y barrios clandestinos. El conocimiento que tenemos de la región de

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y barrios clandestinos. El conocimiento que tenemos de la
región de Lisboa nos permite, sin embargo, afirmar que la
vivienda marginal no es solamente un recurso. Es, igual
que cualquier otro, un bien ofrecido en un mercado marginal.
Hay mucha gente [la realquilada de Porto) que vive de
alquilar cuartos, pues ha monopolizado casas viejas del
centro, generalmente grandes, con alquileres bajos (porque
las antiguas están «congeladas» desde 1941). Alquilan
varios cuartos, cada uno a precio superior a! de!
alquiler pagado por la casa. La barraca representa una
inversión mínima y sin embargo se pueden cobrar
alquileres de hasta 600 escudos.
La casa clandestina construida al margen de los requisitos
legales y sin luz ni agua se paga a precios muy parecidos
a los de barrios vecinos, cuando empiezan las obras de
urbanización. En Brandoa se pagan 2.500 escudos por
casas que en Benfica costarían 3.500.
Lo que diferencia el mercado de la vivienda es que ésta
es un bien que no tiene sustitución, por lo que la oferta no
está unificada, sino atomizada en empresas que se asientan
en mercados específicos. Pese a que los estudios
prospectivos de mercado sean todavía relativamente
desconocidos de los promotores de vivienda, constituyen el
producto en función no del mercado global, sino de una
fracción de éste; el precio define el submercado en el que
actúan, y de una forma esquemática hay una estratificación
de promotores, de productos y de usuarios, desde la
vivienda de lujo a la barraca.
Los poderes públicos intentaron intervenir en los barrios
de barracas, «gangrenas de la ciudad», y siempre dieron
gran publicidad a esas intervenciones. Recuerdo cuando el
alcalde del Ayuntamiento de Lisboa, hacia los años 70,
anunció en grandes letras de imprenta que acabaría con las
barracas en la ciudad. Se estudiaron algunos proyectos y
hubo órdenes severas a la policía para que impidiese la
aparición de nuevas barracas, lo que tuvo como
consecuencia el aumento de éstas en los municipios
limítrofes.
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Aunque ilegales, las construcciones clandestinas fueron
toleradas por la Administración, que sólo demolió algunas
a título de ejemplo, ya que albergaban a gente que las
autoridades no estaban dispuestas a atender. Las medidas
legislativas son altamente represivas y condenan a la casa
clandestina a demolición, sin ofrecer el Estado ninguna
alternativa a las necesidades de vivienda de la población
trabajadora, razón por la cual nunca fueron aplicadas. El
«clandestino" ayuda a disminuir las tensiones, por eso fue
tolerado e ignorado. De vez en cuando los diarios atribuían
a las condiciones de las viviendas algún accidente. Pero
sólo cuando en 1970 cayó en Brandoa un edificio en
construcción, que iba por el sexto piso, se dio suficiente
importancia al hecho y se alertó a la opinión pública sobre
el problema. A su manera, el Estado encargó un estudio,
pero con su desarrollo se verificó que la Administración no
estaba interesada en intervenir; instaló una red de agua y
alcantarillado (todavía incompletos), un equipo mínimo
para la escuela primaria, que el Gabinete había considerado
urgente, mejoró la carretera de acceso y nada más. De
hecho, la dinámica de los barrios clandestinos exigen
medidas muy rápidas que la Administración no fue nunca
capaz de realizar.
Como se dijo en la introducción, la planificación es el
mecanismo que la burguesía usa para crear valores
diferenciales del suelo. Incluso en un área urbana el suelo
afectado para el uso rural, verde o de reserva tiene un
precio muy inferior al de ios vecinos, destinados a
vivienda o comercio. Por la retención del suelo «urbanizable»
las clases económicas que lo detentan, hacen subir
artificialmente los precios, de ahí que el valor del terreno
represente un porcentaje tan elevado del costo de la
vivienda. Los promotores de moradas baratas intentan,
por lo tanto, reducir los costos finales construyendo en
suelo más barato, o sea, en terrenos no considerados (por
los Planes) urbanizables. Así logran dos objetivos: valorizar
los terrenos que de acuerdo con las reglas urbanísticas
establecidas no tendrían valor y entran en uno de los
estratos del mercado de la vivienda.
El terreno no urbanizado es el que ofrece condiciones al
desarrollo de los «clandestinos» ya que tiene valor rural;
la parcelación permite aumentar su valor, las primeras
construciones más, y así sucesivamente hasta que un día
reconocida la situación «de hecho», las autoridades la
legalizan, a posteriori, y nada separa (en términos legales)
¡o clandestino de lo autorizado.
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La postura de la administración
De acuerdo con el reglamento de las Edificaciones Urbanas,
las municipalidades debían demoler o legalizar las
construcciones clandestinas. Por lo tanto, ellas no debían
establecerse. De hecho ese artículo nunca fue aplicado y a
lo largo de la década de los 60 los barrios clandestinos
en la región de Lisboa se multiplicaron. En 1971. a \
instancias del gabinete encargado del estudio de la
recuperación de Brandoa (GPA) se promulgó un decreto-ley
que sustituía la alternativa «demolición-legalización» por la
alternativa «demolición-expropiación»; así las casas
clandestinas que ofrecían un mínimo de condiciones de
habitabilidad serían expropiadas. Hecho para Brandoa este
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