SANTOS, TIERRA Y LIBRE COMERCIO

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EL DESTAPE DE SANTOS SOBRE LA PROPIEDAD RURAL
Jorge Enrique Robledo
Con tres artículos-mico en el Plan de Desarrollo (45, 46 y 47), Juan Manuel Santos y Juan
Camilo Restrepo pretenden convertir en ley la idea de concentrar aún más la tierra rural,
cambio que no se atrevieron a intentar Álvaro Uribe y Andrés Felipe Arias.
En el debate de Carimagua se supo que Uribe y Arias preferían que las 17 mil hectáreas de
esa hacienda de propiedad del Estado se entregaran a un gran inversionista y no a medio
millar de familias campesinas, como fue el primer compromiso, querían que esos
campesinos dos veces despojados se convirtieran en peones o en neoaparceros del
monopolista afortunado, se quejaban porque la Ley 160 de 1994 no les permitía usar tierras
públicas para montar latifundios privados “de 40, 45 mil hectáreas” y no se atrevían a
proponerle al Congreso el cambio de la Unidad Agrícola Familiar (UAF)
(http://www.moir.org.co/IMG/pdf/004.pdf).
La Ley 160 permite el acceso a la tierra de jornaleros y minifundistas dentro de los límites
de la UAF, definida esta como la pequeña área que le permite vivir a una familia campesina
y generar ahorros. También prohíbe entregarles los baldíos de la Nación a quienes sean
propietarios rurales y determina que los baldíos adjudicados no podrán sumarse a otras
tierras para convertirse en propiedades o sociedades mayores, condición que también
tienen, durante 15 años, las tierras originadas en subsidios oficiales de reforma agraria.
El Plan de Desarrollo modifica a fondo la Ley 160/94 para promover la mayor
concentración de la tierra en la historia del país. Para ello –y violando la Constitución–
desmonta la limitación de la UAF y permite que se adjudiquen los baldíos de la Nación en
cualquier área y a cualquier persona, terrateniente o banquero, nacional o extranjero.
También autoriza que las propiedades originadas en adjudicaciones de baldíos o de reforma
agraria puedan agregarse a otras para montar enormes negocios, todo dentro del objetivo
del artículo 63 del programa de gobierno de Santos de promover “grandes explotaciones
agropecuarias” y del compromiso de Restrepo en la Asociación Bancaria de montar en
Colombia el modelo de la gran plantación brasileña. Como también ofrecieron Uribe y
Arias en Carimagua, en este proyecto se “dará preferencia” a las “asociaciones” de los
campesinos con los “grandes productores”. Allí donde ocurra, será la alianza del pájaro con
el plátano maduro. Y se sabe que van por al menos siete millones de hectáreas en la
Altillanura (Orinoquia), más las del resto del país. ¡La gran piñata!
Si con las normas actuales, que en algo controlan la concentración de la propiedad rural,
Colombia es uno de los países del mundo con la tierra más concentrada en manos de muy
pocos y tiene más del 30 por ciento de la población en el campo en la miseria, ¿cómo serán
las cosas si Santos y el gran capital financiero se salen con la suya? Y esto, para peor, lo
meten como un mico en el Plan de Desarrollo y no como una ley tramitada de cara al país,
para no verse obligados a explicar por qué profundizan el sesgo anticampesino del agro,
prefieren monopolistas a pequeños y medianos empresarios y que las tierras del Estado
colombiano terminen en manos de extranjeros. De otra parte, ¿no son enormes los riegos de
que esta ola de concentración de la tierra estimule la violencia que sigue campeando en la
Colombia rural?
Aunque no se sepa, la ley de víctimas y restitución de tierras, al igual que la orientación del
Banco Mundial para pasar las fincas a productores “más eficientes”, son parte del paquete
de hacer del monopolio el rey del agro. Primero, porque usan la restitución para maquillarse
y hacer que no se mire hacia su proyecto de feroz concentración de la propiedad rural. Y
segundo, porque, como está planteada, la ley de víctimas deja en manos de Santos los
aspectos claves del proyecto –incluida la posibilidad de burlarse del país– y en ella nada
impide que las tierras restituidas las vuelvan a perder los desplazados y terminen agregadas
a las “grandes explotaciones agropecuarias” que pretende imponer la cúpula del santouribismo o el uribo-santismo.
Este debería ser un gran debate nacional y no una maniobra palaciega orquestada por los
mismos de siempre, que prosperan mientras el país se hunde todavía más. Si lo que
pretenden como objetivo es repudiable, no lo es menos que la manguala santista, en el
gobierno y fuera de este, impida la discusión pública sobre un asunto de importancia capital
para el progreso del país y el bienestar del pueblo, cada vez más víctimas de la concepción
neoliberal y plutocrática de las medidas económicas y sociales.
Bogotá, 18 de febrero de 2011.
SANTOS, TIERRA Y LIBRE COMERCIO
Jorge Enrique Robledo
Estoy seguro de que debe restituírseles la tierra a los desplazados por la violencia. Pero
también debe hablarse de la totalidad de la política agraria del gobierno de Juan Manuel
Santos, sobre la cual, con todo cálculo, se silencian aspectos fundamentales, a pesar de que
ellos afectarán profundamente todo lo que a la postre decidan los parlamentarios santistas
sobre la ley de restitución.
La ley de restitución tiene origen en un imperativo de la Corte Constitucional y en lo
fundamental señala: 1. Solo se aplicará sobre predios de zonas del país donde el gobierno
determine que hubo violencia generalizada. 2. Únicamente afectará tierras despojadas por
actos reconocidos en los procesos de justicia y paz. 3. El desplazado que consiga la
restitución de su finca podrá escoger entre recibirla o que el Estado se la compre mediante
TES que podrá vender, inevitablemente a menos precio, en el mercado financiero. Si decide
recibir la tierra, puede trabajarla, venderla o alquilarla. El gobierno ha dicho “que la gran
mayoría de los desplazados (…) no desea retornar a sus lugares de origen”.
Si ocurriere el imposible de que toda la tierra arrebatada retornara a todos los despojados, el
país, en cuanto a predios rurales, quedaría como en 1990, más los cambios que haya sufrido
la estructura de propiedad rural que no modifique esta ley. No sobra recordar que 20 años
atrás el mundo rural colombiano estaba bien lejos de ser un lugar deseable y que no hay
cómo probar que a la par con la restitución desaparecerán los factores económicos y de
violencia que propiciaron y precipitaron el despojo. La ley, además, no determina cómo se
usarán las tierras que se restituyan ni lo que sucederá con las que pasen al Estado, aunque
es obvio que estas últimas se entregarán a particulares, vendidas o en algún tipo de
concesión.
La otra cara de la política de tierras de Santos está en su plan de gobierno. El punto 63 dice
que fomentará “el desarrollo de grandes explotaciones agropecuarias” y el 69 que quitará la
“limitación burocrática” de la Unidad Agrícola Familiar (UAF), unidad de área que prohíbe
que el Estado titule sus tierras más allá de lo que necesite una familia campesina. Al
explicar lo anterior, el ministro de Agricultura dijo en el Senado que la idea es usar el
Incoder para no tener que cambiar la ley en que se fundamenta la UAF, de manera que las
tierras públicas se entreguen, en la extensión que determinen y en usufructo, en las Zonas
de Desarrollo Empresarial, donde también pondrán campesinos. Ante la Asobancaria hizo
explícito que el desmonte de la UAF debía acompañarse de otras decisiones inspiradas en el
modelo del Cerrao brasileño (que es de gran producción), como que las regalías se usen
“para el financiamiento de grandes emprendimientos en el campo agropecuario”. Sobre que
el capital extranjero busca quedarse con millones de hectáreas en la Orinoquia, Juan Camilo
Restrepo dejó en claro que ello podía ser, entregándole tierras del Estado no en propiedad
sino en usufructo.
Lo que el gobierno quiere se entiende mejor si se recuerda al uribismo, hoy el santismo, en
Carimagua. Arias quiso entregarle las 17 mil hectáreas de la hacienda y con un arriendo
bajo a un solo magnate, al tiempo que Uribe se lamentaba porque la UAF le prohibía
montar fincas de “40, 45 mil hectáreas” en la altillanura, para lo que propuso que las tierras
se entregaran en concesión y se llenaran con cultivos para agrocombustibles, los únicos que
no tienen que competir en condiciones de libre comercio, por lo menos hasta hoy.
El Banco Mundial (2007) conecta los dos aspectos de la política de tierras de Santos: “Hay
pocas posibilidades para acceso de tierra a través del mercado”, por lo que debe facilitarse
“la movilidad de los derechos de propiedad, de modo que la tierra pueda utilizarse (…) por
usuarios más eficientes” (para todas las fuentes: http://moir.org.co/files/pdf/DOCS.pdf).
¿Será casual que la ley de restitución busque ampliar el mercado formal de tierras, con la
masiva titulación de predios del campesinado?
El tercer aspecto de la política agraria de Santos I también muestra que él es, aunque lo
oculte, Uribe III: continuar con el neoliberalismo y concretar los TLC, políticas que
agravarán el desastre agropecuario. Para relacionar tierras con libre comercio se basta y se
sobra el líder indígena que explicó que las importaciones le impedían sembrar en su parcela
algodón, sorgo y maíz, y que indignado concluyó: “Los indios no somos lombrices… No
comemos tierra”.
Bogotá, 17 de septiembre de 2010.
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