Nueva etapa. Nueva vida. Nacer. Crecer. Relacionarse. Trabajar. Reproducirse. Envejecer. Morir. Es el resumen de toda una vida. Siete verbos. Siete etapas. Nuestra existencia está condicionada a infinidad de cambios pero, sin duda alguna, es de todos ellos el tránsito del hogar a una ciudad el más significativo. Reflexionando sobre ello me encontré en el banco de un parque, absorto en mis pensamientos, cuando me percaté de una pequeña parte de la realidad con el triste vaivén del caer de una hoja otoñal. El hecho de cambiar de domicilio no solo conlleva dormir y comer en otro lugar sino que precisa convivir, participar, darle vida al Mayor y hacer justicia a su prestigio. Todos deberíamos tener como objetivo el no pasar desapercibidos, destacar por algo e intentar ser recordados con el devenir de los años. De lo contrario… ¿qué sentido tiene residir en un colegio si tus principales inquietudes no atañen a nada relacionado con él? También es cierto que está la Universidad. La Universidad. Desde pequeños, nos sentíamos intrigados por cómo sería la etapa preparatoria para nuestro ya más cercano futuro laboral. Y no es miedo lo que se siente, sino un cosquilleo en el estómago advertidor del gran cambio, de dejar la clase con los amigos de siempre e introducirse en un aula repleta de desconocidos, cada uno de ellos con su particular forma de ser. Es posible que algunos retoquen en cierto modo su personalidad en aras de no diferir con el resto pero, en mi opinión, debemos ser nosotros mismos desde el principio, expresar nuestros pareceres y evitar supeditarnos a las opiniones de los demás. Es estando en una ciudad como Madrid y en un Colegio Mayor la mejor forma de descubrir que nada se regala. Es el momento en el que chocamos con la cruda realidad: para conseguir algo hay que luchar por ello. El mundo está lleno de tiburones que anhelan lo mismo que tú y, si ofreces signos de debilidad, te engullirán sin contemplaciones. Por ello, desde el primer año debemos ser perseverantes, tener claras nuestras metas y no descansar hasta conseguirlas. La responsabilidad, sobre todo para nosotros, es una cualidad que nos conviene tener presente. Todos sabemos de personas que, con la venida del gran cambio, descuidan la única, principal y mayor razón de nuestra estancia aquí: estudiar. Muchos de nosotros nos vemos dentro de diez años ejerciendo con toga y maletín, investigando o trabajando para importantes firmas. Querremos estar en el punto de mira de “caza-talentos” que comprueben si estamos a la altura o no. Soñamos con un excelente puesto de trabajo, una familia entrañable, un buen coche y una gran casa. Pero todo eso no se consigue de la noche a la mañana sino desde el primer día del primer año. Es precisamente la constancia lo que más nos cuesta adoptar al inicio de la carrera. Pasamos de nuestros pueblos o ciudades natales a la capital, donde se nos abre un abanico de infinidad de posibilidades que, sin la debida cautela, puede llegar a perjudicarnos. La gran mayoría de nosotros provenimos de agradables ambientes familiares. Si nuestros padres han insistido para que estemos aquí es con la intención de seguir recibiendo educación, valores, respeto y la experiencia única de compartir la vida de estudiante con otros colegiales y, todo ello, tan solo con un requisito: la exigencia de que cada uno cumpla con el deber que le corresponde. Llegamos aquí al punto clave. No queremos, bajo ningún concepto, decepcionar a nuestros progenitores y, por tanto, a nosotros mismos. Por ello, debemos encontrar el término medio y hallar la combinación correcta entre deber, ocio y Mayor pues cada uno de estos tres elementos complementa a los otros dos. No llevamos más de dos meses en el Jaime del Amo y ya nos sentimos parte de él. Es el escenario en el que se fraguan amistades, a menudo, vitalicias. Ingresamos como desconocidos y, día a día, nos vamos convirtiendo en una gran familia. Agustín Ostos Robina