III. Valores humanos

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III. Valores humanos
El amor que no se da, se pudre
Una niña sufría por las riñas y conflictos diarios de sus padres. Un día
acompañó a su madre al cementerio y quedó sorprendida. “Mamá, le dijo, todas las
tumbas está llenas de flores, y en todas se lee lo mismo: ‘A mi querido esposo’, ‘A
mis queridos padres’... ¿Es que tenemos que morir para empezar a amarnos?”.
El amor hay que demostrarlo en la vida, no esperar a que la muerte arrebate
todas las oportunidades.
Amar lleva consigo entregarse, dar la vida. El amor que no se da, se pudre.
Amar no es dar cosas, es entregarse uno mismo. El que ama no debe poner los pies
en la luna y los ojos en las estrellas, sino mirar bien abajo y pisar con firmeza la
realidad diaria.
Muchos se sienten emocionados al escuchar una bonita historia de amor. Se
confunde con demasiada frecuencia el amor con el sentimiento. “A lo largo del
camino que lleva al amor, muchos se detienen seducidos por los espejismos del
amor: Si te emocionas hasta las lágrimas ante un sufrimiento, si sientes palpitar
fuertemente tu corazón ante tal o cual persona, no es amor, sino sensibilidad. Si te
dejas prender en su poder apacible o en su encanto; si, seducido, te abandonas, no
es amor, sino una rendición. Si, turbado, te extasías ante su belleza y la
contemplas para gozar de ella; si su espíritu te parece distinguido y buscas el
placer de su conversación, no es amor, sino admiración. Si quieres a toda costa
conseguir una mirada, una caricia, un beso; si estás dispuesto a todo por tenerla
entre tus brazos y poseer su cuerpo, no es amor, es un deseo violento nacido de tu
sensualidad. Amar no es sentir emoción por otro, sentir afecto sensible por otro,
abandonarse a otro, admirar a otro, desear a otro, querer poseer a otro y a los
otros” (Michel Quoist).
No se puede jugar con el amor ni se puede confundir con un momento de
deseo o de pasión. Sólo el amor maduro va más allá de los arrebatos, no teniendo
nada que ocultar y respondiendo a todos los interrogantes. “No envenenes mi
amor; amar es otra cosa... No profanes la rosa si no sabes de olor... Otra cosa es
amor, mucho, mucho mejor... No deshojes la flor si te amas a ti misma; amor, que
es egoísmo, no puede ser amor... Otra cosa es el amor... Claridad, ilusión, risa,
confianza en ti; ver que tu corazón es sólo para mí... Saber que el sol, las flores, la
vida es de los dos y que nuestros amores se confunden con Dios” (Santiago
Martínez).
El amor pone vida en todo. Para el que ama, todo sabe a vida.
Piensa bien y acertarás
En nuestras manos está el ser libres o esclavos. Nosotros mismos nos
hacemos señores o dependientes de lo que somos y tenemos. Los pensamientos,
según sean, hacen de nosotros personas libres o esclavas. “Nuestras vidas son el
producto de nuestros pensamientos” (Marco Aurelio).
Indudablemente que cada uno es lo que piensa. Si se piensa en cosas tristes,
se vivirá tristemente; si se piensa en positivo, se vivirá alegremente. Si el miedo al
fracaso se ha apoderado de nuestra mente y nuestro corazón, no tardaremos en ver
cómo toda nuestra existencia se arruina. Es, pues, necesario acostumbrarse a
pensar bien. El que la vida sea bella o trágica depende, muchas veces, de cómo se
piense, de cómo se oriente. Si se mejora el pensamiento sobre las cosas y
personas, todo mejorará en la vida. “Lo que amarga nuestra vida es que pensamos
muy poco en lo bueno que tenemos y vivimos pensando en lo que nos falta”
(Schopenhauer). La felicidad está en disfrutar lo que se tiene y no vivir quejándose
de lo que falta.
Para cambiar los pensamientos, los dolores y los problemas, se tiene que
actuar como si no existieran. Hay personas que ponen peros a todo. Son profetas de
lamentaciones, de aguar cualquier fiesta y matar hasta las ilusiones más puras. Es
necesario reemplazar los pensamientos y palabras tristes por pensamientos,
palabras y obras positivas y entusiastas. “La acción logra cambiar los sentimientos.
Así que si alguien siente que ha perdido alegría y entusiasmo, que se dedique a
obrar como si tuviera entusiasmo y alegría, y verá cómo la acción transforma su
sentimiento” (W. James).
“Al mal tiempo, buena cara”, dice el refrán popular. Buena cara pedía San
Francisco de Asís a sus frailes: “Tengan cuidado para no aparecer jamás como
melancólicos, con semblante hosco y cabizbajo”. El alegre no se queja por nada; en
cambio, el triste se queja de todo. “Las personas más desdichadas que he conocido
no son las más enfermas, ni las más pobres, ni las más ignorantes, sino las que no
sienten amor a Dios y las que no tienen alegría” (Madre Teresa de Calcuta).
Hay una receta mágica que obra milagros hasta en el corazón más herido y
endurecido: dejar los problemas a Dios y darle gracias por todo. Hay un buen
negocio al alcance de cualquiera: cambiar quejas por acción de gracias.
Nunca tenemos que angustiarnos, aunque el problema sea enorme. Hay que
hacer lo que se pueda y el resto dejárselo a Dios. “Descarga en Yahvé tu peso, y él
te sustentará” (Sal 55,23). Cada día hay que renovar fuerzas y energías,
olvidándose de las espinas de ayer, confiando en Jesús. “En el mundo tendréis
dificultades. Pero, ¡ánimo!: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Hay que agradecer a Dios todo lo que nos ha dado. Hay que acostumbrarse a
ver con los ojos de Dios, a creer profundamente que de todo lo que acontece se
puede sacar provecho...
El amor hecho carne
El famoso sacerdote, sabio y científico, Teilhard de Chardin, al hablar de su
madre, decía: “Debo a mi madre lo mejor de mi alma; ella fue la chispa que hizo
surgir el fuego en mi vida”. Fue su madre quien despertó en él todo el potencial de
su talento genial, lo animó y lo fortaleció hasta el final.
La madre es en muchas culturas lo más hermoso, lo más grande: todo. Y es
que Dios quiso darle el poder de traer la vida al mundo y cuidar de ella. La madre es
la que, a su vez, educa a las niñas a ser madres y a los muchachos a ser padres.
“La mano que mece la cuna, mueve el mundo”. Una famosa educadora afirmó:
“Eduquen a un hombre y habrán hecho un ser útil para la sociedad. Eduquen a una
mujer y habrán educado a toda una familia”.
Para bien o para mal, detrás de cada hombre hay una mujer. Junto a los
grandes hombres de la historia está una mujer que entregó todo lo que tenía:
cariño, tiempo, talento. Fueron mujeres fuera de serie que engendraron hijos
superdotados. Junto a los famosos están sus madres que han hecho que los sueños
fueran una realidad.
¿Sería posible imaginar a Elvis Presley sin la imagen de Gladys, su madre,
esa increíble mujer que solía preciarse con humor de cantar mejor que él? Así, la
madre de Borges era una gran traductora, y la de Goya una gran pintora que inició
a su hijo en este arte.
Todos buscamos el cariño, la protección y la ternura de la madre. Ella se
parece a Dios y, como Él, es siempre acogedora, comprensiva, sacrificada, sabia,
conoce los secretos de la vida y ama la vida. Ciertamente que la madre tiene algo
de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud
de sus cuidados. A su lado, todos los dolores se olvidan. Basta un abrazo, un beso
de ella, para que las nubes más negras se alejen de nuestra vida. La madre enseña
a sus hijos los valores más importantes de la vida y, entre ellos, está el amor.
No sé donde vi escrito este texto maravilloso: El amor es la amistad que
crece en calor y afecto. Amar es comprender, confiar, compartir y perdonar
mutuamente. El amor es fiel y leal en las buenas y en las malas. Exige algo menos
de lo perfecto y cede ante las debilidades humanas. El amor es alegría en el
presente, esperanza ante el futuro y no vive dando vueltas al pasado.
Si usted tiene amor en su vida, se sentirá lleno de muchas cosas que tal vez
le falten. Si en su vida no hay amor, no importa que tenga muchas cosas; nunca se
sentirá lleno y nada le será bastante. El amor hecho carne es la madre.
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