Columna del Arzobispo Chaput

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TRES PREGUNTAS SENCILLAS EN EL UMBRAL DE LA CUARESMA
Columna semanal del arzobispo Charles J. Chaput, OFM, Cap.
27 de febrero del 2014
Miércoles de Ceniza, el comienzo de la cuaresma, cae el 5 de marzo este año. Cuando se vive
bien, la cuaresma puede convertir el corazón y transformar la vida de una persona; es la razón del
tiempo –prepararnos para el milagro de la Pascua. Pero el autoexamen, el arrepentimiento y la
reconciliación son raramente indoloras; ellos pueden sonar mucho más fáciles en la teoría de lo
que son en la práctica.
Así que al comenzar la jornada de cuaresma de este año, unas simples preguntas y respuestas
podrían ayudarnos en nuestro caminar:
La reconciliación suena como una idea genial, pero ¿cómo reconciliarse con alguien que te
ha lastimado amargamente y no reconoce que él o ella ha hecho mal? ¿No es el perdón un
camino de dos sentidos?
Perdonar a quienes nos hacen daño es algo nuestro. Hacer que nuestro perdón dependa de la
admisión de culpa de la otra persona es sólo otra forma de exigir justicia y de insistir en nuestros
«derechos». Eso es una forma sutil de orgullo. Jesús perdonó a sus asesinos mientras ellos se
burlaban de él en la cruz. Su perdón fue un don gratuito, sin ataduras. No podemos seguirlo si no
hacemos lo mismo.
Sin embargo, usted tiene razón en que cuando existe una brecha entre dos personas, no se puede
remediar a menos que ambos deseen sinceramente que se remedie. Incluso así, algo o alguien
tiene que proporcionar un medio de reconciliarlos. Ese es el papel de Dios. La reconciliación es
la obra de Dios; buscar la reconciliación es la nuestra. Debemos hacer todo lo posible para hacer
las paces con los demás y luego dejar el resto en las manos de Dios.
Pero si la justicia es una cosa buena, ¿por qué yo simplemente me alejaría de ella cuando se trata
de mis propias necesidades?
No debería. Siempre es razonable insistir en ser tratado justa y honestamente, y estamos
obligados a tratar a los demás de la misma manera. Desafortunadamente, usted y yo y todos los
demás también somos pecadores –lo que significa que, inevitablemente, trataremos injustamente
a los demás y seremos tratados injustamente nosotros mismos. Como resultado, la vida muy
rápidamente se puede convertir en una red de demandas y contrademandas airadas del uno con el
otro, muchas de ellas justas y la mayoría de ellas irresoluble.
La única manera de poder salir de esta maraña es perdonar. El perdón es un acto de libertad; crea
nuevas posibilidades; nos libera de la carga de nuestro propio egoísmo herido, y libera al otro
para perdonar y así liberarse. Entregando nuestros reclamos a Dios nos quita un enorme peso –
un peso que nos paralizará si lo cargamos por mucho tiempo, no importa cuán legítimas sean
nuestras quejas.
Siempre trabajamos más eficazmente por la justicia en nombre de los demás. Cuando se trata de
nuestra propia situación personal, el ego siempre se interpone en el camino y nubla nuestro
juicio. La gran paradoja del plan de Dios es que sólo logramos la justicia mediante la práctica de
la piedad. La piedad cambia tanto al que da como al que recibe; ablanda el corazón endurecido.
Por eso la Escritura tan a menudo compara la piedad con el agua en el desierto: trae nueva vida.
Alienta a conversión y amor, que engendran actos de justicia, que construyen paz. Así que si
quiere justicia para usted mismo y para los demás, perdone. Anteponga la piedad; la justicia
seguirá.
¿Por qué necesito enjuiciarme en preparación para la Pascua? ¿No es la Pascua la temporada
de una nueva vida? ¿Dónde está la alegría de usar la cuaresma como fiscal en mi propio
juicio?
Nosotros mismos nos debemos exactamente la misma piedad que debemos a los demás.
Denigrarnos no es el punto de la cuaresma; es purificar nuestros corazones. La cuaresma es el
tiempo en que aprendemos el lenguaje del arrepentimiento y el perdón disciplinando nuestra
mente, nuestro espíritu y nuestros apetitos, para que nada nos impida oír la voz de Dios y lo
busquemos. La alegría en la cuaresma viene de nuestra confianza en la resurrección de un
Salvador que nos librará del pecado y nos restaurará a la vida.
Por supuesto, a menos que entendamos nuestra propia pecaminosidad, a menos que entendamos
la urgencia del arrepentimiento y la reconciliación, la Cruz no tiene ningún sentido; la
Resurrección no tiene ningún sentido. El gozo de la Pascua es la alegría de la liberación y la
nueva vida. Si no creemos en nuestro ser que necesitamos desesperadamente estas cosas, la
Pascua es sólo otra excusa para salir de compras, y el sacramento de la penitencia y nuestro
ayuno y limosna, son una pérdida de tiempo.
Pero en el silencio de nuestros corazones, si somos honestos, sabemos que sentimos hambre por
algo más que nuestro propio egoísmo y errores. Fuimos hechos para la gloria, y estamos vacíos
de esa gloria hasta que Dios nos llene con su presencia. Todas las cosas son hechas nuevas en la
victoria de Jesucristo –incluso los pecadores como usted y yo. La sangre de la Cruz lava la
muerte; nos purifica como recipientes para la nueva vida de Dios. La Resurrección nos llena de
la vida misma de Dios.
La cuaresma es una oportunidad de gracia no una carga. Que usemos estas semanas de cuaresma
de este año para limpiar y preparar nuestros corazones para que podamos recibir a Cristo esta
Pascua, y compartir su vida a lo largo del 2014.
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