alma; en cuanto a la pena, merecida con la misma
culpa, queda también perdonada la pena eterna, pero
no siempre lo queda igualmente toda la pena temporal.
Además, es fácil que haya en el alma culpas veniales
merecedoras de alguna pena temporal. Los ejemplos de
David, de Moisés, y el dogma del Purgatorio comprueban esta doctrina, según la cual puede acontecer que
el alma, después que le ha sido borrada la culpa y
perdonada la pena eterna, tenga todavía necesidad de
satisfacer a Dios una parte mayor o menor de la pena
temporal.
¿Cómo se perdona dicha pena?—Puede perdonarse
de los siguientes modos: 1.0 con la penitencia o mortificación voluntaria, o bien con la resignación en las penas de
esta vida y con actos de amor a Dios; 2.° con las penas
del Purgatorio, en la otra vida; 3.° con las indulgencias
concedidas a este efecto por la Iglesia.
Definición.—Las indulgencias, en cuanto al efecto,
no son otra cosa que la remisión de la pena temporal
debida por los pecados, y que habría de satisfacerse
en esta vida o*en el Purgatorio. Las indulgencias pueden ser plenarias o parciales, según que se nos perdone con ellas toda la pena temporal, o sólo parte de
la misma.
Autoridad de la Iglesia.—Jesucristo dió a su Iglesia
plena autoridad para apartar de los fieles todo lo que les
estorbe alcanzar la felicidad eterna; y así dijo a San
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Pedro: Todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en el cielo (Matth., XVI, 19). Palabras
en las cuales va incluida hasta la forma de autoridad que
ejercita la Iglesia, al conceder las indulgencias, aplicando
a los fieles las satisfacciones de Jesucristo y de los
santosj de las cuales posee la misma Iglesia un tesoro
abundantísimo. La Iglesia aplica estas indulgencias a modo
de juicio autorizado, del mismo modo que absuelve de la
culpa en la confesión.
Origen histórico de las indulgencias.—Veamos cómo
se introdujo en la Iglesia la costumbre y uso de conceder indulgencias. Por las penas que cada uno de los pecados merecía,
imponía la Iglesia, en los primeros siglos, penitencias más o
menos largas o severas, por ejemplo de siete años, de cuarenta
días, etc. Eran penitencias í?a/zo/H£?as, con las cuales descontaban los fieles las penas merecidas delante de Dios. Ahora
bien, algunos penitentes obtenían de los mártires encarcelados cédulas de recomendación que presentaban a los obispos.
Estos, como custodios y dispensadores del tesoro de los méritos de los mártires (como bienes de la comunidad), las aplicaban a dichos penitentes a modo de generosa donación, en
virtud del poder de atar y desatar que de Jesucristo habían
recibido. Así los penitentes quedaban dispensados, por ejemplo, de siete años, de cuarenta días de penitencia, y se les descontaba en realidad delante de Dios semejante pena. Este uso
se ha ido continuando en la Iglesia hasta ahora: otorga, en
efecto, las mismas indulgencias, sacándolas del tesoro de los
méritos de Jesucristo y de los Santos.
Notas.—\? L a Iglesia concede dichas indulgencias a los
que ejercitan ciertas obras piadosas, como oraciones, visitas
de iglesias, etc. 2.a Las indulgencias concedidas a objetos
particulares, por ejemplo, coronas, crucifijos, etc., son personales, es decir, que sólo puede ganarlas la persona en cuyo
favor se aplicaron las indulgencias al objeto que posee.
Requisitos para ganar las indulgencias parciales.—
I.0 Estar en gracia de Dios. 2.° Hacer las obras prescritas para ganarlas.
Requisitos para ganar las indulgencias plenarias.—
I.0 Confesar (a los qie acostumbran confesar cada ocho
— 349 —
días les basta la confesión semanal para cumplir con este
primer requisito); 2.° comulgar; 3.° ejecutar las obras
prescritas para ello; 4.° orar a intención del Sumo Pontífice.
¿Qué significan las palabras 50 días, 7 años, 7 cuarentenas de indulgencias?—Este modo de hablar, que
según hemos dicho era peculiar de los primeros siglos de
la Iglesia, tiene ahora un valor equivalente. Es decir, así
como antes, con los actos de indulgencia, se descontaban
delante de Dios 50 días, 7 años, 7 cuarentenas, etc., de
penitencia; ahora, al conceder 50 días, 7 años, etc., de indulgencia, se descuenta delante de Dios la pena que en los
primeros siglos se descontaba con 50 días, 7 años, etc.,
de penitencia.
Nofa.—ÍAuthas de las indulgencias pueden ser aplicadas
a las almas del Purgatorio; ignoramos, empero, cuántas penas
les descuenta Dios con dichas indulgencias, ni si se las aplica
siempre o en qué grado, pues las almas del Purgatorio no
están ya sujetas a penas canónicas, acerca de las cuales
puede dispensar la Iglesia; y además la Iglesia no tiene autoridad sobre los difuntos. Lo mismo ha de decirse de la misa
celebrada en un altar privilegiado, y con la cual suele decirse
que se saca un alma del Purgatorio. Cierto es que la Iglesia
ofrece a Dios aquella misa para este fin, vinculando a ella su
deseo; como también es cierto que Dios tiene gran cuenta con
el deseo de su Iglesia; no obstante, Él es siempre Soberano
Señor y dueño de disponer de todo según su beneplácito. Esta
es la razón por la cual la Iglesia permite que se apliquen
muchas misas por el mismo difunto, y concede dichas indulgencias para que se puedan aplicar, a modo de sufragio o
impetración, a las almas del Purgatorio. N
V. Extremaunción
Institución divina.—La hallamos revelada por Santiago en su Epístola, cuando dice: ¿ E s t á enfermo alguno
de vosotros? Llame a los ancianos (presbíteros) de la
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350 -
'
Iglesia y oren por é l , ungiéndole con óleo en el nombre del Señor; y la oración nacida de la fe salvará al
enfermo, y el Señor le aliviará; y si se halla con pecados, le serán perdonados (Jac, V , 14-15).
Ignoramos cuándo vinculó Jesucristo su gracia a este
rito; lo único cierto es que sólo Él podía hacerlo y lo
hizo, como enseña el Concilio de Trento.
Efectos.—El efecto primario de este sacramento es
sanar el alma de la triple debilidad que le aqueja durante
el tiempo en que el cuerpo padece una grave enfermedad,
a saber: desconfianza por los pecados cometidos; pusilanimidad por la enfermedad présente, y temor de la
última lucha. L a Extremaunción comunica, pues, al alma
confianza, serenidad y alegría. E l efecto secundario,
pero propio de este sacramento, es apartar todo obstáculo
que se oponga a la felicidad eterna, y por consiguiente,
perdonar las penas merecidas por los pecados, perdonar
los pecados veniales, y también los mismos pecados mortales, si por cualquier motivo no hubieran sido todavía
perdonados, o si en aquel momento no pudieran serlo con
la absolución o la contrición perfecta. Otro efecto secundario, aunque condicional, es la salud del cuerpo, si fuere
necesaria para la del alma: sin embargo, esto no se efectúa a modo de milagro, sino ayudando y comunicando
energías a las fuerzas naturales.
Requisitos para recibir este sacramento.—Hay que
estar en gracia de Dios, por lo menos, por medio de un
acto de contrición perfecta, puesto que es sacramento de
vivos, es decir, de los que viven en gracia. No obstante,
siendo el efecto secundario propio de este sacramento
(efecto secundario, no ya accidental como el de otros
Sacramentos) apartar todo impedimento para entrar en la
felicidad eterna, si por cualquier motivo el alma no estuviese en gracia y el moribundo sintiese cuando menos
atrición de sus pecados, la Extremaunción le concedería
ja gracia.
-
351
-
Cuándo y por quién puede ser recibido.—Mirando
al fin principal de este sacramento, solamente puede ser
recibida la Extremaunción cuando el enfermo se halla en
peligro de muerte, si este peligro proviene de alguna
enfermedad o desgracia; y así no puede administrarse a
quien se hallare en peligro de muerte a causa de una operación quirúrgica que le van a hacer. Pueden recibirlo únicamente los que han podido pecar. Están, pues, excluidos
de él los niños y los locos de nacimiento; no así los que
han quedado locos después que tuvieron uso de razón,
pues puede suponerse en ellos voluntad habitual de recibir este sacramento, o por lo menos dolor de atrición, de
la cual no se retractaron al perder el juicio.
¿Puede repetirse la Extremaunción?—Sí, pero únicamente cuando, después de haber cesado el peligro de muerte,
por el cual fué oleado, vuelve a recaer el enfermo en un nuevo
peligro de muerte.
¿Hay obligación estricta de recibir la Extremaunción?
—Obligación estricta bajo pena de pecado grave no la hay, a
menos que mediara, por parte del enfermo, desprecio de este
sacramento u otra causa semejante; sin embargo, quien no lo
recibe se priva de muy preciosos auxilios espirituales y aun
corporales.
Nota importante.—Evítese en gran manera esperar al
último instante, cuando ya el enfermo ha perdido el uso de sus
facultades, para administrarle los últimos sacramentos (Confesión, Comunión, Extremaunción). Tal conducta es una verdadera crueldad para con el enfermo, no sólo respecto a la salud
de su alma, sino también respecto a la del cuerpo. Y aun
cuando el paciente hubiere de perturbarse al advertir la gravedad de su estado, mejor es que pase este sobresalto y
expíe sus pecados, que no exponerle a que muera sin haber
dedicado un momento a los negocios de su alma. ¡Cuántas
veces, en la vida ordinaria, nos vemos obligados a tolerar un
mal menor para evitar otro mayor! E l uso de las medicinas
costosas y amargas nos ofrece de ello un buen ejemplo. Pues
si esto es así, ¿por qué hemos de olvidar esta regla, dictada
por el buen sentido, cuando se trata del negocio más grave,
cual es el de la salvación eterna del alma?
— 352
-
VI. Orden
Declaración.—Mediante el sacramento del Orden,
son creados los sacerdotes, a quienes se comunica juntamente con la gracia, la facultad de administrar los Sacramentos a los fieles y ejercitar los demás ministerios eclesiásticos.
Importancia de este sacramento.—Con el sacramento
del Orden se constituye la Jerarquía Eclesiástica, o sea
el organismo esencial de la verdadera Iglesia. Jesucristo,
en efecto, comunicó su misión divina a los Apóstoles, y
éstos, por voluntad del mismo Jesucristo, la comunicaron
a otros; éstos a otros y así sucesivamente hasta el fin del
mundo. Unos transmiten a otros la autoridad divina, en
continua sucesión, como si en una obscura noche se fuese
transmitiendo de mano en mano el farol iluminador. Así
lo enseñaron y practicaron los Apóstoles (I Tim., I V , 14;
Tit. I, 5; A c t . A p . , X X , 2 8 , etc.). A s i l o enseñaron también
los primeros Padres y sucesores de los Apóstoles. «Los
Apóstoles, dice San Clemente, constituyeron a éstos (los
obispos) a fin de que cuando ellos hubiesen de partir (de
una ciudad o hubiesen de morir), otros hombres experimentados pudieran llenar su ministerio» (Ep. I ad C o r . ,
n. 42). Esta continuada sucesión apostólica es uno de los
signos de la verdadera Iglesia, según vimos antes.
Institución del sacramento del Orden.—Sabemos por
San Pablo que con la imposición de las manos, los Apóstoles
instituyeron obispos, quienes, además de formar el grado
supremo del sacerdocio, eran los que consagraban a los sacerdotes y a los diáconos. Con esta imposición de manos se
comunicaba la gracia a los que recibían la ordenación, y era
el rito constante y estable de que usaban para crear los obispos en diversas ciudades(I Tim., IV, 14; II Tim., 1, 6; Tit. I, 5).
Ahora bien, en todo esto hallamos los tres elementos de todo
sacramento. En efecto, tenemos por de pronto rito externo Y
estable y rito productor de gracia; y finalmente la instita-
-
353 -
ción divina, puesto que sólo Jesucristo puede vincular la
gracia a un rito determinado.
¿Cuándo instituyó Jesucristo este sacramento? Dicen los
teólogos que lo instituyó en la última Cena con aquellas palabras: Haced esto en memoria mía; o bien después de la resurrección, cuando dió a los Apóstoles la potestad de perdonar
los pecados y les constituyó pastores de su rebaño.
Grados de la jerarquía eclesiástica.—Tres son los grados de la jerarquía eclesiástica; a saber: Obispos, Sacerdotes
y Diáconos. Los unos se distinguen de los otros por institución apostólica, derivada de la voluntad de Jesucristo, según
enseña el Concilio de Trento.
En cuanto a la constitución de los diáconos, se habla ya
de ellos en los Hechos de los Apóstoles (Act. Ap., VI, 1-7):
fueron elegidos no sólo para distribuir las limosnas, sino además para el ministerio apostólico.—Por lo que se refiere a la
distinción entre obispos y sacerdotes, puesto caso que en las
Epístolas de los Apóstoles ambos nombres tienen un significado ambiguo, es decir, que son llamados obispos ya aquellos a
quienes nosotros damos técnicamente este nombre, ya aquellos a quienes llamamos ahora sacerdotes, conviene demostrar por otra vía la distinción y superioridad de los obispos
sobre los sacerdotes. En efecto, hacia el año 150, era reconocida por doquier la supremacía de los obispos sobre los
sacerdotes, por ejemplo, en Roma, en Lyón, en Atenas, etc.;
y aun antes de esta fecha hallamos textos de algunos Padres
apostólicos: es decir, de los que vivieron con los Apóstoles,
en los cuales se ve demostrada, sin ningún género de duda,
la distinción y supremacía de que hablamos. Así, por ejemplo,
dice San Ignacio (f 107): *E1 obispo es como la imagen de
Dios Padre; los presbíteros (sacerdotes) forman el sanedrín
del obispo. Sin aquél y sin éstos no es posible hablar de*Iglesia» (Epist. ad. Trall. III).
Respeto al sacerdocio, o sea al clero.—I.0 Los sacerdotes son los que constituyen la Iglesia docente, a la cual dió
Jesucristo las llaves del reino de los cielos.—2.° Aunque son
hermanos nuestros, e iguales a nosotros en la carne, sin embargo, también son los depositarios de la autoridad de Jesucristo, y por consiguiente padres espirituales nuestros.—
3.° Mas no por esto son impecables; así que, aunque acontezca algunas veces que sean culpables en su conducta, no
por eso pierden sü autoridad, ni hemos de dejar de respetarlos. Dijo Jesucristo a los Apóstoles y en ellos a sus suceso23. — C U H S O D E R E L I G I Ó N .
— 354 —
res: Quien a vosotros oye, a mí me ofe; quien a vosotros
desprecia, a mí me desprecia; y quien me desprecia a mí,
desprecia a Aquél que me envió (Luc, X , 16).—4.° Por consiguiente, aquel desprecio habitual que muestran algunos cristianos al sacerdocio y a los sacerdotes, a los cuales contraponen la Religión (como si ésta estuviese separada de ellos),
es señal de que ignoran todavía el abecé del cristianismo.
VII.
Matrimonio
Definición.—Llámase matrimonio al contrato natural
celebrado entre el hombre y la mujer, con el fin de engendrar, alimentar y educar a sus hijos; este contrato fué
elevado por Jesucristo a la dignidad de sacramento.
¿En qué consiste el sacramento del Matrimonio?—
Consiste en este mismo contrato natural; pues Jesucristo
estableció que si es celebrado entre dos cristianos y con
.las condiciones prescritas por la autoridad religiosa, además de ser un contrato natural fuera también sacramento; esto es, una cosa sagrada que produce gracia,
como acontece con el Bautismo, por ejemplo.
Institución del sacramento del Matrimonio.—Acerca
de la institución de este sacramento, poco hallamos en el
Evangelio escrito; bastante más en el Evangelio predicado y
en el Evangelio viviente. No obstante, ambas fuentes nos ofrecen argumentos eficaces para justificar lo que enseña el Concilio de Trento (de conformidad con la tradición universal y
antigua), a saber: que Jesucristo instituyó también este sacramento.
En efecto: 1.° En la Iglesia oriental y en todas las sectas
orientales (que se separaron de la Iglesia Católica en el siglo v)
fué universal la creencia de que entre los siete sacramentos
debía incluirse el contrato matrimonial, y por cierto ocupando
el séptimo lugar en la enumeración de ellos.—2.° Escribiendo
San Pablo a los fieles de Efeso, dice, refiriéndose al matrimonio de los cristianos: Sacramento es éste grande, mas
yo hablo respecto a Cristo y a la Iglesia. Cada uno, pues,
de vosotros ame a su mujer como a s í mismo, y la mujer
-
355 —
ame y respete a su marido (Eph. V, 32-33). Además, éste fué
el significado que dio el mismo Dios a la unión de Adán y de
Eva, significado que confirmó Jesucristo. Tenemos, pues,
aquí dos de los elementos constitutivos del sacramento: institución divina del rito o signo significativo, y rito permanente. En cuanto al tercero, es decir, que produzca la gracia
en el que lo recibe, lo hallamos suficientemente expresado en
San Pablo al llamar al matrimonio cristiano misterio grande
y confirmado e integrado por la tradición subsiguiente y
por las infalibles palabras de la enseñanza del Magisterio
eclesiástico en el Concilio de Trento.
Dos consecuencias importantes.—Como quiera que
el contrato matrimonial sea cosa sagrada, por voluntad
de Jesucristo, infiérese: 1,° que está sujeto a la autoridad
religiosa, no a la civil; 2.° que para que sea verdadero
contrato (y por tanto verdadero sacramento), han de realizarse en él todas las condiciones prescritas por la autoridad religiosa. Por consiguiente, el cristiano bautizado
que no se somete a todas las prescripciones eclesiásticas
al unirse en matrimonio, no sólo peca gravemente, sino
que además celebra un matrimonio nulo delante de Dios,
de modo que su vida matrimonial será vida de constante
pecado.
Requisitos para el matrimonio.—Son tres, a saber:
1.° Que no haya ningún impedimento; 2.° que haya consentimiento por ambas partes; 3.° que esté presente el
párroco (o su delegado) y dos testigos. Para este último
requisito es necesario que el párroco haya sido previamente invitado explícita o implícitamente, y que asista al
matrimonio libremente, sin que haya sido forzado por
miedo grave. De consiguiente, son nulos hoy los matrimonios llamados de sorpresa.
¿Qué debe pensarse acerca del matrimonio llamado
civil?—].0 E l contrato matrimonial celebrado sólo ante
la autoridad civil no es sacramento. — 2.° Para nosotros los católicos solamente es un acto mediante el cual
la autoridad civil registra los nombres de las personas
— 356 —
que están unidas en matrimonio cristiano, o lo estarán en
breve, a fin de colocarlas bajo la tutela de la autoridad
pública. Haciéndolo con este fin, es cosa honesta y buena.
Impedimentos del matrimonio.—Son de dos especies,
a saber: algunos lo hacen ilícito, pero no inválido, por
ejemplo, si uno hubiese prometido por escrito, y con todas
las formalidades requeridas para ello, casarse con otra
persona; otros lo hacen ilícito e inválido, por ejemplo,
sería impedimento de esta especie el estar uno casado ya
con otra persona.
Dos cualidades del matrimonio cristiano.—Son éstas
la indisolubilidad y la unidad. Significa la indisolubilidad, que el matrimonio, ratificado y consumado, no se
puede disolver nunca en cuanto al vínculo, de modo que
permanece firme y. estable hasta la muerte de uno de los
cónyuges. Y en el caso en que, por graves motivos, uno
de ellos se separara del otro, ninguno de los dos puede
contraer nuevas nupcias. — L a unidad significa que el
matrimonio cristiano no se aviene con la poligamia, ni con
la poliandria, sino que ha de ser de uno con una. Esta
reforma introdujo en el matrimonio Jesucristo, enviado
d e D i o s ( M a t t h . , X I X , 1-12).
iVb/fl.—-Una cosa es la separación de los cónyuges y otra
el divorcio. P o r la mutua separación viven materialmente
separados el esposo y la esposa, pero permanece intacto el
vínculo que los une entre sí. Por el divorcio queda roto dicho
vínculo, quedando libres los cónyuges para contraer nuevas
nupcias, lo cual es ilícito. Por tanto, el divorcio que se ha
introducido en varias legislaciones modernas es cosa impía y
anticristiana.
Distinción entre la disolución del vínculo y la declaración de nulidad del matrimonio.-La disolución del
vínculo matrimonial, rato y consumado, no puede realizarse. Sin embargo puede declararse nulo el matrimonio
cuando se descubre que en el contrato matrimonial hubo
algún defecto que ya desde el principio invalidó el matri-
— 357 —
monio: p. ej., si se descubriese que uno de los contrayentes estaba ya unido en matrimonio legítimo con otro, o que
uno de los dos no hubiese dado su consentimiento, etc.
En este caso, la autoridad eclesiástica no disuelve un
matrimonio verdadero, sino que sólo declara que tal matrimonio, /e/z/rfo por verdadero, no lo fué nunca.
Revalidación del matrimonio.—Es el acto por el cual
la autoridad religiosa suple las deficiencias del contrato
matrimonial, convirtiéndolo de nulo que era en válido; o
bien dispensa las formalidades que eran necesarias para
la validez del contrato: p. ej., la presencia del párroco.
Advertencia.—1L\ matrimonio tiene su lado dulce y su lado
amargo. E l que quiera tomar este estado es preciso que considere ambas cosas, especialmente la segunda, que se deja
sentir mucho más que la primera; y así debe recordar que el
matrimonio entraña la obligación de educar, vestir y alimentar
a veces a gran número de hijos; que ha de curarlos en sus
enfermedades, procurarles un estado de vida, etc. De modo
que quien no tenga presente esta parte gravosa y obligatoria del matrimonio, sino que sólo atienda a la parte atractiva y dulce del mismo, se expone a tener que pasar tristes
desengaños. Antes, pues, de decidirse sobre este punto tan
capital, hay que proceder con la mayor reflexión; mas después
de haberse decidido, los cónyuges deben armarse de heroica
paciencia para toda la vida, en la seguridad de que, si viven
cristianamente y cumplen sus obligaciones, recibirán de Dios
el premio que les corresponde.
Hemos insistido en este punto no para disuadir del matrimonio a quien se sienta llamado a este estado, sino sólo para
que los que quieran coníraerlo, lejos de entrar en él como por
juego, se apliquen antes de abrazarlo, a conocer los deberes que impone y se resuelvan a cumplirlos religiosamente.
LISTA .
DE L O S CONCILIOS ECUMÉNICOS
I.
II.
III.
IV.
V.
VI.
VII.
VIH.
IX.
X.
XI.
XII.
XIII.
XIV.
XV.
XVI.
XVII.
XVIII.
XIX.
XX.
Niceno 1 (325) San Silvestre I . — H e r e j í a de A r r i o . C u e s t i ó n de
la Pascua.
ConstantinopolUano 1 (381) S a n D á m a s o . — H e r e j í a de Macedonio.
Efesino (431) San Celestino I . — H e r e j í a de Nestorio y de Pelagio.
Calcedonense (451) San L e ó n M a g n o . — H e r e j í a de Eutiques.
Constantinopolitano 11 (553) Vigilio. — C u e s t i ó n de los tres
capítulos.
Constantinopolitano 111 (680) S a n A g a t ó n . — H e r e j í a de los Monotelitas.
Niceno 11 (787) Adriano I.—Culto de las i m á g e n e s .
Constantinopolitano I V (869) Adriano II.—Contra F o c i o y el
cisma griego.
Lateranense 1 (1023) Benedicto VIII.—Contra l a s i m o n í a , las
investiduras, etc.
Z-a/eranen^e/7 (1136) Inocencio II.—Contra Arnaldo de Brescia.
—Contra l a s i m o n í a , el concubinato, etc.
Lateranense /7/(1179) Alejandro III.—Contra los Albigenses.—
Disciplina, Cruzadas, etc.
Lateranense I V (1215) Inocencio III.—Contra los Albigenses.—
Disciplina, Cruzadas, etc.
De Lyón /(1245) Inocencio I V . — E x c o m u n i ó n de Federico II.
B e Lyón 11 (1274) S a n G r e g o r i o X . - U n i ó n de los Griegos.—
Cruz;adas.—Reforma.
De Viena (1311 y sig.) Clemente V.—Acusaciones contra Bonifacio VIII.—Los Templarios.
De Constanza (1414 y sig.) Gregorio XII y M a r t í n V . — F i n del
cisma de O c c i d e n t e . — H e r e j í a de los Husitas.—Reforma.
De Basilea-Florencia (1431 y sig.) Eugenio I V . — R e u n i ó n de los
Griegos.—Reforma, etc,
Lateranense F(1512 y sig.) Julio II y L e ó n X . — L a paz.—La C r u zada.—La reforma e c l e s i á s t i c a .
Tridentino (1545-63) Paulo III, Julio III y P í o IV.—Errores protestantes.—Reforma e c l e s i á s t i c a .
Vaticano (1869-70) P í o IX.—Errores modernos-Infalibilidad del
Papa cuando habla ex c á t h e d r a .
SERIE C R O N O L O G I C A
DE LOS
ROMANOS
S. Pedro, t 67.
S. Lino, 67-79?
S. Anacleto, 79-90?
S. Clemente, 90-99?
S. Evaristo, 99-107?
S . A l e j a n d r o , 107-116?
S. Sixto, 116-125?
S. Tefesforo, 125-136?
S. Higinio, 136-140?
S. P í o , 140-155?
S. Aniceto, 155-166.
S. Sotero, 166-74.
S . E l e u t e r i o , 174-89.
S. V í c t o r , 189-98.
S. Ceferino, 198-217.
S. Calixto I, 217-22.
S. Urbano I, 222-230.
S. Ponciano, 230-35.
S. Antero, 235 36.
S. Fabiano, 236-50.
S. Cornelio, 251-53.
S. Lucio I, 253-54.
S. Esteban I, 254-57.
S. Sixto II, 257-258
S, Dionisio, 259-68.
S. F é l i x I, 269-74.
S. Eutiquiano, 275-83.
S. Cayo, 283-96.
S. Marcelino, 296-304.
S. Marcelo, 308-309.
S. Ensebio, t 309.
S. M e l q u í a d e s , 311-14.
S. Silvestre I, 314-35.
S. Marcos, f 336.
S. Julio I, 337-52.
S. Liberio, 352-66.
F é l i x (antlpapa), 355-365.
S. D á m a s o I, 366-84.'
S. Ciricio, 384-99.
PONTÍFICES
S. Anastasio I, 399-401.
S. Inocencio I, 401-417.
S. Z ó s i m o , 417-18.
S. Bonifacio I, 418-22.
S. Celestino I, 422-32.
S. Sixto III, 432-440.
S. L e ó n I Magno, 440-61.
S. Hilario, 461-68.
S. Simplicio, 468-83.
S. F é l i x III (II), 483-92.
S. Gelasio, 492-96.
S. Atanasio II, 496-98.
S. S í m a c o , 498-514.
S. Ormisdas, 514-23.
S. Juan I, 523-26.
S. F é l i x IV ( l l l ) , 526-30.
Bonifacio II, 530-32.
Juan II, 533-35.
S. Agapito I, 335-36.
S. Silvestre (desterrado en 537),
536-37.
V i g i l i o , 537-55.
P e í agio I, 556-61.
Juan III, 561-74.
Benedicto I, 575-79.
Pelagio II, 579-90.
S. Gregorio I Magno, 590-604.
Sabiniano, 604-606.
Bonifacio III, t 607
Bonifacio IV, 608-15.
S. Deusdedit, 615-18.
Bonifacio V , 619-25.
Honorio I, 625-38.
Severino, f 640.
Juan IV, 640-42.
Teodoro I, 642-49.
S. M a r t í n I, 649-53.
S. Eugenio í, 654-57.
S. Vitaliano, 657-72.
—
Adeodato, 672-76.
Dono o Donno, 676-78.
S. A g a t ó n , 678-81.
S. L e ó n II, 682-83.
S. Benedicto II. 684 85.
Juan V , 685-86.
Conon, 686-87.
S. Sergio I, 687-701.
Juan VI, 701-705.
Juan VII, 705-707.
Sisinio, t 708.
Constantino I, 708-15.
S. Gregorio II, 715-31.
S. Gregorio III, 731-41.
S. Z a c a r í a s , 741-52.
Esteban II, 752.
Esteban II (III), 752-57.
S. Paulo I, 757-67.
Constantino II, antipapa.
Esteban III (IV), 768-72.
Adriano I, 772-95.
S. L e ó n III, 795-816.
Esteban IV (V), 816-17.
S. Pascual I, 817-24.
Eugenio II, 824-27.
Valentino II, t 827.
Gregorio IV, 827-44.
Sergio II, 844-47.
S. L e ó n IV, 847-55.
Benedicto III (antipapa Anastasio), 855-58.
S. N i c o l á s I, 858-67.
Adriano II, 867-72.
Juan VIII, 872-82.
Marino I. 882-84.
/
Adriano III, f 885.
Esteban V (VI), 885-91.
F o n n o s o , 891-96.
Bonifacio V I , 1896.
Esteban VI (VII), f 897.
Romano, t 897.
T e o d o r o II, t 897.
Juan IX, 898-900.
Benedicto IV, 900 903.
L e ó n V , t 903.
C r i s t ó b a l , 1904.
Sergio III, 904-11.
Anastasio III, 911-13.
L a n d ó n , t 914.
Juan X , 914-28.
L e ó n VI, t 928.
Esteban VII (VIII), 229-31.
Juan XI, 931-35.
L e ó n VII, 936-39.
Esteban VIII (IX), 939-42.
Marino II. 942-46.
360
-
Agapito II, 946-55,
Juan XII, 955-64.
L e ó n VIII, 963-65 (antipapa).
Benedicto V , t 964.
Juan XIII, 965-72.
Benedicto VI, 973-74.
Bonifacio VII (antipapa), 974.
Benedicto V i l , 974-83.
Juan XIV, 983-84.
Bonifacio VII, 984-85.
Juan X V (XVI), 985-96.
Gregorio V , 996-99.
Juan de Plascencia (antipapa).
Silvestre II, 999-1003.
Juan XVII, 11003
Juan XVIII, 1003-1009.
Sergio IV, 1009-12.
Benedicto VIII, 1012-24.
Juan X I X , 1024-32.
Benedicto IX (Teofilacto), 1032-44.
Silvestre III, 1045.
Gregorio VI, 1045-46.
Clemente II, 1046-47.
D á m a s o II, f 1048.
S . L e ó n IX, 1049-54.
V í c t o r II, 1055-57.
Esteban IX (X), 1057-58.
Benedicto X (antipapa).
N i c o l á s II, 1058-61.
Alejandro II, 1061-73.
Codolas (Honorio I!, antipapa).
S. Gregorio VII, 1073-85.
Gilberto (Clemente III, antipapa).
V í c t o r III, 1085-87.
Urbano II, 1088-99.
Pascual 11,1099-1118.
Gelasio II, 1118-19.
Pordino (antipapa).
Calixto II, 1119-24.
Honorio II, 1124-30.
Inocencio II, 1130-43.
Anacleto II y Víctor IV (antipapas).
Celestino II, 1143-44.
Lucio II, 1144-45.
Eugenio III, 1145-53.
Anastasio IV, 1153-54.
Adriano IV, 1154-59.
Alejandro III, 1159-81.
Cardenal Oetaviano ( V í c t o r IV),
Guido de Crema (Pascual III), antipapas.
Lucio III, 1181-85.
Urbano III, 1185-87.
Gregorio VII, t 1187.
Clemente III, 1187-91.
Celestino III, 1191 98.
— 361
Inocencio III, 1198-1216.
Honorio III, 1216-27.
Gregorio IX, 1227-41.
Celestino IV, f 1241.
Inocencio IV, 1243-54.
Alejandro IV, 1254-61.
Urbano IV, 1261-64.
Clemente IV, 1265-68.
S. Gregorio X , 1271-76.
Inocencio V . 1 1276.
Adriano V , 1 1276.
Juan X X I (XX), 1276-77.
N i c o l á s III, 1277-80.
M a r t í n IV, 1281-85.
Honorio IV, 1285-87.
N i c o l á s IV, 1288-92.
S. Celestino V , 1294.
Bonifacio VIII, 1294-1303.
Benedicto X I , 1303-1304.
Clemente V (*), 1305-14.
Juan XXII, 1316-34.
Nicolás V,P.^na/rf«cc/antipapa).
Benedicto XII, 1334-42.
Clemente V I , 1342-52.
Inocencio VI, 1352-62.
Urbano V , 1362-70.
Gregorio XI, 1370-78.
Urbano V I , 1378-89.
Roberto de Ginebra (Clemente VII,
1378-94, antipapa).
Pedro de L u n a , Benedicto XIII,
t 1424 (antipapa).
Bonifacio IX, 1389-1404.
Inocencio VII, 1404-406.
Gregorio XII, 1406-15.
AlejandroV (F'úaxgl Pisano, 1409-10,
antipapa).
Juan XXIII (Cossa Pisano, 1410-15,
antipapa).
M a r t í n V , 1417-31.
Eugenio IV, 1431-47.
Fe7/> V (Amadeo de Saboya, antipapa), 1439-49.
N i c o l á s V , 1447-55.
Calixto III, 1455-58.
P í o II, 1458-64.
Sixto IV, 1471-84.
Inocencio VIII, 1484-92.
Alejandro V L 1492-503.
P í o III, 1 1503.
Julio II, 1503-13.
L e ó n X , 1513-21.
Adriano VI, 1522-23.
Clemente VII, 1523-34.
Paulo III, 1534-49.
Julio III, 1550-55.
Marcelo II, 11555.
Paulo IV, 1555-59.
P í o IV, 1559-65.
S. P í o V , 1566-72.
Gregorio XIII. 1572-85.
Sixto V , 1585-90.
Urbano VII, t 1590.
Gregorio XIV, 11591.
Inocencio IX, f 1591.
Clemente VIII, 1592-605.
L e ó n XI, 1 1605.
Paulo V , 1605-21.
Gregorio X V , 1621-24.
Urbano VIII, 1623-44.
Inocencio X , 1644-55.
Alejandro VII, 1655-67.
Clemente IX, 1667-69.
Clemente X , 1670-76.
Inocencio XI, 1676-89.
Alejandro VIII, 1689-91,
Inocencio XII, 1691-1700.
Clemente XI, 1700-21.
Inocencio XIII, 1721-24.
Benedicto XIII, 1724-30.
Clemente XII, 1730-40.
Benedicto X I V , 1740-58.
Clemente XIII, 1758-69.
Clemente X I V , 1769-74.
P í o VI, 1775-90.
P í o VII, 1800-823.
L e ó n XII, 1823-29.
P í o VIII, 1829-30.
Gregorio X V I , 1831-46.
P í o IX, 1846-78.
L e ó n XIII, 1878-1903.
P í o X , 1903-1914.
Benedicto X V , 1914.
(*) Desde Clemente V hasta Gregorio X I los Papas residieron
en A v i ñ ó n .
INDICE
PRELIMINARES
Pag.
I.
II.
A q u é fin se encamina el presente « C u r s o de R e l i g i ó n » . .
Importancia que el problema religioso tiene en la vida
humana
M é t o d o y disposiciones de á n i m o que se requieren para
resolver acertadamente el problema religioso
III.
1
3
6
PRIMERA P A R T E
C A P Í t v ^ O P R m n ^ o . — E l problema religioso. . . . . . . . .
I.
Preliminares
II.
Importancia del estudio de la R e l i g i ó n
III.
E l estudio de la R e l i g i ó n en las escuelas . . . . .
CAPÍTULO
I.
II.
III.
IV.
V.
VI.
VII.
.
.
n . — L a Religión natural
Preliminares
Examen c r í t i c o de la R e l i g i ó n natural
O r i g e n de 1^ R e l i g i ó n natural
Monoteísmo y Politeísmo
L a ciencia humana es impotente para resolver el problema religioso
O r i g e n del P o l i t e í s m o y sus fases. .
Reforma del P o l i t e í s m o por medio de la f i l o s o f í a y de
las Religiones positivas
CAPÍTÜIiO i n . — L a R e l i g i ó n sobrenatural
I.
Preliminares
•
II.
Diversas Religiones que pretenden ser reveladas por
Dios
III.
Principios de c r í t i c a para juzgar de estas varias Religiones
. . .
IV.
S e ñ a l e s que nos dan a conocer c u á l es la verdadera
R e l i g i ó n revelada por Dios
V.
Falsedad de las Religiones no cristianas . . . . . .
VI.
Jesucristo es realmente el fundador del Cristianismo .
VII.
Fuentes de la vida y de la doctrina cristiana de Jesucristo
VIII.
V a l o r h i s t ó r i c o de los Libros del Nuevo Testamento,
y en especial de los Evangelios
IX.
T r e s pruebas morales en favor de la autenticidad de
los Evangelios .
13
13
14
17
20
20
27
30
33
36
41
45
48
48
49
55
57
59
61
64
67
77
— 363 —
Pág.
X.
XI.
XII.
XIII.
XIV.
XV.
XVI.
XVII.
XVÍII.
XIX.
L a patria de J e s ú s . Estado p o l í t i c o y religioso de su
tiempo
Vida exterior de Jesucristo y su designio
Vida interna de J e s ú s
Jesucristo f u é verdadero Legado de Dios y la doctrina
que É l e n s e ñ ó es divina
Otros oficios de Jesucristo
L a persona de Jesucristo
Paralelo entre la R e l i g i ó n cristiana y las falsas religiones
O b l i g a c i ó n de creer en Jesucristo
Relaciones entre la ciencia y la fe
. .
Sendas que conducen a la fe y otras sendas que conducen a la incredulidad
SEGUNDA
86
91
93
97
117
124
131
135
136
139
PARTE
C A P I T U L Ó F R I U E R O . — C o n s t i t u c i ó n de la R e l i g i ó n cristiana . . .
I.
Reino de Dios o Reino m e s i á n i c o
II.
O r g a n i z a c i ó n exterior del Reino de Dios
III.
Objeto de la autoridad de la Iglesia
IV.
Dotes del Magisterio E c l e s i á s t i c o o g a r a n t í a s divinas.
V.
D e los que viven fuera de la Iglesia
VI.
E l Magisterio E c l e s i á s t i c o y la T r a d i c i ó n
VII.
E l Magisterio E c l e s i á s t i c o y la Sagrada Escritura . .
VIII.
Del Papa, que es Cabeza de la Iglesia
IX.
Propiedades y notas de la Iglesia
X.
Iglesias falsas e Iglesia verdadera
145
146
153
160
164
168
171
174
178
185
189
C A P Í T U L O n — S í n t e s i s de las verdades cristianas
I.
Existencia de Dios
II.
Naturaleza y perfecciones de Dios
III.
E l mundo, el hombre, el alma humana y los á n g e l e s .
IV.
Para q u é c r e ó Dios el mundo y los seres inteligentes.
V.
E l fin de la vida y su verdadero concepto
VI.
E l E s p í r i t u de Jesucristo y el e s p í r i t u del mundo. . .
VII.
E l dolor en la vida hximana
VIII.
L o s futuros destinos del hombre. Premio y castigo. .
208
208
210
213
222
225
228
231
233
C A P Í T U L O m.—Relaciones entre la Iglesia y la sociedad civil .
I.
L a Iglesia como sociedad p ú b l i c a
II.
L a Iglesia y la sociedad civil
III.
Liberalismo
IV.
E x p l i c a c i ó n de algunas proposiciones ambiguas.
V.
L a c u e s t i ó n social y el socialismo
243
243
246
253
257
261
TERCERA
.
.
.
.
.
.
PARTE
C A P Í T U L O FRIMERO.—Preceptos de la R e l i g i ó n cristiana.
I.
Acciones humanas
II.
L a conciencia
III.
D e los pecados,
IV.
Pasiones, virtudes y vicios
V.
P e r f e c c i ó n de la vida cristiana
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VI.
VII.
VIII.
IX.
X.
XI.
XII.
XIII.
XIV.
XV.
XVI.
XVII.
XVIII.
XIX.
XX.
XXI.
XXII.
Preceptos generales de la L e y Cristiana.—La F e .
Esperanza
Caridad para con Dios
Caridad para con el p r ó j i m o
Ira, enojo, impaciencia, mansedumbre, paciencia. .
P r o h i b i c i ó n de la venganza
Humildad y paciencia
Limosna
Escándalo
C o o p e r a c i ó n al mal
O c a s i ó n de pecado
Obediencia
Castidad .
M u r m u r a c i ó n , calumnia, injuria, juicio temerario .
Oración.
Mandamientos de la L e y de Dios
Mandamientos de la Iglesia
C A P Í T U L O i i . — E l orden sobrenatural
I.
L a gracia en general
II.
L a gracia habitual o santificante
C A P Í T U L O m.—Los Sacramentos
I.
Bautismo
II.
Confirmación
III.
Eucaristía
IV.
Confesión
V.
Extremaunción
VI.
Orden
VII.
Matrimonio
Lista de los concilios e c u m é n i c o s
Serie c r o n o l ó g i c a de los romanos p o n t í f i c e s
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FONDO ANTIGUO JOSÉ MaIG
S. XIX-XX
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EDITOR
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