Los carniceros de utopía (III): El ejército industrial de reserva

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Los carniceros de utopía (III): El ejército industrial de reserva
Los carniceros de utopía (III): El ejército industrial de reserva
Muchos puestos de trabajo de escaso valor añadido simplemente desaparecerían si no hubiera nadie dispuesto a
trabajar en condiciones precarias
Coincidiendo con una nueva sentencia del TC que viene a decir lo mismo, dejamos el mundo de la jurisprudencia para
volver de lleno al tema del mercado de trabajo. Se recordará que en la primera entrada sobre los "carniceros de utopía"
habíamos hablado del "efecto llamada" del mercado de trabajo español y la contribución del trabajo de los migrantes al
crecimiento económico a través de la cobertura de puestos de trabajo de escaso valor añadido. En la segunda entrada
hemos visto como el "familiarismo" del sistema de bienestar español y, desde otro punto de vista, el familiarismo que
rige en los países de origen hacen posible esta redistribución de los puestos de trabajo.
Esta peculiar división del trabajo convierte a los migrantes en los "carniceros de Utopía", los trabajadores de la
trastienda de nuestro Estado del Bienestar. En teoría y en abstracto, esta situación es "injusta", dado que genera
desigualdades sociales y económicas fundadas, en último término, en el origen étnico de las personas. En la práctica, es
una condición estructural contra la cual es inútil luchar en términos generales: los movimientos migratorios no se
producen por azar, sino que son impulsados precisamente por estas "necesidades" de obtener fuerza de trabajo en
condiciones de relativa precariedad. De hecho, los propios migrantes, incluso aquellos que tienen un buen nivel
formativo, asumen en sus proyectos migratorios esta posición inicial de debilidad en el mercado de trabajo:
generalmente no se hacen ilusiones de entrar en nuestro mercado laboral "por la puerta grande", sencillamente porque
esto no es posible, salvo en casos muy concretos, poseyendo cualificaciones muy específicas. En este contexto, creo que
no merece la pena combatir esta segregación inicial en los empleos; es preferible dedicar nuestros esfuerzos a conseguir
que la precariedad sea la mínima posible (y, desde luego, que las condiciones de empleo cumplan unos mínimos de
dignidad) y a evitar que estas desigualdades se reproduzcan a través de procesos discriminatorios, condenando a estos
migrantes, o incluso a sus hijos y nietos, a permanecer toda su vida laboral en esta posición subordinada. Es decir, hay
que procurar que esta segregación de entrada sea lo menos intensa y lo menos duradera posible.
Desde el punto de vista de los trabajadores españoles, las migraciones tienen un efecto, como ya se ha dicho,
globalmente positivo. Al permitir el crecimiento de estos sectores que utilizan de manera intensiva la fuerza de trabajo,
crece la economía nacional y se generan nuevos empleos en mejores condiciones, que pueden ser asumidos por los
españoles, que, al encontrarse protegidos por el paraguas del familiarismo, tienen mayor libertad para escoger. Ahora
bien ¿hay efectos negativos? ¿Hay algo de cierto en los mitos apocalípticos según los cuales los migrantes "quitan el
trabajo a los españoles" o devalúan las condiciones de trabajo de los trabajadores auctóctonos?
Yo creo que sí que hay algo de cierto en el mito y que eso es lo que lo hace peligroso, porque esta realidad un caldo de
cultivo para el crecimiento de la xenofobia entre los más desfavorecidos. Siempre percibimos la realidad conforme a
una estructura de categorías configurada por nuestros prejuicios ideológicos (por ejemplo nuestras "etiquetas étnicas"),
pero son los datos fácticos -leídos desde nuestras categorías- los que refuerzan y mantienen nuestra creencia sobre la
sociedad. En este caso, las categorías nacionales (españoles/extranjeros) resultan sumamente dañinas para los intereses
globales de los trabajadores más precarios porque impiden la defensa colectiva de intereses muy similares. Divide et
impera: divide y vencerás. Por eso hay que tender a destruir o al menos disminuir la relevancia de las categorías étnicas,
la significación del "país de los trabajadores", centrándose en la percepción de los intereses comunes.
Si hay algo de cierto en el mito, entonces es nuestra responsabilidad asomarnos a esta realidad; si nos conformamos con
oponernos simbólicamente a la idea, puede que la xenofobia nos gane la partida cuando lleguen épocas de "vacas
flacas". Sólo que no es preciso examinarlo como una partida de ajedrez entre migrantes y acutóctonos: simplemente, el
mantenimiento de determinados sectores marginales en el seno de la clase trabajadora en cada sociedad permite hasta
cierto punto mantener bajas determinadas condiciones laborales: otra vez la idea del ejército industrial de reserva.
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La realidad del mercado de trabajo es muy compleja: es cierto que muchos puestos de trabajo de escaso valor añadido
simplemente desaparecerían si no hubiera nadie dispuesto a trabajar en condiciones precarias (porque la inversión
capitalista se trasladaría a otro lado o, en el caso del servicio doméstico, la unidad doméstica prescindiría de la
prestación laboral). Pero, al mismo tiempo, la inyección en el mercado de trabajadores que se ven obligados por razones
estructurales a aceptar condiciones inferiores permite reducir costes laborales y aumentar por tanto los márgenes de
beneficios. Los trabajadores auctótonos más precarios pueden experimentar en su vida cotidiana este conflicto; es por
esto por lo que la xenofobia de las clases bajas adquiere unos rasgos diferentes a las de las clases medias y altas. Para
estos últimos, el migrante es a veces una criatura lejana; les preocupan más bien los aspectos "culturales" y en todo caso
la "seguridad ciudadana" (si en sus categorías ideológicas hay algún vínculo entre esta inseguridad y la migración), pero
al final suelen estar contentos de poder contar con alguien para cuidar al abuelo o poder ir más veces a comer a un
restaurante porque los precios se mantienen relativamente "bajos" gracias a la contención de los costes laborales
(siempre nos parece que los precios están demasiado altos, pero lo cierto es que vamos al restaurante).
En cambio, para los auctóctonos que ocupan las posiciones más bajas, paradójicamente aquellos que tendrían más que
ganar si hicieran causa común con los migrantes, la cuestión puede presentarse una competencia cotidiana entre grupos
sociales por los recursos escasos, algo más cercano al "pan nuestro de cada día". Una especie de "lucha de clases" pero
con un fuerte componente racial. Ello será así, por supuesto, sólo en la medida en que se definan los intereses colectivos
en torno a categorías étnicas, situación de la que hemos de huir como de la peste.
Pero ¿cómo se manifiesta este posible deterioro de las condiciones de trabajo en nuestro sistema, caracterizado por un
predominio del Estatuto de los Trabajadores y los convenios de eficacia general? En los países nórdicos, con una
elevada tasa de sindicalización (70-90%), una normativa laboral centrada en la negociación colectiva (escasa por tanto
en contenidos vinculantes para el contrato) y convenios de eficacia limitada a los afiliados a las organizaciones
firmantes, es mucho más visible este dumping social interno. Los que vienen de fuera no están afiliados y por tanto es
más difícil que estén protegidos por el sistema formal.
En España, esto se produce de una manera más sutil: ciertamente, el Estatuto de los Trabajadores y los convenios
colectivos se aplican teóricamente a todos los trabajadores, con independencia de su afiliación sindical u origen étnico.
En primer lugar, puede haber un efecto indirecto, difícil de comprobar: los convenios colectivos son puntos de equilibrio
en un conflicto de intereses contrapuestos, de manera que, en la medida en que la posición en el mercado de los
trabajadores se debilite, las condiciones pactadas pueden estancarse o incluso ir a la baja. Detrás de las condiciones
pactadas en los convenios está la amenaza de la huelga, un lujo que no todo el mundo puede permitirse.
Más importante y más claro es el efecto de las migraciones sobre las relaciones individuales de trabajo. A la mayoría de
los trabajadores en España se les aplican convenios provinciales de sector, que a menudo funcionan a través de una
cierta inercia, con una fuerza sindical bastante escasa y un interlocutor empresarial muy poco representativo. Así pues,
los salarios de convenio son relativamente bajos (a veces incluso por debajo de los precios de mercado, sospecho) y lo
importante es el salario "real", a menudo superior, que recibe el trabajador a través de la negociación individual y que en
muchos casos no se declara para ahorrar costes de seguridad social. Los migrantes generalmente están en una posición
de mayor debilidad, lo que les permite aceptar salarios de cierta precariedad y eso puede debilitar el poder de mercado
de los trabajadores auctóctonos que en principio podían exigir condiciones superiores.
Esta segunda causa nos lleva a una tercera, íntimamente relacionada con la anterior. En nuestro sistema de relaciones
laborales no importa tanto lo que dice la letra de la ley o del convenio como lo que se aplica en la práctica. Esto es, en
muchos casos lo que sucede no es que la norma establezca condiciones muy precarias sino sencillamente, que no se
cumple. Se cumple donde hay una cierta fuerza sindical que, además, trabaje bien. En este sentido, la posición de
debilidad de los migrantes puede afectar también al grado de cumplimiento de la normativa laboral, deteriorando las
condiciones reales -que no formales, o jurídicas- de trabajo.
Mucho Antes de que llegaran los migrantes, nuestro sistema ha tenido siempre una gran tradician de "economía
sumergida": los extranjeros se han incorporado a este sistema preexistente, contribuyendo a su reproducción sin
pretenderlo. Hay muchos grados de incumplimiento de la normativa laboral: un trabajador con contrato escrito, afiliado
y de alta en la seguridad social, que cobra el salario fijado en el convenio puede ser, no obstante, víctima de la economía
informal; en mayor medida lo es, claro está, el trabajador del que la gente dice que "no tiene contrato", esto es, con un
contrato verbal o tácito, sin alta en el sistema de seguridad social. El grado extremo (pero no el único) de precariedad
ilegal es el de los trabajadores migrantes sin autorización para trabajar: los "irregulares". Pero las dinámicas de la
irregularidad merecen un poco más de detenimiento, así que habrá que dejarlas para una próxima entrada... el año que
viene. Entretanto feliz año 2008 a mis escasos, pero selectos ;-) lectores. Ojalá que viváis tiempos interesantes.
Álvarez del Cuvillo
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