CAP.XXXIII La Valla Cuna del Inst.Marista

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CAPITULO XXXIII.- LA VALLA,"CUNA" DEL INSTITUTO MARISTA.
La "Sociedad de la Cruz de Jesús", fundada en Lyon el 17 de junio de 1816 por el Vicario General Juan María
Bochard, predicaba los retiros de entrada en los seminarios menores de L'Argentière, Alix, Meximieux y Verrières.
Juan Claudio Courveille, iniciador y jefe del grupo de Maristas al que pertenecía Marcelino Champagnat y que
llegaría a ser la "Sociedad de María", ejercía como vicario parroquial en Verrières. Esto significa que el Vicario
General seguía acariciando la idea de fundir las dos "Sociedades" en una sola, bajo su alta dirección.
Después de predicados esos cortos retiros en los seminarios menores, cinco Padres de la Cruz de Jesús salieron a
predicar las primeras misiones parroquiales durante dos meses, noviembre de 1816 al 6 de enero de
1817.Casualmente las realizaron en Saint-Sauveur-en-Rue, al sur del Pilat, cerca de Marlhes. En ese lugar, los
Pequeños Hermanos de María abrirán su tercera escuela en 1820,remplazando al maestro Benito Arnaud, cuñado de
Marcelino y su maestro en el curso 1804-1805.
1.- INICIOS DE UNA GRAN AVENTURA.
Tan sólo dos meses después de la llegada a La Valla, el Padre Marcelino tenía ya dos jóvenes dispuestos a fundar su
Congregación. Al principio era Juan María Granjon el único que estaba al corriente del proyecto, ya que Juan
Bautista Audras pensaba solamente en recibir una preparación especial mientras llegaba a la edad necesaria para
poder ingresar en el noviciado lasallano de Lyon. No tardó el dinámico vicario en informarle de su proyecto, y le
preguntó si le parecía bien comprometerse en la aventura de una nueva fundación.
Ante esa revelación y pregunta, el adolescente respondió: "Desde que tengo la dicha de estar bajo su dirección, no
pido a Dios más que una cosa: saber obedecer,y la gracia de renunciar a mi propia voluntad. Así pues, haga usted de
mí lo que quiera, con tal de que yo llegue a ser religioso".
Seguro ya de sus dos aspirantes, se propuso Marcelino buscar un local, y lo encontró a la salida de La Valla, en el
camino a Luzernod. Esa casucha formaba, con la iglesia y la casa parroquial, un triángulo, de tal modo que la casa
parroquial se encontraba a igual distancia de los otros dos edificios. Pertenecía a un labrador que vivía en La
Rivoire, Juan Bautista Bonner, quien aceptó cederla ya fuera comprada o simplemente rentada. Era ciertamente
pequeña pero disponía de un huerto y un prado que medía aproximadamente 500 metros cuadrados, y llegaba hasta
limitar con un pequeño bosque propiedad de la curia parroquial.
El traspaso se hizo por vía oral y Marcelino Champagnat, aprovechando sus ratos libres, limpió y reparó el
inmueble. También fabricó dos camas de madera y una mesa para el comedor. Luego completó el rudimentario
mobiliario con algunos otros muebles viejos que le regalaron. La ropa de cama, los utensilios de cocina, vajilla, etc.,
eran escasos o brillaban por su ausencia.
Paralelamente a esta actividad, desde Todos los Santos el vicario se interesó en la escuela de niños que un maestro
laico tenía en La Valla, probablemente en el caserío de Sardier. La visitaba con frecuencia y platicaba largos ratos
con el maestro sobre problemas escolares concretos y asuntos pedagógicos.
Por Navidad todo estaba preparado. Juan María Granjon y Juan Bautista Audras se instalaron en dicha casita el
jueves 2 de enero de 1817.Esta fecha se considera como la fecha de la fundación de los Hermanos Maristas.
2.- LA PRIMERA COMUNIDAD MARISTA.
Juan María Granjon acababa de cumplir los 23 años. A duras penas era capaz de distinguir las letras del abecedario,
pero como antiguo granadero de la "Guardia Imperial" se le designó como director. El único súbdito, Juan Bautista
Audras, sólo contaba con 14 años, pero sabía leer.
Como carecían de despertador, un alambre unía la casa parroquial con el noviciado, distante unos cien metros. Con
tal medio de comunicación, el vicario los despertaba a las cinco de la mañana. El tiempo se distribuía entre la
oración, el trabajo manual y el estudio.
En aquellos primeros días los ejercicios de piedad eran cortos y pocos. Al levantarse, la oración de la mañana usual
en la diócesis de Lyon, o sea: actos de adoración, agradecimiento y ofrecimiento, seguidos del Padre nuestro, Ave
María, Credo, Yo pecador, mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia, algunas jaculatorias y letanías del santo
nombre de Jesús.
Nuestros dos novicios asistían después a la misa del vicario, y a veces cantaban según la liturgia. La misa matinal
tenía su complemento en una visita al Santísimo al medio día en la iglesia parroquial. Por la tarde rezaban el rosario
y el día se cerraba con la oración de la noche: acto de adoración, Padre nuestro, Ave María, Credo, examen de
conciencia y acto de contrición, seguido de una invocación a la Santísima Virgen, a los ángeles custodios y a los
santos patronos, y la letanía lauretana a la Santísima Virgen.
Durante el día, a hora conveniente, leían durante 15 minutos en el Manual del Cristiano o en el Libro de Oro.
El "Manual del Cristiano" contenía, además de las oraciones diocesanas del día, oraciones para la misa, vísperas,
completas, los 150 salmos, el Nuevo Testamento, la Imitación de Cristo y algunos ejercicios preparatorios para los
sacramentos.
El llamado "Libro de Oro" era un opúsculo subtitulado "Práctica de la humildad", escrito por Dom Sans de SainteCatherine. Contenía una oración de San Bernardo, un prólogo, el librito de oro o instrucciones sobre la humildad
para llegar a la perfección cristiana, un resumen de los sentimientos y doctrina del venerable Juan Rusbroche,
canónigo regular de la Orden de San Agustín, sobre la humildad, una oración litúrgica para alcanzar la humildad,
máximas cristianas que pueden servir para una seria meditación, y por fin una oración a la Virgen pidiéndole una
buena muerte.
La primera máxima propuesta decía: "Tu gran negocio es el de la eternidad", y la última o sea la 160:"Amar a Dios
sobre todo y al prójimo como a sí mismo es toda la ley. Amarse a sí mismo y buscarse en todo es la fuente de todo
pecado".
Según el axioma de la regla benedictina "Ora et labora", la oración monástica tenía que alternar con el trabajo. Para
nuestros dos Pequeños Hermanos de María el trabajo no era un punto más del reglamento sino una necesidad.
Efectivamente, fuera de su exiguo sueldo de vicario y una pequeña paga por los servicios religiosos, el fundador
Champagnat no disponía de otra cosa, y los dos formandos eran muy pobres. El huerto y el prado nada podían
producir por estar en pleno invierno; para cultivarlos había que esperar tres o cuatro meses. De la parte agrícola se
encargaría Juan Bautista al llegar la primavera. Lo esencial del trabajo invernal tenía que ser artesanal,
especialmente la fabricación de gruesos clavos de carpintería. Para esto se instaló cerca de la pequeña cocina un
yunque con su correspondiente fragua, y durante horas enteras "la cuna de los Pequeños Hermanos de María"
resonaba con martillazos y despedía metálicas chispas de la fragua, especialidad particularmente de Juan María
Granjon.
Pero oración y trabajo no formaban al profesor; era preciso reservar tiempo suficiente para la preparación escolar.
Los dos futuros maestros tenían que instruirse previamente. Necesitaban poder leer correctamente en francés y latín,
ejercitarse en variedad de caligrafías, ser capaces de descifrar antiguos manuscritos, asegurarse en las cuatro
operaciones fundamentales de la aritmética: suma, resta, multiplicación y división.
Fácil resultaba pasar de la oración o de la lectura al manejo del martillo o del zapapico; pero la mayor dificultad
llegaba cuando se dejaban esos groseros instrumentos para tomar delicadamente entre sus encallecidas manos la
ligera pluma de cuervo y aplicarse en copiar finos arabescos, o hacer filigranas alternando trazos gruesos y finos de
la escritura con habilidad.
[Présence Mariste. Nº 147, 1981/2]
sur.htmsur.htm
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