25 de noviembre Día internacional de la eliminación de la violencia hacia las mujeres la situación de las Adultas Mayores. El pasado 25 de noviembre se conmemoró en todo el mundo el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia hacia las Mujeres. Fecha seleccionada, en 1995 por la ONU, en memoria del violento asesinato de las hermanas Mirabal (Patria, Minerva y María Teresa), activistas por los derechos femeninos asesinadas el 25 de noviembre de 1960 en manos de la policía secreta del dictador Rafael Trujillo en la República Dominicana. Este día invita a repensar acerca de las diferentes formas de maltrato padecida por las mujeres en nuestro país y en el mundo. Situaciones enmarcadas en una ideología predominante en nuestra cultura occidental conocida como “machismo”. Es decir, un conjunto de ideas, valores, representaciones que posicionan a los varones en un lugar socialmente superior en comparación con las mujeres. Todas estas son manifestaciones muy sutiles, que intentan ser invisibilizadas para sostener el estado de las cosas. Según los momentos históricos la cultura determina qué deberían ser y hacer varones y mujeres para estar dentro de lo considerado “normal”, de lo esperado, y eso determina esta asimetría antes mencionada. Algunos ejemplos históricos: las mujeres recién pudieron ejercer su derecho al voto en nuestro país en 1947, hace tan sólo 66 años. Por lo que muchas mayores deben aún recordar ese primer día en que fueron consideradas ciudadanas, con la capacidad e inteligencia de elegir a sus representantes. Situaciones similares se daban en relación a la posibilidad de acceder a estudios universitarios o a cargos docentes, que hasta ese momento eran sólo permitidos para los hombres. En agosto de 1894, Cecilia Grierson, primera médica del país, se inscribió en un concurso para ser profesora sustituta de la Cátedra de Obstetricia para parteras, pero el cargo le fue negado sólo por su condición de mujer. Otros ejemplos claros responden a la evolución de los derechos civiles de las mujeres en nuestro país. Durante el Código Civil de Vélez Sarsfield, (1871 a 1926) las mujeres casadas no podía trabajar, ni estudiar, ni ejercer el comercio, sin la autorización del marido, debían obediencia a éste a cambio de protección. Las esposas debían seguir al esposo, donde él elija unilateralmente el domicilio conyugal, y si lo abandonaban podían ser obligadas a ingresar nuevamente por la fuerza pública. La mujer perdía su nacionalidad por el solo hecho de casarse pues adoptaba la nacionalidad del marido. Tampoco podía administrar bienes, ni siquiera los propios. El varón administraba y disponía de todos los bienes, los suyos, los gananciales y los de la esposa. Todos estos derechos ganados luego de varias luchas, pueden parecer para las nuevas generaciones como algo natural, incuestionable, y hasta incluso ciencia ficción. Sin embargo, nuestras antecesoras han vivido cotidianamente estos abusos de poder quizás sin la posibilidad de poder cuestionarlo. Ahora bien, ¿por qué se relaciona esta historia con las situaciones de violencia actual? Porque tienen que ver con el lugar que se nos ha brindado a las mujeres y que muchas reproducimos sin darnos cuenta. Un lugar de supuesta inferioridad por nuestra condición femenina, que nos ha llevado y nos sigue llevando a reproducir roles estereotipados: la madre que debe dar todo por sus hijos y la familia; la trabajadora que debe luchar para ser reconocida en sus capacidades, aún ganando sueldos notablemente inferiores a los varones o sin la capacidad de acceso a cargos de dirección; la mujer atractiva abocada a la superficialidad de la imagen y el cuidado corporal para poder seguir siendo deseada… ¿Y a las adultas mayores qué se les designa como rol? Continuar cuidando, lo que les han enseñado toda la vida. Cuidar de los nietos, cuidar de sus maridos enfermos, cuidar de otros mayores dependientes, y relegar sus deseos y aspiraciones hasta tanto los otros dejen de necesitarla. Si bien hemos ganado y avanzado en esto que se llama la igualdad de derechos, nos queda un largo recorrido por transitar. Es por eso que fue necesario en nuestro país sancionar la Ley 26.485, contra la Violencia de Género, para resaltar las desigualdades que aún hoy siguen vigentes para las mujeres por su mera condición de mujer. Y comprometer a los gobiernos, y a la sociedad en general, para la prevención, erradicación y sanción de cualquier forma de maltrato que se dé hacia el género. Sanción que hoy por hoy no es reconocida socialmente y que la Ley viene a ponerle nombre para dar cuenta de la situación actual. Si un varón toma como rehén a su mujer o ex mujer y amenaza con matarla es leído como un problema familiar que debe ser solucionado “puertas adentro”. No hay un cuestionamiento de por qué ese varón se cree con el derecho del viejo Código Civil, de sentirse dueño de la vida y la libertad de esa mujer. Y si no se culpabiliza y banaliza la decisión de la mujer en un simple “¿ella por qué se queda?” que rememora a un pasado oscuro de nuestra historia en el cual se creía que algo habrían hecho las personas perseguidas por la violencia del Estado. Todas respuestas simplistas, que no contemplan la complejidad de la violencia hacia las mujeres y que dejan afuera la lectura de las representaciones culturales sobre estas situaciones. Según datos estadísticos en nuestro país, en lo que respecta a la violencia intrafamiliar, durante el año 2012 las denuncias por violencia hacia adultos mayores representaron el 3,5% del total. Las tipologías de violencias más detectadas fueron, por orden: violencia psicológica, maltrato físico, abuso económico. Cifra en aumento comparada con los datos del período 2008 al 2009, en el cual hubo 651 denuncias por violencia a mayores de 60 años, representando el 1% de las denuncias. Siendo, en ambos casos, las ancianas las víctimas más frecuentes. Es decir que, a las situaciones de maltrato estructural e institucional que viven los adultos mayores en general, las ancianas suman la inseguridad del hogar. Y no por situaciones perpetradas por desconocidos, que ocurren pero en un porcentaje muchísimo menor, sino por parte de sus núcleos familiares más cercanos. De ahí las dificultades para poder hablar de esto, denunciarlo. Si la vejez cuenta con la característica de la feminización, es decir, son más las mujeres que los varones ancianos, y también es mayor la expectativa de vida para ellas, es momento de ponernos en acción y revisar los antiguos preceptos que victimizan solapadamente. Es por eso que denunciar todas y cada una de las formas de violencia es responsabilidad de toda la sociedad, de las instituciones, de los mayores y los que se convertirán en unos años, de los que trabajamos con esta población y los que no. Para romper con eso que genera el maltrato y lo perpetúa: el silencio, la vergüenza y la indiferencia. Lic. Carla Del Duca. Diciembre 2013