Entrevista con Raúl Sánchez - Plaza de Toros de Las Ventas

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ENTREVISTA
Raúl
Sánchez:
“Me hubiera gustado ver
a las
figuras con los toros que yo mataba”
“En un mundo, como el taurino, que tanto se presta a la injusticia, pocas han sido tan gratuitas e indignantes como las que
ha tenido que padecer Raúl Sánchez. He aquí a un torero que todos los años aparece unas cuantas tardes en Las Ventas, frente a corridas de esas que nadie quiere por su catadura y trapío, y les planta cara, se arrima como un león, domina, incluso
triunfa. Y, sin embargo, sistemáticamente, se le descalifica, se le cita como paradigma de la tosquedad … Hubo, entre varios
atragantones, un natural angustioso, pues el cobaleda se le quedaba en el centro de la suerte, estuvo a punto de cogerle, pero
el talaverano aguantó, enceló, obligó y consiguió vaciar con absoluta limpieza. En aquel pase, un escalofrío recorrió los tendidos, y se coreó con los murmullos propios de los grandes acontecimientos”. El País, Joaquín Vidal, 2 de octubre de 1979.
Texto: José Ignacio de la Serna Miró
Fotos: Botán
Nací en San Román de los Montes, cerca de
Talavera de la Reina, pero a los siete años me
vine con mi hermano a la ciudad. En Talavera vivía como si mi familia tuviera dinero.
En ese sentido fui un privilegiado, porque
me dieron la oportunidad de estudiar, además en un colegio de categoría, no te creas,
en el Cervantes, pero ni servía ni me gustaba. Yo era un analfabeto, como suele decirse. Cuando cumplí los trece decidí marcharme a casa de mi hermana a Madrid, a
trabajar. Allí hice de todo, incluso trabajé en
el Corte Ingles, pero enseguida me echaron.
Entré por enchufe, porque en esta vida casi
todo son favores, pero duré quince días. Mis
padres, Perfecto y Emiliana, eran labradores, gente de campo, humilde, sencilla y trabajadora.
Pregunta | ¿Le echaron?
Respuesta | Estaba harto de repartir paquetes a domicilio y una mañana tuve una
bronca con el encargado, uno que mandaba
más que ninguno, y la cosa acabó en las manos. El tío me llevaba de cabeza. Me montaba
en una furgoneta, me soltaba en una esquina
y una vez allí me pasaba el día subiendo y bajando escaleras.
Serían unos empujones…
Le pegué dos hostias en el morro, le puse la
boca así y me despidieron. Tenía catorce años
y mucho carácter. Luego entré en un taller de
coches, como aprendiz de mecánico electricista, y eso sí me gustaba. Le poníamos agua
del grifo a la batería de los coches y le decíamos a los clientes que era destilada, figúrate. Cerca de allí vivía don Máximo García
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de la Torre, entonces cirujano de la plaza de
toros de Las Ventas, y aunque con el tiempo
nos hicimos amigos, creo que a don Máximo
también le pusimos agua del grifo…
¿Y la afición?
Eso fue algo más tarde. Pero la verdad es
que no sé ni cómo ni por qué decidí ser torero. Sólo recuerdo que cuando me quise
dar cuenta ya estaba metido en el lío y, además, con ganas. Empecé a ir a los toros a Las
Ventas y poco a poco fui conociendo a otros
chavales que también querían ser toreros.
Los sábados bajábamos a la Casa de Campo
a entrenar, en metro, y por allí andaban
los hermanos Girón, que llegaban montados en un Jaguar que era la rehostia. Pero
en mi casa ni había afición ni querían oír
una palabra del tema, ni siquiera mi hermano mayor, Restituto, que luego fue la
persona que más me ayudó, aunque al principio se opuso. Es curioso, pero cuando quería ser torero, por las noches me acostaba
dándole vueltas al coco, pensando si tendría
el valor suficiente para descabellar a un
toro. Desde el tendido, como aficionado,
me sentía capaz de todo, menos de descabellar, me parecía imposible. Qué cosa tan
rara, ¿verdad?
Sobre todo sabiendo que años más tarde
la afición de Madrid le llamaba “Legionario de Las Ventas”.
Pero a mí ese apodo no me gustaba. Yo era un
torero, no un legionario. Sin embargo, como
sabía que lo decían con admiración y respeto no me molestaba. En aquellos años, según la prensa, Raúl Sánchez se dejaba matar.
Y te aseguro que no era ningún ‘chalao’. Tendría más o menos arte, que ahí no me meto,
pero en saber torear, no tenía que envidiar
nada a nadie. No hubo un solo periodista
que me tratara mal. Ninguno. Y les estoy
agradecido, porque supieron valorar mi esfuerzo. El que mejor me trató fue Joaquín Vidal. Me hizo crónicas maravillosas.
Empezó a torear en las capeas.
Me tiré muchos años en las capeas de los
pueblos, toreando vacas viejas, fuertes y astifinas, que no tenían un pase. ¡Sabían siete
u ocho idiomas! Aunque eso me daba igual
porque, modestia aparte, siempre daba la
cara. Me ponía delante de todas. Pero, ojo, había que tener dos cojones, hablando guarramente. Luego mis compañeros pasaban el
guante y nos ganábamos unos duros, para sobrevivir. Pero yo nunca lo hice. Me daba vergüenza. Lo mío era justificarme, con la vaca
toreada o sin torear, y aguantar volteretas,
pero jamás di una vuelta al ruedo con un capote pidiendo limosna, eso lo hacían otros.
¿Cuestión de dignidad?
Vergüenza y dignidad, las dos cosas.
¿Cómo reaccionaba ante las volteretas?
A mí sólo me preocupaba estar bien y no hacer el ridículo. Lo demás no me importaba.
Incluso luego de matador, antes de torear, lo
único que me pesaba era la responsabilidad, aunque reconozco que pasaba mi
‘rato’. ¿Miedo?, nunca. Desde el principio
entendí que las volteretas y las cornadas
eran un tributo que tenía que pagar si quería ser torero. Si no me cogían los toros mejor para mí, pero era algo que tenía asumido. Pero ¿correr delante de un toro?,
jamás. Antes quemo el capote y la muleta y
me voy a casa.
”H
e pegado
muletazos
tan buenos
como el que más,
pero a perros,
a toros que
nadie quería”
¿Fue torero por afición o por necesidad?
Fui torero por vocación y por afición, no
por dinero. Sabía que si triunfaba en el
toro tendría un medio de vida que me permitiría comprarme un buen coche, una
buena casa y cosas por el estilo, pero nada
más. Esa no era mi motivación. Yo no pensaba en el dinero. A mí lo que de verdad me
gustaba era torear y como además interiormente me veía con el valor necesario
sabía que no me iba a rajar. Me he jugado la
vida todas las tardes y he pegado pases tan
buenos como el que más, pero a perros, a
toros que había que tener dos cojones bien
puestos para ponerte ahí y aguantarlos. Eso
tenía más merito que los borregos que mataban otros, aunque el borrego también
puede pegarte una cornada, no sé si me entiendes. Pero yo me enfrentaba a toros con
más de seiscientos kilos, cinco años y del
‘tío picardías’, como decimos los taurinos.
Si de algo puedo presumir es de haber sido
honrao.
¿Y el oficio y la técnica?
Antes la técnica no tenía la importancia de
ahora. No había escuelas, ni nada. Como
mucho te aconsejaban, pero poco más.
Aprendías a base de porrazos, de lucha. Hoy
los chavales de doce o trece años están más
toreados y tienen más oficio que yo a los
veinticinco. Pero que no te quepa la menor
duda de que yo conocía el oficio y sabía torear. Era un buen profesional. La prueba es
que arrimándome como me arrimaba he sufrido muy pocas cornadas a lo largo de mi
carrera, y eso quiere decir algo. En 1968 un
novillo de Ángel Rodríguez me partió la femoral en Barco de Ávila. La enfermería era
un desastre, así que después de taponarme
la herida como buenamente pudieron el médico aseguró que si no me llevaban urgentemente al Hospital General de Ávila Raúl
Sánchez no llegaría vivo a Madrid. Mira,
cada vez que lo cuento lloro…
Continúe…
Afortunadamente, o cosas del destino, un
tío que estaba en el tendido le echó dos cojones. Se percató de la situación y se ofreció
a llevarnos en su coche. Era un coche americano que corría como el demonio y sin
pensarlo dos veces salimos zumbando a Madrid. Llevaba una mano en el volante y la
otra en el claxon, haciendo filigranas, adelantando como un loco y tan rápido que te
juro que pensé que nos matábamos. El
puente de Guadarrama era de doble sentido
y como además era domingo y fin de mes había un atasco horroroso. Aquello parecía
una persecución de policías y ladrones.
Cuando entré en el hospital casi había perdido el conocimiento. No era capaz de distinguir a un burro de una persona. Aquel tío
se jugó la vida por salvar la mía. Era de Tenerife. Luego en Las Palmas de Gran Canarias le brindé un toro, pero después no he
vuelto a saber nada de él. En el 77 un toro de
Alfonso Sánchez Fabrés me pegó otra cornada muy gorda, en Talavera.
Toreó poco de novillero.
Muy poco, me apoderaba mi hermano y
como no era un taurino ni conocía este
mundo le costaba mucho trabajo hacer una
novillada. Pero fui torero gracias a él, porque si no me hubiera aburrido antes. Debuté sin picadores en Madridejos en 1960 y
con caballos tres años más tarde en Arenas
de San Pedro, en Ávila. En 1964 me presenté
con éxito en la plaza de toros de Vista Alegre, en el madrileño barrio de Carabanchel,
donde llegué a actuar cinco tardes. El 17 de
marzo de 1968 por fin toreé en la Monumental de Las Ventas, con novillos de Miguel
Zaballos, y di dos vueltas al ruedo. Me repitieron tres días más tarde, pero uno de Sotillo Gutiérrez me echó mano. Ese año también me encerré en solitario con seis
novillos de Eugenio Lázaro en Talavera y
corté seis orejas y un rabo. Pero aquellos
primeros triunfos no me sirvieron de nada.
Estuve más de diez años batallando, hasta
que tomé la alternativa.
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ENTREVISTA
El 25 de julio de 1971 Ángel Teruel le cedió los trastos en presencia de José Luis
Parada, en Talavera de la Reina.
Y me entretuve en cortar cuatro orejas y dos
rabos. La corrida fue de Cortijoliva, una tía.
Tras la alternativa toreé siete u ocho corridas
en los pueblos, pero cuando llegó la feria de
mi tierra me dejaron en la calle. Mira, yo no
soy listo, pero tonto tampoco, y un torero
que corta cuatro orejas y dos rabos a una de
Cortijoliva, una de dos, o la gente le quiere
mucho o ha estado muy bien. Y las dos opciones valen. Porque si la gente me quiere,
digo yo que irán a verme la plaza, o ¿no? Estaba anunciado El Cordobés pero a última
hora se cayó del cartel y el público devolvió
las entradas. Entonces me llamó Felicísimo
Tejedor, dueño de la plaza y ‘botones’ de Manolo Chopera, y me ofreció la corrida. Nos
entrevistamos en casa de mi hermano.
“Coño ‘Resti’, te juro que queríamos poner a
tu hermano, pero el cartel ya estaba hecho
y mira ahora lo que nos ha pasado…” le dijo.
Felicísimo estaba acojonado. Cuando llegó la
hora de hablar de dinero mi hermano, que
ya he dicho que no era un taurino, le dijo
que lo dejaba a su conciencia. Pues bien,
sustituyo a El Cordobés, cortó otras cuatro
orejas y dos rabos, pongo el cartel de ‘no
hay billetes’, yo, no los otros, yo, y ¿sabes
cuanto me pagó? ¿Echa un cálculo? Nos enteramos de que si Benítez acababa el papel
cobraría un millón cien mil pesetas, en el
año 71. Yo acabé el papel y el tío me pagó
¡ciento veinticinco mil pesetas! Es una espina que tengo clavada.
Vámonos a la Monumental de Las Ventas.
En Madrid he toreado cuarenta tardes y he
cortado cinco orejas. Una vez me anunciaron
con una corrida de Jesús Trilla tan terrorífica
que la empresa decidió desembarcarla unos
días antes en el ruedo para que el público la
viera, imagínate cómo era. Confirmé la alternativa el 4 de junio de 1972 y le corté una
oreja a un toro de Ricardo Arrellano y Gamero. Me repitieron un mes más tarde y
corté otra oreja a uno de Celestino Cuadri.
Ese año toreé cuatro tardes en Las Ventas y al
año siguiente otras cuatro. Pero tampoco me
sirvió, bueno sí, para volver a Las Ventas con
otro corridón de toros, pero no para entrar
en las ferias y sumar festejos. Toreaba unas
quince corridas por temporada.
Entonces hablemos de los apoderados.
Durante un tiempo me hizo las cosas Máximo Robledo, que era un chufla, después
Guillermo Marín, que fue como un padre
para Antonio Bienvenida, además de haber
sido su peón de confianza. Pero Guillermito
no tenía fuerza. Por mediación de Joaquín
Rodríguez, ganadero de Cortijoliva, hubo un
acercamiento con el crítico taurino don Gregorio Corrochano, pero luego la cosa no
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cuajó. También me llevó Ramonedo, de la
casa Chopera, aunque el que de verdad me
ayudó fue mi hermano. Con José Luis Marca
también tuve un fuerte enganchón, cuando
Marca no era nadie en el toro. Después de firmar un contrato abrió un pub en Zaragoza y
se marchó. No me hizo ni caso. Decía que
para romper el contrato tenía que pagarle
¡quinientas mil pesetas! Claro, hasta que un
día mi hermano lo agarró del cuello y todo se
arregló. Ahora recuerdo que también me habló El Pipo, pero no quise y con el tiempo me
arrepentí. Decía: “talaverano, con tus cojones
y mi cabeza te hubieras hecho el amo del
mundo”.
1974 fue su mejor año en Madrid.
Hice el paseo en cinco ocasiones y corté tres
orejas. El 1 de octubre, por percance de mis
compañeros, maté cinco toros de distintas
ganaderías. Fue una limpieza de corrales.
Una de esas tardes de frío, viento y agua en
Madrid. En el cuarto ya estaba loco. A las figuras, escúchame bien, a las figuras me hubiera gustado verlas con las corridas que yo
mataba. Porque en Las Ventas, de Charco
Blanco, de Cortijoliva, de Camaligera, del
Marqués de Villagodio, de Moreno de la
Cova, de Prieto de la Cal, de García Romero
o de Luciano Cobaleda he matado unas
cuantas. Se las echabas a los perros y no las
querían, de lo duras y malas que eran. Una
tarde al acabar el festejo don Livinio Stuyck,
que entonces era empresario de Madrid, me
dijo que aunque le daba vergüenza confesarlo quería que supiera que acababa de matar un toro con 726 kilos, de Luis Albarrán,
pero que no se habían atrevido a ponerlo en
la tablilla.
Lo de Camaligera suena a ‘hule’, ¿cuál
era su encaste?
¡Ni idea! Yo no sabía nada de encastes y además no me preocupaba. A mí me llamaban
para torear y toreaba. Ni preguntaba.
¿En Madrid le quedaba dinero?
Algo quedaba. Poco, pero ganaba mi dinerito.
Repasando su admirable trayectoria en
Las Ventas observo con asombro que de
las cuarenta tardes que toreó en Madrid
tan sólo dos fueron en la feria de San Isidro. ¿No sabía decir no?
Nunca dije no, y quizás me equivoqué.
Jamás me negué a torear en Madrid, con la
corrida que fuera y cuando fuera. Me parecía mal quitarme de en medio. Eso no es de
toreros.
Deduzco que fue demasiado fácil para
las empresas, un comodín.
Seguramente, y como además nunca estaba
mal, les salía rentable. Me llamaban antes y
después de San Isidro pero cuando llegaba la
feria se olvidaban de Raúl Sánchez. Por eso
digo que me hizo falta un apoderado serio a
mi lado, que supiera hacerme valer, que
fuera capaz de defender mis intereses y sobre todo que supiera rentabilizar mi esfuerzo delante del toro. Pero estaba solo.
Cuando no me ponían me callaba, me jodía
y me aguantaba
¿Existía en aquellos años un circuito de
corridas duras tan consolidado como
ahora?
No, no, como ahora no. Ni tampoco había eso
que llaman ‘especialistas’ en corridas duras.
Hoy hubiera dado varias veces la vuelta a España y habría toreado en todas las ferias de
San Isidro. Antes se daban menos corridas y
sólo toreaban las figuras.
¿Hacía vida de torero?
Sólo vivía para mi profesión. Me preparaba a
conciencia y hacía mucho campo. Aunque tenía mis vicios, entiéndeme. En aquella época
decían que ‘eso’ era malo, pero estaba tan
fuerte que a mí no me hacía ‘efecto’. Tampoco entonces los chavales estábamos tan espabilados como ahora.
que hacerse empresa, que Jaime Ostos, al
que todos llamaban Corazón de León, se tiró
tres veces de cabeza al callejón. Y mira que
Ostos ha tenido los cojones bien puestos. En
otra ocasión, no recuerdo donde, tuvieron
que prenderle fuego a una alpaca de paja
para que un toro saliera de los chiqueros.
Era de un ganadero de por ahí, de Jaén.
Cuando terminó la corrida le dije al matador de toros José Ruiz Calatraveño que ni
por un millón de pesetas me ponía delante
de otro. Poco después, en Consuegra, maté
una del mismo hierro y el Calatraveño, que
era muy amigo, me preguntó en el callejón:
“¿Maestro, ha cobrado usted ya el millón de
pesetas?”.
¿En qué se equivoco Raúl Sánchez para
no ser una figura del toreo?
No lo sé. De verdad que no lo sé. Pero en algo
fallaría, seguro. Quizás fue mi carácter, porque yo siempre daba la cara.
”L
a prensa
decía que
Raúl Sánchez
se dejaba
matar”
En aquellos años hubo una ganadería de
gran predicamento para un sector de la
afición de Madrid que causaba verdadero
terror: Luciano Cobaleda.
De esa también maté unas cuantas. Salía malísimo. Eran como sardinas, pero tenían dos
‘petacos’ que no cabían por esa puerta. Un
día, con Antonio, Ángel Luis y Juanito Bienvenida fuimos a tentar a lo de Juan Antonio
Álvarez, porque entonces Ángel Luis y Juanito
apoderaban al novillero Felipe Garrigues y a
Joaquín Bernadó. Como el ganadero no tenía
plaza de tientas nos fuimos a lo de Luciano
Cobaleda y al terminar alguien propuso ver
la corrida que tenía preparada para Madrid,
pero nadie habló de fechas. Mira, cuando llegamos al cerrado donde pastaban los toros
Antonio hizo así y ni se bajó del coche. Sólo
exclamó desde la ventanilla: “¡Madre de
Dios!”. Yo andaba con la mosca detrás de la
oreja porque casi siempre mataba la primera de la temporada en Madrid. Total, que le
pregunté a Juanito: “¿Juan, esta no será la primera de la temporada en Las Ventas?”. “No
hombre, no, si tú eres como de la casa,
Raúl, y además torea contigo Bernadó. ¿Cómo
vamos a anunciaros con esta corrida?”, me
contestó. Y tararí tararí, la de Luciano Cobaleda para Joaquín Bernadó, Raúl Sánchez y
Antonio Rojas, que confirmaba la alternativa. Apoyado en la tapia, mientras veía los toros, pensaba “joder, pobre desgraciado el que
tenga que ponerse delante de uno de estos”.
Era terrorífica. El primero de la tarde mandó a Rojas a la enfermería. “No querías caldo Raúl, pues toma, tres tazas”, me dije.
…
Recuerdo una de Victorino Martín en Toledo, cuando Victorino empezaba y tenía
¿Qué piensa de los llamados toreros de
arte?
¿Arte, de qué?, ¿de torear cuatro o cinco toros
por temporada? Escucha, si yo tengo mucho
arte pero sólo soy capaz de aprovechar cinco
toros en toda la temporada yo soy una puta
mierda para mí. Prefiero un torero con menos arte que le saque faena al ochenta por
ciento. El que se viste de luces tiene la obligación de jugarse el pellejo para respetar a
un público que ha pagado una entrada. Eso
de pegar tres pingüis por aquí y tres por allá,
de matar al toro y de decir hasta luego a esperar a que salga el bueno, no entraba en mis
cálculos.
En agosto de 1982 el ya desaparecido periodista del diario ABC, Luis García, con
motivo de una de sus épicas tardes en
Las Ventas le preguntó si guardaba rencor a alguien, y usted contestó: “Mucho y
nada. Pero tengo memoria”. Con la perspectiva que da el tiempo, le preguntó de
nuevo ¿guarda rencor a alguien?
Verás, me retiré en Talavera en 1989 y fue
como quitarme un peso de encima. Algunos prefieren seguir en esto sólo por no
trabajar. Pero estar aquí para torear una o
dos al año es pedir limosna, coño. ¿Toda la
vida pegando bandazos?, no hombre, no.
Ahora, taurinamente hablando, me da
todo igual. Han pasado muchos años. Además, si le guardaba rencor a alguien ya se
ha muerto.
A lo mejor no…
Seguro que sí. Yo sé quiénes son.
¿Es ingrato el toreo?
Mucho… Quise ser torero y me quedé a mitad
de camino. Pero tengo la conciencia tranquila. Más no pude dar.
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