El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí

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“El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí”
Mc 9, 30-37
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
LECTIO DIVINA
Mirar al mundo con los ojos de Dios y amar lo que vemos con el corazón de Dios,
alejarnos paulatinamente de nuestros propios esquemas y abrirnos a lo que Dios nos
quiere decir.
Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera,
porque enseñaba y les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los
hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”.
Jesús nos habla en este relato sobre el conclusión de su misión por la tierra, donde va a ser
entregado en manos de los hombres, lo mataran y luego de tres días resucitará. Todo esto
esta preparado por Dios para que así sea, y de este modo después de un recorrido de dolor
de su Hijo, alcanzar la reconciliación con el mundo. El signo eficaz de esto será la
resurrección de Jesús.
El relato no dice que: Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Jesús se preocupa de formar y preparar a su discípulos, sin embargo estos no entienden, y
más encima, no requieren aclaraciones, a mi me parece que no es por falta de interés, sino
por el falso orgullo de los hombres que sufren de miedo si les descubren su ignorancia.
¿Pero acaso es necesario saberlo todo?.
Pero también es cierto, que el temor de preguntar podía venir por la huida de la cruz, y
talvez consideraron ante su incomprensión, que era preferido no hablar de este tema. Sin
embargo llama la atención que ellos van discutiendo quien sería el mas importante,
“concepción del hombre terreno, huir del sacrificio para procurarse, en cambio, un poco de
gloria y asegurarse un puesto elevado por encima talvez de los otros”. (Intimidad Divina)
Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó:“,De qué
hablaban en el camino?”. Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre
quién era el más grande.
Ellos no responden, descubren que sus pensamientos no son agradables a Jesús, es el
silencio de los que se sienten culpables, porque en el camino discutían sobre quién fuese el
más grande. La conciencia absolutamente terrena que alaba el éxito personal y lo persigue
a toda costa. ¿Falta de humildad?, algo que no es fácil, es saber si nosotros estamos
confundidos, porque podemos ser humildes de aspecto, pero no de corazón y en forma
oculta, buscamos notoriedad, y reconocimiento a lo que hacemos, que nos elogien y eso
nos encanta, claro, nos halaga la vanidad. Por cuanto para aprender a vivir en humildad,
debemos tener conciencia que donde hay vanidad, hay tierra de cultivo para los defectos.
Para vivir en humildad, no tratemos de ocultarle nuestros pensamientos a Dios, ni nuestros
defectos, ni nuestras debilidades, al contrario, dejémosle que el nos enseñe por medio de
ellas. Haciéndole ver a Dios nuestra bajeza, reconocemos en El su grandeza, y para
aprender a ser humildes y vivir en ella. Cuando somos capaces de reconocer ante Dios
todas nuestras falta, nuestros errores, el va de inmediato en nuestra ayuda.
Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a
los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de
los demás. (Filp. 2,2 3-4)
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: “El que quiere ser el primero, debe
hacerse el último de todos y el servidor de todos”. Después, tomando a un niño, lo
puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: “El que recibe a uno de estos
pequeños en mi Nombre, me recibe a mí y el que me recibe, no es a mí al que recibe,
sino a Aquél que me ha enviado”.
El pensamiento nos juega a veces una mala pasada, excitando pasiones por la codicia de la
gloria, como les sucedió a algunos discípulos, entonces les vino en el pensamiento la idea
de preguntarse quien de ellos sería el mayor o el más grande. Parece que esta pasión nace
cuando en una ocasión no pudieron curar a un endemoniado y se culparon entre ellos la
impotencia de unos a otros. En otra ocasión ellos habían visto que Pedro, Santiago y San
Juan, habían sido llamados aparte y llevados al monte.
Pero Jesús, conocía perfectamente bien el corazón de sus íntimos amigos, conocía lo que
pensaban y lo que sentían y se daba cuenta lo que ellos planeaban y tramaban en su
interior. Jesús, que sabe muy bien como salvar a los hombres de las caídas, cuando vio que
se suscitaba esta idea en la mente de sus discípulos como un germen de amargura, antes
que tomase incremento, la arrancó de raíz. Es así como conociendo sus pensamientos,
sentándose, llamó a los Doce, tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y,
abrazándolo, les dijo: El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me
recibe a mí y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquél que me ha
enviado”
El niño tiene el alma sincera, es de corazón inmaculado, y permanece en la sencillez de sus
pensamientos, el no ambiciona los honores, ni conoce las prerrogativas, entendiéndose
esto por el privilegio concedido por una dignidad o un cargo, tampoco teme ser poco
considerado, ni se ocupa de las cosas con gran interés. A esto niños ama y abraza el
Señor; se digna tenerlos cerca de sí, pues lo imitan. Por esto dice el Señor (Mt 11,29):
"Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón".
Dos enseñaza muy claras, nos dejo aquí Jesús, una que enseña simplemente que los que
quieren ser más grandes deben recibir a los pobres de Cristo por su honor, y otra los
exhorta a ser párvulos en la malicia.
El mas grande será quien reconozca su más grande indigencia ante Dios, y será mayor
quien más ame al humilde.
Y a pesar de todos los errores que tenemos, Cristo nos busca y nos elige, no porque somos
buenos, sino porque el es bueno y nos ama al extremo y espera que nosotros cambiemos.
Dios nos pide cambiar y espera que seamos hombres buenos, como su Hijo Jesucristo,
“mansos y humildes de corazón.”
Para ser humildes de corazón como Cristo, tenemos que abandonar nuestra vida y dejar
que El viva en nosotros, “y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”, (Gal. 2,30). Y
orando a Dios debemos pedirle su ayuda para sentir la humildad del corazón de Cristo,
“Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los
mismos sentimientos, según Cristo Jesús” (Rom 15,5.)
La oración es la llave para abrir la puerta que le permite a Dios trabaje en nuestra vida, y
para que haga su obra en nosotros, tenemos que ser humildes en todo, para dejarnos
someternos por El y sentir que somos en todo, dependientes de EL, con un absoluto
reconocimiento de la necesidad de El. “Todo el cimiento de la oración va fundado en
humildad, y mientras más se abaja un alma y se empequeñece en la oración, más la
ensalza Dios (Santa Teresa, «Moradas Séptimas», 4, 9.).
La ganancia de la humildad, es la amistad de Dios, “Vivamos con Dios como con un amigo”
nos enseña la Beata carmelita Isabel de la Trinidad. En efecto, el aprecio y la estima de
Dios, tiene mucho más valor que vivir preocupado de la autoestima si se es humilde. La
perdida de nuestro orgullo, es beneficio para el alma, “Para vencer el orgullo: matarlo de
hambre. Mira, el orgullo es amor propio. Pues bien; el amor de Dios debe ser tan fuerte que
anule por completo nuestro amor propio.”(Beata Isabel de la Trinidad).
La virtud de la humildad es un gran regalo de Dios. La humildad nos permite ser su amigo y
que Cristo viva en nosotros, por lo cual debemos agradecerle siempre. Esta es la gracia que
nos va a estar siempre transformando en otros Cristos. Sale el alma tan gananciosa, que el
demonio no osa volver otro día para no salir con la cabeza quebrada (Santa Teresa de
Jesús, C 12, 6).
De Corazón
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