Apartes de la intervención del senador Jorge Enrique Robledo en el

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Apartes de la intervención del senador Jorge Enrique Robledo en el debate sobre
restitución de tierras, plenaria del Senado, 29 de mayo de 2012.
Impulsar la gran producción monopolística
Es claro también que el centro de la política agraria de Juan Manuel Santos es la gran
producción. El punto 63 de su programa de gobierno dice con todas las letras que hay que
impulsar “el desarrollo de grandes explotaciones agropecuarias” que tengan a su lado unos
cuantos campesinos pobres del pancoger. Plantea de manera clara, además, que debe
eliminarse la UAF o unidad agrícola familiar, una medida de economía campesina que se
volvió un estorbo para que los baldíos del Estado puedan pasar a los grandes inversionistas.
La política que plantea el programa de gobierno del presidente Santos la había ya propuesto
Álvaro Uribe Vélez en el discurso famoso de La Fazenda, hace unos años. Uribe señalaba
que las tierras de la altillanura deberían desarrollarse mediante haciendas de “40, 45.000
hectáreas”, pero que había que eliminar la traba de la UAF. Sin embargo, él y el ministro
Arias consideraban que no tenían condiciones para eliminarla y permitir que la gran
propiedad económica se quedara con los baldíos del Estado.
El 26 de agosto de 2010, recién posesionado, el ministro Juan Camilo Restrepo se fue a la
reunión de la Asociación Bancaria y señaló que había que desmontar la UAF, porque
entorpecía la concentración de la tierra. Dijo que había que inspirarse en la gran producción
brasileña y fue claro en señalar que había que estimular la “gran agricultura empresarial”.
Se cubrió un poquito con la hoja de parra añadiendo que serían “asociaciones” con
pequeños y medianos campesinos, pero dejó en claro que el objetivo era la gran
producción.
Después, en El Tiempo, el 14 de marzo, señaló que una buena empresa agroindustrial debía
tener “una mínima economía de escala” del orden de “10 o 15 mil hectáreas”, la mínima,
agrega el doctor Juan Camilo Restrepo, para que le quepan “inversiones de 200 ó 300
millones de dólares”, es decir, del orden de 600 mil millones de pesos. No estamos
hablando de los empresarios de siempre en la historia de Colombia, sino de algo
completamente distinto.
Y nos explicó también el ministro que en Carimagua iban a asociar a unos cuantos
campesinos con un inversionista que aportara entre 300 y 400 millones de dólares, es decir,
hasta 800 mil millones de pesos, y digamos desde ya que asociaciones entre campesinos
pobres e inversionistas de ese tamaño no son otra cosa que alianzas entre el pájaro y la
guayaba madura. Está claro que la política oficial es convertir a nuestros campesinos, no en
propietarios libres de la tierra, como lo ordena la Constitución, sino en una especie de
siervos, de semiparceleros de la gran producción.
Además de lo dicho por el ministro para el caso de Carimagua, hay otro, el de la hacienda
Las Catas, en Córdoba. El director del Incoder de esos días señaló con precisión qué quería
hacer allí con los campesinos. Dijo que les daría unas pequeñas parcelas para el pancoger,
cada una con su casa, y que el resto de la hacienda se explotaría colectivamente. Que
tendrían “como aliados –y estoy leyendo– empresarios que aportaran su conocimiento (…)
socios que compren los productos y los acompañen en la financiación”.
“En el caso del cacao vamos a contar con un aliado muy importante que es la Nacional de
Chocolates”, les advirtió a los campesinos el director del Incoder, y ustedes “se tienen que
volver socios, tienen que aprender a convivir bajo unas reglas y el que no se adapte” a las
asociaciones con estos monopolistas “tiene que salir”.
Y Santos, el 7 de agosto de 2010, en Barrancabermeja, fue también claro en señalar que a
los campesinos había que asociarlos “con importantes inversionistas”, con el mercado de
capitales, una manera de llamar a los banqueros. Que los campesinos “merecen ser socios y
obtener rentas de capital además de sus ingresos laborales”, frase que, traducida al buen
romance, significa que será otro quien controle la tierra, por la que pagará un arriendo, y
podrá contratarlos como jornaleros, si bien les va. No es entonces en campesinos libres,
independientes, prósperos, en lo que está pensando el presidente Juan Manuel Santos.
Lo anterior hace parte del problema de la restitución, porque el propio gobierno ha
admitido que un porcentaje inmenso de los campesinos a los que les restituyan sus tierras
no quieren regresar a ellas, entre otras cosas, porque no les ofrecen facilidades. Y entonces
surge la pregunta: ¿qué va a pasar con sus tierras? ¿Quién se va a quedar con ellas? Y en
una ley que está en trámite aparece una figura que consagra el derecho de superficie,
consistente en separar la propiedad de la tierra de lo que se siembre en ella, política que
apunta a dejar a los campesinos como arrendatarios paupérrimos de los grandes
establecimientos productivos.
Y el artículo 99 de la Ley de Restitución de Tierras consagra que una cosa es el derecho a
la restitución y otra muy distinta el derecho al retorno. Podría suceder que un campesino a
quien el juez le haya ordenado la restitución no llegue nunca a retornar a su predio, porque
la ley permite que con él se quede quien hoy lo posea, si resulta ser un tenedor de buena fe,
o el Estado, en su defecto, pero en todo caso se mantendrá esa gran producción.
Esta concepción de la gran hacienda, de los campesinos semisiervos, del monopolio, de los
banqueros, de los “nuevos llaneros” como llamaba una revista a personajes como Luis
Carlos Sarmiento Ángulo, tiene una especie de culmen en la extranjerización de la tierra.
Los colombianos saben que por el mundo andan las grandes trasnacionales de los países
más poderosos quedándose con las mejores tierras de países como Colombia. Compran
decenas y millones de hectáreas en beneficio de los países ricos. En un debate le pregunté
al ministro de Agricultura qué pensaba él de que hubieran venido chinos a comprar 400 mil
hectáreas y lo único que me respondió es que a él no le parecía que eso fuera un problema.
Que si eran baldíos, lo que habría era que entregarles las tierras en alguna forma de
usufructo.
El Polo Democrático va a presentar una reforma constitucional que impida que las tierras
de Colombia se les entreguen a los monopolios extranjeros, como ya viene sucediendo en
otros países.
Ante este debate, el ministro Restrepo ha dicho que “no podemos caer en esa exaltación
desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero”. Pero lo que está en juego es que las
mejores tierras de Colombia pasen a menos de inversionistas norteamericanos y de otros
países y se pierda la propia soberanía de este país, ya bien vulnerada.
Este gobierno logró coronar el sueño que no pudo concretar Álvaro Uribe Vélez y que era
el desmonte de la famosa UAF. En la Ley del Plan de Desarrollo, el presidente Santos
consiguió eliminar la UAF, por lo menos en su parte práctica, aun cuando se mantiene la
legalidad, la forma, pero en la práctica, previos unos trámites menores, ya se le podrán
entregar los baldíos del Estado, y estamos hablando de millones de hectáreas, a cualquier
inversionista de cualquier tamaño, banquero o lo que sea, así sea propietario de otras
extensiones de tierra. Y establece también la norma que ya no será impedimento el haber
recibido tierras de reforma agraria, que se pueden sumar para montar grandes haciendas.
Logró el ministro Juan Camilo Restrepo y el presidente Santos lo que no pudieron Álvaro
Uribe y el doctor Andrés Felipe Arias. Uno esperaría que lo menos es que les hagan el
reconocimiento de haber sido los orientadores de esta política que, sin duda, no es de corte
democrático, como deberían serlo las políticas del agro colombiano. Y no lo es porque,
insisto, tenemos el peor índice de concentración de la tierra seguramente del mundo.
Luego, en resumen y termino con esto mi primera parte, el conjunto de la política agraria de
Santos es profundamente retardatario. Como el país se ha dedicado a mirar sólo lo de la
restitución de tierras, este otro debate lamentablemente no se ha hecho. Los colombianos no
saben que está pasando. Yo le he dicho al doctor Restrepo, ministro, por lo menos
promuevan un debate democrático. No metan estas cosas a las escondidas en el Plan de
Desarrollo. Permitan que los colombianos se enteren y que cada uno defienda su punto de
vista, pero no encubran la política agraria más retardataria en la historia de Colombia tras la
cortina de humo de la restitución de tierras, que como enseguida voy a probar, ni humo
echa, porque es mucho más la retórica que la realidad.
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