PLATÓN (428-347 a.C.) 1. La teoría de las ideas La teoría de las

Anuncio
PLATÓN (428-347 a.C.)
1. La teoría de las ideas
La teoría de las Ideas representa el núcleo de la filosofía platónica, el eje
a través del cual se articula todo su pensamiento. No se encuentra
formulada como tal en ninguna de sus obras, sino tratada, desde
diferentes aspectos, en varias de sus obras de madurez como "La
República", "Fedón" y "Fedro".
Tradicionalmente se ha interpretado la teoría de las Ideas de la siguiente
manera: Platón distingue dos modos de realidad, una, a la que llama
inteligible, y otra a la que llama sensible. La realidad inteligible, a la que
denomina "Idea", tiene las características de ser inmaterial, eterna,
siendo, por lo tanto, ajena al cambio, y constituye el modelo o arquetipo
de la otra realidad, la sensible o visible, constituida por lo que
ordinariamente llamamos "cosas", y que tiene las características de ser
material, corruptible, (sometida al cambio, esto es, a la generación y a la
destrucción), y que resulta no ser más que una copia de la realidad
inteligible.
La primera forma de realidad, constituida por las Ideas, representaría el
verdadero ser, mientras que de la segunda forma de realidad, las
realidades materiales o "cosas", hallándose en un constante devenir,
nunca podrá decirse de ellas que verdaderamente son. Además, sólo la
Idea es susceptible de un verdadero conocimiento o "episteme", mientras
que la realidad sensible, las cosas, sólo son susceptibles de opinión o
"doxa". Este es el punto fundamental de la filosofía platónica y del que
dependerá por completo el nuevo planteamiento de todos los problemas
filosóficos: el descubrimiento de la existencia de una realidad
suprasensible, es decir, una dimensión suprafísica del ser, que ni
siquiera había sido imaginada por los filósofos de la naturaleza
anteriores. Platón intenta una radical liberación con respecto a los
sentidos y a lo sensible, y un desplazamiento decidido hacia el plano del
puro razonamiento y de lo que se puede captar con el intelecto y con la
mente exclusivamente.
Una de las primeras consecuencias de esta teoría de las Ideas es, por
tanto, la "separación" entre la realidad inteligible, llamada también
mundo inteligible y la realidad sensible o mundo visible, que aboca a la
filosofía platónica a un dualismo que será fuente de numerosos
problemas para el mantenimiento de la teoría, y que Aristóteles señalará
como uno de los obstáculos fundamentales para su aceptación.
En cuanto a las Ideas, en la medida en que son el término de la definición
universal representan las "esencias" de los objetos de conocimiento, es
decir, aquello que está comprendido en el concepto; pero con la
particularidad de que no se puede confundir con el concepto, por lo que
las Ideas platónicas no son contenidos mentales, sino objetos a los que
se refieren los contenidos mentales designados por el concepto, y que
expresamos a través del lenguaje. Esos objetos o "esencias" subsisten
independientemente de que sean o no pensados, son algo distinto del
pensamiento, y en cuanto tales gozan de unas características similares a
las del ser parmenídeo. Las Ideas son únicas, eternas e inmutables y, al
igual que el ser de Parménides, no pueden ser objeto de conocimiento
sensible, sino solamente cognoscibles por la razón. No siendo objeto de
la sensibilidad, no pueden ser materiales. Y sin embargo Platón insiste
en que son entidades que tienen una existencia real e independiente
tanto del sujeto que las piensa como del objeto del que son esencia,
dotándolas así de un carácter trascendente. Además, las Ideas son el
modelo o el arquetipo de las cosas, por lo que la realidad sensible es el
resultado de la copia o imitación de las Ideas.
Por su parte la realidad sensible se caracteriza por estar sometida al
cambio, a la movilidad, a la generación y a la corrupción. Aunque su
grado de realidad no pueda compararse al de las Ideas ha de tener alguna
consistencia, y no puede ser asimilado simplemente a la nada. La teoría
de las Ideas pretende solucionar, entre otros, el problema de la unidad
en la diversidad, y explicar de qué forma un elemento común a todos los
objetos de la misma clase, su esencia, puede ser real; parece claro que la
afirmación de la realidad de las Ideas no puede pasar por la negación de
toda realidad a las cosas.
En los diálogos de vejez Platón revisa la teoría de las Ideas, especialmente
en lo referente a la relación de las Ideas con las cosas y a las clases de
Ideas, así como las relaciones que pueda haber entre ellas. Por lo que
respecta a la relación entre las Ideas y las cosas expone Platón dos formas
de relación: la imitación para aquellas cualidades que, como la
circularidad, no admiten grados, y la participación para aquellas otras
cualidades, como la justicia, que sí admiten grados. Este intento de
solución planteará, sin embargo, muchos otros problemas, pero aun así
Platón no parece dispuesto a renunciar a su teoría de las Ideas.
Las Ideas, por lo demás, están jerarquizadas. El primer rango le
corresponde a la Idea de Bien, que representa el máximo grado de
realidad siendo la causa de todo lo que existe y de que podamos conocer
las demás Ideas racionalmente, como el sol hace que podamos ver las
cosas del mundo natural. A continuación vendrían las Ideas de los
objetos éticos y estéticos, seguida de las Ideas de los objetos matemáticos
y finalmente de las Ideas de las cosas.
Para entender por qué surge esta teoría filosófica en el pensamiento de
Platón, debemos recordar la búsqueda que Sócrates hacía de la definición
universal de cada cosa, lo cual ya había apuntado a la necesidad de
destacar el elemento común entre todos los objetos de la misma clase.
Ese objeto común o término del conocimiento, que en Sócrates no dejaba
de ser un término lingüístico, es convertido por Platón en algo real e
independiente del conocimiento y del lenguaje: de la afirmación de la
necesaria realidad de ese objeto común Platón concluye que debe existir
independientemente de la mente que lo concibe, y lo llama Idea. Por
tanto, la esencia de cada cosa, tiene una existencia real fuera de la cosa
misma, que es lo que Platón llama idea.
Además, Platón vio también en las matemáticas, saber riguroso por
excelencia, un claro ejemplo de la existencia de las Ideas, ya que versan
sobre las Ideas y sus relaciones, no sobre la realidad sensible, y si no
existieran tal saber no tendría ningún sentido.
Podríamos multiplicar los ejemplos, y el propio Platón afirma que lo que
dice se aplica a todas las cosas. Esto significa que para exista cualquier
objeto físico debe haber una causa suprema que no es de carácter físico.
2. La realidad del mundo y el demiurgo.
En su diálogo El Timeo, Platón trató también de la realidad del mundo
sensible. ¿De dónde viene todo y cuál es su origen? Recordemos que para
los griegos de la nada no sale nada, sino que siempre ha habido algo,
aunque no necesariamente como lo vemos ahora-.
Para Platón tiene que haber un principio a partir del cual explicar la
realidad, un arjé. Ese principio no es un principio creador como el Dios
cristiano al que estamos acostumbrados, sino un principio ordenador y
configurador del mundo. Según Platón, hay un Hacedor, un genio
ordenador (al que Platón llama Demiurgo) que ha modelado el mundo
actuando sobre la materia caótica y eterna, tomando como modelo a las
ideas, que son los modelos perfectos de la realidad. El Demiurgo no crea
la materia a partir de la nada, sino que es como un artesano que modela
la materia. Así, el mundo físico procede de las ideas que actúan como
principio formal y de un principio material y sensible.
Hay una separación entre los dos mundos o tipos de realidad. Por un lado
las ideas, que trascienden el tiempo y no están en el espacio, y por otro
las cosas del mundo físico que estén en el tiempo y el espacio. Y ¿cuál es
la relación entre ambas? Platón sugiere que las cosas del mundo sensible
de alguna manera participan de las ideas y las imitan.
De entre todas las ideas hay que destacar la idea de Bien. Es la idea más
elevada y la que orienta y estimula al demiurgo en su tarea y todo su
proceso. El universo se convierte así en un «cosmos», algo que tiene una
estructura racional y que por ello puede ser conocido por el ser humano.
Por consiguiente, resulta claro el esquema al que apela Platón para
explicar el mundo sensible: hay un modelo, hay una copia y existe un
artífice que ha hecho la copia sirviéndose del modelo. Según Platón, el
Demiurgo hizo la obra más bella posible, animado por el deseo del bien.
3. El conocimiento humano
Platón concedió una importancia capital a la razón y al conocimiento
como base de su pensamiento. El alma racional desea y aspira al
conocimiento de las ideas, porque lo más propio del alma racional es lo
inteligible, la realidad no sensible de las ideas y no las realidades
materiales. Todos creemos saber algo sobre la justicia, la verdad, etc.,
pero muchas veces no acertamos a explicarlo o no sabemos cómo decirlo.
Es como si tuviéramos conocimiento, pero de una forma vaga y confusa.
Pero, ¿cómo explicar el conocimiento de las ideas, eternas e inmutables,
si todo en el mundo sensible es caduco y cambiante? Platón mantenía
que el alma racional era eterna e inmortal y al principio estaba con los
dioses contemplando las ideas. Pero debido a una falta cayó en un
cuerpo, y ahora va de cuerpo en cuerpo hasta que consiga liberarse de él
definitivamente a través del conocimiento. Por eso, mientras estamos
aquí, al entrar en contacto con el mundo, el alma recuerda las ideas de
las cosas que ya vio entonces. Esta es una de las razones por las cuales
para Platón conocer no es otra cosa más que recordar. El conocimiento
es anamnesis, reminiscencia, esto es una forma de recuerdo, un
reemerger de algo que existe desde siempre, en la interioridad de nuestra
alma. El conocimiento de las ideas es posible gracias al alma racional,
que es inmaterial, igual que las ideas, y por eso puede conocerlas, porque
tiene su misma naturaleza.
Platón distingue en el libro VI de la República dos tipos de conocimiento
que a su vez poseen dos grados distintos: la opinión (dóxa) y la ciencia
(episteme). La opinión se divide en la imaginación (eikasía) y en creencia
(pistis), mientras que la ciencia se divide en conocimiento discursivo
(dianoia) y en pura intelección (nóesis). Cada grado y forma de
conocimiento posee una forma y un grado correspondientes de realidad
y de ser, ya que para Platón el conocimiento es proporcional al ser. La
eikasía y la pistis se corresponden con dos grados de lo sensible: la
primera se refiere a las sombras y a las imágenes sensibles de las cosas,
y la segunda, a las cosas y a los objetos sensibles en sí mismos. La
dianoia y la noesis hacen referencia a dos grados de lo inteligible. La
dianoia sigue estando relacionada con elementos visuales y con hipótesis
(por ejemplo, las figuras que se dibujan en las demostraciones
matemáticas); la nóesis es una captación pura de las ideas y del principio
del que dependen, es decir, la Idea del Bien.
Los hombres comunes se detienen en los dos primeros grados de la
primera forma de conocer, en el opinar. Los matemáticos se elevan hasta
la dianoia y solo el filósofo accede a la nóesis y a la ciencia suprema.
Por tanto, el conocimiento de las ideas, como veíamos, no es algo
espontáneo, sino algo a lo que se llega después de un largo proceso. El
alma, partiendo de la realidad sensible, tiene que ir ascendiendo y
conociendo cada vez más hasta llegar a las ideas, que es el grado máximo.
Hay, por tanto, una dinámica ascendente en el conocimiento, desde la
realidad sensible a la realidad de las ideas. Este procedimiento es para
Platón el método de la dialéctica, que permite ir de lo sensible a lo
inteligible a través del diálogo razonado, es decir, el proceso por el que se
asciende gradualmente al verdadero conocimiento, al conocimiento del
ser, de lo universal, de las Ideas, sus nexos y relaciones.
Para finalizar, para Platón el amor es también una vía de acceso a lo
inteligible, un medio de ascender a las Ideas. Se trata de una dialéctica
pasional. En el amor se produce una ascensión desde las cosas sensibles
hasta la Idea de la Belleza. El amor platónico es ascensión hacia la
Belleza. El Fedro desarrolla el mismo tema que el Banquete en el mito del
carro alado y con referencia directa a la reminiscencia. El alma que ha
caído a la tierra ha olvidado todo y perdido sus alas; pero «viendo la
hermosura de este mundo y acordándose de la verdad, toma alas y, una
vez alada, desea emprender el vuelo». Por ello el amor es filósofo. La razón
de ese amor por las Ideas es la afinidad del alma con las Ideas.
4. El ser humano, el alma y la virtud
Platón, igual que Sócrates, está preocupado por alcanzar la virtud, la
excelencia humana. Para poder alcanzarla y realizarla es necesario
conocer primero la función propia del ser humano, así que hay que
investigar cuál es la naturaleza del ser humano.
El ser humano está compuesto de un cuerpo material y un alma
espiritual, y la concepción platónica de las relaciones entre el alma y el
cuerpo es dualista, es decir, que esta distinción significa también, en
cierta medida, una oposición, ya que el cuerpo es más bien la tumba y la
cárcel del alma.
El cuerpo es más afín a lo sensible, mientras que el alma lo es a lo
inteligible. Por eso, somos fundamentalmente nuestra alma, y mientras
ésta se halle en un cuerpo está como en una tumba y por lo tanto
insensibilizada. Nuestra muerte corporal en cambio es vivir, porque al
morir el cuerpo el alma se libera de la cárcel.
Platón reafirma el mandamiento socrático del cuidado del alma como la
suprema obligación moral del hombre, pero señalando además que
«cuidado del alma» quiere decir «purificación del alma». Tal purificación
se lleva a cabo cuando el alma va más allá de los sentidos en busca de lo
inteligible y espiritual. La purificación coincide con el proceso de
elevación hasta el supremo conocimiento de lo inteligible. El proceso de
conocimiento es así también un proceso de conversión moral. Al llevarnos
desde lo sensible a lo inteligible, nos lleva desde un mundo hasta otro y
nos conduce hacia la verdad. Por tanto, conociendo es como el alma se
cuida, se purifica, se convierte y se eleva. En esto reside la verdadera
virtud.
Comprendemos entonces que en el ser humano exista una cierta tensión
porque consta de dos realidades muy distintas. Por un lado, tenemos un
cuerpo mortal, material, con sus inclinaciones y deseos. Pero, por otro,
un alma con una naturaleza semejante a la de las ideas, inmortal,
inmaterial, deseosa de conocimiento y de hacer el bien. Hay un dualismo
entre alma y cuerpo que surge de la complejidad y que reclama una
armonía.
Esta oposición entre cuerpo y alma se pone de manifiesto en la naturaleza
tripartita del alma. Platón distingue tres partes en el alma humana, cada
una de ellas con su virtud correspondiente:
-
Alma racional. Situada en la cabeza, es la parte del alma
específicamente humana. Tiene una naturaleza divina y es
inmortal como las ideas; es la única parte que podemos considerar
separable del cuerpo. Se rige por la razón y su función es el
gobierno racional del cuerpo conforme a lo perfecto, las ideas. Su
virtud es la sabiduría, el verdadero conocimiento del bien.
-
Alma irascible. Está situada en el pecho, se rige por el valor y los
sentimientos más nobles, y su función es impulsar a la acción, la
de querer: permite que los seres humanos superen el dolor y
renuncien a los placeres cuando la parte racional lo decida a través
de cualquier peligro. Su virtud es la fortaleza.
-
Alma concupiscible. Situada en el abdomen, se rige por el deseo y
su función es la de manifestar los deseos del cuerpo. Su virtud es
la templanza, la moderación de los placeres.
CUADRO RESUMEN
ALMA
FUNCIÓN
VIRTUD
Concupiscible
Desear
Templanza
Irascible
Impulsar a la acción
Fortaleza
Racional (inmortal)
Gobernar y dirigir
Sabiduría
La virtud es el estado mejor del alma, que es orden y armonía. Según
Platón, el alma de cada uno de nosotros tiene (en mayor o menor medida)
estas tres partes y sentimos esa tensión entre el cuerpo y el alma racional.
Cada función del alma tiene su correspondiente virtud y solo alcanzamos
la virtud plena, armonía y equilibrio, es decir, justicia, cuando es el alma
racional la que guía y dirige al resto del ser humano, cuando la razón
gobierna al valor y al deseo. La justicia es, por tanto, una virtud resultado
de las anteriores y que armoniza todas las virtudes del ser humano. Una
vida virtuosa, conforme a la naturaleza humana, será para Platón una
vida regida por la justicia.
En el diálogo titulado Fedro, Platón nos narra el mito del carro alado para
intentar expresar esta complejidad que tiene la naturaleza del alma
humana. La compara a un carro conducido por un auriga tirado por dos
caballos, uno negro indómito, y otro blanco, bello y bueno. El auriga
representaría la parte racional del alma, encargada de dirigir el conjunto
hacia sus fines; el caballo bueno representaría las tendencias nobles, y
el caballo malo representaría las tendencias más materiales. El mito
pretende explicar que el hombre virtuoso y admirable es aquel que
gobierna con la razón, sabiduría y justicia el conjunto de su ser.
Platón creía que el alma se iba reencarnando sucesivamente hasta poder
liberarse finalmente del cuerpo. Se trata de la teoría de la transmigración
de las almas, que Platón tomó del orfismo, una corriente religiosa de la
antigua Grecia. En síntesis, su teoría se reduce a lo siguiente. El hombre
se encuentra de paso en la tierra y la vida terrena es como una prueba.
La verdadera vida se halla en el más allá, en el Hades. El alma es juzgada
en el Hades con base en el único criterio de la justicia y la injusticia, de
la templanza y el libertinaje, de la virtud y del vicio. La suerte que
corresponde a las almas puede ser triple: si ha vivido en total justicia,
recibirá un premio yendo junto a los dioses a las Islas de los
Bienaventurados; si ha vivido en total injusticia, hasta el punto de
volverse incurable, recibirá un castigo eterno siendo arrojada al Tártaro;
si sólo cometió injusticias subsanables, entonces será castigada
temporalmente. Así, podemos ver la idea constante de la fuerza salvífica
de la razón y de la filosofía, y la importancia que da Platón a llevar una
vida justa y virtuosa.
5. El ser humano y la política
El verdadero arte de la política es el arte que se cuida del alma y la
convierte en lo más virtuosa posible. Por eso, existe una relación íntima
entre ética y política en Platón, entre la virtud y la vida en sociedad, y no
son comprensibles de forma aislada, ya que el ser humano y la felicidad
solo pueden alcanzarse dentro de la vida en la ciudad. La verdadera
filosofía coincide con la verdadera política y viceversa. Solo si el político
se transforma en filósofo o al revés, puede construirse la verdadera
ciudad, es decir, el Estado auténticamente fundamentado sobre los
valores de la justicia y del bien.
En cada ser humano hay una tendencia predominante de su alma. En
función de ello deberá recibir una adecuada educación y pasar a formar
parte de uno de los tres grupos sociales en los que se divide la sociedad:
gobernantes filósofos (que son aquellos en los que predomina el alma
racional), guardianes (con predominancia del alma irascible), y los
productores, comerciantes y artesanos (alma concupiscible). Cada uno
de ellos tiene una virtud propia de su alma y una función determinada:
los gobernantes tienen que gobernar conforme a las ideas o modelos
perfectos de la realidad, los guardianes defender la ciudad y mantener el
orden, y los productores producir los bienes necesarios. Cuando cada
uno ocupa el lugar que le corresponde y cumple su función lo mejor
posible, entonces hay armonía y justicia en la ciudad.
En cuanto al modelo político ideal, se inclina por una monarquía
aristocrática en la que el mando lo tendría el más sabio, prudente y
honrado. Pero, siendo más práctico, viendo la dificultad del ideal y
teniendo en cuenta a los hombres y gobernantes como son en realidad,
se hace preciso elaborar constituciones escritas en donde la ley sea
soberana como garantía de un gobierno justo.
CUADRO RESUMEN
ALMA
VIRTUD
CLASE
FUNCIÓN
Racional
Sabiduría
Gobernantes
filósofos
Gobernar
Irascible
Fortaleza
Guardianes
Proteger
Concupiscible
Templanza
Productores
Proveer
Justicia
6. La educación
En la República nos encontramos con el «mito de la caverna», relato en el
que Platón habla de la ignorancia o falta de sabiduría. Este mito es uno
de los que mejor expresa y resume todo el pensamiento de Platón. Sin
educación la situación del ser humano es la siguiente: estamos
encadenados y no miramos más allá de las cosas sensibles, tomando por
realidades a las sombras, que solo son apariencia y copias de la auténtica
realidad. La educación es un camino de liberación que nos hace superar
este error y esta confusión. Lo más elevado en la vida de los hombres (el
conocimiento, la ciencia, la virtud, la vida política, etc.) nace a partir de
la educación.
La educación es para Platón, por tanto, una exigencia en el ser humano,
ya que sin ella no puede llegar a vivir plenamente como tal. No se nace
virtuoso, sino que debe conseguirlo a través del conocimiento y del
ejercicio la razón. Sin educación viviríamos ajenos a la verdad y el bien.
La ciudad perfecta debe tener una educación perfecta. Por eso, la
finalidad de la educación es que se alcance la virtud y la justicia, tanto
individual como social, y sin ella no sería posible.
En la República establece Platón detalladamente el programa de estudios
que debería tener la ciudad ideal. Así, todos los niños y niñas deberían
recibir inicialmente la misma formación, sin que en la ciudad ideal nadie
sea privado de ella, ni en razón de su sexo ni por ninguna otra causa. El
encargado de la educación será el Estado, no las familias, para evitar
influencias negativas.
Platón no prescribe ninguna educación especial para la clase inferior de
artesanos y comerciantes, pero dedica largos pasajes a la educación que
debe darse a los que realicen funciones defensivas y rectoras. Tanto unos
como otros deben quedar exentos de cualquier oficio manual, para
dedicarse exclusivamente a su preparación para las funciones de defensa
y gobierno de la ciudad.
a) Ciclo elemental. El primer ciclo es común a todos los futuros
guardianes, seleccionados entre los niños que parezcan mejor
dotados, y se prolonga desde su nacimiento hasta los veinte años.
Consiste en un régimen combinado y armónico de cultura física,
intelectual y moral. Su objeto es formar jóvenes sanos, robustos y
ágiles, a la vez que formar su carácter haciéndolos valientes,
sagaces y despreciadores de los peligros, de suerte que sean aptos
para las funciones de la guerra.
Esta primera fase es poco complicada y no está sujeta a ningún
programa fijo. Los niños deberán educarse como si jugaran.
Consiste sobre todo en ejercicios de gimnasia rítmica al son de la
música. La gimnasia no es puro atletismo, sino que es una
disciplina que tiende a excitar el alma para dar a los guerreros
valentía ante el peligro.
Hay que someter a los niños a diversas pruebas y peligros físicos y
morales para observar sus reacciones. También es conveniente
llevarlos a la guerra, junto con sus padres, para que vayan
aprendiendo el arte de combatir.
b) Segundo ciclo. A los veinte años se realiza una selección. Los
menos aptos permanecen en la categoría de guardianes auxiliares.
Los mejor dotados moral e intelectualmente prosiguen su
formación otros diez años, estudiando de una manera más
profunda y sistemática disciplinas que les preparen y sean útiles
para el arte de la guerra y las ciencias.
c) Tercer ciclo. Pero todos los conocimientos anteriores no llegan a la
categoría de ciencia perfecta. A la verdad plena solamente llegan
los que tras otra selección, realizada a los treinta años, prosiguen
su preparación para funciones más elevadas. Los más aptos
dedicarán otros cinco años al estudio de la dialéctica, con la teoría
de las Ideas, que es la cumbre de todo el ciclo de formación
intelectual, al mismo tiempo que se ejercitarán en cargos
administrativos secundarios. Pero todavía tendrán que esperar a
cumplir los cincuenta antes de llegar, finalmente, a la categoría de
gobernantes.
Así, vemos la gran importancia que Platón atribuía a la función de
gobernar, considerándola como la más excelsa de todas y esencialmente
aristocrática, pues solo concede el acceso a ella a una minoría
selectísima, cuidadosamente preparada tras largos años de aprendizaje
y una esmerada educación. Por tanto, el gobierno debe pertenecer a los
filósofos, pues son los únicos que pueden guiar a los demás para hacerlos
salir de la caverna a contemplar la luz del sol del mundo inteligible.
En los últimos años de su vida, preso de cierto escepticismo político,
Platón deja entrever que su ideal de Estado justo no es acertado, ya que
es muy complicado, o incluso imposible, encontrar un gobernante
completamente justo aunque sea filósofo; por ello, en sus últimas obras,
el Político y Las leyes, nos plantea que deben ser las leyes, establecidas
por la mayoría de los ciudadanos, las que deben regir los designios de la
ciudad, ya que si dejamos en manos de una sola persona el gobierno de
la ciudad, se puede equivocar y actuar injustamente.
Descargar