LAS CONCEPCIONES DEL MUNDO, LA SOCIEDAD, Y EL COMPONENTE SACRAL-FANTASMÁTICO (C. Rodriguez Sanchez) Las ideologías son concepciones del mundo (1) que conforman identidades colectivas y dan cuenta del sentido de muchas prácticas. No solo cumplen una función identificante (establecen lo sagrado, lo incuestionable, el sentido último de la existencia en el que se puede depositar confianza y esperanza), sino también una función legitimante (sirven tanto para defender el orden institucional-histórico, como para atacarlo). Por eso, en tanto concepciones del mundo, tienen 2 dimensiones: a) La histórica social (huella dejada por el sujeto colectivo que la ha elaborado), y, b) la trascendental (designa el sentido de la existencia mas allá de la fragilidad, la finitud, la contingencia). Esta última capacidad está ligada a la finalidad básica del psiquismo, el placer y la no necesidad (siendo el reconocimiento –fundamento de toda identidad (2)- la necesidad primordial). La dimensión trascendental: Mitos, Religiones e Ideologías. En los mitos y las religiones, la dimensión trascendental es manifiesta. En cambio, en las ideologías de la modernidad, la dimensión históricasocial ocupa la mayor parte del discurso. Aún así, hay ideas que aluden a la dimensión trascendental, que son centrales en los discursos orientados a la reingeniería institucional. Hinkelammert llama a estas ideas trascendentales “conceptos límite”. (V.G. el “estado de naturaleza” en el liberal democratismo, la “sociedad comunista” en el socialismo marxista, la “competencia perfecta” en el liberalismo económico). (Aluden a situaciones ideales donde las limitaciones humanas son superadas y el hombre se encuentra en armonía consigo mismo y lo que lo circunda. Los conflictos no existen; los desequilibrios son resueltos instantáneamente). ____________________________________________________________ (1) “Concepción del mundo” es el conjunto de representaciones simbólicas o significaciones, y los procesos de producción, circulación y recepción de estas, que al permitir la reelaboración simbólica de las prácticas sociales, ayudan a comprender, reproducir o transformar la estructura social , logrando que la sociedad se identifique como tal, y haciendo que sus formas de relación sean conformes a las orientaciones subjetivas de las prácticas colectivas, a los papeles y roles, y a los fines y necesidades sociales. Es decir, incluye todas las prácticas, discursos y organizaciones dedicadas a la administración y conservación del sentido social en un momento histórico. 2) La “identidad” reclama reconocimiento, que se confirma cuando es dado por el otro significativo. Por eso, las concepciones del mundo que pretenden representar el sentido común de las prácticas sociales, buscan establecer reconocimientos universales e in cuestionables, interpelando a los individuos que reconocidos como sujetos de necesidad y de derechos, son sujetados por deberes institucionalizados. Son ideas históricamente imposibles. Solo son posibles trascendentalmente. Abrazan una noción de espacio tiempo distinta; la propia del inconsciente, donde lo contradictorio puede coincidir en una misma realidad, y lo dado en tiempos diferentes puede coexistir. Durkheim, Weber, Gramsci. Durkheim es –entre los sociólogos- quien más claramente estableció la conexión necesaria entre lo sagrado, la religión y la sociedad. Dice que la vida religiosa es la forma eminente de la vida colectiva, porque la sociedad es el alma de la religión. Los individuos encuentran los hechos sociales ya formados (entran en una pluralidad de conciencias que instituyen una determinada manera de obrar y determinados juicios). Lo social tiene entidad propia, que es sobre todo moral o normativo-institucional, pero que al mismo tiempo expresa y genera lo religioso-sagrado. Sociedad, moral y religión serían tres manifestaciones de una misma realidad. En Weber, lo sagrado se relaciona con la idea de legitimidad de las formas de dominación, pero plantea que el proceso de racionalización occidental lleva a un alejamiento de lo sagrado respecto de las prácticas intramundanas, algo que califica como “desencantamiento del mundo”, donde el mundo racionalizado ha devenido un mundo sin significado unitario, porque varios ordenes de valor del mundo están en conflicto. Lo sagrado queda marginado y la sociedad está diferenciada en tres ordenamientos principales (político, económico, y social). En Gramsci hay una síntesis de ambos enfoques. Reconoce la diferenciación de las sociedades modernas en lo económico, político, y social, pero al mismo tiempo deposita en el partido político (verdadero intelectual colectivo de la clase trabajadora) la misión de expresar la voluntad colectiva, asegurando con su presencia emocional la espontaneidad de la acción. El mito para Gramsci no puede ser un individuo concreto, sino el partido político (voluntad colectiva que tiende a devenir universal y total). Las prácticas políticas del partido están impregnadas del halo de lo sagrado. La situación actual es muy diferente a la señalada por Durkheim, Weber, y Gramsci, porque el concepto de sociedad se refiere hoy a un espacio residual que sólo sirve de refugio a los “fracasados” en el mercado y en la vida estatal. Pero además asistimos a una crisis de la política y los partidos, ya que los consensos son meramente formales, vaciados de cualquier contenido universal, con pluralidad de significados según las preferencias de los demandantes, en una lucha política autorreferencial. Las ideologías de la modernidad Las ideologías de la modernidad surgieron en una situación de crisis institucional. Se pasó de la religión como fundamento, a la “diosa razón”. (3). Los dioses modernos han sido la clase, la nación, el estado, el mercado, la ciencia. Todos han tratado de captar la confianza y la esperanza de los hombres, para ser operativos y convertirse en piedra angular de toda identidad. Sometieron y cualificaron a los individuos por medio de un triple proceso de interpelación, configurando la subjetividad moderna. 1) Lo que existe y no existe (elemento numinoso, sacral); 2) Lo correcto y lo justo, elaborando códigos, leyes, etc. (lo judicial); 3) Lo posible y lo imposible (elemento lúdico y formal). La ciencia y la técnica son las instituciones especializadas el elemento formal de todo ritual colectivo e identidad social. (La ciencia en el mundo actual cumple un papel ideológico). Las ideologías, en síntesis pueden definirse como: Aquellos aspectos de los procesos imaginarios o de significación social que muchas veces –sin decirlo plenamente- buscan legitimar una estructura presente o futura de poder y/o interés particular, fundamentando esa legitimación en un beneficio general o en una idea universal, y buscando generar identificación, de una manera aparentemente racional, pero en realidad sacralizando (4) a dicha estructura de poder y/o interés. Al plantear el sentido de la vida social se anudan las instituciones ligadas a ese poder o interés al deseo inconsciente común, ya que se las propone como el único camino de realización de la idea trascendental o concepto límite, que es la expresión de ese deseo inconsciente común. La sociedad es el lugar donde se elaboran, por medio de los intelectuales, estas concepciones del mundo que aluden a lo “incuestionable”, que sirven de fundamento último del sentido de la vida colectiva. La acción colectiva se constituye no solamente cuando existe un propósito común compartido, sino también cuando se moviliza una fantasía inconsciente común. Construir lo colectivo, en cuanto elaboración de un aparato psíquico grupal, es darse mutuamente la ilusión metafórica de un cuerpo indiviso y omnipotente. Lo colectivo no es solo articulado por la ley y la autoridad. ____________________________________________________________ (3) Por esto, Weber (teórico de la secularización y la racionalización) admite que todas las formas de autoridad estatal se apoyan en la creencia en la legitimidad, y que la disposición sobre la vida y la muerte de los dominados, es el fundamento sacral común a todos los tipos de legitimidad. (4) Sacralizar= Cargar de afecto. Los escenarios de la regresión Hoy existe en las sociedades una violencia simbólica propia de la rigidez de las instituciones del mercado (con la asimetría creciente de las relaciones de poder que generan), y propia de la ausencia de una discusión publica seria, ya que la comunicación mediática impregna de banalidad a la opinión pública y la convierte en fugaz espectáculo de entretenimiento, reemplazándola.(5) La crisis normativo-institucional (o de sentido), la alteración de las relaciones de confianza, la creciente asimetría de poder entre actores, y la regresión psíquica son eslabones de la misma cadena. La regresión psíquica aparece como mecanismo automático e inconsciente desatado por la crisis, aunque solo ofrece como salida la sumisión alienante, o la rebelión estéril de la huída hacia identidades fragmentarias y particulares; o hacia los fugaces cultos extáticos de los espectáculos deportivos y artísticos. Alienación La sumisión alienante se monta sobre un fenómeno de regresión psíquica, colectiva e individual, que implica suspender el juicio realista y liberar las pulsiones, autonomizándolas, y depositándolas en un escenario social. El estado de alienación produce una fusión pulsional precaria (entre la pulsión erótica y la pulsión de muerte) que silencia el conflicto identificatorio entre el yo y sus ideales. El deseo de alienarse o alienar, busca excluir toda causa de duda, conflicto o sufrimiento, para lo cual el yo acepta la muerte de su actividad de pensamiento, en cuanto diferente de aquello que solo es actividad de repetición y memorización de algo ya pensado por otro, y para siempre.(6) (5) El orden social y político moderno es puramente formal, compartiéndose solo reglas de procedimiento democrático-liberales, sin un acuerdo básico sobre los contenidos materiales, ya que la racionalidad material de la economía es la reproducción del capital, y no el abastecimiento de bienes y la satisfacción de necesidades de la población. Está, así, asociado a una crisis institucional que deviene crisis de sentido por vaciamiento, al fragmentar y dispersar el componente sacral fantasmático en una diversidad de prácticas antagónicas. Por eso, el orden se vuelve más represivo. (6) El intento de suprimir el conflicto y el sufrimiento psíquico puede estar motivado por dos situaciones. A) El sujeto se aliena por razones subjetivas en una ideología dominante. La desidealización del yo posibilita el pasaje de la estructura del yo-ideal al ideal-del-yo. B) El sujeto puede hallarse inmerso en un sistema social que le impide pensar libremente ese sistema y las referencias identificatorias a las cuales se sujeta. La prohibición es interiorizada por autoconservación, y para evitar el sufrimiento de pensarse como mero instrumento de otro. Catectiza un discurso dicho por otro, que le impone la elección de sus ideales, y decide quien es “yo”. La alienación es un destino del yo y de la actividad de pensar que tiende a abolir todas las causas de conflicto entre el yo identificante y el identificado, pero también entre el yo y sus ideales. En la escena social la alienación exige un psiquismo grupal, tendiendo a no diferenciar el sistema personal del social y cultural (polo isomórfico). Los totalitarismos satisfacen mejor esta demanda de certidumbre.(7). La alienación nunca es un fenómeno singular. Presupone la idealización excesiva de la fuerza alienante, por varios sujetos. Como vemos alienación y poder son dos fenómenos relacionados. El discurso del poder (sobre sí mismo y sobre la realidad social) trata de impedir que los sujetos reconozcan que se pone en acto un objetivo pulsional inconsciente, realizándose una interpretación fantasmática de la realidad que responde a la demanda de certidumbre y no-conflicto. El yo no solo es excluído de lo que él podría ver con respecto a esa realidad, sino también de la representación fantasmática que ella despertaría. Frente a estas intimidaciones, al yo le queda un único camino: atribuir valor de certeza al discurso que la fuerza alienante pronuncia sobre la realidad social.(8). La incapacidad de seguir interpelando a los individuos como sujetos, debe sostenerse por el terror, o la violencia física y simbólica. Por ello la crisis de las ideologías de la modernidad, conjuntamente con las crecientes asimetrías en las relaciones de poder, han generado una situación de alienación que se expresa en la impotencia de la política, la fragmentación y particularismos de las identidades colectivas, y la sensación de la ausencia de alternativas de cambio. En las prácticas alienadas se da, también, una naturalización de las relaciones sociales, y una adaptación de los agentes que hace coincidir las disposiciones subjetivas de los mismos, con las posiciones objetivas de la estructura social. Rebelión El otro escenario de la regresión psíquica, colectiva e individual, es la rebelión contra el orden social, la cual puede asumir tres formas imaginarias: “utopía”, “espera mesiánica”, y “posesión”. (7) El estado de alienación se apoya en: a) Una idealización masiva de quien ejerce la función alienante; b) el deseo de alienar a otros, por parte de quien cumple la función alienante, en nombre de una buena causa. (8) La idealización y la escisión, técnicas defensivas de la posición instrumental, están presentes en la situación de alienación, ya que la ideología del poder ocupa el lugar del ideal-del-yo, y todo discurso contrario es rechazado como absolutamente negativo. Se trata de tres formas distintas del imaginario social que proyectan lo sagrado, lo absoluto y lo ideal, sobre el futuro. Su matriz es la imaginación de raíz inconsciente, que recurre a lo sagrado mítico. (9). La utopía es la pasión por la perfección, que para construirse frente a la sociedad rechazada, toma de esta casi todos sus materiales, pero invirtiéndolos. Es un salirse de la historia gracias a una proyección de un “en otra parte”; de una sociedad perfecta. La espera mesiánica es la respuesta mas frecuente. La sociedad amenazada en sus fundamentos, y sedienta de justicia y “absolutos”, se congrega en torno a sus líderes (profetas) carismáticos, para transformar su desesperación en esperanza, a partir de mensajes escatológicos y purificadores, que anuncian el advenimiento de un “reino de felicidad en la tierra”. La posesión, es una reacción de defensa ante una situación de frustración intensa, que no se conforma con aguardar el advenimiento de una nueva era, sino que la realiza aquí y ahora, al escapar mediante conductas paroxísticas de exaltación y éxtasis, en asambleas festivas y orgiásticas. Es una forma de teatralización de la existencia, donde el trance tiene un conjunto de representaciones colectivas, y un lenguaje con sus propias leyes. Se trata de escapar a la historia con conductas de exaltación y desmesura. Tanto el liberalismo, el democratismo, como el socialismo (fundamento simbólico de las prácticas sociales en las sociedades modernas), articularon elementos utópicos y mesiánicos. Las formas del imaginario rebelde son maneras de transformar la desesperación en esperanza. La sociedad, al sentir el peligro constituido por la desorganización y la degradación de las relaciones sociales, tiende a reestructurarse por sí sola, depositando la confianza y la esperanza en el porvenir que desea; reorganizando la conciencia colectiva desde los componentes más básicos de la identidad (el sacral-fantasmático y el normativo-intitucional). Las proyecciones del imaginario rebelde colectivo son fanáticas e intolerantes a lo ajeno, proyectando sobre el mundo y la historia imágenescreencias absolutizadas de carácter indiscutible, que apuntan a lo sagrado mismo. Como se trata de mitos fundantes, no está permitida la duda. Otro rasgo central de la conciencia colectiva sublevada, es el odio militante contra la historia como proceso sucesivo. La conciencia de lo posible se traslada a la dimensión del espacio-tiempo trascendental. (9) Estas formas del imaginario social son proyecciones sobre el futuro que apuntan a la salvación y regeneración del mundo social, mediante el fin del viejo mundo y el advenimiento de otro nuevo, donde el mundo interno de los deseos coincidiría con el mundo externo de las satisfacciones. El imaginario colectivo rebelde es expresión del deseo de raíz inconsciente y del principio de placer, al pretender superar las limitaciones de la espera y la sucesión –propias del tiempo histórico- y al buscar regresar al momento inicial narcisista de la completud y la satisfacción inmediata. El mesianismo mantiene y fomenta el deseo mediante la espera de una sociedad alternativa radicalmente distinta, La posesión realiza de manera instantánea el deseo de lo ilimitado en la obtención, efímera pero real, de unos cuantos instantes de goce profundo, que se sitúan en un estado de alternancia. La utopía consiste en la sumisión del deseo por las instancias supremas del proyecto de sociedad, al que se juzga infalible. Los dinamismos psíquicos involucrados en la constitución del imaginario rebelde son la pulsión de vida y la pulsión de muerte. Las formaciones sociales, en cuanto objetos psíquicos, son investidas libidinalmente. La sociedad es el producto de la progresiva conquista, por parte del eros, de nuevas relaciones sociales. Por lo que se refiere a la violencia, esta se canaliza en forma de normas (prohibiciones); otra parte se dirige a actividades productivas; y el resto se aliena en objetos personales colectivos, de tipo persecutorio (los enemigos, los malvados). Pero la carga de energía pulsional no se agota en la polarización de objetos amados y odiados. Hay objetos ambivalentes donde se combina la energía erótica con la de la pulsión de muerte, generándose dolor, displacer. La ambivalencia no es más que el grado de desorden del sistema psíquico. Este principio de la dinámica psíquica depende de la articulación del principio de placer con el principio de realidad, y del umbral de tolerancia al displacer (donde está el origen psíquico de la rebelión naciente). Cuando la ambivalencia y el desorden psíquico superan cierto umbral, se reestructura el campo de la experiencia del sujeto: los objetos colectivos investidos se vuelven no ambivalentes; el sistema externo preexistente es investido negativamente; el nuevo “nosotros” de la rebelión naciente, es investido positivamente. Si bien el componente de posibilidad o historicidad parece estar determinado por una racionalidad técnica controlada por la estructura de poder, lo que parece central, para dar cuenta de la dinámica social y de la emergencia de los movimientos sociales del futuro, es la disolución de las identidades colectivas universales, por la pérdida de las ilusiones compartidas, y la ausencia de un consenso sobre valores substantivos. Los Dioses modernos (progreso, revolución, estado, mercado, ciencia, etc.) se han derrumbado. Por ello, la búsqueda desesperada de encontrar algunos nuevos; algo incuestionable (por ejemplo: ecología), y las instituciones que nos conduzcan hacia ese ideal.