SENTIDO Y VALOR DEL QUEHACER HUMANO Y DE

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SENTIDO Y VALOR DEL QUEHACER HUMANO
Y DE LO TEMPORAL
Egidio Viganó C, s. d. b.
El Concilio descubre la realidad de! mundo de hoy al aceptar at "laicidad" y su
"antropoccntrismo".
De esta realidad saca una nueva comprensión del Evangelio que, recogiendo la crítica del ateísmo pora con ¡ai
"religiones", supera los mitos alienadores del hombre. En efecto, el Evangelio permite ver al mundo como Creación, Reino de Cristo y Escaíología. Creación: es decir, historia humana v diálogo tnterpersonai que colocan al hombre por encima de las cosas y lo liberan de su imperio. Reino de Cristo: es decir, redención del pecado por el que
el hombre tiende a caer siempre de nuevo en el impersonalismo. Escatología: pues hay en el mitndn una realidad
definitiva y última que ya comienza a realizarse; un "más allá" en el "más acá". En este mundo con dimensión
"iriniluria", el hombre trabaja; y su Irabuio, que es iniciativa responsable, sacrificio y amor, es por la mismo creacii'm, redención y resurrección. F.l hombre liilvana asi naturaleza y gracia al trabajar la Tierra. La Liturgia de la
Iglesia viene entonces a revelar esta realidad profunda que da un sentido a todo el quehacer humano.
En la última semana del mes de abril pasado la
"Paulus - Gesellschaft" ha promovido un encuentro
entre cristianos y marxistas en Herrenchiemsee. El
tema de conversación fue: "Humanismo cristiano y
Humanismo marxista". y apuntaba a encontrar una
base común para el diálogo.
Uno de los representantes marxistas insistió en
que, para hacer posible el diálogo, el cristiano debe
demostrar su propio empeño temporal y su interés
concreto por el futuro histórico:
"El futuro de la Humanidad que nos intensa a
nosotros marxistas es el futuro histórico y mundano.
Pues, ¿en qué medida entra esto en el inlcrés del cristiano? No nos importo que la "historia" se» concebida poi'
él como realización de un "plan divinu". Nos importa más bien que este futuro no le sea indiferente
o casi...
El cristiano, en su doctrina, tiene una visión escatológíca de salvación que abarca no sólo el género humano, sino (a través del género humano y Cristo)
nada menos que todas las cosas . . .
Pero en esta visiún escmológica, la importancia del
futuro terrestre, histórico de la Humanidad puede, de
hecho (es decir, en la actitud y conducta real del Cris-
tiano), y también en la doctrina, reducirse a poco.
O, al revés, ampliarse grandemente. (',Fí este último
el sentido que podemos atribuir y reconocer, en la
iglesia Católica, a su etapa actual y al Concilio Vaticano I I ? . . . ¡A mí me parece que sí!".'
La observación de este pensador marxista nos
convida a revisar nuestra visión religiosa de la actividad humana, sobre todo si tomarnos en cuenta su
manera hidalga de reconocer la extraordinaria importancia del Vaticano II. En realidad, en la línea
de los principios, la acusación de "enajenación" y de
"opio del pueblo" que se bolía lanzar en contra de la
religión, no puede tener ya ningún asidero doctrinal
(con respecto al cristianismo) después del último
concilio ecuménico. El Vaticano II da una visión
tan positiva y realista de la actividad humana y una
visión tan encarnada de la escatología, que hará zozobrar la míslica marxista del fuluro histórico gracias al compromiso mundano y espiritual de los auténticos cristianos.
> R, BAIONE. Vn saggio di dialugo Ira erisliaill t
Aggiomamcnu Sociali. Luglio-Agosto 1966, pp. 5W-SI6.
529
lina hora mesiánica
El mundo de hoy lia construido la civilización
del trabajo y de la técnica. Parecería que el "homo
Faber" hubiera logrado ofuscar definitivamente todo
el orden de las creencias religiosas; dedicarse a cultivar una fe equivaldría a la pérdida de la cartu de
ciudadanía del mundo, a desinteresarse de la actividad humana y del progreso, a volverse extranjero
en la historia en espera de refugiarse en una pairia
mitológica rebozante de felicidad.
Pues bien, la civilización del trabajo y de la
técnica, más que sepultar la religión, ha servido más
bien de clamorosa interpelación dirigida por el hombre de hoy a la Iglesia para ver si es cierto que Dios
le ha encomendado un mensaje de actuulid;«J iulwidora para cada generación humana.
La sumersión en los valores temporales y en el
trabajo, con su enorme problemática, es una de las
maneras actuales de espera angUitiübu del Mesías.
Por supuosio, el Mesías ha venido una sola vez en
Cristo; pero cada época tiene sus ansias y anhelos
manifestado;, en los "signos de los tiempos"; y tales "signos" son el clamor que manifiesta la perenne espera del Mesías ya venido, pero cuya salvación
la Iglesia entrega a cada generación.
La civilización del Irabajo es un "signo de los
tiempos" que ha eligido a la Iglesia el mostrar concretamente la coherencia del Evangelio con las ansias y preocupaciones del hombre de hoy.
El Concilio Ecuménico Vaticano II ha tidu la
hora mesi.inica de nuestra generación; de él brota la
respuesta iluminante y salvadora acerca del sentido
religioso del mundo de la técnica.
Esta respuesta conciliar constituye un verdadero progreío en nuestra doctrina religiosa. Es necesario, aquí, ser objetivamente francos. El marxista
que citábamos al principio, nos asegura que •una
evolución de la actitud del marxismo hacia la religión es condicionada por una evolución de la religión misma" ¿.
Los signos de los üempos no son una simple
"ocasión" para modificar superfirialmeme ciertas
2
Cir. art. c.: y el proíesor Lupurim agrega: "Nu se Iraia de
un cambalache a de un mercado, sino de dos procesas tmtórU.'us n^c *y erUrcntaa. por cierto no vertiginosamenie. y ejercen mutuo intlujo. Este es, treo. el verdadero fundamento real
dr[ diálogn. Si líetic algún sentido preguntarnos acerca dtí su
pusibilidail. t.il sentido nu se lo puede hallar en un, p isibifidad abstracta, doctrinaria; sino en la realidad de uti movimiento concreto ya iniciado. Frente a ¿1 se puede quedarse
pasivos, o serle hostiles. Si se excluyen « t a s dos alternativas,
no se puede no Tener la impresión que ayudar una evolución
en la otra parte significa lambidn envolvernos nosotros mismos." p. 511.
530
modalidades de la visión religiosa de siempre; aportan una auténtica dimensión nueva, que debe ser
tomada como verdadero progreso; de aquí que sea
falso decir que ya estaba muy claro antes y que no
hay nada que aprender en la práctica. Bastaría recordar ciertas discusiones de hace muy pocos años
atrás acerca del "encarnacionismo" y del "escatologismo" para percibir el progreso realizado'.
En efecto, si bien los signos de los tiempos no
son en sí mismos una revelación sobrenatural, aportan sin embargo una preciosa luz, que en definitiva
proviene del mismo Dios en cuanto autor del mundo (cfr. G. S. 36); esta luz ilumina el mismo Evangelio ayudando a leerlo más profundamente.
Por eso los Padres conciliares han proclamado
que la "Tradición" tiene progresos (D. V.. 8) y que
la función profética del Magisterio es limitada y
fragmentaria (G. S., 33) 4.
Laicidad y antropocentrismo
El hombre de hoy ha tomado conciencia clara
de los valores temporales; lia ido descubriendo el
contenido intrínseco y propio de las realidades terrenales, que son buenas en sí mismas y tienen un
fin propio, aún haciendo abstracción de las creencias religiosas y de la existencia de Dios; tales realidades están ordenadas al hombre, el cual aparece
como la cúspide suprema del mundo decididamente
resuello a no ser más un Prometeo encadenado y
vejado.
El Concilio reconoce la verdad sustancial de
estas afirmaciones; dice, en efecto:
"Las cosas creadas y las sociedades mismas gozan
de propias feyes y valores, que el homhri; ha de descubrir, empiear y ordenar poco a puco.. . l'or !a
propia condición de la creación, todas las cosas están
dotadas de consistencia, verdad y hondud propias y de
un propio orden regulado, que el hombre debe respetar
con el reconocimiento de la metodología particular de
cada ciencia o arte." (ü.S., 36; cfr. A.A., 7; L.G., jb),
Ver, pur ejemplo, luda una reseña de la^ (JÍ-LT£TV,-S posiciones
cnire los teólogos en dos articulas de Giuseppe COLOMBO:
Escatoíogúino e htcart:azionL-.mu en "La bcuola Lallolica",
Sett.-ott. 1959, pp. 3M37G, y nov.-dic. 1959, pp. Wl-424.
Es uti] citar aquí los testos.
• "Esta tradición, que viene de los Apóstoles, pmsresa en la
Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo, cuino quiera que
crece la inteligencia lo mismo de las cusas que de. las pata.
bras transmitida*..." (DV., 8).
• "La Iglesia que custodia el deposita de la Palabra de Dios,
del Que se toman los principius en el urden religioso y mural,
srn qu¿ lett¡l<i siempre ú mano una respuesta pare lados los
cutstames, uesea unir la luz de la revelación con el saber de
todos los hombres, para iluminar el camino Que la humanidad
recientemente
ha emprendido."
(CJS., 33J.
Con respecto al antropocentrismo afirma:
"Todos los bienes de la tierra deben ordenarle en
función ild hombre, centro y cumbre de todos ellos"
(G.S., 12); "En la unidad de un cuerpo y un alma,
el hombre, por su misma condición corporal, es una
ti'ntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima . . . " . "No se equivoca
el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo
material y ai considerarse no ya como partícula de
la naturaleza o como elemento anónimo de lo ciudad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo e n t e r o . . . " (G.S., 14). "El universo
entero está íntimamente unido con el hombre y por
él alcanza su fin" (L.G., 48).
Tales afirmaciones del Concilio manifiestan, sin
iluda, que éste considera la laicidad y el antropocentrismo como una preciosa luz de actualidad; esta
luz guía su reflexión sobre la palabra revelada de
Dios para establecer objetivamente cuál es la coherencia del Evangelio con la hora actual del devenir
humano.
Y así nos encontramos frente a una formidable paradoja: la laicidad y el humanismo, que pudieron parecer las armas del ateísmo o del laicismo,
y que fueron desconocidas o adulteradas por espiritualidades religiosas de enajenación, son hoy esgrimidas por la fe cristiana con una pureza de visión
y con una pujanza de entusiasmo, que desafían !a
mística de cualquier ideología mundano.
¡La fe cristiana desafía las ideologías!
Proclama, en efecto, que los valores temporales
tienen su propia autonomía que debe ser respetada,
y su propia bondad que debe ser impulsada y aprovechada sin disíorcionamiento de ninguna "ideología", sea ella religiosa o profana.
Se suele llamar "ideología" la conciencia, no
científicamente objetiva y sociológicamente condicionada, que diferentes personas se forman acerca de
ios valores temporales y del hombre y su fin. K.
Rahner dice que "la ideología consiste . . . en cerrarse por principio ante la "totalidad" del ser, absolutizando un aspecto parcial de la realidad . . . al
servicio de un objetivo social práctico, que a su vez
da legitimidad a aquella" *.
La fe cristiana DO es ideología porque, por constitución intrínseca, está siempre abierta a la totalidad del ser; es esfuerzo perenne de auscultación de
toda la realidad. Por eso el Concilio, auscultando los
valores de la laicidad y del antropocentrismo a la
1
K. RAHNER, Idtotogia y Cristianismo, en "Cuncilium", junio
1965. pp, 42-62.
par que la historia de la Revelación, lanza de hecho
un desafío a todas las ideologías actuales; desafía
las religiones y el ateísmo en todo lo que tienen de
ideología acerca de la actividad humana y de los
valores temporales.
Desafío a las religiones
El descubrimiento de los valores terrenales d;.sus auténticas proporciones a la estructura del hom
bre. A través de la ciencia y de la técnica el hombre
ha logrado desentrañar mucho más que antes, y um
un ritmo cada vez más vertiginoso, el maravilloso
poder contenido en el cosmos y la medida gigante
de su propia vocación y dignidad.
"De lo que resulta que gran número de bienes que
antes el hombre esperaba alcanzar sobre iodo de las
fuerzas superiores, hoy los obtiene por sí mismo'
(G.S., 53).
Esto ha traído una reacción crítica contra las
religiones. Ciertas maneras religiosas de imaginar la
Providencia no resisten la confrontación con el grado científico de la mentalidad actual; aparecen como ideologías religiosas ingenuas, capaces de alimentar cierta superstición más bien que de sustentar
una auténtica religión coetánea de la laicidad.
El Vaticano II convida a las religiones a una tarea de demitización. En realidad, sin la conciencia
de los valores de la laicidad, la religión tiene el peligro de acudir al mito para explicar tantos fenómenos desconocidos, llevando así a una abdicación
objetiva del poder de la naturaleza y de la grandeza del hombre. Si a menudo las religiones han caído en la mitología, el Cristianismo se ha presentado,
en su propia constitución, como una superación del
mito; sus libros sagrados consignan varias etapas de
una labor de demitización. Pero el Cristianismo no
vive, en ninguna época, en estado puro; la demitización es en él una tarea constante de fidelidad a su
propia constitución.
Por eso el Concilio acepta cierta crítica que le
exige en este campo el hombre de hoy y el mismo
ateísmo, del cual habla no tanto como de un puro
negativismo de lo religioso, sino también como de
un énfasis puesto en la afirmación positiva de lo
temporal:
"El ateísmo, considerado en su total integridad, no
es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivadode varías causas entre las cuales se debe contar también la reacción crítica contra las religiones y cierta5J1
mente, en algunas zonas del mundo, sobre todo contra
la reli;;iJ>n msliana. Por lo cual, en esta génesis del
ateísmo puuden lener parte no pequeña Sos propios
irruyentes, en cuanto que, con el descuido de la edutaciún reügiosn. o con la exposición inadecuada de la
doctrina, a incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han \dailu más bien que revelado til genuino ros!ru de Dioi y de la religión."
(G.S.. 19).
Desafio al ateísmo
El Concilio convida a ser objetivos, a ser siempre más fieles a los hechos; la laicidad es un "hecho", el antropocentrismo es un "hecho", pero tales
"hechos" considerados en profundidad implican otro
"hechu": Dios".
El hecho integral tiene dimensión
trinitaria
La laicidad y el antropucentrismo son hechos
que
están
enmarcados en olro hecho fundamental,
Si el Concilio desafia las religiones a pasar del
Dios,
que
da objetivamente al mundo el triple asmito a la laicidad, también desafia el materialismo a
pecío de "creación", "redención" y "escatología".
pasar del ateísmo a una laicidad abierta a la religión.
La percepción de este triple aspecto objetivo
Denuncia "con dolor, pero con firmeza" el error
exige
en el hombre una actitud de religión, anterior
ideológico por el cual el ateísmo "pretende que la
y
distinta
de toda ideología, que manifiesta el senTeligión, por su propia naturaleza, es un obstáculo
tido total y el valor supremo de su presencia en el
para la liberación del hombre, porque al orientar el
cosmos.
espíritu humano hacia una vida futura ilusoria, aparEl sentido y valor de la actividad humana y
taría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad
de
lo
temporal tiene, así, su consideración integral
temporal" (G. S., 20).
desde el punto de vista de la fe religiosa considerada como percepción total de la realidad en sí y no
simplemente como una ideología. El Concilio al darnos los elementos para una visión completa del valor
del trabajo humano y del progreso, no ha querido
consolarnos con un mito, sino adentrarnos en la complejidad de la realidad.
Este realismo está fundado en Dios que es trino. La Trinidad está presente y se manifiesta en el
mundo y en la historia del hombre. El Concilio recuerda este hecho sobre todo en la constitución dogmática "Lumen gentium" (c. I) y en el decreto "Ad
gentes divinitus" (c. I).
La consideración, por breve que sea, de tal
presencia y manifestación, echará luces extraordinaSi el mundo y el humbre han de ser mirados rias sobre el sentido y valor de la actividad humana
en sí mismos objetivamente, sin exclusión de ningu- y de lo temporal.
na parte de su realidad, uo se puede acercarse a ellos
con una ideología preconcebida que lleva a conclu- El Mundo como "creación"
siones parciales.
Si tomamos en cuenta el "hecho" de Dios, enPor lo demás en el "materialismo histórico", en tonces el cosmos y el hombre aparecen como "creacuanto tal, el fundamento del ateísmo es la "contra- ción". Al decir "creación", entendemos subrayar dos
dicción entre religión y progreso económico-social"; aspectos: el de devenir y progreso y el de diálogo
pues bien, si se lograra hacer ver que el "antiprogre- interpersonal.
sismo" no es esencial a la religión, más aún, que la
religión es un nuevo y muy fuerte estímulo para el * Dice et Concilio: *'S¡ autonomía de lo temporal quiere decir
que la realidad creada es independiente de Dios y que lvs
progreso, porque brota de una visión más completa
hombres pueden ufarla sin referencia a] Creador, rtñ hay creyente alguno a quien se le escapo la falsedad envuelta en
de la realidad histórica y cósmica, entonces no se ve
tales palabras. La criatura sin el Creador se esfuma. Por lo
demás, cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escupor qué la laicidad y el antropocentrismo tengan que
charon siempre la manifestación de La voz de Dios en el lenguaje de La creación. Más aún, por el olvido de Dios la
•desposarse con una ideología atea.
propia crcatura queda oscurecida." (GS., 36).
532
El mundo como "creación" es una realidad su- un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y
jeta a un artífice que la produce y la guía en su de- de su bondad" (L. G., 2); y por otro lado, "la Bisarrollo; es una materia que se va empapando de blia nos enseña que el hombro ha sido creado "a
espíritu; es un objeto que quiere servir a un sujcio. imagen de Dios" . .., señor de la entera creación viEl artífice no es sólo Dios, es también el hombre sible para gobernarla y usarla glorificando a Dios"
que está en el cosmos como "imagen de Dios". La (G. S., 12).
actividad de ambos artífices hace del mundo como
¡Qué profunda aparece, aquí, la sabiduría en"creación" un lenguaje de diálogo personal con al- cerrada en el adagio antiguo: "obras son amocance cósmico.
res . .."!
La laicidad y el antropocentrismo, por si mismos, no explican el mundo como "creación", ni dan El Mundo es el Reino de Cristo
una visión exhaustiva de la historia del hombre.
Hay dislinción entre "Mundo", "Iglesia", "ReiEn efecto, la laicidad pone al mundo simple- no de Cristo" y "Reino de Dios"; no son realidades
mente como objeto; las ciencias y la técnica estu- separadas y mutuamente extrañas, pero sí son asdian, según sus múltiples y diferentes métodos, las pectos, zonas o etapas distintas de la misma única
realidades terrestres en sí mismas, en su estructura- realidad, que es el universo creado, redimido y
ción y utilidad inmediata, más bien que en su signi- transfigurado por Dios.
ficación suprema; las consideran como objetos, y
Aquí nos interesa particularmente llamar la
por eso mismo se llaman ciencias objetivas. El con- atención sobre la expresión "Reino de Cristo" (cfr.
tenido de las realidades terrenales se impone a las L. G., 3, 5, 13, 35, 36, 44, 48; G. S., 2, 39, 72; A.
ciencias de la naturaleza como norma inapelable de A., 2. 7; Ad G., 1, 3,9, 11, 13, 21) \
su investigación.
El hombre es el centro del mundo no por caEl antropoecntrismo pone al mundo como ob- sualidad sino como cúspide y alma del todo. No se
jeto del hombre; por medio de su propia actividad concibe el mundo sin el hombre, y ni tampoco el
el hombre logra dominar la tierra; su trabajo y su hombre sin el mundo; el hombre da sentido al cosprogreso son el ejercicio de un dominio siempre cre- mos.
ciente, que hace del hombre el gran soberano del
Hay, así, en la cúspide del mundo una realidad
cosmos.
espiritual que tiene la tarea de manifestar el sentido
Pero, a la sola luz de la laicidad y del antropo- definitivo de tanta creación; tal realidad es el coracentrísmo, esta soberanía se vuelve una tragedia: la zón del hombre, su inteligencia y su amor. En la
tragedia del dictador que se siente solo, que ha lu- punía del cosmos, para orientarlo está, pues, la lichado para construir su propia soledad.
bertad humana.
La actividad humana, en cambio, y el progreso
Pero esta libertad es un poder ambiguo; es pohan de ser una expresión de personalización y un sible usarla mal y desviar lodo el sentido de la creainicio de respuesta a la inquietud del corazón huma- ción, de la actividad humana y del progreso. El mal
no que tiende irresistiblemente a buscar un sujeto. uso de la libertad humana se llama "pecado". El
Tal aspecto es alcanzable si el mundo es con- pecado no es una simple "mancha del alma"; el pesiderado como creación, es decir como don del Pa- cado tiene consecuencias y dimensiones cósmicas; es
el fracaso del hombre como alma del mundo; es la
dre al hombre y como don del hombre al Padre.
El aspecto de creación implica relación inter- rotura del diálogo interpersonal de la creación; es el
personal, encuentro de sujetos a través de un ob- inicio de la soledad de la dictadura humana en el
jeto que es el signo o la palabra de su mutuo amor. universo.
Pues bien: el hombre "en el propio exordio de
El mundo con sus propios valores y la actividad humana que lo hace progresar es, en su senti- la historia, abusó de su libertad, levantándose condo total, un lenguaje de comunión interpertonal, tra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al
donde el hombre descubre cómo es amado y cómo margen de Dios . . . y al romper el hombre la depuede manifestar su propio amor.
Los documentos conciliares no esptican ni elaboran la distinción que hay entre "Reino de Cristo" y "Reino de Dios"; pero
Y, en efecto, por un lado nos dice el Concilio
s[ usan la diferente nomenclatura e insinúan suficientemente
el contenido de la distinción. Para c! propósito de nuestro
que "el Padre eterno creó el mundo universo por
articula esto es suficiente.
533
biela subordinación a su último fin, rompe también
toda su ordenación, tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y
con todo el resto de la creación. Es esto lo que explica la división íntima del hombre .. ." (G. S., 13).
Desde el pecado de Adán el mundo se había
vuelto el "imperio del Maligno", no porque en el
mundo no hubiera bien, sino porque todo estaba, en
definitiva, desviado.
Para que et mundo volviera a su órbita era necesaria la Redención. Para eso Dios se encarnó. El
Hijo del Padre "vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al 'príncipe de este mundo' (Jo. 12, 31),
que le retenía en la esclavitud del pecado" (G. S.,
13). La encarnación del Verbo es un acontecimiento cósmico; el mundo entero es afectado por tal
evento. La pascua del Señor, que es el momento supremo de la encarnación, hace que Cristo sea el Nuevo Hombre confiriéndole la soberanía sobre todas
las cosas (cfr. Mt. 28, 18; Phil. 2, 10). Desde ese
día, por la obra de la redención, el Mundo es el
Reino de Cristo. Y esto da un sentido definitivamente bueno a toda la actividad humana y al progreso,
no porque desde ese día no haya mal en el mundo,
sino porque el bien es en definitiva victorioso; por
eso las relaciones entre la Iglesia y el Mundo no son
de dualismo, sino de mutua complemenlación.
Vale la pena reportar aquí algunas observaciones de O. Cullmann en su famosa obra Cristo y el
tiempo:
"La muerte y la resurrección confieren a Cristo la
soberanía sobre iodos las cosas. La creación entera
queda afectada por este acontecimiento redentor...
Desde entonces... la historia universal se integra de
manera decisiva en la historia de la salvación . . . y no
solamente la historia general de la humanidad, sino la
de la naturaleza entera . . . La Iglesia y el Mundo no
pueden ser representados, entonces, por dos círculos,
diríamos, yuxtapuestos, o simplemente tangentes o secantes. No son tampoco dos círculos que coinciden.
C
Ri
Rj
+ Ri
=
=
=
=
Cristo;
la Iglesia;
el Mundo:
el Reino de Cristo.
Debemos, al contrario, figurarnos dos círculos concéntricos cuyo centro es formado por Cristo. La superficie total (R, -)- R¡) es el "Reino de Cristo"; la su534
perficie del círculo interior (Ri) es la Iglesia; la superficie comprendida entre el grande y el pequeño
círculo (R:) es el Mundo.
El círculo interior se encuentra más cerca de Cristo
que el círculo exterior; y, sin embargo, Cristo forma
el centro común . . .
Es por eso que la Iglesia debe interesarse por todo
lo que pasa en el Mundo, más allá de sus propios
límites."*
Por cierto, en el Reino de Cristo, tanto en el
Mundo como en la Iglesia, sigue la realidad del pecado; pero ya está actuando la redención.
La "redención" debe ser imaginada análogamente a la "creación"; no en una forma estática de
una obra terminada en el inicio por el solo Dios o
por el solo Cristo, sino de una realidad en devenir
que tiene por co-artífice permanente el hombre mismo; la creación y la redención continúan!
La actividad humana y el progreso entran así
en el campo de batalla del bien y del mal y se orientan a la victoria por el camino de la redención, que
pasa siempre por la cruz. La actividad humana se
vincula al sacrificio.
Si un aspecto indispensable del trabajo del
hombre es la subida al Calvario, no significa que
haya que forjarse una visión pesimista o enajenada
de los valores temporales; significa, al contrario, tener de ellos una visión realmente optimista, no por
ingenuidad, sino por realismo histórico.
La redención pide amorosa encarnación y varonil compromiso, con luchas, sacrificios y muerte, antes de la transfiguración.
La actividad humana debe explicitar en cada generación el Reino de Cristo: " . . .los santos Padres
proclaman constantemente que no está sanado lo
que no ha sido asumido por Cristo. Mas Él asumió
la entera naturaleza humana cual se encuentra en
nosotros... pero sin el pecado (cfr. Hebr. 4, 15;
9,28)". (AdG., 3) 9.
La pasión y la muerte no son, en el Cristianismo, signo de desprendimiento y depreciación, sino
que son la expresión heroica de la encarnación, o
sea del amor y del aprecio al mundo: morir no es
escaparse: es redimir!
1
O. CULLMANV, Chrisl et U Temps, Delachaux-NiMllé, Neucha:el 1957, p. III, c. II, pp. 132-135.
» Cfr. S. Atanasio, Ep. ad Epicieium 7: PC 26, 1M0; S. Cirilo
de Jerus., Cateen, 4. 9; PC 33, 465; Mario Victorino, Adv.
Aríum i. i: PL. I, 110!; S. Basilio, Epist. 261. 2: PC. 32, 969;
S. Gregorio Nac-, Epist. 101: PG. 37, 181; S. Gregorio Nis.,
Antirrheticus, adv. Apollin. 17: PG. 45, 1156; S. Ambrosio.
Epist. 48, 5: PL. 16, 1153; S. Agustín, In loan. Ev. tr. 23, 6:
PL. 35, 1585; CChr, 36, 236, además, manifiesta de esta mauera
que el Espíritu Sanio no nos redimió porque no se encarnó
(De agooe Cbrist. 22, 24: FL. 40, 302); Ad Trajünunduin III,
PL. 65, 2S4:
" "de tristisia el timore".
21: PC
La escatoiogía del Mundo
mucho nuestra debilidad" (L. G., 49, 50, 60, 6!,
62).
El Padre creó el Mundo: el Hijo lo redimió; el
Espíritu Santo lo transfigura. El hombre es, a imagen de Dios, "co-creador", "coredentor" y "(jotra ns figura dor".
El Espíritu Santo nos hace percibir el valor
transcendente de lo temporal y nos impulsa a su
transfiguración. Su venida en Pentecostés ha dado
una dimensión escaiológica a la actividad humana
y al devenir del Mundo.
El aspecto específico de la escatoiogía cristiana
que aquí nos interesa es e! de que "el más allá"
tiene su "acá", y que ei "acá" debe madurar en el
"más allá". El "Esjalon" es el Señor resucitado, es
decir el Hombre Nuevo que lleva a su cumbre máxima toda la creación; y el Señor ha ascendido a
los cielos no para "irse" sino para ser "El que viene": la "ferusalén celestial" y la "Ciudad peregrina" constituyen una sola Iglesia (L. G. 49).
Una mentalidad falseada gustaba imaginar una
eseatologia donde "el más allá" era el refugio feliz
al cual había que llegar huyendo de este Mundo;
donde el "cielo" era un lugar de gozoso descanso
después de haber logrado evadirse de los problemas
amargos de la existencia, un nirvana de sueño beatificante como si se hubiera encontrado finalmente la
droga del éxtasis; la muerte hundía el buque - cárcel
de esta vida para trasladarnos a un paraíso de ensueños tan interesante, que en la espera de ello nu
valía la pena comprometerse a fondo en las larcas
temporales; había que aceptar los sufrimientos como
un indispensable boleto de entrada.
Resulta, en cambio, que así como las tres personas divinas son un solo Dios, de un modo derivado los ires aspectos de creación, redención y transfiguración son un solo Mundo.
Es curioso observar como lu que nos enseña la
fe acerca del "cielo", es una preocupación continua
por la "tierra": Cristo está siempre intercediendo
por nosotros (Rom. 8, 35-34), es nuestro abogado
ante el Padre (1 Jo. 2. 1-2), es sacerdote para
siempre (Ilebr. 6, 20; 7, 17, 25-25), es cordero
sacrificial (Ap. 5, 6, 9- 10), era necesario para nosotros que se fuera (Fo 14; 15; Ib), nos envía su
Espíritu y está verdaderamente presente en la tierra
(S. C , 7); también María desempeña desde allá el
oficio de nuestra Madre y los Sanios nos ayudan:
"la fraterna solicitud de los bienaventurados ayuda
Por lo demás, lo que llega al "cielo" es la
"tierra"; el cuerpo resucitado de Cristo y de María
es absolutamente el mismo cuerpo físico con el cual
construyeron su historia temporal: "la Iglesia . . . no
será llevada a su plena perfección sino cuando . . .
con el género humano, también el universo entero,
que está íntimamente unido con el hombre y por él
alcanza su fin. será perfectamente renovado (cfr.
Eph. 1. 10; Col. 1, 20; 2 Petr. 3, 10- 15)' (L. G.,
48).
Eita visión de la escatoiogía nos viene a decir
que "el más allá" es la transfiguración del "acá";
nos hace percibir que en el Reino de Cristo la transcendencia de lo temporal implica que entre "tiempo"
y "eternidad", entre "siglo presente" y "siglo venidero", entre "encarnación" y 'escatoiogía" no hay
dualismo de exclusión, sino diferencia de profundidad en la maduración de su propia realidad: "El
fin de los siglos ha llegado ya hasla nosotros (cfr.
1 Cor. 10, l t ) y la renovación de! mundo está irrevocablemente decretada y se anticipa de un modo
verdaderamente real ya en el siglo presente" (L.
C., 48).
La escatoiogía es ya una realidad de la historia; es una semilla echada al surco del mundo que
lo renovará todo; la actividad humana está, a través
de Cristo y de la Iglesia, al servicio de esta transfiguración.
Sin duda es preciso indicar con franqueza que
en el proceso de transfiguración del Mundo hay un
salto que deja nuestra inteligencia sumergida en la
oscuridad: "Ignoramos el tiempo en que se hará la
consumación de la tierra y de la Humanidad (cfr.
Act. 1,7). Tampoco conocemos de qué manera se
transformará el universo. La figura de este mundo,
afeada por el pecado, pasa . . . " (G. S., 39).
La verdad de la resurrección está vinculada con
el cuerpo mortal de una forma misteriosa: "Lo que
tú siembras no cobra vida si primero no muere .. .
siémbrase en corrupción, surge en incorruptibilidad;
siémbrase en vileza, surge en gloria; siémbrase en
debilidad, surge en vigor" (1 Cor., c. 15). Pero, si
hay oscuridad en todo esto, hay también un haz
de luz que muestra la rica veta de una continuidad
discontinua:
"La espera de una licrra nueva no debí amortiguar, sino más bien uvivar, la preocupación de perfec535
5.—-Mensaje.
cionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva
familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque
hay que distinguir cuidadosamente progreso terrenal y
crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la
sociedad humana, interesa en gran medida al Reino de
Dios." (GS. 39).
El lugar de misteriosa percepción de la unión
entre "cielo y tierra", entre "más allá" y "acá", entre "resurrección y mortalidad", entre "siglo futuro
y siglo presente" es la liturgia, máximamente la Eucaristía, con su transubstanciación, que hace que el
mundo se vuelva, por el dinamismo de Dios y del
hombre, el Cuerpo de Cristo y su Pléroma:
"El Señor dejó a los suyos prenda de tal esperanza
y alimento para el camino en aquel sacramento de la
fe en el que !os elementos de la naturaleza, cultivados
por el hombre, se convierten en el cuerpo y sangre
gloriosos con la cena de la comunión fraterna y la degustación del banquete celestial." (GS., 38).
La transfiguración del mundo es una obra, en
definitiva, litúrgica, un sacerdocio espiritual que hace que la creación, impulsada por la iniciativa humana, redimida por el sacrificio y espiritualizada
por el amor, cante la gloria del Padre.
Lo cual significa que la realización de la transfiguración hace que el Mundo sea el gran Sacramento, el Signo Eficaz o la Palabra de amor entre Dios
y el hombre: el Padre manifiesta su amor al hombre
dándole el Mundo por el Hijo en el Espíritu; y el
hombre manifiesta su amor al Padre devolviéndole
perfeccionado el Mundo por el Espíritu en el Hijo.
Hemos indicado, en un artículo anterior, la máxima originalidad del sacerdocio de la Nueva Alianza que traspone los linderos del dualismo entre "sagrado" y "profano". Pues bien: es preciso entroncar
aquí esas ideas para iluminar, desde este punto de
vista supremo, el sentido y valor de la actividad humana y de lo temporalI0.
Espiritualidad del trabajo y del desarrollo
Por sucinta que sea la visión conciliar del Mundo que acabamos de hilvanar, es suficiente para ayudarnos a captar una verdad de especial actualidad
en la visión cristiana de la actividad del hombre sobre la tierra: la teología del trabajo humano.
'• E. VIGANO, E! Sacerdote en et Vaticano Segundo, "Mensaje",
agoslu 1964, pp. 359-366.
El trabajo del hombre no es propiamente un
"castigo" que proporciona la "ocasión" de expiar
el pecado o de ganar méritos: "Este moralismo piadoso —escribía ya antes del Concilio el P. Chenu—,
que vuelve insípida la verdad de las exigencias evangélicas . . . si bien no ha cesado de infectar la mentalidad de un buen número de cristianos, por lo
menos ha perdido el apoyo que inconscientemenle le
había proporcionado una teología excesivamente estrecha" u . El trabajo del hombre y su progreso no
son un entretenimiento inconsistente, "una materia
amorfa, apta, como cualquier otra, para ser moralizada y santificada a título de "deber de estado" I2.
Tampoco son, por supuesto, una especie de sacrilegio, como podrían pensar los que imaginan constantemente una oposición dualista entre "sagrado y profano1' por la cual "el trabajo sería como una profanación, en un esfuerzo impío para explotar la Naturaleza" a.
El trabajo y el progreso pertenecen a la contextura misma del hombre y de su vocación integral en
el mundo. Sin trabajo y sin progreso el hombre no
estaría hecho "a imagen de Dios", co-creador con
el Padre, co-redentor con el Hijo y co-transfigurador con el Espíritu Santo,
La perfección del hombre es una sabiduría y
un amor que se encarnan en el trabajo, una contemplación que se proyecta en el progreso del Mundo, una espiritualidad que hace hablar la materia
del cosmos.
La discontinuidad infranqueable que hay en la
creación entre "materia", "espíritu" y "gracia o vida
divina" reclama indispensablemente la presencia de
la actividad humana para dar al mundo un verdadero sentido orgánico. "El hombre es precisamente
el ser que, siendo natural y consustancialmente, materia y espíritu (y, por don, gracia), es idóneo a causa de ello para aportar en la historia el misterio del
espíritu (y de Dios) " ".
Así el trabajo es una pieza central de la espiritualidad del hombre y, consiguientemente, de la
espiritualidad cristiana.
Para bosquejar una espiritualidad cristiana dai
trabajo es indispensable, hoy, tomar en cuenta los
valores de la "laicidad" y del "antropocentrismo",
sobre los cuales echa especiales luces el Evangelio.
'i M. D. CHEKU, Pour une Thíologie du Travail, edil, du Seuil,
París 1955, p. JO.
>! o.c, p. 12.
" o.c, p. 19.
14
o.c,, p. 25; los paréntesis han sido agregados.
Competencia
elementos fundamentales para una espiritualidad
cristiana del trabajo.
Un primer elemento de la espiritualidad del
El hombre histórico es un compuesto de: matrabajo que debemos sacar de la "laicidad" es el esteria y espíritu; pecado y redención; temporalidad
fuerzo de competencia objetiva.
y resurrección.
Los valores temporales tienen sus leyes que exiPues, si el hombre es como el alma del cosgen del hombre un olvido de sí y una objetividad
mos, sí es la cúspide que da sentido a todo el unien el trabajo. La actividad humana no puede ser un
verso, lo es en esa triple dimensión de su propia
capricho de subjetividad, sino un respeto y un serconstitución. Está puesto al centro del mundo para
vicio a la realidad; tal objetividad es, en definitiva,
"humanizarlo" con las iniciativas de su inteligencia,
el descubrimiento y el aprecio de la creación de
para "redimirlo" con los sacrificios de su vida, y
Dios y un paso muy grande hacia la fraternidad hupara "transfigurarlo" con el amor de su caridad.
mana ya que, por deber de objetividad, todos los
Esta triple tarea la realiza el hombre con su
hombres han de llegar a coincidir en tales valores.
actividad y trabajo.
Así la laicidad debe aportar a una espiritualiAsí, por un lado, se deberá decir que la espiridad del trabajo humano la convicción que es errótualidad cristiana no puede ser una simple "vida inneo tratar de hacer prevalecer las buenas intenciones
terior" que huye del trabajo como de un peligro de
sobre la competencia, la ciencia y la naturaleza de
dispersión, sino una capacidad de interioridad en los
las cosas.
valores mismos de la actividad humana asumida
No basta para perfeccionar al hombre la santi- por Dios en la encarnación.
dad de sus fines subjetivos; no basta para hacer
Y, por otro lado, se deberá concebir una espiriun "técnico" o "político" o un "maestro" realmente
tualidad cristiana del trabajo que implique la triple
"cristiano" la recta intención de su corazón, sus
dimensión arriba indicada, es decir, de "iniciativa",
creencias o sus intenciones; es indispensable su comde "sacrificio" y de "amor".
petencia objetiva.
La iniciativa es una exigencia de la "creación";
El P. Chenu vincula esta necesidad de comel sacrificio es una exigencia de la "redención"; y el
petencia con la visión de la unidad sustancial entre
amor de caridad es una exigencia de la "resurrecel cuerpo y el alma en el hombre: "La superioridad
ción"; así el hombre trabaja "a imagen de Dios",
del espíritu sobre la materia no implica en modo alPadre, Hijo e Espíritu Santo.
guno esa independencia ante la materia, gracias a la
Sin iniciativa o sin imaginación el trabajo se
cual, la perfección espiritual del "trabajador" se llevuelve "materialista", esclaviza al hombre y lo desvaría a cabo, en fin de cuentas, al margen de la perhumaniza; sin sacrificio y sin dolor el trabajo no
fección de la obra, simple materia amorfa cuyas leyes
puede ser sino momentáneo o caprichoso, volviendo
internas no constituirían más que unos "medios"
al hombre inconstante e ineficaz en su tarca de conpara un fin transcendente. Poco importa lo que se
ductor del mundo; sin amor de caridad el trabajo
haga, sólo cuenta el "amor de Dios" sin ninguna
oculta la transcendencia de Dios, sirve al egoísmo
medida común con las realidades terrestres. ¡No! El
del hombre y construye su dictadura en la soledad.
trabajo, la "civilización del trabajo", vale en sí misEstas riquezas espirituales contenidas en el trama, por su propia verdad, por su eficacia original,
bajo
del hombre, no son exclusivas de las grandes
por la construcción del mundo, por el destino históactividades
de alto nivel, la ciencia, la técnica, la
15
rico de la Humanidad" .
política, etc., sino que son propias de todo trabajo
Este valor objetivo, que tienen las realidades
humano; dice, en efecto, el Concilio:
terrenales en sí mismas, es en fin de cuentas una
"Esta enseñanza vale igualmente para los quehaceexpresión concreta y constante del grande amor que
res más ordinarias. Porque los hombres y mujeres que,
le tiene Dios al hombre.
mientras procuran el sustento para sí y su. famiüa,
Iniciativa — Sacrificio — Amor
Si la "laicidad" nos habla de competencia objetiva, el "antropocentrismo" nos sugiere otros tres
11
o.c, p, 35.
realizan su trabajo de forma que resulte provechoso
y en servicio de la sociedad, con razan pueden pensar
que con su trabajo desarrollan la obra del Creador,
sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo
personal a que se cumplan los designios de Dios en
la historia." (GS., 34).
537
Liturgia
La "laicidad" y el •''antropocentrisino" son, hemos dicho, dos hechos que implican un tercer hecho:
Dios, en el cual encontramos el senlido definitivo y
pleno del todo. Para que la laicidad y el antropocentrismo sean integrales, deben ser recapitulados en la
liturgia, es decir, el trabajo humano debe lograr, en
definitiva, que el Mundo llegue a ser la palabra del
diálogo entre Dios y el hombre o el gran sacramento de sus mutuas relaciones. En efecto la fe nos asegura que el fin del hombre, que implica su propia
felicidad, es su mediación litúrgica entre el Mundo
y el Padre, ya que toda la creación existe para cantar, en el hombre, la gloria de Dios. De aquí la
necesidad imprescindible de incluir en la espiritualidad del trabajo una participación vital en la tarea de
558
simbolismo sacramental realizado por la Eucaristía
en el Cristianismo; la Asamblea Eucarfstica no es
una superstición religiosa en la vida, no es un rito
anacrónico o simplemente mnemónico, sino que es
el signo central de la fe cristiana, en el cual se realiza y se manifiesta concretamente, aunque en forma
mistérica, la recapitulación de toda la actividad humana en la mediación litúrgica del Señor resucitado, para que así se cumpia "en realidad el designio
del Creador, quien creó al hombre a su imagen y
semejanza, pues todos los que participan de la naturaleza humana, regenerada en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de
Dios, podrán decir: "Padre nuestro" (Ad. G., 7) 16.
" üe pueden encunírar varias afirmaciones cunciliares para fundamentar un mayor desarrollo de la riquísima ducirina litúrgica según la visión iiuuieiitaniemaria en nuestro ailituiu ujiteriormente recordado de "Mensaje", agosto 1966.
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