LA ESPIRITUALIDAD DE LA CUARESMA Se acerca Señor tu día, en el que todo florece con su luz y su alegría ya el camino... resplandece. Nos has llamado al desierto, Señor de la libertad, y está el corazón abierto a la luz de tu verdad. Subimos con esperanza la escalada cuaresmal, el Pueblo de Dios avanza hasta la cumbre pascual En el mensaje que nos dirigiera con ocasión de la Cuaresma del año 2011, y haciéndose nuevamente eco del Concilio Vaticano II, el Papa Benedicto XVI nos recordaba que la Cuaresma es un tiempo esencialmente bautismal. Así nació y así quiere la Iglesia que lo vivamos en la actualidad. Para los que van a recibir el Bautismo en la próxima Pascua, esta Cuaresma es la última etapa de su camino preparatorio; es el tiempo de disponerse espiritualmente para recibir la gracia de los sacramentos. Y para quienes ya hemos sido bautizados, es el tiempo de prepararnos para renovar el gozo de salvación, también en la noche santa de la Pascua. No sólo es evidente entonces que la Cuaresma sólo puede entenderse en relación directa con la Pascua, sino que además comprendemos el justo lugar que les corresponde a todos los demás recursos que nos ofrece la liturgia, la piedad popular y la devoción personal. En el ámbito, por ejemplo, entendemos el verdadero sentido de la sobriedad propia de estos días. La desaparición completa de las flores, el uso de un color litúrgico tan sobrio, la ausencia de cantos y música festiva e incluso la posible supresión de algunos elementos…, hacen que las celebraciones de estos días sean secas y que generen incluso un cierto sentido de vaciedad. De tal modo que ansiemos la llegada de la Pascua y entendamos que sólo en Dios nuestra vida cobra pleno sentido.