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41. Libertad religiosa.
Normatividad
En la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos este derecho se encuentra
garantizado en:
Artículo 24.
Toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia
y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado. Esta libertad
incluye el derecho de participar, individual o colectivamente, tanto en público
como en privado, en las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo,
siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley. Nadie podrá
utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de
proselitismo o de propaganda política.
El Congreso no puede dictar leyes que establezcan o prohíban religión alguna.
Los actos religiosos de culto público se celebrarán ordinariamente en los
templos. Los que extraordinariamente se celebren fuera de éstos se sujetarán
a la ley reglamentaria.
Comentario
Por lo tanto, éste artículo, establece que los individuos gozan de libertad religiosa, de
conciencia y de convicciones éticas, de igual modo gozan del derecho para asistir y
practicar los ritos religiosos que le convengan, mismos que deberán estar protegidos y
garantizados por la autoridad pública. Las limitantes con que se encuentra el ejercicio de
este derecho son las establecidas por la Constitución: es decir, este derecho estará
garantizado siempre y cuando las ceremonias y actos devocionales no constituyan un
delito o falta penada por las normas nacionales, de constituir actos delictivos, éstos serán
sancionados conforme las disposiciones legales vigentes.
En México, el dominio de la Corona española por espacio de trescientos años, trajo
aparejada una amplia y marcada participación de la Iglesia católica en la vida pública del
Virreinato. Al obtenerse la Independencia nacional, en el país hubo la expectativa de
seguir un esquema de organización política liberal o uno conservador, que ubicaba, entre
otras cosas, como la verdadera y única religión a la católica. En tal sentido, se desarrolló
una pugna muy cerrada entre ambas tendencias, la cual dominó el escenario de la primera
parte del siglo XIX.
Es con el triunfo de la Revolución de Ayutla, en 1855, que la reforma liberal comenzó a
desarrollar la aplicación de sus ideas. Se expidió la Ley Juárez, para reducir el fuero
eclesiástico y el militar, y la Ley Lerdo, para desamortizar los bienes de las corporaciones
civiles y religiosas. Más tarde se discutió la Constitución de 1857, cuyo debate comprendió
la libertad de cultos, pero en el que no se encontró una fórmula que alcanzara consenso,
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para introducirla al texto constitucional. Lo que se logró, fue la aprobación para del
artículo 123 que quedó redactado en los siguientes términos: Corresponde
exclusivamente a los poderes federales ejercer, en materia de culto religioso y disciplina
externa, la intervención que designen las leyes.
A lo anterior le siguió, como es sabido, la Guerra de Tres Años, entre liberales y
conservadores, durante la cual el gobierno del presidente Benito Juárez expidió las
llamadas Leyes de Reforma, para profundizar los aspectos de la reforma liberal. Dichas
leyes, algún tiempo después, tras haberse ganado la guerra por parte de la República
sobre la Invasión francesa, fueron incorporadas a la Constitución federal. Si bien el
prolongado régimen de Porfirio Díaz las mantuvo sin alteración, disminuyó lo relativo a su
aplicación, lo que motivó un ambiente de tolerancia religiosa, en el que convivían
autoridades civiles y eclesiásticas.
Tras la Revolución de 1910, se celebró el congreso Constituyente de 1916-1917, para
recoger las inquietudes sociales emanadas de la lucha armada. De él se obtuvo, entre
otros resultados, la aprobación del artículo 130, de marcada tendencia laicista. Sin
embargo, algunos lo advirtieron de perfil anticlerical y abiertamente hostil para con la
Iglesia católica, toda vez que incluyó disposiciones como la de que la educación fuera
laica; se prohibiera a las corporaciones religiosas ya los ministros de culto establecer y
dirigir escuelas primarias; se prohibiera realizar votos religiosos y establecer órdenes
monásticas; se limitara el culto público a realizarse solamente dentro de los templos, los
cuales estarían bajo la vigilancia de la autoridad; se prohibiera a las asociaciones religiosas
adquirir, poseer o administrar bienes raíces, incluyendo los templos, los que pasaron a ser
propiedad de la nación; el desconocimiento de la personalidad jurídica de las
agrupaciones religiosas llamadas Iglesias.
El texto constitucional se mantuvo sin alteración alguna hasta 1992, año en el que se
presentó la reforma a la Constitución, publicada en el Diario Oficial de la Federación el 28
de enero de ese año, que junto con otros numerales, modificó el artículo 130
Constitucional. Con ello cambió el esquema constitucional por cuanto a tres temas:
libertad religiosa, asociaciones religiosas y ministros de culto, aunque los tres pueden
quedar bajo el rubro del derecho fundamental de la libertad religiosa en México, con lo
cual algunos advirtieron un rasgo importante de modernización de la vida pública
nacional, con base en las necesidades de una sociedad que sobrepasó los enconos y
contraposiciones que guiaron por mucho tiempo las normas de esta materia.
De manera reciente, se reformó de nuevo el artículo 130 Constitucional, modificación
publicada en el Diario Oficial de la Federación el 19 de julio de 2013, con la que se
estableció, en su primer párrafo, que toda persona tiene derecho a la libertad de
convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su
agrado, con lo que se amplió el concepto de los derechos que se tutelan. También se
especificó el derecho de participar, individual o colectivamente, tanto en público como en
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privado, en las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no
constituyan un delito o falta que castigue la ley, lo que termina con la limitante en cuanto
a la celebración de actos externos, y que se complementa con el último párrafo del
numeral, en relación a la reglamentación de la ley de la materia. Además, comprende la
prohibición de utilizar los actos públicos de expresión de la libertad de cultos, con fines
políticos, de proselitismo o de propaganda política, con lo que se deslindan las cuestiones
religiosas de las político-electorales.
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