síndrome de inatención-hipercinesia en la infancia

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ORIGINALES
Rev. Logop., Fon., Audiol., vol. VII, n.º 4 (205-212), 1987
SÍNDROME DE INATENCIÓN-HIPERCINESIA
EN LA INFANCIA
REVISIÓN CONCEPTUAL
Por J. Narbona García
E
L Síndrome
Hipercinético Infantil (SHI), o
Trastorno por Déficit de Atención (TDA)
o Disfunción Cerebral Mínima (DCM), es
objeto de discusión en cuanto a sus límites nosológicos, a los mecanismos etiopatogénicos que lo sustentan y a la efectividad real de los recursos terapéuticos
disponibles (Taylor 1986). La prevalencia de este
síndrome en la población escolar, considerando sólo
su forma «masiva», oscila en torno al 1% según estudios de diversos países (Rutter y cols. 1976, Gillberg
y cols. 1982, Farré y Narbona 1985) y los sujetos del
sexo masculino son afectados mucho más frecuentemente que los del femenino en proporción 4:1.
Las denominaciones que el cuadro ha recibido son
muy diversas: algunas hacen referencia a la supuesta
base neurológica alterada (disfunción cerebral
mínima) haciendo frente a las teorías psicogenéticas
que fueron invocadas en un principio a partir de las
escuelas psicoanalíticas; otras denominaciones aluden a la sintomatología predominante (déficit de
atención, conducta hipercinética, torpeza motriz,
etcétera). En cualquier caso, para la individualización de este síndrome es de todo punto necesario
tener en cuenta los siguientes principios:
1.º Las características clínicas que configuran el cuadro son primariamente constitutivas de él, y no
secundarias a otros trastornos de base. La deficiencia mental, las depresiones y las psicosis infantiles cursan muchas veces con déficit de atención y/o hipercinesia como síntomas colaterales
de un núcleo psicopatológico, cognitivo y conductual diferente al del cuadro que aquí nos
ocupa. Se admite que el cociente de inteligencia
debe ser normal o límite y, en todo caso, por encima de 70. No obstante, pueden asociarse déficit específicos del lenguaje, de la lectoescritura,
etcétera.
2.º Los rasgos clínicos de hiperactividad, hipercinesia, torpeza, etc., han de observarse congruentemente en los distintos ambientes: familiar, escolar, médico, etc. A este respecto es preciso
señalar que, con buen criterio, la escuela británica (Rutter, 1981; Taylor, 1986) ha insistido recientemente en la necesidad de ceñir el diagnóstico de TDA o SHI - DCM a los casos «masivos»,
dejando a un lado las hipercinesias «situacionales» (sólo en la familia, o en la escuela, etc.), que
no son la mayor parte de las veces sino la expresión de un desajuste emocional-conductual con
determinado entorno cuyos límites de permisividad y tolerancia son muy variables; sólo los casos
de hipercinesia e inatención «masivas» pueden
atribuirse a un factor constitucional, biológico, y
serían los que verdaderamente cumplan el siguiente requisito para su individualización como
entidad distinta.
3.º Existe una disfunción neurológica demostrable a
través de pruebas que indican la capacidad de integración perceptivo-motórica; sólo en algunos
Correspondencia: Unidad de Neurología Infantil. Departamento de Pediatría y Neurología. Clínica Universitaria y Facultad de Medicina. Universidad de Navarra. Pamplona.
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ORIGINALES
casos se evidenciará daño anatómico a través de
exámenes tales como la TAC o la RNM.
4.º La agrupación sindrómica en conjunto y, sobre
todo la hipercinesia, tienden a mejorar espontáneamente con la edad; es decir, se trata de una
patología del desarrollo, sustentada en la disfunción de un cerebro que se halla completando su
proceso madurativo.
Estas precisiones evitarán el empleo de la etiqueta
diagnóstica TDA - SHI - DCM como «cajón de sastre» para calificar en forma indiscriminada a un sinnúmero de trastornos de conducta con más o menos
disruptividad sobre el entorno y/o fracaso escolar
que no son, la mayoría, verdaderos TDA - SHI DCM; una cuidada selección de los casos ciertamente TDA - SHI - DCM, con arreglo a los criterios
antedichos, es asimismo necesaria para juzgar la eficacia específica de los fármacos psicoestimulantes y
de los tratamientos psicológicos preconizados como
útiles (Sandberg, 1985).
CUADRO CLÍNICO
El niño típicamente afecto de TDA - DCM masivo suele ser llevado a consulta por una conducta hipercinética («no está quieto un momento», «molesta
a todo el mundo», «en clase se levanta continuamente de la silla»); tal exceso de actividad es estéril
en su mayor parte y desorganizado; en muchos casos,
aunque la consulta se produzca al inicio de la escolaridad, ya hay noción retrospectiva de hipercinesia en
edades más tempranas e incluso, con cierta frecuencia, se señala una irritabilidad excesiva y aparentemente inmotivada durante el primer año de vida. En
muy pocos casos el niño no es hiperactivo sino, por
el contrario, adinámico, aparentemente apático
(Laufer y Shetty, 1980; DSM - III).
Otro rasgo cardinal es un defecto para centrar la
atención, tanto en la prosecución de una misma actividad durante el tiempo necesario para completar su
objetivo como en la discriminación y selección de
datos relevantes e irrelevantes para la tarea en
curso.
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Este defecto de atención, que para los autores norteamericanos (DSM III, 1980) sería el problema básico del síndrome, ocasiona defectos específicos cognitivos y de rendimiento escolar a pesar de un nivel de
inteligencia normal.
Se discute, no obstante, la importancia real que el
déficit de atención posee en el fracaso escolar de este
tipo de sujetos (Fleisher y cols., 1984) y hay autores
(Weithorn y cols., 1983) que colocan en un primer
plano a la impulsividad cognitiva en las tareas académicas, concediéndole mayor importancia que a la hipercinesia y a la falta de atención.
La conducta cotidiana y la observación clínica de
estos niños revelan por lo general una torpeza motora, una dispraxia del desarrollo. Son niños con dificultad para abrocharse botones o manejar los cubiertos a una edad en la que deberían hacerlo
correctamente; su actividad motora gruesa (carrera,
salto, deportes en general) es también desaliñada,
torpe. Esta característica los pone en situación de inferioridad entre los de su grupo etario, no son bien
aceptados en el juego y pierden sistemáticamente o
quedan al margen de las actividades ludicocompetitivas propias de la edad escolar.
El fracaso ante los compañeros, ante los requerimientos escolares y ante las exceptativas parentales
(y aquí entra en juego el mayor o menor margen de
tolerancia que el entorno posea), los repetidos mensajes de reproche o de descalificación y las lagunas
cognitivas e incluso lingüísticas que muchas veces se
asocian provocan un acúmulo de autoconceptualizaciones negativas y culpabilizantes. Aquí se cierra el
círculo patológico, añadiéndose un desajuste psicoafectivo, muchas veces de cualidad depresiva (Nissen,
1983) que retroalimenta el trastorno de conducta; en
esta fase puede llegar a ser difícil diferenciar lo que
es constitucional, «somatógeno», y lo que es psicorreactivo en la conducta del paciente.
DIAGNÓSTICO
Sentar formalmente el diagnóstico de TDA - SHI DCM masivo-constitucional frente a otros cuadros
comportamentales o deficitarios que se acompañan
de inatención-hipercinesia, y frente a los cuadros de
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TABLA I. — Síndrome DCM-TDA-SHI en el escolar del ciclo
inicial
Presentación clínica
Diagnóstico
- Conducta hipercinética desde siempre (normo o hipocinética 5-10 % casos).
- Conducta y estilo cognitivo
impulsivos.
- Atención lábil, dispersa.
- Anamnesis.
- Cuestionarios: Conners,
Gilberg...
- Tests de estilo cognitivo: Semejanzas y diferencias de
Thurstone-Yela, Laberintos de Porteurs, Apareamientos de Kagan, memoria
dígitos WISC.
- Torpeza perceptivo-motriz.
- Examen neurológico: signos
suaves (Prechtl, Town, López-Mendía).
- Tests: Bender, figura Rey,
cubos Kohs.
- Bajo rendimiento académico con CI normal o límite.
- Informe de los profesores.
- Pruebas específicas de lenguaje, lectoescritura, cálculo.
- Autoconcepto negativo.
- Trastornos afectivos secundarios.
- Retroalimentación del trastorno de conducta.
- Anamnesis.
- Entrevista «fenomenológica» con el sujeto.
- Pruebas proyectivas.
hipercinesia «situacional» no es tarea fácil. En la tabla I se esquematizan las características clínicas y los
métodos de confirmación diagnóstica.
En primer lugar, es preciso informarse acerca de la
conducta del niño utilizando criterios precisos; para
ello se han creado diversos cuestionarios a contestar
por padres y profesores de los que se extrae una puntuación que nos sirve de medida aproximada y nos
permite objetivar la concordancia o discordancia entre las opiniones de los adultos que juzgan al sujeto
en distintos ámbitos. De entre los citados instrumentos, los más útiles y conocidos son el de Gillerg y
cols. (1982), y el de Conners (1969, 1975), construidos en Suecia y Australia respectivamente. Ambos
tienen adaptación y baremación para países latinos:
el primero ha sido adaptado por Del Giudice y cols.
(1985) en escolares napolitanos, y el segundo ha sido
objeto de adaptación y validación en niños pamplo-
neses por Farré y Narbona (1985, 1987). En lo que
respecta al factor «hipercinesia» nuestra adaptación
del cuestionario de Conners sitúa la puntuación de
riesgo por encima de 18 (siendo el rango de puntuación 0 a 30), posee correlación significativa entre la
información de padres y la de los profesores y su validez es alta empleando como criterio de contraste
las calificaciones académicas de fin de 2.º curso de
EGB. El cuestionario de Zentall (1984) posee, además, la particularidad de medir la hiperactividad del
sujeto en distintas situaciones dentro del mismo
campo de observación por parte del adulto; así, los
padres han de contestar a preguntas que hacen referencia a la conducta del niño a la hora de la comida,
del juego con sus hermanos, del aseo, de las salidas
familiares, etc., y los maestros han de observar la
conducta del sujeto en el patio del colegio, en el aula,
en las excursiones, en las competiciones, etc. Las opiniones procedentes de los niños compañeros del sujeto que se explora se pueden objetivar mediante
procedimientos sociométricos (índices de popularidad, rechazo, etc.). Estos métodos son simple complemento de una anamnesis bien realizada y no la
sustituyen en absoluto; su mayor utilidad reside en
la posibilidad de cuantificar el grado en el que la conducta del niño se desvía de lo esperable a su edad, en
comparar las apreciaciones de diversos entornos y
en poder objetivar los cambios conductuales que se
produzcan con las intervenciones terapéuticas eventuales.
El examen neurológico no descubrirá, por lo
común, anomalías mayores, pero sí se constatarán,
las más veces, signos «suaves» de disfunción neurológica subyacente: impersistencia motriz en la lengua o
en los segmentos distales de los miembros, falta de
equilibrio, paratonía, disdiadococinesia, falta de segmentación motriz con exceso de sincinesias, nivel
bajo de estereognosia o de esquema corporal, etc.
Towen (1987) ha aportado una batería muy completa, aunque excesivamente larga, de «signos suaves»
para el niño con Disfunción Cerebral Mínima. Más
recientemente, López Mendía y Narbona (1978) han
propuesto una batería integrada de fácil aplicación,
compuesta de diez ítems puntuables de 0 a 4; se considera anómala una puntuación global superios a 23
y/o una puntuación parcial superior a 2 en más de
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ORIGINALES
2 ítems. Campos Castelló y cols. (1980) encontraron
que, como grupo, los niños con Disfunción Cerebral
Mínima poseen un perímetro craneal significativamente inferior al de la población media, aunque no
se ha constatado microcefalia franca en ningún caso.
Es preciso realizar un diagnóstico factorial de las
capacidades cognitivas del niño a través de tests específicos de inteligencia general, aptitudes psicolingüísticas, capacidad de lectura y escritura, cálculo,
memoria verbal y visual a corto y largo plazo, etc.
Por supuesto que las informaciones de los profesores acerca del rendimiento académico del niño en
las distintas áreas de instrucción constituyen un elemento fundamental en la configuración del diagnóstico.
No hay que olvidar la dinámica emocional del
niño, su autoconcepto, su estado de ánimo; acercarnos fenomenológicamente (De Negri, 1979) a esta
persona entera que, por discapacidad instrumental,
posee menores posibilidades de adaptación a un entorno que, la mayor parte de las veces, es vivenciado
como hostil.
El EEG convencional no es un elemento importante para el diagnóstico, ya que en la cuarta parte de
los casos es completamente normal y, en el resto,
aparecen actividades dismadurativas (es decir, que
desaparecen con el paso de los años) de diversa
índole, todas ellas inespecíficas: ondas lentas posteriores, paroxismos lentos hipersincrónicos occipitales u occipitotemporales, escasa sincronización e hiporreactividad del ritmo de base. En nuestro estudio
con Martín de Agar (1977), estas anomalías funcionales dismadurativas se presentaron con una frecuencia altamente significativa (p < 0,001) considerando un grupo experimental de 36 sujetos de 6 a 13
años con signos clínicos de síndrome de inatenciónhipercinesia frente a un grupo control de sujetos normales homologados en edad y sexo.
Mediante análisis computadorizado de frecuencias
y construcción de mapas neurofisiológicos cerebrales, se han mostrado diferencias significativas entre
niños DCM y grupos control durante tareas cognitivas de diversa índole (Prichap y cols., 1984).
La TAC cerebral muestra anomalías estructurales
en el 28-25 % de niños con DCM (Caparulo y cols.,
1981; Bergström y cols, 1984).
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ETIOPATOGENIA Y FISIOPATOLOGÍA
Dejando a un lado las influencias psicoambientales
evidentes en los casos de TDA - SHI «situacional» y
también considerables, aunque de forma secundaria,
como se ha visto, en el TDA - SHI «masivo», merece
aquí la pena centrar nuestro interés en las bases neurobiológicas del cuadro.
Tímidamente se empezó, hace unos cuarenta anos
(Strauss y Lehtinen, 1947), por hablar en estos casos
de «lesión cerebral mínima» porque no existían signos claros de «encefalopatía» aunque se presumía
que «algo no iba bien» en el SNC, y se estableció
poco después el concepto del «continuum causal»
(Knoblock y Pasamanick, 1950) según el cual una
determinada noxa, dependiendo de su intensidad y
de la susceptividad del sujeto, ocasionaría lesiones
cerebrales expresadas clínicamente por parálisis cerebral infantil o por deficiencia mental, en un extremo, y, en el otro, daría origen a mínimas lesiones,
no demostrables en vida del paciente sino a través de
«signos suaves». A continuación se adoptó generalizadamente la etiqueta de «disfunción cerebral
mínima» que ya había sido acuñada por Goldstein en
1936 y que prevalece en la actualidad para aludir a la
base orgánica de este síndrome neurocomportamental.
La atención selectiva depende de un mecanismo
de filtraje estimular, por parte de la sustancia reticular activadora ascendente (SRAA) a nivel talámico y
rinencefálico. El cerebro está continuamente sometido a una gran diversidad de estímulos: unos son reiterativos y otros novedosos; unos son irrelevantes y
otros relevantes para la tarea en la que el sujeto está
empeñado en un determinado momento. Según la hipótesis de Vinogradova (1975), cuando una información atraviesa el circuito informacional límbico de
Papez y no encuentra una huella mnésica en el córtex, se activa la región CA - 3 del hipocampo y ésta, a
su vez, activa la SRAA talamocortical favoreciendo
la entrada de dicha información; si el dato es reiterativo o irrelevante para la tarea actual, la región CA 3 no se activa y el SRAA no favorece el paso de dicha información hacia la corteza, es decir, la «filtra».
Es más, existen mecanismos de control corticotalámicos mediante los cuales, cuando un área determi-
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nada de la corteza, por ejemplo la de recepción e integración visual, está realizando una tarea específica,
inhibe la SRAA talámica que proyecta sobre otras
áreas (auditiva, táctil, etc.). Además de esta atención
selectiva existe una modalidad de atención global
cuando se anuncia una tarea. Por otra parte, no debe
confundirse atención con alerta (Rapin, 1982); los
niños con DCM suelen tener un alto estado de alerta
que incluso les condiciona en algunas ocasiones dificultades para dormir y, sin embargo, poseen una deficiente atención. Los hallazgos incipientes de los
métodos cartográficos cerebrales (Prichap y cols.,
1984) atestiguan la inmadurez de los mecanismos
atencionales en los niños con DCM. Mediante el test
de apareamiento de figuras familiares de Kagan
(1965) se han conseguido abundantes demostraciones experimentales a favor de que, aparte el defecto
de atención selectiva, el niño con DCM tiene un estilo cognitivo impulsivo, no reflexiona suficientemente antes de dar sus respuestas, y esto ocasiona
gran parte de su bajo rendimiento académico (Weithom y cols., 1984).
La depleción en catecolaminas del cerebro de ratones mediante la administración de 6 - HODA motivó una conducta hipercinética, una falta de atención
y una incapacidad para el aprendizaje en laberintos
experimentales (Shaywith y cols., 1976); dicha situación volvió a la normalidad administrando anfetamina a los animales. Este interesante experimento no
hizo sino confirmar la hipótesis bioquímica que, por
observación clínica y ensayos farmacológicos previos, se había elaborado para explicar la DCM en humanos: una insuficiencia de catecolaminas en el cerebro de los niños con TDA - SHI - DCM sería la
clave fisiopatológica; de ahí el empeoramiento
clínico del cuadro con dosis moderadas de neurolépticos y su mejoría con psicoestimulantes agonistas de
las catecolaminas. Más recientemente, una excreción
urinaria de feniletilamina (PEA) disminuida en niños
con DCM ha sido comunicada por Zametkin y cok.
(1984); la PEA es una amina endógena con propiedades moleculares y farmacológicas similares a la anfetamina.
Todo el cuadro clínico no es explicable sólo por el
defecto de atención y la impulsividad. Estos niños
son torpes en la integración motora y en la integra-
ción perceptiva y, en no pocas ocasiones, poseen retraso de lenguaje. Es decir, las áreas asociativas cerebrales de uno y otro hemisferio funcionan
deficitariamente. No ha podido establecerse mediante TAC cerebral un patrón lesiona1 característico aunque el 25 % de los sujetos presentan alteraciones en el escáner (Bergström y cols., 1984). Es
probable que los fallos específicos que presentan estos niños en las pruebas de integración perceptiva y
motora se deba a un precario equilibrio entre regiones cerebrales constitucionalmente incompetentes y
regiones que aceptan determinadas funciones de
forma vicaria (Towen, 1979).
Circunstancias adversas prenatales o perinatales
aparte, hay evidencia de predisposición genética al
síndrome DCM tanto por los estudios de concordancia en gemelos (Willermann, 1973; Debray-Ritzen
1984) como por los de adopción (Morrison y Stewart, 1973; Cantwell, 1975).
TRATAMIENTO Y EVOLUCIÓN
Las claves del tratamiento terapéutico de este tipo
de sujetos quedan condensadas en la tabla II.
Desde el punto de vista farmacológico, el tratamiento de elección fue inicialmente la D-anfetamina
y, en la actualidad otro psicoestimulaute con menos
efectos secundarios sobre el apetito y el sueño: el metilfenhidato. Este fármaco, agonista dopaminérgico,
posee una vida media muy corta; es preciso administrarlo cada 3 horas coincidiendo con los periodos
lectivos: 9 y 12 de la mañana y 3 de la tarde es un esquema de horario que, según nuestra propia experiencia, resulta bastante adecuado. La dosis diaria total oscila entre 0,3 y 0,5 mg/kg. Ejerce al principio
una moderada depresión del apetito, con estacionamiento o pérdida de peso. La mayoría de autores
coincide en aconsejar la retirada del medicamento
durante las vacaciones escolares. La duración del tratamiento es de 4 a 7 años (Eichlseder, 1985). Este
fármaco mejora ostensiblemente, en el 80% de los
sujetos, la hipercinesia y la capacidad de atención.
Una alternativa es la pemolina, cuyo empleo en
nuestro medio está menos generalizado; su vida media es más larga, y puede darse una sola dosis por la
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ORIGINALES
TABLA II. — Tratamiento medicopedagógico del niño con
DCM-TDA-SHI
Medicación psicoestimulante (efectiva 80 % casos)
- Pemolina 2 mg/kg/día.
- Metilfenhidrato 0,5 mg/kg/día.
Antidepresivos tricíclicos (si trastorno afectivo)
- Amitriptilina 0,5-1 mg/kg/noche.
Habilitación psicopedagógica específica
- Psicomotricidad.
- Lenguaje.
- Lectoescritura, etc.
Entrenamiento cognitivo
- Reflexividad versus impulsividad.
- Atención sostenida y selectiva.
- Persistencia motriz: TMC.
Psicoterapia de apoyo (autoestima)
mañana. La cafeína ha sido ensayada por varios autores y se ha mostrado ineficaz. La administración de
fármacos psicoestimulantes debe decidirse sólo en
los casos de TDA - SHI masivos que cumplan ade-
cuadamente los criterios específicos citados anteriormente. Algunos autores encuentran ventajas con el
empleo de antidepresivos tricíclicos (Garfinkel y cols.,
1983) aunque este tipo de fármacos no parecen actuar sobre el núcleo del TDA sino más bien mejorando el eventual desajuste afectivo secundario.
Las técnicas de modificación de conducta y las terapias cognitivas son más costosas pero muy eficaces
para el autocontrol de la atención de la impulsividad
y de la hipercinesia (Douglas, 1980; Yule, 1986). La
pedagogía correctiva de los déficit perceptivomotores
y verbales que presenta cada sujeto es una clave también esencial del tratamiento.
Espontáneamente la hipercinesia disminuye con el
tiempo y acaba por desaparecer. No se ha confirmado una tendencia significativamente mayor de estos sujetos a entidades psicopatológicas específicas
cuando llegan a ser adultos; sin embargo, conservan
la impulsividad, la fragilidad atencional y la falta de
habilidad motriz como rasgos personales (Weiss y
cols., 1979). Si el fracaso escolar se ha paliado con la
adecuada intervención pedagógica y farmacológica, y
si la autoestima del sujeto se ha visto apoyada por un
tratamiento comprensivo por parte de padres, médicos y educadores, en la mayor parte de los casos estos rasgos de conducta no son incompatibles con un
ajuste emocional, social y laboral aceptable.
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