monjas, que no daba más señales de vida que los dé

Anuncio
'EL NIÑO D E LAS MONJAS
295
monjas, que no daba más señales de vida que los débiles estremecimientos que de vez en cuando le sacudían.
Lenta y penosa fué la conducción del desventurado.
Pintaba íla aurora cuando Salmerón, llevando a Cascabel,
llegó al convento, donde se 'hallaba d médico esperando
a Cascabel, pues la llegada del caballo había Ihecho sospechar a todos una desgracia...
Sor Resignación estaba aiterrorizada; todas conmovidas; únicamente Soledad se conservaba firme y enérgica, sobreponiéndose a su gran dolor. Con gran prisa
^dispusieron lo más preciso para la cura que practicó el
médico, que halló gravísimo al herido.
• Fué recobrando el conocimiento Cascabel, que volvió
a la realidad muy poco poco. Antes de darse cuenta
de su estado, vagó su imaginación por mundos fantásticos y desconocidos. Luego recordó confusamente lo
que había pasado. La imagen de Gloría atravesó por su
pensamiento como una inquietante y rápida visión que
duró un momento. Vió (luego a. las monjas, a Salmerón,
a la dolorida Soledad, a todos los que sufrían y rodeaban su lecho ¡con verdadero dolor. Sonrió ad mirarlos.
Parecía que su sonrisa ya no era de este mundo. Era
como si descendiese desde lo alto o llegara desde muy
lejos... Quiso hablar y le impusieron silencio. Una monjita expuso tímidamente ed deseo de que confesase ©1
herido. Sor Resignación fué la encargada de decírselo
cuando sólo quedaran con Cascabel Soledad, el jardinero y ella.
ijConfesarse!... Antes haría examen de conciencia...
Que dejaran la confesión para el día siguiente. ¿ No
querían?... Muda, absorta, ausente de sí misma, adusta, como dominad'a por una gravísima e inquebrantablle
determinación, rezaba Soledad en voz tan ¡baja que apenas se la escuchaba. Sentada a la cabecera del lecho de
Cascabel, de allí no habría de separarse hasta que el
infeliz no muriese. Después, ya sabía 3o que tenía que
hacer. Sor Resignación, colocada al otro lado, espera-
296
JUAN
LOPEZ
NUÑEZ
ba que llegara el momento de cutnplir oon Jas prácticas
<ie su orden; pero para regresar en seguida. Kn cuanto a Salmerón, negóse en absaluto a separarse del lado
de Cascabel; |pero atendiendo a ías isúplicas de su hija,
a los ruegos de la monja y a las indicaciones dtíl médico,
avínose a descansar un ipoco, pero para entrar en reacción únicamente. E l pobre había sufrido lo suyo aquella
noche infernal. Caligula, sentado junto a la puerta, parecía el guardián atento que estaba allí para ladrar a la
Muerte cuando la presintiera...
¡ Pobre Cascabel, ¡que sonreía en su delirio como acariciado por recuerdos amorosos y encantadores! Frecuentemente, tomo si despertara de un sueño, miraba a Soledad y a la monja, que, como dos estatuas del dolor,
estaban ¡quietas e inmutables, entregadas a sus rezos y
meditaciones!... ¡Cuánto le querían!... Pensándolo se
le saltaban las (lágrimas... Por señas pidió una vez que
le aproximasen la 'americana. Hízolo así Soledad. Entonces E l Niño de las monjas, después de sacar de uno
de sus bdlsillos la carta de Gloria, pidió una luz, una
bujía, cerillas..., algo en cuyo fuego pudiera quemar la
carta. Soledad, muy pálida, sin pretender enterarse de
su contenido, le obedeció. Y con segura mano sostuvo
la bujía, que devoró en seguidía la icarta de la cortesana.
Las cenizas flotaron unos momentos; luego se esparcieron por todas partes, confundiéndose con el polvo. Así
sucedería con todo: memento homo..., que se dijo Cascabel interiormenite.
,
Aprovechando la ausencia de sor Resignación, dirigióse Cascabel a Soledad, que lloraba silenciosamente,
sin hacer ningún ruido, lo mismo que si temiese despertar a Cascabel de un dulce sueño de paz y agonía.
—No llores, niña—le dijo.
—Bueno, pero no hables...
—¿Por qué no he de habüar?...
—No es conveniente.
E L NIÑO D E LAS MONJAS
297
—Teméis que se me escape 'la vida, como si vailiese
algo la nuestra para Conservarla con tanta energía.
—Va/le mucho, porque la vida que tenemos pertenece a Dios.
—Pues a él vudve.
•
—Asi sea.
—Yo se la entrego como una carga enojosa que me
pesara,
—•"Padre nuestro que estás en los délos..."
—Reza, allma noble y buena, corazón de santa, corazón de virgen...
—'"Ruega por nosotros los pecadores..."
—'"Ahora y en la hora, d'e nuestra muerte."
—Amén.
":
—Soledad.
.
—¿ Qué quieres ?...
—Verte...
¡
—Pues aquí me tienes.
—Coloca mi cabeza de tal modo que te contemple. Así.
¡ iBendtta seas!
—'No te agites.
i
—¿No ves cómo hablo? ¿No escuchas cómo escatimo
hasta el aire?... Silban mis palabras entre los dientes...
Así regateo a mis labios lo que encierran mis pulmo nes... Oye:
-¿Qué?
—Cuando pienses en mí, piensa que he sido muy
malo, tanto que voy a morir víctima de 'los alegres y
amados errores de mi vida antigua.
—Ave María.
—Era mi destino.
—Dios te perdone.
• —'Si dejo alguna herida en tu corazón, yo te digo
que la produje inconscientemente. • ¿ Me perdonarás ?
—Por todo.
—Gracias, Sdedad... Ahora un favor. Tú sabes dón-
298
JUANLOPEZNUÑEZ
de vive mi apoderado. Que le telegrafíen. Que le digan
que voy a morir. ¿ Me entiendes ?
—Sí.
—¿Lo harás?
—Apenas venga mi padre.
—Bien,
—¿ Deseas alguna cosa más ?
—Que pidas a todas horas ¡por mí.
—Te ofrezco no consagrarme a otra cosa.
—He sido muy malo, ¿me comprendes ?
—Pecador solameníte, como todos.
—Más que ninguno.
—Si té arrepientes, s'erás el primero entre los justos.
— ] Arrepentirse!
—Purificarse.
—Para morir.
—Para morir de modo que quede vida en la muerte.
—Soledad.
—¿Qué?
—'No te he engañado. Te quise; es decir, quise quererte. ..
—Bueno...
Y la pobre niña estremecíase temblorosa y palpitante de emoción, angustia, amor, desfallecimiento y pena.
—Tu cariño era tan dulce... Pero la otra, ¿sabes? He
sido muy malo.
—Pecador, solamente pecador.
—La vida se cerrará sobre mí como una vasta sepultura de espantoso olvido.
—Pero quedamos nosotros.
—Tú. Acepta lo que voluntaria y fraternalmente te
he legado.
—-Yo lo tomo.
—Gracias, Soledad.
—Lo emplearé en sufragios para tu alma y en practicar obras de misericordia.
-—4 M e h^s querido muidho ? '
^
E L NIÑO D E L A S MONJAS
aqg
—No tanto como por tus desgracias merecías.
—¡ Mis desgracias!...
—Tanto más 'hondas cuanto más feliz te.¡creías tú.
—Dame tu mano. Quema con su frío.
—Es el de la muerte de mi corazón.
1
Se ile cerraban los ojos a Cascabel. Soledad, sin retirarse del lado dei infeliz, posó 'su mano en la frente del
desgraciado, que en un instante quedó dormido.
Así la sorprendió Sor Resignación cuando llegó de
puntillas.
— i Qué le ocurre ?—preguntó.
—'Duerme. '
-¿Sí?
—Sí.
—1¡ Pobres de nosotras!...
Y las idos mujeres lloraron sin consuelo; pero en silencio...
De pronto dijo la monja :
'
—'á Qué será de t i ?
—Que pronto tendrá usted una 'hermana más en el
Convento, y Dios Nuestro Señor, una sierva humilde.
CAPÍTULO L U I
EXAMEN D E CONCIENCIA
Lo primero que se hizo, por indicación de Soledad,
fué poner el telegrama que 'había dicho Cascabel. El encargado de imponerlo en Córdoba fué el Torbellino, que
hubiese querido tener alas para cumplir mejor su cometido. Lo puso urgentemente por recomendación expresa
de Salmerón. Bl Torbellino, que tan agradecido estaba
a Cascabel, estaba desconsoilado. ; Maldita fuese la hora
en que aquel hombre de bien perdió di sentido !... Porque
Cascabel había perdido el juicio, ¡qué duda le cabía!..'.
Ofreciéndose para todo, siempre estaba en casa del jardinero por si necesitaban algo. Esperaba la menor indicación para llevar al padre Froilán a confesar al enfermo.
Este se empeoraba por momentjpB. E n uno de lucidez
se puso a reflexionar y a hacer examen de conciencia.
Sor Resignación y Soledad querían que se confesase a
todo trance, y d pobre Cascabel deseaba complacerlas.
Su examen de concienicia fué detenido y escrupuloso.
Paísó revista a su vida, que se le ofrecía con una sencillez clara y diáfana. Había querido mucho: nadá, más.
Llevado por su cariño arrostró los peligros más temibles. Hundido en el mal un día por sugestión de su
amada, el mal le había hecho suyo. Y era tan desgraciado que, asociando el pecado al recuerdo de su Gloria, lo
deseaba y apetecía. Todo lo demás era humo e ilusión
E L NIÑO D E LAS MONJAS
301
al lado de su gran cariño. Que le recordase siempre su
adorada era su deseo. Si lo lloraba, mejor; pero si en
plena locura tenía para él un delicado y amoroso pensamiento, ¿que mayor fortuna?... Descender dejando en
pos de si un murmullo de dolor lejano, ¡ qué grata ilusión!... Las frases de Gloria las llevaba en su pensamiento. No se borraban de él por nada ni por nadie.
¡ Con qué obstinación imponía a su memoria «el deber de
recordarlas 'constantemente! No pudo ver nunca en Soledad la mujer que inspirase una gran pasión. Era buena, Sensible, tierna, exquisita; una dulce y bella flor de
inocencia y de martirio; en cambio, da otra.,. "Había
sufrido muicho por su causa y tenía el deber de quererla
siempre..." ¡En fin!... ¡Querer!... ¡Sólo por lo que se
sufre es por lo que se ama...! Lo demás nada supone en
la región de nuestros sentimiéntos. Flotante siempre entre el bien y el mal, optó desde un principio por lo segundo. ¿Fué malo? ¿De verdad fué malo? Seguramente. Su conciencia se lo decía sin reproche; pero se lo
decía: había sido malo desde el momento que (había perdido su alma, y loco y ciego se había, entregado al desorden y a la licencia. Fué por seguirla; pero después
continuó lo mismo por recordarla y tenería siempre cerca de él, aunque sólo fuera en pensamiento. Esto era lo
horriblemente pecaminoso que hallaba en su vida: el
ardiente afán de tgozar los deleites mundanales de los
que fué la iniciadora Gloria, su Gloria, su ya casi eterna Gloria, porque si después de esta vida se halla otra,
allí seguiría pensando en ella y queriéndola. Nada más
tenía que decirse. Había practicado muchas obras de
caridad, había sido generoso, desprendido, pródigo; no
pudo ver lágrimas sin enjugarlas; lástimas, sin compartirlas; miserias, sin socorrerlas. Pasados los momentos
de exaltación y de celos, veía^ Gloria como lo que era, y
de lo que se arrepentía era de haberla maldecido tantas
veces. En la gran revolución que precedió a su caída, y luego subsistía a través de .su vencimiento, su
302
JUAN
LOPEZ
NUÑEZ
razón, que empezó llena d'e contradicciones a juzgarla,
comprendía al ¡fin lo que representaba. Era la mujer inquieta, frivola, desgraciada y generosa a su modo: la
mujer engendrada por d mundo para que fuera su
emblema^ era io que su mismo nombre significaba: era
la Gloria con sus diversiones, con sus placeres, con sus
licencias, con su poder... Desearla siempre después de
haber abominado de ella, aunque fuese malo, ¿qué le
importaba ?
Desde su ruptura, ¿ qué 'había sido su existencia sino
una desatinada carrera en pos de su icariño a través de
ios demás ? Porque !la quiso siempre, y más que nunca en
los momentos de mayor odio. Temperamento de luchador, forjado por las grandes batallas de la vida, sólo a
u/na mujer así pudo querer, y quererla como la quiso:
como mujer, primero, y luego, como representación.
¡ Y querían que se arrepintiera! ¡ Como si fuera posible abominar en un momento de toda una existencia llena de amor y locura!... ¿Qué le importaba perder la v i . da, ni perder, el alma, ni sumirse para siempre en las t i nieblas de la condenación eterna ? Las raíces de su pasión, estaban tan adentro de su espíritu, que era imposible arrancarlas. ¡ A y ! Creyente fervoroso de toda su
existencia, veía que, por encima de todo, se hallaba su
gran cariño. Y cuando pedía a siu conciencia gritos de
reproche, veía que su conciencia permanecía muda y no
le contestaba. Se hallaba mudo, petrificado y atónito.
El mundo le seguía dominando, fascinando y esclavizando. Y con el mundo el demonio de la perversidad.
Aquella Gloria infernal y al mismo tiempo divina era
para el Niño de las monjas todo lo del mundo habido
y por haber. No supo querer de otra manera y no quiso
querer tampoco.
¡ Terrible lucha fué la que sostuvo el desventurado
Cascabel, que era tan infeliz, que continuaba siendo fiel
al recuerdo del amor malo, que le dominaba por completo !
E L NIÑO D E L A S MONJAS
303
Sin embargo, no estaba tan loco para que no hubiera
en su alma una voz recóndita y misteriosa que, con el
acento de la virtud, le llamara al camino del arrepentimiento. Era como una luz tenue y blanca en la noche de
su martirio. Orientado por ella queria guiarse para llegar a la otra vida, a cuya entrada debía depositar el escandaloso bagaje de sus inquietudes, extravíos y sinrazones,. ¡Ay, Gloria, Gloria!... ¡Cuánto costaba al único
hombre que la quiso de co'razón y de verdad!...
A solas con eil padre Froidán, indocto cura de aldea e
ignorante pastor de sencillas almas, le expuso su pensamiento, sus inquietudes, sus (perplejidades y la tortura
que sufría.
Su confesión, más que confesión, fué un desahogo de
Cascabel, que descorrió el velo de sus dudas, sus vacilaciones y sus sentimientos.
Fué tan sincero que no se calló nada.
Hasta le dijo que se había embriagado la noche de su
despeñamiento, para celebrar loca y jubilosamente las
noticias que dfe Gloria había tenido.
El pobre cura lo escuchaba' sorprendido y aterrado.
Sin interrumpirle lo escuchó hasta d fin; Oyó paciente,
resignado y atento la revelación que le hacía Cascabel,
con aquel escandalizador relato de tantas y tan indignas
aventuras y tantas y tan merecidas desdichas, y veía que
no iba a poder darle la absolución, y pugnaba por penetrar en aquel alma dominada por el mundo para sorprender en ella algo de virtud que pudiera responder a
sus palabras... Virtud había; pero una virtud desfigurada de tal modo que resultaba falsa, acomodaticia e
incomprensible. Elevaba tan adentro las raíces de su
pasión que le ocupaban todo. ¡ Qué lástima, Dios Santo !...
La pobre ¡casuística del sacerdote rural no comprendía
lo que se encerraba en aquel corazón tumultuoso y atormentado. Pero no había que desmayar. Como un héroe
luchaba por salvar el alma de Cascabel. 'Dioraba el viejecito, gemía E l Niño de las monjas. ¡Qué dolor!...
304
JUAN
LOPEZ
NUÑE2
Aquella página del gran libro de la vida era sangrienta
y horrible. ¿Y manaba tanta desesperación en nombre
del .cariño?... ¡No podia ser!... Hizo que Cascabel le
repitiera su historia. Y así que terminó el conf eso, iluminado por el espíritu divino, dijo el buen padre Froilán:
—Hijo mío: Yo te exhorto a que olvides todo lo que
me has contado y que te arrepientas de corazón,
—'Padre... No puedo...
—Sí. Medita conmigo en lo que esa mujer ha sido
para t i . Comprende su perversión. Obsérvala, taimada
y cínica, seguirte adonde ibas, y llegar aquí a sacarte
de tu refugio con una carta que ella sabía que te iba a
destrozar d alma. De mujer fatal se calificó ella misma,
y bien puedes decir que lo ha sido para todos. Las puertas de los templos no se abrirán nunca para esa mujer
perversa y envilecida^ hasta que no se arrepienta de todos sus crímenes; te lo digo en nombre de Dios: escúchalo y tiembla, desgraciado: en nombre de Dios, que
es el que me inspira, y el que ha permitido que viva lo
suficiente para escucharte y procurar tu salvación a todo
trance. Hablabas del amor para disculpar tus extravíos
con tu cómplice. ¡Infeliz!... ¡Amor ese afán insensato
y repugnante de arrastrarse por el suelo; amor esa cobardía con que has luchado; amor esa desesperación;
amor lo que. has sentido!... ¡Vicio, vicio nauseabundo!
El amor es otra cosa; es lo que tienes tan cerca, y por
voluntaria ceguera no quieres ver: amor es el de Soledad, siempre resignada, siempre virtuosa, siempre colocada delante de t i para salvarte con sus oraciones y su
bondad... Amor... Amor el que todos experimentan, y
es otra fuerza que nos da d cielo para que nuestra vida
no sea un desierto... ¿Puedes decirme si has sido feliz
alguna vez con esa desventurada? No. N i tú ni ninguno
de los que como tú viven ha sido ni será feliz. A l contrario. Llevan en su pecado la expiación viviente, que
les hace viejos antes de tiempo, desdichados en plena
fiesta, pensar en d crimen en plena diversión... ¡Felices
E L NIÑO D E L A S MONJAS
305
vosotros!... ¡Feliz tú, que para celebrar una noticia de
"la mujer que dices querer, tienes que mancillar la Naturaleza con tus locuras y que embriagarte y que suicidarte!...
—Padre... ¡ Qué dolor siento al oírlo!
—Despierta, Lázaro, despierta, y anda... Así le digo
a tu alma... Despierta... Da gracias a Dios, porque él te
va a dar vista, cual al. moderno Tobías, que se empeña
en estar ciego... Reza conmigo. Acuérdate de tu madre,
que aunque te abandonase, ¡ cuántas veces, arrepentida,
habrá pedido por t i desde el otro mundo!... Reza, desdichado... Reza... Yo te exhorto, yo te lo suplico, yo te
!o mando en nombre de Nuestro Señor, que ungió a la
Magdalena con su divina clemencia, y ila hizo santa porque Magdalena yacía contrita y pesarosa, llorando por
su siniestro pasado...
—Padre...
— Y que has tenido conciencia, ¿ no te lo dice el hecho
de haber estado siempre en lucha con esa desventurada,
que cuando se apoderó de t i fué porque ya rendido por
el enemigo no podías oponerla ninguna resistencia? Tú
lo has dicho: tú lo has confesado en esta hora que, aunque tú no quieras, ha de ser de penitencia; tú mismo me
lo decías al exclamar: "Padre, había momentos en queyo la aborrecía..." ¡Y tanto!... ¡Como que todo lo que
tienes es producto de esa desesperación que te mata el
alma!... Ama, yo te lo pido; ama, pero con amor verdadero, que es alegría del corazón y encanto del espíritu;
ama, que con la sola felicidad que experimentes al querer con verdadero amor, ya te habrás salvado. Ama...
—¡Amar!...
—Sí, para purifiicarte, engrandecerte y salvarte; para
olvidar lo pasado y para que en tu conciencia tenebrosa
brille el sol de la verdad, que es amor también; amor
infinito, que nunca muere y que no se extingue; amor
que no deja, como el tuyo, una huella de remordimientos
y de tristezas... ¡ Ama!...
20
306
JUAN
LOPEZ
NUÑEZ
Estaba sublime el pobre padre Froiián. Sois palabras,
inspiradas y sentidas, tenían el fuego de la suprema verdad. Transfigurado como un apóstol, sugestionaba con
el acento, con el ademán, con todo su aspecto de hombre
justo y virtuoso. Lloraba como un niño, pugnando por
convencer a Cascabel, que, poco a poco, sentia que de su
corazón se iiba quitando un gran peso que era oomo
una losa que le oprimía, ahogaba y hacía morir. Lentamente penetraba en su alma una convicción definitiva,
y redentora, y oon ella un gran deseo de purificación..
Oyendo al padre Froiián sentíase otro.
—Si—continuó diciendo éste—, ama; pero con amor
donde se condense todo tu espíritu sin remordimientos,
ni ludias, ni afanes, ni recelos; ¡ama!
¡Amar!... Y dominado, convencido, lleno de fe, de
ternura, de unción y deseos benditos de salvación, contestóle Cascabel:
—Pues bien, amo. M i corazón se dilata. Quiero llorar de alegría, porque amo como nunca y porque lasnubes se rasgan y veo añlá arriba a una madre que fuémuy desgraciada por el amor malo y se redimió por el
arrepentimiento y la contrioción; amo porque olvido voluntariamente, pesaroso de haber perdido mi voluntacl
y mi vida en estériles y satánicas diversiones; amo porque las sombras se ahuyentan y veo que Dios me espera,
en unión de mi pobre madire.
—¿Amas?...
— Y me arrepiento.
—¿De corazón?...
—Con todo el fervor del ciego que recupera la vista..
—'Recemos juntos...
—Solos, no. Que vengan todos...
—No... Todos vamos a la capilla y, mientras tú solo
completas tu redención, todos, como en los grandes acontecimientos, rezaremos de rodillas ante la Virgen de
Consolación.
—Yo quiero verla.
E L NIÑO D E L A S MONJAS
307
—La verás porque la traeremos en procesión al mismo tiempo que conduzcamos la Eucaristía... ¡A ver!...
Sdedad... Torbelimo... Hermanas... Que abran las
puertas de la iglesia; que suene el órgano para que asciendan a los cielos las voces puras gratas a Dios... Recemos todos... Recemos...
Iluminado por su fe marchaba el padre Froilán sin
que nadie le llevara de la mano. Así penetró en la iglesia, cuyas luces estaban todas encendidas... Sonaba el
órgano conventual como si la propia Santa Cecilia lo
acariciase. Sobre las losas del templo cayeron todos
orando con fervor y devoción. Aquello era tan grande
que sobrecogía. Era una escena que hacía temblar e imponía terror. ¡ Allí sí que se comprendía la infinita idea
de la Divinidad !¡...
Oyendo el coro próximo, las voces que rezaban, el
dulce sonar del órgano, quedó Cascabel. Y como si todo
el mal que llevaba dentro fuera una serpiente que tuviese en su garganta, *a¿ntió que ésta se soltaba, y que
subían, ilibres y expeditas, del corazón a los ojos las lágrimas, que.bañaron al fin copiosamente su rostro... Y
luego rezó y unió su voz a la de los de afuera, y hambriento de pan eucarístico se puso a esperar a su Salvador...
Con la misma solemnidad con que había penetrado en
ella salieron de la iglesia todos. Unos conducían sobre
sus hombros a la Virgen de Consolación; otros, con cirios, la seguían, mientras el padre 'Froilán, revestido con
todas sus galas sacerdotales, llevaba la Eucaristía...
La alcoba del enfermo se llenó de luz con la presencia de todas aquellas almas buenas... Adelantándose a
todos, llegó a él el padre Froilán, que dió al arrepentido
la Comunión, que fué como darle vida y dulzura, pues
el moribundo no lo parecía sino al revés: podía afirmarse que era nueva vida lo que le entraba con el supremo alimento espiritual... Y radiante su pensamiento
3o8
JUAN
LOPEZ
NUÑEZ
y limpio su corazón quedaron por los siglos de los
siglos...
Parecía que era aqutíMo lo que esperaba Soledad para
que la dejase su fortaleza. Así que vió que Cascabel comulgaba y que como un santo sonreía con inocencia y
bondad, cayó, cuan larga era, desmayada como una flor,
que ai fin se rendía después de haber resistido todos los
dolores...
No era nada: una pequeña crisis. Tardó poco en volver en sí y en penetrar en la alcoba para tranquilizar'a
Cascabel, que, viéndola llegar, la alargó las manos, y estrechando entre ellas (las de la niña, idijo con una serenidad, un candor y una ternura que a todos impresionaron :
—Padre, ¿ será pecado ocuparse aihora de Soledad y
de mi?
—Nunca. Porque ella «es la que te ha salvado, con el
auxilio de Dios.
—Pues bien, Soledad: Ante tc^do, yo te digo que, despierto mi corazón, ve lo que has'sido. Por t i compr endo
que me he salvado, pues este amor que me inspiras es
la purificación de mi alma. Sor Resignación, padre-mío...,
ahí os la dejo. ¡ Cuidadla con el mismo amor y la misma
ternura con que cuidaríais de mi propio espíritu... No
lloréis... Envidiadme, porque moriré como yo deseo que
muráis todos vosotros...
CAPÍTULO
LIV
SOL DE LA TARDE
Fué tan generoso el cielo, que permitió que Cascabel
viviera unos días más, para que en tan poco tiempo disfrutara de las (horas más felices de toda su existencia.
Allí, rodeado por todos aquellos seres buenos y dignos,
se disponía a rendir el obligado tributo de su existencia,
amando como no había querido nunca a la dulce Soledad.
¡ Qué bien decía el padre Froilán que el verdadero amor
es el consuelo entre todos los consuelos y el placer más
delicado, puro e inocente entre todos los placeres!...
Acostumbrado a sus antiguas violencias y hedho a ver el
cariño como un martirio, ¡con qué inefable alegría experimentaba el que brotaba en su corazón como purificadora llama de un fuego divino!... ¡ Y qué bella era la
noble Soledad que lo alimentaba con su ternura!... En
el Ararat de sus infortunios era como una paloma blanca que se posaba con la simbólica oliva de la paz y la
bonanza.
Una tarde, ¡hablando con Salmerón, que no era ni su
sombra, pues hasta el don de la elocuencia parecía haberlo perdido; una tarde, repetimos, con la efusión propia de su carácter abierto, decía a la sazón al taciturno
y mudo orador:
—'¡Qué ciegos estamos los hombres!,..
—iYa, ya... ,
31°
JUAN
LOPEZ
NUÑEZ
—¡ Cómo perturbamos nuestra vida y perdemos nuestra alija, viviendo con el mundo que nos despedaza.
—Yo sé una copla..., pero no te la digo.
—Dígala, hombre.
—¡Es que como es un poco triste!...
—Pero si la tristeza no está en las cosas, sino en nosotros. Dígala. No sé qué íe pasa a usted que lleva tantos
días sin hablar palabra.
—La emoción..., ©1 dolor..., la desesperación que tengo por
m i . . . ; déjame que libre, porque si no...
—Bueno; pero dígame la copla.
—Si tú lo mandas...
—Se lo suplico.
—Pues oye:
A l que vive con el mundo,
el mundo lo ha de matar,
pues la vida es un segundo
si se empieza a-malgastar.
—Muy bien.
—Son coplas que ahora, como estamos así, yo compongo para no descomponerme. ¡Cascabel de mi alma!...
¡ Qué triste es todo!...
—Vamos, padre, vamos.
—Si yo comprendo que todo está muy bien; pero me
compunjo, ¡vaya!... No tengo palabras, ¡yo!, no tengo
palabras para decir lo que siento. Las coplas solamente
son las que me ayudan:
Cantar que del alma sale,
^cantar que a otro pecho va,
es el único que vale
4
si con su destino da.
Pero perdona: tú no estás para canciones. Te dejo. Es
E L NIÑO DE LAS MONJAS
311
la ihora de que venga Soledad, En tu estado, ¿para qué
quieres que te molesten ?
—Para acordarme siempre de vosotros.
—Verdaderamente que aquí parece que el único bueno es el enfermo. ¡Qué alegría y qué tranquilidad las
tuyas!...
—Porque voy a morir en paz...
—Morir... ¡Maldi...! Pero perdona. Es la costumbre... ¡Adiós!...
Salió presuroso para no soltar otra copla y para no
llorar, porque el médico les había dicho que Cascabel
tal vez no escapase de aquel día. La copla era ésta. La
transcribiremos para que no quede inédita:
El mármol con ser el mármol
no aguanta mi gran dolor;
el mármol se derretía
si sufriera lo que yo.
Poco después de haber salido ©1 jardinero llegó Soledad, que, vestida de luto, sin flores en la cabeza, tempranamente se resignaba a vivir como viuda. Era tal la
castidad de los dos amantes que estaban juntos a todas
horas y ni con el pensamiento ofendían a la más rígida
moral. No se sabe qué vería la niña en la cara de Cascabel que, llegándose a él, le contempló ansiosamente y
llamándole angustiada le hizo mirarla:
—/Cascabel/... /Cascabel!...
—¡ Soledad!...
—¿Me ves?...
—Sí...
—¿Qué te sucede?... .
—-Nada... Todavía nada.
—]Dios mío!...
—No te asustes, alma... Quiero morir a tu lado... ¿ Te
dará miedo?
—No.
3i2
JUAN
LOPEZ
NU Ñ E ^
—La muerte es una cosa tan dulce cuando llega así....
¡ Ay, Cristo!...
—¿ Quieres que llame al padre Froilán ?
—Esta mañana me confesé nuevamente... Soledad.
Mira. Cuando yp me muera, pero para nacer a otra vida,,
rompe todos mis papeles, las cartas, lo que haya entre
mis cosas y que puedan manchar mi nombre.
—'Lo haré'. Hemos tenido un telegrama. Viene para t ú
—¿Lo leiste?
—No.
—Pues rómpelo sin leerlo.
—¿ De quién será ?
—¿Nos importa acaso? Es de los otros, ¿me comprendes ?
—Sí.
—Pues no debemos leerlo. No es por miedo, que fuerte soy por tu cariño, que es el que abrigo después det
que tengo a Dios; no es por miedo, sino por higiene
espiritual.
—Lo que desees.
—Ahora, si es que el padre Froilán me impone su
lectura como una penitencia, estoy dispuesto a cumplirla.
—Se lo diré.
—Ahora no estará. Quedó en venir aquí apenas llegase. Ha ido a confesar a otro. ¡Ya somos dos!...
—¡Cascabel!...
—Dos que nos salvamos de nosotros mismos...
—¿Vendrá el médico?
—Ya no vendrá más...
—1 Por qué ?
—Porque no.
—¡Dios mío !...
—¿Vuelves á llorar?... i Qué débil, qué sencilla, qué
tierna eres !...
—¿Qué será de mí?...
-^-Nada. Que me querrás siempre.
E L NIÑO D E LAS MONJAS
313
—Siempre.
—Tú eres mi fe, después de la que tengo en la otra
vida.
•—¿ Por qué no serias antes asi ?
—Porque Dios lo quiso.
—¡Cascabel!...
—Sí, siempre como ahora, que, verdadera santa, eresespejo de virtudes y purezas. Elevaf siempre tu frente
con el mismo candor de ahora. Asi me tendrás a tu ladc.
—Sí.
—Soledad... ¿Me escuchas?
—Si.
—No te oigo...
--Estoy aquí.
—¿ Dónde ?
—Aquí...
—] A h ! . . . Conmigo... Estás conmigo...
—-Ya viene el padre Froilán.
—Soledad...
A l que vive con el mundo...,
el mundo... lo ha de matar...,
—-¡Cascabel!...
pues... la vida... es... un segundo
si se... empieza... a mal...gas...
—¡ Dios mío!...
—"Creo en Dios Padre..."
—¡ Madre!... i¡ Padre Froilán!... j Padre!...
Empezaba la agonía de Cascabel cuando llegaron los
que Soledad llamaba con tal urgencia. Presurosamente,
el padre Froilán hizo sobre el moribundo la señal de la
cruz, y dijo:
—Muere santamente.
¡Y tan santamente!... Era su muerte como uno de
314
JUAN
LOPEZ
NUÑEZ
esos crepúscii'los serenos en que fallece el día majestuosa
y lentamente, con toda la solemnidad y grandeza de una
agonía sobrenatural. Abrió los ojos, y sin fijarlos en
parte alguna parecía mirar a todos a través de celestes
nubes. En ocasiones, alargaba sus manos, y hallando las
de Soledad y sor Resignación, las oprimía dulcemente,
como recomendándose a ellas. Cuando el dhnto de los
que asistían a su último instante era muy desconsolado,
él miraba de nuevo y, como consolá«doles, agitaba sus
manos, que eran de cera...
...Y así murió, dando un pequeño suspiro que más
•que de angustia era de satisfacción, pues ya el alma
cautiva se redimía saliendo de su triste cárcel corporal
y humana...
¡ Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios!...
Habían amortajado a Cascabel con un sencillo hábito,
y, velado por todos, parecía dormido en el humilde
ataúd sobre el que descansaba su cuerpo. Llegaba la
madrugada cuando el galope de un caballo se oyó muy
cerca, como si acudiera alguien que tuviera mucha prisa. Y efectivamente. Era el Torbellino, que había toreado aquella tarde y, enterado de la noticia, 'había ido a
Córdoba a comprar una corona con el importe de su
trabajo. ¡Y se la llevaba el pobre con tal cariño y tal
ilusión, que hasta el padre Froilán sintióse conmovido
por aquella prueba de gratitud! La corona, hecha de
pensamientos, era lujosa. Ostentaba esta inscripción:
"Para el amigo, para el maestro, para el protector.—
E l Torbellino.
Era la primera vez que éste veía su nombre en letras
de molde. ¡Ya se cansaría de verlo!...
Llegándose a Cascabel, destapó su cara... Lo miró un
momento... Hizo ademán de besar »u frente, pero sacudido por hondos y desgarradores sollozos no tuvo fuer-
E L NIÑO DE LAS MONJAS
315
zas más que para caer de rodillas y rezar. Luego, como
si pensara en alta voz, decía:
•—Era mu güeno... -Lo digo yo... Mú güeno... Me
dio su traje de luces... Era mú güeno...
Soledad lo escuchaba, y acordándose de lo que se
acordaba, se enternecía más. Hasta que no pudo contenerse y, yendo al sencillo catafalco, se arrodilló a los
pies del ataúd para regar con sus lágrimas el suelo que
té sustentaba...
En el momento del entierro, Salmerón y el Torbellino
recabaron para ellos solos el privilegio de conducir el
féretro de Cascabel. Hubo que dejarlos. Y así recorrieron todo el pueblo, entre dos filas de curiosos que se
unían a la escasa comitiva que seguía al cadáver.
Llegados al cementerio, vieron que un desconocido
se adelantaba con dos coronas. Iba de Córdoba, donde
con antelación le habían advertido de Madrid que, caso
de fallecer Cascabel, llevara aquellas dos fúnebres
ofrendas.
Una era lujosísima. Fué desechada. El padre Froilán
no quiso recibirla. Decía en una de sus cintas: "412—
Gloria..." La otra, sí. Era miserable y rústica. Fué colocada en la sepultura al lado de la del Torbellino. Llevaba escrito lo siguiente: "Escopeta y Perdigón, a su
maestro..."
Triste fué el retorno. Todos caminaban dispersos,
cada uno entregado a sus pensamientos y a sus recuerdos. Ninguno decía nada... Bl padre Froilán, del brazo
del Torbellino, rezaba; éste guardaba silencio; ios amigos, abismados en sus reflexiones, parecían mudos, y
Salmerón, el infortunado Salmerón, sorbiendo el llanto,
alhogado por una pena desgarradora e intensa, una pena
que era superior a toda su resistencia y a su valor, pensaba /jue todo aquello, que todo lo que sentía y había
visto y lamentaba, tenía que ser encerrado en una copla
3i6
JUAN
LOPEZ
NUÑEZ
que fuera como la síntesis de tanto desconsuelo y tan;
inmensa amargura.
Y espontáneamente, con la rapidez y la viveza con
que rasga el rayo las nubes cargadas de electricidad,,
surgió en su corazón la copla, y de su corazón subió a
su pensamiento, y de su pensamiento acudió a sus labios.
Y entre dientes, volviéndose ¡hacia el caído sin ventura que atrás dejaban debajo de la tierra húmeda y fría,
dijo sollozante, con palabras roncas, doloridas e impregnadas en lágrimas:
De la tierra nace el hombre
y a ser tierra ha de volver;
para convertirse en tierra
¡ cómo debe padecer!...
Luego siguió detrás de todos. Tan pensativo, tan afectado, tan loco y fuera de sí marchaba, que no echó de
menos a Calígula, que era, después de Cascabel, el que
no volvía.
Era que el perro se había quedado allí para acostarse
encima de la sepultura de su amo, cuyo cuerpo buscaba
olfateando, hundiendo su noble hocico en el duro suelo...
JUAN LÓPEZ NÚÑEZ.
Madrid, 1921.
I N D I C E
Paga-
Capítulo primero.—Donde " Salmerón " pronuncia uno
de sus más bellos discursos
Cap. IL—Soledad
Cap. III.—Debate sobre la vida y la moral, y lextraña
y maravillosa definición de las playas
Cap. IV.—Donde se explica somera y anecdóticamente cómo lemipiezan las novelas
Cap, V.—Gloria
Cap. VI.—Donde Zenón de Acuña se siente mojigato,
moralista y ultramontano
Cap. VIL—Paréntesis sentimental,...
Cap. VIH.—En plena comedia
Cap. IX.—El cura de aldea
Cap. X.—La fascinación
Cap. XL—Sigue la comedia....
Cap. XIL—"Galíguia" y Soledad
Cap. XIII.—Una escena episódica
Cap. XIV.—Un hallazgo, una limosna y una plática
de Zenón
Cap XV.—Hacia el fin del primer acto
Cap. XVL—"El Niño de las Monjas"
Cap. XVII.—Los dos huérfanos
Cap, XVIIL—Va a caer el telón
Cap. XIX,—Cae el telón
Cap. XX.—Madrid „...
Cap. XXL—En pleno idilio
Cap, XXIL—Primera salida de "Cascabel"
Cap. XXIIL—Cuadro de Historia
Cap. XXIV.—La bacanal
Cap, XXV.—Mañana de sombra
5
10
15
20
25
3o
35
40
47
56
60
68
72
78
83
89
94
99
103
105
112
121
127
133
136
Págs..
Ca,p. XXVI.—El hotel de Astorga, con las aventuras
memorables de Tordesillas
Cap. XXVII.—¡Todos somos unos!
Cap. XXVIII.—Rosas y espinas
Cap. XXIX.—De los tremendos y espantosos acontecimientos que tuvieron lugar en el hotel de Astorga antes de su destrucción
Cap. XXX.—El toque de oración
Cau. XXXI.—Lectura y escritura
Cap. XXXIL—Margot
Cap XXXIII.—En el Tercio Extranjero
Cap. XXXIV.—13.013
•
Cap. XXXV.—Epistolario
Cap. XXXVI.—El álma de Soledad
Cap. XXXVII.—Fenomenología
:
Cap. XXXVIII.—Gloriosa muerte de Zenón de Acuña, historia de su vida, confesión de sus pecados
v arrepentimiento
final
Cap. XXXIX.—"Escopeta" y "Perdigón"
Cap. X L — " I n memorianf''
..*
Cap. XLL—"El juicio de Salomón"
Cap. XLII.—Una voz en la iToche
Cap. XLIII.—Sangre azul
Cap. XLIV.—-Mientras pasa el tiemjpo
Cap. XLV.—"Tedium vitae"
Cap. XLVI.—Nuevo epistolario
Cap. X L V I I — E l libro de los sueños
Cap. XLVIIL—Las playas
Cap. XLIX.—"El Torbellino"
Cap. L.—La oveja perdida
Cap. LI.—Noche de brujas
Cap. LII.—"1 Cascabell"
Can. LUI.—Examen de conciencia
Cap. LIV—Sol de la tarde
¡
137
145
151
154
«59
164
168
175
180
187
191
19S
200
211
218
2124
229
235
243
246
253
259
267
280
286
291
2Q4
3°°
309
OBRAS DEL MISMO AUTOR
NOVELAS
L a salerosa.
L a niña bonita.
L a peliculera.
L a rama seca.
Juventud.
E l niño de las monjas.
E S T U D I O S HISTÓRICOS L I T E R A R I O S
Bécquer.
Espronceda.
Triunfantes y ohstdados.
OBRAS D E T E A T R O
L a corrida de beneficencia.—Comedia en tres actos.
Cosas que vuelven —Idem id.
E l rayo.—Juguete cómico en tres actos (quinta edición).
E l tío político.—Idem id. en dos ídem (segunda ídem).
L a feria de los maridos.—Comedia en tres actos.
L a perla de nieve.—Idem tres idem.
L a última de abono.—Idem dos ídem.
E l baile de los cosaífos.—Juguete cómico lírico en tres actos, música del maestro Luis Metón.
E l suspiro del moro--Zarzuela en un acto, música de los.
maestros Luna y Fuentes.
Precio: 5 ptas.
Imp. y Talleres
de
Fotograbado
S u c e s o r e s de Rivadeneyra ( S . A.)
BítiiUtUli-'l t t
mmmm
lililii
•
:
.
nmm u m m
de
mmu mu
B I B L I O T E C A
Número,
Precio de la obra . . .
Estante .
Precio de a d q u i s i c i ó n ,
Tabla...
V a l o r a c i ó n actual
N ú m e r o de t o m o s .
•¡"¿Wglijjljj»!.'!
:
•
~"~ *- < •
Mlk
Pesetas
Descargar