Resolución N° 59. Folio N° 324. Libro 8. LEGÍTIMA DEFENSA. EXCESO. En la ciudad de Santa Fe, a los catorce días del mes de abril del año dos mil diez, se reunieron en Acuerdo los señores Vocales integrantes de la Sala Tercera de la Cámara de Apelación en lo Penal de Santa Fe, doctores JULIO CÉSAR RONDINA, JUAN CARLOS GEMIGNANI y ELOY EMILIANO SUÁREZ, a fin de dictar resolución de segundo grado en los autos caratulados: “R., C. R. S/ HOMICIDIO EN EXCESO DE LEGÍTIMA DEFENSA AGRAVADO POR EL USO DE ARMA DE FUEGO” (Expte. N° 832 - Año 2009). Estudiado el proceso el Tribunal sometió a votación las siguientes cuestiones a resolver: 1ra.- ¿Es justa la sentencia apelada?. 2da.- ¿Qué resolución corresponde dictar?. A la primera cuestión el señor Vocal doctor Rondina dijo: Contra el fallo dictado por el señor Juez de Primera Instancia en lo Penal de Sentencia de la Quinta Nominación de esta ciudad, el 3 de diciembre de 2009, que condena a C. R. R., a la pena de cinco años de prisión de cumplimiento efectivo, con más las accesorias de inhabilitación absoluta por igual tiempo e incapacidad civil y costas como autor responsable del delito de Homicidio en exceso de legítima defensa, agravado por el uso de arma de fuego (arts. 79 en relación con el 35 y 41 bis del Código Penal), interpone recurso de apelación la Fiscal de baja instancia (fs. 505 vto.). A fs. 515/516 expresa agravios el señor Fiscal de Cámaras y se agravia que el “a quo” considere la conducta del imputado como un exceso en la legítima defensa cuando los elementos de prueba acreditan que el imputado, con posterioridad a un incidente con A., sube a su camioneta para hacerse curaciones en el hospital, pero a poca distancia lo ve a la víctima y sin ninguna necesidad se detiene y desciende del vehículo con la escopeta que llevaba, intercambiando disparos con el resultado acaecido. Agrega que aunque R. argumente que cuando baja de la camioneta fue A. el que efectuó los disparos, varios testigos afirman que existió un solo disparo que lógicamente provino de la escopeta que portaba éste, que las heridas en la pierna y mentón que le habrían producido los disparos por parte del occiso no se pudieron establecer y que las conclusiones del dermotest efectuado a la víctima también pueden ser adjudicados a los disparos previos en la casa del encartado. Afirma que surge con evidencia que no existió la agresión a tiros por parte de la víctima, que sólo hubo un disparo de parte del imputado que con posterioridad al incidente que tuvo con A. busca al mismo para continuar el enfrentamiento con su contrincante. Entiende que no existió una situación de legítima defensa ni tampoco de exceso de ésta, surgiendo clara la intencionalidad de enfrentamiento, impulsado por rabia o venganza. Solicita se haga lugar a los agravios revocando la sentencia impugnada y condenando a C. R. R. por el delito de Homicidio calificado por el uso de arma de fuego, a la pena oportunamente requerida por la Fiscal interviniente en baja instancia. A fs. 519/ 531 contesta la doctora Sandra Arredondo, defensora de confianza de R. que luego de una reseña de la causa, afirma que no tiene dudas que el accionar de su defendido fue una clara defensa de su persona ante el injustificado ataque de A. y que para corroborar sus dichos se cuenta con las valiosas declaraciones de J. M. P., que se consolidas con el relato de A. F. S.. Sostiene que con relación a la referencia que hace el señor Fiscal de Cámaras con respecto a las lesiones de R., el informe de fs. 146 establece que R. presenta distintas lesiones que son coincidentes con su relato y que no se debe olvidar que el test de dermotest que se le realiza al occiso da positivo en su mano izquierda. Agrega que en relación a las declaraciones de la madre de la víctima, no hay dudas que nunca presenció lo ocurrido con su hijo y que además el relato de la madre y la hermana no concuerdan con otros ni entre sí por lo que queda claro que nunca estuvieron en el lugar de los hechos. También coincide con el “a quo” en cuanto dice que las testimoniales de C. y R. son incorporadas un tiempo después de lo ocurrido claramente a favor del occiso y que se contradicen con los testimonios que hablan que sin dudas existió un enfrentamiento. Dice que nunca hubo por parte de R. la intención de matar a A. y que al momento de fallar se rechacen los agravios de la Fiscalía y se confirme la sentencia dictada. Ingresando al tratamiento de la primera cuestión, se advierte que ni la autoría ni la materialidad del hecho son motivo de contienda en esta Alzada en tanto el eje argumental del Fiscal de Cámaras se centra en el cuestionamiento a la figura de exceso en la legítima defensa que seleccionó el sentenciante para encuadrar la conducta de C. R. R. . Consecuentemente y previo a analizar si se presentan los extremos exigidos por el tipo permisivo del exceso (art. 35 del Código Penal), debemos verificar si existió legítima defensa, en tanto dicha causa de justificación requiere por lo menos de un instante inicial de legitimidad o sea de una situación objetiva de justificación. Siguiendo a Frías Caballero podemos definir a la legítima defensa como “la repulsa o reacción necesaria y no provocada suficientemente, contra una agresión ilegítima, actual o inminente, dirigida contra los derechos o bienes propios de un tercero, ejecutada con razonable proporcionalidad de los medios empleados para impedirla o repelerla “ (FRÍAS CABALLERO, Jorge, “Teoría del Delito”, ed. Hammurabi, Bs. Aires, 1993, pág. 283; citado por Manuel de Rivacoba y Rivacoba en Código Penal y notas complementarias, dirección David Baigún y Eugenio R. Zaffaroni, Hammurabi, José Luis Palma Editor, Bs. Aires, 1997, pág. 707 y sgtes), conceptualización que nos facilita la posibilidad de introducirnos en uno de los requisitos exigidos por nuestra ley sustancial para entender como configurada esta causa de justificación, cual es la falta de provocación de quien exhibe su legítima defensa. Carlos Creus (“Síntesis de Derecho Penal-Parte General”, Librería Cívica, Santa Fe, 2002), nos dice que provoca aquél que se coloca dolosamente en una situación de peligro para poder a su vez atacar, o a quien voluntariamente se coloca ante el peligro de ser agredido. Siendo suficiente esta situación cuando reúne cierta gravedad para iniciar a la reacción del agresor. Efectuando el repaso de los extremos requeridos por el tipo permisivo y en su cotejo con la constancia de la causa, advierto que le asiste razón al apelante de sentirse agraviado. En efecto, la justificación señalada requiere la previa presencia de una agresión de cierta entidad, es decir con aptitud suficiente para generar un peligro grave, actual inminente para la salud o vida del agredido. De tal requisito se deduce que, además la defensa debe ser necesaria, conforme ya lo interpretara Luis Jiménez de Asúa en el “Tratado de Derecho Penal”, seguido por Ricardo Frías Caballero en “Teoría del delito”, pues sin “necesidad” no hay “defensa”, ya que la causal es la emergente del “hecho necesario”. Es más, para la doctrina dominante, en la justificación del actuar típico, no basta la comprobación de los supuestos objetivos de la correspondiente causal, sino que además requiere un elemento subjetivo de justificación: la voluntad de defenderse, no la de pelear, ni de reñir, lo que es pacífica y universalmente aceptada (Conf. Jescheck, H. “Tratado de Derecho Penal”, T. I.). En el caso y aún teniendo en cuenta el contexto socio cultural de los protagonistas del drama, con valores de supervivencia y códigos donde la resolución de los conflictos son generalmente violentos, advierto que ninguna de las circunstancias enunciadas se presentan en autos. Si hacemos un sucinto relato del hecho que lo tuvo por protagonista a C. R. R. nos encontramos con una compleja trama de testimonios contradictorios sobre su desarrollo. Así, hay relatos que afirman que no hubo enfrentamiento y que existió un solo disparo, que no pudo salir sino de la escopeta de R.. M. R. C. (v. fs. 306) dice haber visto la camioneta Land Rover de la que baja un hombre que le dispara a A., pero deja en claro que ni la madre ni la hermana de la víctima se encontraban en el lugar del hecho; I. P. R. (fs. 309) declara en consonancia con el anterior en el sentido que el justiciable se baja del vehículo y dispara; y C. A. (fs. 238) también dice haber escuchado un solo disparo. Los relatos incriminantes de la madre y hermana del occiso, E. B. A. y M. B. A. respectivamente, se ven teñidos de contradicciones que terminan por descalificarlos. Mientras la madre (v. fs. 6/7 y 188/189) declara que se encontraba en la puerta de su casa, la hija (191/193) afirma que ésta estaba en casa de una tía; mientras la primera dice que R. se baja de la camioneta y le dispara a su hijo, la segunda expresa que el encartado baja el vidrio de la camioneta y le tira desde adentro del vehículo, datos de importancia a la hora de poder tener la certeza que verdaderamente fueron testigos del hecho, cosa que evidentemente pareciera ser que no fue así. Si algo faltaba para restarle seriedad, R. A. (v. fs. 53/54 y 203/204), el vecino que trasladó a la víctima en su camioneta al hospital y al que acompañaron la madre y hermana de A., nunca escuchó que éstas mencionaran el nombre del autor del hecho. Mientras, quienes deberían haber sido los testigos privilegiados -ya que prácticamente el hecho ocurre bajo sus narices-, C. I. (v. fs. 229/232 vto.) y M. F. C.( 218(220 vto.) ya que estaban sentados debajo un árbol en la vereda de la casa del segundo y que es donde finalmente muere A., dicen no saber ni haber visto nada. Por su parte, el imputado C. R. R. (v. fs. 85/86 y 213/214) se mantiene firme tanto en sede prevencional y judicial al afirmar que se produce un enfrentamiento con el occiso y que éste es el que dispara primero, hiriéndolo en pierna y cara. En ese sentido resultan relevantes las declaraciones de J. M. P. (v. fs. 118/119 y 322) -el que acompañó a A. hasta la casa de R. a exigirle más dinero-, y A. F. S. (v. fs.56/61 y 198/199) -el amigo del gringo que lo había acompañado a pescar- en tanto reafirman el relato del imputado en el sentido que en el episodio desarrollado previamente en su vivienda, A. le efectuó un disparo de arma de fuego, impactándole en el dedo meñique, es decir que R. presentaba una sola herida previa al enfrentamiento callejero. Otro indicio de importancia es el examen de dermotest (fs. 33) a que se somete al cadáver de A. y que da positivo en su mano derecha y que coincide con la reconstrucción del hecho efectuada por el G. R. donde alude que los disparos efectuado por su contrincante los hizo con su mano izquierda. Por último, aparece el relato de P. G. R. (fs. 326), que acude a deponer bastante tiempo después del homicidio argumentando que no había comparecido antes por sentirse amenazada por la familia del muerto, y hace un minucioso relato de los hechos desde que se encontraba tomando mates frente a la plaza, es decir desde un lugar inmejorable para observar detalles como el tipo de ropa que vestía cada uno, el lugar que se ubicaban los protagonistas, y que también reafirma el relato del justiciable con coherencia y credibilidad. Si a ello le agregamos que el informe médico forense (v. fs. 146) que se le practicó a R. arrojó como resultado que presenta deformaciones en el dedo meñique, en el maxilar derecho y en el gemelo de la pierna derecha, no caben dudas que también son coincidentes con el relato del encartado. El material probatorio nos está señalando indudablemente que la actuación del encartado en ningún momento fue lo pacífica que el mismo se adjudica y su responsabilidad descansa en que su intención no fue defenderse, ya que lejos de evitar el enfrentamiento lo buscó, o cuanto menos, lo acepto. Como el propio R. reconoce, después de recibir una herida en su casa sale rumbo al hospital, y es precisamente acá donde lo lógico hubiera sido en primer lugar aceptar la ayuda de su amigo A. F. S.que se ofreció a acompañarlo y en segundo lugar, al cruzarse con A., si bien es correcto que el imputado dice -y ello aún por vía de hipótesis deberán atenerse- que la víctima lo insultó y amenazó, todo el acontecer posterior demuestra que el justiciable no rehuyó de la riña, sino que por el contrario la aceptó, situación que está totalmente acreditada. Por otra parte, cabe preguntarse porqué motivo si su única intención era ir a un centro hospitalario lo hacía armado con una escopeta. En otras palabras, tomando como cierto el proceder de la víctima que le efectuó dos disparos que impactaron en su pierna y mandíbula, se advierte que R., lejos de evitar el enfrentamiento lo buscó. Descendió de su camioneta, discuten y como el mismo afirma: “...cuando el occiso me dispara en la pierna ahí busco la escopeta de la camioneta...”, siendo evidente que a la acción inicial de A., el imputado respondió con toda la actividad posterior que estuvo encaminada a la aceptación a iniciar, continuar o al menos a no rehuir de la pelea y por dicha vía terminar -como dice- con todo. Ante tal panorama, se aleja la posibilidad de aplicación de la figura de legítima defensa. “La justificante debe descartarse en estos casos en los que el sujeto acepta una riña que por su propio carácter revela el propósito de los adversarios de ocasionarse recíprocamente un daño físico o moral que, por su contenido antisocial y doloso, escapa de los presupuestos exigidos para considerar acorde a derecho una conducta en sí lesiva”, ha dicho esta Sala en diversas oportunidades (Fallos n° 6, Res. 155, f° 340; Fallos n° 19, Res. 38, f° 124, entre otros). Descartado así el instituto de la legítima defensa, cabe entonces preguntarse si estaríamos frente a un exceso de la misma. Así, la Sala Primera de la Cámara Nacional Criminal y Correccional el 29.11.89 en la causa: “Arias, F.N.”, J.A., 1993 -II, S., ha dicho que “para que exista el exceso en la defensa, que es un error de prohibición vencible, el autor debe estar dentro de la legítima defensa, de modo que si ésta no se da, tanto en lo que se podría llamar el tipo objetivo como el subjetivo de la eximente, el art. 35 del C. Penal, nada tiene que ver”. El exceso se apoya sobre presupuestos objetivos de la legítima defensa y requiere que el autor obre movido por un fin defensivo, de allí que debe excluírse en ausencia de aquellos, como en el caso que nos convoca, donde los agravios del señor Fiscal de Cámaras tienen total entidad para que se revoque la sentencia dictada por el juez “a quo”. Conforme la garantía del doble conforme que impone ofrecer efectivamente al justiciable la oportunidad de recurrir el fallo ante Tribunal Superior, para la revisión no solamente de cuestiones de puro derecho, sino también de las circunstancias relativas a los hechos y la prueba expresamente establecida en el inciso “h” del artículo 8°, de la Convención Americana de Derechos Humanos, con jerarquía constitucional, expresamente tenida en cuenta por la Corte Suprema de Justicia de Santa Fe recientemente en los autos: “A., W.A. -Homicidio agravado- S/ Recurso de Inconstitucionalidad” (A. y S. T. 234, pág. 378/398); y las previsiones del artículo 478 XVI, del Código Procesal Penal, corresponde disponer el reenvío de la presente al subrogante legal del “a quo” a fin de que, conforme las consideraciones vertidas en el presente, dicte nuevo pronunciamiento.Así voto. A la misma cuestión los señores Vocales doctores Gemignani y Suárez sostuvieron argumentos similares a los expuestos por el doctor Rondina y votaron en el mismo sentido. A la segunda cuestión el señor Vocal doctor Rondina continuó diciendo: Atento el resultado obtenido al tratar la cuestión anterior corresponde: Revocar la sentencia recurrida y remitirla al subrogante legal del juez “a quo” a efecto de que, conforme a las consideraciones efectuadas, dicte nuevo pronunciamiento. Así voto. A esta última cuestión, los señores Vocales doctores Gemignani y Suárez dijeron que la resolución que correspondía adoptar era la propuesta por el doctor Rondina y votaron en tal sentido. Por los fundamentos expuestos en el Acuerdo que antecede, la Sala Tercera de la Cámara de Apelación en lo Penal, RESUELVE: Revocar la sentencia recurrida y remitirla al subrogante legal del juez “a quo” a efecto de que, conforme a las consideraciones efectuadas, dicte nuevo pronunciamiento. En la suma de mil veintisiete pesos con sesenta centavos ($ 1.027,60) equivalentes a cinco unidades Jus (5 JUS), se regulan los honorarios profesionales en la faz penal de la doctora Sandra Arredondo, por su actuación en ésta instancia. Fijar como interés moratorio del profesional actuante, la tasas activa del Nuevo Banco de Santa Fe S.A. (art. 32, 4° párrafo, de la ley 12.851). Insértese el original, agréguese el duplicado, hágase saber, córrase vista a la Caja Forense y bajen. RONDINA GEMIGNANISUÁREZ Fuentes