La privatización del sentido común.

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1 La privatización del sentido común. Estado y medios de comunicación en el primer gobierno de Menem. Juan Pablo Ringelheim 1. Introducción En los comienzos de la década del ’90 el gobierno de Carlos Menem operó una urgente privatización de las empresas públicas que involucró a los medios de comunicación en poder del Estado. La reforma y la forma en que se llevó a cabo tuvieron consecuencias importantes para el modo en que la sociedad argentina procesaría en adelante su sentido común. Esa fue una de las causas de la crisis política, y de la dificultad del periodismo y la ciudadanía para sostener la diferencia entre lo público y lo privado necesaria a un sistema democrático racional. El entrecruzamiento del análisis de las políticas, las formas y las estructuras generales del Estado, con el análisis de las estrategias políticas de planificación de la actividad comunicativa i , es un espacio privilegiado para analizar la trama histórica de relaciones entre la tradición, la memoria, la cultura, los regímenes de gobierno y la institucionalización del país. Sin embargo, “tradición” y “memoria” son dos términos cargados de múltiples sentidos que deben ser definidos claramente para su posterior puesta en relación con los medios de comunicación masiva y con el Estado. Algunas preguntas revelan esa complejidad: ¿cómo es posible vincular efectivamente la existencia de una tradición en las sociedades contemporáneas con el despliegue tecnológico de los medios masivos caracterizados por la destrucción de los modelos locales de la cultura y por la construcción de modelos globales?, ¿tradición y comunicación masiva no serán quizá términos antitéticos en las sociedad actual? 2. Tradición, orígenes del Estado argentino y medios de comunicación Conviene aclarar desde un comienzo que la tradición y el Estado moderno ­desde nuestra perspectiva­ son fenómenos solidarios. En la Argentina de fines del siglo XIX fue necesario imponer o crear una memoria destinada a generar un mito patriótico vinculado a lo gaucho por oposición al indio, y después al inmigrante. Como señala Luis A. Romero (1996: 29) en relación con la profunda transformación social que produjeron las oleadas inmigratorias en las grandes ciudades argentinas (especialmente en Buenos Aires y Rosario): “mientras en la nueva sociedad [urbana] los inmigrantes se
1 2 mezclaban sin reticencias con los criollos [...], las clases altas se sentían tradicionales, afirmaban su argentinidad”. La argentinidad es un efecto de sentido producido que nada tiene que ver con la condición natural de haber nacido en Argentina. Por el contrario, la argentinidad supone la creación de un discurso destinado a construir una red de connotaciones vinculadas a la estructuración de un mundo de sentido común en la génesis del Estado apoyado sobre una nación. La clase dirigente argentina se caracterizó por un doble carácter en relación a la tradición: por un lado adoptó una postura cosmopolita que importó las modas de pensamiento circulantes en el viejo continente (positivismo, darwinismo, pseudoromantisismo, etc) que, bajo los preceptos del iluminismo, planteaban en líneas generales un despliegue ilimitado de las fuerzas del progreso bajo la dirección de la razón. Había que modernizar, “limpiar” el campo de la sangre indígena, tender vías de ferrocarril por los caminos por los que tradicionalmente circulaba el caballo del caudillo “irracional”. Por otro lado fue necesario generar un eje oposicional destinado a demonizar, o al menos marginar, a “lo otro” de la realización del proyecto de la organización estatal. Con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo un conjunto de escritos de pensadores ligados a la elite dirigente realizaron un balance de la Argentina que se caracterizó por diagnosticar que la sociedad estaba enferma a raíz del elemento cosmopolita introducido por la inmigración. Así Agustín Alvarez escribió el Manual de patología política, Carlos Octavio Bunge su Nuestra América, Ramos Mejía Las multitudes argentinas, y Ricardo Rojas La restauración nacionalista. En líneas generales preocupaba la disolución de un supuesto ser nacional, se trataba de subrayar la propia raigambre criolla, y argentinizar a esa masa extraña. En algún sentido estos son también los hilos argumentales que han tramado los debates sobre la propiedad y la orientación de los medios masivos en la Argentina durante el siglo XX: hubo, y hay, quienes sostienen la necesidad de modernizarlos (generalmente con el aporte económico y la orientación cultural del sector de capitales privados) mitigando cualquier relación de sus contenidos con las tradiciones y las culturas locales, y por otro lado quienes postulan que el Estado debe conservar sus símbolos tradicionales mediante el control absoluto de los medios masivos. Ambas posturas, radicalizadas, llevan al extremo la negación de la integración de la sociedad al proceso de producción simbólica. Una de las características del Estado argentino, a diferencia de los países europeos, consistió en que la tradición y la identidad debió ser inventada ii . Para esto se contaba con materia prima artística, iconográfica y literaria producida bajo múltiples soportes hacia la segunda mitad del siglo XIX. Y dentro
2 3 de esta multiplicidad de soportes como podían ser el himno y la bandera, los rituales del ejército o la construcción de la historia argentina en las escuelas, se habían construido verdaderos mitos de la nacionalidad argentina a través de los medios masivos destinados a las clases populares iii . Juan Moreira, y muchos otros folletines publicados en La patria Argentina –como Santos Vega, Juan Cuello, Don Juan Manuel de Rosas, El Jorobado­ tematizaban la cuestión del ser nacional criollo que se representaba a través de sus ritos y principios, de sus enemistades y oposiciones. Si bien varios de estos personajes no se adecuaban a las proposiciones modernizadoras de la dirigencia política del ‘80, trabajaban desde lo popular la formación de las categorías, los mitos y las narraciones que contribuían a construir una particular mirada sobre lo criollo y lo nacional. El Juan Moreira, el Martín Fierro y otros relatos del “ser criollo” de fines del siglo XIX heredaron los fundamentos de la temprana formación de una conciencia nacional a partir de la disgregación del Estado colonial. Efectivamente, como señala Jorge Graciarena (1995:17) “la formación de un sentido de Nación se anticipó a la constitución efectiva del Estado”. Tal vez por esta anticipación fue posible la realización del héroe marginal, alejado de las instituciones estatales, impregnado por el “nacionalismo tradicionalista, con una raigambre emotiva [...] que se trascendentaliza hipostasiando la Nación y poniéndola por encima del Estado en una relación de conflicto y contraste” (Graciarena, 1995:18). Estas características están presentes en los héroes criollos difundidos en los primeros periódicos masivos que contribuyeron, al margen de las instituciones del Estado, a la construcción de un sentido de lo nacional en una coyuntura marcada por la disgregación de la cultura de élite de la oligarquía tradicional. Por esto desde fines del siglo XIX los medios de comunicación en Argentina fueron actores protagonistas del problema de la nacionalidad. En aquella época, como también hacia comienzos del siglo XX, este problema fue central para la clase dirigente argentina. Como señala Graciarena (1995:19), “la crisis básica de este período ha sido la integración nacional. [...] La asimilación de las grandes corrientes migratorias europeas en los países atlánticos, la cuestión de la sociedad nacional y de su organización política, esto es, del Estado, ha sido central”. Los medios y sus narraciones, así como el Estado, contribuyeron a homogeneizar el modelo de la argentinidad, pero este modelo no fue absolutamente coherente o idéntico a sí mismo a lo largo de la historia. A un primer modelo criollo por oposición al indígena, que se corresponde con el despliegue espacial del ejército nacional a lo largo del territorio, con el trazado de las líneas del ferrocarril y con el desarrollo de la educación y la homogeneización del lenguaje, le sucedió el modelo nacionalista y tradicionalista reflejado en varios libros de ensayistas durante los primeros años siglo XX. Este argentino (que recuperaba el espíritu que
3 4 desde el Uruguay había sellado al Ariel de Rodó) se oponía al inmigrante. Pero luego, durante los primeros gobiernos radicales fundados en un régimen democrático, el Estado argentino se hizo cargo de la integración a sus instituciones de los inmigrantes, y fundamentalmente de sus hijos (Romero, 1996; Rouquié, 1986). Durante este período surgieron las primeras emisiones radiales y los primeros radioteatros comenzaron a construir y representar la idiosincrasia del criollo tanto como la del inmigrante; se integraban diversos personajes que caricaturizaban el crisol de razas y de culturas que era la sociedad argentina. El sentido de lo nacional fue transformado en cada revolución militar o cambio de proyecto nacional. Coincidimos con Maurice Halbwachs (1992) en que la tradición de una sociedad determinada está ligada a la memoria, y que esta consiste en la resignificación permanente del pasado desde el presente. Las instituciones del Estado son los principales guardianes del pasado: el Estado produce ese pasado en sus instituciones educativas, en los discursos, asignaciones de sentido y categorías que utilizan sus funcionarios para interpretar la historia, en el tratamiento u olvido que da a ciertos patrimonios culturales, en la incorporación a la simbología estatal de algunas tradiciones de ciertos sectores sociales y no de otros. Pero sostenemos que también los medios de comunicación producen, incorporan, transforman y difunden categorías de entendimiento de lo nacional cultural, de su tradición, su presente y su futuro. 3. Nomos, Estado y medios de comunicación El Estado moderno puede ser entendido como un agente demiúrgico clave en la conformación de las sociedades nacionales porque implica la generación y reproducción de una dimensión simbólica fundante a través de la cual los agentes sociales interpretan y dan sentido a sus prácticas en sociedad. Según Bourdieu en cada acto social concurren categorías adquiridas, incorporadas en las prácticas de un determinado habitus, que siendo socialmente generadas dan sentido al mundo. En los actos cognitivos se ponen en obra estructuras susceptibles de ser aplicadas a todas las cosas del mundo y particularmente a las estructuras sociales. Pero estas estructuras adquiridas no son naturales o individuales, no son formas puras de la intuición o categorías del entendimiento trascendentes a la historia – como lo serían según el modelo kantiano­; por el contrario, estas estructuras estructurantes son formas históricamente constituidas y arbitrarias. Como señala Bourdieu (1997) “se puede, en efecto, suponer que en las sociedades diferenciadas el Estado es capaz de imponer y de inculcar de manera universal, a escala de una cierta jurisdicción territorial, un nomos (de nemo, partir, dividir, constituir partes separadas) un
4 5 principio de visión y de división común [...] que está en el principio de la experiencia del mundo como mundo del sentido común”. En el origen de las categorías cognitivas que otorgan unidad al espacio social es posible encontrar al Estado como agente fundamental. Ahora bien, desde nuestra perspectiva el rol que otorga Bourdieu al Estado moderno sólo puede ser encontrado en Estados con gran autonomía y enraizamiento iv . En Argentina es posible observar en los medios de comunicación masivos y privados tanto de fines del siglo XIX como de principios del XX, claras definiciones de lo nacional; a veces en tensión con las definiciones o principios clasificatorios extendidos por el Estado y otras veces coherentes con estos. Los medios ponen en tela de juicio el monopolio exitoso de la producción simbólica estatal. Si es posible rastrear en los comienzos del Estado moderno argentino la capacidad de los medios de desprenderse de las políticas simbólicas estatales y competir con ellas; hacia fines del siglo XX fue aún más probable que los medios de comunicación agrupados en corporaciones privadas compitan y supriman la capacidad del Estado nacional de realizar exitosamente y sobre toda la población la institución del nomos teorizado por Bourdieu. Este es precisamente uno de los problemas políticos contemporáneos de mayor importancia: ¿cómo es posible sostener el sentido común, unitario, de una población nacional ­fundada en cualquier caso sobre una tradición, una memoria, una historia y un complejo de narraciones tan arbitrarias como necesarias para esa unidad­ cuando el complejo simbólico en el cual se apoya es el producto de las decisiones de corporaciones privadas sobre las cuales el Estado ha perdido cualquier capacidad de penetración?, ¿qué formaciones políticas, criterios de representación y regímenes de gobierno son posibles cuando el Estado ha perdido la capacidad de legitimarse sobre un complejo simbólico monopolizado? El análisis de los medios de comunicación no pueden quedar al margen del análisis político porque aquel es un campo privilegiado para estudiar el espacio que un Estado se da a sí mismo para desplegar el complejo simbólico que unifica a una nación Acotaremos el problema al estudio de los modos en que el Estado argentino particularmente ha regulado e intervenido (por acción u omisión) en el campo referido durante el período de reformas iniciado en 1989. Tal vez, si el argumento es sólido, podremos comprender la actual crisis de la autonomía enraizada del Estado en la sociedad civil, de la política y de las instituciones públicas bajo la luz de la pérdida de la capacidad de desplegar las líneas generales del complejo simbólico que unifican a la nación.
5 6 4. 1989. Reforma y privatización de los medios de comunicación. El impacto del endeudamiento externo argentino sobre el desarrollo económico y social del país incorporó nuevos rasgos característicos a partir de 1985, cuando se puso en funcionamiento el Plan Baker. Desde entonces, quedó claro el interés de los acreedores externos y de la elite empresaria local de hacer confluir dicho programa con la privatización de las empresas del Estado argentino. En efecto, gracias a la influencia que dichos actores poseyeron en la definición de las políticas públicas ­especialmente a partir de la política económica impuesta desde 1976­ logró instalarse la idea de que el peso de la deuda dejaba al gobierno prácticamente sin otra alternativa que aceptar los términos económicos a los que se condicionaba la asistencia del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional que incluían la privatización de las empresas estatales. El sustento teórico­ideológico que subyace a dichos programas se basa en que, sin su aplicación, los déficits fiscales y los desequilibrios externos impedirían el desarrollo económico y social del país y no podrían ser revertidos. Sin embargo, luego de instrumentadas dichas políticas en la mayoría de los países latinoamericanos resulta evidente que lejos de haberse controlado dichos desequilibrios, los mismos se profundizaron y que, por otro lado, han servido casi exclusivamente para restablecer el pago de los servicios de la deuda externa, además de permitir el pago del capital y de los intereses “caídos” en el período 1988­90 v . Siguiendo la experiencia británica de la década de los años ochenta, cuando el gobierno de Margaret Thatcher instrumentó su gran programa privatizador, el gobierno de Menem, a partir de las atribuciones concedidas por las leyes de Reforma del Estado y de Emergencia Económica sancionadas en 1989, implementó un programa de privatizaciones tan acelerado que hubo de superar todas las experiencias conocidas hasta el momento. Efectivamente, Argentina heredó una gran deuda externa y un país prácticamente destruido por los gobiernos militares de la dictadura. Como señala O’Donnell (1997: 298) en relación a los países latinoamericanos en la década de los ‘80, “la mayoría de estos países heredaron serias dificultades socioeconómicas de sus respectivos regímenes autoritarios y se vieron gravemente afectados por los problemas económicos mundiales de la década del setenta y principalmente de la del ochenta, incluyendo por cierto los impactos de la deuda externa. En casi todos ellos los problemas socioeconómicos alcanzaron proporciones críticas y parecieron requerir la adopción de drásticas medidas por parte del gobierno”. La inflación de los últimos años del gobierno de Raúl Alfonsín sirvió para
6 7 instalar la idea de reformar el Estado. Según los acreedores internacionales y los empresarios locales, la economía sólo podría controlarse mediante la inversión de los fondos recaudados en las privatizaciones de las empresas estatales. Fue en este contexto socioeconómico en el que el gobierno de Menem inició en 1989 un plan de reforma del Estado nacional. El carácter de la estructura política mediante el cual se vehiculizaron las medidas es similar al definido por O’Donnell (1997) como característico de las democracias delegativas: la democracia delegativa confiere al presidente la aparente ventaja de estar prácticamente exento de consenso horizontal. La democracia delegativa tiene también la aparente ventaja de facilitar un proceso decisorio rápido. En este sentido, es necesario señalar que en agosto de 1989 el Congreso aprobó dos leyes fundamentales para la implementación de la política de privatizaciones. En primer lugar, la Ley de Reforma del Estado (23.696) que autorizó la privatización de la mayoría de las empresas productoras de bienes o servicios de propiedad estatal, entre las que se encontraban canales de televisión y de radiodifusión. Por otro lado, se sancionó la Ley de Emergencia Económica (23.697) que otorgó al gobierno poderes extraordinarios en función de los cuales el mismo podría legislar prescindiendo del Congreso Nacional. Así comenzó el proceso que permitió que con extrema rapidez se privatizaran mediante decretos, y sin necesidad de consenso institucional horizontal, varios medios de comunicación. En ese contexto, los decretos de “necesidad y urgencia” confirmaban en cada momento el desprecio que el gobierno de Menem sentía por el control institucional. Este es un caso típico de democracia delegativa en el cual “las instituciones ­los tribunales y las legislaturas, entre otras­ son sólo estorbos [...]. El consenso ante esas instituciones es visto como un mero impedimento de la plena autoridad que se ha delegado al presidente” (O’Donnell, 1997: 294). Entonces, en un contexto político definido como de democracia delegativa se emprendió un plan de reforma de las estructuras del Estado que consistió básicamente en la privatización de las empresas públicas y en la reducción de la burocracia estatal. Un gobierno peronista vi se hizo cargo de desmontar la burocracia organizada desde la década del ‘30 durante el proceso de industrialización por sustitución de importaciones y desarrollada en el peronismo histórico. Como señala Smith (1997: 96), durante los ‘90 la idea dominante en cuestiones macroeconómicas consistía en la sencilla argumentación de que “una de las principales causas de las dificultades de la región [latinoamericana] eran las distorsiones estructurales derivadas de la industrialización por sustitución de importaciones [heredadas desde la década del ‘30]”, así “las principales instituciones internacionales –desde el Tesoro de Estados Unidos al Banco Mundial y
7 8 el Fondo Monetario Internacional­ lanzaron una clarinada llamando a la reestructuración económica [del Estado en] América Latina”. En síntesis, en los inicios de los ‘90, comenzó en Argentina la realización de un plan de ajuste ortodoxo, correspondiente a lo que algunos autores han llamado la “segunda ola” (Evans, 1996: 555) o “segunda etapa” de modelos de Estado iniciado en la Inglaterra de Teatcher y en los Estados Unidos de Reagan una década atrás. En este contexto se realizaron por decreto las privatizaciones de los canales 11 y 13 de Capital Federal, las radios Belgrano y Excelsior y otras del interior del país. Como muchas otras veces en la historia argentina, el cambio de manos propietarias no fue producto de una decisión racionalmente fundada en algún tipo de convicción sobre el carácter necesario de un sistema de medios, sino que fue el producto de una política macroeconómica apoyada en una nueva doctrina. Así como las estatizaciones ocurridas durante los gobiernos peronistas respondieron a las necesidades político partidarias de los gobernantes, y lo mismo podría decirse de las privatizaciones realizadas durante la década del ‘50 por gobiernos antiperonistas, en este nuevo contexto las causas de la privatización de los medios no se fundaron en las convicciones de una burocracia tipo weberiana con objetivos universalistas, sino en una política de estado realizada sobre un modelo político delegativo. Por lo tanto, la nueva organización del sistema de medios no convocó a los ciudadanos a participar de su estructuración, sino que redujo a este actor a simple elector (consumidores) de la oferta mediática, sin ningún tipo de participación en la decisión de sus contenidos, organización y definición de sistema. Tal como señala O’Donnell (1997: 307), en las democracias delegativas de América Latina es muy común la reducción de la participación de la ciudadanía al voto; pues bien, en el caso de los medios de comunicación podríamos decir que en los noventa se redujo la participación de la ciudadanía a la libre elección de los canales ofertados. Se redujo la ciudadanía a un derecho de zapping. Como señalan los politólogos desde hace tiempo (Tenzer, 1991), la crisis política se caracteriza por el desinterés de la ciudadanía en los asuntos comunes. Uno de esos asuntos es la construcción del sentido común del pueblo de una nación, y como señalamos más arriba uno de los agentes fundamentales de la construcción del sentido común son los medios de comunicación. Si la ciudadanía no participa a través de sus instituciones políticas en la estructuración de este agente fundamental, pierde la oportunidad de integrar uno de los motores estructurantes de su sentido común. La reducción de la participación a la elección de la oferta dada y mediatizada reproduce el aislamiento. El proceso de privatización por
8 9 decreto de los medios masivos mencionados contribuyó a destruir la dimensión comunicante de la sociedad política. 5. La privatización de los medios por decreto y sin consenso horizontal. Hacia 1989 la Ley de Reforma del Estado junto a la Ley de Emergencia Económica constituyeron los pilares jurídicos sobre los cuales el Estado sería reestructurado. Un artículo del proyecto hacía referencia a la privatización de las empresas de radiodifusión administradas por el Estado. A esta nueva oleada de privatizaciones, que los medios nacionales ya habían experimentado en la década del ‘50, se sumó un nuevo factor: el proyecto del Poder Ejecutivo planteaba la necesidad de modificar el régimen legal de la radiodifusión (es decir, la Ley vigente 22.285) en cuanto a los requisitos exigibles para obtener licencias de emisión. Se proponía originalmente eliminar la prohibición para la entrada de capitales extranjeros en la explotación de las licencias, suprimir la obligatoriedad de la sociedad licenciataria de prestar exclusivamente servicios de radiodifusión y la prohibición de acceder a licencias para empresas propietarias de medios gráficos. Estas modificaciones favorecerían la conformación de conglomerados multimedia en propiedad de sociedades multinacionales. Y por otro lado, pondría en dificultades la capacidad de competencia de los pequeños propietarios de televisión por cable del interior del país y de los propietarios de radiodifusoras de baja potencia que se habían desarrollado durante los ‘80 en Argentina. Esta transformación radical de la composición social del capital de los medios masivos se realizaría dentro de un debate que excedía la discusión sobre los medios para penetrar en el terreno de proposiciones de modelos de Estado. Efectivamente, como en tantos otros casos durante la historia de los medios masivos y el Estado argentino, aquí no hubo foro de discusión, congreso o institución alguna de debate sobre la materia que integrara a los múltiples sectores involucrados en el asunto. Tampoco se convocó algún tipo de burocracia preparada, independiente del gobierno, con capacidad de autonomía en relación a los grupos de poder en juego y enraizamiento en los mismos como para iniciar un diálogo de negociación de intereses. Si los proyectos eran aprobados la transformación se realizaría por decreto. Sencillamente, esa era la “regla” que determinaba la política en materia de medios. Entre los sectores fundamentales en el juego de la transformación del sistema de medios en el marco de la reestructuración del Estado no estaría presente la ciudadanía. A diferencia de algunos países donde fue posible un tipo de consenso horizontal como Bélgica, Suecia y Holanda donde la ciudadanía
9 10 cuenta con organizaciones no gubernamentales en materia de medios con poder político y capacidad de negociación con el Estado, en Argentina la ciudadanía no pudo participar en la reforma emprendida vii . 6. Otra institucionalización Como señalamos anteriormente, el gobierno de Menem podría ser definido en los términos en que O’Donnell define a los gobiernos de las “democracias delegativas”. Este tipo de democracias se fundan sobre dos instituciones: las elecciones y el clientelismo. En estos regímenes las negociaciones directas de los gobernantes con los sectores involucrados en el juego político, sobre todo si apoyan al gobierno, se encuentra institucionalizado viii . A partir de este tipo de vínculo informal con los campos de poder es que los gobiernos realizan sus políticas particularistas intercambiando favores por votos u otro tipo de apoyos. Pero entonces, ¿qué sucedió con la relación entre el gobierno y los sindicatos ­campo de poder de los trabajadores que apoyó el ascenso del gobierno justicialista­ durante el comienzo del proceso de reforma del sistema de medios masivos? Luego de que en 1989 Dromi anunciase que los canales 11 y 13 serían cerrados inmediatamente para favorecer su privatización se formó un movimiento para mantener en el aire a las emisoras encabezado por los trabajadores nucleados en la recientemente creada Confederación Sindical de Trabajadores de Medios de Comunicación Sociales y Audiovisuales (COSITMECOS). Este grupo se instituyó en oposición al cierre de los canales mencionados iniciando una serie de protestas. En principio la postura sindical se planteaba en contra de la oleada privatizadora expresando que “el rol del Estado como orientador de políticas integradoras y federalistas que no se contradicen en nada por abogar y propender al mismo tiempo un sistema mixto de radiodifusión. La propiedad debe ser redefinida en función social, y no sólo a través de la rentabilidad a cualquier costo”. El costo era la pérdida del control público de la producción cultural y simbólica, orientadora y conformadora del sentido común que se encuentra en el fundamento del sentido político de una comunidad nacional. Posteriormente la organización sindical firmó un acta por la cual se creaba una coadministración entre el gobierno y los trabajadores de los medios hasta su privatización. Además, se garantizaba la participación de los sindicatos en la discusión y la elaboración de los pliegos para los concursos públicos. A pesar de la estrategia política del gobierno para asegurar la privatización, este fue un acuerdo inédito entre el sector gremial del campo de las comunicaciones y un gobierno: el Poder Ejecutivo había acordado derivar parcialmente ­aunque por tiempo determinado­ el control de los medios a los organismos de los trabajadores y luego lograr su participación en el proceso privatizador. Este hecho suponía la realización
10 11 de un tipo de institucionalización participativa de la transformación encarada: se convocaba a un sector en desacuerdo con la oleada neoliberal para que controle el proceso. Esta era una oportunidad para crear un consenso parcialmente horizontal. Sin embargo, esta posibilidad no trascendió el marco de una estrategia política coyuntural por parte del gobierno orientada a aquietar los ímpetus estatistas de las organizaciones gremiales. A pesar de que el control de los medios por parte de los sindicatos fue un éxito, la participación de los gremios en el llamado a concurso no trascendió los límites de las confusas circunstancias planteadas por el gobierno bajo una política particularista. La “otra institucionalización” se impuso a la institucionalización alternativa anhelada por la COSITMECOS a través de la firma del acuerdo con el gobierno. A pesar del éxito de la gestión compartida, la ausencia de una burocracia coherente con los intereses universalistas del Estado terminó por definir una política gubernamental orientada a los intereses particulares de los grupos económicos favorecidos por la privatización. Podemos decir que la tradicionalmente deficiente burocracia en materia de medios terminó definiendo la política de acuerdo a fundamentos coyunturales que poco tenían que ver con la concentración y administración del capital cultural de la nación. Tampoco esa política se fundó en algún vínculo con la producción de la tradición que define a un pueblo de acuerdo a valores y símbolos necesarios para la conformación del mundo del sentido común imprescindible para la acción política. 7. Conclusiones Desde el siglo XIX las naciones latinoamericanas construyeron su unidad cultural a través de las simbología desplegada tanto por las instituciones estatales como también por los medios de comunicación masivos. En otras palabras, el nomos a través del cual los actores sociales hacen experiencia, clasifican y visibilizan la realidad ha sido estructurado tanto por el Estado como por los medios de comunicación públicos y privados. Entonces la invención de la tradición nacional y del principio a partir del cual definimos un “nosotros”, no ha sido un producto acabado de un Estado con enraizamiento, sino más bien un proceso siempre inacabado y sujeto a contingencias políticas. Pero estas contingencias no se fundaron en una creciente participación ciudadana en las cuestiones públicas, sino en los intereses económicos del empresariado local o internacional y sus vínculos con los gobiernos de turno. Que la definición del sistema que elaboraría el patrón de identidad nacional y la estructuración del sentido común no haya involucrado un consenso horizontal con la ciudadanía implica por lo menos un problema de orden político que antes o después puede afectar al sistema democrático.
11 12 En los primeros años del gobierno de Menem se instituyó un proceso de privatización de empresas públicas que involucró a los medios de comunicación cuya regla fue la emergencia, su método el decreto inconsensuado y los negociados oscuros, y su consecuencia la profundización de la crisis del espejo interior de la nación. La ciudadanía y los sindicatos, de una u otra manera, no fueron involucrados entre los actores sociales con poder de decisión en las relaciones de fuerzas, negociación y debate de la reformas en el sistema de medios. El estado de emergencia fue naipe comodín en el “juego” que implicó la privatización del sentido común de los argentinos. Los efectos culturales se vieron al poco tiempo: el reclamo ciudadano de transparencia en las acciones políticas de los gobernantes fue cambiado por una curiosidad voraz en la vida privada de los políticos. El reclamo ciudadano pasó a ser un reclamo de visibilidad total de las alcobas de los políticos. En otras palabras: sostenemos que es posible que la privatización de los medios de comunicación haya derivado culturalmente en un interés creciente por la publicación de lo privado. Privatizada la matriz pública de percepción de la realidad, se exigió publicidad de lo privado. Aunque hoy podamos concluir que los espectáculos de lo privado tienen además muchas otras raíces y un alcance global, es sintomático que en Argentina se hayan desarrollado notablemente en los ´90. La escritura de la historia y el periodismo de alcoba de los ’90 fue el prototipo de los reality shows que multiplicaron la facturación de los medios privados. La pizza y el champagne más que un signo del carácter político de Menem fue el objeto de una mirada periodística que sintomáticamente confundió qué es lo público y lo privado al mismo tiempo que el gobierno privatizaba los medios de comunicación. Bibliografía: ­Bourdieu, P: “Espíritus de Estado” en Razones prácticas, Anagrama, Barcelona, 1997. ­Bourdieu, P: El sentido práctico, Taurus, Madrid, 1989. ­Dubiel, G: ¿Qué es el neocoservadurismo?, Anthropos, Barcelona, 1995. ­Evans, P: “El Estado como problema y como solución” en Revista Desarrollo Económico, vol. 35, N 140 (enero­marzo 1996), Bs As. ­Halbwachs, M: The social frameworks of memory, Chicago, University of Chicago Press, 1992, citado por Anthony Giddens en “La vida en una sociedad post­tradicional”, Revista Agora, verano de 1997, núm. 6, Bs As. ­Graciarena, J: El Estado latinoamericano en perspectiva, C.B.C, Bs As, 1995. ­Habermas, J: Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, Amorrortu, Bs As, 1995. ­Haggard, S y Kaufman, R: “Estado y reforma económica. La iniciación y consolidación de las políticas de mercado” en Desarrollo Económico N 139, vol. 35, 1995.
12 13 ­Lacroix, M y Brenca de Russovich, R: Radio y poder en la Argentina 1920­1953, Cuadernos de periodismo N 1, F.C.S, UNLZ, BS As,1995. ­Montes, P: El desorden neoliberal, Trotta, Madrid, 1996. ­Noguer: Radiodifusión en Argentina, Ed. Bien Común, Bs As, 1985. ­O’Connell, A: “La Argentina en la Depresión: los problemas de una economía abierta” en Desarrollo económico, 23, enero­marzo de 1984. ­O’Donnell, G: Contrapuntos, Paidós, Bs As, 1997. ­Ortiz, R: “Cultura, espacio nacional e identidades”, ponencia ante el VII Congreso de Felafacs, Acapulco, 1992. ­Romero, L. A: Breve historia de la Argentina contemporánea, FCE, Bs As, 1996. ­Salas, H: El centenario, Planeta, Bs As, 1997. ­Smith, P: “Ascenso y caída del estado desarrollista en América Latina” en Vellinga, M, El cambio del papel del Esatdo en America Latina, Siglo XXI, México, s.f. ­Williams, R: Marxismo y literatura, Península, Barcelona, 1994. i Es necesario aclarar que cuando decimos “actividad comunicativa” no nos estamos refiriendo a la dimensión comunicacional que opera en todo Estado moderno desde el momento en que se lo entiende como concentrador y homogenizador del capital cultural. Cft. Bourdieu, P. (1997). Es decir, no nos referimos a las formas de comunicación burocrática, o los códigos jurídicos. En cambio, sí estamos pensando en las actividades de la comunicación masiva desarrolladas en las naciones­estado del siglo XX. Por lo tanto las estrategias que el Estado realiza en torno a la actividad comunicativa definida de este modo, tendrán relación con las leyes de radiodifusión masiva, con el sistema de propiedad desplegado desde estas leyes, con las regulaciones o desregulaciones en el mercado de la comunicación masiva y con las negociaciones desarrolladas por las instituciones estatales con los agentes del campo de las comunicaciones. ii De igual modo ocurrió en Brasil. Renato Ortiz (1992) plantea claramente el problema de la invención de la brasileñidad. En la década del ‘30, bajo el gobierno populista de Vargas, se inventan los símbolos de la identidad nacional: carnaval, samba y fútbol. El Estado, cuya meta es promover la industrialización y los cambios estructurales de la sociedad, es constreñido a tomar elementos de la cultura popular para resemantizar su propio significado e instituirlo como tradición. En este sentido los medios masivos contribuyeron a configurar la identidad brasileña. Así la cuestión nacional impulsa la creatividad cultural: el cine, la literatura, el teatro, los periódicos subsumen las particularidades étnicas, raciales o sexuales, al todo de la nación. iii Desde nuestra perspectiva el “mito” de una nacionalidad no se opone a la verdadera nacionalidad o condición de un grupo humano determinado. No creemos que exista, ni aún en Europa, una determinada concepción de lo nacional ajena a un proceso de invención cultural, y en algún sentido mítica. Tal vez, en Europa Occidental, como señala Renato Ortiz (1992) los tiempos de conformación de la identidad nacional hayan sido más largos y sujetos a procesos de construcción más horizontales, lo que le da a lo nacional alemán, por ejemplo, cierto aire de naturalidad (cuando en realidad es el efecto de una construcción histórica). Por esto, cuando decimos “mito”, en realidad nos referimos al complejo narrativo, discursivo y simbólico necesario para la producción de una unidad cultural definida como nacional; pero no lo decimos por oposición a una supuesta “verdadera” unidad. Por esto podemos decir que el sentido de lo nacional está dado históricamente por un complejo de discursos en lucha por definir la unidad de una determinada nacionalidad; en esta lucha el Estado y sus instituciones se encuentran en una posición privilegiada para ganar el juego. Sin embargo, una de las hipótesis de este trabajo es que los medios de comunicación, aún siendo privados, también se encuentran en una posición política privilegiada para definir y construir la memoria colectiva y la identidad nacional de un Estado. Será parte de este trabajo el demostrar que la ausencia de una política positiva del Estado en relación a los medios de comunicación contribuye a debilitar la participación política de la ciudadanía en la construcción de su sentido nacional y su democracia. iv Efectivamente, el proceso de concentración y diferenciación de capitales operados por el Estado moderno puede ser relacionado con el concepto de “autonomía enraizada” del Estado según lo entiende Peter Evans (1996). Desde ambas perspectivas el Estado fuerte se caracteriza por la distancia con los poderes o campos específicos de lo social
13 14 (“diferenciación” y “autonomía”), pero conserva un poder de “concentración” o enraizamiento que lo vincula con un efectivo poder de negociación y decisión. Como veremos, al analizar las relaciones del Estado argentino con los medios de comunicación privados, el Estado ha sido débil: no ha logrado establecer una política autónoma y con capacidad de penetración en los contenidos simbólicos de difusión mediática. v Para un análisis de la influencia de las proposiciones de Baker ­primero­ y Brady ­después­, cft. Smith (1997: 95). vi Tal vez, en Argentina, sólo un gobierno de este signo político hubiese podido realizar las reformas reclamadas por los organismos financieros internacionales y el empresariado local: los principales sindicatos del país fueron organizados durante el peronismo histórico y mantienen con el partido justicialista un vínculo de lealtad. Este factor de lealtad partidaria resolvió temporalmente lo que algunos autores han llamado la “paradoja” de las recetas internacionales neoliberales: se necesitaba un Estado fuerte y eficaz, con enraizamiento y autonomía en los sectores que posiblemente resistieran las medidas impuestas. vii Esta exclusión tiene causas, pero también efectos políticos radicales. Efectivamente, los criterios macroeconómicos utilizados para la realización de la reforma y la negación de la participación en el debate de la ciudadanía involucrada, determinaron un proceso de privatización de los medios por decreto y una reregulación acorde con los grupos de interés económico, pero no involucraron un proyecto de planificación de la actividad comunicativa de la nación. El problema particular de la reforma en los medios es que si bien estos fundamentos que excluyen la participación ciudadana son el efecto de una crisis política que la exceden, contribuyen a reproducirla: como planteamos más arriba los medios de comunicación son agentes privilegiados de integración simbólica y de conformación del espacio y la agenda política. Los medios derivados de la privatización por decreto, y escasamente regulados por el Estado, sólo excepcionalmente pueden responder a un proyecto simbólico que integre la cultura nacional. viii Esto no quiere decir que el diálogo se establezca de modo formal o de acuerdo a reglamentaciones precisas. Definimos a una “institución” ­junto a O’Donnell­ no por el grado en que se encuentran formalizadas sus operaciones, sino como “un patrón regularizado de interacción que es conocido, practicado y aceptado (si bien no necesariamente aprobado) por actores que tienen las expectativas de seguir interactuando bajo las reglas sancionadas y sostenidas por ese patrón” (O’Donnel, 1997: 310).
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