segundo premio categoría a

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CONCURSO DE RELATOS CORTOS “EUGENIO ASENSIO”
SEGUNDO PREMIO
CATEGORÍA A
Lara Síscar Morell
Liceo Español “Luis Buñuel”. Neuilly-Sur-Seine. Francia
El lado frío y cruel de la realidad
Y es que aquella mañana antes de que sonara su despertador, mucho antes
incluso de que abriera los ojos, tomara plena conciencia del día que era y echara a
correr hacia la cocina, ella ya lo sabía.
Ya sabía que le pasaba algo. Solo que no se había dado cuenta del qué.
Aquella mañana había tenido delante a sus amigos más cercanos, todos habían
comido hasta hartarse y reído hasta llorar. Habían contado viejos recuerdos y
habían disfrutado como solo ellos sabían; con una sonrisa en la boca todo el
tiempo hasta que llegó la tarde.
No fue hasta que todas las voces callaron y Carlota vio a su madre entrar en la
habitación, orgullosa y con una radiante sonrisa digna de una madre en su rostro,
llevando su preciosa y exquisita tarta de cumpleaños casera, que se dio cuenta de
cuál era su problema. Hasta que las luces se apagaron y todos se dispusieron a
cantar el típico y aburrido “Cumpleaños Feliz”.
En aquellos 30 malditos segundos en los que sus amigos cantaban, ajenos a
su semblante pálido y quieto y el terrorífico número 18 de la parte superior de la
tarta se iluminó, el mundo de Carlota finalmente se resquebrajó y todo se le vino
encima.
En aquellos 30 segundos, vio pasar ante sus ojos todos los momentos felices
vividos hasta aquel momento y la conversación que había mantenido dos días
antes con su madre y a la que casi no había prestado atención cobró vida con una
nueva luz en su ahora tambaleante subconsciente.
“18 años, cariño. ¡Qué orgullosa me siento de ti! Te has convertido en toda
una mujer y yo aún sigo recordando como solías darme la mano antes de cruzar la
calle cuando tenías 5 años. Con esa resplandeciente sonrisa tuya… Dentro de
poco te marcharás a la universidad y nos dejarás solos a mí y a tu padre. Pero no
te preocupes, cielo. Estaremos bien…”
Universidad. Irse de casa. Independencia. Ser adulta. Crecer…
Todas y cada una de esas palabras se repetían con un nuevo significado en
su mente.
De repente, Carlota se ve a sí misma con 5 años corriendo hasta el final de la
calle asustando a las palomas, parándose en el borde de la acera esperando a su
madre para cruzar al otro lado con una tierna sonrisa.
Se ve a sí misma, en Carnaval, disfrazada de india junto a sus amigas, todas
disfrazadas de princesas, hadas y cursiladas por el estilo. Su cara pintada con dos
líneas rojas en cada mejilla, los labios rosas y sus infantiles ojos brillantes de
exaltación la hacen parecer más pequeña de lo que ya es.
La escena cambia y, ante sus ojos aparecen el que ha sido su mejor amigo de
la infancia y ella con 6 años, andando de puntillas hasta la cocina, asaltando la
despensa de su casa. Imágenes de ambos con la boca sucia de chocolate riendo
como locos momentos antes de que sus padres entren en la cocina y ellos pongan
pies en polvorosa, aun riendo.
Día lluvioso. Una Carlota de 8 años sale riendo del aula con su pequeño
chubasquero amarillo y sus botas de agua a juego. El patio está inundado pero a
ella no le importa. Ella solo quiere mojarse. Saltar en los charcos y cubrirse entera
de barro y agua. A su pequeño acto rebelde y sucio no tardan en unirse sus
compañeros de clase, empapando a los más pequeños de otros cursos…
Los momentos vuelven a cambiar y ahora pequeños retazos de todos sus
pasados cumpleaños se mezclan: montones de regalos, tarta de chocolate, niños
ruidosos, castillos hinchables, piscinas de bolas…
12 años y su primer día de instituto. Gente nueva por todas partes
saludándose, abrazándose y comentando el verano unos con otros. Una marea
multicolor de bronceados y pantalones cortos. La primera vez que entra en su
nueva aula y ve a sus viejos amigos, saltándole encima y abrazándola. Más gente
nueva y finalmente él. El rubio de los ojos dorados apoyado contra la pared,
callado, intentando pasar desapercibido. No lo consigue. Carlota se ha fijado en él.
Lo ha visto. Por primera vez en 12 años Carlota ha visto a alguien.
14 Años. Votaciones para el nuevo delegado del curso. Por tercer año
consecutivo, Christian ha sido elegido delegado. Sus ojos dorados brillan y una
preciosa sonrisa adorna su cara. Le gusta llamar la atención y Carlota lo sabe. Su
mera presencia ilumina su mundo, aunque ella todavía no lo sabe. Tampoco sabe
si la gente notará cuan sonrojadas están sus mejillas. Tiene que parar de mirarlo,
pero nunca de verlo…
Está lloviendo y a Carlota le gusta. Le recuerda a cuando era pequeña y
saltaba en los charcos del patio de su colegio. Aunque ya ha dejado de hacerlo,
sigue sin importarle mojarse. Hoy es su cumpleaños. Hoy cumple 15 años. No
sabe que, mientras está parada bajo la lluvia, sintiéndola, están a punto de hacerle
el mejor regalo de cumpleaños del mundo. Sin que ella lo note, Christian llega por
detrás y la abraza. La abraza fuerte mientras sus dedos se entrelazan con los
suyos y ella se da la vuelta, mirándole a los ojos. A sus preciosos ojos dorados. A
Carlota se le pega el pelo a la frente y Christian piensa que está realmente
hermosa. Se lo aparta suavemente y la besa. Su primer beso.
El sonido de aplausos y vítores son suficientes para sacar a Carlota del
ensimismamiento en el que ha estado inmersa los 30 segundos que ha durado la
estúpida cancioncita. Ella siente que su subconsciente le está enviando un
mensaje. “En todos tus momentos felices nunca has estado sola; siempre has
estado rodeada de gente que te quiere y se preocupa por ti. Pero aquí se acaba
todo; ellos por un camino y tú por el otro. Sola. Sin nadie. Deberás apañártelas
como puedas. Debes crecer, todo eso se acabó.
“Sola.” “…Se acabó todo.” “Crecer.” “…seguir su propio camino…”
Las palabras se repiten una vez más en su cabeza y, por primera vez, Carlota
tiene verdadero miedo. Miedo del futuro, de no saber escoger bien, de no saber
crecer como lo hacen los otros. Tiene miedo de olvidarse de todo. De olvidar los
mejores años de su vida. De olvidar a todos sus amigos y a todo lo que han vivido
juntos.
Viendo las caras de confusión que ponen sus invitados (seguramente porque
su cara debe estar pálida y su expresión debe ser de verdadero pánico), finge una
sonrisa de agradecimiento y sopla las velas, apagando así, por un rato, todo lo
que se oculta en su mente. El terror de 18 años felices y un repentino vacío en su
historia. La fría y cruel realidad.
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