(La España del siglo XIX, de Manuel Tuñón de Lara)

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NOTA CRITICA
ASI SE ESCRIBE LA HISTORIA
(La España del siglo XIX, de Manuel Tuñón de Lara)
POR
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA.
La editorial nos dice que se traca de "una visión minuciosa y
esckrecedora del tan maltratado siglo x i x " , siglo "tan trascendental, aunque tan falseado e ignorado". Y califica a Manuel Tuñón
de Lara, autor de La España del siglo XIX, de historiador.
El éxito económico de la obra parece indiscutible. El ejemplar
que tengo en mi poder, fechado en 1974, es una quinta edición, segunda de bolsillo, y creo haber visto, al menos, una edición más.
Magnífico negocio, pues, para la editorial y para el autor.
Hasta aquí de» hechos. Uno objetivo: el número de ediciones.
Y seguramente de bastantes ejemplares. Subjetivo el otro: la editorial que nos dice que su libro es un gran libro. Porque lo cree o
porque le interesa decirlo por razones mercantiles. Nadie iba a comprarlo si la propia editorial advirtiera que no era tan bueno o que
incluso era muy malo.
Añadamos a estos antecedentes una impresión particular. Los
lectores de La España del siglo XIX son, en su mayoría, jóvenes universitarios. Los he visto con ella, o con la correspondiente del sigjo
xx, por las aulas y en los bares. Me han hablado de su objetividad
y de su moderna visión de la historia. En ocasiones he oído el "como
dice Tuñón ..." pronunciado como quien sentencia definitivamente
una causa. Ha hablado el maestro, acatemos todos reverentemente
su opinión llena de ciencia e imparcialidad. Es, como digo, una impresión personal. Que no tiene mayor importancia. O que sí la tiene. Lo hemos de ver.
Antes de pasar a la crítica del libro he de confesar que cuanto
diga se refiere sólo a las setenta primeras páginas. He sido incapaz
de seguir adelante. De asombro en asombro, de error en error,
llegué hasta la muerte de Fernando VII. No valía la pena perder un
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minuto más en comprobar cómo el "falseado e ignorado siglo x i x "
salía de la pluma de Tuñón prácticamente irreconocible.
Recojamos algunas muestras del "preocupado historiador": "En
esta nueva fase de la guerra las fuerzas inglesas, ai mando de WelIington, se decidieron a desempeñar papel más activo. En enero
tomaron Ciudad Rodrigo y Badajoz, y el 22 de julio (1812), al derrotar al ejército francés en la batalla habida entre Salamanca y Alba
de Tormes, le obligaron a desalojar la meseta de Castilla la Vieja.
José I abandonaba Madrid, esta vez para no volver jamás" (pág. 20).
La toma de Badajoz, que Tuñón fecha en enero, se retrasa nada
menos que hasta abril. Y José I, que abandonaba Madrid para siempre, vuelve a estar en la capital de España en noviembre de 1812
y desde el 3 de diciembre de rae mismo año hasta el 17 de marzo
de 1813. Como se ve, el concepto que Tuñón tiene del "jamás" es
completamente distinto del de los demás mortales. Para él, jamás
quiere decir otras dos veces. De no aceptarse que las palabras tienen
un distinto significado para Tuñón habrá que concluir que su ignorancia sobre las andanzas de José Bonaparte es muy considerable.
Dice también: "La segunda Regencia (compuesta por Ciscar,
Agar y el cardenal Borbón) pasó una nota al Nuncio desaprobando
su conducta. El Nuncio se negó a dar explicaciones y replicó "en
términos violentos, en vista de lo cual 'la Regencia le dió sus pasaportes y le ofreció la fragata Sabina para partir" (pág. 36).
Esta es una de las afirmaciones que demuestran más palpablemente el desconocimiento de Tuñón acerca de aquel período histórico.
Lo que se prueba por:
1.° La segunda Regencia no expulsó al Nuncio.
2.° La segunda Regencia no estaba integrada por Agar, Ciscar
y el cardenal Borbón.
3.° Los que Tuñón dice que componían la segunda Regencia
integraban la cuarta.
4.° Tuñón confunde al cardenal arzobispo de Toledo, don Luis
María de Borbón con el general don Joaquín Blake que formaba
con don Gabriel Ciscar y don Pedro Agar la segunda Regencia.
5.° Teniendo en cuenta que tanto Blake como Barbón fueron
figuras destacadísimas de la época, el confundirlos, mezclarlos, atribuir a uno las acciones del otro, es absolutamente injustificable.
Hubiese bastado la simple lectura, no ya de un manual de historia sino de un texto de los que Tuñón debió estudiar en el bachillerato, para haberse enterado de quiénes eran esos personajes cuyas
actividades parece desconocer.
Para información del Sr. Tuñón el, para él, desconocido BlaJce
tiene, por esos años, este insignificante curriculum: La Junta de Ga*
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Licia le nambira teniente general; se hace cargo del ejército de Galicia a la muerte de Filangieri; pasa a mandar el ejército de Aragón
y Valencia; a la muerte de Reding manda también el de Cataluña;
toma después el mando de lo que resta del ejército de Andalucía;
sucede a Albuquerque en el mando del ejército que se ha refugiado
en Cádiz; es nombrado Regente del reino; como Regente se pone
al frente del ejército de Valencia y después de una desafortunada
campaña rinde aquella capital al mariscal Suchet cayendo prisionero de los franceses. ¡Cómo para confundirlo con el liberal cardenal
Barbón!
Pero decididamente las Regencias no son el fuerte del "profesor
de Historia". Después de ignorar la existencia de la segunda (Blake, Agar y Ciscar) y de la tercera (Infantado, Mosquera y Figueroa,
Villavicencia, Rodríguez Rivas y O'Donnell, sustituido más tarde este
último por Pérez Villami'l), lo que parece evidente al llamar a la
cuarta, segunda, también se equivoca en la primera. "La Junta (Central) creyó oportuno dar por terminadas sus funciones y designar un
Consejo Supremo de Regencia formado por ei obispo de Orense, el
general Castaños, el consejero de Estado Saavedra y, en representación de América, Lardizábal" (pág. 22).
¿Y Escaño? ¿Es que no fue tan Regente como los cuatro que
Tuñón cita? ¿Ignoraba Tuñón que la primera Regencia se componía de cinco miembros y no de cuatro? Todo parece indicarlo así.
Las contradicciones no son sólo con la realidad sino que se producen entre las mismas afirmaciones de Tuñón. Por ejemplo: "Entre
los diputados de las Cortes de Cádiz sólo se cantaron ocho nobles"
(pág. 16). "Es interesante saber que entre las diputados había 14
miembros de la nobleza" (pág. 23). ¿En qué quedamos, ocho o catorce?
Las contradicciones entre páginas inmediatas son numerosísimas.
A la ya indicada pueden añadirse otras muchas: "Mátelos será también ejecutado, el 22 de diciembre de 1815, por el coronel español
Concha" (pág. 34). "El general Iturbide fusila a Morelos en 1815"
(pág. 38). En la página 53 habla del "ultrarrealista ministerio francés de Villele-Montmorency" para afirmar en la 54, es decir, en la
siguiente, que "Villele era mucho más moderado". ¿Pero, no era en
la página anterior ultrarrealista?
Sobre el famoso incidente de las Cortes con el obispo de Orense
es también grande el desconocimiento de Tuñón. Y así dice: el juramento lo "hicieron todos, salvo el obispo de Orense, que se resistió a hacerlo durante un mes" (pág. 24). Si se tiene en cuenta que
su negativa a jurar se produjo en septiembre de 1810 y el juramento en febrero de 1811, el mes de Tuñón equivale a cuatro meses lar1056
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gos de los demás seres humanos. Ya habíamos visto que las fechas
no le preocupaban gran cosa.
Absoluto desconocimiento también de lo que era el voto de Santiago', "contribución pagana en Galicia a las órdenes religiosas" (página 30). Acudamos a un conocido historiador liberal para que nos
lo defina: "Dábase tal nombre (voto de Santiago) a un antiguo tributo de cierta medida del mejor pan y del mejor vino, que pechaban los labradores de algunas provincias de España para acudir a la
manutención del arzobispo y cabildo de Santiago y hospital de la
misma ciudad; percibiendo también una porción, aunque muy corta,
otras catedrales del reino" (Toreno).
No era en Galicia, pues, sino en diversas partes de España, incluida Galicia, y no a las órdenes religiosas sino al arzobispado de
Santiago a quien se pagaba el tributo.
Es, asimismo, totalmente inexacta la interpretación que Tuñón
da del Manifiesto de los Persas "reconociendo la soberanía absoluta
y el derecho divino del monarca" (pág. 36), cuando del propio texto
del Manifiesto resulta el rechazo expreso que esos diputados hacen
de la monarquía arbitraria y la afirmación de que el rey tenía que
estar sometido a "la ley divina, a la justicia y a las reglas fundamentales del Estado" (Manifiesto, 134).
Recoge Tuñón la versión liberal del pretendido complot de ios
realistas al regreso de Fernando VII, cuando la realidad es que el pueblo reclamaba a gritos la restauración del monarca en sus derechos
anteriores y los generales no hicieron otra cosa que secundar lo que
el pueblo y la mayoría de ellos sentía, Y afirma: "El presidente de
las Cortes ordinarias, D. Joaquín Pérez, se rindió sin pena ni gloria
a Eguía y todo parece indicar que no era ajeno al complot" (página 37). Tan no era ajeno Antonio Joaquín Pérez, cómo suele designársele y no Joaquín Pérez,, que fue uno de los 69 diputados 'persas'
que dirigieron el Manifiesto a Fernando VIL Y sus sentimientos
realistas eran tan evidentes que en 1815 el rey lo promovió a la
mitra de Puebla de los Angeles. Así que, aun sin complot, no todo
parece indicar sino que todo indica, a quien conoce la historia, que
Antonio Joaquín Pérez estaba encantado con el regreso de Fernando y la derogación de la Constitución de Cádiz.
Sigamos con las contradicciones: "Gran parte del clero estuvo
en primera fila de la renovación nacional, del intento —fallido^
de democratizar el país" (pág. 29). Esta afirmación es totalmente
gratuita. Sucedió exactamente todo lo contrario de lo que afirma
Tuñón. Y no precisamos demostrarlo porque además de estar archiprobado, es el mismo Tuñón quien, tres páginas después, lo reconoce: "Doce días más tarde se abrían las sesiones de las Cortes or1057
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diñarías. Pero éstas estaban compuestas por una mayoría de diputados enemigos de toda reforma. El clero y las clases privilegiadas
habían podido ejercer su influencia . . . " (pág. 32). ¿No habíamos
quedado en que "gran parte del clero estuvo en primera fila de la
renovación nacional" ?
Tan repetidas contradicciones, por las que vemos afirmadas pocas
páginas después las tesis que acaban de negarse, alcanza su culminación en la página 26. Allí se dice que las Cortes no abandonaron "la tradición nacional" (¡línea 14). Pues bien, de» líneas más
abajo, aquí no se esperó ni siquiera a volver la página, recoge Tuñón, y hace suya, una expresión de Tierno Galván según la cual
"las Cortes tuvieron necesidad de inventar una tradición española".
¿No nos había dicho dos líneas más arriba que esa tradición existía? ¿Cómo puede inventarse lo que existe? ¿Cómo puede inventarse la tradición? El lector corre el riesgo de enloquecer, si pretende
seguir el hilo de la argumentación.
Es de sobra conocida la persecución reÜgiosa del Trienio liberal: obispos expulsados de sus sedes y encausados; el de Vich incluso asesinado; el Nuncio puesto en la frontera, extinguidos los
monacales y amenazados de extinción los regulares, incautados los
bienes de unos y otros, etc. Todos estos hechos, probados hasta la
saciedad, son interpretados del siguiente modo:
"La jerarquía eclesiástica era activamente apoyada en esta empresa política (la resistencia a las medidas que señalamos, que de
política no tenía nada pues era esencialmente religiosa) por el Nuncio del Vaticano, quien no dejó de promover incidentes hasta que,
finalmente, abandonó el país" (pág. 43).
¡Qué eutxapélico lenguaje! Abandonó d país. Tal vez porque
pensó en tomarse unas vacaciones o para visitar a algún amigo que
residía fuera de España, Abandonó el país porque fue expulsado
por el gobierno por defender, acaso con demasiada suavidad, derechos irrenunciables de la Iglesia. Corno tuvieron que dejar sus sedes
el obispo de Orihuela, Simón López. Y el arzobispo de Valencia,
Veremundo Arias Teijeiro. Y el electo de Tarragona y hasta entonces obispo de Menorca, Creus. Y el de Ceuta, Vélez. Y el de Tarazona, Castillón. Y el de Oviedo, Ceruelo. Y el de Pamplona, Uriz.
Y el de Barcelona, Sichar. Y el de Vich, Strauch. Asesinado este último al borde de un camino en nombre de ... ¿la libertad? Bien
merecido se lo debía tener por "promover incidentes".
El Papa, modelo sin duda del oscurantismo, también promovía
incidentes: "El Vaticano manifestó también su enemistad hacia el
régimen institucional, rechazando el nombramiento del Padre VÍ1058
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llanueva como ministro plenipotenciario de España en Roma" (página 43).
¡Pobre gobierno constitucional combatido a sangre y fuego por
las fuerzas clericales y reaccionarias! ¡Qué cerrazón la del Vaticano
al no bendecir unas medidas dictadas por el amor a la Iglesia y por
el celo de unos ejemplares católicos cuales eran los liberales! ¡Y
qué intolerancia al no dar el placet al Padre Villanueva, sin duda
elegido embajador por ser un piadosísimo sacerdote!
Pero el Padre Villanueva no era otro —y si Tuñón lo ignora,
malo; y si lo oculta, peor— que don Joaquín Lorenzo Villanueva,
máximo representante del jansenismo en nuestra patria, propiciador
de todas las medidas contra la Iglesia, fustigador de Roma, autor de
las cartas de Roque Leal contra el arzobispo de Valencia, de "El
jansenismo', dedicado al filósofo Rancio, de 'Las angélicas fuentes',
etcétera. La designación de Villanueva fue un 'trágala' que Roma no
aceptó porque no podía aceptarlo en modo alguno. Y ello no fue
muestra de enemistad hacia España sino digna respuesta a la declarada prueba de enemistad hacia Roma que supuso el nombramiento
de Villanueva.
No hemos de detenernos en otras equivocaciones como la errónea interpretación del papel del clero en la guerra de Independencia (pág. 16); la versión también errónea del asesinato del general
Solano (pág. 16); la afirmación de que la Regencia "nacía llena de
odio hacia la Junta (Central)" (pág. 22), que históricamente es insostenible; el error en la fecha (una más) en la que se nombró la
Comisión encargada de redactar el proyecto de Constitución (página 25); las equivocadas afirmaciones acerca de la conducta de Fernando VII en Valen§ay dando a entender que era un constitucionalista convencido (pág. 37); la tópica visión de la 'camarilla' (pág. 37);
la también incompleta intencionada interpretación del famoso discurso del rey conocido por la 'coletilla' (pág. 50); el intento, increíble por lo absurdo, aunque también es clara la intención, de atribuir el vil asesinato del cura Tamajón a "un agente provocador"
(pág. 50); los errores en la fecha de la marcha al Pardo de la Guardia Real (todavía otra fecha) y en el número de víctimas del 30 de
junio (pág. 51), etc. Prácticamente no hay página en la que no aparezca dato equivocado. Y esa es la visión "minuciosa y esciarecedora" del siglo xix.
Terminaremos recogiendo tres últimas muestras —podría seguirse con muchas más— de esta verdadera antología del error:
"Suele hablarse del período liberal de 1820-1823 en términos de
menosprecio y conmiseración. No está de más recordar que aquellos
legisladores, tan a la ligera vapuleados por ciertos historiadores, cum1059
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pliercm una obra de primer orden, a tono con el ritmo de la historia, cuya necesidad se vió confirmada en el transcurso del siglo" (página 44).
No puede ser, por tanto, más positiva la valoración de Tuñón.
Nada de menosprecio y conmiseración hacia tan sublimes políticos.
Son sólo historiadores ligeros quienes se atreven, movidos sin duda
por su ignorancia y sus prejuicios, a criticar esa refulgente etapa de
nuestra historia. Pues bien, el mismo Tuñón se dedica a vapulear
—'¿a la ligera?— al Trienio con palabras que traslucen, por lo menos, menosprecio y conmiseración. Y, siguiendo lo que parece ser
costumbre en él, sólo tres páginas después de haber hecho la anterior
consideración: "Un rasgo característico de la obra de aquellos gobiernos y de las Cortes es su ineficacia" (pág, 47). "La mayoría de
las decisiones que podían contribuir a la transformación del país
—-y a crear lo que llamaríamos una "base social" al nuevo régimen—
no fueron llevadas a la práctica" (pág. 47). "Esta inoperancia . . . "
(pág. 47). "Inexistencia de una auténtica Administración" (pág. 47).
"El ejército está minado por luchas internas y de camarillas" (página 47). "Los grandes errores (del Poder) . . . " (pág. 47). ¿Cabe decir algo más en menosprecio y conmiseración del Trienio?
La camarilla del rey, cuyas figuras "más prominentes" eran el
infante D. Antonio (que, naturalmente, era "zafio"), Collado y Ugarte (pág. 37), sigue siendo camarilla en la página 50, pero ya con
"prominente" único y distinto de los anteriores. Ahora es fray Cirilo Alameda, el que terminaría siendo cardenal arbobispo de Toledo con los gobiernos liberales de Isabel II. ¿Es que en la camarilla
todos eran "prominentes"? ¿Se seguía un turno rotatorio de prominencias? ¿Es "prominente" en cada momento quien interesa a
Tuñón?
Cerremos este cúmulo de equivocaciones con la asombrosa versión de la entrada de las tropas del duque de Angulema. Es este un
capítulo de nuestra historia especialmente molesto a determinada
escuela. ¿Cómo explicar que el ejército francés, combatido de 1808
a 1813 a sangre y fuego en cada rincón de nuestra patria, pudiera
recorrerla prácticamente sin disparar un solo tiro diez años después?
La explicación es clarísima pero sumamente molesta para ciertos historiadores acostumbrados a inventar su disciplina en vez de reflejar
la verdad. El pueblo no veía en los franceses de 1823 invasores, sino
libertadores. Tuñón reconoce cómo se "hundió estrepitosamente" el
sistema defensivo de los liberales y cómo los franceses llegaron sin
el menor obstáculo hasta Cádiz. Pero allí, en la ciudad que supo
resistir a los ejércitos napoleónicos y que alumbró la Constitución
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de 1812, algo tenía que ocurrir para salvar el honor liberal. Y si
nada ocurrió, se insinúa la posibilidad de que algo había ocurrido.
"Sin embargo, los franceses se eternizaban ante Cádiz, sin poder
dar un paso adelante, a pesar de su superioridad numérica" (página 58). Cádiz resistía, el ejército de la reacción era humillado una
vez más ante aquellos muros gloriosos. Al menos eso parece entenderse de las palabras de Tuñón. Pero la explicación, que Tufión no
da, era muy otra. En Cádiz, prisionero de los liberales, estala Fernando VII. Y los franceses habían entrado en España para, liberarle. Esa es la única explicación de las vacilaciones francesas. No las
victorias, heroísmos y laureles de los sitiados, porque nada de eso
hubo.
No entraremos en las "matanzas", "proscripciones", "horcas",
"represiones", etc. que tanto parecen impresionar a Tuñón y sobre
las que habría mucho que decir. ¿Quiénes fueron los muertos? ¿No
vuelven a aparecer en nuestra historia a partir de la muerte de Fernando VII, y en algunos casos durante su mismo reinado, los nombres de todos los liberales? Arguelles, Quintana, Toreno, Martínez
de la Rosa, Calatrava, Istúriz, Mendizábal, Ballesteros, Garrdli, Alvarez Guerra, García Herreros, Egea, Alcalá Galiano, San Miguel, etc.,
volvieron al poder, una vez más, y con mucha más pena que gloria.
Que poco hubo de glorioso en nuestro desdichado siglo XIX una
vez concluida la guerra de la Independencia.
"Mientras tanto, Riego era traidoramente entregado a los absolutistas en la Carolina por el general francés Foissac-Latour" y "para
millares de españoles se abría otra etapa de destierro" (pág. 59).
Ese "traidoramente entregado", que denuncia las simpatías rieguistas de Tuñón es, por lo menos, poco oportuno aplicado al mayor
traidor a España de la época. Y digo traidor a España y no al rey,
cosa que también fue y que justificaría su ejecución al triunfo del
absolutismo, pues esa era la pena que en todo el mundo se aplicaba
a actuaciones como la de Riego, porque su sublevación frustró el
último esfuerzo de una nación exhausta por conservar la América
hispana. Poco importa que hoy sepamos que aquella era una causa
prácticamente perdida. No se atenúa por ello el delito de lesa patria
cometido en las Cabezas de San Juan. Las actitudes de un Lacy o
de un Porlier pudieron ser nobles y románticas aunque sus posteriores ejecuciones estuvieran también más que justificadas. La de
Riego, no.
Tampoco pueden contarse los exiliados españoles como lo hace
Tuñón Efectivamente cruzaron los Pirineos más de diez mil españoles. Pero la inmensa mayoría de ellos eran soldados prisioneros de
guerra del ejército de Angulema que en 1824 se encontraban ya de
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JOSE FERNANDEZ
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regreso en España. La verdadera emigración, la que duró hasta Ja
decena de los treinta, muchísimo más relucida, no es lícito contarla por millares. No es lícito para un historiador.
No hemos de seguir a Tuñón en sus juicios de valor, en la intencionalidad política de todas sus páginas. Mucho podría escribirse acerca de ello, pues nos parece una de las interpretaciones más
parciales e inexactas de la historia de España, peto no es ese nuestro
propósito. Tampoco nos parece grave que se haya escrito un libro
como este. Lo preocupante es que tal libro tenga aceptación y precisamente corno obra histórica.
Cinco édiciones, dos de ellas masivas, sin que nadie haya advertido al autor de los descomunales errores que contiene y recibidas
corno una especie de Sagrada Escritura de la historia, descubren en
los lectores un analfabetismo en esa materia realmente estremecedor.
Que debería hacer considerar a los organismos encargados de la enseñanza un nuevo planteamiento de los estudios históricos del bachillerato, pues los actuales parecen totalmente inadecuados cuando
estos son sus frutos.
Porque no se trata aquí de hipótesis más o menos inverificables
sobre el hombre de las cavernas o acerca de remotas civilizaciones
del extremo oriente, sino de hechos recientes, documentados y ocurridos en nuestra patria. Un bachillerato bien estudiado debería bastar para que el libro de Tuñón no pasase de la primera edición.
Queda una última posibilidad de interpretar favorablemente la
obra de Tuñón. Y es que no hubiera pretendido escribir un libro
de historia sino demostrar la radical ignorancia de sus compatriotas
acerca de esos tema& SÍ así hubiera sido, su propósito se habría logrado plenamente.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA.
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